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Olor a leña Llegar a casa
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Siempre fui muy friolento. De chico, mi mamá me arropaba tanto que era muy difícil moverme; quedaba como un matambre prensado. Recuerdo, en mis viajes diarios hacia la escuela, ver las escarchas de hielo en los charcos de las zanjas en las calles. Fríos, de los fríos de antes, esos que te quemaban las mejillas hasta dejarlas rojas. ¡Cómo sufría! Anhelaba entrar a casa, sentir el calor de mi hogar, ponerme cerca –pegado– del fuego, y empaparme de esos olores típicos de mi casa… alguna torta horneada por mi mamá, sobre todo, una que tenía dados de dulce de membrillo en su interior y azúcar quemada por fuera. Salía del horno y ya estábamos todos prestos a comerla, aun cuando el dulce era una masa de lava incandescente de color bordó, de la que debías cuidarte porque si se te pegaba en la lengua o en el paladar te quemaba al punto de producir grandes ampollas de agua. Llegar a casa, en días fríos, destemplados… ¡qué sensación hermosa de seguridad y tranquilidad! El sepulcro de Raquel La casa, sobre todo la de tu infancia, te da pertenencia; saber de dónde vienes. Ella te marca y consolida tu identidad. Saúl, trémulo, no dudó en decirle a Samuel: “Soy de la tribu más pequeña de Israel y mi casa es la más pequeña de la tribu…”. Su visión de sí mismo y de su origen era tan pequeña, insignificante… se menospreciaba tanto… La primera estación del periplo que el anciano profeta le había encomendado a Saúl llevó al futuro rey ante la tumba de Raquel, la mujer que engendró a Benjamín, el patriarca de la tribu a la que Saúl pertenecía, es decir, su progenitora… su gran abuela… su origen. CAPÍTULO 4
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“Hoy, después que te hayas apartado de mí, hallarás dos hombres junto al sepulcro de Raquel, en el territorio de Benjamín en Selsa, los cuales te dirán que las asnas que has ido a buscar se han hallado, tu padre ha dejado ya de inquietarse por las asnas y él está afligido por vosotros diciendo: ‘¿Qué haré acerca de mi hijo?’”1. Cis se preocupaba: “¿Qué haré acerca de mi hijo?”, decía. Imagino que era la misma preocupación del profeta. El futuro rey necesitaba saber quién era, de dónde venía. Siete siglos separaban a Benjamín de Saúl: setecientos años que conspiraban contra el conocimiento de su simiente. ¿Dónde nace tu historia? ¿De dónde vienes? ¿Te has preguntado cuál es tu origen? Ese es el punto de partida para mirarse por dentro, para comenzar a intimar con uno mismo. Algunas veces, conocer tu origen te ayuda a descubrir los valores y potenciales que tienes en tu vida, que heredaste de generaciones anteriores. Otras, el saber te lleva a producir cambios, redimir la historia, dar vuelta la página, comenzar una nueva etapa y, por tu intermedio, dejar un legado maravilloso para las futuras generaciones de tu familia. En síntesis, te permite cambiar el rumbo de tu parentela. Claudia “No puedo sacarme de la cabeza su cara cuando le dije: ‘Mercedes, en realidad, vos sos Claudia, Claudia Victoria Poblete’”, declaraba en una entrevista el juez Gabriel Cavallo. Mercedes Moreira no tenía dudas de ser la hija del coronel Ceferino Landa y de su mujer; tan es así, que se sometió voluntariamente realizándose la prueba de ADN. “En el momento en que le dije quién era, yo estaba deteniendo a los 1
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1ª Samuel 10:2.
