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El hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras.

Si piensas, amado lector, que estos relatos te lo van a dar todo hecho, vas listo. No, no te quiero engañar; más de la mitad del argumento lo vas a tener que poner tú. Nunca he sido un hombre de muchas palabras. Nada me parece más elocuente que el silencio. -Parte de estas historias toman su sentido de lo que callan, de lo que ocultan hasta la última línea. Esa –creo- es la base del microrrelato. -En otras adoptaremos un prisma insólito ante la realidad que siempre supera a la ficción. En los hechos más Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com triviales sorprenderemos un detalle mágico del que surgirá el cuento. -Neurosis, fobias y obsesiones dan sentido a otras. La locura se abre paso paulatinamente, con pies de plomo y da la vuelta a la tortilla.

Bienvenido; espero que disfrutes tanto de su lectura como yo lo hice con su composición. Puedes

seguir

mis

últimas

composiciones

comentarlas en midetuspalabras.blogspot.com

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y


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EL MERCADER METICULOSO

Cuenta la leyenda que un rico mercader de Florencia so帽aba todas las noches con la misma casa: ayer era el estrecho camino que llevaba hasta la entrada; hoy, la puerta con un exquisito llamador de alpaca, ma帽ana la sinuosa barandilla de cerezo... Con el tiempo lleg贸 a tener una imagen tan completa del edificio y su entorno, que quiso hacerlo realidad. Viaj贸 Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com durante años hasta encontrar un emplazamiento similar y confió después a los mejores arquitectos, aparejadores y artesanos florentinos su construcción. Para hacer una réplica perfecta hubo que deforestar una loma, desviar el curso de un río y armarse de una infinita paciencia: cada semana el mercader visitaba la obra y raro era el día que no ordenaba derruir uno de los muros, elevar una pulgada más la techumbre o rehacer los artesonados.

Muchas

eran

las

ocasiones

en

que,

encolerizado, rompía una vidriera o mandaba alicatar por vigésima vez alguna de las estancias. En cada una de aquellas jornadas les revelaba progresivamente la ubicación de las alcobas, el color de los azulejos, el nombre de las plantas que debían lucir en el jardín, la madera de la cama, el metal de las lámparas del salón, el número preciso de jarrones, la escena que debería mostrar tal tapiz o tal alfombra, el entramado de las

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www.elllantodelaslibelulas.com celosías, la caprichosa forma de la fuente, el motivo de los bajorrelieves de una columna... Lo cierto es que, muchos años después, el mercader subió por el sendero empedrado y tuvo, por fin, al girar en el último recodo, la sensación de encontrarse ante el palacio del sueño. Comprobó cada detalle y antes de acostarse entreabrió la ventana exacta de la fachada Norte. Por allí debía entrar –lo había soñado la noche anterior- el asesino.

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PLEAMAR

“Dios aprieta, pero no ahoga” José María Sbarbi. Proverbios y refranes

El año del Señor de 1643, Nuño Balboa –Sable- fue hallado culpable de los cargos de corsario y alta traición a la Corona de Castilla. El tribunal que lo juzgó aquel doce de Agosto en la ciudad de Cunamá falló que en, el plazo de diecisiete días, el reo habría de pagar tantos desmanes con la vida. Hombre acostumbrado a la inmediatez de la muerte y a los vaivenes de un barco, aquellas dos semanas largas se le hicieron eternas, y no tardó en comprender que el Aster Navas Mide tus Palabras 11


www.elllantodelaslibelulas.com verdadero castigo no sería la ejecución sino aquella espera estéril. Durante cuatro días llovió. Al quinto, llegó, con el pesado viento del sudoeste, un pausado carpintero que fue levantando el patíbulo a escasos metros de donde él se encontraba, presos al cepo manos, pies y cabeza. Trabajaba con un mimo y una calma desquiciantes, como si le hubieran pedido una delicada caja de música. El caso es que, mientras el ebanista medía y remedía, serraba, clavaba y pulía, nuestro Balboa se derrumbaba. El verdugo apareció una semana más tarde. Resultó ser un tipo afable, y no dudó en darle conversación mientras llenaba distraídamente un saco de arena. Lo vio probar luego con aquel bulto cientos de veces la trampilla y, antes de

despedirse

hasta

el

día

señalado,

engrasar

ceremoniosamente sus cuadernas.

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www.elllantodelaslibelulas.com El capellán no acudió hasta la noche antes, y le costó confesar a aquel pecador, pues sus hipidos y lamentos volvían ininteligible su interminable relación de culpas. Así, la mañana que subió a la horca no era ya el hombre que meses atrás se había cortado la nariz para cubrir un desplante de los naipes. Baste decir que hubo que sujetarlo para que no se desplomara y que no llegó a escuchar la carcajada con la que el Adelantado de Nueva Granada interrumpía la ejecución. Don Pero Yáñez tenía otros planes para el convicto y supo conformarse con verlo con la soga al cuello: este tipo – pensó- podrá, con una patente de corso, hacer mucho daño a los heréticos ingleses. Lo cierto es que durante un par de años volvió a navegar bajo la tácita protección castellana: pocos navíos británicos acertaban a fondear en Tobago o en Willemstad sin haber pagado el tributo del abordaje. El bucanero acabó

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www.elllantodelaslibelulas.com moviéndose por las Antillas –de Curaçao a Trinidad- con una impunidad insultante. Supo fingir siempre una sumisión encomiable. Por eso nadie lo esperaba esa noche de 1645. Seguros de su lealtad, habían subestimado su fuerza y el pirata arrasó Cunamá, violó, decapitó, quemó... Con Don Pero no quiso ensañarse y se limitó a ser ecuánime, enterrándolo hasta el cuello en la inmensa Playa de los Cormoranes. Era una época de mareas vivas y la bajamar se había llevado lejos el Caribe. Sólo llegaba de él un sordo rumor, muy difuso, que acababan tragándose las gaviotas, cada minuto más próximas y menos temerosas. El océano tardaría horas en reclamar aquella arena y su avance –le parecía distinguir ya la línea esmeralda, la escandalosa

espuma-

era

tan

imperceptible

como

inexorable.

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www.elllantodelaslibelulas.com El agua s贸lo comenz贸 a retirarse a un par de metros de su barba. L谩stima que su coraz贸n no resistiera hasta ese instante.

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Angelitos Con la tercera víctima comprendieron que el asesino no pensaba tomarse vacaciones. La directora de la Residencia congregó entonces a los ancianos en el salón de actos: "Procuren no alejarse del recinto y, sobre todo, desconfíen de cualquier niño que les regale alcohol o cigarrillos".

Golden Uno de los dos androides -el más estilizado- cogió el fruto y lo mordió voluptuosamente. Luego se lo dio a probar a su compañero, que se mostró más receloso: el humano les había encomendado muy especialmente la custodia de aquel ejemplar -el último manzano- del Jardín Botánico. Tras aquellos intrascendentes bocados sus registros Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com emocionales se vieron seriamente alterados; hubo que destinarlos a pesadas labores de carga y descarga en la desolada estación de Sunion.

Voluble "Es una lástima, señorita, que no nos hayamos conocido un poco antes. Hace apenas cinco minutos yo era un tipo encantador", dijo Mr Hyde, hundiendo la navaja en el costado de su víctima.

Arrepiéntete pues la hora es venida " Deberías ahorrarme este sufrimiento. Esto, hija mía, me va a doler más a mí que a ti"-dijo Torquemada mirando embelesado el hierro candente.

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www.elllantodelaslibelulas.com Los desordenados amores del bibliotecario No tienes, es verdad, las caderas de Ana, su cuerpo exuberante -y peligroso- como una jungla. Tampoco, corazón, los perfectos pezones -inaccesibles ochomiles- de Elena. Nunca podrás competir con Isabel, dulce y estilizada... aburridamente perfecta. Volvería a matar por el pubis -dulce salitre- de Olaia. Lo tenían todo, Úrsula vida mía, menos tu nombre, musical... definitivo.

Diagnóstico "Agua,

mucha

agua...y

unas

merecidas

vacaciones:

tenemos, vida mía, ese ácido úrico un poquito alto", dijo Drácula, enjugándose los labios con el dorso de la mano.

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www.elllantodelaslibelulas.com Mis problemas con el servicio. "¡Échale un ojo al cocido!" -le dije a la asistenta, una chica cumplidora en extremo. Hoy, por fin, le han puesto otro de cristal de lo más aparente y ha vuelto al trabajo tras unas reparadoras vacaciones. "¡Échame una mano con la colada!" -le he pedido amablemente.

Lagarto, lagarto Llegué a casa a la hora de la siesta y me encontré en el salón con un enorme saurio que daba cuenta de mi marido. Asomaba intermitentemente entre sus fauces una pantufla que se resistía a ser ingerida. La digestión fue pesada y hube de preparar a la pobre criatura un tazón de manzanilla. Eructó aliviado y regresó lentamente al documental de la 2: "La selva venezolana". No me van a creer pero... le echo de

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menos.

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Al cocodrilo, digo.

Testarudo Reprogramaron por vigésima vez al mayordomo de la estirada señorita Otis. Fue inútil: el puñetero androide se seguía metiendo el dedo en la nariz.

Náufragos Después de mirar al indígena más detenidamente, a Robinson se le antojó aburrido e indolente. Olvídalo..., le dijo, te llamaré lunes.

Dura lex, sed lex El mocoso había encontrado –era tristemente célebre la severidad de aquel correccional- la horma de su zapato. El director se mostró implacable: Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com -Escribirá cien veces "no volveré a apuñalar al conserje".

Diagnóstico Contrajo matrimonio y se fue de vacaciones a Birmania. Allí, puestos a contraer, contrajo la malaria. El forense no supo precisar cuál de las dos afecciones acabó con su vida.

El turista accidental En la terminal de autobuses una mujer se le acercó y le dio un beso neutro en los labios. Llevaba de la mano un niño de unos cuatro años que le llamó papá. No supo decirles que estaban equivocados: a fin de cuentas sólo –se engañó- sería un fin de semana.

Entremés Cervantes fue un escritor genial. Como persona –basta leer su biografía- siempre le faltó un poquito de mano izquierda.

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Evidente

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Es elemental, querido Watson -dijo Holmes. Perdone que disienta, Holmes, pero este queso es Cabrales -respondi贸 Watson.

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¡GRIPPAL POR COMPASIÓN!

El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre G. G. Márquez, Cien años de soledad

El año de gracia de 1533 se fundó la ciudad de Cartagena de Indias. Según cuentan las crónicas, ocupar y dar nombre a aquella vaguada que moría en el Atlántico costó gran cantidad de sangre, pues los guapiles –indígenas que por aquel entonces poblaban el valle- fueron un pueblo difícil de someter y cristianar, y sólo con la fuerza se pudo colocar en aquellas tierras el pendón de Castilla.

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www.elllantodelaslibelulas.com Lo que la Historia –con mayúsculas- ignora es que fue el Amor y no la violencia quien acabó por doblegar a los nativos. Hoy, quien pasea por la bella ciudad colonial o se asoma a su maltrecho malecón, difícilmente puede imaginar aquella época convulsa en que se engendró ese laberinto de calles y plazuelas en torno a la iglesia barroca. Pero, sí, lo cierto es que durante cinco años de poco o nada sirvieron los esfuerzos de la Corona para someter a los infieles y hubo de ser mi abuela Blanca quien, muy a su pesar, terminara con los indios. Mi abuelo, Don Pedro de Heredia, llevaba quince años dando tumbos por la actual Colombia; ayer en Popayán, hoy en Barranquilla, mañana en Bucaramanga. Esta vez el rey Carlos le confiaba la misión de colonizar un punto concreto de las Indias Orientales, un lugar estratégico al que ya se le había dado nombre, antes incluso de haberle hecho un hueco en la selva.

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www.elllantodelaslibelulas.com Para ese momento, su esposa, Doña Blanca de Butrón y Arístegui, estaba hartita de hacer y deshacer el petate y soñaba con regresar a la Península. Su marido confiaba en que tras aquellos abnegados servicios al Imperio le fuera concedido por fin un merecido virreinato y con ese argumento trataba de contentar, en vano, a su mujer: Blanca era una soñadora impenitente que no tardó en ver en Don Diego a un mercenario, cruel y ambicioso, disfrazado de gobernador. El caso es que en el otoño de 1528 un centenar de soldados había abierto por fin un incipiente claro en el bosque. La vegetación era, sin embargo, sofocante y sólo gracias a la labor de los machetes no eran engullidos por la foresta. El matrimonio ocupaba la única casa de adobe ligeramente apartada de las precarias construcciones de madera donde se albergaba el destacamento, cada vez, por cierto, más desmoralizado por la certeza de estar librando su contienda contra fantasmas: Los guapiles destacaban por Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com su mimetismo y su guerra de guerrillas. Aquellos salvajes se movían por la jungla con el sigilo de felinos y sus ataques fueron diezmando paulatinamente la guarnición y minando las ansias redentoras del capellán. Surgían, así, de improviso en medio de la noche y las desafortunadas víctimas apenas tenían tiempo de esbozar un gesto de sorpresa. Nadie había oídos sus pasos ni encontraba al alba sus huellas. Durante el día se peinaban los alrededores y se deforestaba otra hectárea, que la humedad y la Naturaleza reclamaban casi inmediatamente. Cuando la luz devolvía al poblado la ilusión de la tregua, mi abuelo, como aquella mañana, se adentraba en el dédalo verde y dejaba a mi abuela en manos de un puñado de centinelas. Regresaban al anochecer sin ningún resultado y volvían a sentirse sitiados. Todo ocurrió, sin embargo, al mediodía. El silencio era ensordecedor, y tan sólo llegaba a los oídos de Doña 30 Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Blanca el trasiego de la mucama en la cocina. Le pareció notar una corriente de aire; debía cuidar –pensó- ese catarro, una gripe mal curada que llevaba arrastrando quince días. Se volvió entonces, dejando sobre el escabel la labor de bordado que la había mantenido ocupada, con la intención de cerrar la puerta abierta a su espalda. Prácticamente se chocó con el pecho del indio. Se separó sorprendida y contempló aquella torre de bronce que parecía aún más sobrecogida que ella. Brilló en ese instante en la estancia la hoja del puñal con que el intruso pretendía acabar con su vida. Sin embargo se le veía vacilante, vencido por los ojos almendrados de la mujer que, inesperadamente, comenzaba a avanzar hacia él como un ejército. Ahora era el hombre quien se batía en retirada hasta la pared. La mujer le apartó delicadamente la melena, le miró los labios como quien observa y saborea ya una fruta madura y le besó; al principio delicadamente, luego con una

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pasión

www.elllantodelaslibelulas.com desorbitada que acabó rindiendo

al

pobre

desdichado. Lo recorrió después morosamente con la certidumbre de que ese era el hombre que había estado esperando y deseando cada noche durante un lustro. El indígena consiguió alcanzar la salida y perderse en la vorágine esmeralda. Dos semanas más tarde comenzaron a encontrarse los primeros cuerpos al borde de la ciénaga y los escasos supervivientes atraían sobre sí a los soldados con un concierto de toses y estornudos. Apenas hicieron veinte prisioneros que llegaron encadenados hasta la aldea, pálidos y devorados por la fiebre. No estaba –desesperadamente lo buscó Doña Blanca- entre ellos.

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EL MONARCA INSOMNE

Once años tenía, doce meses hace que te espero, por este paraguas trece duros pago. Gloria Fuertes,Obras incompletas.

El sultán se despertó una mañana con un número pegado a los labios. El guarismo -como la melodía de una moaxaja- lo acompañó durante toda la jornada. Por la tarde, en el Pleno, se sorprendió a sí mismo bisbiseándolo, completamente ajeno a las detalladas observaciones de sus consejeros sobre la necesidad de un

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www.elllantodelaslibelulas.com nuevo aljibe, el monto por la cobranza de alcabalas o la construcción de la tercera torre de la alcazaba. Pasó la noche -tropezó con el dígito en el ombligo de su decimosexta esposa- haciendo cábalas sobre el origen de esa fijación tan absorbente. No, no correspondía a la fecha

de

su

coronación,

ni

-imaginó

todas

las

combinaciones posibles- a la de ninguno de sus noventa y seis hijos. Era muy superior al número de alcobas de palacio e inferior -pidió de madrugada a sus ujieres papel y tinta para hacer la operación- al número de días que había vivido. Lo único cierto es que desde esa noche el único propósito de su reinado fue descifrar aquel enigma. Repartió a sus funcionarios y menestrales desde la vega hasta los desolados pueblos de la costa con esa única encomienda. Pero el número que desvelaba desde hacía ya meses al monarca no coincidía con el censo de sus súbditos ni se acercaba al total de olivos. Era mayor que el cómputo de doncellas pero no alcanzaba al de adobes con que fue 34 Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com levantada la Gran Mezquita. No había tantos azulejos en Puerta Elvira, ni tantos puestos en el zoco. No eran tantos los nombres para designar al Omnipotente, ni había tantos pasos hasta el Mediterráneo. Su preferida -amaneció contándolos- tenía muchos más cabellos y había, según el cartógrafo real, muchas más leguas hasta la Meca. Eso sí, cada vez estaba más convencido -con esa certeza irrefutable que sólo da la intuición- de que la cifra no escondía un mensaje de la fortuna sino de la fatalidad, pues al pronunciarla se le quebraba la garganta. Cada atardecer alimentaba más esa certidumbre: la sierra no medía tantos pies, no había pueblos con tantas ventanas, comarca con tantos niños. En la ceca no se fabricaban tantos dinares, en la alhóndiga se almacenaban muchas menos cántaras de vino. Fueron muchos más los albaricoques que se recolectaron en Junio y muchas más las almendras recogidas en Septiembre.

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www.elllantodelaslibelulas.com Probó a leer la cifra al modo de los infieles, trastocó el orden de sus elementos, los sumó, restó, multiplicó, dividió, los dejó en manos de algebristas, astrónomos, alquimistas y zahoríes... Todo fue inútil y nadie pudo evitar que el rey siguiera vagando insomne por los pasillos de la corte con los ojos cada vez más turbios. Avejentado y exhausto, una noche de mayo, Boabdil el Zegoybí consiguió, milagrosamente, conciliar el sueño. Su ayo, a pesar de la gravedad de la noticia, no permitió –se limitó a arroparlo; dormía como un niño- que lo despertaran: las tropas cristianas avanzaban hacia Granada. Eran -según la General Estoria- 16790 hombres.

La cifra, por supuesto, es lo de menos.

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VIDA NORMAL

Pongo tanta atención cuando te beso... Ángel González. Me basta así.

Pancreatitis. Sí, lo que de verdad había salvado su matrimonio había sido esa dolencia. Mereció la pena haberse pasado dos semanas postrada, retorciéndose de dolor cada vez que aquella voluble víscera se enfurecía. Fue en esos momentos cuando volvió a sorprender en él -noche y día al pie de la cama- un gesto de complicidad que creía olvidado: esa forma de cogerle la mano o de apartarle el

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www.elllantodelaslibelulas.com cabello para medir la fiebre con los labios, con una morosidad que era una petición de tregua. Allá fuera, tras la desconchada puerta de la 417, al otro lado de los cristales, hacía ya tiempo que la vida se había convertido en una batalla y ellos en enemigos irreconciliables. Ese inesperado armisticio había hecho que su evolución fuera inmejorable: al séptimo día ya no era preciso el Nolotil y pudo comenzar con una dieta líquida. Su sistema digestivo -igual que su relación de pareja- empezaba a funcionar de nuevo. Allí estaba él, siguiendo sus reacciones después de cada comida, todas y cada una de sus ecografías, cada vez más exhausto y más enamorado. "Muévase, pasee por los pasillos, le vamos a quitar la sonda", le anunció el equipo médico. Al día siguiente él fue ya unas horas a la oficina y no regresó -le pareció ligeramente distante- hasta la tarde.

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www.elllantodelaslibelulas.com "Este sábado, por fin, se va usted para casita: vida normal", le dijeron la mañana del viernes.

Lástima

que

al

día

siguiente

se

cayera

inexplicablemente por las escaleras de planta y hubiera que ingresarla en Traumatología.

