![](https://static.isu.pub/fe/default-story-images/news.jpg?width=720&quality=85%2C50)
3 minute read
Vives en mí
Karina Becerra
¿Cómo es posible que pueda extrañarlo a diario? ¿Sentirlo en cada paso de baile? ¿Escucharlo en cada juego de béisbol? ¿Verlo en cada nube del cielo? Así es como he tenido que conocer a mi abuelo Marcelino, así es como lo extraño todos los días, así vivo el amor de mi abuelo. El amor de los abuelos es inconmensurable, claro que he poseído ese amor, pero siempre me faltó el de él. A la edad de siete años, me pregunté por qué solo había escuchado historias de mi abuelito, tenía miles de preguntas acerca de él y para él. Fue difícil aquel día ver a mi padre llorar al decirme que nunca conocería a mi abuelo pues estaba en el cielo y hasta la muerte podríamos encontrarnos con él. Pero desde entonces no hay un día en el que no venga a mis pensamientos, esto puede deberse a todas las historias que he escuchado de sus hijos y algunos de sus nietos. Y hasta el día de hoy, no he saciado mis dudas. Hasta el día de hoy me pesa su muerte. Siempre había asociado la muerte con algo malo, con sufrimiento, y así lo viví por algunos años. Con el paso del tiempo he aprendido a apreciar esos momentos y enseñanzas que me ha dado la muerte de mi abuelo Marcelino. Pues creo firmemente que su vida no terminó aquel 8 de septiembre de 1984, ese día cambió de lugar su vida, pues empezó a vivir en sus hijos y nietos. El destino me llevó al mundo del baile, al mundo del son jarocho, no entendía por qué me gustaba tanto, no entendía qué era aquella sensación al bailar. Todo cobró sentido cuando mire entre el público a mi padre, pasmado y con lágrimas en los ojos, al ver a sus hijos bailar “El colás”, son jarocho que es parte de su niñez y de sus momentos al lado de su padre, escuchando y cantando a todo pulmón. Desde ese momento me he aferrado a bailar, me he aferrado a conectar con mi abuelo y bailar con él.
Advertisement
Marcelino un apasionado del béisbol, jugador, entrenador o espectador, no importa, esa fue su herencia. El béisbol lo acompañó hasta sus últimos momentos en la tierra, por su enfermedad empezó a tener alucinaciones. La ventana de su habitación en la planta baja del hospital, dejaba ver un jardín que para Marcelino en su alucinación terminal veía a un grupo de niños jugando béisbol, no paraba de darles indicaciones de como pegarle a la pelota y de sonreír viendo el partido de su vida. Escuchar a la multitud del estadio celebrar cada carrera, me llena de energía, de pasión y es inevitable sentir a mi abuelo al lado mío celebrando, es una forma más de tenerlo cerca y compartir algo con él. No puedo explicar como, no puedo comprobarlo, pero él está ahí, y no necesito más. Me gusta pensar que cuando dejó este mundo se fue al cielo, no solo porque lo diga una religión, sino porque así estoy segura que él siempre nos ve, él siempre nos acompaña, y lo más valioso, no importa en donde esté basta con mirar hacía arriba y reconfortarme con su presencia en las nubes y en el inmenso azul del cielo. Y como decía Maximilien Robespierre, la muerte es el comienzo de la inmortalidad. Con ella no viene el vacío total, la historia seguirá en todos los que nos rodean. La muerte no es tan mala como la pintan, la muerte nos quita mucho pero nos da más.