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VOLAR DE NUEVO

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CELEBRAR Y ESPERAR

CELEBRAR Y ESPERAR

Llegó el día de viajar, de irnos, de abrazar por última vez a los que se quedaban en Argentina. Me sentía muy responsable de las lágrimas en los rostros de todos, de la angustia y la bronca, aunque también me sentía responsable por la tranquilidad de mi familia.

De nuevo la coraza, la fortaleza, el estar firme para todos, ser valiente.

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El aeropuerto de Ezeiza, centro neurálgico de las despedidas y los encuentros, era para nosotros una puerta que se abría al mundo, una esperanza, unos cuantos vuelos también. Ese edificio monumental que fuera lugar de trabajo de Hernán me removía hasta las tripas y me estrujaba el corazón. Ezeiza es el mismo lugar en el que muchas veces vi partir y también llegar a mis tíos.

Ahora me iba yo y me llevaba una de sus valijas, la valija azul. Tanto se notaba que era de ellos que uno de los chicos del mostrador nos hizo un chiste al respecto y dijo: ¡se llevan hasta la valija del tío!

Y no me causó gracia porque era verdad.

Es una valija azul con esas hebillas fuertes y esa tela gruesa con cierres dorados y candado.

Despachamos las valijas y las vi irse por la cinta, la mía con una funda celeste y blanca con una inscripción que decía “aquí y ahora”, la de Zoe, la de Hernán, la valija negra y la azul de los tíos. Me llevé una mochila grande con mudas de ropa para Zoe, con remedios, juguetes, las cartas de las emociones, los cargadores y la bandera argentina. No la sentí pesada, pero pesaba, me llevé también el corazón lleno de recuerdos y al caminar de la mano con Zoe por el pasillo de embarque, cada tanto cerraba los ojos para ver esa imagen en mi cabeza que me mostraba por última vez a todos despidiéndonos. En el vuelo de Buenos Aires a París traté de descansar, me puse a ver una película que hace tiempo quería ver: Nace una Estrella, me hizo pensar en mi profesión. No iba a ser fácil, como locutora independiente sin dudas tenía que replantearme qué iba a pasarle a mi profesión y si sería capaz de atravesar esa transformación. Ya casi somnolienta la música me fue invitando a descansar más y más profundo y pensé que la banda sonora era increíble.

Y me dormí.

Estuvimos cuatro horas en el aeropuerto de París, hasta que subimos de nuevo a otro avión con destino a Ámsterdam, donde después de dos horas anunciaron el vuelo que nos llevaría a casa, ahora sí, después de veintitrés horas nos aproximamos a nuestro destino: Cracovia. Algunos profesionales dicen que la primera etapa al llegar es el enamoramiento, pero créanme que yo sigo enamorada de esta ciudad. Las calles, los edificios y la historia me atrapan. Ojalá lo siga sintiendo así.

Durante la primera semana, una tarde de verano en la que recorrimos la ciudad el camino nos llevó a cruzar un túnel.

Cuando me acerqué a la entrada del túnel escuché un violín y me quedé perpleja: la violinista estaba tocando la canción de la película Nace una Estrella. En la inmensidad sonora que producía el túnel, con la luz que entraba a lo lejos del otro lado, aún desconocido, aproveché el refugio y dejé caer unas lágrimas. La coincidencia me dio escalofríos, pero me sentí en casa.

Con el paso del tiempo también fueron llegando los cambios y la adaptación. Aprendimos a cocinar otras comidas, a saludar en polaco y a conmemorar otras celebraciones.

Mientras tanto Argentina ganó un mundial de fútbol después de más de treinta años y en la inmensidad de la noche del cielo polaco saqué mi bandera por la ventana para ver los colores de mi patria flamear orgullosa.

Al igual que me pasó en la pandemia, la migración también me transformó, cambié de casa, de vida, de país, cambié mis hábitos, pero esta vez es diferente.

Me abrí a lo desconocido me dispuse a disfrutar de los cambios aprovechando las experiencias de mi hija y permitiéndole a la niña que fui disfrutar del momento.

Llegamos a Cracovia en primavera, la vegetación, las flores coloridas, los animales despertando del crudo invierno, cada ruido, color o variable climática me despertaban una nueva sensación. Conforme fuimos atravesando las estaciones descubrí que el invierno fue tremendo, pude soportar las bajas temperaturas extremas, pero lo que más me afectó fue la falta de sol durante el día. Me deprimía la idea de que anocheciera tan temprano y en un altibajo emocional me sorprendí una tarde haciendo angelitos en la nieve o tomando mate junto a mi incansable compañera que nunca se rindió y me sacaba una sonrisa. La cocina de casa tiene una ventana enorme y desde el piso once la vista de la ciudad es privilegiada. Los amaneceres que pude ver cuando llegué me hicieron sentir muy afortunada, la inmensidad del cielo, jugar con las formas de las nubes, las montañas Tatra de fondo, las cúpulas de las iglesias y el montículo Kościuszko iluminado por las noches.

Siempre la curiosidad me llevó un poco más allá y esta ventana me muestra que más allá siempre hay algo nuevo por descubrir. Descubro Cracovia cada día, pero también me descubro a mí misma con cada experiencia.

Ahora sé que Polonia es el país que acobija la zona de anidamiento más importante de aves migratorias europeas. Esas mismas aves, que veo cada tarde volar libres desde mi ventana, me recuerdan que aún con miedos e incertidumbres, migrar es volar.

Me enseñan.

Y me dan esperanza.

Porque la vida es eso, un vuelo.

Agradecimientos

El alma de este libro es la historia de mi migración contada a través de mis tejidos. Con la ayuda de Belén, Irene y Mária se convirtió en una experiencia maravillosa.

Es un honor para mí y agradezco muy especialmente a Nelvy Bustamante por escribir la reseña de la contratapa.

Gracias a Zoe por su sabiduría y a Run por la inspiración.

A Hernán, por ayudarme a contar parte de nuestra vida juntos.

A todos quienes nos acompañan en este camino: Romina, Sebastián, Marta, Tomás y a mis amigos del alma.

A nuestros padres por estar siempre.

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