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Entender la muerte
Karina Becerra
Me llamo Eider, tengo 10 años, y esta es la primera vez que voy a un funeral. La hermana de mi papá falleció la noche del viernes 3 de julio, yo estaba dormida cuando le hablaron a mi padre para darle la mala noticia. Habían tenido que desconectarla del respirador después de dos semanas en estado de coma. A las 4:30 am desperté con el beso tierno de mi padre en la frente despidiéndose. -Los veo al rato en casa de tu abuelita Chuy, tu tía ya se fue al cielo- me dijo conteniendo sus lágrimas. En ese preciso instante mi cerebro no sabía lo que pasaba, ¿Mi tía en el cielo? ¿Cuándo va a regresar? ¿Por qué se fue sola?, esas y más preguntas daban vueltas en mi cabeza. Pero, lo más importante, ¿por qué mi mamá y mi papá lloran? ¿por qué no tengo lágrimas? Todas estas incógnitas tendrían una respuesta más adelante, no sabía en este instante que aún no llegaba el momento de quiebre, pues apenas comenzaba la travesía. Llegué a casa de mi abuela, donde preparaban el espacio para el velorio. Cada que alguien llegaba se abrazaban, salían algunas lágrimas y luego hablaban y hablaban, de algunas cosas que no comprendía. -Ya no había nada más que hacer, esperamos a que su mamá se despidiera de ella en el hospital y luego la desconectaron, dijo una de mis tías. Esas palabras resonaban en mi mente, la única que entendía era hospital, las personas van ahí para ser curadas, no para irse lejos de su familia. Mi tía estuvo internada 13 días, fueron los días en los que cada noche al llegar mi papá de trabajar, rezabamos, pedíamos que pronto saliera sana. Me dijeron muchas veces que rezar nos acercaba a Dios y él nos ayudaría a estar bien, él nos ayudaría para que mi tía regresara a su casa con sus dos hijos.
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Pero no ocurrió, mis primos estaban en su casa, solos, sin su madre, tristes, y hartos de no ver llegar a su mamá. Hartos de todas las palabras que solo eran eso, no les servían de nada ellos querían que su mamá no se fuera. A las 6:00 pm del 4 de julio, un silencio fúnebre invadió toda la sala, mi mamá me tomó de la mano y no dijo más. Yo miraba a todos los rincones, no veía más que cabezas bajas y lágrimas en los rostros de mis tíos y primos. Aún no salía ni una sola lágrima de mis ojos, al cabo de unos segundos de estremecedor silencio, por la puerta, que estaba del otro lado de la habitación, justo frente a mis ojos una caja de madera entró y no hubo un alma que lo soportara, uno a uno comenzaron a llorar desmedidamente. Fue hasta este punto, que mi corazón y mente entendieron lo que era morir. Significaba que ya nunca la vería reír, escucharía su tierna voz,ni la abrazaría. Nunca más. Las lágrimas por fin brotaron de mi ser, y no me podía contener, no paraban. Comencé a sentirme mal, me faltaba el aire, y de nuevo venían las dudas a mi mente. Mis primos, hijos de mi tía Alicia cayeron al suelo del dolor, en seguida mis tíos y mi abuelita también. Sentada con esa vista, seguí llorando. Pero al fin conocía lo que estaba sintiendo, sentía un enorme vacío y dolor, no se fueron durante toda la noche, tampoco dormí. Al día siguiente en el crematorio, al lado de mi padre destrozado por la muerte de su hermana, entendí la muerte; es dolorosa por algún tiempo, pero al final sanará; es inesperada, pero a todos nos alcanzará; es egoísta, pero nos brinda miles de recuerdos; es eterna, y justamente eso nos hará eternos. La muerte nos da una vida de ventaja, por ello hay que aprovecharla y vivirla al máximo, para que al final de nuestros días no duela tanto, pues lo que verdaderamente duele es lo que no hicimos, lo que no vivimos. Todo esto lo entendí a los 10 años, eso no quiere decir que ya no dolería cada vez que llegara a mi familia, sin embargo ahora sé que me falta aprender mucho más de la muerte y sobretodo de la vida, pues no pueden existir la una sin la otra.