CAPÍTULO 3
Nieva Intimidad en la revelación CAPÍTULO 3
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Un par de inviernos atrás, obedecí la imposición que me hicieran mis hijos: tomarnos unos días de descanso en medio del año laboral y, así, pasar juntos un tiempo en las montañas del sur argentino. Llegar a Villa La Angostura y contemplar aquella magnificencia deja mudo al más locuaz. El lago Nahuel Huapi, enmarcado entre las montañas de la Cordillera de los Andes, fue el escenario de un invierno maravilloso. Una tarde, no pudiendo cumplir mi promesa en su totalidad, permanecí en la cabaña para terminar una nota para un periódico que debía entregar ese día sin falta, mientras la familia se fue de paseo. Pasé un buen rato escribiendo sentado frente al ventanal que daba al lago, contemplando nítidamente su hermosura, pero en un momento, el cielo se volvió gris plomizo fuerte y el lago desapareció de mi vista por una espesa bruma. El silencio se hizo ensordecedor; cesó todo viento, la naturaleza parecía suspendida. Maravillosos copos de nieve comenzaron a caer lentamente y, breves momentos después, se desató una nevada que duró largas horas. Ya copiosa, la cantidad de nieve era impresionante, entonces, llegó el viento que la arremolinaba. Los copos caían pero por efecto del viento también subían… por un momento, parecía que las leyes físicas habían sido suprimidas. Una tormenta de nieve se desató con un poder increíble. Los pinos y cedros azules que tenía ante mí se doblaban tanto que creí que se quebrarían. Cuando el torbellino llega, todo se trastorna, la confusión es absoluta y ese temor sordo inunda el alma… la inseguridad se apodera de todo ser viviente. CAPÍTULO 3
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Soledades Si hay silencios únicos y maravillosos son los silencios de las nevadas. Antes de la tormenta, cuando majestuosa la nieve comienza a caer, pareciera que el tiempo se detiene. Cada copo, cada cristal diferente al otro, único, irrepetible en esa inmensidad blanca, todo es original, no existen duplicados, todo firmado por su autor y Creador. Muchas veces, en nuestros inviernos se producen silencios así, sublimes e inquietantes. Anhelamos respuestas y voces que nos dirijan, pero por el contrario, el silencio se vuelve absoluto. Todo se torna blanco. Miramos a nuestro alrededor y las referencias, los caminos, se ocultan tras ese manto uniforme. Todo, hasta los árboles, se mimetizan. Son momentos muy especiales, en los cuales no se escucha, no se ve, no hay distracciones; es la hora de mirar hacia dentro: de contemplar nuestra alma. En el mundo en que vivimos, muchos permanecen aturdidos por actividades, trabajo o distracciones, siempre, siempre, se encuentran haciendo algo. Actividad permanente, Internet “on line” permanente, la televisión encendida hasta quedarse dormido. El silencio parece ser nuestro enemigo; huimos de él como si fuera un monstruo que nos persigue, nos acosa. Es probable que inconscientemente nos aterre la idea de mirar hacia dentro. Tememos aquello que podemos llegar a ver, pero también nos turba lo que no alcanzamos ver. Descubrirnos a nosotros mismos, saber quiénes y cómo somos es un paso colosal, que muchos se niegan a dar, razón por la cual buscan permanentemente distraerse de todas las maneras posibles. CAPÍTULO 3
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Para ellos el espejo del silencio es aterrador. La mayoría de la gente se desconoce a sí misma y, a pesar de tener mil teorías y conceptos, ignora también a quienes viven a su lado. En las grandes urbes, donde todos parecen amontonarse, las soledades son intensas. Soledades acompañadas por otras soledades que, aunque próximas, no llegan a tocarse. En los inviernos de la vida, cuando nievan problemas, cuando todo es silencio y soledad, debes mirar hacia dentro y descubrirte en intimidad. Son épocas de reflexión, que dejan en claro los espacios vacíos de tu alma. Las tormentas provocan la necesidad de encontrar refugio, un lugar donde guarecerse. De la misma manera, en las tormentas de la vida, descubrimos que no estamos hechos para ser seres solitarios. Buscamos ayuda, refugio, compañía; necesitamos