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SOBRE RUEDAS

Se conocieron en un chat: a él le sedujo el aire vulnerable de sus frases; a ella le sentaba como un bálsamo –estaba superando un mal trago- cada uno de sus mensajes. Con aquel desconocido tenía la sensación de que todo volvía a estar en el sitio adecuado. Siempre se mostraba tan optimista... “Sobre ruedas” –respondía cada vez que ella tecleaba “¿cómo te va la vida?” Un buen día decidieron dejar de ser amigos virtuales y encontrarse en una cafetería del Centro.

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www.elllantodelaslibelulas.com Ella se hartĂł de esperar. El local estaba casi vacĂ­o y le estaba poniendo de los nervios aquel minusvĂĄlido de la mesa del fondo: no dejaba de mirarla.

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POR LA CARA

Al jefe de Personal le bastó mirarle para comenzar a rellenar el contrato. “Pascoal Pedro Adao Neto. Fecha y lugar de nacimiento: 18/11/74, Luanda (Angola)...” El día anterior se lo habían asegurado en la Oficina de Empleo. Era la persona idónea; respondía escrupulosamente al perfil solicitado por aquellos grandes almacenes. Les había convencido, sin lugar a dudas, -pensó Adao- su currículum: la licenciatura, el título de la Escuela Oficial de Idiomas, los numerosos cursillos de administrativo.

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www.elllantodelaslibelulas.com “Empieza usted mañana. Planta infantil. Turno de tarde." Esbozó una discreta sonrisa y le acompañó hasta la puerta: “Espero que le gusten los niños”. Avanzaba ahora abstraído por la Avenida, cubierta por el concierto de luces y colores navideños: de la noche a la mañana le habían nombrado rey... y mago.

Por la cara.

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CUENTOS PARA LEER EN EL ASCENSOR

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www.elllantodelaslibelulas.com Impulsiva Entre las muchas virtudes de Doña Blanca no figuraba la paciencia: no estaba dispuesta a perdonarle a Paco ese nuevo flirteo. -Tengo –se dijo, mientras hacía la maleta- ochenta años y toda la vida por delante.

Supermán La videoterapia estaba dando resultado: con el tercer pase del avión a punto de impactar con la torre gemela, Christopher Reeve había movido el dedo corazón de la mano derecha.

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www.elllantodelaslibelulas.com Blade Runner El replicante se buscó inútilmente el ombligo y lo entendió todo.

Migraña -Nunca te pones en mi lugar –le reprochó ella, augurando una ruptura inminente. Esa misma noche él ocupó su lado de la cama: mientras ella conquistaba su nuca a él le asaltó una horrible jaqueca.

Casi human -¡Mecachis! –dijo ligeramente contrariado el androide, recogiendo el brazo que le acababa de arrancar la troqueladora.

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CUENTOS PARA ESPERAR EN LOS SEMテ:OROS

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www.elllantodelaslibelulas.com En el umbral -Vamos por la tercera pregunta y aún no hemos hablado de mi libro –gritó indignado al genio, que le ofrecía un último deseo.

Fuego Al verlo aparecer –el buitre aquella tarde se retrasaba ya unos minutos- Prometeo suspiró aliviado.

Me llamo -Bond, James... Bond. ¿O era William? dudó el octogenario 007.

Televisión interactiva -¡Cielos, mi marido! -espetó Marisa al atractivo presentador del telediario sacando el mando a distancia de debajo de su falda. 50 Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Imparcial -Caperucita era una niña muy, pero que muy mala que tenía aterrorizados a los animales de bosque -empezó a contar la loba a sus cachorros.

Niágara -Cataratas –dijo el oftalmólogo al cíclope palmeándole la espalda.

Nicotina Recordó el eslogan de la clínica –“si vuelve a fumar lo lamentará”- y se llevó a los labios el cigarrillo con el último dedo que le quedaba.

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SORBETE

Sabía que tarde o temprano Virginia olvidaría aquella infidelidad. Eso pensaba mientras saboreaba el sorbete de champán con el que, sin duda, firmaban la reconciliación. Allí estaban, en el comedor, como si nada hubiera pasado, repitiendo ese rito de fin de semana: ella, una excelente repostera, le sorprendía cada sábado con un nuevo postre y, mientras lo degustaba, le explicaba su elaboración.

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www.elllantodelaslibelulas.com -El truco, cielo, está en el champán; frío, muy frío y brut –dijo ella, al ver el gesto de placer que esbozaba su marido con el primer sorbo. -La

nata

–continuó-

la

he

comprado

en

un

Delicatessen: tiene un punto de nieve inconfundible. -¿Y cómo has conseguido ese regusto final a almendra? –preguntó él, apurando el último trago. -¿Juras guardarme el secreto? –le pidió ella, mimosa. -Seré una tumba –le siguió él el juego. -De eso, amor, puedes estar seguro.

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CANELA EN RAMA

Yo sé que existo porque tú me imaginas. Ángel González, Muerte en el olvido.

Mi vida seguía los derroteros convencionales hasta que franqueaste la puerta de mi piso de soltero y te hiciste imprescindible como el agua. Por no

perderte

me bastaba mirarte para

comprender que desaprobabas mi estilo de vida- empecé a ducharme y afeitarme a diario. Sí, fue tu displicencia la que me hizo seguir la dieta mediterránea y practicar footing con una

regularidad

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neurótica.

Enseguida

comprendí –tu Mide tus Palabras

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www.elllantodelaslibelulas.com mutismo era elocuente- que debía abandonar el denostado vicio del tabaco y lo hice. La fuerza hipnótica de tus pupilas y tu gesto impertérrito me hicieron renovar mi vestuario y con el tiempo aprendí –reconócelo- a combinar los colores con cierta armonía. En ti, amor, me miro –no en el espejoantes de salir a la calle. Por ti me he convertido en un solitario impenitente. No te convencían –deberías pensar, cielo, que llegaste a casa de la mano de uno de ellos- mis amigos. Sus chistes, sus torticeros comentarios, te ponían el pelo de punta y más de una vez les hiciste objeto de un desplante. Tampoco encajaste con mis amigas: la que intentó, en vano, ganarse tu complicidad, no recibió sino arrogancia. Por ti –y por tus siete pequeños- vendí el deportivo y compré un espacioso monovolumen, dejé de alquilar películas X y cambié el fútbol por el Pasapalabra. He visto a tu lado -¿cabe mayor prueba de amor?- Los Puentes de Madison y he confiado a Calvin Klein mis entretelas. 56 Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Por ti –por lo menos te encanta la casa- nos mudamos a esta buhardilla: el espacio interior resulta más reducido y en algunos puntos sólo quepo sentado pero verte feliz compensa todos los chinchones. A veces te acompaño –me juego la vida en los deteriorados canalones- hasta las chimeneas más próximas pero no tardo en perderte de vista. De vuelta en nuestra casa, no consigo conciliar el sueño hasta que regresas: de noche todos los gatos son pardos y los celos me devoran. Sí, lo sé; sé que querías mucho –por eso no quedaba, amor, más remedio- a ese gato color canela que cada

noche

te

reclamaba

desde

la

claraboya.

Te ruego, gatita, que seas indulgente: yo nunca te he reprochado lo que hiciste -Dios la tenga en su gloria...- con mi prometida.

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ESPEJISMO

Quiso Alá que el califa engendrara en su novena esposa a su primogénito y que fuera llamado Jassim y que la Providencia lo cubriera con todas las gracias del cuerpo y le hurtara las del alma. Quiso Alá que Kalim, el humilde maestro cristalero, engendrara en su esposa Zulema un varón y que fuera llamado Karul y que la Providencia lo cubriera con todas las gracias del alma y le hurtara las del cuerpo. Quiso Alá que Jassim heredara el reino de su padre pero no su clemencia. Arrogante y engreído, se comportaba como un tirano. Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Quiso Alá que Karul heredara el negocio del suyo pero no su habilidad. Torpe y timorato, no sabía dominar el vidrio. Quiso Alá que Jassim, vanidoso, decidiera cubrir su alcoba de espejos y escogiera a Karul para empresa tan delicada. Y Kalim templó como supo los cristales y los cubrió con el mejor azogue y los pulió con agua del mejor azufre. Una y mil veces. Y

Jassim

se

puso

las

mejores

galas

para

contemplarse en ellos. Pero en éste se vio alto y desgarbado; en ese, gordinflón y paticorto; en aquel, deforme… Quiso Alá que su reacción fuera la risa y que cuanto más se mirase se sintiese más humano y se volviese más justo. Quiso Karul que se supiese esta historia y la escribió de tal forma que sólo se entendiese sobre un espejo. 60 Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Quiso Alรก que este humilde gentil la descifrase.

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UN PERFECTO DESCONOCIDO

Hasta entonces, evidentemente por su carácter esporádico, nunca había dado importancia a un hecho tan trivial. Al fin y al cabo, convendrá conmigo, ¿a quién no lo confunden de vez en cuando con otra persona? A usted le habrá saludado en más de una ocasión un perfecto desconocido y le habrá devuelto educadamente el gesto, dudando tal vez de su memoria o, si la ocasión lo propiciaba, le habrá sacado cortesmente de su error mientras aceptaba sus disculpas.

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www.elllantodelaslibelulas.com Iba ya para tres meses que había llegado a esta localidad. Tras la jornada laboral solía perderme por sus calles, con esa mezcla de temor y curiosidad que provocan las ciudades en los forasteros solitarios, con la misma fascinación del intruso que se adentra en un laberinto. El caótico trazado urbano –mis pasos me conducían con frecuencia hasta el Casco Antiguo, un conjunto de estrechas arterias clónicas que acaban confluyendo en una hermosa plaza portalada- alimentaba aún más esa sensación de explorador desorientado. Por supuesto que no había visto en mi vida al tipo que, tras encontrarse conmigo bajo los arcos, me palmeaba groseramente la espalda. Él, sin embargo, por la pasión que ponía en el empeño –todavía hoy tengo resentida alguna vértebra- y la familiaridad con que me hablaba, debía, sin duda, tomarme por un amigo íntimo: ¡Cuzco, jodido Cuzco...!

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www.elllantodelaslibelulas.com Llegados a este punto, debo aclararle que un servidor siempre se ha dejado arrastrar –así me va- por las circunstancias y que difícilmente me atrevo a llevar a nadie la contraria, aún en el íntimo convencimiento de estar en algunas –contadas- ocasiones en poder de la razón. Pero, desde luego, le juro por mis muertos más recientes que a aquel sujeto que ahora me introducía a golpes en la cafetería y me invitaba a una cerveza, yo, Carlos Abascal Melero, humilde profesor de Secundaria, no lo conocía de nada. Le escuché, no obstante, pacientemente; cierto es que tampoco me permitió meter baza para aclarar, al menos, el malentendido: tenía ese discurso desenfrenado de los amigotes de barra, el tono seguro y autosuficiente del bebedor avezado que se torna colérico y porfiado ante cualquier falta –por mínima que sea- de consenso. Por él supe –sobreentendí más bien- que mi doble era un hombre de costumbres licenciosas y un noctámbulo Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com impenitente, un individuo –a mi interlocutor le extrañó sobremanera mi lucidez- al que difícilmente podía encontrar sereno a aquellas horas. Me despedí de él atropelladamente, pero ya en la calle comenzó a ganarme una creciente curiosidad que aquella noche no me permitió conciliar el sueño. Me inquietaba la existencia de alguien que –visto lo visto- debía ser mi réplica perfecta y que, sin embargo, estaba tan alejado de mi vida, ordenada y austera, la certeza de que ese otro yo recorriera en aquellos mismos instantes, equívocos locales y garitos o zigzagueara borracho por alguna desolada avenida. Cada

tarde

regresaba

a

aquellas

calles

engañándome a mí mismo –hoy era una ineludible visita al Museo Etnográfico, mañana al soberbio claustro románico de la Basílica, al día siguiente a un palacete modernista de principios de siglo- pues, inconscientemente –ahora por fin

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www.elllantodelaslibelulas.com lo entiendo- buscaba tropezarme de nuevo con mi copia o con alguno de sus correligionarios nocturnos. Ayer me aventuré, por fin, en el Barrio Chino, tangente –la frontera entre ambas, si existe es muy difusacon esa parte noble de la ciudad. No fue algo premeditado sino –quiero pensar- fruto del desconocimiento, el que acabara en aquella zona marginal donde resultaba tan obvio el trapicheo y la ilegalidad. El ambiente, eso sí, maquillado súbitamente con escandalosos neones, se me antojaba cada vez más sórdido y amenazante e intenté volver –cierto que en vano, pues todas las esquinas parecían idénticassobre mis pasos. Al de unos minutos comencé a notar la indiferencia y la cordialidad con que me trataban los personajes apostados en sus aceras, actitud que evidentemente sólo podían reservar al residente o al cliente habitual y que me tranquilizó hasta el punto de decidirme a tomar una consumición en uno de los establecimientos. Tanto el Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com camarero como los parroquianos me recibieron como a un camarada. El barman me sirvió, al parecer, lo de siempre, un explosiva mezcla etílica que fui incapaz de apurar pero que me sumergió en un estado de euforia más acorde con las circunstancias, me dio ánimos para moverme entre aquella fauna y aligeró sobremanera mi tráfico intestinal. Buscando el baño, traspasé una cortina que ocultaba la trastienda del local. En torno a una mesa circular se apostaban varios individuos que levantaron un solo instante la vista del tapete para recriminarme mi tardanza. Segundos después me encontré sentado a su lado mientras el camarero me servía otra copa de un ambarino brebaje. La neblina del tabaco aumentaba la sensación de irrealidad y clandestinidad de aquel conciliábulo. Sólo a través de un minúsculo ventanuco se adivinaba la luz y el trasiego de zapatos del mundo exterior donde imaginé a la noche tomando al asalto las aceras.

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www.elllantodelaslibelulas.com Aunque al principio –intenté en vano disimular mi torpeza- se me caían las cartas, a los pocos minutos me asombró la paulatina habilidad con que empezaba a manejar la baraja y la maestría –nunca he fumado- con que sujetaba entre los dientes, entreverados los ojos, el montecristo. El diálogo se había reducido al críptico código de los naipes. No me reconocí en el tipo –cierto que sus manos eran las mías- que hablaba ahora y extendía la escalera de color como un abanico, encajada como un puzzle, imposible y perfecta. Aún me parece, señor juez, ver al mamonazo aquel le hundí la roñosa hasta las cachas- llevarse la mano al costado, incrédulo, como si de repente el muy julai se buscara la cartera.

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www.elllantodelaslibelulas.com Nadie me llama a mĂ­, a Cuzco Montalvo, tramposo y vive para contarlo.

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FINAL DE TRAYECTO

Ser o no ser: todo el problema es ése. W. Shakespeare, Hamlet

Al parecer, según me dijeron por teléfono, la mujer llevaba en la Terminal un par de días. Dado el enorme trasiego de aquellas fechas -finales de Julio- había conseguido pasar desapercibida y los responsables de seguridad no habían acertado a descubrirla entre la multitud que saturaba los andenes. Se limitaba además a esperar pacientemente, tal y como lo hacían en definitiva centenares de viajeros. Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com La delató irremediablemente la noche. El sueño y el cansancio la acabaron rindiendo sobre uno de los bancos donde hasta ese momento había permanecido sentada discretamente. Nadie -habían hablado ya con la policía- había denunciado su desaparición. Carecía de billete y de documentación y en su bolso, aparte de una discreta cantidad de dinero que le había permitido alimentarse -por su aspecto- con cierta regularidad en la cafetería, no se encontró ninguna dirección, llaves o número de teléfono; ningún detalle, en definitiva, que le fijara un presumible lugar en el mundo. Todo su equipaje iba en una pequeña maleta cuyo contenido, de lo más convencional, no había servido tampoco para aclarar nada. Cuando se le preguntaba por su identidad, su domicilio o su destino, guardaba un silencio inquietante que sólo había roto para repetir en varias ocasiones mi nombre, al principio de una forma vacilante e insegura, luego con 72 Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com progresiva rotundidad y certidumbre, como si en ese instante de clarividencia recuperara prodigiosamente la memoria. El tipo con el que había hablado no acertó a darme una descripción detallada; se apreciaba a través del auricular su esfuerzo por ser más explícito pero todo se quedó en un retrato genérico, un difuso boceto en el que incluso la edad resultaba indefinida. En el vestíbulo de Termibus desemboca una boca de metro por la que yo aparecí en escena aquella tarde. Me esperaban para entonces en un despacho minúsculo de la primera planta, frontero con la ventanilla de información. El hombre que fumaba impaciente junto a la puerta me pidió calma ante cualquier reacción inesperada de la mujer que nos tenía allí reunidos. Cuando accedí a aquel pequeño cuarto, nada -ni los mensajes continuos emitidos por megafonía ni la llegada de un exhausto Talgo- consiguió apartar mi atención de los ojos Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com atónitos de aquella extraña. La saludé cortesmente y -en un vano intento por arrancar de sus labios un mínimo balbuceohilvané algunas frases que le transmitieran afectividad y confianza. Ella se limitó a mirarme severamente, con la sorpresa y el reproche de quien ha perdido la paciencia. Salí de allí confuso y aturdido: por un lado hubiera jurado que no la había visto en mi vida, por otro tenía la íntima sospecha de que aquel no había sido nuestro primer encuentro. Regresé a casa abstraído y durante días no conseguí conciliar el sueño. Agosto sumergió la ciudad en una suerte de tregua y la volvió súbitamente habitable y humana. El calor invitaba a la pereza. Sólo a final de mes volví a conectar el ordenador y retomé un relato que había comenzado sin mucha convicción -apenas un par de párrafos olvidados en un disquete- hacía casi un mes. El inicio sin embargo se me antojaba ahora en la pantalla sugerente y lleno de posibilidades: una mujer, ligera de 74 Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com equipaje, franqueaba la entrada de una estaci贸n de autobuses; tan s贸lo restaba la labor apasionante de inventarle un rostro, un pasado y subirla a un autocar.

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NUDOS

Dejo mi brújula con la advertencia de que el Norte es el Sur y viceversa.

Mario Benedetti; Buzón de tiempo

Amanecía y una fina lluvia daba a la luz incipiente un halo mágico. Escuchaba

sus

pasos

sobre

los

adoquines:

resultaban cómodos aquellos zapatos; el tacón, tal vez, excesivamente alto.

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www.elllantodelaslibelulas.com Se apartó el cabello del rostro y buceó con los dedos en el bolso, buscando las llaves. Ya en el ascensor se percató de la carrera en la media y esbozó un gesto de fastidio. Respiró profundamente y en ese instante sintió el enorme peso de la noche. Todavía –pensó- podría dormir un par de horas. Se demoró frente al espejo del baño: había acertado con los pendientes y el tono del lápiz de labios; eran el toque atrevido de un conjunto discreto. Antes de acostarse colocó el vestido en el armario y recorrió el apartamento, inmensamente vacío. Intentó, en vano, conciliar el sueño: aún le erizaba la piel la voz tenue de aquel hombre desconocido de manos delicadas y ojos de gato; en algún punto de su cuello intuyó el calor húmedo de sus labios. El despertador fue inflexible. Se dio una ducha y se asomó por un instante a la ventana de la terraza. Un camión de riego avanzaba lento por la avenida, sacando a la ciudad 78 Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com de su letargo. Todavía, de la ciudad adormilada llegaba el eco del Carnaval y, los últimos noctámbulos, con los disfraces más insospechados, regresaban vacilantes a sus casas.

No pudo reprimir las lágrimas mientras se ajustaba el nudo de la corbata.

