CAPÍTULO 8
Dos pares de medias Armado hasta los dientes
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Como un bien de familia, los Prein compartimos la característica de ser friolentos. “Se van a quemar”, sentenciaba mi mamá cuando nos veía a mi tío Eduardo y a mí calentándonos tan cerca del fuego, en la estufa de la sala, en mi casa paterna. Con Eduardo, compartíamos esa afición invernal por el fuego, la leña y las estufas, al borde de hacer arder medias y pantalones. Aquellas vacaciones invernales en La Angostura, el frío tajaba hasta los huesos. Quienes batallamos desde pequeños contra sus horribles garras tenemos nuestras tretas. Cuando chico, al quejarme por estar helándome, mi papá me decía: “Ponete medias; pies calientes, cuerpo caliente…”. Refunfuñando, obedecí sin entender: consideraba inverosímil que dos pares de medias fueran el antídoto para el frío que calaba mi cuerpo, poco me importaba tener los pies helados, es más, casi no los sentía. Todo tiene su técnica, en todos los órdenes de la vida, al ignorarla, nos privamos de soluciones que están allí, al alcance de nuestra mano. Imaginamos la necesidad de un cambio climático para salir del frío que lacera, un violento giro de la Tierra que coloque los polos en el Ecuador… soluciones por transformaciones naturales o tremendas máquinas para calefaccionar ciudades, calles… pero jamás podríamos pensar que la respuesta está en un simple par de medias de lana. “Poné las medias cerca del calor del fuego, o dentro de la cama antes de levantarte; no uno, dos pares, y luego caminá”, insistía mi papá. Como un increíble escudo protector cuasi milagroso, esos dos pares de medias me cambiaron la temperatura del cuerpo, el humor y la vida. La sangre, cuya circulación es intensa y a flor de piel en los pies, CAPÍTULO 8
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al recorrer el cuerpo, nos hace cobrar rápidamente una temperatura maravillosa contenida por el primer par de medias, en tanto que el otro detiene el frío exterior. Desde pequeño, el secreto para pasar el invierno siempre fue llevar dos pares… Uno, para abrigar la piel; y el otro, para detener el frío. En la adolescencia, me libró de los fríos intensos en los talleres del colegio industrial Otto Krause. Aquellas naves antiguas, de techos altísimos y sin calefacción, eran como grandes cámaras frigoríficas, todo un desafío en las tardes invernales. Ese consejo de mi viejo me acompañó toda la vida. Seguramente, él lo recibió de mi abuelo… y también salvó del frío a mis hijos y amigos en aquellas vacaciones en las montañas de la Patagonia argentina. Lo que mata es la humedad En el verano de 1979, comencé mi labor pastoral en aquella pequeña iglesia en Villa Tranquila, en la ciudad de Avellaneda, apenas separada de la ciudad de Buenos Aires por el Riachuelo, que las divide, o las une… quién sabe. Aquel asentamiento de viviendas precarias ocupa un terreno despreciado. Una gran hondonada, donde basta cavar entre 30 y 50 centímetros para encontrar la primera napa de agua, que en las zonas más bajas emerge formando una laguna donde de noche se escuchan incansables conciertos de ranas que croan a destiempo, hermosos contrapuntos que generan ritmos con melodías asombrosas. Cuando llegó el invierno de aquel año, la humedad permanente del suelo potenció el frío de una manera impresionante. Comprendí, en su máxima expresión, la sentencia popular de Buenos Aires: “Lo que mata es la humedad”. Casitas de chapa de zinc en el mejor de los casos y de cartón con brea CAPÍTULO 8
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en la gran mayoría, ineficaces para defender del clima, hacían que mi gente se arropara como astronautas y buscara abrigo con peligrosos braseros, que más de una noche hicieron arder ranchos. Yo no era ajeno; ellos, el frío y la humedad, fueron mis terribles y firmes compañeros cada día en las más de catorce horas de mi jornada en aquel lugar. Cómplice del frío, la humedad potencia su crueldad. “Esta es la solución para usted”, me dijo el vendedor mostrándome un par de botas. “Son vulcanizadas”, agregó con solvencia ante mi cara de desconcierto. Con rapidez, me explicó que la goma de la suela tenía un tratamiento a base de azufre, que hacía el material más flexible y resistente en frío y en caliente, y que unida al cuero por termofusión volvía al calzado absolutamente impermeable. Tal explicación técnica no despertaba tanto mi interés como la lana de oveja que forraba su interior. Luego comprobé la veracidad del vendedor: aquellas fieles compañeras fueron mis aliadas todos los años que pastoreé en aquella comunidad. De Tierra del Fuego a Montreal Hace años, en un crudo invierno, a fines del mes de julio, llegué al aeropuerto de Río Grande, en la isla de Tierra del Fuego, más cerca del Polo Sur que de Buenos Aires… Cuando abrieron las puertas del avión, fui recibido por el gélido viento patagónico. En aquellos años, se desembarcaba directamente a la pista de aterrizaje, un páramo plano y totalmente descampado, desprotegido, donde el viento helado tenía su corredor preferido. Con mi amigo Alberto Calviño, apasionado pastor de las vidas que viven en el “fin del mundo”, salimos a realizar nuestras labores, pero CAPÍTULO 8
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fui sorprendido por un fenómeno interesante: cuando por alguna causa permanecíamos tiempo charlando en la calle, en nuestros jeans se cristalizaba una imperceptible capa de hielo que, luego, al sentarte rápidamente en el coche, hacía que se rajase la tela. Se abría como cortada por una navaja. Mis dos pares de medias me asistieron junto con mis botas, pero aprendí a moverme permanentemente e incluso a frotar las manos por los pantalones antes de exigirle un pliegue brusco a la tela… Meses después, ya en febrero, me encontré descendiendo de otro avión, haciendo escala en el aeropuerto Kennedy, en la ciudad de Nueva York. Por estar en reparaciones, para abordar el siguiente vuelo debí salir al exterior por unos cien metros. Aunque preparado, el impacto fue impresionante: había dejado mi Buenos Aires querido con 40º centígrados de temperatura; Nueva York me recibía con 10º bajo cero. El invierno boreal provocó en mí expresiones en varios idiomas. Horas después, aterricé en Montreal: el espectáculo fue asombroso. La nieve caía y volaba de abajo hacia arriba al paso del avión, un ballet de enormes copos de nieve en un escenario blanco, absolutamente blanco. Quedé extasiado. Al salir del aeropuerto, 30º bajo cero me esperaban. Corría el mes de febrero y era mi primera visita a Canadá. Durante quince días, caminé sobre hielo cada vez que salí a la intemperie. Nunca dejó de nevar. Noche y día, desde la ventana del hotel donde me hospedaba, vi a los obreros, con poderosas máquinas, sin cansancio, expulsar nieve hacia fuera del pavimento de las autopistas. Toneladas de sal derramadas en calles y rutas para evitar accidentes, CAPÍTULO 8
