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Cuentos

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Un maestro feliz

Un maestro feliz

Camila Por Lilia Jasso

Camila camina diez calles cuando va a la escuela y cinco calles cuando regresa a su casa, eso se debe a que quien camina a su lado, es su hermano mayor Gael y llegando a la quinta cuadra, le presta su patineta y la toma de la mano para que llegue sana y salva. Todas las personas que se encuentra en su camino, la saludan y siempre le regalan dulces o helados, porque la quieren ver sonreír, ella agradecida, abre sus grandes ojos color gris y sonríe con alegría, mientras comparte con Gael lo obtenido y junto a su mamá, caminan a casa.

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Camila siempre ha sido muy amada por todos, todo el que la conoce, se enamora de su hermosa alma y de su noble corazón, aunque su papá siempre dice que amarla es muy fácil, porque además tiene el mar del atardecer en los ojos, los rayos del sol en su blonda cabellera y una sonrisa que contagia alegría.

Todos los días sale a jugar al parque que está frente a su casa, en invierno le gusta ponerse su gran chamarra roja y jugar con una cuerda que Gael salta, mientras ella la agita en grandes movimientos circulares; ellos se divierten juntos, frente a los ojos vigilantes de su mamá.

Llega la primavera y Camila siempre busca la sombra, sus ojos de mar son muy sensibles a la

luz del sol y agradecería mucho una sombra proveniente de un amigable árbol, pero en el parque no quedan muchos árboles, pues los juegos metálicos han ido ganando terreno y han obligado a los árboles a estar en la orilla del enrejado.

Una tarde, mientras los ojos de su papá la cuidaban, Camila buscaba en el calor sofocante del verano, un amigo árbol que le regalara su sombra, pero no encontró ninguno dónde protegerse. Obligados por los rayos del sol, regresaron juntos a casa.

Pasó el tiempo y un día, mientras hacía un viaje, el papá de Camila vio un solitario y hermoso árbol, con hojas que iban del color rojo al naranja y del amarillo al púrpura, le recordó a su hija, siempre llena de colores. Esa tarde, su papá, buscó al dueño del árbol y se lo compró, el precio no le importó, pues ver la sonrisa de Camila no tenía precio.

Ella regresó al parque una tarde en la que el otoño comenzaba a asomarse y vio un árbol mediano, que ofrecía gran sombra y comenzaba a cambiar de color, emocionada y sorprendida, corrió a su sombra y lo abrazó, el árbol, al verla también sintió amor por ella, tan pronto como compartieron espacio, se hicieron grandes amigos. Aunque en el parque había otros niños jugando, el árbol siempre reservaba un espacio para compartirle su amigable sombra a Camila.

Salía al parque, jugaba y guardaba un tiempo para estar con su amigo el árbol, un día al caminar de regreso a casa, Camila le dijo a su mamá:

—Mamá, el árbol rojo del parque, tiene voz de mujer y se llama Arce…

—Camila, los árboles no hablan. —Sí mamá, es mi amiga y nos queremos mucho.

—-¿Cómo van a ser amigas, un árbol con voz de mujer y una niña? Eso es raro Camila, tú sólo puedes tener como amigos a otros niños y niñas de tu edad…

Camila entendió y sonrió.

Pasaron los días y la mamá de Camila estaba cada vez más tranquila, pues también

disfrutaba de la sombra de Arce y sentía su amor, aprobó la amistad entre el árbol y la niña, llevándola al parque para que ellas pudieran pasar tiempo juntas.

Después de unos meses, la amistad entre el Camila y Arce crecía, las hojas de Arce cambiaban de color, tanto como los ojos de Camila cuando usaba ropa color verde o rosa, yendo del gris al verde y del púrpura, al esmeralda. El amor que sentían una por la otra, sólo se hacía más fuerte, como las raíces de Arce. Camila sentía mucha confianza, pues pensaba que su sombra estaría para ella toda su vida. Platicaban por horas, con toda la verdad de su ser.