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apropiadores, y la verdad es que la pasé muy mal. Decirle a una joven inocente de veintidós años: ‘Vos no sos quien pensás que sos, tu título secundario tiene un nombre que no es el tuyo, cumplís años otro día, tus tíos son estos’… Tuve que decírselo todo de golpe, gracias a Dios es una persona fuerte. Durante un tiempo me cuestionaba pensando: ‘¿Hice bien?, ¿le arruiné la vida a esa chica?, ¿tenía derecho yo como juez a cambiarle la vida?’. Luego me respondí: ‘¡Sí!, porque vivir con la mentira no conduce a ningún lado; al contrario, provoca mayores perjuicios. Ella tenía derecho a saber quién era’”, concluía el juez. Por la jurisprudencia de este caso, se pudieron declarar nulas las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final, con las cuales, ya en democracia, se había beneficiado a los militares que abusaron violando los derechos humanos en la última dictadura cívico-militar en Argentina. Así, se cerró una herida judicial e institucional, pero la personal, la herida que Claudia tenía pero de la cual no era consciente, recién comenzaba a descubrirse… “Hija, yo soy tu abuela y te he buscado durante veintidós años, cualquier cosa que necesites ya sabes que puedes contar con nosotros”, le dijo Buscarita Roa, su verdadera abuela, allí en el juzgado, la primera vez que la vio, minutos después de que el juez le dio la noticia más impactante de su vida. El primer contacto con su verdadera familia fue por medio de su abuela paterna y por Erika, su tía materna. Claudia contestó: “Yo no necesito nada”. Según confesó años después, estaba enojada con el mundo. Le entregaron una bolsa con fotos y casetes para que se reencontrara con su identidad. No fue sencillo, como ella declaró: “El camino no es fácil. Uno le abre la puerta a un dolor nuevo y propio. Es una sensación muy poderosa ver el CAPÍTULO 4
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cartel en la casa de las Abuelas de Plaza de Mayo que dice: ‘Vos podés ser uno de los cuatrocientos nietos’, y decir: ‘No, yo ya sé que soy uno de esos nietos’”. Andando José o “Pepito”, como lo llamaban, era un joven con dieciséis aventureros años y estaba lleno de vida cuando un accidente ferroviario le mutiló ambas piernas en su Chile natal. Dos años más tarde, buscando rehabilitarse, viajó a Buenos Aires. Corría el año 1975. Su mamá, Buscarita Roa, empacó sus pertenencias, juntó a sus seis pequeños –el menor de seis y el mayor de catorce– y salió tras los pasos de su hijo mayor: “No podía dejarlo solo, sin familia”, declara con su corazón de madre. Los comienzos fueron duros, pero gracias a la hospitalidad de una amiga chilena, tuvieron un techo. Apretaditos, pero juntos, llenos de amor, de mosquitos y humedad, cosa que Buscarita desconocía: pasar el insoportable verano en Buenos Aires fue toda una prueba… “Si te quedás un año, no te vas a querer volver”, le dijo José; y tuvo razón. Estudiando y trabajando, la familia fue abriéndose paso, prosperando paulatinamente; entre tanto, Pepito se rehabilitaba en un instituto. Allí, conoció a una joven, Gertrudis “Trudy” Hlaczik, una chica voluntaria que ayudaba en la institución. El amor los unió y tiempo después, el 25 de marzo de 1978, nacía Claudia Victoria, en el capitalino Hospital de Clínicas. Al ver la realidad de algunos de sus compañeros en el centro de rehabilitación, que no disponían de dinero para comprar lo elemental para su higiene y supervivencia, Pepito comenzó a buscar una solución. Le dijo a su mamá: “Voy a empezar a juntar a los chicos y voy a luchar por CAPÍTULO 4
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una ley que les dé trabajo a los discapacitados, porque tenemos que trabajar, no salir a pedir limosna”. Así, formó el Frente de Lisiados Peronistas, con quienes, además, concurría a las villas de emergencia para dar charlas, alfabetizar y colaborar con la gente más pobre. Cierta vez, él y sus compañeros fueron detenidos y apresados porque con sus sillas de ruedas cortaron la aristocrática Avenida del Libertador de la ciudad de Buenos Aires, en son de lucha y de protesta. Finalmente, tras muchas movilizaciones, la Ley 20.923 fue sancionada colocando a la Argentina a la vanguardia mundial por ser el primer país que tuvo una legislación que obligaba a todas las empresas a tener un 5% de la plantilla laboral ocupada por personas con capacidades restringidas. Pepito comenzó a trabajar en la empresa Alpargatas, en el porteño barrio de Barracas, y junto a Trudy estudiaba Psicología en la Universidad de La Plata. Con sus piernas ortopédicas y sus bastones canadienses, no había quien lo detuviera. La solidaridad corría por sus venas y el bienestar del otro lo impulsaba a seguir. Durante el Mundial de Fútbol de 1978 celebrado en Argentina, por ejemplo, organizó a sus hermanos y a sus compañeros para producir banderas y salieron a venderlas en el monumento del Cid Campeador, un lugar donde confluyen tres avenidas, muchos autos y, por ende, mucha gente. Durante ese mes de junio, vendieron todo cuanto produjeron. Cuando repartió los dividendos, entre todos los hermanos le compraron un terreno con una casa prefabricada a su mamá, en la ciudad de Guernica, en el sur del Gran Buenos Aires. Tal fue la ganancia que pudieron comprar motos y bicicletas para todos y una camionetita para él y Trudy. Pepito, sin piernas, iba andando por la vida y era imparable… CAPÍTULO 4