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una lucha incesante. “Nosotros peleamos contra el clima nueve meses al año…”, me decían los lugareños. ¿Cómo sobrevivir ante un clima tan hostil? Se han acostumbrado a vivir bajo techo e incluso desarrollaron centros comerciales bajo tierra, pero lo que más me llamó la atención es que en las casas, oficinas, iglesias, escuelas, todo lugar donde la gente concurre y pasa tiempo, tienen un cuarto para cambiarse el calzado. Todos usan botas especiales para soportar el frío y no resbalar en el hielo, que al llegar al lugar de destino son reemplazadas por calzados hermosos. La elegancia deja lugar a la hermosura y desplaza el abrigo de esos toscos borsegos. Verdaderos gladiadores, los canadienses luchan contra el clima permanentemente. Cada mañana, hay que palear nieve para poder salir a trabajar; si el coche queda a la intemperie por más de una hora, debes romper el hielo que se generó sobre el parabrisas para poder conducir… y cuando llegas a casa cansado, ella, la nieve, te estará esperando. Deberás palear, nuevamente, un largo rato para poder entrar a tu hogar. Acumulada a los lados de los estacionamientos y carreteras por meses, forma verdaderos muros de hielo que, llegada la primavera, se derrite transformándose en agua, a la que se debe encauzar para evacuarla y evitar los perjuicios de inundaciones. En síntesis, nueve meses al año luchando contra el clima y solo tres para disfrutar uno de los más increíbles paisajes naturales de la Tierra. Fruto de esos intensos inviernos, de nieves y agua, los árboles nutridos se desarrollan de manera increíble formando alucinantes bosques frondosos. Una sinfonía de verdes renace cada vez con mayor potencia. Aquella aparente muerte blanca es el secreto de la vida. Mis dos pares de medias y mis botas, aliadas infalibles, me permitieron CAPÍTULO 8
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disfrutar con placer aquella maravilla. Simples y efectivos secretos. Necesitas protegerte del frío para sacarle provecho; de otra manera, él es capaz de matarte. Puedes arroparte hasta quedar tieso, pero, si no conoces las estrategias para combatir el frío, de nada servirá todo ese abrigo. Con los consejos de mi papá, aprendidos desde chico, y mi experiencia en mi amada Villa Tranquila con mis botas, atravesé ese invierno como un canadiense experimentado, sin valijas abultadas por pesados abrigos. Con sabiduría, se combate con efectividad hasta la inclemencia más hostil y la temporada más cruel de la vida, nutriéndonos, como las plantas, bajo tierra, con la savia baja, cercana a nuestras raíces, mirando hacia nuestro interior. Técnica y táctica, dos elementos vitales para tu crecimiento invernal… Protagonismo Los gritos se confundían con los balidos. El rubio adolescente de rostro aniñado, subestimado en la sociedad judaica de patriarcas con espesas barbas largas, no supo, hasta que llegó cerca del aprisco, que aquel hombre era enviado de su padre, que lo convocaba con premura. La última vez que algo así había ocurrido, al llegar al hogar, había sido recibido por la mayor sorpresa de su vida: el profeta y juez Samuel, el gran reformador en persona, estaba allí y, acercándosele, derramó más de diez litros de puro aceite de oliva sobre su cabeza, declarando: “Te unjo por rey de Israel…”. ¿Cómo no tomar con seriedad la urgencia de aquel llamado? Corrió hasta llegar a la casa y agitado preguntó: “¿Qué quieres, padre?”. “Hijo, tus hermanos marcharon a la batalla contra los filisteos, llévales estas viandas a ellos y esta otra a su jefe, para que trate bien a mis CAPÍTULO 8
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muchachos…”, respondió el preocupado Isaí. Puesto en marcha rápidamente, llegó a aquel valle. Su curiosidad de adolescente, provocada por unos tremendos gritos… “Habla como hombre pero suena a un animal grande enojado, una bestia…”, pensó. Con dificultad por su altura, logró al fin divisar a un hombre inmenso, un gigante1 desafiante. Tal fue el impacto, que David se olvidó del encargo de su padre; aquella circunstancia ahora acaparaba toda su atención. Todo lo demás quedó de lado. Necesitaba saber qué sucedía y determinar claramente el desafío; comenzó a consultar a todos aquellos que se le cruzaron en el camino. “Y oyéndole hablar Eliab, su hermano mayor, con aquellos hombres, se encendió en ira contra David y dijo: ‘¿Para qué has descendido acá?, ¿y a quién has dejado aquellas pocas ovejas en el desierto? Yo conozco tu soberbia y la malicia de tu corazón, que para ver la batalla has venido’. David respondió: ‘¿Qué he hecho yo ahora? ¿No es esto mero hablar?’”2. Como David, yo soy hermano menor y conozco cuál habrá sido su respuesta: “¿Y ahora qué hice?”. Es que siempre, no importan las épocas ni las culturas, la culpa de todo la tiene el hermano más chico. “Por fin te interesas por las ovejas… siendo el mayor, el más fuerte, jamás te acercaste para ayudarme y yo, el más chico, a cargo de toda la responsabilidad y corriendo todos los peligros… holgazán…”, rumió
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Según descubrimientos arqueológicos, la gente de esta tribu oscilaba entre los 4,5 y 5 metros de altura. El dato proviene de los fémures encontrados. 2 1ª Samuel 17:28-29. CAPÍTULO 8
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seguramente en su cabeza el pequeño David. En este caso, los celos amargos de Eliab agravaban la cuestión. De figura esbelta, fuerte y muy bien parecido, había impactado al anciano profeta Samuel, que al verlo en la casa de Isaí, pensó en ungirlo como nuevo rey. Sin embargo, Dios habló con el profeta y le dijo: “No mires lo impactante de su porte ni su físico, porque yo miro el corazón”. Si existen momentos trascendentales, son aquellos en los que se rompen paradigmas, y este fue uno de esos. Pasar del modelo imperante en todas las naciones circundantes con reyes guerreros a ser un estadista que, además de saber pelear, cuidara y desarrollara al pueblo unificándolo, conformando una verdadera y sólida nación, era todo un desafío… Habiendo sido desechado Saúl por sus actitudes, Dios procuró un nuevo rey y, esta vez, el elegido no debía ser un soldado como quería el pueblo, que razonaba por los parámetros de los pueblos vecinos. Ahora primaba el deseo divino: un hombre, un corazón conforme a Dios, tierno y dispuesto, que con amor cuidara al pueblo como un pastor lo hace con su rebaño. Al entender lo que sucedía, David se precipitó: “Yo descenderé a pelear con él, ¿quién se piensa que es ese…?”. Llevado ante el rey Saúl, sin temor le dijo: “No desmaye el corazón de ninguno a causa de él; tu siervo irá y peleará contra este filisteo”. Saúl le respondió: “No podrás tú contra aquel filisteo; tú eres un muchacho, y él, un hombre de guerra entrenado desde su juventud”. David contestó: “Tu siervo era pastor de las ovejas de su padre; y cuando CAPÍTULO 8
