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El Viaje de Orfeo
Sobre la reencarnación de las almas y el mal en el mundo. José Alfredo Rodríguez García A Ana Muñoz.
Existen actos de hombres o situaciones que calificamos como malos. Otra forma, aunque menos clara, de enunciar esta premisa sería: “hay mal en el mundo”. Debemos aceptar, no obstante, que el universo, en tanto conformado por estados de cosas que carecen en sí mismos de cualidades morales, no es bueno ni malo, sin embargo, a lo largo de los siglos los humanos han buscado proyectar su concepción de la justicia sobre él. Múltiples situaciones cotidianas a las que el hombre se enfrenta lo han llevado, a través de las religiones y la filosofía, a efectuar una cuestión: ¿Por qué hay mal en el mundo y por qué el hombre lo padece?
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En Grecia, desde el siglo VII a.C., cuando la filosofía apenas iniciaba su desarrollo y no eran claros sus límites con la religiosidad, se buscó disminuir este desasosiego a través de una concepción sobre lo psíquico que es común a religiones como el hinduismo y el budismo: la transmigración de las almas (en griego: μετεμψύχωσις/metempsícosis). Según esta creencia, popularizada especialmente por doctrinas como el pitagorismo y el orfismo, el alma tiene un origen divino pero debe efectuar un tránsito por múltiples cuerpos y vidas para regresar, finalmente, al sitio del cual fue exiliada. Se dice de Pitágoras, por ejemplo, que él era capaz de recordar sus vidas pasadas, y Empédocles decía recordar haber sido antes “un muchacho y una muchacha, un arbusto, un pájaro y un mudo pez” 1 . Éste último, en su poema filosófico “Purificaciones” (Καθαρμοί/Katharmoí) indica que el alma vivía, originalmente, en un mundo de armonía y felicidad donde reinaba Cipris, Diosa del Amor. En él, todas las cosas eran sólo una, sin embargo, por influencia del Odio las cosas se separaron dando como resultado el mundo actual conformado por objetos diferenciados. La acción del Odio sobre la unidad primitiva es similar a una especie de pecado original que destinó al alma a una odisea a través de una variedad de encarnaciones con el objeto final de regresar a aquel mundo primigenio. Empédocles presenta dramáticamente la situación de su propia alma al saberse en esta tierra: “Lloré y me lamenté al ver una región que no me era acostumbrada” 2 . “Triste región donde el Asesinato, el Rencor, y otro grupo de deidades funestas, las míseras Enfermedades, la Corrupción y las obras disolventes, merodean en las tinieblas sobre los prados de la Fatalidad” 3 .
Para Empédocles, la presencia del mal en el mundo se debe al hecho de que el alma fue influida por la acción del Odio. Existe el mal por una falta cometida en el origen de los tiempos y el hombre debe padecerlo como castigo y purificación naciendo “bajo todo tipo de figuras mortales” 4 . Desde este enfoque, el hombre mismo es el responsable de la aparición del mal.
Platón, pocos años después, en una de sus obras de madurez calificaría a este tipo de doctrinas como mitos 5 . Y efectivamente, el poema empedocleano se trata de una obra de especulación filosófica, por no decir que un bello ejercicio imaginativo, sin embargo, como es el caso de otros mitos escatológicos, cumple la función de aminorar parcialmente algunas preocupaciones humanas además de proponer, implícitamente, un sentido para seguir viviendo no obstante las vicisitudes. El mito de la reencarnación sugiere al hombre una vida de auto perfeccionamiento constante y de aceptación ante aquello que no está en sus manos, además de motivar la resolución de aquello que sí. De igual modo aminora una inquietud constante en el espíritu religioso que concepciones post-mortem, como la del castigo infernal, no pueden, responde por qué Dios o los Dioses, siendo bondadosos, permiten el sufrimiento.
1 Empédocles 31b 117. 2 Empédocles 31b 118. 3 Empédocles 31b 121. 4 Empédocles 31b 115. 5 Platón, Leyes, 70c.