Cartas a jóvenes artistas

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CARTAS A JÓVENES ARTISTAS

Isidoro Valcárcel Marta Carrasco Chantal Maillard Andrés Perea Paco Roca Eva Lootz Fernando Millán Fina Miralles Daniel Canogar Llorenç Barber Soledad Lorenzo

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Isidoro Valcárcel Medina, artista plástico (p. 9) Marta Carrasco, creadora escénica y coreógrafa (p. 27) Chantal Maillard, poeta y filósofa (p. 33) Andrés Perea, arquitecto (p. 53) Paco Roca, dibujante e ilustrador (p. 63) Eva Lootz, artista plástica (p. 69) Fernando Millán, poeta experimental (p. 77) Fina Miralles, artista plástica (p. 91) Daniel Canogar, artista visual (p. 97) Llorenç Barber, artista sonoro (p. 103) Soledad Lorenzo, galerista (p. 111)

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Es uno de los máximos representantes del arte conceptual español y Premio Nacional de Artes Plásticas en el año 2007. Ha trabajado con el tiempo y el espacio desde los inicios de su carrera artística. Tras una primera etapa pictórica, en los años setenta inició un segundo periodo con intervenciones de grandes dimensiones en el espacio urbano, para entroncar, más adelante, con intervenciones poéticas. A partir de los años ochenta se aproxima a la arquitectura, implicándose a través de proyectos específicos en situaciones reales, como la creación de un pantano o el movimiento okupa. Valcárcel Medina ha realizado películas, piezas sonoras, acciones, proyectos de arquitectura y libros de artista. Sus propuestas se definen por un claro compromiso con el arte, por encima de intereses comerciales.

ISIDORO VALCÁRCEL MEDINA

Murcia, 1937

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A 23 de enero de 2014 Ya en mi anterior carta me quedé con ganas de insistir en cosas en las que tal vez ni siquiera había penetrado; esto se puede expresar así a una corresponsal tan especial como tú. ¿Pero ahora sí? No lo sé tampoco. A lo mejor, dependiendo del ventarrón a la tarde que lo arrastra todo, me sentiría con ánimo. A las aves, por supuesto; esas que van de meridiano en meridiano, de paralelo en paralelo… Ellas sí que aprovechan los soplos para orientar sus cosas, sus vaivenes y quién sabe si sus pensamientos. Porque tú me habías contado peripecias de tu vida ansiosa e irreverente, tal vez estudiadamente irreverente. Parece como si fueras rebuscando los más estúpidos y asentados de los quehaceres ajenos para desbaratarlos a base de tu estudiada sensatez. Desde luego, esa actitud es más limpia y saludable que la de los que enarbolan (aparentemente c o n e l m is m o c o m p r o m eti d o f i n ) b a n der as

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bien chillonas y pancartas que tiran a escandalosas. No es que tú seas pacífica, no, lo que sucede es que combates en laboratorios, no en fronteras, y ese gusto te lo alabo. ¿Me dejarás ser un poco decadente? También yo, en su momento, he gritado procurando hacerlo en voz baja y al oído de los escogidos…, no por su condición, sino por su situación. Por eso debe de ser por lo que me seduce tu modo discreto de señalar. Si me permites un juicio no catalogable, te hablaría de la oportunidad y del encanto de escandalizar educadamente, calificativo este último que no os entusiasma a los jóvenes, pero que enmudece a los próceres tanto como a las jerarquías. Está bien claro que llamar la atención es de las cosas más fáciles, pero provocar el pensamiento es de las más difíciles. Incluso estaría a punto de decirte que si tú anduvieras por esa ruta, yo me haría seguidor tuyo. Parece, por los sucesos que me cuentas, que, en efecto, has captado la conveniencia de