ser cuidados, protegidos, mimados. Son los momentos ideales para ir en búsqueda de tu Creador. Él te espera y quiere cobijarte entre sus brazos. Descubrir su paz, que sobrepasa todo entendimiento y disfrutarla hasta saciarse, es la clave para comenzar a vivir una vida que merezca ser vivida. Esos encuentros fuertes, contigo y con tu Creador, te llenarán de confianza y sabrás que las tormentas no te destruyen, por el contrario, te forman como el barro es moldeado en la rueda; el alfarero divino talla de ti una vasija preparada para recibir todo lo que Él quiere verter en tu vida. Resucitar de entre los hierros Era una mañana soleada del mes de agosto de 1994. Fabiana, CAPÍTULO 3
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conducía su flamante coche por la calle Superí, en el barrio de Saavedra de la ciudad de Buenos Aires. Salía de la casa de su madre y se dirigía al Hotel Sheraton, donde por ese entonces, solíamos reunirnos y donde paradójicamente, por su cercanía con la terminal ferroviaria de Retiro, tomamos contacto con los “chicos en situación de calle” que vivían en los vagones estacionados en las playas de maniobras y talleres. Fue maravilloso el contraste de un hotel de lujo, recibiendo a aquellas caritas sucias llenas de vida y dolor a la vez. Verlos emerger del salvajismo callejero fue y es una de las experiencias que más disfruto en la vida. En la vereda contraria, Fabi tenía todo lo que una joven deseaba tener: éxito laboral, una buena posición económica, salud, amigos, alegría, vida… hasta que al llegar a la Avenida General Paz, que circunvala la ciudad de Buenos Aires, un enorme ómnibus impactó a plena velocidad sobre el lateral del coche dejando a aquella preciosa joven aplastada entre los hierros… En apenas unos pocos segundos todo desapareció. “Cortá los hierros tranquilo, total está muerta”, le dijo un bombero a otro mientras observaban el estado del auto. Tal era la tragedia que recién cuando lograron sacar su cuerpo de los restos del coche aplastado descubrieron que respiraba… que estaba viva. Sin embargo, su estado de salud era crítico: un edema en el cerebro, fracturas en el rostro, el hombro y la cadera. Las delicadas facciones de la cara de Fabi tenían ahora un profundo tajo que iba desde el párpado hasta la comisura de los labios; estaba desfigurada. Durante los días subsiguientes, fue trasladada de hospital en hospital por la complejidad de su caso. Como resultado, el deterioro de su cuerpo se aceleraba con velocidad. CAPÍTULO 3
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Deshidratada y con un trauma en el cerebro, recibía poca irrigación de sangre; el estado crítico se acrecentaba, casi no tenía momentos de conciencia; las esperanzas de vida se esfumaban… Pero en aquellos crudos momentos, en ese invierno repentino, Fabi tuvo una experiencia muy íntima que logró contarnos tiempo después: “Mientras mi cuerpo luchaba por sobrevivir, sentía que estaba teniendo una pelea con la muerte, ella tironeaba de mí queriendo robarme la vida. Me veía en un lugar oscuro, como una profunda noche y con un precipicio oscuro a mi alrededor; estaba muy angustiada y con fuertes dolores, lloraba, lloraba mucho. Supe que Dios estaba allí y, en medio de mi aflicción, yo estaba teniendo un encuentro con Jesús, ¡Él estaba conmigo! Recuerdo que le pregunté: ‘¿Voy a vivir?’. Él me respondió: ‘¡Sí!’. Ese no fue un sí común, estaba cargado de autoridad, amor y dulzura. Fue a partir de ese momento que comenzó mi recuperación, que fue tan veloz como inesperada. Los médicos del Hospital Francés no lo podían creer y mucho menos explicar. Cuando salí de ese estado de semi inconsciencia y vi a mi pastor Guillermo, mis primeras palabras fueron: ‘Ahora estoy viva, porque antes estaba muerta’…”. Fabi se recuperó maravillosa y rápidamente. Aquella cruel cicatriz y los huesos de su pómulo destrozados que los médicos preveían recomponer con una larga serie de cirugías reconstructivas y estéticas, fueron sanadas por la mano del mayor esteta, Aquel que diseñó la creación. Sin anestesias, intervenciones quirúrgicas ni post operatorios traumáticos, su rostro fue restaurado. El oído y ojo izquierdo, que por el traumatismo sufrido habían quedado prácticamente destruidos, fueron hechos como nuevos, asombrando a los médicos que la atendían. Durante meses, estudiaron el caso de Fabi haciéndole constantes pruebas porque no podían creer la pronta recuperación, CAPÍTULO 3
