INVIERNO Guillermo Prein
Introducción El más sabio entre los sabios Sabios son los que definen en breves palabras enseñanzas profundas. Conceptos que son como semillas plantadas en tu mente, que al germinar crecen transformándose en árboles llenos de frutos que, a su vez, contienen miles de nuevas semillas. Una fuente inagotable que provoca admiración cuando descubres que lo que habías entendido, no era todo. Desde su interior, brotan renovadas verdades, pensamientos más profundos y reveladores. Los griegos, cultores de la filosofía y el pensamiento, desarrollaron escuelas. Sin embargo, aquellas aulas helénicas nada tenían en común con las que hoy conocemos. Ellos no asistían a una clase para aprender, sus escuelas eran lugares de distensión y reflexión. Se acudía a esas reuniones después de la jornada laboral para intercambiar conceptos, pensar, oír y, de esa forma, elaborar filosofías de vida. El vocablo skolastikós no guardaba ninguna relación con la enseñanza ni con el estudio, sino que se refería a gente alegre y feliz, que vivía como le gustaba. Probablemente, debido a la devoción que los griegos tenían por el estudio y el conocimiento, la palabra skolé, que significaba “recreación”, “distracción”, “ocio” o “tiempo libre”, pasó a denominar el espacio físico donde los niños aprendían. Tomado por los latinos, el término se transformó en la palabra schola, de donde deviene nuestra noción de “escuela” actual.
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En mi lista de sabios, Jesús ocupa el primer lugar. Sabio de sabios… El capítulo 8 del evangelio según San Juan es apenas una muestra de los tesoros que se encuentran en cada una de sus palabras. Repasemos juntos algunos ejemplos… Se encontraba enseñando al pueblo, cuando le trajeron una mujer que había sido sorprendida en el acto del adulterio, acción que en aquella época y cultura se penalizaba con la muerte. Humillada y lista para ser juzgada por quienes ya portaban piedras en sus manos para asesinarla, Jesús pronunció la famosa frase: “El que esté libre de pecado, tire la primera piedra”. Esta frase desarmó a la encolerizada turba y libró a la mujer. En el mismo capítulo, Jesús pronuncia otro concepto maravilloso: “Conoceréis la verdad y os hará libres”. ¡Cuánta falta nos hace a nosotros, el pueblo, conocer la verdad! Qué triste es ver cómo los factores de poder dominan y conducen a la humanidad valiéndose de los medios de comunicación y de formación. De comunicación, informando solo lo que es conducente a sus intereses y denostando o invisibilizando lo opuesto a ellos. De formación, a través de planes de estudios vaciados de contenido y viciados, que capturan la conciencia de generaciones y llevan cautivas las mentes haciéndolas funcionales a sus modernas avaricias. Necesitamos una sobredosis de verdad para nuestra sociedad. Versos más adelante, todavía en el citado capítulo y en el transcurso de la misma conversación, Jesús se queja y les dice
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a los fariseos1: “Procuráis matarme porque mi palabra no halla cabida en vosotros”. Finalmente, define con precisión el motivo de la reyerta: “¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra”. Hablar el mismo idioma no significa hablar el mismo lenguaje. Hoy, se intenta uniformar al hombre en una sola escuela de pensamiento. El éxito a cualquier precio y de cualquier manera, parece ser el lenguaje común de la humanidad. No se estudia, ni se desarrolla para beneficio del prójimo ni de la sociedad, sino para aumentar las ganancias que, en definitiva, son las que determinarán el nivel de éxito que la persona alcanza. “Tanto tienes, tanto vales”. La solidaridad, la ayuda mutua, el amor verdadero y desinteresado, han pasado de moda. Será hora de preguntarnos si queremos ser parte de esa skolé global. Si tu respuesta es negativa, bienvenido al barco, porque te unes a las pléyades de quienes deseamos bogar mar adentro en el océano de verdades que dan a luz una nueva vida.
1 Casta judía nacida en la cautividad en Babilonia 587-536 a.C., ortodoxos, legalistas, padres de los doctores en la Ley Judía.
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Aquí comienza el Invierno… No lo pases por alto Prólogo Vivimos épocas en las cuales el éxito es la prioridad absoluta. Millones de libros sobre autoayuda son comprados anualmente y las revistas de mayor tiraje son aquellas cuyas portadas muestran rostros radiantes de gente feliz. Las distancias entre esos estereotipos y la realidad es abrumadora, deprime, destruye… Absurda lejanía que como un ritual, cuanto más se acrecienta, mayor atracción provoca en sus víctimas. Ellos, en un verano espléndido; nosotros, en un invierno fatal. El invierno siempre es mal catalogado: cruel, crudo, duro, son las palabras que lo describen. Un nefasto economista supo decir: “Hay que pasar el invierno”, transmitiendo la tragedia que implicaría atravesarlo… Pensar en la estación del frío siempre nos remite a la sensación: “Hemos de soportarlo”. Sin embargo, ¿será esto así?
