Frente a mi espejo
Autorretrato con vestido de terciopelo 1926 El primer autorretrato de la artista, pintado al estilo de los retratistas mexicanos del XIX, pero plagado de múltiples influencias: desde el Renacimiento y, en especial, Botticelli y Bronzino, hasta Modigliani, pasando por el Prerrafaelismo de Rossetti y Burne-Jones y el Art Nouveau. Recuperándose del accidente, Frida había dejado de ser visitada por Alejandro Gómez, a quien dedica esta pintura. El cuello extremadamente largo, la mirada cautivadora, así como la disposición de la mano oferente le otorgan un aire aristocrático y lánguido, casi melancólico, pero sin perder la fuerza de su mirada, estoica y desafiante. Se trata de un regalo de reconciliación o, al menos, la manifestación del deseo de reconquista. En la parte inferior del lienzo escribió: "Para Alex, Frida Kahlo, a la edad de 17 años, septiembre de 1926, Coyoacán - Heute Ist immer noch (hoy es siempre todavía)".
El tiempo vuela 1929 Este autorretrato lo pintó en el mismo año en que se casó con Diego Rivera y así se representa: como la amada de Diego. El estilo renacentista y finisecular es sustituido por el folklorismo indígena mexicano con tintes vanguardistas. Frida nos mira frontalmente. Los colores son brillantes y los trazos más ligeros. En este cuadro, donde Frida invita al espectador a un mero juego simbólico, se nos ofrece un acertijo casi infantil: el reloj sobre la columna y el avión que surca el cielo explican el título de la pintura. Se establece un juego entre la verdad y la mentira, la teatralidad que es frontera entre lo real y la ficción, como simbolizan las cortinas abiertas por los gruesos cordones.
Fulang-Chang y yo 1937 Frida tenía en su casa (hoy La Casa Azul, Museo de Frida Kahlo) innumerables animales caseros, como loros, perros, gatos y monos. En la mitología mexicana, el mono es el patrón de la danza, pero en la cultura occidental siempre ha simbolizado la lujuria. Varios son los autorretratos en los que la pintora aparece acompañada por estos animales, pero este es el primero en el que incluye a una de sus mascotas: FulangChang. Frida aparece con el cabello suelto y un lazo de raso de color violeta la entrelaza con su mascota, como si compartieran algún significado común, como si hubiera cierta vinculación simbólica entre ambos. Su mirada es seductora y la media sonrisa, cómplice. En estos años, Frida mantenía una aventura amorosa con Trotsky. El cuadro fue un regalo para su amiga Mary Schapiro Sklar.
Lo que el agua me dio 1938 Es un autorretrato de Frida, de un fragmento corporal de Frida. Tal vez sea uno de los cuadros más surrealistas de la pintora, aunque ella nunca se adscribió al movimiento. Lo que el agua le da son distintas escenas de su escena, de su pasado y su presente. Incluso de su futuro. Imágenes oníricas y simbólicas en las que la masa líquida reúne la vida y la muerte, la presencia y la ausencia. Lo mas interesante de este lienzo es que presupone la doble condición existencial de Frida, la que observa y la que es observada, quedando entre ambas el agua, que actúa como espejo de su imaginación. Y el fluido de la bañera simboliza el fluido amniótico del arte que la hará nacer una y otra vez, pues no hizo otra cosa que renacerse y rehacerse a través de sus retratos.
Las dos Fridas 1939 Una de las temáticas más recurrentes en la obra de Frida Kahlo es el doble, la otra. Aquí tenemos a las dos Fridas, diferenciadas por su vestido, el cual actúa como una máscara de identidad: la europea y la tehuana. Lo realizó poco después del divorcio de Diego. La Frida mexicana sostiene un pequeño camafeo con un retrato de Diego cuando era niño. La Frida europea, vestida al estilo victoriano, viste el blanco de novia. Los corazones de ambas están a la vista, simbolizando el sufrimiento y la pena; las tijeras representan el intento de la artista por frenar el hilo del dolor. Las dos Fridas se toman la mano, en una señal de hermanamiento, de sororidad entre las dos caras de su personalidad que sufren igual. El paisaje de nubes tormentosas preludian el estado de ánimo agitado, el caos afectivo en que Frida se encontraba. Las dos Fridas miran directamente al espectador.
