I M P A S S E pseudònims n. 45
EDITORIAL
Ahí estás. Suenas igual que el viento entre los árboles. Eres el abismo de la hoja en blanco. Eres los minutos a la espera de un autobús. Estás ahí cuando aguardas la llamada y cuando caes en el momento ineludible de un beso insinuado. Tu eco surge en un “hasta luego” que se hace eterno. Desde el otoño y la primavera, prometes el invierno y el verano. Te insinúas en palabras que se dirán mañana o nunca. Eres bendito. Eres maldito. Eres un impasse.
EN AQUEST NÚMERO
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I M P A S S E pseudònims n. 45
#26
#11
#32
El lector de microcuentos debe saber que un argumento sólido no le entraría en la cabeza y uno muy sutil se le escaparía.
#03
Nuestra habitaci贸n vac铆a, en plano fijo.
#14
Nuestra habitación vacía, en plano fijo, esculpida en el tiempo. Presente, pasado y futuro, congelados en una circularidad sin fin. Una pequeña muerte aceptada. Un excedente de vida.
#05
#27
c
#36
cuando pienso que sĂ
ara
#40
#38
Verde, ámbar, rojo, verde ámbar y rojo y verde y ámbar y rojo de nuevo. Esos seres inanimados no duermen. Incansables, cumplidores, regulares, precisos, metódicos y malditamente fieles juegan a ordenar el caos de innumerables ciudades. A los automóviles en Amberes, a los tranvías de Marsella, a los remixes en Buenos Aires, a los peatones en Beirut, a los ciclistas en Barcelona. Bocinas impacientes, cigarrillos que se encienden, perros que mean, individuos que se miran, corredores de footing que calientan, niños que se atan los zapatos... Desde su temprana adolescencia sentía un curioso interés por los semáforos en rojo. Le chiflaba contar la historia de Montse y Ezio. Rambla Catalunya con Mallorca. Ella bajaba hacia el centro de la ciudad y él andaba perdido buscando una galería de arte. El extranjero aprovechó el ámbar parpadeante para acercarse por detrás a esa rubia y rizada cabellera y preguntarle por Consell de cent. La mujer, que pretendía cruzar aprovechando los últimos instantes de ese centelleo, se detuvo. Se miraron unos segundos en silencio. – Todavía te quedan un par de manzanas. Sígueme, voy en esa misma dirección — dijo la muchacha. – Gratsias, creo que soy perdido — respondió él sonriente. Mientras esperaban nerviosos la llegada del muñequito verde ambos sintieron un cosquilleo genital. La atracción era mutua. Dos calles no son suficientes —pensó ella— ¿Cómo resolver esa tensión mágica en apenas 200 metros?
Tenían las piernas tan largas que sin darse cuenta llegaron al cruce con la calle que les separaría, pero entonces el generoso semáforo les regaló un nuevo rojo y recruzaron-se sus pupilas en el mismo instante en que se atropellaban sus voces. Era el deseo que ya ardía en ellos. – ¿Puedo invitarte a un ...? — balbuceó él. – ¿Eres ita...italian...? — tartamudeó ella. Callaron, se miraron, sonrieron. Atravesaron el paso de cebra. Ella aceptó tomar el café, él suspendió su cita con el galerista. Dos horas más tarde sus cuerpos se fundían en una cama con sábanas blancas mientras las hélices del viejo ventilador colgado del techo jugaban a perseguirse contra el viento que ellas mismas creaban. El mismo rojo de aquellos objetos de puntualidad matemática que había unido a Ezio y a Montse torturaba a la muchacha de ojos almendrados cada vez que la sorprendía en cualquier rincón de la ciudad, a cualquier hora. El mismo rojo pasión que solía encender sus labios, jugosos como la uva, para aliarlos con los de su amado en cada intersección urbana. Ese mismo carmín eléctrico que antaño duraba un fugaz instante era ahora eterno y tremendamente impertinente. El mismo bermellón estridente que fue beso era hoy lágrima. Las gotas de lluvia de aquel frío sábado de marzo impactaban sin piedad contra sus mejillas y resbalaban, confundidas con las lágrimas, por su rostro helado mientras conducía su pequeño ciclomotor azul. Llevaba casco sin visera y le resultaba difícil mantener los ojos abiertos. Avanzaba con cautela por el carril bus deseando que los semáforos la obligaran a detenerse. Con voluntad invocadora tarareaba ese tema de Ornella Vanoni y Vinicius de Moraes. Dos examantes tropiezan en el rubescente de un semáforo demasiado tiempo después de su ruptura. Nostalgia, temor y deseo se apoderan de ambos mientras intercambian palabras banales, frases absurdas y falsas promesas de un reencuentro que nunca llegará. Esa canción dialogada, ese encuentro furtivo que tantas veces ha imaginado vivir, consciente de que, sin embargo, tampoco nunca llegará.
#29
W e ro n i k a
V ĂŠro n i q u e
#37
Me adentro tan profundo como sea posible, con la certeza de saber que al final no habrĂĄ ninguna salida. Y continĂşo, hasta descubrir que, a veces, es posible destruir el muro que nos separa.
#02
#31
Impasse: callejón sin salida, atolladero, punto muerto, estancamiento
Para U.