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Días de lágrimas, esperas y frustraciones pueden transformarse en el cimiento de las victorias de la vida. Amado por algunos y detestado por otros, el invierno es una estación muy particular. Su característica no es la grácil belleza primaveral, ni la opulencia de los frutos veraniegos. Su identidad es el despojo. Es minimalista por excelencia. La naturaleza entrega parte de su esencia. Para muchos esto es señal de muerte. Pero, ¿es sinónimo de ella? Nunca me atrajo el invierno. Amo el aire libre y, por eso, desde chico, disfrutaba las épocas cálidas, aunque debo confesar que sentir esa brisa helada en mi rostro y respirar el aire frío, que parece más puro, tiene su encanto. Cierta vez, leí una frase de Jesús que me impactó: “Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno”2. Durante años, me acompañó la intriga: ¿por qué no en invierno? En realidad, si un hemisferio se encuentra en verano, el otro, sin duda, se encontrará en invierno. ¿Cuál es el sentido de una advertencia de ese tipo? Jesús habla de la partida, del momento del paso a la eternidad. ¿Por qué ese momento tan importante en nuestra vida no debe ocurrir en invierno? Entender su lenguaje me tomó tiempo. Después de muchas vivencias, comprendí que Jesús no hablaba de una estación estival, sino de una etapa de la vida, pues esta se compone de ciclos como los de la naturaleza. Todos tenemos inviernos, primaveras y veranos que desembocan en nuestros otoños. Entonces, la pregunta ahora cambia: ¿qué sucede en cada temporada? Específicamente, ¿qué compone 2 Mateo 24:20.
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“el invierno” de nuestra vida? Para los que vivimos lejos del Ecuador, los fríos marcan la llegada de la gélida estación; para quienes viven en sus cercanías, la temporada de lluvias da inicio al invierno. Su arribo indica el comienzo de la etapa de nutrición para la naturaleza. Despojada de la infraestructura de sus hojas, que dieron toda su reserva de agua en el caluroso y seco verano, las plantas se preparan para recibir los nutrientes y minerales de la tierra que, disueltos en el agua de las lluvias y nieves invernales, serán absorbidos. La savia baja a recibir el aporte de las raíces y la planta se nutre. De la intensidad del invierno dependerá su potencia de floración en primavera y, por consiguiente, de los frutos que dará en el verano. Todo depende del invierno. Del pueblo catalán –al cual amo y admiro–, se menta el refrán: “Los catalanes de las piedras sacan panes”, aludiendo a la capacidad que tienen de hacer producir todo cuanto cae en sus manos. Ellos saben decir: “any de neu, any de Déu” (año de nieve, año de Dios) dando a entender que, como la nieve es agua y el efecto del riego sobre las plantas genera potencia en la naturaleza, un año de nieves abundantes se traducirá en grandes cosechas. A mayor frío, mayor riqueza. Aplicado este razonamiento a nuestras vidas, en nuestros inviernos nos nutrimos, se tiernizan haciéndose permeables
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nuestras raíces, a la vez de fortalecerse por la intensidad de su trabajo. Por ellas, almacenamos reservas que nos permitirán crecer con potencia cuando llegue nuestra primavera. Nuestros inviernos son los días “malos”, cuando parece que no sucede nada, que no avanzamos, que estamos estancados y no logramos alcanzar lo deseado. Cuando ellos se vuelven intensos, son épocas de crisis en las que creemos no tener ni tregua, ni esperanza. En ellas, nos hacemos fuertes sin ver ni entender, solo por fe. En un mundo donde el éxito lo es todo, se anhela un eterno y bronceado verano; el invierno provoca desesperación, pero sin él es imposible llenar nuestra vida de carnosos frutos, llenos de sabores, fragancias, nutrientes y semillas. En la ansiedad exitista, la gente cae presa de los inescrupulosos que les venden cursos veloces de felicidad, riqueza y fama y, como esto no es suficiente, sucumben ante la tentación de una buena sobredosis de autoestima. Las librerías, plagadas de libros de autoayuda, pócimas mágicas, fórmulas infalibles de laureles eternos, facturan sin parar aprovechándose de la voracidad que se ha despertado en la gente ansiosa de métodos rápidos para lograr triunfos deseados. La fórmula consiste en mirarte frente al espejo y decir: “Preciosa, precioso…, hoy es tu día”, “¡Campeona, campeón… tú puedes!”, “El mundo se rendirá a tus pies”… Esto, obviamente seguido por consejos tales como: “No te relaciones con gente que no tenga buena onda”, “Fíjate si la energía de quienes que te rodean es positiva, si son tóxicos o