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CALMA CHICHA

Había vivido con esa imagen desde niño. Estuviera donde estuviera le bastaba girarse para que su vista chocara con la línea recta del Atlántico. La tierra tenía allí un límite claro, una frontera definida; los ojos, un punto donde detenerse. En Madrid acabó por acostumbrarse al tráfico, a su calor de invernadero, al ritmo frenético impuesto a objetos y personas, pero no consiguió superar la ausencia del agua y ésta se convirtió en una idea recurrente y obsesiva: se asomaba desde aquel ático con la inconsciente esperanza de ver más allá de la franja dentada que dibujaban los Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com edificios, abrigando la posibilidad remota de que allá al fondo se atisbara –se hubiera conformado con el espejismouna banda azulada. Con el fin de mitigar en lo posible esa nostalgia fue salpicando tímidamente su domicilio de detalles sugerentes. Así, junto al gel de baño colocó una irisada caracola y en el salón, sobre el equipo de música, un discreto mural con los diferentes lazos marineros. En la cocina, extremadamente funcional y moderna, el círculo de una pecera rompía la severidad de líneas. Un pez de ojos saltones se movía nerviosamente intentando buscar una salida. En su fondo se abría y se cerraba un diminuto cofre, semioculto por el coral de plástico. Aquellos talismanes le consolaban, pero en cuanto podía, aprovechando un puente, un fin de semana largo, huía de la ciudad despavorido y regresaba a la costa. Disfrutaba de aquellos días con la avidez de un recluta de permiso: si la meteorología se lo permitía navegaba a 82 Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com cabotaje en una pequeña embarcación de su propiedad y si el tiempo no acompañaba paseaba descalzo por la playa, se demoraba en el puerto platicando con los pescadores o se asomaba a los acantilados. De aquellas escapadas volvía recuperado, como si el mar tuviera sobre él el efecto de un balneario, la efectividad de una cura de sueño. Regresaba eufórico, con las pilas cargadas y siempre con algún tesoro entre el equipaje: hoy era el timón de un viejo clipper, herido en su costado por una ingrata vía de agua, mañana un par de cabrias de bronce robadas a una olvidada goleta... el fin de semana siguiente los obenques de un velero. Llegó a hacerse con una enorme botavara que tuvo que transportar amarrada aparatosamente sobre la baca del coche. Así fue como poco a poco su domicilio fue adquiriendo la apariencia de un barco. Aún así todo le parecía insuficiente: sustituyó entonces el entarimado de toda la vivienda por madera de boj; le resultó carísimo, pero Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com el día que pudo recorrer las habitaciones sólo echó de menos cierta inestabilidad en sus pasos. Sin consultar a los vecinos cambió poco después las ventanas convencionales por otras circulares con las que intentaba remedar al menos los ojos de buey de una nave. Las

cortinas

fueron

confeccionadas

con

vela

cangreja. Llegados a este punto su esposa preparó entre hipidos una pequeña maleta y se fue dando un sonoro portazo: para entonces en el baño las conchas, chirlas y estrellas marinas disputaban el espacio a los utensilios de aseo y las paredes del pasillo habían sido cubiertas con la madera de un empalletado de popa. Transformar el dormitorio en un camarote fue acaso lo más sencillo, dado que ese tipo de mueble –cierto que de demanda más juvenil- se seguía fabricando. Bastó colocar después sobre el escritorio un viejo cuaderno de bitácora entreabierto y varias tablas de navegación.

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www.elllantodelaslibelulas.com En el salón se sirvió de la columna central para hacer una réplica del palo mayor, rematándolo con drizas y andariveles. Jubiló la mesa supletoria y colocó en su hueco un añejo barril de ron. Sólo restaba llenar la librería de volúmenes rematados en cuero. No podían faltar “Moby Dick” ni “El diablo de la botella”. Mayor obra de ingeniería supuso la construcción del acuario al fondo de la estancia. Tuvo que contar con la ayuda de un aparejador que dirigiera el proyecto y hubo que introducir, por su tamaño, la plancha de cristal a través de la terraza. Mereció, sin embargo, la pena; una vez finalizado, uno tenía la sensación de encontrarse bajo el agua. No escatimó además en gastos a la hora de recrear su fondo y de poblarlo con todas las especies necesarias para dar la imagen de un ecosistema marino. Cierto es que pasaba muchas horas cuidándolo y alimentando a sus pobladores: allá en la esquina se mimetizaba una peligrosa morena, un calamar se autoimpulsaba ahora hacia el vidrio... Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Cierta tarde consideró la obra terminada. Abrió entonces una cerveza y se asomó a la calle desde el balcón. Allí, en proa, se encontró a gusto; una ligera brisa le agitaba el cabello y por un momento creyó sentir el inconfundible sabor del salitre en los labios. Hizo un repaso mental de la jornada mientras comenzó por fin a notar en los pies un ligero cabeceo del casco: nada especial que reseñar en el diario de a bordo. Llevaba mucho tiempo sin sentir el viento en las velas, muchos días de exasperante calma chicha. En el horizonte se comenzaba a formar la figura de un pesquero; sí, allá a lo lejos, a poco más de una milla. Un transatlántico le rebasó una hora más tarde por estribor. Se enamoró como un adolescente de la mujer que le saludó con la mano desde cubierta.

Se parecía mucho a la vecina del quinto izquierda 86 Aster Navas

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ZONAS VERDES

Vivo sin vivir en mí Teresa de Jesús.

Con la llegada de las vacaciones los parques se habían ido poblando de insoportables mocosos y de impertinentes cuadrillas de quinceañeros y así, a la calma habitual, sucedía ahora la algarabía y el trapicheo. No era el ambiente ideal -aún se encontraba convaleciente- para la relajación

y

el

reposo:

los

muchachos

organizaban

encuentros de fútbol en los que acababa ejerciendo de involuntario portero; los adolescentes cultivaban el gregario Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com hábito del botellón sin ningún miramiento y las parejas convertían los bancos en tálamos improvisados. La desidia municipal y las fiestas del barrio hicieron el resto: Don Nicolás siguió en su éxodo a las palomas. El trasiego de zona verde en zona verde sirvió para cansarlo y convencerle de que sólo la llegada del otoño, con su ritmo de vida más ordenado, devolvería esos -hasta entonces- remansos de paz a sus inquilinos. El caso es que una mañana el destino acertó a pasarlo junto al camposanto. Entró un tanto cohibido pero poco a poco el balsámico y persuasivo silencio que allí se respiraba lo acabó sentando bajo los cipreses. Allí, sí, allí era posible olvidar aquel absurdo accidente de tráfico del que tanto estaba tardando en restablecerse. Un buen día tu coche se sale inopinadamente de la calzada y te despiertas –en todos los sentidos- en la cuneta. Los cementerios siempre le habían inspirado mucho reparo y el primer día no fue capaz de permanecer allí más 88 Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com de media hora. La sombra reconfortante de los árboles, la luz de primeros de Julio y el recuperado canto de los pájaros,

acabaron

difuminando

primero

y

haciendo

desaparecer después ese complejo de intruso que le asaltó en un primer momento. Así la duración de las visitas se fue prolongando: lejos del mundanal ruido, el tiempo se frivolizaba y cuando quería darse cuenta el sol estaba en todo lo alto y había que cerrar el periódico y regresar al mundo de los vivos. Cada día le costaba más enfilar la salida. Desde hacía unas semanas el universo exterior se le antojaba frenético y ajeno. Tenía cada vez más la sensación -en el Centro de Jubilados, en la taberna de Joaquín, en la parroquia- de ser un convidado de piedra. En casa, su Marisa se mostraba cada vez más ausente y cualquier esfuerzo de don Nicolás por sacarla de sus abstracciones y silencios era en vano.

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www.elllantodelaslibelulas.com Cada vez encontraba mayor placer en perderse por los vericuetos de aquel esotérico laberinto y acabó moviéndose entre las tumbas con la misma naturalidad con que andaba por la calle. Mantenía además una discreción exquisita: ni deudos ni operarios reparaban en su presencia. No hay nada más traumático que la pérdida de un ser querido y el bueno de Don Nicolás conseguía moverse con un sigilo encomiable. Apenas se escuchaban sus pasos sobre la gravilla. De vez en cuando la curiosidad -tan humana- lo acercaba hasta las sepulturas y calculaba la edad de los fallecidos: a quién le fue concedido más tiempo, para quién la vida fue un suspiro… También llamaba su atención el cuidado o abandono de los panteones y lápidas, la asiduidad con que eran visitados, la premura con que eran entregados al olvido. Poco a poco hizo suya la tramoya, el léxico, los colores, los símbolos de la muerte. Su rostro y sus manos 90 Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com fueron tomando un color cerúleo, y sus conversaciones derivaban siempre hacia un conformista existencialismo. Poco a poco hizo también suyo el dolor ajeno y lloraba a moco tendido por cada nuevo finado y expresaba su más profundo y sentido pésame a sus familiares. No se perdía ningún entierro y esa agenda tan apretada le obligaba a sustituir la comida por un frugal bocadillo, a postergar citas y compromisos ineludibles. Aquella situación acabó afectando a su vida familiar. No regresaba a su domicilio hasta entrada la noche, distante, meditabundo, siempre con alguna frase lapidaria en los labios, con alguna trascendental sentencia con la que también arrastraba a su esposa a penosas reflexiones y mutismos. No le extrañó por tanto verla aquel mediodía vagando por la necrópolis, ausente y con cara de pocos amigos. La vio detenerse y levantar desorientada la cabeza. Allí estaba,

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www.elllantodelaslibelulas.com incrédula, una viuda más contemplando uno de los innumerables nichos. No quiso molestarla y se limitó -el viento comenzaba a soplar del Norte y los días eran más cortos- a colocarle su americana sobre los hombros. No volvió a verla hasta Todos los Santos. El hombre que la acompañaba le atusó el cabello para confortarla. Se alegró por ella: su mecánico siempre le había inspirado confianza.

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TRASTORNOS DEL CORAZÓN

Los

que

le

apreciaban

preveían

–trabajaba

demasiado- ese desenlace. A fin de cuentas, murió como llevaba tiempo viviendo: precipitadamente, como si lo persiguiera un fantasma. Ella no lo asumió. Como si la esquela, los pésames más o menos sentidos, el certificado de defunción por insuficiencia cardiaca, o la repentina inmensidad de la casa, no fueran pruebas concluyentes de la muerte de Marcos, su segundo marido. Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Así, de puertas para afuera, ella había decidido responder

a

la

fatalidad

ignorándola:

se

excusaba

educadamente porque la esperaba Marcos y prefería septiembre porque así sus vacaciones coincidían con las de Marcos. Todos le seguían el juego cuando les revelaba algún secreto de alcoba o cuando bromeaba con la virilidad de Marcos, con los “michelines” de Marcos, con los ronquidos de Marcos, con sus genialidades, con sus despistes. Incluso había quien se veía en la obligación de hacerle también a Marta una pequeña confidencia para que no se sintiera violenta o imaginara que se dudaba de su credibilidad. A fin de cuentas, ya habían escuchado esos mismos comentarios cuando falleció su primer esposo, las mismas frases esporádicas, formuladas con idéntica naturalidad y convencimiento.

Resultaban,

sin

embargo,

más

desconcertantes y quien más y quien menos acabó

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www.elllantodelaslibelulas.com mirándola con esa mezcla de lástima y recelo que inspiran los perturbados. El tiempo, además, lejos de serenar esa conducta, la hizo más recurrente. Resultaba siniestro oírla hablar por el móvil con Marcos o mostrar las dos entradas con que acudirían esa noche al teatro. En su oficina, a la sorpresa inicial, le sucedió el cachondeo y a la complicidad piadosa, el desparpajo: "¿qué tal anda Marcos?". "Ese Marcos es un 'vivales'...". "Dale recuerdos a Marcos...". La situación llegó a tal extremo que la dirección tuvo que llamar a capítulo a varios empleados. A los más allegados les mantenía al tanto de sus proyectos de futuro: una segunda vivienda en la costa, un hijo –Marcos prefería una niña-, un monovolumen –le había costado un berrinche convencer a Marcos de que el viejo utilitario comenzaba a dar demasiados problemas. No escuchaba a quién le insinuaba su condición de viuda. Parecía, sí, que por unos instantes –se hacía un Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com incómodo silencio- recuperaba la sensatez perdida, pero a los pocos segundos su discurso desmentía cualquier esperanza: "Marcos –mostraba ahora orgullosa el pañuelo anudado al cuello- me lo ha regalado por nuestro aniversario". A quién más daño hacían aquellas fantasías era, sin duda, a Julián. Julián Nebreda llevaba amando a aquella mujer desde cuarto de primaria y no estaba dispuesto a desperdiciar aquella oportunidad por una locura que juzgaba –interesadamente- pasajera. Siempre había sido el amigo íntimo y, a fuerza de insistirla, consiguió que visitara un buen psicólogo y siguiera un tratamiento. Sabía que el tacto resultaba imprescindible y decidió encomendar al tiempo la labor de devolverle la cordura. Fue así como Marta dejó de mencionar al difunto y aceptó que el bueno de Marcos llevaba tiempo criando malvas y nada tenía que objetar a su inminente enlace con Julián. 96 Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Resultaba inevitable, por supuesto, que muy de cuando en cuando desbarrara y hubiera que subirle la dosis de psicotrópicos para que recuperara la lucidez. Julián Nebreda no se dejaba arredrar por aquellas crisis y aprendió a sobrellevarlas con un estoicismo encomiable. Así, cuando ella, en pleno acto, le alertaba –él también llegó a oír el motor del Talbot, la llave girando en la cerradura- de la inesperada llegada de Marcos, recogía angustiado la ropa y se agazapaba ridículamente bajo la cama. Por nada del mundo habría salido a comprobar que esos zapatones y esa voz –inconfundible, siempre arrastró la r- pertenecían a Marcos. El crujido del somier lo enloquecía pero –llevaba, a fin de cuentas, esperando toda la vida- sólo cuando los creía dormidos se atrevía a abandonar la casa. El corazón le galopaba alocadamente. "Una de estas noches –pensaba- me da un infarto”. Aster Navas

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MUS

Miró la matrícula y le calculó un par de años. Nada a fin de cuentas para un TDI, un motor casi eterno. De chapa estaba impecable; un rayón, casi imperceptible en la aleta trasera: tenía todo el aspecto de haber sido mimado por su anterior propietario. Nunca podría adquirir un coche nuevo de aquella categoría. Debía conformarse con un utilitario o aprovechar la oportunidad que le ofrecía aquel escaparate. Pegado al cristal del concesionario de vehículos de segunda mano se dejó conquistar por la línea del BMW verde. Cierto es que los nuevos modelos de la marca Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com presentaban líneas más atrevidas y redondeaban los volúmenes, pero el coche que tenía delante era un clásico de la marca, un ejercicio de estilo. Entró en el local ligeramente cohibido. Poco a poco, sin embargo, fue tomando confianza. El vendedor, un tipo de su edad aproximadamente, resultaba cordial y afable. Le resultó además conocido; no solía olvidar fácilmente una cara pero a la de aquel hombre le costó ponerle un nombre y una época. Transmitía realmente confianza. Mientras le mostraba el interior del vehículo, sus acabados, o enumeraba sus prestaciones, intercalaba un chiste, un juego de palabras sutil

e

inteligente

que

halagaba

al

cliente.

Debía,

probablemente, llevar varios años en el oficio. Incluso su aspecto -ligeramente obeso y de rostro sonrosado- le otorgaba la apariencia de una criatura, la inocencia de un niño.

100Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Era -su nombre le afloraba por fin a los labios- Molina. Sin duda alguna; el cabo Molina, el tipo más locuaz e ingenioso de la compañía. Habían hecho la mili juntos en Cerro Muriano, un acuartelamiento cordobés perdido en mitad de un páramo. El vendedor se detuvo por último en los consumos y el

perfecto

estado

de

los

neumáticos.

Le

invitó

seguidamente a tomar asiento, a hacer números sobre la mesa y llegar a un acuerdo. Molina, el jodido Molina. Le oía, pero no le escuchaba. Recordó las eternas tardes en la cantina intentando engañar al tiempo, burlar las horas jugando interminables partidas de mus. Tal vez -pensó- si le mencionaba aquel pasado común le redondearía el precio; en nombre de esa camaradería e intimidad inevitable que surge en los cuarteles, le regalaría -ahora estaba casi seguro de ello- el equipo de música, le pondría unas nuevas alfombrillas. Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Por fin se atrevió a recordárselo. Pero, coño, mi alférez, haber empezado por ahí. Pasaron anécdotas

y

entonces escaqueos,

media

hora

recuperando

rememorando nombres

y

borracheras, maldiciendo mandos y arrestos. Molina le miró entonces fijamente, como si estuviera a punto de hacer algo único e irrepetible, de tener un gesto con el pasado y le ofreció un precio inaudito y una financiación a su medida. No deberías -añadió- pensártelo demasiado. Sacó entonces un fajo de tarjetas del escritorio y con la habilidad de un croupier le tendió una. El resto continuó bailando en sus manos como las figuras de una baraja. Volvió en ese instante a verlo de nuevo vestido de caqui, desabotonado y sudoroso, chapeándose a los naipes un paquete de cigarrillos o la ronda de cervezas. Le escuchó envidar a mayor con la seguridad de quien tiene sobre el

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www.elllantodelaslibelulas.com tapete tres reyes y un caballo. Pasó la seña con la naturalidad de un tahúr en un gesto rápido e imperceptible. Era inútil estar pendiente de la comisura de sus labios o vigilarle los ojos, intentar controlar sus cejas. Respondía ahora al tímido envite de pequeña con un órdago inesperado y definitivo.

Prometió llamarle lo antes posible.

Dos días después se compró un Seat Ibiza.

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ELOGIO DEL COLESTEROL

Lástima, tesoro, –no me interpretes mal- que no tengas el colesterol por las nubes o descontrolado el ácido úrico. Ya sabes, Nora, algo que se pueda solucionar civilizadamente, trotando por el parque o desempolvando la bicicleta. No, si no te culpo; esta historia comenzó más por prescripción médica que por propia voluntad y sólo el tiempo la ha convertido en una pesadilla: eran apenas quince minutos de piscina, un cuarto de hora de torpes abluciones –al principio tu estilo no era muy ortodoxo- que fuiste Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com dilatando. Además, vida, lo entiendo: desde que empezaste a nadar la puñetera hernia discal dejó de torturarte. Raro es el día –reconócelo- que no acudes mañana y tarde al polideportivo; controlas cualquier disciplina –braza, crol, espalda- y te desenvuelves en el agua con una naturalidad pasmosa. Claro que tanto cloro tenía que destrozarte la piel. Es inútil embadurnarla continuamente con crema hidratante: muestra siempre esa inquietante palidez verdusca que ha hecho ya desistir al dermatólogo. En esas circunstancias nos ha sorprendido el verano. Hemos alquilado –no quieres ni oír hablar de esas abarrotadas playas que ofertan las agencias de viajes- un bungalow junto al lago. En fin, ahí estás, encantada; un día más tomando un largo baño de sol antes de saltar al agua; un día más igual de satisfecha y –curiosa esa afición que se te ha despertado- cantarina. 106Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Yo –seamos sinceros- lo llevo peor: la humedad de este pantano es sofocante y proliferan los insectos; horribles coleópteros como esa libélula que acabas de –aún crees, cielo, que no te he visto disparar tu enorme lengua- tragarte.

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GRACIAS A PELÁEZ

¡Qué impersonales son los timbres! No hay nada como un conserje de los de toda la vida. Sí, ya saben, un señor de unos cincuenta años, con uniforme, gorra de plato, voz modulada y acento castizo. Vamos, un portero como Dios manda, que conozca a todos y a cada uno de los vecinos; un portero como Peláez que disuada con una simple mirada a los maleantes y sea un cancerbero amable y afectuoso con las visitas. Gente como Peláez da el toque personal y humano a edificios como éste y los tornan habitables: hacen siempre la pregunta acertada –“¿va mejor su niña?”- en el tono –ni Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com familiar ni neutro- adecuado y reciben al forastero con la deferencia que sólo dan los verbos en pasado: “¿Por quién preguntaba, caballero?” “¿A quién deseaba ver, señorita?” Gracias a Peláez. Nadie en aquella anónima colmena hubiera sabido quién era Cárdenas si no hubiera sido por él. No, nadie se hubiera enterado de aquel drama si Peláez, el portero, no hubiera soltado prenda: “osteoporosis; Doña Paula, la mujer del señor Cárdenas, el de la asesoría, sufre osteoporosis.” “Hay tipos, desde luego, con los que se ensaña la fortuna: primero –continuaba- lo de su hija y ahora esto. ¡Perra vida!.” Sí, había gente con la que se empleaba a fondo la fatalidad. Un ejemplo era, según Peláez, el tal Cárdenas, el de la asesoría: todo el santo día trasegando pólizas y trampeando las declaraciones a perfectos desconocidos para que la suerte le pagara con ese corte de mangas.

