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El amor nunca fue lo mío

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Amor confunso

Amor confunso

Yessica Canarios

Tenía 63 años cuando me di cuenta de que el amor no era para mí, no era porque yo no quisiera creo que solamente siempre llegaba a mi vida en momentos inoportunos, cuando eres joven parece que la vida es larga, que habrá mucho tiempo, con 20 años jamás pensé demasiado a futuro, quizá por eso me case con el primer hombre que me habló bonito y mostró un poco de interés por mí. De haber sabido que iba a terminar casada con un golpeador, jamás en mi vida le hubiera hablado. Pero después de tantos años de casada, como que una se apendeja, y no es que no me hubiera dado cuenta, pero para mí él era mi mundo. Ahora que lo pienso ni siquiera era la gran cosa, pero fue el padre de mis hijas y cuando las abrazaba a ellas, se me olvidaba todo el odio que le tenía por pegarme, me acostumbré a estar con él, pero el amor se perdió desde los primero años de matrimonio. Desde ahí supe que debía hacer algo, así que decidí inscribirme a la escuela de estilistas, empecé a trabajar en la estética de la colonia y todo lo que ganaba lo guardaba, cuando tuve suficiente dinerito ahorrado, agarré a mis hijas y me las llevé. Él les enviaba dinero y las podía ver cada quince días, ahora que lo veo es un anciano decrépito, hasta lástima me da, pobre hombre solitario y tan falto de amor. En el mercado dónde trabajaba había un café chino, iba ahí seguido a comer porque el buffet era bastante económico, comencé a ir con más frecuencia el día que noté la presencia de un hombre asiático, en realidad no tenía nada de atractivo, supongo que lo que me llamó la atención de él fue que era un hombre solitario. En ese entonces yo tenía 40 años, mis hijas se fueron de la casa y comencé a sentir de pronto la soledad, sentía que él y yo podíamos acompañarnos, el problema era que él no sabía hablar español, con

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trabajos sabía decir buenos días, en realidad eso fue lo que me gustó de él, nunca peleábamos y siempre me escuchaba, bueno me oía, porque no entendía nada de lo que decía. Con él pasé buenos tiempos, compartíamos el desayuno, después nos íbamos a trabajar, llegando del trabajo los dos cocinabamos y después de limpiar íbamos a la cama, y ahí en la cama era el único lugar en el que los dos podíamos hablar el mismo lenguaje, el lenguaje del amor. Ojalá me hubiera durado más tiempo el gusto, después de dos años de vivir juntos un día él ya no despertó, había muerto de un paro cardíaco en la noche. Me dolió cuando murió, había perdido a la persona con quien compartía mi soledad, en realidad no me deprimí tanto porque no lo conocí demasiado, con trabajos y sabía pronunciar su nombre, creo que lo que realmente me dolía era el sentirme sola, después de eso ya no quise saber más del amor, bueno del amor sí, pero no del amor de pareja, comencé a salir con mis amigas, mis nietos venían a visitarme a diario y comencé a consentirme más. Siempre me había gustado mucho bailar y sin embargo nunca había ido al Salón los Ángeles, así que un día me compré un vestido rojo con lentejuelas, me maquillé como nunca antes lo había hecho, me hice un peinado muy ochentero y fui a conocer el Salón los Ángeles al llegar me sentí muy cómoda, sabía que deslumbraba con ese vestido, la gente no dejaba de verme y yo me sentía soñada, espectacular, esa noche bailé como si tuviera 15 años. De pronto se acercó a mí un hombre de unos 60 años, alto, de ojos marrón, con unas cejas bien pobladas y unas manos enormes, me dijo que si le concedía el honor de bailar con la mujer más bella del lugar, le di mi mano y bailamos por mucho tiempo, de tanto bailar me dolieron los pies así que nos fuimos a sentar y tuvimos una plática amena que terminó cuando vi el reloj y era media noche, el tiempo se me fue volando, se ofreció a llevarme a mi casa, pero no accedí, había llegado sola a aquel lugar y así me iba a ir. Él pidió un taxi y apuntó su número en un papel, pidió que le avisará cuando llegará a mi casa, besó mi mejilla, me abrió la puerta del taxi, espero hasta que el taxi avanzará para irse. Todo el viaje estuve pensando en él, al llegar a mi casa le marqué y quedamos de vernos para desayunar al día siguiente. En el desayuno me contó que él no vivía aquí, solamente había venido a ver a sus hijas, en realidad vivía en Puebla y se dedicaba al campo, cuando me dijo eso pensé que aquello solamente 68

quedaría como una bonita historia de una noche y ya. Pero seguimos hablando por teléfono casi a diario, venía a visitarme cada mes, pero ni él quería dejar su vida en la sierra para venir a la ciudad, ni yo quería dejar la ciudad para ir a la sierra, sin embargo nos acoplamos bien, los dos éramos muy felices, nos sentíamos seres libres y cuando estábamos juntos compartíamos el amor que nos teníamos. Cuando cumplí 62 años me invitó a comer a un restaurante muy elegante, ahí me pidió matrimonio, me sentía la persona más feliz del mundo. Nuestra boda fue una ceremonia sencilla y muy hermosa, a nuestra edad nos habíamos enamorado de nuevo y nos juramos amor hasta que la muerte nos separara, a esa edad esas promesas no parecen tan largas, pero estábamos comprometidos a hacerlo realidad. Habíamos pactado irnos a vivir a un lugar en donde los dos nos sintiéramos cómodos, pero íbamos a darnos un año para poder organizar nuestras cosas y después irnos a vivir juntos. Un día llegó mi hija a la casa, dijo que debíamos ir a Puebla a la casa de él, no me dijo para qué, solamente me dijo que era muy importante, todo el camino fui recordando cada momento que viví a su lado, al llegar a la casa sentí como si algo se me clavara en el corazón, la puerta de su casa estaba llena de coronas de rosas con una cinta que decía. Descansa en paz, comencé a llorar como nunca le había llorado a un hombre, lo amaba tanto y ahora ya no estaba más. Una de sus hijas me contó que su papá se fue a acampar, una víbora lo mordió, la ayuda no llegó a tiempo ¡Maldita víbora! Ahora me he dado cuenta de que él fue el gran amor de mi vida, el primero y el último. Nuestro amor ha trascendido más allá de la muerte, por nada del mundo voy a dejarlo de amar aunque la muerte nos haya separado, porque el amor es más fuerte que el adiós.

No compartieron una cama No compartieron una vida Ahora solo comparten una tumba.

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