INVIERNO | Capitulo 1

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CAPÍTULO 1

Nueva temporada El camino de la unción

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El criado llegó agitado, preocupado, portaba una novedad: “Se han perdido las asnas”. Cis, el valeroso y reconocido varón de la tribu de Benjamín, lo escuchó con atención y determinó la solución rápidamente: “Saúl, ven aquí”, gritó llamando a su hijo, “ve por el camino a buscar las asnas… y lleva contigo a tu criado”. Alto y hermoso como no había en el pueblo, su hijo partió con rumbo indefinido para cumplir la comisión encargada… La mirada preocupante de su padre lo observaba alejarse hasta que lo perdió de vista. “¡¿Qué haré con Saúl?!”, musitaba el insigne anciano, “¡qué haré con Saúl!”. No era el paradero de las asnas lo que desvelaba a Cis, sino lo superfluo del vivir de su apuesto hijo. El muchacho había crecido, pero no había madurado. Durante tres días, Saúl y su criado deambularon por pueblos y ciudades aledañas sin éxito. “Estoy cansado de buscar las asnas y no encontrarlas”, protestaba Saúl, “¡hemos pasado por el monte de Efraín, por Salisa, por Saalim y por todo el poblado de Benjamín sin hallar rastro de las bestias! ¡Días andando sin novedad! ¿Dónde se habrán metido esos animales?”. Procurando aliviar su corazón, el criado propuso: “Estamos en Zuf; aquí cerca, en la ciudad, vive aquel varón insigne, quien todo lo que dice acontece, su nombre es Samuel, vayamos a consultarle sobre nuestro asunto para que nos ayude”. Saúl ignoraba que su encuentro con Samuel encerraba un propósito mayor. Aquel anciano profeta, avisado divinamente de que el muchacho vendría a él, lo recibió diciéndole: “Las asnas que se te perdieron hace ya tres días, han sido encontradas”… CAPÍTULO 1

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Aquella primera declaración trajo alivio al corazón del fracasado Saúl, pero solo duró un instante, pues el anciano con voz firme, mirándolo a los ojos, le dijo: “Sube a comer conmigo al lugar alto y, mañana, te descubriré lo que está en tu corazón, porque ¿para quién es todo lo que hay de codiciable en Israel sino para ti y para toda la casa de tu padre?”. La paz desapareció repentinamente del corazón de Saúl, ya no eran las asnas el epicentro de la historia; confrontado con una nueva realidad, ahora su vida pasaba a ocupar el primer plano en la escena. Perturbado, respondió: “¿No soy yo hijo de Benjamín, la más pequeña de las tribus de Israel? Y mi familia ¿no es la más pequeña de todas las de mi tribu? ¿Porqué me has dicho esto?”. Amaneciendo Las horas transcurrieron y, relajado por tener el problema ya resuelto, Saúl dormía como una roca, tal como era su costumbre de niño mimado, en la casa de Cis, su padre. “Levántate para que te despida”, le dijo enérgico el anciano profeta, sin ningún tacto paternal. Entre dormido y vacilante, Saulito salió al encuentro de Samuel, y el viejo le pidió a su criado que se adelantara un poco en el camino. Cuando se quedaron solos, el profeta tomó una vasija de aceite, la derramó sobre la cabeza del joven somnoliento y besándolo le dijo: “¿No te ha ungido Jehová por príncipe sobre su pueblo Israel?”. Empapado en aceite y anoticiado de su nueva condición principesca, Saúl recibió instrucciones sobre el camino que debía transitar a su regreso. Samuel había trazado para él una ruta que contenía una serie de estaciones claras: “Primero, irás hasta la tumba de Raquel; luego, a la encina de Tabor; por último, llegarás al collado de Dios y, allí, serás transformado en una nueva persona”…

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¿Puedes imaginarte la revolución que había en la mente simple de este muchacho? Sentimientos agolpados, inquietudes, angustia, y ese terrible temor a lo desconocido. Saúl tenía todo esto dentro de sí. Sin embargo, ¿qué objetivo tenía el camino por el cual debía transitar? Cada posta, ¿qué enseñanza encerraba? Transformar a un joven inmaduro en un príncipe, con el objetivo de llevarlo hasta el trono de un reino que todavía no existía, era un desafío completamente nuevo y apasionante. Parafraseando los veinte años del tango, “tres mil años no es nada”; la historia de Saúl bien puede ser la tuya o la mía. ¿Cómo podemos enfrentar un futuro desconocido para crecer interiormente? ¿Podremos desarrollarnos hasta lograr la comprensión de nuestro propósito? Dar la medida, alcanzar la talla, llegar a las metas… Dudas, incertidumbres y un mundo hostil que parece desafiarnos como un gigante indomable e invencible. Quizás, meditar sobre el camino que Saúl debió recorrer, nos ayude a nosotros también. Andar el sendero que lleva desde la inconsciencia de la inmadurez y la incapacidad, al trono del propósito de tu vida. Sin precedentes Llevar adelante nuestro destino es tarea compleja; cuando la obra es pionera y no existen referentes en los cuales buscar experiencias, la dificultad se acrecienta aún más. Llamado a salir de la ciudad de Ur, de los caldeos, Abraham, el patriarca, dio origen al pueblo hebreo. Su nieto, Jacob, peregrino igual que él, conformó la base primaria de la organización de un pueblo hecho nación que anhelaba llegar a ser Estado. CAPÍTULO 1