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www.elllantodelaslibelulas.com Por Peláez, porque Peláez es en este edificio –para bien y para mal- como radio macuto, sino el tema no hubiera tenido arreglo. Gracias a Peláez empecé, como todos los inquilinos, a fijarme en Cárdenas, a reparar en sus idas y venidas, en su –era evidente su apatía, su decaimiento- aspecto. Gracias a Peláez esbozábamos todos una sonrisa al cruzarnos con Cárdenas en los descansillos y nos demorábamos al pasar frente a la puerta de su despacho por si a través del cristal rotulado –el morbo es una pasión tan humana- se pudiera atisbar la desgracia. Gracias a Peláez comencé a preocuparme por Cárdenas, a hablar –hasta ese momento nos habíamos limitado a saludarnos educadamente- a Cárdenas, a preguntarle, si me lo tropezaba a la salida del inmueble, por sus planes para el fin de semana, a invitarle a un café – siempre tenía que rematar un informe- de media mañana...

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www.elllantodelaslibelulas.com Era comprensible su estado de ánimo, su inicial extrañeza, sus educados pretextos. No, si no llega a ser por Peláez nunca me habría percatado de que aquel tipo con el que compartíamos techo, gastos de comunidad y antena parabólica, estaba moralmente hundido. Gracias a Peláez -el único con el que el pobre Cárdenas se mostraba ligeramente confidencial- supimos que aún se podía hacer algo. En el "Delano –era enternecedora la pronunciación del portero- Roosvelt Memorial"

de

Connecticut

practicaban

una

terapia

costosísima y revolucionaria -nuestros hospitales sólo podían ofrecer un tratamiento paliativo- contra la dolencia. Fue Peláez el que nos juramentó a todos para ganar esa batalla, el que abrió la cuenta en el BBV con los primeros cien euros, el que –con una discreción proverbialapeló al altruismo de cada uno de nosotros. No. Si no hubiera sido por Peláez nunca hubiéramos llegado a los 12.000 euros ni aquel bloque de oficinas – 112Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com desde el café de Fito hasta el ático- se hubiera convertido en una familia. Peláez, el bueno de Peláez: “de esto ni una palabra al señor Cárdenas; hay que darle la sorpresa de su vida.” Era Peláez quien cada mañana, al repartir el correo, nos ponía personalmente al tanto del estado financiero de aquel milagro. Nos pedía entonces un último esfuerzo y nos hacía

rascarnos

los

bolsillos

con

una

vehemencia

encomiable, como si Doña Paula fuera su propia esposa. Se peleó cada céntimo; fue piso por piso, despacho por despacho,

consultoría

por

consultoría,

apelando

reiteradamente a nuestras conciencias y a nuestra probada solidaridad. Algo debía de barruntarse Cárdenas cuando aquella tarde –“no le cobres, Fito”- tuvo ese detalle conmigo. Estaba tal vez al corriente de nuestro gesto y buscaba el momento y las

palabras

para

agradecérnoslo

a

cada

uno

individualmente. Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Carraspeó con una de esas toses que no son sino una premonición de complicidad y me palmeó el hombro: “¡Arriba esos ánimos! –dijo, llevándose la mano a la cartera- hoy en día hasta la osteoporosis de tu Marta tiene arreglo....” Desde ese día tenemos un sofisticado videoportero. Pero no es lo mismo: cuando este martes le confié entre lágrimas los trámites de mi divorcio, me observó estupefacto con su ojo de cíclope y guardó silencio.

Ni siquiera me abrió la puerta.

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NO ES NADA, AMOR...

Si emprendes el camino a Ítaca, procura que el camino sea largo. K. Kavafis.

Así como hay hombres que nunca pisarían un barco o tomarían

un

avión,

Sebastián

Barahona

jamás

se

aventuraría tierra adentro. Nada le parecía tan seguro como la cubierta de un velero. Se sentía como en casa en aquel universo limitado y controlable, regido por cabrias y obenques. Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Cuando llegó a Puerto Limón en el verano de 1730 era tan sólo un adolescente de ojos rasgados y piel ocre. A nadie le contó que venía de la cocina del infierno: apenas hacía dos semanas, el volcán Turrialba había sepultado con ceniza y lodo la localidad costarricense de Guapiles. Sin un lugar en el mundo, el muchacho cruzó el río Chirripó

y alcanzó

las crestas de

la cordillera de

Guanacaste. Atardecía, y, decidido a no mirar atrás, fijó la vista en la línea turquesa que se confundía con el horizonte. Sólo cuando trepó a la goleta se sintió a salvo de aquella boca de fuego y cieno que aún le mordisqueaba las calzas. Todos leyeron tal determinación en sus ojos que hasta el patrón se apresuró a hacerle un hueco en las dunetas. A fin de cuentas, el océano era por aquel entonces una tierra de nadie, un fabuloso territorio de apátridas y prófugos entre cuyo exiguo equipaje nunca se encontraba el pasado. 116Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Comenzó siendo una conducta inconsciente. Mientras el resto de los marineros se precipitaba a puerto en cuanto llegaban a destino, él se demoraba sobre el puente, contemplando la ciudad con un miedo incontrolable que le atenazaba la garganta. Sólo cuando zarpaban de nuevo y sentía sobre él el cielo protector de los juanetes y los foques,

recuperaba

progresivamente

la

tranquilidad.

Entonces el renovado silbido de las drizas y las escotas volvía su respiración pausada y sus ojos serenos. En más de una ocasión trató de cruzar el planchón que unía la embarcación con tierra y callejear por las empinadas calles pero en el último instante le flojeaban las piernas y el pánico lo hacía retroceder, sujetándose el estómago. Navegó durante años y tan sólo pisaba los malecones para enrolarse rápidamente en un nuevo barco, hacer el amor

precipitadamente

Aster Navas

o

visitar

al

barbero.

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www.elllantodelaslibelulas.com Fue pasando el tiempo y le tocó vivir motines y naufragios. En todos ellos se sintió extrañamente protegido: Nunca olvidó la cara angulosa del cimarrón. Corría el año de gracia de 1737 y numerosos bergantines se dedicaban a ese lucrativo negocio. Habían salido de Madagascar a principios de Octubre y el Atlántico se había mostrado receloso y voluble. Navegaban a cabotaje a unas millas de Cabo Verde con un cargamento de esclavos. Aún podía verlos, hacinados en plataformas desde las sentinas hasta el entrepuente. Se le antojaba que en cualquier momento harían reventar el empalletado de popa o que la nave estallaría por uno de sus flancos. El hedor de los cuerpos y los lamentos de aquellos desdichados subían hasta la trinquetilla. Fue durante una limpieza rutinaria de las bodegas; debido a un fallo en los grilletes, veinte yorubas irrumpieron en el castillo de proa. 118Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com El mar se transforma en esas latitudes en un pantano donde la guíndola enloquece y el número de brazas crece o decrece mágicamente. La torre de ébano que iba a segarle la garganta no contó con que el casco chocara contra el arrecife. Años más tarde trabajó en un clíper ballenero con base en Auckland. Recordaba perfectamente aquel día: el viento del Oeste les obligó a arriar la escandalosa y amurarse a babor. Fue entonces cuando avistaron la pieza. Era una jubarte, joven y ágil, apenas a unos cables del velero. El roce de los andariveles, soltando las lanchas sobre el agua, le erizó la piel. Consiguieron herirla y el cetáceo se sumergió entonces para surgir con una violencia inesperada y volcar la lancha. Rememorándolo

se

volvía

a

sentir

frágil,

extremadamente frágil, rodeado de cuerpos inertes y

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www.elllantodelaslibelulas.com asombrado por el volumen de aquel animal enloquecido, que no parecía verle. Alguien desde el proel le lanzó un cabo que le salvó la vida.

Aquel carguero confirmó su teoría. Avanzaban a bordadas, intentando engañar al viento de las Highlands, hasta Aberdeen, el punto más septentrional de la costa escocesa. A la altura de Dundee los sorprendió una galerna que desarboló la nave y la lanzó contra la costa, enormes paredes graníticas que intentan inútilmente contener al océano. Un pesquero lo encontró, abrazado a una botavara.

Aquellas peripecias no consiguieron disminuir el terror visceral que le infundía la tierra sino que éste se tornara racional y justificable. 120Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Siguió navegando bajo diferentes armadores y banderas hasta que el viento y el destino lo hicieron arribar a Lisboa una luminosa tarde de 1755. Desde la cofa se podía contemplar la intensa vida de sus calles, el colorido mercado de la Plaza del Rossío, el trasiego frenético del barrio de Belem. Aquel caos armónico y la piel de cobre de Giorgina do Santos Preto lo retuvieron durante varios días. A la muchacha le asustó la premura, la urgencia con que amaba el marinero y tardó muchas noches en sosegar sus labios.

El temblor lo sorprendió entre los muslos de la mulata. Lisboa se movía y se desmoronaba como si alguien arrancara sus pilares. Aquella sacudida –hoy la recogen fríamente las enciclopedias- borró la ciudad en cuestión de minutos.

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www.elllantodelaslibelulas.com Antes de que el techado se le viniera encima y lo aplastara, acertó a volver la vista sobre la bahía. Vio el mar al alcance de la mano, su línea perfecta en el horizonte, cierta y segura. Después besó a la mujer delicadamente, convencido de que ese gesto merecía todo el tiempo del mundo: No es nada, amor... un simple terremoto.

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¡POR FIN VIERNES!

Créeme, amor, jamás imaginé que aquel inocente rato

de

lectura

–las

cinco

primeras

páginas-

me

comprometiera a dar albergue a un náufrago flemático e impertinente. Cuando a la mañana siguiente te encontré camino del baño sonreí, convencida de que te esfumarías, como la noche, bajo el agua de la ducha. Sólo cuando más tarde te vi apostado frente a mí, tendiéndome el volumen de Robinson Crusoe y ajeno a la prisa con que yo, como de costumbre, apuraba el café, comprendí la magnitud de la tragedia. Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Pasé el día embelesada y hasta la tarde no conseguí reírme de aquella absurda alucinación y dar por hecho – seamos razonables- que a mi regreso ya no estarías. Sin embargo no fue así y, antes de que pudiera yo sacar mis llaves del bolso, ya me habías abierto solícito la puerta, recogías con deferencia de mayordomo mi chaqueta y te interesabas por el desarrollo de mi trabajo. Tu acento británico y tu desnudez acentuaban, más si cabe, el aire surrealista de aquel recibimiento. Aquella

noche,

empujada

sin

duda

por

las

circunstancias, leí varios capítulos mientras veía como la barba se te iba tornando montaraz, tu piel se curtía y el cabello comenzaba a ganarte los hombros. Para entonces el aire de la estancia se había vuelto intensamente húmedo, más allá de la sala se intuía una especie de jungla y se escuchaba amortiguado el oleaje contra los arrecifes. No imaginaba, cariño, que Cupido se emboscaba tras las estanterías, tomadas ya por los primeros cangrejos. 124Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Así, durante varios días, vi como se reflejaban en ti las vicisitudes de que daban cuenta las páginas y cómo los meses y los años te hacían mella en cuestión de minutos. Estábamos llegando a las líneas más excitantes de aquella historia cuando descuidé la lectura; las primeras noches bajo el pretexto de un terrible dolor de cabeza o un lunes agotador; más tarde, simplemente, me escudaba en una revista o hacía zapping de cadena en cadena. Tu mirada, por lo general amable, se tornó entonces rencorosa. Comenzaste –recuerda- a despertarme de madrugada

exigiéndome

un

capítulo.

Se

te

veía

desesperado por la certeza de que nunca escaparías de aquella isla desierta, condenado de por vida a aquel severo encierro. Todo dependía, además, de mí, una odiosa solterona que no te permitía el regreso, demasiado embebida con Crónicas marcianas o pendiente de alguna noticia del corazón.

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www.elllantodelaslibelulas.com Poco sospechabas que la razón de mi conducta no era otra que el amor. Sabía que tras la última línea yo me convertiría en una náufraga solitaria mientras y tú te perderías mar adentro. No obstante –persuadida por el miedo- accedía a regalarte de cuando en cuando, eso sí, a cuentagotas, más peripecias. Esa era mi forma de conformarte y de borrar de tu expresión ese gesto de locura que por momentos empezaba a enturbiarte los ojos y me hacía temer por mi vida. Ayer mismo se produjo en la historia un giro insospechado. Cierto es que tú, desde el comienzo de la sesión, te mostrabas exultante, como si en ese par de hojas a que yo me comprometía cada noche, fuera a ocurrir algo definitivo. Así, al llegar a aquel párrafo, te oí correr enloquecido por el pasillo y, tras abrir la puerta de casa, decir con voz entrecortada al recién llegado "Te llamaré Viernes". 126Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Os oí avanzar mientras yo cerraba inquieta el libro. Te acompañaba una torre de ébano, un indígena musculoso que apenas llevaba cubierto el sexo, enorme y explícito. Desde el principio noté entre vosotros esa complicidad inconfundible que no sabe de barreras lingüísticas ni culturales pues su código no es otro que el deseo. El caso es que anoche os amasteis -me parece escuchar vuestros gritos y jadeos- tórridamente en mi dormitorio. He leído, muerta de celos, hasta la madrugada, empuñando cada línea, hasta la última -certera y definitivacomo una navaja. Luego he recorrido la casa como si no me perteneciera -fría, funcional, libre de algas y mejillones- y he comenzado a echarte de menos y a moquear como una tonta. El mar, sin embargo, sigue ahí, ceniciento y opaco como una barrera; sí, esa línea –Rob, cielo- que se confunde ahora con la M-30.

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MUJER VUELTA DE ESPALDAS

Nadie conoce, amor, nuestro secreto. Tanto crítico pedante llenando las páginas de los periódicos y nadie se ha fijado en ti, presente en todas mis obras. Recuerdo ahora "Bahía", mi primer lienzo. En la parte superior del cuadro ya estabas tú, una dulce adolescente que vuelve curiosa el rostro hacia el que lo contempla. Hasta que tu figura no llenó aquel espacio consideré la obra inacabada. La tarde que me situé frente a aquel ángulo y dejé a mis dedos actuar libremente, cambió mi vida: el Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com pincel se movía, amor, en aquel vértice como si siguiera una línea marcada de antemano que no respondía a un modelo ni a un impulso racional sino a un gesto reflejo, puramente físico. Fuiste así poblando mis cuadros y tu figura fue eclipsando el contexto. A esa época se deben una serie de retratos y desnudos que realicé –mi paleta parecía conocer cada recodo de tu geografía- compulsivamente. Se sucedieron meses de una actividad febril en los que, encerrado en el estudio, recreaba tu imagen; al principio con una tímida sonrisa, más tarde con ojos sugerentes y lúbricos.

"Boulevard"

me

convenció

de

aquella

pasión

desmedida. Tu figura avanza hacia mí por la Avenida. Llevas en los ojos la alegría del encuentro. No he acabado aún de definir tus caderas pero mis manos saltan al otro lado del bastidor. En aquel extremo comienzo a dibujar, 130Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com desconcertado, la figura de un hombre que en ese momento se gira para contemplarte, un intruso que se convirtió desde entonces en un personaje recurrente en cada nueva tela.

En los siguientes óleos advertí en vosotros un gesto de complicidad. Tú –habían ido pasando los años- poseías una belleza hiriente; él, un cuerpo estilizado y se sabía, en definitiva, deseable; yo, digámoslo así, tenía por entonces la edad suficiente para lamentar la irreversible fugacidad del tiempo. Os

sorprendía

en

mis

lienzos

besándoos,

agazapados en la espesura de un bosque, amándoos en el interior de un utilitario con los cristales empañados. Mis manos, desorientadas, os perdían en aquellos centímetros como pierde un perro el rastro de la pieza bajo el agua. Os escuché finalmente –me bastaba acercar el oído al cuadro- tras una ventana cerrada de un apartamento ¿recuerdas Nocturno?- planeando la fuga. Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com A partir de aquel cuadro comencé a buscar a aquel hombre. Conocía sus rasgos perfectamente y tenía la seguridad de que tarde o temprano lo sorprendería; un sexto sentido me lo señalaría, sin temor a equivocarme, en el metro o a la entrada de un teatro. La búsqueda resultó del todo infructuosa. Vinieron fases de hospitalización tras las que retomaba mi actividad artística. De aquellos momentos surgieron cuadros muertos y obsesivos: paisajes desolados, casi lunares, que sin embargo se rifan mis coleccionistas. Pinté día y noche procurando recuperarte. Destruí cientos de bocetos en los que intentaba reproducir, en vano, tus ojos, la expresión que latía en tus labios y que antes brotaba instintivamente en una suerte de revelación. Me asomaba angustiado a aquella ventana del laberinto por el que vagaban ahora torpemente mis manos, agarrotadas por la certeza del engaño. Hace dos meses localicé por fin a tu amante. Se ocultaba en una entreplanta del número dos de la calle 132Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Briñas, en esa frontera entre la ciudad y el suburbio donde nunca os hubiera imaginado. Comprenderás, amor, que tuve que matarlo.

En este hospital continúan mirándome como a un genio y mis cuadros se venden ahí fuera a precios obscenos. Siguen, sin embargo, amor, sin verte; sí, allí, al fondo, cada vez más lejos y difuminada... la mujer vuelta de espaldas.

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TOY STORY

Hasta ese momento habían sido un belén como Dios manda; un belén económico –fueron reclutados en un “todoacién”- pero aparente y resultón; un belén, vamos, al que no le faltaba su fuente, sus ovejitas, sus pastorcillos. Doña Marta, la madre, había improvisado un portal en una caja de zapatos y un arroyo de papel Albal en el que bregaba una lavandera. Durante un tiempo Carlitos lo miró con cierto recelo, sin atreverse a invadir aquel universo inmóvil y anacrónico: había asistido a la construcción de aquel territorio y sabía que ese valle y esas colinas de papel de estraza le estaban vedadas. Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Aún así, para probar a los adultos, colocó una jirafa en una de sus esquinas. Sólo suscitó alguna sonrisa disuasoria que le acabó de confirmar que aquel país estaba cerrado a sus juguetes. Respetó sus fronteras hasta aquella tarde en que lo sobrevoló con ese ruidoso helicóptero que le regalaron por su cumpleaños. Aquel juego inocente no fue más allá: borró por unos instantes la seráfica sonrisa del ángel, desbocó uno de los camellos que dio al traste con Baltasar e hizo trastabillear a algunos personajes que el padre recolocó al volver del trabajo. Fue justo dos días después -creían haber recuperado la tranquilidad y solemnidad perdida- cuando vieron avanzar hacia ellos un tanque teledirigido. Para cuando Maite, la asistenta, consiguió detenerlo se había llevado por delante el castillo y había dejado una huella indeleble sobre el musgo.

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www.elllantodelaslibelulas.com Costó recomponer aquel desaguisado y durante varios días las figuras se olvidaron del misterio del portal y, al menor despiste de los humanos, levantaban la vista hacia el enorme salón, temerosos de que aquel mocoso volviera a violar su espacio. Durante varios días lo escucharon jugar en su cuarto y respiraron aliviados.

Era de noche cuando oyeron al Madelman reptar por el pasillo y trepar por la pata de la mesa. Les pareció enorme sobre el puente de plástico. El muñeco articulado venía armado hasta los dientes y dispuesto a todo. No, a él no podrían engañarle como a un niño –gritó en un cadencioso inglés que no entendieron. “Sé que ocultáis –dijo, pasándoles revista con la mirada- armas de destrucción masiva”.

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MANO INOCENTE

Es muy posible que mi nombre no les diga nada pero yo, Vicente Regueira Freire, fui uno de los niños que cantó el gordo de Navidad de 1962. Mi pareja, una mocosa de pelo azafranado, respondía al nombre de Julieta Pardo. Durante unos días -aún conservo los recortesocupamos las portadas de los periódicos, desfilaron por san Ildefonso algunos de los agraciados y una señora de Ávila se empeñó en apadrinarnos. Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Los dos vivimos aquel acontecimiento con la misma zozobra y, tras el desconcierto inicial, los dos comenzamos a alimentar la certeza de que juntos éramos capaces de concitar a la suerte. La vida, sin embargo, se empeñó en separarnos y el tiempo se encargó de convertir ese increíble episodio en una anécdota de la que cariñosamente se reían nuestros hijos. Tal vez por eso hemos suspirado aliviados al reconocernos en este café y nos hemos abrazado con tanta premura y, tras un instante para celebrar la coincidencia, hemos apuntalado aquel recuerdo que todos daban por desahuciado. Más en broma que en serio, hemos comprado a medias un décimo al lotero que acaba de entrar por la puerta. Luego nos hemos mirado con el mismo pasmo de hace cuarenta años: 140Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com No sĂŠ, Julieta, quĂŠ demonios vamos a hacer con tanto dinero.

