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VOLANDO

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VOLAR DE NUEVO

VOLAR DE NUEVO

Historia de una migración escrita y tejida por Gimena Ríos

A mi mamá que con su amor y paciencia hace todo más lindo.

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A mi papá por su templanza y sabiduría en los momentos difíciles.

A todos los que nos animamos a abrir las alas para seguir volando.

...en el lento ejercicio de la escritura he lidiado con mis demonios y obsesiones, he explorado los rincones de la memoria, he rescatado historias y personajes del olvido, me he robado las vidas ajenas y con toda esa materia prima he construido un sitio que llamo mi patria. De allí soy.

Isabel Allende, “Mi país inventado” 2003.

I Volar

Llegó el día de volver a salir y necesitaba un barbijo. Tuve una crisis al tener que elegir forma, color y nivel de seguridad. Llevaba muchos días ya sin salir de casa por la cuarentena y todo me daba miedo.

Compré por internet barbijos que paradójicamente tenían un estampado de pájaros libres entre ramas florecidas y llenas de vida. Al salir lloré mucho, de bronca, de tanto extrañar, como si en el encierro también hubiera contenido mis lágrimas y ahora salieran por primera vez.

La cuarentena me transformó, convirtió nuestra casa, que era el sueño de un futuro brillante, en un refugio, en un escondite de la peste. Transformó mis hábitos, mi cuerpo, mi mente y mis sentimientos, nos fortaleció como familia en muchas cosas, pero nos destruyó en otras tantas.

La cuarentena transformó la forma en que concebíamos cómo era la vida y empezamos a replantearnos cuál era la vida que queríamos. Una vida más parecida a la que soñábamos antes de mudarnos.

Mudarnos, soñar y vida. Ahora escribo esas palabras todas juntas y me parecen una realidad muy clara pero no lo eran. En ese momento eran todo lo contrario, eran incertidumbre.

Ya con un solo empleo que tenía serias variables de inestabilidad, una noche decidimos discutir la posibilidad de irnos del país. Nuestra mejor opción: Cracovia, en Polonia, porque ya teníamos alguien ahí que nos podía ayudar a empezar.

Discutimos sobre el futuro, sobre economía, seguridad y política internacional. Analizamos variables intentando predecir un futuro más claro, más libre, más seguro. Lo primero fue acordar que cualquiera fuera la decisión que surgiera esa noche se mantendría por siempre sin reproches porque éramos un equipo. Un equipo de cuatro: Hernán, Zoe, Run y yo. Nos moveríamos todos juntos como siempre. Discutimos muchas cosas que ahora ni recuerdo, lloramos y reímos. Hicimos un pacto silencioso que sellamos con un abrazo, habíamos elegido un destino difícil y sabíamos que nos íbamos a enfrentar a miles de reproches. Sabíamos que el desafío era grande porque no hablábamos el idioma, porque entender la idiosincrasia de un país tan diferente al nuestro sería mucho más que emigrar.

Yo pensaba todo el tiempo en el vuelo. ¿Cómo soportaría un vuelo tan largo con tantas escalas? Hasta ese momento había volado dos veces en mi vida ¿cómo sería el vuelo que me llevaría a mi nueva casa? ¿cómo sería el vuelo con una niña de cuatro años y un perro adulto? Fantaseaba con ese vuelo, con la libertad, con empezar de nuevo, con abrir las alas, con esperanza. El tiempo durante la cuarentena pareció detenerse, pero la realidad de su paso me pegó una cachetada cuando el deterioro de Run se hizo más visible. Sus casi quince años de vida se le notaban en las patas, en el color ahora blanco del pelaje dorado, en la falta de apetito. Sus siestas eternas me hicieron darme cuenta de que estaba llegando el momento sobre el que habíamos bromeado muchas veces.

Ahora se veía terriblemente doloroso de enfrentar.

Empezamos a vender nuestras cosas, pensando en cómo continuaría nuestro proyecto de familia en un nuevo país. Mirábamos videos de viajeros por el mundo que pasaban por Cracovia, observábamos cómo era, cómo sería para nosotros. Empezamos por decidir cambiar hábitos y costumbres que nos ayudarían con el vuelo.

Decidimos sobre nuestra futura vida y sobre la de Run. Cuando ya no podía caminar se hizo evidente que no podría venir con nosotros. Le escribí una carta de despedida:

Te fuiste como viviste, con amor y todos juntos acostados a tu lado. La noche anterior hicimos todo lo que más te divertía, jugamos y comimos en el suelo, nos sacamos fotos y hasta imprimimos tus huellas en un papel. En dos cajas gigantes como vos, donde te escribimos cosas lindas e hicimos dibujos te acostamos junto a tu toallón. Te lloramos por primera vez. En un gesto de amor profundo Zoe te puso entre las patas un corazón tejido que descolgó de la puerta de su cuarto que yo, paradójicamente, había tejido para su nacimiento.

La despedida fue tremenda, solos.

Ahora éramos un equipo de tres, ahora tenía que pensar cómo sería el vuelo sin Run. Zoe me preguntó cómo iba a llegar Run al cielo. Le dije una mentira que yo misma me creí: ¡volando! Me refutó la respuesta con un: ¡pero si no tiene alas! Pero le van a salir hoy a la noche, le dije. Y la convencí.

A la mañana siguiente me desperté horrible, cansada de llorar. Un ruido extraño que venía de la ventana hizo que saliera de la cama. Al abrir la cortina, sorpresivamente una bandada de pájaros daba vueltas frente al balcón, podía escuchar el aleteo de sus alas tan cerca, tal vez estaban perdidos.

Me quedé perpleja mirando como volaban, pensé en Run, en la mudanza, en la sensación de libertad, pensé en los pájaros de mi barbijo y en el vuelo.

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