Estática milagrosa Momentos de vértigo y emociones Aterrorizantes y evocadoras por igual Se impone el avanzar ¿Pero hacia dónde? Si no tienes fe, le dijo, invéntatela Reconstruye el altar piedra a piedra Si no hay alegría, le dijo, pues lucha A veces el camino es el de la guerrera Si te sientes atrapada, le dijo, suelta Las cuerdas del colgado están en ti Busca Busca Cuando una está segura de todo, muere Tras la incertidumbre, viene la maravilla
#21
#08
#09
#15
Nosotros ya no. Pero otros seguirรกn jugando con las ruinas de nuestras ilusiones.
#10
#16
#20
impasse
#18 las palabras extranjeras pegan la lengua al paladar, las sílabas son rocas de hielo en la montaña, no puedes pasar ni arriba ni abajo. la calle es también una montaña de hielo, y no puedes pasar, los zapatos están pegados a la acera, al asfalto. quieres hablar, quieres decir algo, pero no tienes ninguna palabra. las palabras están en los bolsillos, escondidas en los zapatos, pero no puedes encontrarlas. bueno, tienes que hablar sin palabras. entiendes muy bien que la boca puede hacer muchas cosas: besar, escupir, lamer… la palabra es una montaña de hielo en la boca. y también la lengua. ¿cómo puedes deshelarlas?
#25
#33
#24 Com Sísif... ella puja amunt, muntanya del seu a dins, per precipitar-se costa avall quan gairebé és a dalt. Cada dia, li ofereix i destrueix l’oportunitat d’avançar.
At z u c ac
#01
#06
#13
Última ficción No negaré que me excita el hecho de saberme observada. Soy joven, de belleza tópica; lo natural es que cualquier hombre me admire. A veces me convierten en prisionera en una gruta salvaguardada por bestias, otras me visten de doncella y me invitan a lujosos banquetes. Según el día. En general, soy víctima de las más variadas fantasías. Y eso, no puedo ocultarlo, me resulta estimulante. Diría que forma parte de mi constitución. Sin embargo, no negaré tampoco que me siento sola, que yo también fantaseo con ellos. Mi única opción pasa por esperar a la próxima visita y conducir a mi onírico acompañante a cualquier paraje inhóspito. Alejado de su realidad, el escritor que me escriba no podrá volver de su última ficción.
#34
#44
#04
#23 No importa si existe o no, pero no querer encontrar una salida me parece la expresión máxima de satisfacción; un estancamiento ideal e incorruptible. ¿No es esta la suspensión que experimenta la viejecita que tomaba el sol en la Primavera de Robert Walser? Eso es lo que deseo, caer en un profundo pozo de satisfacción; un impasse de absoluta contemplación. Los sentidos saturados de placer y un cuerpo estático, una carne postrada ante el instante eternamente detenido del regodeo de un espíritu libre.
#41
#17
()
#12
Dijiste que no era más que un paréntesis en tu vida y te marchaste, como si nada. Yo en cambio sigo aquí, encerrado entre estas dos paredes cóncavas que no hay manera de escalar.
#30
#43
#28
Este hablar solo me parece un extraĂąo diĂĄlogo, y no es que las respuestas sean incorrectas, es que ninguna de las preguntas me parece la adecuada.
#22
J
#07
Jubileo Me ha dado por reírme como si tuviera motivo, cuando lo que tengo es esta sensación de arena en la boca. Quizá sea la cara que puso Gómez el motivo de mi risa. Como último gesto estreché una por una la mano de mis colaboradores, era lo que correspondía pero también lo que deseaba hacer, cuando le tocó el turno a Gómez el gordo se emocionó y puso esa cara tan cómica que todavía me tienta. El bueno de Gómez, mi mano derecha —pensar que empezó a mi lado, un pibe flaco como un tallarín que apenas sabía atender el teléfono—. Después me fui de la fábrica con el mismo andar que mantuve durante treinta años, expresión de aquí no pasa nada, me jubilo, me jubilan, y qué. Un azote de viento y arena golpea la silla donde estoy sentado, me golpea. Sin embargo, mi mujer no sabe que aguanto un temporal así que debe ser por la risa que está llamando a emergencias.
#42
#35
#19
R A FA E L Qué sabrán ellos. Qué sabrá nadie de lo que soy o no capaz de hacer. No voy a hacerme mala sangre con ellos porque no merece la pena que malgaste un minuto de mi, por otra parte, escaso tiempo. Ya lo comprenderán algún día. Así, a lo tonto, ya se ha puesto el pantalón. Enfila ahora la manga derecha de la camisa blanca que huele, como siempre, a lejía, a pesar de sus esfuerzos. Su María, su difunta María, sí que sabía hacerlo desaparecer. ¿Le estará viendo desde arriba? Quiere pensar que sí, y que se sentirá orgullosa de lo que planea. Ya le toca ponerse el pañuelico. Sale de la casa. Anda más despacio porque no ha cogido la garrotilla, no le va a hacer falta allá donde piensa ir. Mira el reloj y aprieta el paso para llegar a la puerta del vallado en la Plaza del Ayuntamiento, ¡Cuántas veces habrá hecho lo mismo! Que sí puedo hacerlo. Que en el tramo de Mercaderes, en la curva para tomar Estafeta voy a coger la curva por la izquierda: es el atajo más directo a las puertas del Cielo, o del infierno. Morir no debe ser difícil, lo difícil es vivir en este Impasse de la Peine en el que vive sin ella.
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