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TRES MILÍMETROS

Últimamente nadie me llama. He buscado por si acaso mi nombre en la guía telefónica. Estoy en la cuarta columna de la página trescientos cuarenta y cinco: Garrido, Juan José. Tres milímetros más abajo aparece el número de un tal Garrigas, Pablo. Me ha asustado la proximidad de ese desconocido, un tipo que será como mi sombra en el censo electoral, en el padrón municipal, un individuo al que no Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com conozco de nada pero que, por la arbitrariedad del alfabeto, me pisa los talones. He marcado, intrigado, su número. No he sabido que responder a su “dígame”: “Lo siento. Tan sólo estaba comprobando –a veces es tan equívoca- la realidad". He mirado la dirección y vive una calle más abajo. He consultado los buzones de su portal: vive en un segundo interior; yo en un tercero luminoso. No me quedaba más remedio que apostarme en el rellano hasta conocerle, en el bar de enfrente para seguirle: es ligeramente más bajo que yo y un poco más joven. Su mujer –le ha despedido esta mañana con un beso neutro- le quiere menos que a mí la mía.

Al volver a casa ha sonado por fin el teléfono. Era Garcés, Emiliano. El tipo que tengo tres milímetros más arriba. Tan sólo –se ha disculpado- quería comprobar la realidad: últimamente nadie le llama. 144Aster Navas

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ANGELITOS

1.

No. Nadie se esperaba que el niño se fuera a descolgar con aquella carta. Nadie imaginaba que el brutote de Luisito se fuera a pedir para Reyes un “Nenuco, siete funciones (come, hace pipí, llora… no necesita pilas)". Así que Baltasar, indignado, dejó, en lugar del bebecito, un Action Man. Luisito pareció conformarse con aquel soldado embutido en un áspero uniforme de camuflaje. Le arrebató el pistolón y, arrugando la nariz, lo tumbó sobre la mesa: “Veamos, tesoro, ese pañal”.

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2.

La carta de Sergio a los Reyes no parecía una carta sino el inventario de un arsenal o la relación del material incautado a un traficante de armas internacional: dos Power Rangers muy mal encarados, el visor telescópico Smooby, el helicóptero de combate de los Power Team, una réplica perfecta de una katana y el subfusil Hunter. Así que Gaspar, preocupado, dejó, en lugar de aquel polvorín, el taller de bricolaje: un banco de trabajo con un montón de herramientas de plástico. Sergio pareció conformarse con aquel trueque. Fue examinando uno a uno cada uno de los utensilios: tenazas, martillo, serrucho, llave inglesa…

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www.elllantodelaslibelulas.com “Ríndete, capullo”, dijo, encañonando finalmente a su padre con el taladro de juguete.

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FE DE ERRATAS

A menudo, cuando hago un repaso de mi biografía, me asalta ese complejo absurdo de culpabilidad que me hace ver mi existencia como una sucesión de fatídicos errores. Sí, incluso aquí, en otro continente, me persigue la idea de que no soy más que una siniestra mensajera, un heraldo de la fatalidad que va sembrando el infortunio en todo lo que toca. Hoy por hoy esta obsesión me tortura y me hace contemplar la vida con un miedo cerval. Así, me asomo Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com cada mañana a la calle como quien se adentrara en una tienda de cerámica, temerosa de dar un paso en falso, de rozar involuntariamente alguna pieza delicada y hacerla añicos. Cada noche me duermo con la certidumbre de que mi crónica personal no es sino una fe de erratas, una de esas hojas volanderas que se adjuntan en las ediciones descuidadas y que confiesan –no por involuntarios menos irreversibles- gazapos u omisiones. Sí, mi vida ocuparía ese pequeño y discreto espacio que destinan los diarios en las páginas pares de opinión a reconocer errores de bulto, pequeñas reseñas en una esquina remota en la que nadie nunca repara. Hasta mi nacimiento mis padres formaban una pareja modélica,

un

ejemplo

proverbial

de

complicidad

y

convivencia en armonía. Con mi alumbramiento, no obstante, su relación se fue deteriorando. Fui en mi período de lactancia una niña de berreo continuo y sueño frágil,

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www.elllantodelaslibelulas.com nada parecida al bebé risueño que habían imaginado.

El caso es que mis lloros acabaron minando su paciencia y así saltaron de la felicidad al reproche, del reproche al enfrentamiento y, finalmente –tras interminables noches toledanas en las que no les concedí ninguna tregua, a la separación. La ruptura emocional se había producido antes pero, como suele ocurrirnos a todos, se dejaron llevar por la inercia. Una tarde de Junio y, teniendo como banda sonora mis desquiciantes lamentos, se sorprendieron agarrándose por el cuello mutuamente y decidieron, con muy buen criterio, seguir diferentes caminos. Mi madre, a quien fue concedida mi custodia, tuvo a bien confiar mi educación académica a los reverendos padres salesianos, que se ocuparían de mi formación hasta la adolescencia. La pubertad hizo de mí una mujer prematuramente. Para los quince años la Naturaleza se Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com mostraba en mis caderas extremadamente sinuosa y ni la recatada falda de tablas ni la amplia y modosa camisa que nos servían de uniforme acertaban a atenuar unos encantos que turbaban no sólo a mis compañeros de pupitre sino, y sobremanera, a mis educadores. Uno de ellos, el padre Damián, que durante toda su vida había bregado para alcanzar el cielo sorteando toda suerte de tentaciones, iba a ser la víctima de mis años púberes. Enfundado en una rigurosa sotana impartía aquel alma de Dios –con mayor voluntad que acierto- Historia de España. Aún me parece verlo sobre la tarima, la cara de una palidez cerúlea, declamando con voz engolada la lista de los reyes godos. En los acontecimientos más trascendentales del devenir patrio nos hacía ver siempre la mano divina o mariana enderezándonos el rumbo, unas veces de forma tácita y otras mucho más explícita. Así eran sus clases; recitaba la crónica peninsular con ojos de profeta, con la mirada perdida en la pared del fondo o vuelto hacia los 152Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com ventanales como si en esas sesiones entrara en una especie de trance. Sí, allí estaba Santiago Matamoros librándonos en Clavijo de ocho siglos de dominación musulmana. Podría jurarse que estaba viendo la escena, incluso apostado en el campo de la contienda, empuñando él también la espada que escondía hasta ese momento bajo los austeros hábitos. Sólo cuando por azar reparaba en mí, se le mudaba el color y recuperaba la conciencia. Su lividez daba paso entonces a una congestión inesperada que le obligaba a aflojarse el alzacuellos y le trababa la lengua, dando al traste con una disertación, hasta ese momento, fluida y apasionada. Ojalá nunca hubiera acudido a su despacho. Sí, ojalá aquellas dudas que albergaba sobre la Guerra de la Independencia no me hubieran conducido hasta aquel corredor. Don Damián, al comienzo timorato y luego más solícito, fue aclarando todas mis cuestiones. Se le acabaron Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com -como si no le pertenecieran- yendo las manos a mis pechos mientras, rojo como la grana y jadeante, hacía un relato minucioso del glorioso Dos de Mayo. Nuestro romance duró hasta bien entrada la Historia Contemporánea. Durante ese período se fue operando en el buen clérigo una inquietante e inesperada metamorfosis. Así, abandonando su tradicional indumentaria, comenzó a lucir -eran los felices setenta- pantalones de campana y camisas estampadas. Su discurso apasionado y visionario dejó repentinamente paso a interpretaciones más objetivas y a agudas críticas al agonizante régimen franquista. Sí, así fue como aquel santo varón, destinado a ganarse el cielo, abjuró de su vida piadosa; tras numerosas amonestaciones, abandonó la orden; y acabó regentando con ánimo misionero un sex-shop y militando en el PCE. Yo fui quien condujo a aquel infeliz hasta las puertas del infierno, donde -murió hace un par de años- sin duda se consume. 154Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com A los dieciocho años comencé a flirtear con los chicos. Cierto es que mi experiencia anterior acentuaba el sabor clandestino y prohibido de los primeros besos. Tardé en encontrar mi media naranja y en aquella búsqueda tropecé con mi siguiente víctima. Si tuviera que ser fiel a la verdad, no sabría explicar por qué me encapriché de aquel niñato. Tenía un aire desvalido y yo, inexperta en los asuntos de Cupido, confundí la compasión con el amor. Aún me parece verlo, trepado a unos enormes zapatos de plataforma con los que, poniéndose ligeramente de puntillas, lograba alcanzar mis labios. Supe desde el principio que aquel amor era hoja caduca pero retrasé, más por piedad que por otra cosa, el inevitable desenlace. Dentro de aquel renacuajo se escondía la pasión del Capitán Trueno y una sensibilidad enfermiza que lo hacía extremadamente vulnerable. Nunca imaginé, sin embargo, que aquella evidente fragilidad de espíritu lo empujara a cometer semejante locura. Vamos, un Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com tipo normal, víctima del desamor -como todo hijo de vecino, a fin de cuentas-, no termina con su vida, y menos de una forma tan aparatosa. El mismo día que le comuniqué mi deseo irrenunciable de acabar con nuestra relación se acercó hasta una estación de servicio, compró cinco litros de gasolina súper y se encerró en su habitación con la intención harto evidente de incinerarse. El miedo hizo que al ver las primeras llamas trepar por su pijama de perlé cejara en su propósito. Mientras, el fuego alcanzaba las cortinas, corría por el pasillo y, tras adueñarse del domicilio paterno, hacía lo propio con el resto de los hogares del bloque, destruyendo totalmente el edificio de siete plantas y causando numerosas pérdidas humanas. Él, que había ganado la salida apresuradamente, sin esperar a padres, hermanos ni perro, contempló hipnotizado el incendio desde la calle para caer posteriormente en un irreversible shock traumático que lo mantuvo internado en diferentes casas de

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www.elllantodelaslibelulas.com reposo, que eran indefectiblemente pasto de las llamas a los pocos días de su ingreso. Aquel lamentable suceso me hizo evitar durante varios años a los hombres y volcarme en mis estudios de Ciencias Empresariales. Fue entonces cuando conocí a Pablo, un discreto industrial con el que contraje matrimonio. Previsible y prudente, no había sabido rentabilizar su negocio, una vena de oro que daba de comer a quinientas familias. Menos mal que yo le convencí para invertir buena parte del capital en Gescartera. A pesar del fiasco y de la consiguiente suspensión de pagos sigue habiendo entre nosotros una complicidad inquebrantable y nos seguimos queriendo como el primer día. Prueba de ello es este viaje de novios que habíamos ido

retrasando

por

sus

ineludibles

compromisos

profesionales. Nos ha venido de maravilla cruzar el océano y visitar Nueva York. Los hoteles son excelentes y el circuito relajado. Hoy por ejemplo, sí, déjenme que me asegure Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com consultando el folleto: 11 de Septiembre de 2001, visita guiada de las Torres Gemelas.

Promete ser fascinante.

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LA BOLSA O LA VIDA

Y juegas cien veces, mil... y de las mil ves, febril, que te pasas o no llegas

Muñoz Seca; La venganza de Don Mendo.

Se había presentado voluntariamente. Al agente que le tomó los datos le asustó la determinación con que confesó los hechos, incluso antes de ser interrogado, como si hablara empujado por la premura de aligerar la conciencia. Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Tuvo que compartir celda aquella noche con un par de delincuentes habituales que, a pesar de su locuacidad, no consiguieron sacarle de su ensimismamiento. Se mostraba profundamente abstraído, como si en lugar de un simple robo, hubiera cometido un crimen inconfesable. Apenas sí volvía los ojos cuando era interpelado por alguno de sus compañeros de calabozo, intrigados por el gravísimo delito que el recién llegado había, sin duda, perpetrado. Él nunca había sido un chorizo y mucho menos un vulgar tironero, un caco de tres al cuarto. Sus delitos eran esporádicos y solía atribuírselos a su otra mitad, a ese jugador que le estaba desequilibrando, un hermano díscolo y gemelo con el que debía convivir y al que había que perdonar sus inocentes travesuras. Sí, a diario debía hacerse estas mismas reflexiones para lograr conciliar el sueño. Se quedaba mirando el desconchado techo de la habitación de la fonda en que 160Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com llevaba viviendo varios meses e intentaba justificar aquella locura con ese ejercicio de autocomplacencia. La primera vez fue un acto impulsivo, libre por completo de toda premeditación. Había fundido el último billete en la máquina tragaperras y algo –como siempre, por otra parte- le decía que con otro par de créditos, como mucho con una docena de monedas, las figuras cuadrarían mágicamente y aquel trasto comenzaría a escupir dinero. Fue su primera víctima: una mujer de mediana edad que se limitó a alargar la mano, muda por la sorpresa, mientras le veía correr con su bolso bajo el brazo, un precioso Loewe que auguraba mucha pasta y cuyo cuero le abrasaba el costado. En aquella ocasión la huida entrañó demasiado riesgo; era una calle comercial, atestada de gente y guardas de seguridad. Le costó esquivar a algunos transeúntes con madera de héroes que intentaron atraparlo y –tal vez la imaginación le jugó una mala pasada- escuchó cada vez Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com más próxima una sirena que tardó en tragarse la lluvia. Torpe e inexperto se llevó a un niño por delante, chocó contra una farola y acabó hecho un nazareno. Desde entonces se había vuelto más cuidadoso y observador. En primer lugar actuaba únicamente en las desoladas calles del Barrio Chino a esas horas de la tarde en que comienzan a apostarse en sus esquinas las primeras prostitutas. Era un enjambre de oscuras callejuelas alumbradas

intermitentemente

por

rótulos

luminosos,

sórdido laberinto de sombras donde se maquillaba la noche. Paseaba tranquilamente, rechazando sus propuestas con una amable sonrisa pero estudiando a sus piezas. Para aquel entonces lo habían expulsado ya de su trabajo: el director de la asesoría estaba más que harto de sus injustificadas ausencias y de sus peticiones de adelantos. No pasaba por casa. A veces se ocultaba en el camino de sus hijos a la escuela y le sorprendía hasta las lágrimas verlos bien alimentados y vestidos. Algunos sábados se 162Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com acercaba hasta el parque y se parapetaba tras los arbustos como un delincuente. Allí estaban: los niños trepando al tobogán; ella vigilante y con un gesto de amargura ensuciándole los párpados. Resultaba fácil arrancarles los bolsos. La mayor parte de aquellas infelices trapicheaban con el amor por su adicción –pobres desgraciadas- y el consumo las había convertido en seres desgarbados y escuálidos que no ofrecían ninguna resistencia. Eran, sin duda, las víctimas idóneas; ¿con qué cara se presentarían en comisaría, vestidas de aquella guisa y mascando chicle. Muchas de ellas –inmigrantes ilegales- ni siquiera poseían permiso de residencia y nunca se arriesgarían a poner una denuncia en regla. Lo único que realmente le inquietaba era tropezarse con algún proxeneta, con alguno de aquellos chulos trajeados que custodiaban a algunas de las chicas; llevaban la violencia en los ojos, el desafío en los labios; aquellos Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com matones, sí, poblaban sus peores pesadillas. Siempre, sin embargo, había tenido suerte y todo solía salir según lo previsto. No le gustaba –sólo en un par de ocasiones lo hizo- tener que recurrir a la fuerza. Bastaba un puñetazo o, como mucho, hacer brillar el acero de la navaja para disuadirlas. Aquella tarde todo se había complicado. Le había costado, para empezar, dar con el botín de la jornada, hasta que vio a aquella desgraciada a lo lejos, ligeramente apartada de la zona habitual. Era menuda y vista ahora así, de espaldas, parecía aún más vulnerable. Hacía girar un pequeño bolso color caldera y las ceñidas mallas y el body la convertían allí, donde apenas llegaban los neones, en una silueta, una figura rompiendo la vertical de la esquina. Está claro que no se esperaba el tirón; sin embargo sujetó la correa con una fuerza insospechada, como si estuviera defendiendo un tesoro y, antes de soltarlo, se arrastró unos metros; trastabilló después y cayó contra un 164Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com coche, quedando hecha un ovillo entre dos vehículos. Mientras ganaba la luz en una enloquecida carrera, el lamento de aquella desconocida le chincheteaba las sienes. El golpe seco que acababa de escuchar a sus espaldas contra la chapa del automóvil, contra el suelo, era ahora un estrépito que le aturdía, que le impedía avanzar, correr, escapar de la escena. No se reconoció en la imagen que le devolvían ahora los escaparates. Jadeando por el esfuerzo giró en la siguiente bocacalle; le quemaba el pecho y la garganta. Frenó su carrera, trató de recuperar el resuello y aparentar naturalidad. Él –arrojó el bolso a un contenedor y se guardó la cartera- no era un ladrón, ni lo parecía. Soy –pensó- un tipo respetable que ha salido a tomar una copa y tentar a la suerte. Sí, ya comenzaba a serenarse, aunque el bombeo del corazón le trepaba aún hasta los oídos y notaba los músculos agarrotados. Se perdió después entre la multitud, Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com jurándose como tantas veces que no volvería a hacerlo, que aquél sí que era el último tirón. No había sido un gran golpe, apenas cuatro mil pesetas que volaron rápidamente. Rebuscó después en el monedero y en el resto de compartimentos alguna moneda con que alimentar a la tragaperras. Tras un calendario de bolsillo se ocultaba una sorpresa. Se dio tiempo para buscar una explicación plausible. Se pasó un rato observándolas, desconcertado, ajeno por una vez a la música y al parpadeo de la máquina y miró después hacia la calle como si allí, más allá del cristal, estuviera la solución a aquel enigma. Tuvo que apoyarse sobre la palanca de la tragaperras para no desplomarse. ¿De dónde demonios había sacado aquella mujer –una perfecta desconocida- una foto de él y de los niños?

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FE DE VIDA

En este mundo –créanme- hay sitios increíbles. Posiblemente el más increíble de todos sea el Registro Civil. Ayer mismo me pasé por allí en busca –abrigaba algunas dudas- de mi fe de vida. Una funcionaria muy amable me ha certificado en un folio color sepia que le consta que sí, que juraría que un servidor está vivo; muy desmejorado pero vivo. Vamos, que ella pondría la mano en el fuego. Mientras estampaba el membrete pensé que si yo estuviera en su lugar me sentiría desbordado: antes de mí había asegurado por escrito a una mujer que su marido

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www.elllantodelaslibelulas.com estaba muerto. Que no le diera más vueltas y que desde ese momento no contara con él para bajarle la basura.

Al salir coincidí con la viuda en el ascensor. Yo me sentía tan vital y ella... tan liberada.

Entiéndanlo.

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GEL DE BAÑO

Ante todo intento no perder la calma. Una situación así desequilibraría a cualquiera pero un sexto sentido me dice que si me muevo con naturalidad esa pesadilla no volverá a repetirse. Por eso me ducho parsimoniosamente, desayuno y me visto. Avanzo por el pasillo, me atuso el bigote en el espejo del vestíbulo y abro la puerta de la calle. Al cerrarla, la puerta se convierte incomprensiblemente en la traslúcida mampara

del

baño.

Un sexto sentido me dice entonces que si me muevo con naturalidad esa pesadilla no volverá a repetirse.

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www.elllantodelaslibelulas.com Hoy voy ya por mi vigĂŠsima ducha. A ver si hay suerte y consigo por fin alcanzar la calle: el gel estĂĄ en las Ăşltimas.

Tampoco me quedan cereales.

