La destrucción del alma
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La destrucción del alma
Janja Beč
Traducción de Carla Matteini
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Índice 9
Introducción, por Richard Goldstone Prólogo a la edición del 2013, por Richard Goldstone Hida
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Dževahira Rubija
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Azra Ćamka Emira Fadila Nasiha Nefa Sakiba Cómo se hizo este libro,
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por Janja Beč
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Introducción: La destrucción del alma
La de la antigua Yugoslavia ha sido una de las guerras del siglo XX más do-
cumentadas. Innumerables reportajes televisivos, libros, artículos en revistas y diarios han tenido el propósito de registrar la inmensa ocasión histórica de esta guerra. Estos trabajos han analizado sus causas, recopilado la cronología de
sucesos que condujeron a su inicio y su continuación, y testimoniado la escala y la enormidad de la «limpieza étnica» perpetrada en la antigua Yugoslavia. Desde un punto de vista legal, numerosos estudios se han desarrollado bajo los
auspicios de diferentes organizaciones internacionales, y se ha recopilado información relevante por parte de las ONG, con el propósito de juzgar a criminales de guerra. Y sobre este propósito legal se han escrito muchos artículos en publi-
caciones jurídicas, debatiendo tecnicismos legales sobre si la «limpieza étnica»
constituye o no un crimen de lesa humanidad, o si la violación constituye tortura desde un punto de vista legal.
A través de todo esto nos hemos ido informando sobre el estallido de la
guerra, su dimensión étnica y las estrategias y metodologías aplicadas por las
diversas partes en conflicto; hemos sabido algo sobre las estructuras políticas tras la disolución de Yugoslavia y cuantas miles de personas perdieron la vida, sufrieron tortura o fueron «étnicamente depuradas» y despojadas de su hogar. 9
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Asimismo, hemos creado los elementos legales de un crimen de lesa humanidad y genocidio.
Pero ¿qué sabemos de las víctimas individuales de este conflicto? ¿Qué sabe-
mos de lo que significaba ser una familia musulmana rural en la Bosnia anterior
a la guerra, una familia que vivía en estrecha armonía y comunidad con una
vecina familia serbia? ¿Qué sabemos de cómo es cuando se rompe de manera absurda esa armonía? ¿Y de cómo un miembro de esa misma familia musulmana
que ha sobrevivido a la guerra se reconcilia con los serbios responsables de haber matado a sus seres queridos? ¿O de cómo puede reconciliar sus sentimientos hacia esos perpetradores serbios con sus sentimientos hacia los vecinos serbios
en particular, qué significa ser mujer y víctima en esta guerra. No aspira a más ni pretende más. No hay ningún informe objetivo de las circunstancias políticas o militares que condujeron a los acontecimientos grabados. No hay propaganda,
política o religiosa. No hay narrativa. Esa es la fuerza de este libro. Al presentar únicamente los crudos informes personales de las víctimas y sus interacciones con la autora, los lectores se ven obligados a salir de los límites de su propia
predisposición étnica, religiosa y política, o de la de la autora. El resultado es profundamente emocionante, estimulante y liberador. El lector es rescatado del
bloqueo de la excesiva intelectualización y transportado a un terreno donde la emoción humana, el dolor, la empatía y, finalmente, la esperanza están vivos.
Este libro es importante por otras razones: es una de las primeras veces en que
que, todo el tiempo, y con gran riesgo personal, tendieron una mano de amor
oímos la voz de mujeres de la antigua Yugoslavia, contando sus experiencias
paran a los distintos grupos étnicos en la antigua Yugoslavia, ¿qué sabemos de
de la violación masiva perpetrada en el conflicto. Y así como supone un inmenso
y amistad? Mientras nos han hablado incesantemente de las diferencias que selas experiencias fundamentales de todos sus ciudadanos y de todas las víctimas
de este conflicto sin tener en cuenta su origen étnico? ¿Qué sabemos de lo que significa ser una madre que ha presenciado la masacre de sus hijos y el incendio y saqueo de su casa? ¿Qué sabemos de cómo un refugiado sin familia, sin casa y
sin esperanza, se enfrenta al abismo y encuentra fuerza y voluntad para seguir
viviendo? ¿Qué sabemos de cómo se afrontan el odio, el terror, la pérdida, la desconfianza, la desolación y la confusión inducidas por acontecimientos como
los que se produjeron en esta guerra? ¿O de cómo las implicaciones de estas preguntas tan humanas inciden en la construcción de la paz tras el conflicto? En resumen, ¿qué sabemos de la dimensión humana de este conflicto?