Un día, el papá de Camila encontró un lugar hermoso para que toda la familia viviera, rodeados de árboles grandes como Arce, pensando, si su hija había sido tan feliz con Arce, sería mucho más feliz rodeada de muchos árboles iguales. Pronto le comunicó a toda la familia que se mudarían a ese maravilloso lugar.

Camila preguntó ¿qué pasaría con Arce? Su mamá le dijo, —Arce ha crecido mucho y sus raíces encontraron una tierra muy fértil para crecer, no podríamos llevárnosla a dónde vamos, pero la casa a donde nos mudaremos, estará rodeada de árboles como Arce.

Camila se puso triste, porque pensaba que la amistad que había crecido entre Arce y ella no se podría dar con ningún otro árbol, porque Arce era su amiga y la escuchaba… se amaban. El tiempo de mudarse llegó, los muebles y las cosas estaban listas para la mudanza y el resto de la familia estaban emocionados por la nueva casa y el nuevo jardín, que era tan grande como el papá lo había prometido.

Pero Camila y Arce sabían que pronto debían despedirse y no faltaba a su cita de la tarde, a la sombra de su amiga, hablaban y hablaban, siempre diciéndose la verdad de su ser y se despedían con lágrimas de Camila, porque no quería decir adiós a su amiga. Un día Arce le dijo a Camila:

—Camila, donde yo vivía antes de que tu papá me trajera hasta aquí, estaba muy sola, y nunca nadie me había dado la atención y el amor que tú me diste, gracias a todo eso, mis raíces crecieron y estoy más fuerte que nunca, tu amistad ha sido como el sol para mí, me ha dado vida. Siempre estaré agradecida por eso y sé que a donde vayas, regalarás tu amor y tu luz a todos los árboles que te encuentres en tu camino, aunque nuestra amistad durará todo el tiempo que yo viva, mi sombra siempre estará aquí para ti. Cuando crezcas, puedes venir y buscarme. Aquí estaré, siempre, para ti.

Las últimas palabras de Arce fueron mágicas para Camila, porque sabía que no era un adiós, sino un “¡Hasta pronto!” y que un día podría volver a ver a su amiga. Camila sonrió y se alejó de su amiga, dejando atrás el pasado, caminando segura hacia su futuro.

Pasado el tiempo, Camila creció, se graduó y se convirtió en una famosa chef de repostería, viajó por el mundo, se casó, tuvo una hermosa hija y un hermoso hijo con los ojos de mar y nunca olvidó a Arce. Acompañada de su familia, regresó al parque de su niñez, que ahora estaba muy cambiado, Arce se veía hermosa y grande, rodeada de otros árboles que también regalaban su sombra y su amor a todos los niños que jugaban bajo sus enormes y protectoras copas. Arce vio a su amiga entrar al parque y la reconoció, porque el amor tiene una gran memoria, se abrazaron felices y su amistad siguió, como si Camila nunca se hubiera ido.

Fin.

ÉL Por Pablo Javier Hernández

Me puse de pie después de dejar la alarma sonar por, aproximadamente, cinco minutos, al levantarme de la cama ahí estaba él. No me sorprendió porque siempre está cerca de mí, algo en mi interior me dice desde hace mucho que no tardará en partir, aprecio tanto su compañía. Abrí la puerta de mi recámara y salió después de que yo lo hice. Caminé hacia el baño y él bajó por las escaleras, después de una larga ducha, coloqué la toalla alrededor de mi cintura y salí, me puse la ropa que tenía a la mano y bajé hacia la cocina.

Preparé el desayuno para ambos, a él le encanta lo que preparo. Me dirigí hacia la nevera para tomar un par de huevos, sin embargo, antes de abrir la nevera, una nota adhesiva llamó mi atención. La nota decía:

Hola hijo, tuve que salir, regreso el martes. Te quiere: Mamá

Mi mente se mantuvo estática por unos segundos, después me pregunté qué día era. Volteé hacia un lado, buscando con la mirada el calendario de animales que estaba al lado del estante donde posaban las fotos de mi graduación, era viernes. Una parte de mí realmente se enfureció, pero mi lado más lógico logró hacerme entrar en razón, mi madre salió por trabajo y así pagar las cuentas. Creo que me he sentido muy solo últimamente. Comencé a pensar sobre mis padres, de pronto, olvidé completamente el paradero de mi papá, creo que después del quinto viaje, olvidas los destinos. Después de un minuto sin recordar, decidí abrir mi celular, buscar una de sus redes sociales y mirar sus fotos, lo recordé, estaba en Colombia. Me sentí realmente solo, volteé hacia el comedor y lo vi, tan tranquilo, esperaba el desayuno, no lo decía para no apresurarme, pero lo veía en sus ojos.