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ALTA COSTURA

La princesa –casi lo hubiera preferido- se podía haber inclinado por Balinaga o por Ligorio y Riccino pero no había sido así: la dulce Elizia quiso confiar su traje de boda a Luzdegaz, un sastre octogenario incapaz de enhebrar una aguja. Cierto es que aquel decano de los diseñadores había vestido a las mayores divas del cine, a consortes de reyes y dictadores y que formaba parte de la historia del reino, pero bastaba ver los vacilantes pasos de aquel venerable anciano para comprender que la elección de la princesa había sido un tanto desafortunada: Luzdegaz era historia y Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com sus diseños costura trasnochada, más propia de un museo que de la pasarela Rieles. El mismo Luzdegaz había tomado aquel encargo como un regalo envenenado: llevaba décadas disfrutando de un retiro dorado y de repente esa jovenzuela venía a poner en un brete toda su trayectoria en el mundo de la moda: aquel vestido no iba a ser un trámite sino una reválida; su corte y confección le robaría salud y sueño. No; no podía dejar ese encargo en manos de sus empleados. Fue el quien recibió a la futura reina en su taller, quien apuntó con mano temblorosa tanto de talle, tanto de sisa, tanto de espalda; fue él quien le mostró a Elizia el organdí, el tul, el raso, la manga japonesa y los canesúes más refinados. Fue él quien calibró el tono de su piel y el quiebro de sus caderas y el que garabateó ilusionado un primer esbozo que

confió

celosamente

a

su

caja

fuerte.

Elizia era una mujer exigente y Luzdegaz se dejó las 172Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com pestañas para no traicionar su confianza. A punto estaba de rematar la cauda cuando sintió un fatal dolor en el pecho.

A su sepelio –el entierro del año- acudieron los personajes más ilustres. Elizia estaba deshecha. Lucía un elegante traje negro confeccionado a toda prisa por Rodolfo Remínguez, una joven promesa.

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LAS HORAS

Hasta hace nada –apenas unos meses- Gregorio Costa había sido un tipo equilibrado y juicioso. Su vida y su psique dieron un vuelco a raíz de aquel telediario. Nada en definitiva del otro jueves: las primeras nieves,

una

calle

de

Cisjordania,

Bagdad...

Gracias por elegirnos para informarse y recuerden que hoy a las tres serán las dos –concluyó la locutora sin despeinarse.

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www.elllantodelaslibelulas.com Al bueno de Gregorio el mundo se le vino abajo. Su vida era de una regularidad aritmética: los días tenían veinticuatro horas; las horas, sesenta minutos. Algo, resumiendo, se quebró en su interior. Medio año en una –qué amables los eufemismos...- casa de reposo le había devuelto una estabilidad que por momentos creyó irrecuperable. La doctora Uriarte convirtió durante ese tiempo al enemigo de Gregorio en su mejor aliado. La terapia fue la rutina: los miércoles, garbanzos; a las dieciocho veinticinco –así caigan chuzos de punta- paseo; cinco cucharadas soperas de cereales, siete –ni uno más ni uno menoslargos de piscina; el patio mide novecientos cincuenta y dos pies, a las veinte cuarenta y cinco se apaga la luz. El veintisiete de Marzo el paciente fue finalmente dado de alta. Todos lo vieron traspasar, renuente, la verja de la calle.

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www.elllantodelaslibelulas.com Unas horas más tarde hubo de ser ingresado aquejado de una crisis de pánico: acababan de afirmar por televisión que esa misma noche a las dos serían las tres.

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EL JUEZ NEGLIGENTE

No hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague. José María Sbarbi; Proverbios y refranes.

El cinco de Febrero de 1927, Robert Fiazetti, Bobby, fue juzgado y encontrado culpable de los delitos de usura, amenaza y asociación ilícita por un tribunal de Brooklyn. Durante una década había tenido en un puño a buena parte de la ciudad. De la calle 34 a Gotham Avenue no había tipo que no pagara religiosamente su “crédito”. Cierto es que apenas hubo de recurrir –en Chicago ya había dado muestras de una brutalidad gratuita- a la Aster Navas Mide tus Palabras 179


www.elllantodelaslibelulas.com fuerza: sus hombres no necesitaban emplear la violencia ni la pólvora para persuadir a los clientes. Les bastaba insinuar sus brownings bajo el chaleco, dejar caer un fósforo sobre el entarimado de pino o estrujar una mano: los plazos eran improrrogables. Sólo pruebas circunstanciales sentaron a Fiazetti en el banquillo y el magistrado sólo pudo imponerle una condena simbólica -seis meses- que soliviantó a la opinión pública. Walter Eackley tenía por entonces sesenta y dos años. El tiempo le había enseñado a andar despacio, a comer con moderación y a amar apasionadamente; su dilatada experiencia como juez, que cada pecado debía llevar su penitencia. Seis meses más tarde, mientras Bobby guardaba sus últimos calcetines en una valija, dispuesto a abandonar el penal esa misma tarde, le fue comunicado que, por un

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www.elllantodelaslibelulas.com defecto de forma -no terminaba de llegar la diligencia- su libertad se demoraría un día más. A la jornada siguiente tampoco fue posible su excarcelación

pues

en

el

legajo,

faltaba,

incomprensiblemente, la firma -a ese vejestorio, le dijeron para calmarle, deberían jubilarlo- de Eackley, que se encontraba en una convención en Connecticut. A su regreso, una arritmia aconsejó no molestarlo; en cuestión de horas estaría restablecido y no hay mejor terapia -entiéndalo, le dijo su abogado para serenarlo- que el descanso. Fue una verdadera lástima que la mañana siguiente los funcionarios de prisiones se declararan en huelga y apenas cumplieran los servicios mínimos establecidos.

Dizzy Varona, su lugarteniente, lo recogió a la puerta del penal tan sólo veinticuatro horas más tarde. Le costó

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www.elllantodelaslibelulas.com reconocerlo; habĂ­a envejecido mucho esa Ăşltima semana: unos diez aĂąos.

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EL CRIADO DISCRETO

El último mandarín se llevó a la tumba el mayor de los secretos: el de la felicidad. Basta mirar los retratos que de él se conservan en la pinacoteca de Lian Xan Po para convencerse de ello: el brillo de sus ojos y la afabilidad de su rostro son concluyentes. Lo curioso del caso es que su dinastía es recordada como un período inestable, de continuas guerras civiles y feroces hambrunas. No, la historia oficial no serviría para

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www.elllantodelaslibelulas.com explicar esa serenidad de Buda: desde Guangdong a Shanxi el imperio se derrumbaba. Los biógrafos oficiales -basta consultar los anales de la Biblioteca Nacional de Pekín- no dan cuenta de una vida regalada sino, y a pesar del velo que siempre pone el que tiene el privilegio de contar, de una existencia llena de sobresaltos, marcada hasta el final por la traición y la fatalidad. No, tampoco en esos volúmenes encontraremos la fórmula de esa incontestable sonrisa. La llave debía estar sin duda en un detalle más privado, más doméstico… Durante cincuenta y dos años Gao Qiang fue su ayuda de cámara y estuvo al tanto de sus hábitos, fobias, caprichos y perversiones. Hasta su muerte los guardó celosamente pues fue educado para contestar tan sólo si era preguntado y para preservar la intimidad de su dueño como si fuera propia.

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www.elllantodelaslibelulas.com Esa confidencialidad tampoco se rompió con la estruendosa llegada de la república. Tras la toma de palacio, el emperador y su criado fueron convertidos en camaradas y -seguro que recuerdan la película- en dos eficientes jardineros. Durante años los maoístas se jactaron de haber acabado con la proverbial indolencia del dictador pero incluso en las fotos retocadas del régimen, el anciano mandatario no había perdido esa ataraxia de la que ya daban cuenta los lienzos.

Gao Qiang conservó entre sus obligaciones la de desperezar cada mañana al emperador que se acostaba siempre con la puesta del sol. Al amanecer se acercaba repetidas veces a su lecho y le susurraba arropándole: descansad, señor, pues aún no es hora de despertarse.

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MUUUAC

Tengo sesenta y siete años y –espero que estén sentados- aún duermo con chupete. Como lo oyen: sin ese pezón de látex soy incapaz de conciliar el sueño. Su olvido o su extravío me han sacado más de una noche de la cama en busca de una farmacia de guardia; en alguna ocasión –especialmente desesperada- se lo he llegado a arrebatar a algún niño de pecho: sus berridos aún me persiguen. Sólo Marta, mi esposa, ha sabido perdonar este vicio inconfesable. Durante cuarenta largos años se ha acostado Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com a mi lado sin reprochรกrmelo: me oye hurgar en la mesilla de noche para llevarme el tete a los labios; cierra, entonces, condescendiente, los ojos y abraza mรกs fuerte a su peluche.

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UN TIPO ENCANTADOR

Yo fui –créanme- la primera sorprendida. Mi vecino de arriba, el del 4º D, era un muchacho encantador, un joven correcto y educado: “¡Buenas noches, Doña Marta; que descanse!”. Sí, él era el único que, cuando coincidíamos en el ascensor, reparaba en mis ojeras –“¿no hemos dormido bien?”- y en mis bostezos.

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www.elllantodelaslibelulas.com Por eso tardé tanto tiempo en decidirme; por eso me costó tanto esfuerzo subir aquel tramo de escalera y llamar a su puerta. Tenían que haber visto la cortesía con que me invitó a entrar y la firmeza con que empuñé el revólver. Sí. Tenían que haber visto cómo le brillaba la jodida trompeta en la mano.

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MALA SOMBRA

En el tren. Fue en el tren. Me apeé precipitadamente y al cerrarse tras de mí las puertas automáticas me percaté de que no la llevaba conmigo. Alargué entonces ridículamente la mano pero el convoy proseguía ya su camino. No; no es la primera vez que extravío algo en esta línea de cercanías. En esta ocasión, sin embargo, era algo tan personal, tan íntimo e intransferible, que imaginé que si alguien la encontraba la devolvería. Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Con esa esperanza me he acercado hasta la estación y he preguntado en la ventanilla. Al parecer –me he sentido más aliviado- no soy el único que va olvidando por ahí su sombra. El empleado me ha mostrado varias pero ninguna ha resultado ser la mía. Me ha visto tan abatido que me ha prestado una de lo más aparente para el fin de semana: es alta y estilizada y no saben lo que me cuesta seguirla.

Con decirles que estoy deseando que llegue el lunes.

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CORTOMETRAJE

“más cine por favor, que toda la vida es cine y los sueños... cine son.”

L. E. Aute

Cine. Sí, lo mío es el cine, contar historias a golpe de fotograma. Claro que mientras aparece un productor lo bastante insensato como para embarcarse -y naufragar- en alguno de mis proyectos, tendré que recurrir al noble sucedáneo de la palabra.

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La cámara hace un picado sobre el comedor: hay pocos clientes, lo que hace más nítido el sonido de vajilla, el tintineo de las copas y la conversación de una de las pocas parejas sobre la que se centra la imagen: él sufre una alopecia incipiente, ella tiene una media melena color caoba. Sus palabras –las de él- se superponen a la música, un blues de Dizzy Gillespie. El diálogo es intrascendente: ella ha comentado algo de Operación Triunfo y en él – el visor nos acerca a ambos en un plano medio- adivinamos un gesto de condescendencia. Va vestido elegantemente y no se ha desembarazado de la americana que combina perfectamente con la camisa y la corbata color salmón. Ella se ha vestido para la ocasión

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www.elllantodelaslibelulas.com pero se la nota desplazada y fuera de lugar, muy lejos de la naturalidad que aparenta el hombre. Ahora se instala entre ellos un silencio incómodo que el objetivo aprovecha para dar un plano de detalle: las manos de él manejan los cubiertos con un virtuosismo hipnótico que también atrapa a la mujer, deslumbrada por la habilidad y el estilo con que su acompañante disecciona una lubina. La toma de la mujer se centra en sus ojos. Ligeramente rasgados, los ensombrece el reproche y la insatisfacción. Un inesperado flash-back nos muestra su inventario emocional: un segundo traumático de alguna relación tempestuosa, ella contemplando la lluvia desde un mirador

de

madera

en

que

su

silueta

se

acaba

difuminando... Ese es posiblemente su primer hombre después de mucho tiempo y lo contempla con esos ojos –mitad deseo, mitad recelo- que ahora llenan la pantalla y en los que se Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com reflejan también, como un chispazo, el acero del tenedor y del cuchillo con los que el tipo da cuenta de una naranja mientras se atreve con un chiste que –por su expresión- ella no ha acabado de entender. Poco sabe de el individuo que a esas alturas la tiene impresionada: tiene buen gusto y se dedica –eso al menos le dijo hace un par de meses, cuando el destino acertó a cruzarlos en algún punto- a la venta de artículos

de

segunda

mano.

Interesante,

educado,

inteligente, pendiente de su salud –gracias a su insistencia se hizo ella por fin aquel chequeo que había ido postergando- cosmopolita, sensible... Nada que ver con Mariano. Mejor, si les parece, no hablamos de Mariano. Mariano... De cualquier forma –acaso por no romper el hechizoella hasta hoy no se ha atrevido a inquirir más y ha dejado trabajar a Cupido que últimamente la tenía muy olvidada. Sí, decididamente, bebe los vientos por el hombre que con un gesto medido y la voz modulada pide la cuenta. 196Aster Navas

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Hagamos ahora un fundido; nos serviría también un encadenado vertiginoso. El oscuro interior de un bar de copas va tragándose, progresiva o agolpadamente, la luz cálida del restaurante. Él va por su tercer bourbon y ella –no debería hacerlo; empieza a encontrarse demasiado eufórica y desinhibida y eso la asusta- apura –acaba de regresar del baño- su segundo Cacique. El volumen de la música resulta atronador. Vamos con los actores hasta la pista. Rozan los dos los cuarenta y han perdido la habilidad de abrirse paso a codazos. La cámara les sigue con gran dificultad y nos muestra en consecuencia rostros distorsionados; choca con un hombro, se sonroja frente a un escote, nos deslumbra con un halógeno... Ella se encuentra sofocada pero hace lo imposible por seguir con los pies el ritmo del ballenato con que nos Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com obsequia el disc jockey. Hace un calor intenso y a la inicial euforia le sigue una suerte de dulce mareo.

La siguiente escena se rueda en plano americano: los dos caminan –sería muy significativa su horizontalidad- por un puente. La mujer se siente ganada por un cansancio infinito que no la permite ya mantener su verticalidad. Él la ha cogido en brazos y ahora –en ese plano general- va apareciendo un coche que acaba de detenerse junto a ellos . Resulta significativo para el espectador ese silencio que da toda la tensión a la escena: la mujer –recibimos la imagen a través del retrovisor- desmadejada, dormida en el asiento trasero. Él ha tenido el detalle -el Nissan se pierde ya entre calles- de cubrirla con la chaqueta. Ha puesto en la acción un mimo que ha emocionado al chófer.

La mañana se hace un hueco entre las juntas de la persiana. Ella ha abierto ya los ojos. Se puede ver ahora en 198Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com el picado. Por su tranquilidad, por el movimiento certero que hace en este instante hacia el despertador, encontrándolo, deducimos que estamos en su apartamento, en su habitación. Sólo nos llega el murmullo de las sábanas cuando ella desplaza el otro brazo, segura de toparse con el hombre del que tiene un recuerdo borroso –sus manos desabotonándole la blusa, sitiándole el ombligo... Repara por fin en la sonda que le trepa por la muñeca. Nota la boca extrañamente pastosa y –por ese movimiento- la presión de un apósito sobre el costado, justo a la altura de los riñones. Llora, impotente, incapaz de moverse y levanta la vista: el contrapicado muestra, inmensa, una botella de suero: No te bastó con el corazón... Volvemos a la galería. Todo sugiere que ya han pasado varios días. Llueve desconsoladamente y su imagen se pierde en un plano general del edificio, borrada, confundida con el agua. Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Salimos al exterior. Atardece y la toma nos muestra un gran plano general de la ciudad, la cordillera dentada de sus edificios. Sus diminutos habitantes ocultan seguramente miles de historias tanto o mĂĄs convencionales. Comienzan a aparecer los primeros tĂ­tulos de crĂŠdito y suena la voz de Carlos Cano.

FIN.

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MI MANO DERECHA

Hace un tiempo que mis manos se llevan fatal. La diestra se debió hartar un día de tanto agravio comparativo: mientras su compañera se entregaba a la desidia, a ella se le confiaban todas las tareas. La gota que colmó el vaso debió ser ese Rolex que hace un mes coloqué a la izquierda en su muñeca. Ese mismo día intenté aplaudir y ambas se cruzaron en el aire sin llegar a encontrarse. Desde entonces la derecha, despechada, no responde a ninguno de mis dictados y actúa con una independencia retadora. Delega las labores más Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com ingratas en su contraria y me pone en un brete continuo: ayer mismo en una reunión de trabajo se dedicó a hurgar en mis narices, hoy a la mañana - cuando se lo he reprochado me ha soltado un soplamocos- ha pellizcado en el trasero a la vecina del quinto. Prescinde de los cubiertos, roba en el supermercado y hace gestos obscenos a la policía. Es inútil, créame, recluirla en un bolsillo o intentar controlarla llevando el brazo en cabestrillo.

Por eso, amigo mío, hágale caso y deme su cartera. La muy puñetera es capaz de apretar el gatillo.

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LA CARA OCULTA DE LA LUNA

“ Hay otros mundos, pero están en éste ”

No lo percibió al instante. Antes se había colocado un infame pijama de paramecios, se había sopesado con condescendencia el vientre, cada día más prominente, y había abierto una cerveza. Sólo tras el primer trago supo que algo –sin saber exactamente el qué- no estaba en su lugar. Era, sin duda, su desastrado piso de soltero. Bastaba observar los numerosos montones de ropa, los calcetines acechantes

en

los

recovecos

más

inesperados,

el

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desbordado fregadero…

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www.elllantodelaslibelulas.com Había sin embargo algo en el ambiente que le resultaba desconocido. Algo similar al perfume que sorprendemos agazapado en un ascensor, al penetrar en un vestíbulo, como una huella indeleble y etérea de alguien anónimo, pero que ha pasado muy cerca, que tal vez nos ha rozado o se ha sobrecogido al contemplar nuestra corbata. Era, sí, uno de esos mensajes etéreos, fugitivos; la fragancia, ya apenas perceptible de un perfume femenino. Sin embargo, hacía meses que una mujer – recordaba perfectamente su cuerpo- no entraba por aquella puerta. El único rastro que dejó aquella rubia platino fue su cepillo de dientes y una carta memorable que seguramente yacía bajo el montón de las camisas. El aroma se fue disipando con los primeros compases de un esperado encuentro deportivo, la segunda cerveza, el humo de los cigarrillos, la noche, siempre conciliadora. Definitivamente cambiaría de despertador. El que le devolvía al mundo consciente cada mañana parecía 204Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com regodearse ávidamente en cada pitido, intentando sacarle de la cama con la premura de un incendio, de una catástrofe inminente. Amanecía con el corazón desbocado y sólo en la ducha recuperaba la tranquilidad necesaria para asomarse a la calle y enfrentar una nueva jornada con la seguridad de que los días eran extrañamente clónicos y que les hemos inventado nombres y números para que no nos atrapen en su laberinto. Llevaba una vida privada de sorpresas. Amigos y conocidos tenían esposa, suegra, niños y vacaciones en Torrevieja. Tenía la extraña sensación de ser la pieza equivocada mágicamente,

del con

puzzle la

donde belleza

todos matemática

encajaban de

los

complementarios. Aprendió a refugiarse en el trabajo, en una ciudad dormitorio, en un universo infranqueable en el que seguía siendo un golfo aventurero, un solterón afortunado al que se

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www.elllantodelaslibelulas.com le atribuían prodigiosas proezas de alcoba, innumerables flirteos, mágicas noches con sinuosas ninfas. Nadie sabía que hoy – como todos los días- volvía a casa huyendo de la noche y de un mundo que poblaban felices seres simétricos. Definitivamente necesitaba una asistenta. Nunca había sido capaz de enfrentar los más nimios quehaceres domésticos y aquellos cien metros cuadrados prometían convertirse en una jungla inhabitable. La vivienda, un auténtico mirador sobre el Casco Histórico, era la cuarta planta de un antiguo edificio. Le fascinaron desde el principio sus corredores, los elevados techos y su bajo precio. Amueblada sólo en parte, parecía que algunas de sus cuatro habitaciones hubieran sufrido un reciente espolio. Sobre sus paredes aún podían observarse la sombra de una alacena, el perfil de una rinconera, las geométricas líneas de una estantería. En ellas podían encontrarse objetos insólitos que daban a la estancia un 206Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com cierto aire surrealista e inquietante. Así, el único mobiliario de la habitación que se asomaba a un patio repleto de colgadores, lo constituían un desnudo galán, un vestidor, y un precioso tocador de roble sobre el que alguien había olvidado una licorera. Sólo habitaba el dormitorio y el salón. No recordaba haber utilizado la cocina. No sabía por qué pero al adentrarse en el estrecho corredor, a cuyos lados se alineaban el resto de estancias le asaltaba una extraña sensación de desasosiego. Resultaba frío, impersonal, como cualquier otro piso de alquiler siempre sumido en ese aire provisional de lugares de paso al que les han condenado sus pobladores. Pero también es cierto que después de varios meses había adquirido cierta impronta de su inquilino y aquel espacio era un reflejo involuntario de su intimidad: el último libro de Tabucchi, un retrato sepia, suplementos dominicales, un cartón de tabaco negro…

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www.elllantodelaslibelulas.com La colilla de Camel apenas asomaba en el cenicero atestado. Presentaba en sus bordes las manchas recientes de un carmín discreto pero sugerente y sensual. Tardó en encontrar una explicación plausible: la dueña del inmueble, una fumadora impenitente. Aquella explicación racional no evitó que aquel indicio le obsesionara sobremanera y que regresara a su domicilio con un temor tácito e inconfesable. Giraba la llave con un sigilo inconsciente como si fuera él quien invadía aquel espacio. A veces volvía a horas intempestivas o inusuales con el ignorado ánimo de sorprender a la intrusa; inspeccionaba con recelo paranoico cada esquina creyendo adivinar en las huellas de un vaso, en el gel abierto de la ducha, las manos de aquella mujer desconocida. Imaginar su rostro le robaba interminables horas de sueño y no eran pocas las noches en que se dormía con la certeza de que alguien lo observaba en la oscuridad.