Mi respuesta sería que, pese a la exhaustiva documentación sobre esta guerra,
sabemos bien poco sobre esa dimensión del conflicto. Ahí radica la importancia de este libro. A través de las grabaciones de las historias de cuarenta mujeres víc-
como mujeres, como madres y como esposas. Todos conocemos las estadísticas paso adelante que la comunidad internacional se haya visto finalmente obliga-
da a reconocer la violación en la guerra como el horrendo crimen que es, existe también el peligro de reducir la experiencia de las mujeres en la guerra a la de
víctimas de violación o incluso solo a la de víctimas. En este texto se descubre la
tremenda fuerza y generosidad de esposas y madres y el importante papel que representaron tanto antes como durante la guerra. También conocemos el terri-
ble sufrimiento que tuvieron que soportar por la pérdida de la familia y la casa que dedicaron toda su vida a construir. Finalmente, descubrimos el valor de las mujeres que han sobrevivido, y que pese a las pérdidas padecidas, en muchos casos conservaron la capacidad de perdonar y de empatizar con el sufrimiento
humano allí donde se diera. De este modo, el libro nos aporta un mensaje de esperanza para el futuro.
Finalmente, si este libro es un ejemplo para todos, estemos donde estemos, su
timas, Janja Beč nos brinda una lente para escrutar el interior de los aspectos pro-
significado inmediato está en la oportunidad que representa para toda la gente
antigua Yugoslavia. Así, nos ofrece una visión de lo que significa ser humano y,
o de su origen étnico o religioso) de volver a descubrir una fundamental expe-
fundamente personales, aunque significantes universalmente, de la guerra de la
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de la antigua Yugoslavia posterior al conflicto (al margen de su lealtad política
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riencia común: la de ser humano y saber lo que es amar, compartir y sufrir. Si
las voces que oímos son de mujeres musulmanas, en este libro no hablan como tales, sino como mujeres, como seres humanos. Y los intercambios entre la auto-
ra y los sujetos no son, como pueden parecer a primera vista, intercambios entre musulmanes y serbios, sino entre gente que comparte el mismo sufrimiento y tiene la habilidad de reconocer que esto es lo único que realmente importa.
Richard Goldstone1, 1997
1 Este juez sudafricano fue en 1994 el primer fiscal general del ICTY en el Tribunal de La Haya para la guerra de la antigua Yugoslavia.
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Prólogo a la edición del 2013
En 1997 escribí el prólogo a la primera edición de La destrucción del alma de
Janja Beč. Considero un privilegio que se me invite a escribir este prefacio para la edición española. Como subrayé en el prólogo anterior, la fuerza de este libro
radica en permitir que las víctimas de graves crímenes de guerra hablen por sí mismas. Se las ha fortalecido dándoles la oportunidad de hacer oír sus voces.
Han pasado 18 años desde el infame genocidio cometido por el ejército bos-
nio-serbio en Srebrenica. Muchas cosas han cambiado en los años transcurridos. Los horrendos sucesos han sido universalmente reconocidos como el peor episodio de matanza de civiles desde la Segunda Guerra Mundial. Que esos
crímenes constituyeron un genocidio ha sido ahora confirmado tanto por el Tribunal Internacional de Justicia (ICJ) como por el Tribunal Criminal Interna-
cional de Naciones Unidas para la antigua Yugoslavia (ICTY). Las pruebas pre-
sentadas ante estos tribunales y las sentencias emitidas por ellos acabaron de manera eficaz con las negaciones de los líderes de la República Srpska. Como
presencié personalmente durante una visita a Srebrenica en 2010, las heridas sufridas por las víctimas no han cicatrizado. Siguen reclamando justicia.
Algún tipo significativo de justicia puede, sin embargo, ser la consecuencia
de los juicios actuales en La Haya a Radovan Karadžić y Ratko Mladić. Tanto el antiguo «presidente» de la República Srpska como el jefe de su ejército se 15
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enfrentan a acusaciones de genocidio, crímenes contra la humanidad y crímenes
de guerra. Es una auténtica pena que el antiguo presidente de Serbia, Slobodan
Milošević, no sobreviviera a su juicio. Cuando se publicó La destrucción del alma parecía sumamente optimista incluso esperar que todas las personas procesadas por el ICTY fueran detenidas y enviadas a La Haya para el proceso. Eso es lo que ha ocurrido en realidad.
Ninguna sociedad que haya sufrido anteriores violaciones de los derechos
humanos puede aspirar a volver a una situación normal y segura en un breve espacio de tiempo. Hacen falta años de esfuerzos para que las heridas empiecen
a cicatrizar y los gritos de venganza cesen. No me cabe la menor duda de que uno de los requisitos para esa cicatrización y la vuelta a la normalidad es que
las voces de las víctimas sean escuchadas y reciban al menos alguna forma de
foto
justicia. Estoy seguro de que La destrucción del alma es un trabajo que representa un papel importante en el empeño.