Autorretrato con collar de espinas 1940 Frida deja el retrato de perfil y se nos muestra frontalmente. En vez de corona, porta un collar de espinas que simulan las ramas de un nido preparado para el pájaro-colgante, un colibrí cuyas alas abiertas se corresponden con las cejas de la artista. En el folklore mexicano, los colibríes eran considerados amuletos de buena suerte en el amor. Las espinas simbolizan el dolor (se había divorciado de Diego) y se incrustan en su cuello (sensación de asfixia y de ausencia de voz). Otros animales simbólicos la acompañan: el gato negro, asociado a lo nocturno y lo femenino, que está acechando al colibrí; el mono, símbolo de la lujuria femenina; las mariposas y las libélulas, en su cabeza, representan la resurrección, la transformación espiritual y la sublimación en vuelo. Todos los animales dibujan un rombo invisible en el cuerpo de Frida Kahlo.
Autorretato dedicado al Dr. Eloesser 1940 En 1940, Frida viaja a San Francisco para someterse a tratamiento por consejo del Dr. Eloesser, a quien le regaló este autorretrato en agradecimiento. Los dolores de espalda se incrementaron y había contraído una infección de hongos en la mano derecha. Esto explica la presencia de la mano en el cuadro: en el pendiente y en la banderola con la dedicatoria. Los pendientes con forma de mano fueron un regalo de Picasso. Estas manos se relacionan con los "milagros" mexicanos, donativos religiosos que constituyen piezas de marfil, metal y cera que recrean partes del cuerpo para pedir curación al santo. El collar de espinas, motivo también cristiano que sustituye las joyas con ídolos, caracolas y flores de otras pinturas, simboliza el martirio del dolor y la liberación del sufrimiento al mismo tiempo. El fondo vegetal combina ramas secas con capullos frescos, subrayando el doble sentido de muerte y renacimiento.
Autorretrato con Bonito 1941 Se trata de un cuadro de doble lectura. Por un lado, Frida aparece vestida de negro, de luto, pues su padre, Guillermo Kahlo, acababa de fallecer; por otro, el colorido, la vegetaciĂłn y la presencia de seres alados connotan vida. No apreciamos las joyas ni los adornos habituales en Frida, su aspecto es austero, triste. En su hombro se posa su loro Bonito, que tambiĂŠn habĂa muerto recientemente. Pero la presencia de las orugas y de la mariposa, que simbolizan la metamorfosis del alma, equilibra la tristeza de la pintura. Se trata, pues, de una pintura de muerte y de vida.
Autorretrato con trenza 1941 Tras divorciarse de Diego Rivera, Frida se cortó su abundante y larga melena. Quería con ello expresar el repudio de su feminidad y el profundo dolor que le había causado el amor. Cuando Frida y Diego volvieron a casarse un año después, Frida expresa de nuevo su estado de ánimo a través del cabello. El cabello ausente es reemplazado por una complicada trenza tejida que sugiere un ocho en horizontal, es decir, es símbolo del infinito. El hilado y el tejido, iconos asociados a lo femenino, restauran la ruptura del cabello como hilo del tiempo, de manera que Frida parece estar indicando que todo es cíclico y que, tras la destrucción -o la muerte- acontece la creación, la nueva vida. El peinado es similar al utilizado por las mujeres indígenas del Norte de Oaxaca. La envoltura vegetal, casi vestido, con hojas de acanto refuerza la metáfora temporal, ya que esta planta simboliza la eternidad por su manera perseverante de crecer y de enredarse.