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El invierno del amor Jacob también era un joven inquieto que deseaba desarrollarse, alcanzar nuevos horizontes, y anhelaba la bendición. Desde muchacho, se había sentido atraído por lo espiritual y sabía que todo lo que lograría en su vida estaba directamente relacionado con el avance de su alma. Su hermano Esaú, por el contrario, era un práctico cazador. Su confianza estaba puesta en sus manos y en la destreza que tenía para atrapar animales. Seguro de sí mismo, marchaba tan sólido que no consideraba nada que no fuera tangible. Una tarde, volviendo de cacería, hambriento, algo lo cautivó… ese olor, ese aroma, lo condujo hasta la olla. “¿Quieres?”, preguntó Jacob, quien revolvía suave y tentadoramente un guiso de lentejas. “Por supuesto”, respondió Esaú. Pero el cocinero le puso una condición: “Te doy el guiso a cambio de la primogenitura”… Jacob y Esaú eran mellizos y habían salido del vientre de su madre luchando entre sí, tanto, que la mano del segundo –que es el mayor– salió tomada del tobillo de su hermano. En la cultura judía, como en la de muchos pueblos, la primogenitura otorga privilegios familiares y sobre todo espirituales, dado que es el primer hijo quien hereda la condición patriarcal. Pero Esaú evaluó la situación y consideró que en la familia nadie le quitaría su lugar; humanamente era superior a su hermano, todos lo admiraban. ¡Qué importaba entonces lo espiritual! “Hecho”, respondió rápidamente. Sin embargo, en un acto tan simple, con la primera cucharada de lentejas que entró en su boca, había perdido un tesoro ignorado. Esaú comenzó a notar que las cosas habían cambiado, pero ya era tarde. CAPÍTULO 4
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El anhelo de Jacob por lo espiritual era tan grande, que contagió a su madre, Rebeca, para que se transformara en su cómplice en lograr que Isaac, su anciano padre, le diese la bendición. Un día, mientras Esaú cazaba orgulloso, Rebeca y Jacob se acercaron al patriarca, a quien ya muy anciano y casi ciego, con un guante largo de piel de cordero que cubría el brazo del lampiño Jacob le hicieron creer que se trataba del velludo Esaú… El padre soltó una bendición maravillosa sobre la vida de su hijo que alcanzaba a toda su descendencia a lo largo de futuras generaciones. Cuando llegó el verdadero Esaú con la caza del día, se enteró de que la bendición ya había sido dada y, encendiéndose en ira, juró matar a Jacob apenas muriera Isaac. Entonces, Rebeca, quien tanto amaba a Jacob, le pidió que huyera y salvara su vida. Llegado a Harán, ciudad de la actual Turquía, Jacob conoció a una joven que lo deslumbró; su nombre era Raquel y no era otra que su prima, hija de Labán, hermano de su madre Rebeca. Cuando su tío supo que había llegado, corrió a recibirlo, lo abrazó, lo besó y lo trajo a su casa. Pasado un mes, Labán le ofreció trabajo y le preguntó cuál quería que fuese su salario. Tan enamorado estaba Jacob de Raquel que le prometió siete años de trabajo gratuito si lo dejaba casarse con ella. Labán accedió. Jacob trabajó duro aquellos años, pero como él mismo lo define en el libro de Génesis, le parecieron “como pocos días”, porque amaba a aquella mujer. Cuando llegó el cumplimiento del tiempo, Labán juntó a todos los hombres del lugar y preparó un banquete para festejar la unión; sin embargo, engañó a su sobrino y no le entregó a Raquel, sino a su otra hija, Lea, la hermana mayor, a quien Jacob no amaba, con la excusa de que no podía entregar la hija menor antes que la mayor. CAPÍTULO 4
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¡Había trabajado 2.555 días por algo que no deseaba! Cuánta desilusión, cuánta frustración… Ante la queja, su tío –y ahora suegro– le pidió otro período igual de trabajo gratuito para poder estar con Raquel y, así, Jacob se transformó, voluntariamente, en esclavo de Labán, durante catorce largos años; 5.110 días de trabajo por amor. Lea, la impuesta, fue esposa de Jacob; pero Raquel, la amada, no era solo su esposa sino también su mujer. Un mar distancia ambos conceptos. Jacob tuvo doce hijos, pero solo dos con Raquel. El primero, José, era el preferido, y su padre con sus propias manos le hizo una túnica especial, diferente, de colores, que ningún otro de sus hermanos tenía. José era un muchachito con sueños de gloria y por ello exacerbaba a sus hermanos –los hijos de Lea– quienes, enfermos de envidia, un día lo vendieron a unos mercaderes como esclavo y a su padre le dijeron que había muerto. Tomaron su túnica de colores, la mancharon con la sangre de un animal y se la llevaron a Jacob con la infausta noticia de la muerte de quien, para él, era en realidad su primogénito: “…los derechos de primogenitura fueron dados a los hijos de José, hijo de Israel, y Rubén no fue contado por primogénito; bien que Judá llegó a ser el mayor sobre sus hermanos, y el príncipe de ellos; mas el derecho de primogenitura fue de José” 2. El segundo hijo del amor fue Benjamín, el patriarca de la tribu de Saúl, pero el día de su nacimiento la amada Raquel murió al dar a luz. El dolor de Jacob era inenarrable. Muchos le sugirieron que al bebé le pusiera de nombre Benoni, pues significa “dolor, amargura”, pero él no aceptó y lo llamó Benjamín, es decir, “hijo de la felicidad, mi mano derecha y el que me ayuda”. Su amada Raquel había muerto, pero Ben2
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1ª Crónicas, 5:1-2.