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ser rígida en la retaguardia antes que voluble en la vanguardia. Pues bien, ni una cosa ni la otra. El vanguardista «guarda » muchos recuerdos de la retaguardia. En efecto, el combate por el paso adelante se inicia en el punto de apoyo de la tradición, la cual, supuestamente, está quieta; no se mueve, es cierto, pero por eso da lugar, ofrece espacio para, desde ella, brincar. Son, como ves, gestos sencillos y, si se me permite, cómodos. Ciertamente, no hay trampolines ni muelles para el salto, por lo que el paso necesario es el movimiento normal; ordinario en su forma, aunque, eso sí, rotundo y convincente en su intención. Con frecuencia defiendo la idea de que el combate hay que librarlo en el campo enemigo (o mejor, del enemigo). No es con proyectiles de largo alcance que, cuando llegan, van ya sin fuerza y, encima, han avisado de su propósito. Lo primordial es acercarse hasta el territorio del contrincante, respetar sus reglas y, según su uso, presentar, tal vez por fuerza de forma humilde, nuestros análisis. Los gestos, actos y propuestas que

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mostremos han de jugar el papel de ejemplos asumibles, no el de clamorosas protestas. Bueno, ya ves, sigue la ventolera y siguen las aves haciendo su camino sin estridencias, pero a la vez, sin desfallecimientos. Es la caída de la tarde. No sabemos de qué hay más, si día o noche. Pero lo que sí nos consta es que dentro de nada todo será noche. Tú, muchacha, pienso yo, no te dejas arrastrar por esa otra ventolera de una fiebre creativa presa de la urgencia. Sabiendo adónde se va y, más o menos, cuál ha de ser la ruta, ¿para qué correr más de la cuenta? Estás algo asustada, me dices, por el abismo abierto entre la verdad, que tú crees representar, y la mentira, que avala el ambiente artístico que te rodea. Pero, dime: ¿cómo es posible que sepas cuál es la verdad? El mundo del arte se distingue precisamente por carecer de certezas. Es como el de la ciencia, que sólo está seguro de que más tarde o más temprano su descubrimiento será desvirtuado. A lo mejor yo también me asusto de verte tan poseída de la razón. Lo malo que tiene la

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creación es que sus garantías son perecederas, fugaces. En realidad, eso es lo malo, pero asimismo lo bueno. Dentro de no mucho, esa tendencia que ahora impera se habrá descompuesto y gracias a ello otros, ¡o tú misma en el caso ideal!, habréis tomado nuevos derroteros… y también estos representarán la verdad. O sea, lo mismo que este ventarrón que anima la caída de la tarde e impulsa a los pájaros; también él, dentro de nada, irá para otro lado y los voladores le seguirán, acordes con sus nuevos intereses. He querido en esta misiva transmitirte ánimos tanto en la firmeza del propósito como en el camino, que debería ser esforzado a la par que comedido. Como presiento que ambas cosas las practicas ya por tu cuenta, me ha apetecido desmitificar un tanto la labor del autor del arte, relativa aunque fundamental, discutible aunque comprometida. Isidoro

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A 1 de febrero de 2014 Me extraña que hayas sacado en tu respuesta el tema de la crisis (¡el tema!), porque no hubiera esperado de ti, tan sagaz, este recurso. Y es que pienso que estamos hablando del mundo del arte, ¿no? Y ahí la crisis está ausente tal como se trata y presenta…; pero se halla bien presente en tanto en cuanto estimula y provoca ideas. Los que os quejáis de la crisis porque os limita la expresión, ¡así como suena!, tal vez tenéis poco que expresar. El asunto me enoja y me aburre; paso rápidamente sobre él y sigo con lo nuestro: la creación, tan relacionada con la crisis, eso sí, en cuanto reacción ante ella. Hay otros asuntos en el catálogo, bien latentes, y tú me los traes a la memoria cuando me hablas de las dificultades de establecer un lenguaje entendible por todos los posibles receptores. Ten en cuenta que los receptores no lo son forzosamente como condición y, por otro lado, el emisor (el autor) tiene su obli-