Richard Goldstone, 2012
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Hida
Soy Hida. Nuestro pueblo es Prhovo, condado de Ključ. Allí me casé, llegué desde mi
pueblo natal cerca de Sana. Tenía dieciséis años, mi marido era carpintero y trabajaba en Velenje, en Eslovenia. Mi padre era campesino, no había escuela donde nací y cuando por fin la hubo yo ya era mayor y no me mandaron, así que soy una ignorante.
Tuve seis hijos, cinco chicas y un chico, y los mandé a todos al colegio. Mi
hija acabó la escuela de enfermería y mi hijo una escuela profesional para mecánicos, fueron a la escuela primaria en Sokolovo y a la secundaria en Ključ, los
escolarizamos para que pudieran venir aquí, a Eslovenia, a trabajar, eso fue lo que pensamos, pero no salió así. Estalló la guerra. Habían terminado el colegio un mes antes. Eran buenos estudiantes, con todo A y B.
Construí una casa de dos pisos, construí un cobertizo para las vacas, construí
una cuadra, construí un garaje, lo hice todo con el dinero de Eslovenia, el suel-
do allí era bueno, él volvía a casa cada viernes y traía el dinero, yo construía la
casa, pagaba a los trabajadores que la construían, daba órdenes, buscaba a los hombres, los contrataba, después trabajaban por turnos y yo les pagaba. Mi casa 19
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estaba en el centro del pueblo, era la mejor. Lo había hecho todo, los niños, la casa, y ya podía relajarme. Solo viví siete años en esa casa.
Nuestra tierra era de primera clase, en ella se hubiera podido cultivar café,
pero no había ningún manantial, los pozos eran de la casa, de agua de lluvia. Teníamos dos huertos y los bosques para combustible. Los niños y yo lo hacíamos
todo, y también mi marido cuando venía los fines de semana. Nunca pagué a nadie. Nadie tenía unos críos tan buenos como los míos. Terminaba con las vacas
durante un mes. Pasamos esa noche en los bosques, estaba lloviendo. Stojan Tekić y Marinko Tekić de Tekić vinieron, llamando, gritando, buscándonos, nos
encontraron y nos dijeron que volviéramos a casa y que no nos preocupáramos, pero yo dije: «Stojan, tú no eres el que va a matarnos», y él dijo: «¿qué quieres decir con matar?, claro que no, iros a casa, ¿qué hacéis aquí?, no hay nada en ninguna parte».
Nos encaminamos a casa, cogí al más pequeño, eran las cuatro de la madruga-
a las nueve y entonces me iba al campo con los niños. ¿Qué cultivábamos? ¿Qué
da, las vacas estaban mugiendo, los pájaros cantando, era mayo, fui y encendí el
queso, mantequilla, cuajada, hacíamos mermelada, secábamos pasas. Tenía de
a cocer una olla de judías, horneé pan, recalenté más para que los niños pudieran
producíamos? Todo lo que necesitábamos: trigo, remolacha, repollo, pimientos,
todo, y solo compraba azúcar, café, harina y a veces una mermelada que les gustaba a los niños.
Vivíamos en el valle y nuestros vecinos en las colinas que nos rodeaban. Nues-
tro pueblo era Phovo, y alrededor estaban Plemenice, Šarice, Sokolovo, Podovi,
Peći, Risi, Hripavci, Todore, Ljutino brdo. Nos llevábamos muy bien con ellos, nunca vimos las cosas en blanco o negro. Nos visitábamos, teníamos buenas relaciones con ellos, venían a nuestra casa, íbamos a las suyas, les compré los bosques un año antes de la guerra.
¿Cómo empezó la guerra? Fue así, dijeron: «se oyen tiros, Ključ está siendo
fuego, me hice un tazón de café mientras esperaba a que entraran los niños, puse
comer pan, puse a cocer una olla con carne, así tendrían algo que guardarse en
los bolsillos. Les había dicho en los bosques: «ahora sois mayores, olvidadme, si me matan no vengáis ninguno, si matan a Azra, escapad, yo soy vieja, Azra
es pequeña, vosotros salvad vuestro cuello». Y entonces entraron mis tres hijas,
empapadas, encendí un fuego, ellas se lavaron, se arreglaron, se maquillaron, entraron en calor. Luego entró mi hijo, llevaba un mono negro y las botas de su
padre. «¿Por qué has venido, hijo?». «Para ver cómo estáis todos». «Siéntate y
come, hijo, te he preparado algo, mira». «No puedo mamá». Se cambió de ropa y se marchó. Nunca volví a verle.