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muchos menos, que pudiera ver y escuchar. La única noticia ensombrecedora era que, como consecuencia de las fracturas de la cadera y pelvis, y los daños internos producidos en su matriz, jamás podría concebir un embarazo… Intimidad en la revelación El llanto era tan intenso que las palabras no salían de la boca de Ana, mientras oraba en el templo. El viejo sacerdote Elí la observaba y, al verla musitar de esa manera, pensó que se encontraba borracha. “Mujer, digiere tu vino”, le dijo bruscamente; “No estoy ebria, sino afligida en mi alma”, respondió ella. Conmovido, Elí exclamó: “Ve en paz, el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho”. Ana, cuya congoja era por no poder concebir un bebé, en la intimidad de su oración había hecho pacto con Dios: le había prometido que si le daba un hijo, lo consagraría para que lo sirviera todos los días de su vida. Nueve meses más tarde, nacía Samuel, a quien una vez destetado, Ana llevó al templo y dejó bajo el cuidado del sacerdote Elí para servir a Dios desde su más pronta infancia, tal como lo había prometido. Al igual que Ana, tres mil años después, Fabi, repuesta de su accidente y ya casada con Marcelo, sufría por no poder concebir. Los estudios y tratamientos se sucedieron a lo largo de dos años y medio, hasta que finalmente llegaron a un especialista en genética quien, tras realizar todos los estudios pertinentes, determinó que además de las secuelas del accidente, Fabi y Marcelo eran incompatibles. Tratamientos traumáticos e infructuosos; desilusiones desgarradoras. Tiempo de espera, incertidumbre, dolor, mucho dolor… otro CAPÍTULO 3
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invierno fuerte. Sin embargo, ellos tenían un profundo anhelo, el sueño de formar una familia llena de hijos y no se resignaron. Fabi conocía esa voz que le había prometido salvarla de la muerte. Estaba segura de que, de la misma manera, si Él lo prometía, su vientre podía llenarse de vida. Un día, mientras participaba de una reunión en la iglesia, una palabra impulsó su fe: “Hay alguien que está orando porque no puede concebir; Dios te dará un hijo”… Solo Dios sabía lo que en ese momento Fabi estaba pensando y sintiendo; se aferró a esa promesa y la creyó, de la misma manera que, casi muerta, supo que se salvaría. De modo diferente, pero no por eso menos impactante, Marcelo también se sostuvo con una promesa, recibida el día de su boda, cuando en la oración durante la ceremonia eclesiástica, escucharon: “Dios les dará hijos... y esta familia será para alegría del alma…”. Él no les podía fallar y, semanas más tarde de aquella reunión en la que ellos depositaron en Dios toda su fe, llegó la respuesta… Fabi supo que estaba embarazada. Su primer hijo, Bautista, fue un regalo del cielo y ya estaban más que satisfechos; pero Dios, que siempre nos da más de lo que esperamos, no se quedó conforme: después llegó Benjamín y, finalmente, Teo. Embarazos perfectos, niños sanos y una familia feliz son el resultado de la fe y las plegarias de una mujer y un hombre que anhelaban ser padres. Hoy, disfrutan plenamente de su familia, la que Él les había prometido aquel día en el altar.1 1 Fabiana Cajal, nacida el 23 de agosto de 1965, y Marcelo Lobo, nacido el 9 de marzo de 1967 son mamá y papá de una hermosa familia. Junto a sus hijos, Bautista, nacido el 6 de junio de 2001; Benjamín, nacido el 5 de noviembre de 2002 y Teo, nacido el 6 de noviembre de 2006, son miembros del Centro Cristiano Nueva Vida, de la ciudad de Buenos Aires, Argentina. CAPÍTULO 3