La columna rota 1944 La riquísima fauna y flora de los anteriores autorretratos de Frida ha desaparecido. Ahora nos la encontramos sola, en un paraje yermo y desértico, bajo un cielo que anuncia tormenta. Frida tuvo que volver a llevar un corsé de acero para sujetar su columna vertebral. Y el inmenso dolor que padeció lo refleja en la rotura de su cuerpo, en la piel claveteada y en esa columna doble (la vertebral y la arquitectónica) a punto de desmoronarse. No obstante, si observamos atentamente, en sus pupilas advertimos dos palomas en vuelo. Frida aún albergaba esperanzas en mitad del sufrimiento. Y así lo escribió en su diario: "Esperanzas con angustia retenida, la columna rota y el inmenso panorama sin caminar el vasto camino... moviendo mi vida creada de acero."
Autorretrato con changuito 1945 Puede parecer que estamos ante uno más de los retratos de Frida rodeada de animales, pero este se caracteriza por las múltiples miradas. No solo Frida mira frontalmente hacia el espectador. Ahora también lo hacen su moño y su perro -al que llamó Señor Xólotl-, mientras que el ídolo precolombino está de perfil. Predominan los colores ocres y negros. Un lazo amarillo enlaza a las cuatro figuras y se enrolla alrededor de un clavo incrustado en las nubes. El lazo rodea el cuello de los cuatro. Pero también rodea la firma y fecha del lienzo. El "ixcuincle" es un tipo de perro precolombino casi extinto hoy. Antiguamente existía la tradición de sepultar al ixcuincle con su amo cuando este fallecía, para que lo acompañara en el más allá. ¿Acaso Frida había enlazado a los cuatro para expresar su extinción, su muerte futura? Quizá sugiere la necesidad de evitar el olvido tras la muerte, de ahí la reunión de símbolos del pasado (ídolo) y del presente. Un presente caracterizado por el deseo (mono), la lealtad (perro) y el arte (la firma).
El venado herido 1946 Uno de los cuadros más hermosos y a la vez más inquietantes de Frida Kahlo. Tras someterse a una dura operación de columna en Nueva York, Frida siguió sufriendo fuertes dolores que la condujeron a una aguda depresión. Se retrata aquí como un ciervo herido, asaetado en mitad de un frondoso bosque. Frida tenía un ciervo, Granizo, que sirvió de modelo para el cuadro. La androginia y la reunión de contrarios asoman de nuevo, pues Frida aporta su rostro al cuerpo de un ciervo macho con enorme cornamenta.
Autorretrato con el pelo suelto 1947 La salud de Frida había empeorado considerablemente, pese a las numerosas operaciones a las que se había sometido. Hay quien dice que a partir de esta fecha comenzó "el principio del fin". Nos encontramos ante una Frida más débil y delgada y, a pesar de su cabellera abundante (símbolo de lo femenino y de la fortaleza) y de su ligera sonrisa, su mirada revela su fragilidad. El cartel de la parte inferior del cuadro indica que tiene 37 años, cuando en realidad tenía 40. Frida sigue promoviendo la leyenda acerca de la fecha de su nacimiento.
Autorretrato 1948 Uno de los dos autorretratos en los que Frida aparece con el tocado tradicional de tehuana. El volante de encaje que rodea toda su cabeza crea la sensación de estar atrapada. Tres lágrimas resbalan por sus mejillas, simbolizando el dolor y el sufrimiento acumulado a lo largo de los años, además de ser un guiño a la Virgen de los Dolores. El cuadro era un encargo del doctor y amigo Samuel Fastlicht, a quien le escribió en una carta: "Quizás no te gustará en absoluto... Me gusta porque es la expresión exacta de mis emociones."
Frente a mi espejo
PLAN DE PATRIMONIO CULTURAL EN EDUCACIÓN IES MIGUEL FERNÁNDEZ
MELILLA,2014