10 minute read

La Música de diciembre

La ciudad y la música

Por: Reinaldo Spitaletta1

Advertisement

Navidad, época de integración, unión y solidaridad familiar y social en el país, desde hace ya mucho tiempo está acompañada por música que hoy se ha vuelto toda una tradición y que permanece en la memoria y la historia de los pueblos y las ciudades colombianas. Fiesta y algarabía reunidas alrededor de una paila de natilla, voladores, globos, cena, tamales, lechonas, frutas y aguardiente, vino o ron; al ritmo de cumbias, gaitas, sones, rumbas, vallenatos, porros, salsa, merengues... Las calles de los barrios se transforman en un gran escenario para bailar y gozar.

En las noches de navidad se escuchan los cantos de Guillermo Buitrago, Rodolfo Aicardí, Lucho Bermúdez, Pacho Galán, El Binomio de Oro, Alfredo Gutiérrez, Gustavo “El Loco” Quintero, Los Corraleros de Majagual, Jairo Paternina y el Combo de la Estrellas, diversas luminarias que le cantaron y le compusieron a diciembre, y que cada año suenan y retumban en las emisoras, en los equipos de sonido, en la televisión o en los playlist desde emisoras virtuales y redes sociales de internet. Junto con ellos están las trovas pintorescas y de doble sentido de la música parrandera de Joaquín y Agustín Bedoya, Gildardo Montoya, Octavio Mesa, entre otros.

Por eso, en esta edición de la Revisa Porro y Folclor le brindamos un homenaje a la música de diciembre, a sus intérpretes y la tradición familiar que se vive alrededor de las fiestas navideñas; pero sobre todo a la canción La Víspera de Año Nuevo, interpretada por quien es un icono de las fiestas decembrinas, Guillermo Buitrago, la cual hace parte de la memoria y la historia musical de Colombia.

Brindemos, bailemos, gocemos y festejemos en esta navidad, acompañémosla con la música tradicional que anima las noches, unidos en familia, convidando a una copa de alegría, un abrazo de paz y deseándole al otro un mejor futuro.

Navidad, la fiesta linda del año navidad, también de mis desengaños navidad, tú me das muchas nostalgias y a veces alegras mi alma. Navidad, con tus brisas decembrinas navidad, me acuerdo de mi madrina navidad, cuando me dio en aguinaldo un caballito de palo.1

Es un placer estar con coleccionistas y melómanos, gente que ha profundizado en esa arte maravillosa que me parece la más alta y excelsa de todas, la música. Ella es la excusa para retomar en esta charla los sonidos de Medellín: el bambuco, el tango, el bolero y los sonidos antillanos, además de otros datos y aspectos históricos que acontecieron desde finales del siglo XIX sobre el desarrollo económico, social y cultural de la ciudad, hasta llegar a la década de los sesentas, donde se dieron rupturas de paradigmas culturales, políticos y sociales.

En los años sesenta Medellín aún era conservadora y cerrada, pero tuvo una serie de situaciones especiales que ayudaron a que se generaran sus propias revoluciones en lo cultural. En esa década, la ciudad fue el meridiano por donde pasaba la cultura del Continente, como ocurrió con Daniel Barenboim –músico, pianista y director de la orquesta judío argentina- quien estuvo en 1960 en el extinto Teatro Colombia interpretando las 39 sonatas de Beethoven. Un caso importante que aconteció en la música fue el surgimiento de un sonido que modificó e influenció a toda Colombia, el Chucu-chucu, de este ritmo hablaré más adelante apoyándome en la investigación de Juan Diego Parra. 2 sobre la identidad y la búsqueda de raíces. En Medellín y Bogotá la discusión frente al bambuco planteaba que ese ritmo nada tenía que ver con negros ni africanos, sino con blancos, con españoles. Una cosa purista, fascista. décadas del treinta y cuarenta. Pero según el dato del escritor Jorge Isaac en María, eso es negro.

Históricamente hay en Antioquia una serie de escritores muy destacados, para mí el más brillante es Tomás Carrasquilla quien retrató el talante de lo que era el antioqueño del siglo XIX y parte del XX, el que se acostaba con las gallinas, comulgaba a las seis de la mañana, era un cacharrero, negociante, gran comerciante. Esa forma de ser cambia con el paso de un siglo a otro, e intermedia ahí la Guerra de los Mil Días y la industrialización: ese paisaje aldeano y bucólico se trasfigura con la aparición de las chimeneas fabriles, lo que cambia la forma de ser de esos medellinenses, que además reciben gente que viene del campo y de otras partes del país para ver la industrialización de Antioquia.