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gación orientada a satisfacer, en primera instancia, a su propio criterio y solo en segundo lugar al gusto o parecer de los demás. Tan es esto así que sería bastante natural un autor que fabricara productos solo para sí y a su medida. Tú tienes perfecto derecho a guiarte por el parecer ajeno o externo, pero como creadora de formas e ideas tienes el inexcusable compromiso de atender sobre todo a tu propio parecer. Hay, sin embargo, un matiz de fundamental significado y es el de tu obligación de, sin rebajar un ápice el sentido y la intencionalidad de tu obra, atender lo máximo posible a la captación del presunto receptor, si es que te propones mostrarle tu trabajo. Hacer una creación enigmática porque sí e incluso considerar ese secretismo como un valor, no deja de ser una estupidez. El esfuerzo por hacerse entender únicamente tiene como tope el punto en el cual esa adaptación conlleve la variación o alteración del fondo e incluso de la forma de la obra salida de tu mano y de tu pensamiento. El respeto máximo hacia el espectador ha de verse acompañado con el que hacía sí mismo ha de mantenerse. La obra

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ha de dirigirse, si acaso, a todo aquel a quien pueda interesar, pero manteniendo su identidad y su lenguaje. Podrían los creadores propiciar el aprendizaje del idioma en el que se expresan, pero nunca cambiar de idioma. Todo esto que digo es tan cuestionable que ya oigo las voces en su contra. A quien quiera entrar en el juego de la comprensión hay que reclamarle un esfuerzo, pero no es admisible ni respetuoso imposibilitar su acceso. El artista no posee el dogma, si acaso el ritual; o sea, poca cosa. Como a cuento con lo anterior (y con ello concluyo esta nueva misiva), el artista, como consecuencia del encumbramiento que la sociedad se siente impelida a darle a este oficio con el preponderante fin de hacer un hito más que se vea, que se admire, pero que sea inalcanzable en el mejor de los casos… (respirar), se dedica a repetir consignas sobre la rareza y las peculiaridades de su papel, pero, ¡faltaría más!, con la misma inquina con que fomenta la inaccesibilidad del profano, torpedea el «descenso » del olimpo

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de pacotilla en el que se ha instalado por su propio gusto. No es, desde luego, el medio social el que te va a facilitar esa vía de comunicación con el espectador; esa vía la fabricas tú como elemento constitutivo de tu propia labor: la labor de estar en la órbita de la comunicación. Si echas de menos el tránsito fácil entre tú y los interesados en tu obra, ten en cuenta que primero ese tránsito no es forzoso que sea fácil, aunque sí es obligado que sea transitable. Bueno, ¿qué tal si me paro aquí? Gracias por la paciencia (si la has tenido). Isidoro A modo de posdata me gustaría dejar sentado un cierto conflicto terminológico o conceptual que surgió hace algún tiempo cuando fui invitado a participar en un simposio o algo así que se recogía bajo el título «El compromiso en el arte ». Manifesté entonces mi predisposición a participar y únicamente sugerí que, bajo mi punto de vista, la cues-

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tión habría de ser exactamente la contraria: «El arte en el compromiso ». Es decir, el compromiso es previo en cuanto categoría humana; un poco como se decía antaño: «La obligación es antes que la devoción ».

A 16 de febrero de 2014 Hola otra vez; ha vuelto el soplo que se lleva a los seres voladores hacia sus nuevos sitios… y yo me entretengo otro poco con estos recados que te mando. Naturalmente, ha habido cosas en mis anteriores envíos que no quedaron claras, pero no me preocupa eso tanto como puede hacerlo el haber olvidado tantas cosas trascendentes. Como tú, amiga, eres tan penetrante en tus análisis, es seguro que guardas el rescoldo de ciertas ascuas no apagadas, ¡de las que hay abundancia! A mí, así, me viene súbitamente una especie de disgusto por no haber tratado uno de los asuntos básicos, como sería el de la significación o función del arte.