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jamín era una manera hermosa de tenerla a su lado para siempre. ¡Qué bendición tan grande para el futuro del niño y de las generaciones que vendrían detrás de él! ¡Su nombre llevaba una marca tan significativa! Era el hijo amado, deseado, que reflejaba el amor y la unión de dos personas que habían luchado tanto por estar juntas… Toda esta historia, esta enseñanza, esta verdad, estaba encerrada en la tumba de Raquel; por eso Samuel había enviado allí a Saúl. Quería que reflexionara sobre las tardes en las que Jacob sentaba al pequeño Benjamín en su regazo, ¡¿cuántas bendiciones y profecías vertió el patriarca sobre el muchacho y sus futuros descendientes desde que era un bebé?! Una vez conocida la falsa noticia de la muerte de José, Benjamín se transformó en el niño más especial, protegido, amado y anhelado de Jacob: era lo único que le quedaba de su amada. Si Saúl hubiese reflexionado sobre ello, jamás hubiese repetido “que era de la tribu más pequeña” porque, en realidad, era de la tribu “más bendecida”… Cuando paró la pelota Terminado el Mundial del 78, el gobierno militar, fortalecido por la imagen positiva que supuestamente había logrado en el exterior y con un pueblo por demás futbolero, feliz y distraído en los festejos del primer campeonato mundial logrado por su selección, continuó con la más brutal caza de brujas que se recuerda en la historia argentina. Por aquellos tiempos, Pepito recibía día a día noticias de la desaparición y muerte de algunos de sus compañeros. Le sugirieron que se exiliara, pero, aunque tuvo algunos ofrecimientos, decidió quedarse en el país.
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La preocupación comenzó con los primeros días del golpe militar, en 1976, cuando la Ley 20.923, de defensa laboral del discapacitado, fue la tercera en ser derogada por la dictadura. Evidentemente, molestaba a sectores económicos poderosos. Creyendo que eso era lo peor que podían hacer en su contra, lleno de esperanza, Pepín continuó con su vida, sus planes y esfuerzo, hasta que el 28 de noviembre de 1978 fue secuestrado en una estación de trenes, y Trudy con Claudita fueron raptadas de su casa en Guernica. Un grupo comando militar llevó a los tres a un centro clandestino de detención, El Olimpo. Años más tarde, se supo que funcionó en la División de Automotores de la Policía Federal, en las calles Lacarra y Ramón L. Falcón, en pleno corazón de la ciudad de Buenos Aires. Al día siguiente, una de sus hermanas fue a verlos y encontró la casa destrozada: se habían llevado todo y a todos. Buscarita Roa, madre y abuela Buscarita, su madre, como la gran mayoría del pueblo, ignoraba lo que estaba sucediendo en el país, que desde marzo de 1976 se encontraba bajo el régimen militar. Sorprendida, aturdida, salió en busca de su “Pepín”, como ella lo llamaba. No dejó lugar donde acudir: comisarías, cuarteles, iglesias… presentó un hábeas corpus ante la Justicia, que jamás fue contestado. Durante un tiempo, la madre de Trudy, su consuegra, la acompañó, hasta que entró en una depresión tan grande que la llevó al suicidio. Buscando a su hijo, su nuera y su nieta, comenzó a encontrar gente que estaba en las mismas condiciones, con las mismas desesperaciones, los mismos reclamos. Todos comenzaron a reunirse en la Plaza de Mayo para reclamar por sus seres queridos.