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venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la manada, salía yo tras él, y lo hería, y lo libraba de su boca; y si se levantaba contra mí, yo le echaba mano de la quijada, y lo hería y lo mataba. Fuese león, fuese oso, tu siervo lo mataba; y este filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha provocado al Ejército del Dios viviente. Dios, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, también me librará de la mano de este filisteo. Y dijo Saúl a David: ‘Ve, y Jehová esté contigo’”3. La incomprensible actitud de Samuel al ungir al pequeño David como rey de Israel en tanto que Saúl estaba vivo y gozando de buena salud, ahora, quedaba clarificada al ver quién era el verdadero rey. Salvajemente, Saúl permitió que un adolescente fuera a pelear contra un guerrero entrenado, que además era de un tamaño descomunal y poseía armas poderosas, las cuales usaba con una destreza inigualable y, por si algo le faltaba, también tenía un escudero que lo protegía. El rey debía defender al pueblo y por eso David ocupó el lugar de Saúl. No te sientas atribulado cuando se precipiten acontecimientos en tu vida, obligándote a tomar decisiones, a enfrentar problemas que otros deberían resolver. Quizás, esa es la oportunidad que necesitas para ser proyectado al nivel que anhelas. El momento de dar el gran salto. Tan claro estaba esto en la mente de David, que al hablar con el rey dijo: “Tu siervo era pastor…”. Recién había dejado las ovejas para cumplir con el mandado de su padre de llevar las viandas; sin embargo, tal era la convicción de este pequeño que habló en pasado, descontando que tras la victoria no volvería a ocupar el antiguo lugar… David estaba confiado, no iba a una aventura alocada, tenía más de 3
1ª Samuel 17:32-37.
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una razón para caminar con paso de ganador. Cuando todo se vuelve contrario y opuesto, cuando la derrota está prácticamente asegurada, aparecen la razón y el sentimiento que impulsan a la voluntad. La convicción lógica de quienes por fe –certeza de lo que se espera y convicción de lo que no se ve– se entrenaron ardua y sistemáticamente cuando nada sucedía ni nadie los veía. Aquellos que no pierden tiempo, los seguros del respaldo divino por su obediencia. A la vez, impulsado por el sentimiento ingobernable de hacer frente a todo en defensa del pueblo amado, la pasión encendida al ver el miedo y el dolor en los ojos de su gente… Por esa entrega, Dios siempre estaría de su lado. En cambio, Saúl tiritaba de miedo. La historia es muy conocida: David triunfó. Lo importante es analizar y descubrir los motivos de esa victoria. Supremacía De haberse levantado apuestas en aquella pelea, ¿hubieras arriesgado tu dinero a manos de David? El primer análisis desprevenido determina que el tamaño, la potencia y las armas de Goliat lo hacían inexpugnable. Máxime teniendo su avezado escudero guardándolo por delante. Sin embargo, profundizando en lo técnico y en lo táctico, la evaluación resulta asombrosamente diferente. No siempre lo que se ve es lo importante, aquello que define una batalla; descubrir los detalles claves, que el grueso de la gente no ve, te otorga una ventaja única. La gran envergadura de Goliat lo transformaba en un blanco fácil, CAPÍTULO 8
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difícil de errar; su mayor poderío, su potencia, su peso y tamaño lo hacían lento, previsible. Ambas condiciones, que en una pelea a corta distancia eran positivamente determinantes, se transformaron en su peor debilidad. David cambió las reglas, proponiendo una batalla a larga distancia, tanto como el alcance del tiro de su honda. Desesperado, aunque corrió, el escudero no pudo cubrirle la cabeza. Mientras Goliat vociferaba, David escogía piedras en silencio; el grandote se jactaba, entretanto nuestro muchacho corría alcanzando primero la línea de batalla. Fiero, el mastodonte personalizó las amenazas cuando la honda alcanzaba su máxima velocidad… El gigante no terminó su última frase, sangrando yacía en el piso, convulsionando, con una piedra incrustada entre los ojos… Sin siquiera poseer espada, usó la de Goliat para cortarle la cabeza: David triunfó velozmente… Muchas veces, escucharás sentencias como la que Saúl le dijo a David, el rey adolescente: “Tú no podrás”. Palabras de vulgares observadores que solo ven lo que les dicen o les permiten ver. Tus aparentes debilidades pueden transformarse en tus mayores fortalezas, si sabes explotarlas; para ello debes entrenarte. Descubrir el momento de levantarse en fe creyendo firmemente en la lógica divina, no en vanidades ilusorias. Los griegos se expresan con especificidad… generaron su idioma, una lengua tremendamente amplia, que les permite definir a la perfección cada una de sus ideas, emociones e intenciones. Ellos definen la utopía con dos palabras. De la conjunción de ambas proviene nuestro concepto castellano: utopos, que significa “lugar imposible”, y eutopos, CAPÍTULO 8
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que se traduce como “un buen lugar”. Nos hemos quedado con la mitad del concepto admitiendo lo idílico como imposible; sin embargo, aprendiendo y esforzándonos podemos llegar a construir nuestra utopía, es decir, hacer de nuestro mundo “un buen lugar”, tierra deseable, una realidad que merezca ser vivida. Quien ha practicado se desarrolla. Para ello, lucha, trabaja y se esfuerza disciplinadamente, “davídicamente”. Mientras todos los Eliabes duermen o pierden el tiempo confiados en su condición de primogénitos o en derechos adquiridos (por su casta o su posición social, política o económica), los utópicos incansables construimos día a día un nuevo universo. No te desanimes, no te canses. Técnica y táctica La victoria sobre Goliat no fue azarosa ni milagrosa. David se había entrenado cuidando las ovejas de su padre. Al ver los riesgos que enfrentó, solo en el desierto al frente del rebaño, pienso lo evidente de la sentencia de Dios, cuando Samuel quiso ungir a Eliab. Qué clase de corazón tenía ese hermano mayor, fuerte y poderoso, si dejaba a un adolescente, el menor de la familia, expuesto a semejantes peligros. Sin embargo, David no se quejó, feliz enfrentó la aventura. Soledad, tiempo libre, un chico, piedras y una honda son equivalentes a diversión asegurada. Haber sido un experto en gomeras, hondas y piedras durante mi infancia me permite certificar esto. Imagino los balidos de las ovejas al recibir los piedrazos, toda vez que, probando puntería, soltaba a destiempo el tiento de su honda y el proyectil salía en el rumbo contrario… Un error de milésimas de segundo al lanzar el tiro genera grados de desviación en la dirección CAPÍTULO 8