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www.elllantodelaslibelulas.com Confundía el trasiego de los vecinos, sus pasos amortiguados en los pisos superiores con el peregrinar sonámbulo de aquella mujer por las alcobas, asomándose a las ventanas esperando que el alba le devolviera la casa que aquel hombre le había usurpado. El paso de los días moderó aquella conducta y la lógica se abrió paso y alivió durante un tiempo tanto desconcierto. Cualquiera hubiera atribuido aquella ventana abierta a la fuerza del viento que aún azotaba las cortinas y amenazaba con repartir la correspondencia por toda la casa. Sin embargo, aquella galerna de comienzos de verano volvió a despertar en él los viejos fantasmas. Observaba inquieto a cualquier extraña con que se tropezara en el bloque, cerraba meticulosamente la casa a cal y canto cuando se ausentaba y convertía cualquier detalle en una evidencia incontrovertible.

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www.elllantodelaslibelulas.com Pero fue unos días más tarde cuando comprendió que tanta ansiedad le estaba conduciendo a la locura. Una noche de Julio se encontró persiguiendo a una mujer con la que se había encontrado en el rellano de la escalera. Aunque para ella pasó completamente desapercibido, él creyó leer en sus ojos la solución al enigma. Descendió con sumo tacto mientras ella abandonaba el portal y poco a poco se fue convirtiendo en su sombra, empujado por la curiosidad y la angustia. Persiguió sus caderas por las largas avenidas, el eco de sus pasos por barrios periféricos y abandonados andenes de metro donde la noche se hizo borrosa y anónima. No tendría más allá de cuarenta años y una estatura –que subrayaban los tacones- similar a la suya. Poseía una sensualidad que hacía girar los rostros. Resultaba –lo aprendió observándolo en cada barra, en cada desangelada pista de baile- seductora, una ninfa perdida en el asfalto.

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www.elllantodelaslibelulas.com No recordaba en qué momento, en qué pub, en qué bareto perdió la consciencia y entró en un torbellino de sensaciones que le resultó incontrolable: el bourbon descendiendo por su garganta, un beso brutal –como un golpe de mar definitivo- en los labios, en el cuello, en los muslos –como una dentellada-; el sexo erizado, ardiente; el semen cálido. Si bien las sensaciones eran de una gran nitidez, el tiempo, el espacio y sus protagonistas resultaban ambiguos, como escapados de un sueño, de una dulce pesadilla. Despertó en su casa. Todavía con los sentidos aturdidos reconoció el dormitorio, la agridulce luz de la tarde herida, Venus a través de la ventana, insinuándose. No recordaba el trayecto hasta su domicilio ni las horas que había dormido; dónde comenzaba el sueño, la cara oculta de la luna. La resaca se había instalado en sus sienes torturándolo, y la noche, aún aferrada a sus labios, anudada en su garganta, se resistía a abandonarlo. Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Esperó entre las sábanas los primeros guiños de la luna que comenzaba a acicalarse con neones y lluvia. Se arrastró hasta el baño y la ducha tibia le ayudó a volver a la realidad. Se afeitó meticulosamente y acertó a silbar una melodía mientras la maquinilla se demoraba en cada pliegue, escalaba el mentón, se perdía en la comisura de la boca. Le vendría bien un poco de aire fresco, perderse en la Gran Vía, ver el último estreno… En el tocador, frente al espejo, se supo guapa, atractiva a pesar de las ojeras. Se acomodó la blusa y retiró el molesto mechón de cabello que le caía sobre los ojos. Tal vez –pensó- se había excedido con el rimmel. Comprobó luces y ventanas y cerró la puerta cuidadosamente. Tenía -¡menuda tontería!- la curiosa sensación de que en su ausencia un hombre ocupaba aquella casa.

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MEA CULPA

Alonso de Orellana y Cosío abandonó este valle de lágrimas el cuatro de Julio del año de gracia de 1487. Fue enterrado en sagrado en el monasterio de Valvanera y el sufragio de su alma fue encomendado a los frailes cartujos de aquella piadosa comunidad.

Orellana sabía que las plegarias de los monjes no lo librarían del infierno: se lo venían advirtiendo desde niño su madre, su conciencia y su ilustre confesor, Don Toribio Calderón, a la sazón Arcipreste de Valderas. Hasta sus Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com vasallos, a los que esquilmaba, le auguraban, al cobro de cada diezmo, el fuego eterno.

Tal vez por eso –y porque la Parca lo sorprendiera ebrio en una de sus tantas orgías- no le afectó en exceso el tono airado de San Pedro: llevaba tantos años vislumbrando al santo cancerbero enumerar sus culpas con gesto severo que apenas le molestó la displicencia del apóstol. Esperó pacientemente Orellana a que el celestial portero se desahogara recriminándole tanto licor, tanto devaneo y tanto derecho de pernada y empezó a bajar escaleras dispuesto a afrontar una más que merecida penitencia.

Al franquear la puerta del infierno se encontró empero –Dios es misericordioso- en una bulliciosa taberna:

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www.elllantodelaslibelulas.com Échese, vuesa merced, un trago al coleto –lo sacó de su pasmo otro condenado alargándole una jícara de aguardiente. Orellana se llevó entonces, goloso, la copa a los labios sin ningún resultado: ¡Pardiez! Pero... si no tiene agujero –maldijo Don Alonso examinando el envase del derecho y del envés. Pues así todo... amigo mío –suspiró el compañero, mirando resabiado a una de las exuberantes camarerasasí... todo.

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PROPÓSITO DE ENMIENDA

El alma –también el cuerpo- le pedía cada Enero cambiar de vida: divorciarse, escaparse, raparse el pelo… Comprendía, sin embargo, a mitad de mes, que la inercia era una ley física poderosa e incontrovertible y se fijaba metas más modestas, objetivos más realistas que se pudieran alcanzar sin grandes compromisos: acudiendo con regularidad al quiosco, al gimnasio o a una academia de idiomas. Comenzaba entonces una colección de plumas estilográficas, se animaba a practicar –martes, jueves y

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www.elllantodelaslibelulas.com sábados- alguna actividad en el polideportivo y formalizaba la matrícula en un nuevo idioma. Su esposo la miraba condescendiente. Sabía que con la llegada del buen tiempo se apoderaría de ella una insuperable desidia que le haría abandonar primero las aulas, más tarde, los vestuarios y finalmente el puesto de revistas. Para Abril habría cejado definitivamente en el empeño de dejar el tabaco, ir caminando al súper o no morderse las uñas. Él, desde el sofá, se lo reprocharía amargamente. Vas mejorando. Este año casi has llegado –Mario era, desde luego, un excelente administrativo- a la quinta entrega del coleccionable, la vigésimo quinta sesión de spinning y casi terminas el segundo trimestre de italiano –le espetó él por teléfono al saber que aún a media mañana seguía remoloneando entre las sábanas.

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www.elllantodelaslibelulas.com Colgó. Inapetente y descolocada se aferró al tipo que le besaba los pechos. Casi –lástima…- llega al orgasmo.

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CUENTO DE LA LECHERA

Iba una lechera camino del mercado. El cielo –en Abril tan voluble- estaba despejado y el sol empezaba a calentar. Con el primer sofoco a la buena mujer le dio por pensar que con aquellos calores el contenido de su cántara fermentaría en un par de horas y que suerte tendría si lo vendiera a la mitad de su precio a algún mayorista sin escrúpulos. La fatalidad querría que ese mercader fuera proveedor del alcázar y que el duque desayunara esa leche a la mañana siguiente. Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com El noble, entre estertores, mandaría prender al comerciante y éste no dudaría en dar su nombre a la justicia. La arrestarían al ocaso y tras un juicio rápido y sumarísimo la darían garrote en la Plaza de los Curtidores. Pensando en esto decidió verter la leche en una acequia y emprender el regreso a casa. El cielo –en Abril tan voluble- empezaba a encapotarse y el frío viento del Nordeste le hizo avivar el paso.

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NICOTINA

Papá arrugó contrariado la cajetilla vacía. Voy por tabaco -dijo levantándose de aquel banco del Parque del Oeste. Mamá y yo lo vimos entonces alcanzar la verja, cruzar el paso de cebra y perderse entre el laberinto de bocacalles. Durantes estos últimos diez años he recorrido todos los estancos de esta ciudad. En todos se respiraba el mismo olor acre; en todos había una cortinilla de fieltro que daba paso a una trastienda. Saliendo tropezamos Aster Navas

de

de

uno

nuevo

de

con

estos papá.

establecimientos Estaba

aún

más Mide tus Palabras 223


www.elllantodelaslibelulas.com descolocado que mamá. La besó ceremoniosamente en las mejillas y se marchó con la desconcertada mujer que lo esperaba al otro lado de la calle. Parecía tan feliz y tan distinto...

Después de quince años de matrimonio he decidido empezar a fumar. Voy por tabaco -le he dicho a Mariano. Él apenas ha levantado la vista del periódico para verme alcanzar la verja, cruzar el paso de peatones y perderme en el laberinto de callejuelas. Me ha costado -no conozco esta zona de Madridencontrar una expendeduría. Aprovechando un descuido del dependiente me he aventurado en la trastienda. He ido a salir a otro estanco, por Móstoles: tengo cinco años más, una denuncia por allanamiento, los pulmones hechos una pena y un seductor marido al que le permito cualquier cosa menos fumar.

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MI DERECHA MANO

Hace un tiempo que mis manos se llevan fatal. La diestra se debió hartar un día de tanto agravio comparativo: mientras su compañera se entregaba a la desidia, a ella se le confiaban todas las tareas. La gota que colmó el vaso debió ser ese Rolex que hace un mes coloqué a la izquierda en su muñeca. Ese mismo día intenté aplaudir y ambas se cruzaron en el aire sin llegar a encontrarse. Desde entonces la derecha, despechada, no responde a ninguno de mis dictados y actúa con una independencia retadora. Delega las labores más ingratas en su contraria y me pone en un brete continuo: ayer mismo en una reunión de trabajo se dedicó a hurgar en Aster Navas Mide tus Palabras 225


www.elllantodelaslibelulas.com mis narices, hoy a la mañana - cuando se lo he reprochado me ha soltado un soplamocos- ha pellizcado en el trasero a la vecina del quinto. Prescinde de los cubiertos, roba en el supermercado y hace gestos obscenos a la policía. Es inútil, créame, recluirla en un bolsillo o intentar controlarla llevando el brazo en cabestrillo.

Por eso, amigo mío, hágale caso y deme su cartera. La muy puñetera es capaz de apretar el gatillo.

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DESENCAJADA

A Dios gracias la señora acabó serenándose. Desencajada había estado la pobre Doña Noelia hasta ese instante. Claro que no era para menos. Mira que también Don Pablo morirse así, de esa manera tan turbia, en ese horrible garito –siempre llevó una vida tan desordenada- del Barrio Chino… Sí; menos mal que, al verlo en el féretro, la señora acabó tranquilizándose: todos la vieron tan entera en las Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com exequias, tan conforme junto al ataúd de pino, tan fuerte cuando sellaron el nicho...

Ya en casa sorteó con una sorprendente elocuencia los últimos pésames y se encerró en el vestidor. Fue colocando cada prenda en su percha, cada complemento en su cajón; esta pulsera en este joyero; el broche de ámbar en aquel cofrecito; los pendientes en su cajita nacarada.

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MONEDAS

Hoy la casualidad me ha citado con Marta Vigiola en un café del Barrio Gótico. Hacía al menos veinte años que no tenía noticias de ella pero esa mujer sigue teniendo algo de aquella chica larguirucha y espléndida que me invitaba a golosinas en la tienda de Lupe. Mientras celebrábamos aquel reencuentro inesperado recordé la mañana en que Marta me reveló de dónde salía el dinero para aquellas chucherías. Nunca sabré por qué me escogió a mí para confiarme aquel secreto pero esa Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com confidencia habría de convertirnos en inseparables: todavía hoy, mientras me resumía su vida, me ha parecido sorprender en sus ojos restos de aquella complicidad de la infancia. Todo había empezado un par de semanas después de su nacimiento, en el año del señor de 1960: había venido al mundo en una familia más que humilde y cuando aquella mañana de Febrero, Doña Blanca, cambiaba el pañal de la criatura, sorprendió entre sus caquitas una lustrosa moneda de dos reales que ayudó a la buena mujer a cuadrar las cuentas de la semana. El hecho es que desde entonces y con una frecuencia casi diaria la cría acompañaba sus denuestos con una de aquellas monedas plateadas. Doña Blanca las escogía con cierto reparo, las ponía bajo el chorro de la canilla, palmeaba exultante las nalgas de la muchacha y le daba unos céntimos en premio.

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www.elllantodelaslibelulas.com A medida que la niña iba medrando y siempre teniendo como referente el

índice de inflación, aquella

milagrosa propina iba creciendo en cuantía y los Vigiola, que se reunían en torno a Martita para jalear sus esfuerzos sobre el orinal, estallaban en una cerradísima ovación cuando las pesetas tintineaban finalmente contra el fondo de concha. La familia llegó a depender hasta tal punto de aquellas derramas que cuando la muchacha sufría el más ligero estreñimiento, su maltrecha economía se resentía ostensiblemente. La madre, al segundo o tercer día, recurría a un lenitivo pretextando que sólo buscaba el bienestar de Martita. Ésta, al poco, defecaba lo correspondiente no sólo a esa jornada sino también lo tocante a días precedentes. Hoy, mientras me mostraba las fotos de sus dos hijos, yo me preguntaba si Marta Vigiola, a sus cuarenta y cinco años continuaría haciendo sus deposiciones en la misma

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www.elllantodelaslibelulas.com bacinilla color malva con la que de pequeña iba a todas partes.

El caso es que la niña acabó convirtiéndose en una espigada y pudorosa adolescente que reclamaba, como era lógico, un mínimo de intimidad a la hora de hacer aguas mayores. Fue así como Doña Blanca, después de hacer muchos números, comenzó a abrigar la sospecha - con aquellas monedas compramos nuestros primeros cigarrillosde que la muchacha le sisaba. Madre e hija se fueron convirtiendo en enemigos acérrimos y Marta abandonó el domicilio familiar en cuanto cumplió los dieciocho años: lió una valija con cuatro cosas, la bacinilla ya desportillada y tomó el coche de línea a Barcelona. Durante unos años vagabundeó por Europa. De aquel periodo aún conservo algunas cartas en las que, aparte de 232Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com sus desventuras, me da detalles de la versatilidad de sus intestinos: su vientre aprendió a adaptarse a cualquier circunstancia y lo mismo fabricaba - con una fidelidad escrupulosa- peniques que escudos, liras que florines,. Tras una misiva remitida desde Lisboa no volví a saber más de “Culito de oro”. Hoy he visto –bolso de Prada, perfume de Rabanne, cronógrafo de Gucci- que la vida le ha sonreído. Mientras me ponía al tanto de sus éxitos, de su divorcio, de su trabajo, de la menopausia; mientras pedía la cuenta al camarero, a punto he estado de interrumpirla con una pregunta escatológica. Ella –es una señora- la ha sorteado con una frase elocuente: “pago yo, cielo; no sé ya qué carajo hacer con tanta calderilla…”

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EL CIELO PROTECTOR

Apolo resopló malhumorado y se apartaron las nubes. Esta Tierra –maldijo- que hemos creado es un jodido paraíso: aguas cristalinas, bosques frondosos, océanos, impecables, nieves perpetuas, biodiversidad infinita y armónica. Nada que ver –se lamentó envidioso- con este infernal Olimpo: las intrigas de los dioses, las traiciones de los titanes, las sevicias de Afrodita, los berrinches de las ninfas...

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Y Apolo creo entonces al hombre.

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EL ESCONDITE

Soy como una hoja del año pasado que aún se aferra a la rama. Al primer soplo de aire, me desprenderé. Jack London; El silencio blanco y otros cuentos.

Había días que uno no ganaba para sorpresas. Aquel veintitrés de Junio fue uno de ellos. Nos dieron las vacaciones,

por

la

carretera

general

pasó

un

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Supermirafiori como el que regalaban en el Un, dos, tres y volvió al pueblo Don Rodrigo.

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www.elllantodelaslibelulas.com Fito sabía que al escondite no tenía nada que hacer; hubiera preferido jugar al hinque, al marro, a la maya, a pies quietos, a tres navíos; a cualquier cosa antes que al escondite. Sus piernas –era dos años más pequeño- no podían

competir

con

las

nuestras.

Pormíyportodosmiscompañerosypormíelprimero

vociferó

esta vez Blasillo rompiendo el solemne silencio de la siesta. Todos nos tomamos un respiro para seguir la estela de un avión. Luego, cuando la línea blanca se difuminó, Fito apoyó resignado el antebrazo sobre la corteza del árbol y cerró de nuevo los ojos. Undostrescuatro, volvió contar mientras el intenso olor a resina le ganaba la garganta y el aeroplano

dejaba

de

espejear

en

el

cielo.

Cincoseisieteochonueve –continuó Fito, mientras El Pitusa, Blasillo y yo buscábamos apresuradamente un escondite en el plantío, el bosquecillo de quejigos, álamos y encinas separado del pueblo por el seco cauce del Orza.