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Buscarita trabajaba en la Casa Rosada, asiento de la presidencia de la Nación, ubicada frente a la plaza de los encuentros y, cuando salía de su trabajo, se unía a aquellas mujeres que como ella reclamaban por el paradero de sus hijos. Así, comenzó la lucha. Ir a la plaza, siendo supervisora de limpieza en Casa de Gobierno, era todo un acto de valentía, pero Buscarita se ponía unos anteojos oscuros, el pañuelo blanco en la cabeza y se unía a las marchas. Dos meses después del secuestro, supo por medio de unos muchachos que habían sido liberados que su hijo estaba con vida. Las esperanzas renacieron, la búsqueda continuaba. De Guernica, donde vivía por ese entonces, se mudó al centro de la ciudad para estar más activa y se instaló en el barrio de Villa Crespo. “Cada vez que venía gente a mi puerta yo decía: ‘Es Pepito que volvió, llegaron, aparecieron’… Todas las madres pensábamos lo mismo”. Las abuelas del amor Aquellas mujeres, que además de hijos también tenían nietos desaparecidos, comenzaron a movilizarse y así surgió el grupo de las Abuelas de Plaza de Mayo. Con el tiempo, se pudo saber que treinta mil personas de todas las edades y condiciones sociales fueron privadas de su libertad, sometidas a tortura, y entre ellas medio millar de niñas y niños secuestrados con sus padres o nacidos en cautiverio en los centros clandestinos de detención, donde eran conducidas las jóvenes embarazadas. Los niños apropiados fueron inscriptos como hijos propios por los miembros de las fuerzas de represión, vendidos o abandonados en institutos, robándoles en todos los casos su identidad. Las abuelas se organizaron, formaron una asociación y, desde enCAPÍTULO 4
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tonces, no han cesado de buscar a sus nietos. Por ese tiempo, eran jóvenes y tenían entre cuarenta y cincuenta años; alternaban tareas detectivescas con diarias visitas a los juzgados de menores, orfanatos, la Casa Cuna, a la vez que investigaban las adopciones de la época. Hicieron cosas increíbles: desde ir a vender libros a una casa porque alguien les decía que allí había un niño adoptado y así observar si se parecía a su hija o hijo desaparecido, o trabajar de niñera en un hogar para estar cerca de un chiquito que se sospechaba podría ser hijo de desaparecidos… Fue una búsqueda tremenda, sin descanso, que aún continúa porque quedan cientos de nietos por restituir, aunque ya se hayan convertido en hombres y mujeres. Buscarita tenía la certeza de que algún día iba a encontrar a Claudita. Nueve años después, unos amigos le dijeron que al lado de la casa donde ellos vivían había una familia con una niña adoptada. Cada fin de semana, iba para tratar de ver si la pequeña se parecía a su hijo o a su nuera… finalmente, con dolor, comprobó que no era… Llegar a casa En 1987, cuando ya habían pasado nueve años del rapto, apareció el dato de una niña que se sospechaba podría ser hija de desaparecidos, pero cuando le hicieron el examen de ADN lo cotejaron con otra familia, no con la Poblete-Hlaczik, y dio negativo. Al verla, el hermano de Pepito, Fernando, no dudó y le dijo a su madre: “Esa niña es mi sobrina y no voy a descansar hasta recuperarla… hasta que la reintegre a nuestra familia”. Sin embargo, los apropiadores tomaron a la pequeña y huyeron a Europa, donde residieron durante varios años. Hasta que un día una denuncia anónima dio cuenta de que en un edificio de Barrancas de Belgrano, barrio aristocrático de la ciudad CAPÍTULO 4
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de Buenos Aires, vivía un coronel del Ejército con su mujer y tenían una hija que, por la diferencia de edad con sus padres, podría no ser su hija biológica. La joven, ahora con veintidós años, era la misma niña cuyo análisis de ADN se había cotejado y había dado negativo, pero esta vez el final fue diferente. El juez Cavallo la citó para hacerse los análisis genéticos y se logró llegar a la verdad: la beba que el coronel Landa y su esposa habían anotado como su hija natural, en realidad, era Claudia Victoria Poblete Hlaczik, hija de “Pepito” Poblete y Gertrudis Hlaczik. El final de una larga búsqueda ahora daba comienzo a una nueva realidad para todos, una nueva vida que había que afrontar con valentía. Calmar ansiedades, esperar los tiempos necesarios para aceptar verdades tan fuertes y repentinas no es sencillo. Amar, esa es la cuestión, amar por sobre todas las cosas. Para Claudia no fue fácil asimilar la verdad; necesitó tiempo y espacio, por lo cual aceptó una oportunidad laboral en Venezuela y allí residió durante cinco años. Buscarita, sus hijos y nietos, fueron un ejemplo. Con amor y paciencia aguardaron que Claudia caminara paso a paso, mientras dentro de sí iba madurando toda su historia. Cuando Claudia volvió al país, poco a poco, se fueron conociendo; largas charlas con su abuela le hicieron descubrir a sus padres, sus sueños, sus ideales, aquellos poemas de Mario Benedetti que su padre tanto amaba y recitaba. Eran dos desconocidas. Y aunque su abuela sentía un amor tan especial por ella que la llevó a buscarla por veintidós años, para Claudia todo era nuevo, y enfrentar una familia que no conocía era muy difícil. CAPÍTULO 4