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del proyectil que, multiplicados por la distancia, pueden producir cualquier desastre… Paso a paso, fue adquiriendo destreza. Comprobó que era más fácil hacer centro estando quieto que en movimiento, y mucho mejor cuando la respiración se normalizaba después de estar agitado. Progresó hasta hacerse infalible. Luego, comenzó a alejar los objetivos a alcanzar. Notó que cuanta mayor fuerza intentaba hacer, menor era la distancia que recorría la piedra. Comprendió entonces que no era fuerza sino velocidad lo necesario para llegar lejos… aflojó su brazo para hacer girar la honda con la mayor rapidez posible. Finalmente, descubrió que cuando echaba hacia delante su cuerpo en el preciso momento de lanzar la piedra, la potencia aumentaba. Descubrió que la puntería y la fuerza dependían de la técnica, que con sus brazos flacos también podía lograr objetivos lejanos, un alcance increíble. Imagino su cara de felicidad… porque la disfruté cuando chico y también la vi en mis compañeros de andadas… Pasaba horas eligiendo piedras, ya que unas viajan en el aire mejor que otras. Las soplaba, las limpiaba y acariciaba con los dedos. Llenaba su morral, su saco pastoril con ellas. Un día, la calma se rompió con un rugido… la adrenalina a tope impulsada por el miedo… la respiración agitada y el corazón golpeando tan fuerte que podía escucharlo con nitidez… Sudando frío, se dio vuelta y allí estaba aquel león, había capturado una de las ovejas y se la llevaba. Impulsado por el mismo temor, cargó la honda y le dio a la bestia en la nuca… tragó saliva y esperó, ¿cuál
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sería la reacción? Para su sorpresa, bramó soltando a su presa y huyó… Agitado todavía, pero feliz por haber liberado a la víctima, comenzó a reaccionar. No son importantes la fuerza, el tamaño, la fiereza ni la potencia para vencer. Algo se impone por sobre todo ello y es la táctica apoyada sobre la técnica aprendida. Afirmado en su seguridad, toda vez que el rebaño estaba en peligro, utilizó la técnica al servicio de la táctica y así vio huir grandes y feroces animales. El secreto era simple: no debía acercarse a ellos, cuánto más fuertes eran, desde más lejos debía pelear. Todo marchaba bien, hasta que un día, al ser herida por David, una de las bestias dejó su presa y enfurecida por la sangre que brotaba y el dolor que la aturdía, giró volviéndose contra nuestro pastor y guerrero aprendiz. Otro shock de adrenalina lo sacudió nuevamente pero con una intensidad mayor. Ahora sí estaba en serios problemas. La mente rauda no paraba de analizar la situación y preguntarse: ¿qué hacer… correr, huir?, ¿dónde guarecerse? La conclusión: era imposible escapar. Metió la mano en el morral y sacó la “lisa”, esa que corta cuando pega. Cargó con velocidad la honda y tiró; el grito de la bestia fue atroz al recibir el impacto. La sangre saltó, nublándole la vista. Sin detenerse, mientras la lisa viajaba en el aire, David ya había cargado la redonda, la más grande y contundente. Pocos metros logró acercarse la fiera, cuando destrozada por aquel tercer impacto, cayó herida de muerte… La tensión era impresionante… todo era quietud en el valle. Sigiloso, se acercó por detrás del moribundo animal. Se detuvo, pensó, se concentró; tan veloz como pudo se tiró sobre él, tomándolo por las mandíbulas, inutilizándolo, y en el mismo movimiento le cortó el cogote, terminando la faena. Fatigado casi hasta el desmayo, se dejó CAPÍTULO 8
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caer de espalda sobre el cuerpo inerte del animal. Todo olía a sangre y sudor. Una rara sensación de alegría, miedo y seguridad embriagaba su alma. Entre tiro y tiro, David siguió cantando a su Dios. Sin saberlo, se estaba capacitando... estaba aprendiendo. Avanzaba rumbo a su primer escalón de la escalera hacia el reinado: la batalla con Goliat. Entrenado defendiendo ovejas, se dirigía a su destino: libertar al pueblo, a su gente. Mudado Cuando Saúl llegó al trono no estaba preparado, porque no usó el tiempo necesario en cada lugar de su peregrinaje para aprender lo que debía aprender. Al pie del collado de Dios, una guarnición de los filisteos, a la cual Saúl no le prestó atención. Apresurado, no reparó en ellos. No los reconoció, ni siquiera pensó en la implicancia que tenía el hecho de que ellos dominaran ese lugar de adoración, cobrándoles tributos a todos los que subían a orar. Él solo pasó de largo. No se tomó el tiempo necesario para observarlos: sus dimensiones, actitudes, costumbres, formas de desplazamiento, disposición en la tierra… es decir, conocerlos con exactitud. Creyó que todo estaba decretado, que tras cantar con los hijos de los profetas, por arte de magia, su transformación ya se había completado. Nunca consideró que el proceso venía por el aprendizaje y que es necesario atravesar varias etapas. La primera de ellas es teórica: nos lleva a entender; la segunda es objetiva: nos permite ver; finalmente, la tercera es activa: nos lleva a CAPÍTULO 8
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hacer. Por esta causa, Samuel le había dicho: “Cuando se cumplan estas señales, haz todo lo que te venga a la mano, porque Dios está contigo”. Aprendemos un 30% de lo que oímos, un 60% de lo que oímos y vemos y un 90% de lo que oímos, vemos y hacemos. Saúl escuchó sin oír, no vio y jamás hizo lo que su adiestramiento requería. David fue exactamente todo lo contrario. Oyó, vio e hizo, aun sin entender… Saúl consideró que la profecía ya era un hecho consumado y la unción, un premio: “Ahora yo soy el ungido, soy una persona importante”. Tal equivocación, negligencia y soberbia lo llevaron a la desobediencia, por ello Dios, arrepentido de haberlo puesto como rey, eligió a otro en su lugar, que para sorpresa de Samuel fue un adolescente: David. Si algo tenía este muchachito diferente de Saúl, además de su corazón, era su deseo de aprender, esa inquietud permanente por absorber toda lección que se presentaba ante él. Ya fuese una seria enseñanza, un juego o el peligro del ataque de un animal feroz, todo para él era aprender. Por eso, se desarrolló velozmente al entender la técnica y la específica táctica. Estando en el campo, cuidando las ovejas de su papá, acompañado solo de su honda, practicaba, practicaba y practicaba. Con alegría, sin quejas por estar solo en el desierto, practicaba. Soledad, piedras y una honda, nada más era necesario. Antes de enfrentar a Goliat, Saúl sentenció a David: “Tú no podrás”. La respuesta fue tajante: “Tu siervo era pastor”. Sabía de qué hablaba, cuál CAPÍTULO 8