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Despertar Una vez que su madre lo entregó al sacerdote, Samuel se crió en la casa de Jehová en Silo, pero nunca había tenido un encuentro con Dios. Una noche, una voz interrumpió su sueño pronunciando su nombre: “¡Samuel, Samuel!”. Presuroso, corrió por los pasillos rumbo al aposento de Elí, quien dormía plácidamente. “¡¿Qué quieres?!”, preguntó sobresaltado. “Yo no te he llamado, ve y acuéstate”, le ordenó el anciano adormecido. Samuel volvió a su cuarto y, cuando comenzaba a dormirse nuevamente, la misma secuencia: el llamado, la corrida por el pasillo y el viejo sacerdote impacientado por la molestia. Una tercera vez, Samuelito oyó la voz y corrió al encuentro de Elí, pero esta vez, cuando lo envió a dormir, el sacerdote le dijo: “La próxima vez que te llame, di ‘Habla Jehová porque tu siervo oye’.” Vuelto el joven a su dormitorio, Dios se paró ante él, lo llamó nuevamente y Samuel comprendió de quién era aquella voz. Comenzó allí, una relación que no tendría fin. Aquel muchachito se transformaría en el experimentado profeta que años más tarde despertaría a Saúl de su profundo sueño. “Y cuando hubieron descendido del lugar alto a la ciudad, él habló con Saúl en el terrado. Al otro día madrugaron y al despuntar el alba Samuel llamó a Saúl que estaba en el terrado y dijo: Levántate para que te despida. Luego se levantó Saúl, y salieron ambos, y descendiendo ellos al extremo de la ciudad, dijo Samuel a Saúl: Di al criado que se adelante (y se adelantó el criado), mas espera tú un poco para que yo te declare la palabra de Dios”2. 2 1ª Samuel 9:25-27. CAPÍTULO 3
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Cuando Dios quiere hablarte, desea intimidad. Los ruidos y las opiniones, distraen; Él quiere tocarte, abrazarte y susurrar a tu oído. Necesita el máximo de tu atención. Por esta causa, Samuel le pidió al siervo de Saúl que se adelantara, él lo sabía muy bien. En su primer encuentro, tres veces corrió en vano por los pasillos hacia el dormitorio de Elí, hasta comprender que Dios quería intimidad con él. Como Fabi, como muchos, quizás, hoy es el día en que tengas un encuentro que marque tu vida. Esa situación que te lleva a llorar amargamente como la llevó a Ana, esa curiosidad o necesidad como la de encontrar las asnas, pueden ser los caminos que te lleven a una reunión inesperada y fundamental para ti. La unción “Tomando entonces Samuel una redoma de aceite, la derramó sobre su cabeza, lo besó, y le dijo: ¿No te ha ungido Jehová por príncipe sobre el pueblo de Israel?”3. La unción, en el pueblo de Israel, solo se usaba para sacerdotes y gobernantes. Era una señal del derramamiento sobrenatural de dones y capacidades que el ungido necesitaría para la función que debía desempeñar. En el caso de Saúl, la unción no vino sola, sino acompañada de un “tour” que debía realizar y este lo llevaría hasta Gilgal, un lugar memorable para Israel, donde las doce tribus habían levantado un monumento formado por piedras del lecho del río Jordán. Un río que habían cruzado en seco por un milagro de Dios para 3 1ª Samuel 10:1. CAPÍTULO 3
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entrar en la tierra prometida. Las piedras eran un símbolo: les recordaban su compromiso de vivir en unidad. Saúl debía llegar a Gilgal para ser investido como rey de Israel, ¡el primero de la historia! ¡Cuánta ilusión… cuánta adrenalina… cuántas expectativas…! Quizás, esto conspiró contra él, ya que antes de llegar a Gilgal, antes del trono, había “estaciones”, postas donde debía arribar, enseñanzas que aprender. Pero, Saúl pasó tan rápido que no percibió esas enseñanzas; estaba apresurado, quería la corona y el cetro, no apreció las experiencias, no aprendió las lecciones, no supo ver los secretos escondidos que guardaban esos lugares. No te apresures a pasar tu invierno, disfruta cada paso por dar y cada vivencia. Extrae de ello todo cuanto puedas… ese será el secreto de tu crecimiento… tu fortaleza… tu sabiduría… te sostendrán en los tiempos de despertares y en las duras épocas en las que generarás el fruto de tu vida. Cuando lleguen los días del protagonismo, sabrás qué hacer porque en tu invierno te nutriste y tus raíces estarán plenas de vida y riqueza manando desde tu interior. En el verso 2, Samuel le dijo a Saúl: “Hoy, cuando te hayas apartado de mí…”, y comenzó a marcarle el camino que debía transitar…
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