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Fernando, ya en paz por haber logrado el objetivo primario, ahora se enfrentaba al nuevo desafío de reiniciar una vida familiar, de abrazar a su deseada sobrina pero sin asfixiarla… La había amado y buscado durante años, y ahora, que la tenía allí, había que sosegar el cariño para no dañarla, porque ella había pasado una tragedia incomparable y lo que menos necesitaba era que su propia familia la presionara… En una oportunidad, Claudia comentó que jamás había podido tener un perro; entonces, Fernando solucionó el tema rápidamente: “Te compro uno y lo tengo en casa. Vos cuando quieras lo venís a ver, porque es tuyo”. Ella le puso por nombre Acua, y el hermoso Golden Retriever se transformó en un medio para que el vínculo comenzara a gestarse. Paulatinamente, ese tío lleno de amor fue abrazando a esa sobrina colmada de incertidumbres y, junto al resto de la familia, le fueron dando la seguridad que ella necesitaba. Cinco años demoró en llegar la unidad, cinco años en los que el amor, esta vez, hubo que demostrarlo con la paciencia de la espera. La perseverancia no fue en vano, porque un día, mientras Claudia y Buscarita tomaban unos mates, le dijo: “¿Sabés, abuelita? Para mí, encontrarlos fue como llegar a casa”. Identidad en las venas Cuando tenía cinco años, Mercedes, sin saber todavía que era Claudia, jugaba a ser paralítica. Una de sus mayores diversiones era sentarse en una silla de escritorio con ruedas y dar muchas vueltas; “Esa sensación me hacía feliz”, confesó años después. Siendo muy chiquita, le habían regalado un muñeco y con él dormía todas las noches, era su preferido, y ella le había puesto por nombre CAPÍTULO 4
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“Pepito”. A sus ocho cortos meses de vida, cuando había sido arrebatada de los brazos de sus padres, parecía ignorar los momentos felices vividos cuando su papá sentaba sobre sus faldas a su mamá con Claudita en sus brazos, y en la silla de ruedas los tres jugaban juntos a dar vueltas y vueltas. Aquel juego había quedado grabado en su sangre y en su inconsciente, así como el nombre de su papá, con quien –sin saberlo– había dormido abrazada toda su infancia, representado por aquel muñeco, al que ella más amaba. La memoria y la identidad no solo se lleva en el ADN, sino fundamentalmente en el alma. La sangre no es agua. El día en que se sentó a declarar como testigo en el juicio contra sus apropiadores, tenía veintidós años; cuando le preguntaron su nombre, dijo: “Claudia Victoria Poblete Hlaczik”. Por primera vez, afirmó su verdadera identidad. Claudia fue la primera hija de desaparecidos, secuestrada durante la última dictadura militar, que declaraba en un juicio oral contra sus apropiadores. Fue el mismo juicio por el que también se juzgó al “Turco Julián”, torturador de sus padres, y por el cual se sentó la jurisprudencia que luego anuló las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, convirtiéndose en el primero por apropiación ilícita y dando lugar a un nuevo tiempo de justicia para la condena de genocidas y apropiadores de niños. Hoy, Claudia es madre de una niña, ingeniera en sistemas, y vive en paz su verdadera vida, porque como dijo el juez Cavallo: “No se puede edificar un futuro si se ignora el pasado”…
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Una persona, un pueblo o una nación no pueden tomar las decisiones correctas en el presente y edificar el futuro sin conocer la verdad del pasado. Para redimir el pasado, hay que rescatarlo, sanarlo y valorarlo; entonces sí, construir el presente y proyectar el futuro. Las heridas invisibles, las heridas del alma, solo se sanan con la verdad, la justicia y el amor. Belén: tus raíces Saúl pasó tan rápido por la tumba de Raquel, que no percibió la riqueza de las enseñanzas que estaban delante de él. Hoy, vivimos en un mundo donde todos corren y corren. Alcanzar el éxito es el desvelo de una sociedad enferma de exitismo. Nadie mira hacia dentro… nadie medita, nadie reflexiona: ¿de dónde he salido?, ¿qué valores tengo en mi interior?, ¿cuál es el legado que me han entregado mis mayores?, ¿qué puedo hacer por mi prójimo? Muchas son las etnias avasalladas, destruidas por ambición, por xenofobias, por racismos… Todavía hoy se siguen drenando vidas por las venas abiertas de nuestra humanidad. Ante las ambiciones de los hermanos de José, que llegaron a simular su muerte y herir con semejante dolor el corazón de su anciano padre, Benjamín era el aire fresco del amor. Ese amor que nació superando el dolor de la muerte de Raquel. Saúl, inquieto delante de las piedras que testimoniaban de la amada mujer y bendita madre, allí sepultada siete siglos antes, no pudo atender a estas verdades y, mucho menos, levantar la vista: a media legua de allí, se encuentra la ciudad de Efrata, es decir, Belén. Sí, Belén, donde mil cien años después nacería Jesús.