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Un modelo a construir, un diseño de sociedad planificado en los cielos, que sería necesario descubrir paso a paso, vivencia por vivencia. Las doce tribus, nacidas de sus doce hijos, fueron la estructura original de Israel. Aquella familia, compuesta por setenta personas, con Jacob a la cabeza, llegó a Egipto en busca de alimentos por efecto de la gran hambruna de aquella crisis global, desatada en el 1750 a.C. Una historia más de depresiones económicas y migraciones que persisten hasta hoy. Pasados dos siglos, los israelitas pagaron con esclavitud la ayuda recibida, una vieja y recurrente práctica en la historia de la humanidad. En medio del dolor y la cautividad, clamaron a su Dios y les fue levantado un libertador muy especial: Moisés, un anciano frustrado y tartamudo, quien ochenta años antes había sido rescatado de las aguas del río Nilo, cuando abandonado por su madre en una cesta calafateada, había sido recogido por la hija de Faraón. Su madre no había querido abandonarlo, pero ante el edicto del rey que ordenaba asesinar a todos los niños judíos de hasta dos años de edad y, conocedora de que la hija de Faraón se bañaba habitualmente en el Nilo, preparó aquella cesta para que flotando llegara hasta la muchacha. Así sucedió. La joven, enternecida por la aparición, llevó al pequeño al palacio y lo adoptó. Para criarlo, la hija del rey contrató a una nana, que por esas cosas de Dios, no fue otra que la verdadera madre de Moisés quien lo educó no como a un nieto de Faraón, sino como un verdadero israelita. Su origen e identidad nunca le fueron ocultos. Una vez crecido, el joven comenzó a ver la injusticia que predominaba contra su pueblo. Seguramente, en el palacio no dejaba de pensar en CAPÍTULO 1

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su gente… hasta que un día, mientras presenciaba una disputa entre un egipcio y un israelita, vio el maltrato desmedido hacia su compatriota e intervino de la peor manera: asesinó al egipcio con sus propias manos y lo escondió en la arena. Cayó en la trampa de la violencia y, creyendo hacer justicia, se sumó a la crueldad. Poco tiempo después, confrontado por la realidad, al intentar poner fin a un pleito entre dos judíos, uno de ellos lo increpó: “¿Me matarás a mí también, como lo hiciste con el egipcio?”. Sorprendido y abochornado, Moisés huyó al desierto golpeado por la dura verdad: la violencia lo había alejado de su pueblo y de su destino de libertad. Atajos, cuyo único logro es hacernos perder el camino. Años de desazón y dolor lo condujeron hasta el día que fue convocado por Dios para la gesta libertadora. Anciano, cansado y frustrado, quedó tartamudo. Los profesionales en medicina suelen decir que la tartamudez puede producirse en una persona como consecuencia del estrés que le provoca hablar de un determinado tema; una negación psicológica a tratar algún conflicto no resuelto. A los ochenta años y no habiendo logrado nada, Moisés se encontraba en el desierto cuidando las ovejas de su suegro, Jetro. Imagínate, en una sociedad patriarcal, ya anciano, no tenía posibilidades de concretar sueño alguno. Fue entonces, cuando Dios se le apareció en una zarza –una planta espinosa, común y silvestre– en llamas, pero sin extinguirse. Que una zarza ardiera en el desierto no era algo fuera de lo normal; pero, atrajo la atención de Moisés, quien observó CAPÍTULO 1