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había sido su entrenamiento. El erróneo concepto de lo milagroso en la victoria de David, creyendo que era solo un adolescente embriagado en una fe irracional, demuestra el desconocimiento de las razones que emanan del aprendizaje pragmático de la técnica y la táctica. Quien habiendo sido llamado y ungido por Dios no se prepara aprendiendo y entrenándose, llega a la batalla totalmente desguarnecido; entonces, sin saber qué hacer, se encomienda a alguna circunstancia salvadora. David no fue un imprudente, él sabía lo que debía hacer y que por ello tenía la victoria asegurada. Saúl fue ungido y mudado en otro hombre para comenzar a aprender, pero jamás hizo lo que le vino a la mano. David, ungido, volvió a la universidad del desierto, junto a las ovejas, aprendió para luego rendir eficazmente su examen. El primero de sus inviernos de nutrición y aprendizaje fue aprovechado al máximo y le dio un fruto que lo llenó de gloria; aún se escucha la canción en las emocionadas voces del pueblo felizmente libre: “Saúl mató a los miles, DAVID A LOS DIEZ MILES…”. El arma Técnicas y tácticas junto a armas no convencionales, que desorientan a los observadores y críticos poco perspicaces y analíticos, nos provocan a la investigación, al análisis de los peligros, las batallas y los enemigos a enfrentar. La música, la poesía, la pintura, la danza, el teatro y toda forma CAPÍTULO 8
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de expresión cultural emanan del ser. La cultura muestra con claridad quién es el pueblo que la crea, difunde y conserva como un tesoro; revela su alma, su espíritu y su esencia. Por esta causa, los colonizadores pretenden destruir la cultura de los pueblos que capturan. En el pasado, esto se hacía únicamente en forma bélica; hoy, en un mundo globalizado y líquido, las estrategias han cambiado. La fascinación y el encantamiento cautivan pueblos, destruyen identidades. Culturas poderosas avanzan avasallando a pueblos emergentes con identidades sobrevivientes, omitiendo obviamente dar a conocer las verdaderas razones que los catapultaron al éxito. Sus culturas, publicitadas hasta el hartazgo en televisores, películas cinematográficas, noticieros, libros, series televisivas y todo medio de comunicación, de cultura y de formación –pues llegan a ocupar grandes espacios en las aulas de los colegios y universidades que los presentan como modelos a estudiar y metas a alcanzar– generan tal presión en los conquistados, que llevan a que su gente los admire al grado de la idolatría. Réplica exacta de la condición de Israel en el período de los Jueces. Basta analizar los nombres de los niños en los pueblos latinos. Robinson, Wilson, Cash, Richard, Jane o Jennifer han reemplazado a los Juanes, Carlos, Joseses o Marías, precediendo apellidos como González, Pérez o Domínguez. Realidad de padres que anhelan algo diferente para sus hijos, sin encontrar en sus raíces motivaciones ni modelos a seguir –porque fueron deliberadamente destruidos por la desinformación y el bastardeo–, buscan cambiar la realidad comenzando con un nombre
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extraño que los identifica como parte de la cultura dominante. Tinturas en el pelo y lentes de contacto de colores trastornan maravillosas personas trigueñas y morenas de genuinos rasgos telúricos en gélidos “arios” artificiales y sin alma. El anhelado cambio de pasaporte para obtener una nueva nacionalidad es la meta de víctimas con culturas en estado de coma. Cierta vez, charlaba con el chofer de un ómnibus de una compañía de autos rentados en el aeropuerto de Miami que, llorando con dolor, me narraba que su hijo, siendo guatemalteco, por decisión propia no hablaba en castellano y negaba su origen, avergonzándose toda vez que él se lo recordaba. Ruidos técnicos y cíclicos con letras vacías de contenido y en un idioma que no se entiende, reemplazan a fuertes ritmos y melodías propios llenos de una poesía extraordinaria que nos identifican y contienen. Asombrado, escuchaba el relato de una maestra de música, que enseña a niños de tres años en adelante, que me contaba cómo los pequeños estallan de emoción bailando con una alegría inusitada, cuando después de oír diferentes tipos de música ella les hizo escuchar una chacarera argentina. Voz de la sangre que no necesita explicaciones ni preámbulos. Las invasiones culturales, que lenta pero inexorablemente avanzan, debilitan las murallas de historia e idiosincrasia de los pueblos, para luego lanzarse a la conquista anhelada: poseer los recursos humanos, naturales y económicos de sus víctimas. Esos fervientes defensores de “valores éticos, democráticos y de CAPÍTULO 8
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justicia” en sus terruños no dudan en apoyar y promover dictaduras y esclavitudes, a costa de sangre, en rincones lejanos e ignotos. Su religión occidental y cristiana les otorga indulgencia por portación de éxito, condenando con firmeza a quien se atreva a desafiar el “orden (por ellos) establecido”, avalado por el dios que ellos hicieron a su imagen y semejanza. Qué lejana está esa posición y su teología indulgente del Jesús del Sermón del Monte, aquel que confrontaba con un judaísmo romanizado, legalista y lejano. Es necesario despertar la conciencia de nuestros pueblos para que en sus inviernos se nutran de sus raíces portadoras de vida y no de falsos espejismos extraños. Subir al collado de Dios, rumbo a Bet-el, el lugar del encuentro. Ver, entender y conocer a quien nos hizo a su imagen y semejanza. Descubrir la libertad con la que fuimos paridos y lanzarnos a divulgar nuestra identidad, plena de colores y matices, viva, rica, maravillosa… Cantar, cantar y cantar de nuestra gente, historia, anhelos y metas, mirarnos en nuestros espejos en cada calle y mercado de cada pueblo y ciudad. Superarnos día a día. Escribir, pintar, danzar, narrar lo nuestro, lo de la tierra, lo del alma, las raíces, la cultura hecha expresión, eso es profetizar, el arma poderosa que tenemos en nuestras manos y que debemos aprender a cuidar, valorar y utilizar para el desarrollo de nuestro pueblo. Una vez más: técnica y táctica. Tal como dijo Jesús: “La verdad nos hace libres… verdaderamente LIBRES”. David, siendo el más grande de los reyes de la historia del pueblo CAPÍTULO 8