También llegó el cinematógrafo a finales del siglo XIX y transforma esta parroquia, esta villita que, por demás, era una sociedad muy estratificada, donde estaba el “gran blanco” que humillaba a quienes no tenían dinero y afirmaba que había una serie de elementos inferiores en la sociedad como los negros y los descendientes de indígenas. Los mismos clubes: el Unión, fundado a fines del siglo XIX, el Campestre y otros de las élites, no van a permitir la presencia de gente que no sea de su misma estirpe. Eso hace que se tengan unas características terribles, como lo que pasó más adelante con el gran puertorriqueño Abel Hernández y su Cuarteto Victoria, que eran negros, vinieron a Medellín y no les permitieron presentarse en una ciudad que ya era industrial, cosmopolita en varios aspectos, con culturas distintas a las impuestas por la burguesía local. En los años cuarenta todavía era una urbe segregacionista.

Medellín, ese pueblo de principios del siglo XX tenía un barrio, Guanteros, el cual se salía de los moldes establecidos por la iglesia y el gobierno: no se acostaba con las gallinas y si no había luz se prendían velas para seguir en la rumba. Era un lugar de trabajadores y artesanos rebeldes, de pensamiento liberal, jodidos, no se dejaban mandar ni manipular, leían con mucha fluidez a los ilustrados franceses –Voltaire, Rousseau- personas que tenían un pensamiento distinto. Era, además, un barrio festivo donde se encontraban las salas de baile y las muchachas de la noche. Allí residían los sastres Pelón Santa Marta y Adolfo Marín, quienes fueron muy importantes para la difusión del bambuco en Medellín, en Colombia, las Antillas y México.

Hacia los años veinte la ciudad contaba con un puerto seco: la estación del tren en el barrio Guayaquil, que transformó las mentes y los comportamientos de mucha gente. El cartagenero Coroliano Amador, quien tuvo banco propio y fue el primero en traer un automóvil, los fonógrafos y el teléfono, se propuso colonizar ese destierro lleno de zancudos e hizo una plaza de mercado diseñada por el francés Charles Carré.3 Alrededor de esa plaza de mercado surge Guayaquil, una ciudad dentro de otra con sus propias dinámicas, donde todo el mundo se iguala –el gran rico, el gran pobre, el gran comerciante, el pequeño comerciante, el informal, el formal, la prostituta, el estafador-. Todo se daba en ese lugar para que los nuevos sonidos se consolidaran y escucharan.

Mientras tanto, aparece en Colombia la radiodifusión –la emisora y el radio- ¡Eso es absolutamente maravilloso y transformador de las escuchas! A propósito, la primera sociedad que tuvo Medellín fue de espectadores, una sociedad visual afectada por el cinematógrafo. En 1909 a estos paisas de alta alcurnia les da por hacer un teatro poli-funcional, donde se programaban peleas de gallos, corrida de toros, boxeo. Más adelante será el Circo España, una sala de proyección cinematográfica donde ricos y pobres confluyen en una sola localidad; ahí se igualaron ricos y pobres, negros y blancos. En el Circo España como en Guayaquil, todos se juntan. Esto rompe con comportamientos ya establecidos en una ciudad tan inequitativa y desigual. Guayaquil dio esas primeras puntadas y la radio será fundamental para esto. Aunque conseguir un radio era, según testimonios de los años treinta y cuarenta, dificilísimo, no cualquiera podía adquirirlo. Menciono esto porque se relaciona con la difusión de otras músicas, además del bambuco, el tango por ejemplo.

Ya para los años treinta aparece el reporterismo, una nueva forma de hacer periodismo ¡Eso fue una vaina revolucionaria en Medellín! Hubo nuevos sonidos en la radio: los de la información. Se cubría por La Voz de Antioquia y Ecos de la Montaña, dos emisoras muy importantes; después va a aparecer La Voz de Medellín –origen de RCN-. Para los años cuarenta está la radio instalada en Colombia.

En 1934, en Cartagena, el señor Toñito Fuentes tuvo una disquera que contó con la presencia de la música del Caribe. Aquí en Medellín no se escuchaba música de negros, pero aparece esta disquera que la divulgaba. Eso contribuyó a cambiar a un pueblo que no bailaba. El antioqueño si bailaba era cosa rara; a visitantes extranjeros les parecía extraño que aquí no bailaran, que los cuerpos estuvieran tan alejados uno del otro. Eso de la relación del cuerpo lo transforma la música tropical, antillana y el bolero, la aparición del son del Trío Matamoros, esos negritos que estuvieron en Medellín en los años treinta, va a hacer que la gente baile, que se acerque. La música y el cine van a ser importantes en una nueva forma de relacionamiento.

En la Voz de Antioquia el maestro Peña metió a Agustín Lara en su onda corta: estaba en la cumbre y lo que estrenaba en México se transcribía y montaba para el radio teatro. Por esa vía, en los años treinta, entra el bolero mexicano a una ciudad bambuquera, de pasillos y de tangos.

Para la década del cuarenta hay una industrialización muy formada, en la radio hay concursos, intervención de intelectuales, encuentros de bambuco y de radioteatro, eso encamina a la ciudad a que suene distinto, que se hable de otra manera, que no le hace caso solo a las campañas de la catedral y de las iglesias.

