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Cuentos
Venecia Por José Agustín Almanza
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Realmente no teníamos idea de cuánto había pasado desde el momento en que aquella pareja de enamorados me había solicitado los llevara a pasear en mi góndola por los viejos canales de mi querida Venecia.
Lo que es cierto es que estábamos muy sorprendidos y muy agradecidos con la vida por haber regresado a nuestro punto de partida, pero sobre todo, teníamos una sensación de claridad y satisfacción que nunca hubiéramos logrado en un viaje normal por los canales. Al abordar la pareja contemplaba las casas que bordeaban los canales, los puentes, las modernas lanchas que nos rebasaban, lo turbio del agua y al gondolero: Boina calada, playera de rayas, bufanda rosada, pantalón y zapatillas negras, abstraídos se besaban uno al otro con amor, sin arrebato y sin prisa.
La normalidad desapareció, aunque solo lo noté yo afortunadamente, el remo dejó de tocar el fondo y la góndola avanzaba por si misma, entre que trataba de recuperar el control y buscaba la manera de ocultar mi angustia, el tiempo cobró otra dimensión y cuando me di cuenta, una corriente nos llevaba mar adentro, sin agitarse la embarcación. El horizonte comenzó a ser cubierto por una suave niebla que cálidamente nos abrazaba y que curiosamente nos inquietaba, se despejó y apareció ante nosotros una playa de arena dorada y una larga fila de palmeras rebosantes de cocos.
La pareja creyó que era parte del viaje y me preguntaron si podían bajar, yo no tenía más que acceder. Preguntándome ¿Cómo era que no les parecía extraño haber llegado allí, cómo era que no se daban cuenta que yo estaba perdido? La góndola se posó sobre la playa y bajé yo también. Caminamos hacia la vegetación que se veía exuberante de lejos, pero al estar entre ella había suficiente espacio para caminar. eso sí, el calor iba en constante aumento, sudábamos porque íbamos cuesta arriba. Comenzamos a pesar en agua para beber entre los sonidos de las aves entre los arboles comenzó a escucharse un murmullo que iba en aumento al ir avanzando por esa selva. El terreno comenzó a bajar al igual que nosotros hasta que por fin lo vimos, un gran arrollo de corrientes cristalinas bajaba del lado poniente de aquel lugar, pudimos tomar agua, la mas dulce que jamás había probado, decidimos caminar con la corriente y llegamos a un lugar donde había una cueva donde se alcanzaba a ver una luz , caminamos hacia ella, bajo esa sombra el calor
no se sentía. Al fondo se escuchaba un sonido, lo seguimos y nos dimos cuenta cuando salimos, cuál era su origen… Al centro de una vertical pared de rocas blancas caía una majestuosa cascada de espuma que al caer y chocar con el agua del lago emitía un sonido suave, peces de diversas formas, tamaños y colores pasaban a nuestro lado , el agua se fue haciendo mas profunda, nos sumergimos y nadamos y buceamos y reímos y gozamos todo sin decir una palabra , estábamos en comunión con la naturaleza y en contacto directo con la vida, que en esos momentos nos permitía experimentar en la profundidad de nuestra alma el centro mismo del alma de la vida.
Todos los seres que allí habitaban nos comprendían y nosotros a ellos, las plantas, los peces, las aves, el gua, nos transmitían su verdad que desde sus particulares circunstancias de cada ser, es la misma para todos. ese mágico momento nos suspendió en el tiempo, pudieron haber pasado horas o segundos, no lo sé.
Poco a poco la plenitud de ese éxtasis fue dejando paso a una calma y una calidez interior y entendimos que había que regresar, desanduvimos lo andado, regresamos a la góndola, encontramos la corriente como si todo fuera mas natural del mundo y de pronto vimos los canales, las casas y los puentes de Venecia.
¿Puedo Jugar? Por Isabel Gamma
—¿Puedo jugar?, pregunta Sergio a sus amigos que están tirados pecho tierra con unas canicas de colores agarradas en las manos.
Pero Daniel y Beto ni siquiera voltean a verlo.
—¡Cómo me molesta que no me escuchen!, ¿Puedo jugar o no?
—Sí, puedes, no sé a qué quieras jugar, pero seguro, anda ve.
—¡No quiero ir a jugar!, no les estoy pidiendo permiso, quiero jugar a lo que ustedes juegan—, insiste Sergio.
—No estamos jugando, contesta Beto sin voltearlo a ver y luego titubea porque no quiere dejar de hacer lo que está haciendo, estamos contemplando el sol.
—Pero si estuvieran contemplando el sol, estarían boca arriba, les quemaría la cara y no podrían ver de lo deslumbrados que estarían, ¿saben?
—Pero no directo al sol, respondió Daniel mientras se sentaba cruzando las piernas de frente, A través de las canicas “bombochas”, las que trajo Beto ayer… que son una canicas enormes de colores pero en la mayoría de su cuerpo transparentes.
—Sí, nos dimos cuenta que éstas expanden la luz, así guiamos a una hormiga por el sol para que encontrara su camino al hormiguero, siguió diciendo Beto.
—¿Quieres ver?, le preguntaron los dos ahora sentados mostrándole las “bombachas” en la mano llena de tierra, con un entusiasmo de un científico que acaba de hacer un descubrimiento.
—No gracias, qué aburrido, respondió Sergio, metió las manos en la bolsa y cuando estaba a punto de marcharse escuchó...
—No se qué esperas, nosotros nos estamos divirtiendo, vamos te presto una, y Beto saco de su bolsa del pantalón unas que hacían que su bolsa se viera enorme, unas canicas enormes
de colores de agua, dos de ellas eran como del doble de las otras con las que jugaban; Daniel dejó de hacer lo que hacía y se acercó diciendo-
—¡Guajuuuh!, ¿Me prestas esa azul?- Señaló Daniel con el dedito.
Entonces Sergio saco sus manos de los bolsillos , —¡Dijo que me la prestaba a mí!
—Daniel ya estaba aquí, él puede escoger, dijo Beto.
—Entonces no quiero nada, no quiero jugar, respondió Sergio con molestia.
Levantaron los hombros al mismo tiempo, tomaron las canicas y se acomodaron con más emoción sobre el suelo, vieron cómo el sol caía a través de la nueva canica con sus colores brillantes. Sergio se dio la vuelta
—Ya lo sabía, no son justos ustedes tampoco, les dijo Sergio muy enérgico.
—¿Tampoco?, de qué estará hablando, le pregunto Beto a Daniel
Y Sergio se retiró mientras decía entre dientes...
—Ni los de la cancha de basquet me dejaron escoger mi equipo, ni ellos mi canica, nadie me toma en cuenta. Y continuó su camino.
Sonó la campana, levantaron las canicas que le entregó Daniel a Beto y juntos se fueron a su salón de clases con toda calma.
Ya en el salón Beto se acercó a Sergio para invitarlo a compartir las canicas al día siguiente,
—Si quieres traes las tuyas mañana y hacemos un juego de verdad.
Sergio sonrió y hasta creció unos centímetros, por fin sentía que lo habían tomado en cuenta.
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