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hebreo, fue conocido como “el dulce cantor de Israel”. Trasmitió su cultura, impregnó a su pueblo de enseñanzas y nos dejó el libro más largo de toda la Biblia, los Salmos. No permitas que te colonicen, sé libre, edifica tu futuro sobre las bases saneadas de tu historia. Sumérgete en ella para purificar lo indeseable que como todo pueblo tenemos en nuestro pasado. Revaloriza aquellas riquezas que emergen de tu etnia, de tu identidad, nativa o adoptiva, si es que llegaste a esta tu nueva tierra y en ella criaste raíces. Dios te ha hecho único e irrepetible, disfruta de ello, no quieras ser otro, no contamines la perfecta creación de Dios. Crece, desarrolla y potencia tu ser, para llegar al máximo esplendor. Construye tu vida basándote en la historia de tu gente, de tu pueblo, la tuya propia. Así, crecerás y darás fruto en abundancia. Usa las expresiones culturales, baila, canta, lee, pinta, escribe, que cada vez que lo haces estás profetizando sobre la grandeza que viene, porque para ella fuimos creados. No creas a quienes, al más puro estilo de faraón, te repiten que tú eres débil y ellos fuertes, solo para amedrentarte y poder sojuzgarte. Anímate, canta como lo hizo la jueza y profetiza Débora: “¡¡¡Levántate, alma mía, con poder, levántate como madre o padre para liberar a tu pueblo, para edificar un futuro para tus hijos y nietos que merezca ser vivido!!!”. Venceremos El pequeño pueblo de Berlín, en Maryland, al noreste de los Estados Unidos, cuenta con menos de 3.500 habitantes en la actualidad. Es de imaginarse lo solitario que sería, cuando el 7 de julio de 1851, en el hogar de los Tindley, una familia negra y esclava, nacía Charles Albert. Por su origen y las condiciones políticas y legales de su tiempo, el CAPÍTULO 8
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pequeño Charles solo un destino podía albergar: la esclavitud. Cuando tenía diez años, estalló la gran guerra, la de Secesión, que produjo, entre otros cambios, la libertad de los esclavos. Cuando esta finalizó en 1865, los Tindley se trasladaron a la ciudad de Filadelfia, en el estado de Pennsylvania. Charles, analfabeto, recién a los diecisiete años emergió de esa esclavitud aprendiendo a leer y a escribir. Había comenzando el camino hacia su verdadera emancipación en la vida, pues de allí en adelante no se detuvo en el aprendizaje. La escasez de los medios económicos provocaba que Charles estudiara por cuenta propia. Sus ansias por saber, por progresar, lo mantenían inquieto. Consiguió un trabajo de portero en la Iglesia Episcopal Metodista El Calvario y así se costeó los estudios en la escuela nocturna. Luego, prosiguió con cursos ministeriales y teológicos por correspondencia. Estudió hebreo y griego. Aquel portero alcanzó un doctorado en temas bíblicos. En 1902, cuando cumplía cincuenta y un años, el doctor Charles Albert Tindley fue nombrado pastor general de la Iglesia Episcopal Metodista El Calvario, la misma donde había trabajado de portero desde su adolescencia. Por su tenacidad y deseos de crecimiento, la comprensión clara, diáfana de la libertad que viene con el conocimiento y no por medio de las leyes, que muchas veces, aunque existentes, son impunemente violadas, aquel negro pasó de portero a pastor. El camino de la puerta al púlpito fue regado con muchas horas de
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estudio y sacrificio. Haber estado treinta y cuatro años en la puerta de la iglesia lo hizo conocer íntimamente a los ciento treinta miembros de esa comunidad afroamericana. Saber de sus dolores y alegrías, descubrir los cambios en sus rostros, en sus vidas… Como pastor que conocía a su rebaño comenzó a traer respuestas para sus ovejas y la iglesia creció a una grey de 12.500 fieles y se enriqueció al transformarse en una congregación multirracial. Negros, blancos y “rojos” –pueblos originarios– vivían en paz, unidos por el amor de Jesús y la prédica de uno de sus hijos amados. Llegó a ser conocido en su tiempo como “el príncipe de los predicadores”. Tras su partida rumbo al barrio más allá de las estrellas, en 1933, rebautizaron a la congregación y pasó a llamarse hasta el día de hoy “Iglesia Metodista Unida Tindley”. Sin embargo, si algo inmortalizó su nombre, fue el ser uno de los padres de la música gospel. Sus himnos siguen llenando de notas y versos los templos cristianos, sembrando vida, amor y solidaridad entre el pueblo. Cinco de ellos se encuentran en el Himnario internacional metodista y sus canciones se hicieron tan famosas, por expresar el sentimiento de la gente, que en 1916 publicaron un libro con todas ellas titulado Nuevas canciones del paraíso. Su obra fue la primera que recibió el reconocimiento de copyright, es decir, de derechos de autor. Uno de esos himnos, “We shall overcome”, que en castellano traducimos como “Venceremos”, es el más conocido
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y cantado: We shall overcome, we shall overcome, we shall overcome, some day… oh deep in my heart, I do believe We shall overcome, some day… Su traducción textual sería: Venceremos, venceremos, algún día venceremos. En lo profundo de mi corazón, creo, algún día, venceremos. Nosotros la hemos adaptado así: Juntos venceremos, juntos venceremos, juntos venceremos, oh, sí. En mi alma yo sé, con mucha fe, que pronto venceremos. Su valor profético, generando identidad y conciencia, fue saltando las barreras del tiempo hasta llegar a nuestros días. La canción llegó a Charleston, Carolina del Sur, en los años 30, de la mano de Zilphia Horton, una trabajadora cultural y educadora. Enseñándola en la escuela junto con otras de Pete Seeger, fue rodando de boca en boca, estableciéndose en la cultura como un estandarte. En 1946, los empleados de la American Tobacco Company, en su mayoría mujeres afroamericanas, cantaban temas de protesta durante una huelga. La represión se hizo presente y una mujer llamada Lucille Simmons, antes de ser azotada por el látigo opresor, comenzó a cantar suave, lenta y cadenciosamente: “We shall overcome”, “juntos venceremos”… Poco a poco, sus compañeras se fueron sumando y, con