Recapitulando de nuevo la época de finales del siglo XIX, en la novela María de Jorge Isaac, que se publicó en 1867, se pone el origen del bambuco en África. Lo retomo porque este sonido va a servir en Colombia para el gran debate nacional

Entretanto, el asunto del bambuco seguía en discusión: si es negro o blanco, si había que escribirlo en guión cuatro, si son músicos de aquí… Intervenían en ello compositores como Emilio Murillo Chapull (Bogotá) y Gonzalo Vidal (Medellín). Que si el bambuco es un aire nacional o andino que gusta solo a los ricos de Bogotá o Medellín, discusión que se enfocó más en las

También tenemos que Gardel muere en Medellín en 1935. Aquí nadie era Gardeliano; cuando se cumplieron diez años de su muerte ningún periódico sacó una notica. A mediados de los años cuarenta, cuando la cantante argentina Libertad Lamarque llega al aeropuerto Olaya Herrera de Medellín, dice: “cómo así, aquí no hay una placa de Gardel, nada que lo recuerde que aquí murió…”. Entonces manda a hacer una placa-recordatorio en memoria a Gardel. Es apenas para esa época, a través del cine argentino, que el tango empieza a degustarse: arrabalero para los obreros, para gente de bajos fondos, para clases medias; y se conoce a Gardel, más por sus películas que por sus tangos. A ello se suma la aparición de la rocola o pianola, el traga monedas, eso cambia todo en las cantinas, la gente echando su monedita para escuchar el tango, el bolero, la música de carrilera –que no es música campesina, algo que se inventaron unos negociantes, música para beber aguardiente-.

En esa complejidad de sonidos de Medellín de los años cuarenta es cuando llega la música de las Antillas, los bailes. Me devuelvo hacia el Caribe nuestro: Lucho Bermúdez llega a la ciudad, va de grill en grill y ameniza los grandes bailes para las clases altas, que no gustaban de música de negros. Sonofuentes no había llegado a Medellín pero sus producciones sí. Otro personaje que dará mucho a nuestras músicas y bailes es Guillermo Buitrago. Ahí estaba también Alberto Burgos, el médico trovador del Magdalena, quién recoge ese vallenato con guitarra, eso influye a que en Antioquia, en los años treinta y cuarenta se formen los duetos. Yo siempre me preguntaba por qué tantos duetos, Obdulio y Julián, Dueto de Antaño, Espinosa y Bedoya… Eso es una cosa típicamente Antioqueña, hecha por emisoras y radio-teatros. Por ejemplo, Obdulio y Julián se demoraron mucho para grabar, porque a esos duetos no les gustaba que los grabaran; el Dueto de Antaño era reacio a la grabación de su música a pesar de que en la década del cuarenta se establecieron muchas disqueras.

Guillermo Buitrago será una gran influencia de la música parrandera antioqueña que, aunque con influjo de nuestro Caribe maravilloso, se generó aquí: música medio campesina y medio urbana. Los diciembres tendrán en Medellín, a partir de los años cuarenta, ese toque caribeño promovido por estos artistas. Ya se habían roto esos dogmas frente al cuerpo, donde músicas como la de Pérez Prado y de las Antillas van a llevar igualmente a la transformación musical.

En los años cincuenta, con la dictadura que empezó Mariano Ospina en 1949, se cierra el Congreso, hay una gran censura de prensa. La iglesia en Medellín consolida un gran poder y ve en esos cines, en esa música y en muchas cosas, situaciones que pueden interrumpir la devoción de los feligreses católicos. Aparecen el arzobispo Joaquín García Benítez y el obispo Miguel Ángel Builes prohibiendo el mambo: “ningún católico puede bailar el mambo, está prohibido”, y lo prohibido ¡Ay que dicha! Ahí mismo todos a aprender a bailar mambo y Guayaquil se llena de mamberos.

Además, en esa década del cincuenta aparece el rock roll, que influyó a la juventud de Colombia y particularmente en Medellín, que ya tenía una serie de imaginarios culturales establecidos por la música: estaban los camajanes, una figura legendaria en la sociedad de la ciudad de esos años; Daniel Santos, otra figura en la camaradería de los barrios. Es así que este sonido influye y da origen a una música que en los sesenta estará metida en bailes de Medellín, de Antioquia y creo que de Colombia: se va a utilizar guitarra y bajo eléctrico, ya no va haber clarinete ni trompetas, sino saxofón. Todas esas cosas aparecen con un vocalista y un grupo que lo respalda. Los Hispanos se van a volver una mezcla de rock and roll con cumbia, con porro y con la música paisa también de parranda que se tiene entre lo campesino y lo urbano, y aparece una de las expresiones musicales de esta ciudad, el chucu-chucu, calificado así por los detractores. Pasa a la historia con eso nombre, que es una homeonatopeya de la raspa, porque Caicedito4 en su novela ¡Qué viva la música! despotrica de este sonido. Pero en los sesenta, en toda Colombia se escuchaba a Los Hispanos con éxitos como La cinta verde, grabada por Discos Fuentes con la voz de Gustavo Quintero, uno de los más grandes y legendarios cantantes del chucu-chucu.

This article is from: