C A P Í T U L O n °1 UN CAÑADÓN “ C U E VA D E L A S M A N O S ” El cañadón del Río Pinturas posee a lo largo de su extenso recorrido numerosas pinturas rupestres, ubicadas en paredones, reparos y cuevas de roca, siendo la “Cueva de las Manos”, sólo uno de estos enclaves, aunque sí el que reúne la mayor cantidad y variedad de motivos pintados. Desde hace más de 9.000 años este cañadón proveía refugio y posibilidades de cacería a los antecesores de los tehuelches, convirtiéndose también en un lugar sagrado, donde mediante las pinturas en la roca se plasmaba la vida cotidiana como un pedido de abundancia para el próximo año. En 1999 “Cueva de las Manos” fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, que destacó su importancia como un conjunto pictórico único en el mundo por su antigüedad y continuidad a través del tiempo, la belleza y estado de conservación de las pinturas, la magnificencia de los conjuntos de negativos de manos y de escenas de caza, además del escenario natural que rodea al sitio. La “Cueva de las manos” es “descubierta” para la sociedad contemporánea recién en 1941, aunque desde el siglo XIX distintos viajeros, aventureros, exploradores y científicos habían recorrido la zona del Río Pinturas. El viajero inglés George Musters fue el primer hombre blanco en merodear el valle del Río Pinturas en el año 1881, pero no tuvo la suerte de dar con los aleros pintados. Musters, acompañado por un grupo de tehuelches del sur, llega al río Ecker –afluente del Pinturas- y en sus escritos califica al lugar como “país del diablo” por la dificultad para atravesar los cañadones. Algo similar le ocurrió más tarde, en 1904, a Clemente Onelli, el compañero de exploraciones del Perito Francisco P. Moreno. Onelli menciona un “Valle de la Pintura” donde “los indios una vez cada dos o tres años, van a buscar las tierras coloradas”. Señala también que las mujeres aborígenes trepaban por los alrededores para proveerse de tierras de colores, que luego amasaban al mezclarla con grasa de avestruz, con la que pintaban con dibujos las pieles de guanaco que usaban como capas o quillangos. Recién en 1941 un sacerdote llamado Alberto M. de Agostini llega a la “Cueva de las Manos”, comunicando el hallazgo a los diarios y mediante un libro ilustrado con sus propias fotografías. Ese mismo año llegan a la zona varios arqueólogos, como Milcíades Vignati, quienes publicaron las primeras noticias sobre el lugar en revistas especializadas. En 1964 el topógrafo y luego arqueólogo, Carlos J. Gradin (1918-2002), inicia las primeras exploraciones en el área de Cueva de Las Manos y a partir de 1973 comienza sus investigaciones científicas junto a Carlos Aschero y Anna Aguerre, con el auspicio del CONICET. Todos los conocimientos sobre este sitio tienen su principal 12