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un murmullo arrollador, profetizaron: “JUNTOS VENCEREMOS”. No lo practiqué La argumentación de Saúl fue sólida, al decirle a David: “Tú no podrás”, pero la respuesta de nuestro adolescente rey pastor lo fue aún más: “Tu siervo es pastor, y cuando algún animal, sea oso o león, venía a comerse el ganado, yo lo ponía en fuga con mi honda”. David tenía potencia y puntería y desarrolló el conocimiento del tiro con la honda. “Si algunas de aquellas bestias se volvía contra mí, yo lo agarraba de la quijada y lo mataba”, añadió. Saúl, sin entender nada, mandó colocarle su armadura. Como el hombre de hojalata de El mago de Oz, David se sintió preso por aquel atuendo. “Y ciñó David su espada sobre sus vestidos, y probó a andar, porque nunca había hecho la prueba. Y dijo David a Saúl: ‘Yo no puedo andar con esto, porque nunca lo practiqué’ y David echó de sí aquellas cosas.”4. Ignorantes, inocentes o malvados malintencionados procuran vestirte con ropas ajenas, culturas extrañas. Despójate de ellas. Si has pasado tu invierno en forma intensa, aprovechando cada experiencia, cada lección, estás preparado: no imites a nadie, no cambies tu identidad, ya que ella es precisamente la que te llevará a la victoria. No entregues el secreto de tu fortaleza y poder. ¡¡¡Sé tú mismo!!! ¡Qué fuerza tenía David! No olvides que era un adolescente. ¿Cómo podía entonces vencer a un guerrero entrenado, poderoso, 4 1ª
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gigante y diestro en la batalla? De la misma manera que aprendió al combatir con animales fuertes y voraces: con técnica y táctica. ¿Qué era lo más peligroso de un oso o un león? Las garras y su boca. Por eso, la onda solo podía triunfar peleando desde lejos. Cuando el animal se derrumbaba malherido por las piedras, recién era el momento de acercársele. Los osos y los leones, al igual que los humanos, muerden con la mandíbula inferior. La superior está fija; la móvil, al morder y masticar, es la inferior. Es gracioso cuando a un perro se le pone el dedo debajo de la lengua en el maxilar inferior, trata de morder, pero no puede. David agarraba al animal de la quijada para impedirle morder, última reacción posible; recién entonces lo mataba. Técnica pura. Teniendo en claro cómo hacerlo, fue a enfrentar a Goliat sabiendo que necesitaba llegar antes que el gigante a la línea de batalla por dos razones: una técnica y otra táctica. Técnicamente, no es lo mismo tirar la piedra a la carrera que llegar, detenerse, prepararse, apuntar y tirar. También había una razón táctica: no era bueno que Goliat se le acercara, lo quería lejos; en la corta distancia no tendría muchas opciones, pero además el gigante tenía un escudero al cual había que vencer en primer lugar, es decir que la piedra tenía que pasar por sobre este. Los acontecimientos que se dan en tu vida no son fortuitos, sino que tienen una intención clara: potenciarte por medio de la experiencia y el aprendizaje. En el invierno de su vida, David desarrolló técnica y táctica. Esto fue lo que lo hizo crecer. Cuando llegó delante de Goliat, sabía cómo batallar; habiéndolo practicado una y mil veces, le dijo a Saúl: “Tu siervo era CAPÍTULO 8
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pastor”, por esta causa él ya sabía lo que tenía que hacer. No necesitaba armaduras extrañas, que por poderosas que parecieran lo volvían lento, quitándole el secreto de su poder. David se desarrolló mientras los demás hermanos estaban en la casa del padre; mientras ellos holgazaneaban y disfrutaban del calor del hogar, el más pequeño estaba enfrentando peligros en el desierto. En esos momentos de invierno, David podría haberse llenado de rencor, de celos, por su injusto destino, era el más pequeño, un chico; sin embargo, nunca entregó su corazón al odio, sino que aprovechó la situación, creció, se desarrolló con alegría en medio de tremendos sustos. En tus inviernos tendrás muchos motivos para amargarte; no lo hagas, pues ello te debilitará. Pasar de largo En la encina de Tabor, Débora tuvo que ocupar el lugar de Barac, quien rehusó ir la batalla si ella no iba con él. En el valle de Ela, David ocupó el lugar de Saúl. Si Saúl hubiese meditado ante aquel árbol en la enseñanza que estaba oculta en su historia, probablemente él hubiese peleado contra Goliat. Cierto es también que, desarmado por ser un hombre sin invierno, hubiese sido derrotado. Por no crecer en su invierno, perdió su primavera y su verano. En su corazón hueco, solo quedó espacio para la envidia y los celos amargos. “¡Saúl mató a los miles, David a los diez miles! ¡Saúl mató a los miles, David a los diez miles!”, cantaba el pueblo enfervorizado tras la victoria. El rey llamó al muchacho y le preguntó su nombre y el de su padre, CAPÍTULO 8
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pues no lo conocía. Desde aquel día, el lampiño adolescente comenzó a ser respetado como el gran guerrero libertador. La hora del protagonismo había llegado y con ella una nueva etapa de preparación. Todavía no había sido aleccionado para ser rey, apenas se había graduado como guerrero. Ahora, debía ser moldeado para gobernar, guiar y desarrollar a un pueblo, edificar una nación, y eso no se logra por la fuerza, por la astucia ni por simples estrategias… Es otra la escuela de formación. Combatir alegremente El gran reconstructor de muros y de la sociedad en Jerusalén, Nehemías, dijo al ser asediado por sus enemigos: “El gozo del Señor es nuestra fuerza”, de donde se infiere que la tristeza, la rabia o la bronca es nuestra debilidad. Experimentado en persecuciones desde su niñez, cuando el dictador Manuel Estrada Cabrera intentaba prender por razones políticas a su papá, el abogado don Gregorio, nacía a comienzos del 1900 Luis Cardoza y Aragón, quien creció en la Antigua Guatemala. A los diecinueve años, comenzó a viajar y París fue su destino. Poeta, ensayista, diplomático, periodista y enemigo de las dictaduras, sufrió el exilio al ser acusado de conspirador y comunista por los diferentes gobiernos de facto guatemaltecos. Premiado en ausencia por la Universidad de San Carlos de Guatemala (1970), la Asociación de periodistas de Guatemala (1978), la Ciudad Antigua de Guatemala (1979), fue en México galardonado con la máxima condecoración para
