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Chinches

Yessica Canarios

La primera vez que escuche hablar sobre las chinches y su mal augurio tenía 11 años, en aquellos tiempos aún vivía en Tlaxcala, éramos siete hermanos y la pobreza en la casa era tanta que solamente había un colchón, ni siquiera tenía base, estaba el puro colchón protegido sobre una bolsa para que no se le fuera a meter el agua, en la cama a duras penas cabían mis hermanos. Mi padre y yo dormíamos en el piso, encima de una cobija. Tendría poco tiempo que mi madre nos había abandonado, se fue porque estaba cansada de que mi padre llegara todos los días borracho, durante mucho tiempo le guarde un rencor profundo, nunca la pude perdonar. Mi padre llegó un día borracho, llorando porque extrañaba a mi madre, en cuanto uno de mis hermanos preguntó cuándo volvería mamá, esa tristeza se convirtió en odio, le dio una cachetada y mandó a todos a dormir gritandoles como nunca antes lo había hecho. Pensé que si comía podría ayudarlo a sentirse mejor, le hice de cenar unos huevos fritos con frijolitos, en ese entonces era lo único que comíamos, cuando le serví la comida de pronto su semblante cambió, volteó a verme sus ojos brillaban y me sonrió, me dijo que no necesitábamos a mi mamá que yo ya estaba grande, además era muy abusada, podía hacer lo mismo o incluso más que ella, me dió un beso y comenzó a comer como si estuviera muerto de hambre. A la mañana mi padre se levantó temprano, fue a buscar unas gallinas y las trajo para que yo las guisara con mole, después de ese día todo empezó a ir mejor en la casa, mis hermanitos estaban aprendiendo muchas cosas en la escuela; a veces les ayudaba con lo poquito que pude aprender cuando fui, cuando estaba ayudándoles se me pasaba por la cabeza la idea de volver a estudiar para poder ser maestra, pero mis ilusiones se iban desvaneciendo entre tantas

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ocupaciones que tenía, hasta que un día me di cuenta que ya no tenía sueños, solamente quería que mis hermanos salieran adelante. Un día mientras dormíamos mi padre se levantó porque algo lo había mordido, revisó su piel, se puso blanco del susto, de inmediato fue a revisar a todos mis hermanos, ellos también tenían el cuerpo lleno de ronchas, mi padre me miró y dijo - Son chinches- suspiró -alguien se va a ir pronto-. Esa noche dormimos todos en el piso, mi papá le echó cloro al colchón, las cobijas y a nuestra ropa, todo quedó despintado, los vecinos nos empezaron a decir los pintitos. En la mañana sacamos el colchón al sol para que se secara. Apenas habían pasado dos semanas cuando mi hermano el más chiquito, Juanito, le dio pulmonía, no pudimos hacer mucho, el eucalipto no fue suficiente para salvarlo, murió y junto con él nuestra alegría. Quizá mi papá sintió que el mundo se le vino encima, lloró durante toda la noche y así siguió durante varias semanas, una noche me abrazó, se consoló en mi pecho, de pronto sus manos estaban sobre ellos, se quitó la ropa, quería que se detuviera, pero sabía que él estaba tan triste que sentí que era la única forma en la que hallaría consuelo, mi padre me violó y después de terminar me dio un beso en la frente, se dio la vuelta y volvió a dormir. En la mañana se fue a trabajar, tuve que fingir y hacer como si nada malo hubiera sucedido, estuve así por muchos meses, la luz que iluminaba mis días se fue, todo se volvió negro, lloraba mientras me bañaba, era el único lugar en donde nadie me veía, los meses fueron pasando y de pronto comencé a subir mucho de peso, una noche me dieron muchas nauseas, no paraba de vomitar. Mi padre me cargó y me llevó hasta la casa del doctor, me revisó y le dijo a mi papá: Espero que ya tenga esposo, porque su hija está embarazada. Mi padre se puso pálido, nos fuimos a la casa, hicimos de comer y después intentamos dormir. Habían pasado dos horas cuando algo me picó, estaban de regreso, habían venido las chinches una vez más. Esta vez mi padre no se despertó, volvimos todos a dormir. Toda la noche estuve acariciando mi

vientre, pensando que nombre le pondría, que haría con esta criatura, sentí en ese momento que era como un juguete nuevo, un regalo divino, se fue mi hermano Juanito y llegaría alguien a llenarnos de luz y darle alegría a la casa. En la madrugada mi padre comenzó a llorar, pensé que era de alegría así que lo abracé, él se levantó y se fue del cuarto, imagine que fue al baño, pero ya nunca regresó. Por la mañana, entré a la cocina, ahí estaba él con una cuerda sujetada al cuello y sus pies colgando, estaba frío, mis hermanitos comenzaron a llorar, no pude contener sus lágrimas, la habitación se inundó de tanto llanto. No dejaba de preguntarme por qué se había matado, ahora me doy cuenta de que siempre se arrepintió de haber intentado que yo ocupara el lugar de mi madre, tuvo demasiada culpa cuando se enteró que estaba embarazada, no pudo soportar esa carga y prefirió huir, antes de enfrentar sus errores. Las chinches me quitaron las esperanzas de vivir, toda nuestra ropa se había infestado, no había rincón en la casa libre de ellas, esa noche tomé una botella de gasolina, empape todo, incluso a mis hermanitos y a mí, prendí un fósforo, todo comenzó a consumirse por las llamas, solo pude gritar: ¡Pinches chinches! Me han arrebatado lo que más he querido, ya no podrán hacerlo más.

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