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que a pesar del fuego, la planta no se consumía. En la vida, debemos estar atentos a las señales que aparecen en nuestro camino, pues muchas veces, ellas son eventos ordinarios, cotidianos. Solo los precavidos descubren tesoros en medio de lo común. La voz desde la zarza fue contundente: “Debes volver a Egipto”. ¡Moisés entró en crisis! ¡¿Volver a Egipto?!... de donde venía huyendo toda su vida… Regresar al lugar de su fracaso, para desde allí, ser levantado como el libertador de un pueblo esclavo, enfrentándose contra la mayor potencia de aquellos tiempos –a la que conocía desde sus entrañas–. Un libertador anciano, sin poder humano alguno. Inviernos largos… El de Moisés duró ochenta años, preparándolo para una gesta heroica. Liberado de sus traumas, aquel fracasado anciano se transformó en un líder: el libertador sin igual plasmado siglos después en la maravillosa escultura de Miguel Ángel. Con señales y prodigios liberó a su pueblo, los dirigió durante cuarenta años en su éxodo por el desierto y los guió hasta las puertas de la tierra prometida, la cual una vez conquistada, daría paso a que aquel pueblo nómada se transformara en un Estado constituido. Identidad Más adelante, bajo el liderazgo de su sucesor, Josué, ingresaron en la tierra que tanto habían deseado poseer. Tras hazañas milagrosas –y a pesar de algunas derrotas como consecuencia de su soberbia–, lograron hacerse de un espacio entre los pueblos residentes. Sin embargo, todavía no tenían en claro cuál era su identidad. CAPÍTULO 1

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Cierta vez, cuando aún Moisés dirigía la Nación, Josué recibió información acerca de dos muchachos que profetizaban en el campamento. Sobresaltado, le exigió imprudentemente al gran libertador: “¡Impídeselos!” En forma contundente, el aplomado líder respondió al temeroso Josué: “¿Tienes tú celos por mí? ¡Ojalá todo el pueblo profetizara!”, exclamó. ¡Moisés deseaba que el pueblo fuera consciente de su esencia, raíces y destino! La respuesta del anciano líder se basaba en la certeza de saber quién era y qué propósito tenía; el pedido de Josué, en cambio, provenía de sus inseguridades. Lamentablemente, Josué omitió el consejo de su líder y maestro... una vez al frente de Israel, ya muerto Moisés, no aceptó que hubiese profetas durante su gobierno: todo por causa de sus temores. Tal como lo muestra la Biblia, la función de los profetas no consiste simplemente en hablar del futuro, sino fundamentalmente en traer revelación, claridad para nuestras vidas; dirección, deseo, propósito, motivación y cultura. Hacernos saber quiénes somos, dónde estamos, dónde vamos: darnos seguridad para tener en claro nuestra identidad. Como consecuencia, sin profetas que pudiesen hablar de parte de Dios en libertad, los cuarenta años de su liderazgo transcurrieron sin una voz clara y redentora. Por ello, el pueblo careció de identidad y el nefasto resultado fue que, muerto Josué y los de su generación, ya nadie sabía de dónde habían salido, ni cómo habían llegado hasta allí: nadie recordaba la historia del pueblo al que pertenecían. Josué, los había dejado sin una identidad clara y sin una estructura histórica y política que ayudara al pueblo a avanzar, por lo tanto, cada CAPÍTULO 1

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uno hacía lo que bien le parecía. Atraídos entonces por el éxito económico de los pueblos vecinos, empezaron a adoptar diferentes culturas que avasallaban la propia, cargándose de idolatrías que los llevaban a la debilidad y los apartaban de su Dios, de su ser. Comenzaba así, una etapa de cuatrocientos años de sufrimiento y opresiones, solamente interrumpidos por breves períodos en los cuales, a causa del clamor, líderes insignes –o jueces, como se los llamó en el Antiguo Testamento– los emancipaban generando breves temporadas de libertad. La falta de identidad y sucesivas rebeliones provocaron doce períodos de esclavitud para Israel. Finalmente, Samuel, el último de los jueces, profeta y reformador, con una estrategia cultural, logró darle identidad al pueblo, que ya afianzado en su territorio, estaba preparado para el comienzo de una nueva etapa anhelada por ellos: la monarquía. Aquel pueblo nómada, ahora transformado en nación, se convertiría en Estado organizado en una monarquía incipiente, de la cual, Saúl sería el primer rey. Individual o colectivamente, nadie puede ser libre si no conoce sus raíces y propósitos. Esos dos puntos son los que determinan la recta de nuestra vida. De no estar bien definidos, giramos en círculos, que diluyen nuestra existencia en la esclavitud de cuanta moda o pensamiento impere en el momento. La libertad verdadera comienza en nuestra alma y desde allí inunda todo nuestro ser y hacer.

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Ser el primero, no teniendo precedentes, es un desafío enorme que requiere una preparación intensa. Moisés, aunque no de manera ortodoxa, la tuvo. Saúl, la necesitaba…

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