Rápidamente coloqué los huevos en la sartén, los cociné y los serví, coloqué dos vasos de agua sobre la mesa y le hice entender que ya era hora de comer. Acabamos antes de lo que creí. Estaba esperando que él recogiera los platos y los llevara al lavabo, olvidé que ya era viejo, no se le facilitaba caminar, tenía que guardar energía para la visita semanal al supermercado. Llevé los platos y subí a lavarme los dientes, al bajar, él ya estaba listo para salir. Abrí la puerta y salí, le costó más que nunca bajar el escalón de la puerta, pero lo hizo sin ayuda. Al asegurarme que estaba listo para seguir, comencé a caminar, él junto a mí con un paso constante y no tan lento.

Después de caminar un par de cuadras se le podía ver cansado, le sonreí de una manera enternecida y me devolvió la sonrisa. Afortunadamente lograba ver el centro comercial, estábamos por llegar, le agradecí por su compañía, no era su obligación salir de la casa, pero lo hacía por mero gusto. Antes de llegar al supermercado decidimos detenernos en el parque, lo hacíamos seguido hace algunos años, cuando su cadera servía y mi vida estaba comenzando. Tomé asiento en una banca, él hizo lo mismo, yo esperaba que comenzara a caminar, como de costumbre, que se levantara y comenzara a observar a los pájaros, oírlos cantar y poner esa expresión de sorpresa y admiración que hacía cada que se escuchaban los aleteos de aquellas golondrinas, pero, esta vez solo se sentó a mi lado, creo que sentía mi soledad. El sol no era molesto, el calor se mezclaba con unas pocas ráfagas de viento frías, se veía que lo disfrutaba, me dolió verlo cada vez más lento y más cansado, extrañaba al ser que me vió crecer, que me acompañaba y que me escuchaba sin dudarlo. Me consolaba el hecho que vivió bien, ¿Cómo saber cuándo estás listo para dejar de vivir?.

Consideré auto-hiriente seguir en el parque, solo me traía nostalgia y me recordaría a la utopía que alguna vez viví, o creí vivir. Me levanté de la banca y volteó a verme, vi en sus ojos la misma melancolía con la que yo

recordaba ese viejo, y ahora descuidado, parque. Lo amo tanto, no quiero que se aparte de mí, él es mi motor, mi mayor impulso. Con el fin de hacerle creer que todo estaba bien, me di la vuelta y comencé a caminar de una manera tranquila, intenté demostrar felicidad, pero, la lágrima que rodó por mi mejilla y me expresión no me permitieron hacerlo, me sentía vacío y él seguía ahí.

Vi el supermercado cerca, cada vez más. El reposo en el parque lo ayudó a mantener su paso.

—¿Qué te parece el día?—, le pregunté de una manera amistosa, sin embargo no recibí respuesta.

Seguí caminando, por fin habíamos llegado, entré al supermercado y todos nos volteaban a ver, les sorprendía ver a un niño con alguien tan viejo. Después de caminar diez metros, sentí un dedo índice tocar repetidas veces mi hombro. Al voltear un guardia de seguridad me miró, lo miró a él y dijo con una voz fría:

—No se permiten mascotas en la tienda —,

No entendí del todo, estaba muy confundido. Al voltear a ver caí en cuenta, como en “La Cenicienta”, el hechizo se rompió, mi mente lo entendió, él no era una persona, todo el tiempo había estado conviviendo con mi perro. No me sentí mal, sé que no estoy loco, tal vez solo un grito de ayuda de mi soledad, pero no me preocupo, después de un rato se calla.

26, enero, 2020.

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