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“Pero tú Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel, y sus salidas son desde el principio desde los días de la eternidad, pero los dejará hasta el tiempo que dé a luz la que ha de dar a luz; y el resto de sus hermanos se volverá con los hijos de Israel y él estará...”3. ¡Cuánta historia y cuánto futuro concentrado en tan pequeño lugar! Pero Saúl no vio, ni percibió nada. Él esperaba ver algo grande que lo deslumbrara y, por el contrario, delante de sus ojos, solo había una tumba y una ciudad insignificante, “pequeña para ser considerada”. Las grandes enseñanzas, las experiencias transformadoras, se ocultan en aquellas cosas profundas, que de tan pequeñas parecen insignificantes. Historias de abuelos y padres, de pueblos y culturas, a las que quizá no has prestado atención, pero que son tus raíces y, a la vez, tus riquezas más importantes, esas que te llevarán de la mano rumbo al verdadero éxito de la vida: dar, entregarte a otros, amar y dejar huellas en los corazones de muchos… David, el gran rey de Israel, sucesor de Saúl, provenía de la tribu de Judá, uno de los doce hijos de Jacob y quien había perpetrado un aberrante acto de crueldad contra su hermano José: “No lo matemos, mejor vendámoslo”, dijo cuando tramaban el asesinato. Imagínate ser heredero de un patriarca con esos valores… ¡qué familia! Sin embargo, por el corazón de David, Dios bendijo la tribu de Judá y su nombre fue exaltado. No fue su linaje quien bendijo su vida y su futuro, fue David quien redimió el pasado de bajeza de su tribu, haciéndola honorable.
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Miqueas 5:2.
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Tal vez, esta historia se parezca a la tuya, pues mirando hacia atrás no encuentras nada en tu familia de que enorgullecerte. ¡Entonces es tu gran oportunidad de redimir el pasado, de ser el comienzo de una nueva historia, hacer a tu ascendencia y descendencia ilustres, dejando una huella y cambiando la historia! Años más tarde, en los días de Roboam, hijo de Salomón y nieto de David (950 a. C.), el reino se dividió en dos: el Reino del Norte se llamó Israel; el Reino del Sur, Judá. Este último era más pequeño y estaba integrado por las tribus de Judá y Benjamín; las tribus restantes formaban parte del territorio de Israel. Pero trescientos cincuenta años después, el Reino del Norte fue llevado a la dispersión por mano del imperio Asirio-Babilónico, que terminó por desaparecer; por lo tanto, lo que hoy conocemos por Israel es, en realidad, la nación generada por las descendencias de Judá y Benjamín. Por eso, a los israelitas les decimos “judíos”, en honor a Judá, es decir, en honor a David. Judá superó la dispersión y continúa hasta hoy, por amor a David y por las bendiciones de Jacob a su amado hijo Benjamín. Ya sea por las bendiciones que posea tu estirpe o por las maldiciones que haya que romper, es fundamental que mires hacia dentro en la intimidad de tu ser. Que leas tu pasado, medites sobre tu realidad y te proyectes a tu futuro de una manera práctica es fundamental; como dijo David en el Salmo 31: “No con vanidades ilusorias, sino con plena confianza en tu realidad y fe en tu Dios”. Tus raíces marcan tu destino, para levantarte en su ejemplo o para quebrar la tendencia que te lleva al desconsuelo del fracaso. ¡Mira la estrella! Diez siglos después del reinado de Saúl, el Imperio Romano se estableció y globalizó al mundo haciendo carreteras por todas partes. Un día, CAPÍTULO 4