No fuimos a los bosques esa noche, pero tampoco nos instalamos del todo.
atacado», pero no nos lo creímos, siempre que se lo comentaba a mi hijo, me de-
Mis hijas empezaron a reírse, «callad», les dije, «nos oirán y vendrán a matarnos
valle. Pero una mañana, a las seis, me levanté para ordeñar a las vacas y pasó un
ta, «¡salid!», gritaron. Miré fuera y había miles y miles de ellos. Vecinos, maes-
cía: «mamá no tengo nada que ver con eso». No pensamos que llegaría a nuestro camión, «armas», dijeron, «estamos agotados». «¿Qué queréis decir?», contesté, y fui donde Milan Ris en el pueblo de Rise y le pregunté qué era lo que se había
traído de Ključ, y dijo que había comprado unos terneros, y luego la tercera noche hubo tiroteos. Mi hijo vino y dijo: «mamá están disparando», y ¿qué po-
díamos hacer?, cogimos a los críos y los caballos y la harina pero no sabíamos dónde ir, fueras donde fueras allí estaban, así que nos ocultamos en los bosques 20
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a todos». Las palabras apenas salieron de mi boca cuando ahí estaban en la puertros, soldados. Nos pusieron en fila delante del almacén, nos preguntaron por el
paradero de la gente, nos pegaron de nueve a diez y media, la fila se componía
de nosotras, las mujeres, niñas y jóvenes, ya habían separado a los hombres y los chicos y se los habían llevado en un camión. Mi casa fue la primera que quemaron, lo quemaron todo en nuestro pueblo, seguíamos de pie en la fila, la fila se
derrumbó, las casas se derrumbaron. «¡La casa de mi mamá se está quemando!», 21
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gritó mi hija mayor, «calla, deja que arda, deja que arda mientras sigamos vivas». De pronto oscureció. Nos estaban disparando desde todas partes con toda clase de armas y luego lanzaron una granada y la fila se desplomó.
Más tarde, tres chicas vinieron con una linterna para ver si quedaba alguien
vivo. «¿Estás viva?», me preguntaron, «sí estoy viva, me cubrió la sangre de mis
¿Dónde voy ahora? Es como si acabara de nacer; he dado mi descendencia, he
dado a mis hijos, he dado mi propiedad, envejecí, ¿dónde iré desde aquí? Pero tienes que seguir viviendo hasta que la muerte venga a buscarte.
Tengo que volver. No queda nada, no hay casa, allí solo crece hierba, nadie
hijas que cayeron en mi regazo», «¿estás herida?», «no lo sé». Entonces me di la
que te construya una, todos están viejos, tristes, amargados. Pero tienes que vol-
lo que pude decir fue: «¿estás muerta mi bomboncito y yo estoy viva?». Entonces
pasar pasará, te matará o no. Ya está.
vuelta y mi hija mayor estaba ahí tendida, ya se estaba poniendo amarilla, todo esas chicas me agarraron de las piernas y de los brazos y me llevaron a su casa.
Yo no sabía que aún tenía a mi pequeña Azra. Mi cuñada la salvó cuando vio
que a todos los míos los habían matado. La tiró al suelo y se tendió encima de
ella, así la salvó. Vino por la mañana, con mi pequeña, y dijo: «Hida, aquí está
ver a tu tierra, tienes que hacerlo, no sabes dónde ni cómo, lo que tenga que Esto es realmente todo lo que tengo que decir, ahora tengo que irme. Buena
suerte, espero que las cosas mejoren para ti, para ti y para mí, y muchas, muchas gracias.
***
Azra, te la salvé, así que mátate si quieres, ve y cuélgate si quieres, o ven con no-
«Hida, soy yo. ¿Me oyes?»
haz lo que quieras». No dije una palabra, no tenía lágrimas, me había vuelto de
«¿Por qué me dijiste muchas, muchas gracias al final?»
sotros si quieres, nos estamos yendo, los tuyos han muerto todos, así que ahora piedra. Cogí a Azra, no sabía dónde ir.
Caminamos con lo puesto durante tres meses, era ya otoño cuando llegamos a
Eslovenia. Azra va a una escuela eslovena, es muy lista, muy muy lista. Ningún
«¿Eres tú?»
«Si hubiese sido buena me habrían matado a mí también.» «¿Por qué me dijiste eso?»
«Porque tú vienes de esa gente, pero lloraste conmigo.»
niño era mejor estudiante que los míos, no los veía lo bastante, no podía esperar
a que volvieran a casa de la escuela. Ahora estaré siempre sin ellos. ¿Por qué mataron a mis dulces niños, por qué no me dejaron por lo menos uno más por el que vivir?
Todos los míos están muertos, descríbeme tal cual me ves. Lo he perdido todo.
Nada, vives, mueres. ¿Vivir cómo? ¿Vivir para qué? Tengo a Azra, ahora mi vida entera se reduce a ella. La dejaron para que me salvara.
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