Cuentos Venecia Por José Agustín Almanza
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ealmente no teníamos idea de cuánto había pasado desde el momento en que aquella pareja de enamorados me había solicitado los llevara a pasear en mi góndola por los viejos canales de mi querida Venecia. Lo que es cierto es que estábamos muy sorprendidos y muy agradecidos con la vida por haber regresado a nuestro punto de partida, pero sobre todo, teníamos una sensación de claridad y satisfacción que nunca hubiéramos logrado en un viaje normal por los canales. Al abordar la pareja contemplaba las casas que bordeaban los canales, los puentes, las modernas lanchas que nos rebasaban, lo turbio del agua y al gondolero: Boina calada, playera de rayas, bufanda rosada, pantalón y zapatillas negras, abstraídos se besaban uno al otro con amor, sin arrebato y sin prisa. La normalidad desapareció, aunque solo lo noté yo afortunadamente, el remo dejó de tocar el fondo y la góndola avanzaba por si misma, entre que trataba de recuperar el control y buscaba la manera de ocultar mi angustia, el tiempo cobró otra dimensión y cuando me di cuenta, una corriente nos llevaba mar adentro, sin agitarse la embarcación. El horizonte comenzó a ser cubierto por una suave niebla que cálidamente nos abrazaba y que curiosamente nos inquietaba, se despejó y apareció ante nosotros una playa de arena dorada y una larga fila de palmeras rebosantes de cocos. La pareja creyó que era parte del viaje y me preguntaron si podían bajar, yo no tenía más que acceder. Preguntándome ¿Cómo era que no les parecía extraño haber llegado allí, cómo era que no se daban cuenta que yo estaba perdido?
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Imagen: Eduardo Ortín.
La góndola se posó sobre la playa y bajé yo también. Caminamos hacia la vegetación que se veía exuberante de lejos, pero al estar entre ella había suficiente espacio para caminar. eso sí, el calor iba en constante aumento, sudábamos porque íbamos cuesta arriba. Comenzamos a pesar en agua para beber entre los sonidos de las aves entre los arboles comenzó a escucharse un murmullo que iba en aumento al ir avanzando por esa selva. El terreno comenzó a bajar al igual que nosotros hasta que por fin lo vimos, un gran arrollo de corrientes cristalinas bajaba del lado poniente de aquel lugar, pudimos tomar agua, la mas dulce que jamás había probado, decidimos caminar con la corriente y llegamos a un lugar donde había una cueva donde se alcanzaba a ver una luz , caminamos hacia ella, bajo esa sombra el calor