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un extranjero, la Orden del Águila Azteca (1979). Durante su exilio mexicano, en 1959 escribió “Guatemala, las líneas de su mano”, considerado el retrato más rotundo de su patria, que muestra la desgarradora amargura de un pueblo herido y debilitado para ser oprimido. “Guatemala es un pueblo que no canta, que no habla, inhibido. Un pueblo alerta, introvertido, ignorante e ignorado. No ha sido el país de la eterna primavera, sino el país de la eterna tiranía. Un pueblo golpeado, silencioso y verídico. Nuestro silencio está hecho de canciones que no hemos podido cantar. Entre nosotros, no es tópico la tristeza. Una canción jocunda sería como un disparo”. Fragmento de “Guatemala, las líneas de su mano”. La lectura de la historia que hizo don Luis Cardoza y Aragón le permitió diagnosticar su estado, su realidad. Sufriendo desde su nacimiento, vivía en 1959 días dolorosos, pero que sin duda eran leves comparados con los que seguirían. Una tragedia que enlutó a la nación entera, un genocidio que la ONU cifró en ciento cincuenta mil desaparecidos, cincuenta mil muertos, cuatro millones de desplazados fuera de sus tierras… y trescientas sesenta y ocho aldeas arrasadas da cuenta del horror de la masacre. Hoy, Guatemala, a pesar de la fertilidad de sus tierras, se encuentra entre las cuatro naciones con mayor desnutrición y hambre de la tierra, superada por naciones que no cuentan con agua ni tierra para cultivar. ¿Cuál es la razón? Las tierras no están en las manos del pueblo. El 90% de ellas fueron otorgadas en pertenencia a compañías extranjeras que monopolizan la producción frutihortícola pagando CAPÍTULO 8
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a los campesinos salarios de hambre con los que no pueden vivir. Sueldos de miseria para los esclavos legales de la cultura mediática moderna, que intenta ocultar las razones de las matanzas de décadas pasadas, las cuales se resumen en una sola sentencia paulina: “Raíz de todos los males es el amor al dinero…”. Algunas veces pienso, al ver ciertas etiquetas en bananas y otras frutas, cuánta sangre inocente corre por detrás de ellas… Canciones no cantadas por un pueblo inhibido, cruelmente asesinado para ser saqueado. Sin embargo, la identidad y el amor son más fuertes. La sangre llama desde las venas y renace la vida. El horror no puede contra ella. Hoy, a pesar de las intenciones siniestras de algunos, Guatemala se levanta; su pueblo, con alegría, brega por cambios, por el esclarecimiento de la verdad. Milagros increíbles están permitiendo descubrir los archivos del horror y la verdad brota, surge potente, silenciosa pero contundente. Esperanzas de un futuro que ha de ser transformado por la fuerza del amor, la libertad, la redención y la justicia, armas invencibles de la paz. La misericordia, el juicio y la justicia, deseos del corazón de Dios expresados por Jeremías, que llegan cuando el pueblo mira hacia el cielo, pidiendo la intervención de quien tanto los ama, luchan contra las tiranías modernas de gobiernos constitucionales a los cuales se llega por medio de golpes judiciales, es decir, preparan leyes blindadas bajo tiranías y luego se autodenominan “constitucionales”. Los inviernos, por crudos que sean, deben ser atravesados con alegría, tal como lo hizo David, quien no dejó que la soledad ni los peligros del desierto inundaran su alma de rencores, celos, amarguras ni depresiones. Se mantuvo feliz, lleno de esperanza, activo, aprendiendo CAPÍTULO 8
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las lecciones que producirían un cambio en su vida. Por esa causa, cuando le contestó al rey Saúl, habló en pasado: “Tu siervo era pastor”, convencido de que una etapa llegaba a su fin. Su temporada había cambiado. De chico, recuerdo haber visto a un señor gordito, muy temperamental y explosivo. Me llamaban la atención sus bigotes, era don Arturo Jauretche. De pensamiento claro y próximo a la verdad bíblica, dijo: “El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por el país ALEGREMENTE. Nada grande se puede hacer con la tristeza”. Nada se construye en tristeza, es necesario salir del dolor; aceptar el desafío en plena fe: edificaremos una sociedad diferente, maravillosa, sana, justa… La fe, la esperanza, el amor y el gozo son nuestras armas, jamás hemos de rendirlas ante el odio cruel y la amargura. Las levantaremos con fervor, sabiendo que con el bien siempre vencemos al mal. Hacedores de historia, cada día escribimos páginas maravillosas en nuestra vida y, por su sumatoria, capítulos de gloria en nuestros países y continente. El futuro depende de nosotros. Somos de los que se secan las lágrimas, levantándonos firmes para dar batalla, y, aun cuando no existen motivos naturales, nos llenamos del gozo inexplicable, ese que viene del cielo, el cual no se basa en nuestras circunstancias; este nos proyecta e impulsa… Tenemos motivos para sentirnos alentados, un nuevo mensaje del cielo traído por el abatido Job nos inspira: “He aquí, Dios no aborrece al perfecto ni apoya la mano de los malignos. Aún llenará tu boca de risa y tus labios de júbilo. Los que te aborrecen serán vestidos de confusión, y CAPÍTULO 8
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la habitación de los impíos perecerá”5. ¡NUESTRA BOCA SE LLENARÁ DE RISA Y NUESTROS LABIOS DE JÚBILO! Más que nunca: ¡¡¡JUNTOS VENCEREMOS!!! Abrazado a su Palabra Pasar de largo las enseñanzas de la vida nos puede llevar a derrotas terribles. Saúl pasó de largo en cada lugar donde había una lección para él y se obnubiló con el poder, tanto, que se olvidó para qué le había sido dado. Quedó extasiado del acto de profetizar cantando con los hijos de los profetas emociones, sensaciones que lo embelesaron, pero no le prestó atención al contenido de tales profecías. Tal fue el impacto que sublimó el momento; era una meta alcanzada; por eso, no recordó cantar durante el resto de su reinado. No cantó, no profetizó, cayendo en la trampa de la seducción, intentó parecerse a los pueblos vecinos copiando su cultura. Cuando llegó el tiempo de su decadencia, demonios lo oprimían, entonces le pedía a David que tocara su instrumento y cantara. Solo así encontraba paz, cuando estos huían, liberado del tormento al menos por un rato, hasta que su corazón encendido en celos, ira y envidia nuevamente los atraía. Debes prepararte, para cuando llegue el momento de enfrentar la batalla, al igual que David con Goliat. No falles en tu preparación. Aprovecha tu invierno por crudo que sea. No te quejes de tu condición ni de tu estado. Armado hasta los dientes, con técnicas y tácticas, sin armaduras extrañas y ajenas, siendo tú mismo, entrenado, fortalecido, enriquecido en tu invierno, pleno del gozo inexplicable que es don de Dios, vamos a 5 Job
8:20-22.
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la batalla. Hay mucho por lo que luchar y muchos a quienes liberar. Tú mismo, tu familia, tu gente, tu país, te necesitan, no te dejes vencer. Aprovecha tu invierno: nútrete. Si estás en el desierto, toma la honda y tira una piedra, prueba otra vez… practica. ¿Para qué estás tirando piedras en el desierto? Para ser rey.
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