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no” y demás barbaridades discriminatorias que lanzan purgas sociales infernales. Luego de fracasos anunciados, derrumbados y destruidos, vuelven en búsqueda de mejores gurúes que les inflen el ego y los convenzan de que son invencibles. Cansados de frustraciones, cuando ya no hay más para escuchar o leer, caen en el consumo de ansiolíticos o se hacen adictos a las toneladas de antidepresivos que, año a año, baten récords de ventas en las farmacias. Plantas sin invierno, que no crecen. Fruto del invernadero experimental de un mundo que seduce a ambiciosos y desprevenidos, infectándolos con la pandemia exitista que proclama: “Quiero lograr todo con el menor esfuerzo y la mayor velocidad.” Matrices infecundas que claman “dame, dame y nunca se sacian”. Voraces e insaciables, consumidores forzados, esclavos de un sistema perverso. Presos de la “modernidad líquida”, sin forma alguna, que se adapta a toda nueva tendencia, como nos mostrara Zygmunt Bauman3. En ella, las sociedades actuales navegan sin estructura ni pensamiento definido, cambiando de acuerdo 3 Zygmunt Bauman. Nacido en Polonia en 1925, debió emigrar de Varsovia por la acción del antisemitismo. Sociólogo, profesor en varias universidades del mundo, entre ellas la Universidad de Leeds (Gran Bretaña), la cual lo distinguió como catedrático emérito en 1990. Fue el primer pensador que definió categóricamente los peligros del avance de un mundo globalizado, previniendo sus efectos en su libro La globalización y sus consecuencias humanas. Con sus conceptos de “modernidad líquida y sólida”, definió de manera clara y magistral el tiempo y la sociedad en que vivimos. Los principales temas abordados en sus libros son: las clases sociales, el socialismo, el holocausto, la hermenéutica, la modernidad y posmodernidad, el consumismo, la globalización y la nueva pobreza. Sin duda, es uno de los más clarificados pensadores y sabios del momento. Junto al sociólogo Alain Touraine fue ganador en 2010 del premio “Príncipe de Asturias de comunicación y humanidades”.
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a la moda imperante que los ha seducido. Modelos, metas, tendencias o paradigmas impuestos, que lanzan a sus víctimas a la captura de una felicidad siempre ligada al tener y no al ser, ya que ese es el principal mandamiento de esta religión del consumo globalizado: “Tanto tienes, tanto vales.” Son hoy todo lo contrario a lo que fueron ayer, que no tendrá nada que ver con lo que serán mañana. Necesitamos emanciparnos, ser verdaderamente libres, como nos dijo Jesús. Si tu invierno es bueno e intenso, tu primavera será excepcional; entonces, florecerás con vivencias claras y tu verano será pródigo en frutos maravillosos en calidad y cantidad. Llegarás así, a tu otoño, la etapa de la vida donde se goza después de haber fructificado, pleno de alegría. Esta será la estación dorada, la de los frutos recolectados, en la cual las hojas amarillas caerán transformándose en abono para las próximas generaciones. Y cuando llegues a tu otoño, podrás decir: “He acabado la carrera, he alcanzado la meta”. Te sentirás pleno, fundamentalmente, por haber sido por sobre lo que has poseído. Esta es la causa por la que Jesús dice: “Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno”, es decir, que tu partida no sea en tu temporada de nutrición, aprendizaje y desarrollo, no en el albor de tu vida. Si vas a partir, que sea en tu otoño, después de concluir tu ciclo y cumplir el propósito por el que pasaste por la tierra. Dejar huella, llevar fruto y pasar el legado a las futuras generaciones.
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No te apresures a transitar tu invierno, disfrútalo viviéndolo con intensidad, solo así alcanzarás la plenitud. Este libro es un ensayo que aspira a hurgar en nuestro interior, el cual sufre modificaciones constantes con cada episodio de nuestra vida y de nuestra sociedad, porque la sumatoria de nuestras individualidades compone esta comunidad que, aceptada o rechazada, la construimos entre todos. Invierno, etapa para mirarse por dentro. Estación de reflexión, en la cual descubres el potencial que habita en ti y tus carencias, motor e impulso para aprender y desarrollarte. Tiempo de crecimiento en tu ser, que te proyectará para alcanzar tu máximo potencial. En él desarrollarás “capacidad de frustración”, es decir, la habilidad de superar los escollos que te hacen sentir las agudas puntas del fracaso; aprenderás a vivir y a trabajar en equipo, descubriendo que no eres “la última Coca Cola del desierto”, sino una pieza del engranaje que compone tu comunidad. No es solo el paso del tiempo el que determinará el fin de tu invierno. Serán tus acciones y decisiones, aquello que hagas con tu vida. Los atajos solo lograrán que extravíes el camino. Recorrer la ruta de tu vida te llevará a tu destino, no esquives tu sendero, enfrenta tu historia. Descubrirás que tras cada experiencia, por negativa que parezca, se encuentra un tesoro que será vital para tu futuro. Vive tu vida. De eso se trata este libro, de nuestro invierno y de cómo vivirlo, aprovecharlo y salir de él con nuestra fuerza
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multiplicada, preparados para crecer y fructificar. Las experiencias de vida aquí narradas, te mostrarán lo fructífero que puede ser un invierno, por cruel que parezca. Tu temporada cambiará; cuando llegue la hora, debes estar preparado.
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