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Es cierto que sin él se puede vivir perfectamente, aunque si te pones a observar a aquellas personas de las que diríamos que viven alejadas o indiferentes a él, veremos que muchas de ellas son consumadas artistas, pero no de «nuestro arte », de esta cosa reglamentada y oficializada a la que consideramos tal. Nos resaltaría, sin ir más lejos, la bobada hasta hace poco consagrada de las siete artes (que aun antes eran nada más que cinco). Arte es la expresión creativa de un espíritu libre, y ve tú a ponerle horma a tamaña entelequia. Y dado lo dicho, ¿qué significado alcanza la idea encerrada en cada nueva aparición de ese espíritu creativo? Por lo demás, ¿qué función somos capaces de asignarle a esta aparición sorprendente con la que no contábamos, pero que ya nunca va a evaporarse? Es llamativo, por no decir escandaloso, observar los esquemas, los análisis, las calificaciones que endilgamos a este arte nuestro organizado y profesionalizado. Es

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cómico observar lo ufanos que estamos de nuestras sesudas y sutiles discusiones sobre la cuestión. No, no apreciamos todo el arte, pero, en primer lugar, no todo lo que catalogamos como tal lo es. Por ello, a una joven artista hay que proponerle: ¡deja el arte tranquilo y empéñate en decir lo que tu alma siente… aunque no sea «artístico »! La función de este oficio (porque lo es sin serlo en absoluto) es la emoción, el riesgo y el compromiso. Nada novedoso, pues. La función de este menester no está, por descontado, determinada ni acotada; pero no es solo por la proliferación de tendencias o movimientos que apreciamos en la cultura organizada, eso es lo de menos. La indeterminación salta a nuestra vista cuando, sin más que ir por la calle, captamos un algo insólito e incluso inadvertido que lleva o conlleva un revulsivo no codificado. Y es que estamos obligados no solo a mirarlo todo, sino a analizarlo y a recordar que frente al canon de la academia (en cualquier acepción de la palabra), se alza la ruptura

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de la creación. Y ahí reside el significado de lo artístico, así como su función humana y social. Los actos, los gestos, los frutos artísticos no son ni siquiera productos, como se nos quiere hacer creer; son más bien circunstancias o ejemplos de actuación. Actitudes por encima de aptitudes. En cualquier caso, tú puedes tranquilizarte con la probabilidad de que no exista nada contrario al arte; lo cual, leído de otra manera, equivaldría a que todo es arte, al menos en opción. Tampoco hay nada opuesto a la idea, luego cualquier cosa encierra una idea. Por el contrario, para los que nos afanamos en establecer íntima relación –que no identidad– entre arte y vida, nos asalta, eso sí, la sospecha de que sí que existe algo opuesto a la vida. Entonces, ¿es que podemos los que vagamos por el mundo del arte sentirnos relajados porque nada contraproducente nos puede sobrevivir?, ¿es que no es acaso fantasiosa esta manga ancha de decirnos que no tenemos contrario? Pues no tanto, no creas.

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A mi modo de ver, el arte es la acción y, aunque se hable de los inactivos, de los inoperantes, lo cierto es que, en tanto en cuanto acto elegido, el arte puede ser invencible. Otra cosa sería hablar de los afectos del acto, pero tomado como gesto consciente y representativo del yo, el arte desemboca forzosamente en acto creativo por mor de su voluntariedad responsable. Y es que, claro, queda fuera de toda duda que estos nuestros gestos recién descritos prescinden de las calificaciones sociales y profesionales… e incluso prácticas en un amplio sentido de la palabra. La calificación de artísticas no le viene a las acciones o a las confecciones llevadas a cabo por los autores de las mismas en función de sus resultados o efectos, sino gracias a la intencionalidad que las pone en marcha y al compromiso que las justifica, en el mejor de los casos. Ser artista consiste en actuar responsablemente en el ejercicio de una profesión que, sencillamente, se implica en abrir perspectivas de visión.

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Y con esto llega el respiro final y mi despedida mรกs afectuosa. Isidoro

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