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www.elllantodelaslibelulas.com El Pitusa decidió ocultarse tras una mimbrera. Sintió hundirse ligeramente sus pies sobre el lecho cuarteado del riachuelo, el indignado croar de una rana, el geométrico aleteo de una libélula de colores imposibles... A punto estaba de recuperar el resuello cuando notó la mano sobre el hombro. Se volvió -desconcertado por la rapidez con que Fito le había sorprendido; dispuesto a medirse con él en la carrera- y se quedó mudo al ver a Don Rodrigo. Porque aquél –treinta años después volveríamos a jurarlo- era, sin duda, Don Rodrigo, su abuelo: llevaba al menos sus mismos gruesos pantalones de pana, olía al mismo tabaco de hebra y se cubría con su misma gorra, capada y parda. Lo miraba todo, además, con idéntico asombro, con la misma incredulidad que Don Rodrigo, el abuelo de El Pitusa. Claro que, bien mirado, Don Rodrigo no pintaba nada allí: todos sabíamos que el taxi de Barril se había Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com llevado al abuelo de El Pitusa a Benavente; a una residencia. Sí , El Pitusa, Fito, Blasillo y yo habíamos visto al Milquinientos alcanzar el cruce de Quintanilla con Don Rodrigo dentro. Al abuelo de El Pitusa se lo llevó el taxi de Barril a la residencia porque no regía. Vamos, que Don Rodrigo estaba de la cabeza. Ya nos lo explicó El Pitusa: la sangre le llegaba bien a todos los sitios pero fatal a la cabeza; por eso tenía siempre la boca medio abierta y babeaba como un crío. Esa era la razón –lo entendíamos perfectamente- por la que Don Rodrigo, como una tomatera privada de agua, había empezado a marchitarse: falta de riego. El Pitusa explicaba siempre así las cosas: hoy tiraba de una tomatera, mañana de una lechuga, al otro de una cebolleta. El caso es que un buen día el abuelo de El Pitusa metió los calcetines en la nevera y su nuera, Doña María, se hartó: bastante tenía la mujer con seis criaturas como para

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www.elllantodelaslibelulas.com andar pendiente de aquel niño grande que se orinaba encima. Bastaba verlo. Todo el santo día con la chiquillería: un

hombretón

de

setenta

años

jugando

al

undostrescarabimbombán con la muchachada de Villalobos. Setenta primaveras y más ilusionado con la sanjuanada que Fito. Tal vez por eso nos miró a todos con mayor reproche. Justo dos semanas antes cuando ya bregaba con los chiquillos con alpacas y armarios viejos para el fuego, va el taxi de Barril y se lo lleva a la residencia. Tal vez por eso costó tanto subirlo al coche y Don Rodrigo, el abuelo de El Pitusa, juró y blasfemó como nunca nadie en Villalobos de Campos le había oído jurar ni blasfemar y entonces todos reconocieron que sí, que el viejo estaba como un trillo, que Don Rodrigo, el abuelo de El Pitusa, estaba mal de la cabeza. Hasta entonces todos habían condescendido con aquel tipo chocho que jugaba con sus hijos o les pedía pan Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com con chocolate. Ahora estaba ya claro que el abuelo de El Pitusa estaba cada día más alunado: de la noche a la mañana aquel viejo verde se volvería peligroso. Se fue y en aquel trasiego de trastos para las llamas echamos de menos su fuerza, y su silencio, tan extraño en un adulto. Ya ni la pita ni las tabas ni el María Subiré fueron lo mismo: nos faltaba el abuelo de El Pitusa.

Aquella tarde nos juramentamos para esconder a Don Rodrigo. El Pitusa lo cogió de la mano y lo arrastró a través del bosque; él se dejó llevar hasta las eras con una mueca de complicidad que borró por unos segundos su expresión bobalicona. Aquella noche, apostados en el olvidado palomar de La Calera, vimos con Don Rodrigo la hoguera y Blasillo le subió una taza de chocolate. Mientras lo buscaban los guardias, se repartía su foto por toda la comarca y Matías Prats desde la radio –continúa 242Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com desaparecido...pedía información sobre su paradero nosotros nos turnábamos para alimentarlo. A los siete días se había revuelto Roma con Santiago y Doña María, la madre de El Pitusa, era todo angustia. Casi agradeció la mujer aquel desenlace. Lo encontraron muy lejos de allí, en Colinas de Trasmonte, casi en Sanabria. Estaba descompuesto. Llevaba muerto bastante tiempo: desde la víspera de San Juan, según el médico.

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www.elllantodelaslibelulas.com OBJETOS PERDIDOS

En el tren. Fue en el tren. Me apeé precipitadamente y al cerrarse tras de mí las puertas automáticas me percaté de que no la llevaba conmigo. Alargué entonces ridículamente la mano pero el convoy proseguía ya su camino. No; no es la primera vez que extravío algo en esta línea de cercanías. En esta ocasión, sin embargo, era algo tan personal, tan íntimo e intransferible, que imaginé que si alguien la encontraba la devolvería. Con esa esperanza me he acercado hasta la estación y he preguntado en la ventanilla. Al parecer –me he sentido Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com más aliviado- no soy el único que va olvidando por ahí su sombra. El empleado me ha mostrado varias pero ninguna ha resultado ser la mía. Me ha visto tan abatido que me ha prestado una de lo más aparente para el fin de semana: es alta y estilizada y no saben lo que me cuesta seguirla.

Con decirles que estoy deseando que llegue el lunes.

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EL INTRUSO

Una

tarde

de

principios

de

Diciembre

los

electrodomésticos escucharon a la dueña bregar en la cocina y avanzar por el pasillo con un aparatoso objeto. El puñetero trasto parecía haber caído de pie pues la señora había apartado –se pasó varios días despechado- el pie halógeno para colocar al forastero en la esquina más codiciada del salón. La noticia voló por los fusibles: hay una nueva criatura en la casa… Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com ¿Y cómo es? –deslizó el exprimidor a la licuadora; la licuadora al lavaplatos; el lavaplatos al frigorífico; el frigorífico a la lavadora; la lavadora al microondas y el microondas al televisor de plasma. Debe tratarse –respondió la tele- de un hermano muy especial pues sus luces son de colores intensos e intermitentes. Además –añadió- comparte enchufe con el DVD. Esta última revelación convirtió al recién llegado en un ser superior, pariente cercano, sin duda, del Home Cinema o del ordenador de Borja. Nada podrían hacer para recuperar la atención de los humanos frente al despliegue de magia y luz de aquel advenedizo. No se había organizado tanto alboroto desde la instalación del PC. Cierto es que el recién llegado no demostraba la inteligencia de la computadora y tampoco – aunque fuera tan humilde como la de la tostadora- parecía tener una utilidad práctica. 248Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Tal vez por eso resultaba tan indignante la reverencia con que los Zorrozúa colocaban regalos y zapatos a sus pies.

Por eso no entendieron la brusquedad con que una lluviosa tarde de enero lo desnudaron de todos sus atributos. Lo supieron –lo mismo, recordaron, le ocurrió a la yogurtera- entonces desahuciado. La toma del teléfono persiguió al señor hasta la calle y se sobrecogió al ver las raíces del abeto asomando por la mortaja de plástico. No tardó en mandar noticias al inalámbrico; la envidia se tornó entonces lástima: el pobre ha acabado en el contenedor.

¿En cuál de ellos? –preguntó con curiosidad impertinente la sandwichera.

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AFTER SHAVE

hasta los huesos sólo calan los besos que no has dado Joaquín Sabina

Debí suponer –lo anunciaste con tanta solemnidadque un suceso tan frívolo traería consecuencias. Dedicaste toda la mañana del sábado a aquella tarea: afeitarte. Después de lucirla durante más de quince años te rasuraste la barba con un mimo irreprochable, procurando, acaso, que esa extirpación no resultara tan traumática: Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com espuma para pieles delicadas, maquinilla de tres hojas con cabezal basculante y un delicado after shave con una reparadora esencia de alóe vera. Durante

unos

minutos

me

pareciste

desnudo,

vulnerable; poco más tarde me asaltó la certeza de encontrarme ante otro hombre, un tipo inaudito que poco o nada tenía que ver contigo y que había ido creciendo al amparo de aquel discreto antifaz. Esa idea comenzó, en fin, a turbarme profundamente: me excitaba tanto imaginar que un intruso, un esporádico amante había irrumpido en la casa…Sus besos no eran los de mi marido; eran ilícitos, clandestinos, tan dulces como prohibidos. Después de tanto tiempo de casados volvíamos a amarnos con la precipitación de los amantes y tanta urgencia nos enloquece. Ayer mismo tuvimos que refugiarnos en un portal al verte venir por la acera de enfrente.

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www.elllantodelaslibelulas.com A punto estuve 窶田ielo, esto es un sinvivir- de llamarte y de contテ。rtelo todo.

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JUMANJI

Háganme caso. El peor enemigo del hombre es él mismo. Sí, podría resumir estos cuarenta años con esa frase lapidaria. Cuando comencé en este oficio no me hubiera atrevido a hacer una afirmación tan categórica. No tenía apenas argumentos; joven y entusiasta acababa de abrir esta consulta en pleno centro. Había cuidado cada detalle: la placa del portal -Fernando Valmaseda. Nerviosas y Mentales-, el mobiliario del despacho -cerezo y roble-, la iluminación -tibia e indirecta- que sumía la estancia en una penumbra que invitara a la confidencia.

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www.elllantodelaslibelulas.com Iba a arreglar el mundo, a sofocar los enojosos entuertos del alma. Paulatinamente fui entendiendo, sin embargo, que muy pocas dolencias son comparables a las del espíritu y que contra éstas no hay otro remedio que el tiempo y que un servidor poco más podía hacer aparte de escuchar. Cierto es que en ocasiones he sentido la sensación de caminar por el filo de la navaja y he dudado entre la realidad que me refería el enfermo y la que -rotunda- se contemplaba desde la ventana. No han faltado profetas ni adivinos, césares y napoleones que defendían su identidad con una persistencia encomiable, visionarios con augurios que harían palidecer al propio Nostradamus. Numerosos han sido los que creían ser objeto de alguna exclusiva revelación, mesías y enviados con los ojos turbios por una premonición o por un encuentro en la tercera fase. Me acabé acostumbrando y así a la inicial sorpresa y

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www.elllantodelaslibelulas.com desconcierto sucedió la indolencia. Estaba curado de espanto. Creía, sí, haberlo visto todo hasta que conocí a Sebastián Villalta.

De todos mis pacientes ha sido él, sin lugar a dudas, el caso más inquietante. El resto de mis enfermos, acababan

respondiendo

–con

ciertas

variantes

por

supuesto- a una patología definida. Sí, todos los que desfilaban por mi diván presentaban un cuadro médico establecido y un diagnóstico más o menos claro. Sí, diferentes obsesiones, miedos y complejos pero a fin de cuentas la misma angustia, contada, por supuesto, como si fuera única e irrepetible. También fue el más veterano; estuvo diez años asistiendo quincenalmente a mi consulta. A pesar de esa regularidad

en

la

terapia,

lejos

de

evolucionar

favorablemente, cada vez se le veía más desbordado. Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com Recuerdo el primer día que se presentó en el despacho. Acudió –a mi parecer- más empujado por la curiosidad que por la dolencia e incluso, para trivializarla, la expuso casi como un chascarrillo. Veo un tigre –dijo, como si se tratara de un juego. Villalta aseguraba que, de cuando en cuando, veía un tigre. Lo más inquietante… -continuó su discurso con una lucidez insensata- no es el hecho en sí. Lo más inquietante, doctor, es que nadie más en la calle, en la playa, en el atestado centro comercial, repare en esa fiera enorme, en ese animal con el que se cruzan, como si tal cosa, en el paso de peatones o al salir de la boca del metro. Lo más inquietante –insistió- es que la gente lo esquive o le abra paso con esa naturalidad tan desquiciante. El felino aparecía además inopinadamente: Sebastián no se encontraba especialmente alterado o relajado. Cuando el tigre irrumpía en su entorno, Villalba no vivía una

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www.elllantodelaslibelulas.com situación estresante ni estaba bajo los efectos de sustancia estupefaciente alguna. Aún me parece verlo semitumbado sobre el diván, desgranando cada detalle, con esa impunidad que da el saber que tu interlocutor está a tu espalda, que estás libre de su mirada burlona, de su artificial asentimiento.

Con el paso del tiempo, la aparente indiferencia del animal hacia Villalta fue tornándose agresividad. Eran –en cada sesión se mostraba más atemorizado- unos tímidos rugidos que conseguí que atribuyera a sus subconsciente. Con el paso del tiempo la incredulidad del enfermo dio paso al pánico. Un día vio en los ojos del depredador que le había escogido como presa. Su itinerario por esta ciudad se convirtió desde entonces en una expedición a la selva, en un arriesgado safari: se refugiaba –a veces sólo accedía a salir protegido por la policía- desesperadamente en bares, Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com portales y cines. Acabó recluyéndose en su domicilio hasta donde tuve que ir a tratarle. Sólo con una intensiva terapia y una mayor dosis de ansiolíticos conseguí que volviera a la calle. El juez de guardia levantó su cadáver en el rellano de su propia escalera: lo más asombroso es que ningún vecino viera o escuchara al enorme gato del que habla la autopsia.

Hasta ahora no le había contado a nadie lo sucedido. Tampoco –guárdenme el secreto- he hablado con nadie –ni siquiera con Villalta- del cocodrilo. Lo más asombroso –con serlo- no es el hecho en sí; lo insólito es que nadie repare en ese aparatoso saurio al salir del ascensor, la agilidad con que la enfermera sortea su bulto en el pasillo. Lo más inquietante es la tranquilidad de los enfermos; como si ese horrible lagarto no estuviera ahí, expectante, en medio de la sala de espera. 260Aster Navas

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TAL DÍA COMO HOY

A una hora como aquella, tal día como aquél, Trajano firmaba los planos de la nueva necrópolis; Da Vinci mordía voluptuosamente

una

manzana;

Chrispopher

Reeve

acariciaba el hocico de un nervioso caballo que se disponía a montar; Beckham se lesionaba los abductores en un partido amistoso; una lanzadera alcanzaba la quinta luna de Egipsis; Blexis Filmon II, padre de nuestro emperador sometía la galaxia Greka. En fin, no quiero aburrirles: a una hora como aquella, tal día como aquél, 23 de Febrero de 2739 una tormenta de Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com kippel caía despiadamente sobre Barcelona y Florentino Barroso, se veía obligado a refugiarse en los soportales del Museo Arqueológico.

Te llevaba veinticinco años –casi desde que fue fabricado- trabajando como vigilante en la pinacoteca del Museo. Con el tiempo había dejado de custodiar los cuadros y desviaba, cada vez más con mayor desparpajo- la vista sobre los visitantes: resultaba mucho más interesante ver sus caras al contemplar aquellos retazos del pasado. En todos los lienzos había algo que el tiempo había vuelto inaudito: la nieve, un teléfono fijo, cabello, fruta... Algunos

–los

tenía

especialmente

controlados-

volvían una y otra vez a la misma sala e incluso se acomodaban

en

el

diván

para

contemplar

más

detenidamente un lienzo. T hubiera dado una de sus baterías de cristal de litio por conocer la identidad del tipo que cada tarde a las seis 262Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com treinta y cinco durante la última seemana se quedaba embelesado frente al óleo 157 de la sala monográfica del siglo XX. Sí; T hubiera dado cualquier cosa por conocer a Barroso, descifrar lo que escondían sus ojos pasmados; saber, en definitiva, qué había guiado sus pasos hasta aquel desolado espacio.

Barroso había tardado en decidirse. Siempre había preferido para sus vacaciones las agencias de viajes convencionales: algún destino exótico; tour y estancia. Claro que en el año del Señor de 2739 era difícil encontrar un hueco medianamente virgen en la Tierra; las lanzaderas te colocaban en el otro extremo del globo en el tiempo que duraba un trayecto interurbano. Claro, también estaba Sunion, todo un planeta pensado para el ocio y atendido por amables replicantes. Ya había estado allí en numerosas ocasiones; de hecho ¿qué terrícola no había pasado por Sunion? Los tour operadores Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com ofrecían el paquete de aeroplataforma y hotel a un precio cada vez más ridículo. Sin embargo, aquella esfera resultaba tan artificial y era tan decepcionante tropezarte con el vecino del cuarto D en el área cinco- Flora polinesia. Hasta aquella aséptica camilla no le había conducido el capricho o la curiosidad. A Florentino Barroso le había llevado hasta allí un pintor del remoto siglo XX: Sorolla. Barroso –comenzaba a arrepentirse- nunca debió entrar en el Museo Arqueológico. Si no hubiera visto aquel cuadro nunca se hubiera embarcado en esta aventura. Claro que el óleo –Tres velas- era una golosina. Ese jodido Sorolla te hacía escuchar el mar; notabas los pies húmedos y la cara cubierta de salitre. El caso, resumiendo, es que Barroso, sintió el cabeceo de las barcas, el escandaloso blanco de las olas y decidió sus vacaciones.

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www.elllantodelaslibelulas.com Lo que acababa de contratar era, por lo menos, una experiencia más exclusiva. También es cierto que por lo que acababa de pagar podría haber salido varias veces al espacio o haberse pagado una Transición: un agujero negro controlado –no espacio, no tiempo-. El androide que atendía a los clientes lo sacó de todas aquellas cavilaciones. El tono afectuoso del robot, una female sintética que respondía al nombre de B, le devolvió a la realidad: -Como bien sabe, señor Barroso, usted acaba de comprar algo más que un vulgar viaje en el tiempo. No en vano, antes de acceder a su petición se le ha sometido –le agradecemos enormemente su paciencia a varios tests de personalidad y a numerosas entrevistas: buscamos turistas discretos que sepan pasar desapercibidos en el pasado a la carta que les ofrecemos. Usted, además, ha escogido, un destino que no ofrecemos en catálogo. No se ha conformado con la Final de la Champions League del 2004 Aster Navas

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www.elllantodelaslibelulas.com o con las Olimpiadas de Barcelona del 92: introducirlo en un evento de esa magnitud hubiera resultado –lo hacemos varias veces todos los días- un juego de niños.

Cómo –balbuceó Barroso- llegaré hasta allí. Antes de nada –respondió B- debe usted saber que el tiempo es tan frágil como el vidrio: un pequeño detalle, amigo mío, podría fracturar el precioso equilibrio entre el presente y el pretérito. A una hora como ésta, tal día como hoy –dijo B mirando detenidamente la pantalla del ordenador- Marco Aurelio, viejo y cansado, regresa de Britannia; Michelangelo Buonarotti sufría un esguince de tobillo; Pizarro besaba apasionadamente a una indígena, de nombre Tahauahiri; nacía Berbata, una estela nova de magnitud espectral catorce; Blexis Filmon III, bisabuelo de nuestro emperador, enviaba a su ejército a tomar la Galaxia Régula.

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www.elllantodelaslibelulas.com En fin, no quiero aburrirle: a una hora como ésta, tal día como hoy, 14 de Abril, acaba de zarpar de Southampton el crucero de lujo que hemos reservado para usted, señor Barroso. Me explicó –añadió el androide al ver la perplejidad de su cliente- . Leopold Eackley, el hombre del siglo XX a quien usted –digámoslo así- va a suplantar está a punto de emprender un viaje a su futuro. Dentro de unas horas, en el preciso instante en que usted acronice y empiece a disfrutar de sus merecidas vacaciones, Eackley vagará con ojos atónitos por las calles de nuestra ciudad. Transmigratio

corpore,

el –aclaró

el robot- el

ingenioso sistema Dressler para viajar en el tiempo de una forma sostenible: el bueno de Eackley le hará un hueco en su época y usted le cederá por unos días su puesto en la nuestra. Usted disfrutará de su crucero por el Atlántico y él de su caja de biorritmos.

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www.elllantodelaslibelulas.com Lo más innovador –dijo B, como quien está a punto de desvelar una sorpresa- es la forma: se acabaron aquellas obsoletas cronocápsulas. La tecnología ha comprendido, por fin, que no necesitamos transportar el cuerpo. En

estos

instantes

–dijo

B,

comprobando

su

cronógrafo- Leopold Eackley dormita sobre una tumbona en una discreta zona de cubierta. No imagina que el inofensivo mozo que reparte las toallas acaba de colocarle, como hemos hecho con usted, un escáner REVO que está copiando su código neuronal. El intercambio, señor Barroso, a través del TIMER es tan sólo cuestión de cinco, cuatro, tres, dos, uno… Bienvenido señor Eackley; no se alarme. Barroso abrió los ojos. Le sorprendió el guiño del joven que limpiaba la piscina. Se incorporó y notó el ligerísimo cabeceo del buque, elegante, rítmico. Desde estribor el mar le pareció un ser vivo y voluble: lástima que en el 2739 sólo quedaran de él sus cuencas abisales vacías

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www.elllantodelaslibelulas.com y varios parques temáticos que –visto lo que ahora tenía ante los ojos- no eran más que malas copias.

B dio el intercambio por finalizado. Bien, señor Eackley, creo que debo ponerle en antecedentes. A una hora como ésta, tal día como hoy Marco Aurelio sufre una fatal angina de pecho; por la sangre de Tahuahiri, una preciosa indígena de ojos rasgados, circula ya el virus de la gripe; desde el proel del Titanic, ese ostentoso barco que usted acaba de abandonar, acaban de avistar la irregular figura de lo que parece un iceberg.

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Aster Navas El Llanto de las LibĂŠlulas Madrid, mayo de 2005

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