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al emperador César Augusto se le ocurrió hacer un censo que exigía que cada persona se empadronara en su ciudad natal. Entonces, una mujer grávida y su esposo, descendientes de David, debieron ir hasta Belén, hoy territorio palestino, para cumplir con el mandato. Estos dos desconocidos llegaron a la ciudad más pequeña e insignificante del reino pero, a raíz de la cantidad de gente que había llegado de otros pueblos, no encontraron lugar donde albergarse y terminaron alojándose en un establo, un pesebre. Aquella noche, nadie percibió que María llevaba en su vientre al ser en quien se cumplían todas las profecías… Los fariseos, los sacerdotes y el Sumo Sacerdote, sabedores de las promesas, estaban entretenidos en los asuntos del Imperio, luchando por ocupar un lugar en la política romana. No se percataron del mayor acontecimiento de la historia. El anuncio de la llegada del Salvador fue hecho a simples pastores que estaban cuidando las ovejas, quienes corrieron a contemplar ese momento tan íntimo. ¿Puedes entender el privilegio que tuvieron al ver a María y al niño recién dado a luz? ¿Eres capaz de imaginar el ambiente, el amor y la gloria que había en ese lugar? Ellos fueron invitados y sus oídos estuvieron atentos para estar allí. Unos sabios de Oriente, conocedores de las profecías y estudiosos de los tiempos, sabían que nacería el Salvador. Se lanzaron por esos caminos romanos y llegaron hasta Jerusalén. Como eran de alta reputación, acostumbrados a las instancias políticas y diplomáticas, fueron directamente a entrevistarse con el rey Herodes, quien se perturbó sobremanera cuando le dijeron que habían llegado para honrar al recién nacido “rey” de Israel. ¿Qué los guió hasta su destino? Una estrella. La siguieron hasta que CAPÍTULO 4
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se detuvo en un establo. No era el lugar adecuado para que una mujer diera a luz, pero la estrella estaba allí. Entraron y encontraron al niño con su madre y su padre junto a unos pastores. Entonces, depositaron las ofrendas y los tesoros que habían traído delante de Jesús y lo adoraron… Quizás, te perturba no estar aún en el lugar ideal para el cumplimiento de tus sueños. Pero en el establo hay mucho por vivir y aprender. ¡La estrella está allí, sobre tu vida, en ese lugar poco apropiado para tus anhelos! Piensa en todo lo que Dios podría haberle revelado a Saúl delante de la tumba de Raquel. Pero él no pudo ver nada. ¿Qué lo preocupaba tanto? ¡Unas asnas! Esos animales y el deseo de llegar a Gilgal… adrenalina que lo tenía ciego. Urgencias apremiantes o ambiciones futuras nos disgregan y conspiran contra toda formación, vital para el desarrollo de nuestro destino. ¿Donde está puesta tu mirada? ¿En las asnas, en las ilusiones de tu futuro o en tu estrella? Las asnas, tus problemas presentes; Gilgal, los anhelos venideros; la estrella, la promesa, los valores y principios, tus fines, sobre los que edificarás tu proyecto de vida. La tumba de Raquel era el lugar de la intimidad. Saúl necesitaba intimar con Dios, conocer su pasado y, así, poder descubrir su futuro. Momentos en los que se reciben tesoros preciados, algunos visibles y otros indescifrables, que luego, a su debido tiempo, son comprendidos y cobran un valor inconmensurable. ¿Puedes imaginar lo que esos pastores y sabios vivieron al estar en el peCAPÍTULO 4
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sebre? ¿Qué sensaciones tuvieron al presenciar el nacimiento de Jesús? Hay una Belén en tu vida. El lugar donde nace lo nuevo. Debes mirar la estrella, seguirla y entrar en tu intimidad. Las cosas más importantes ocurren cuando nadie se da cuenta, pues pertenecen al subsuelo de la vida. Como en el invierno, nadie percibe que, debajo de la tierra, se está llevando a cabo un poderoso proceso de producción. Lo importante no es lo que se ve, sino lo que viene. Por eso, cuando estés frente a la tumba de Raquel, piensa en tu origen y deja que la estrella guíe tu camino. Cuando estés llegando a Belén, huele el olor a leña que te anuncia: “Esta es tu casa”. Deja que el aroma te envuelva. Allí están tus raíces.
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