UNA HISTORIA SINGULAR

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UNA HISTORIA SINGULAR

Pluma Blanca


© 2007. Derechos Reservados

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I Corría el año de 1985, en un día de verano, el sol empezaba a declinar en el horizonte, iluminando con sus últimos rayos el paisaje urbano, la tarde anunciaba ya su final para dar paso al oscuro manto de la noche, con la luna por faro mayor y las estrellas como lunares brillantes, esparcidas al azar en un telón azul oscuro. Todo contribuye a iluminar las noches de esta ciudad, las luces artificiales comienzan a prenderse como pequeños puntos de luz terrestres a semejanza de las estrellas en el cielo, son como puntos luminosos, que a la distancia también disparan sus ases de luz, para formar un resplandor dorado, que envuelve toda la ciudad, como si esta estuviera encerrada en una urna brillante y luminosa. Es una ciudad de actividad febril, de tránsito caótico, con uno que otro edificio alto, que sobresale por encima de las demás edificaciones, como un chichón en medio de techos rojos de teja cocida, que marcan la arquitectura urbana de esta antigua y noble ciudad, enclavada en los andes. En esta urbe, radicaba un buen vecino, al que vino a tocar su puerta una señora de aspecto elegante, peinada con moño, maquillada, pintados los labios de un rojo púrpura, llevaba puestos unos pendientes que le resaltaban sus pequeñas y muy finas orejas, le daban aire vistoso y a la vez elegante. Muy recta y con aires aristocráticos, nadie dudaría que la dama es de alta alcurnia, su pose, su manera de pararse y hasta la forma en que dio los tres golpes a la puerta, con mucha delicadeza y coquetería, que a veces caen en lo cursi y no

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en lo normal sino en forzados movimientos, porque no resultan naturales, sino fingidos y estudiados. Mientras espera que contesten, mira por la ventana para asegurarse si hay alguien en la casa, quizá lo hace por costumbre o por curiosidad. No se debe olvidar que en ciertas personas, la curiosidad por lo desconocido, lo no visto, las mata, no pueden dentro de si con su ser, y se empecinan en saber o conocer lo que no les incumbe, están donde no las llaman, tan solo por simple curiosidad. La casa es de material noble, pintada de un color amarillo claro, pero por el tiempo que lleva de pintada, el color se ha perdido y semeja un amarillo muy pálido y en algunas partes, el color se pierde totalmente, mostrándose casi blanco, en otras la pintura esta empezando a descascararse, la casa es de dos pisos, la fachada del segundo piso luce igual que la del primer piso, con el color amarillo casi desteñido por el paso del tiempo, el efecto del sol le ha quitado a la pintura su color original y las paredes parecen perder identidad, y es que, el tiempo, no perdona a nadie; cualquier material por más resistente, termina cediendo a la fuerza del medio ambiente; la humedad, el aire, el frío, el sol, el agua. Le abren la puerta a nuestra dama, y está ingresa en la casa, no se ve al que la recibe, simplemente abre la puerta y la deja ingresar, da la impresión que la puerta se ha abierto automáticamente. Dentro de la casa, y a primera vista aparece la sala, algo iluminada por la pequeña ventana que da hacia la calle, la entrada de los últimos

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rayos de sol aún iluminan la habitación, conforme pasan los minutos estos se van retirando, dejando de iluminarla. El tiempo pasa rápido y la noche ha caído, el sol no alumbra más, la dama queda a oscuras. Al poco rato aparece un hombre de mediana estatura, algo grueso de contextura, cara casi redonda, con una pequeña barriga, que sobresale por encima del pantalón. Su primer impulso es apretar el interruptor, se enciende una bombilla eléctrica que cuelga del techo. La sala se ilumina y deja ver su mobiliario, muy antiguo y algo empolvado. Muy amablemente y haciendo un gesto reverente, con un tono muy cortés saluda a la dama diciendo: Buenas tardes. La dama sin dejar de prestar atención a lo que esta haciendo y con un gesto algo despectivo, contesta el saludo: Buenas tardes, Sr. Ortiz. Ortiz, se sienta en un sofá frente a la dama y pregunta: ¿Cómo le ha ido hoy a la señora? La señora responde: No muy bien, esta ciudad esta cada día más insoportable, el tráfico es un caos y el calor del día como que aturde. Sacando un espejo y un lápiz de labios, maquinalmente la dama empieza a retocarse el color de sus labios.

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Inmediatamente Ortiz, hace otra pregunta: ¿Qué asunto la trae por aquí? La dama después de pintarse los labios, en un acto casi maquinal guarda el espejo y el lápiz labial en su cartera. Y responde, sin pensarlo mucho: Un asunto de la mayor importancia. Sin dar tiempo de reacción a su interlocutor, agrega a lo dicho: Sabe, que en la mañana del día 24, se produjo un incidente que no puedo explicar, como sucedió... el hecho es que; de mi cuenta del Banco, alguien ha retirado una fuerte suma de dinero, me han robado o he sido suplantada. Eh… -algo sorprendido Ortiz con lo que oye, respondepero, que puedo hacer yo. Quiero que investigue el caso, usted ha sido policía, hace algún tiempo atrás y sabe de estas cosas. ¿Ya pregunto en el Banco quien fue? –Cuestiona el señor Ortiz. La dama le contesta: Si, me dijeron que fui yo; les dije que no podía haber sido yo, porque nunca me apersone al Banco para retirar dicha suma, incluso todo el día estuve en la oficina trabajando. La dama hablaba rápido como si alguien la apurase. Se mostraba nerviosa al decirlo.

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El señor Ortiz, pregunta: ¿No hizo una denuncia en la Comisaría? La dama responde, y le dice: Justo por eso estoy aquí, para que usted como antiguo policía que es, me averigüe quien ha sido o que fue lo que pasó. Pero ya no estoy ya en el servicio. Además hace ya algún tiempo que estoy retirado de las fuerzas policiales. Responde nuestro anfitrión, con rapidez. Eso no es motivo para que no sepa manejar este asunto. Le dice la dama con un tono de voz que denota cierto disgusto, y tras breve respiro, sigue hablando: No quiero a la policía metida en esto, quiero una investigación privada, y que el asunto quede entre los dos. Además usted me debe plata ¿cuándo piensa pagarme? Con esta última pregunta, Ortiz se vio puesto contra la pared, era conciente de que le debía plata, no podía negarse. ¿O le pagaba lo que le debía, o trabajaba para ella, averiguando el caso? Se le ocurrió una salida rápida a la encrucijada que le planteaba: Es que, aún no logro juntar el dinero... La dama replico enseguida: Si es así, para pagar esa deuda pendiente, va averiguar que pasó con mi dinero. A cambio le perdonare la deuda que tiene conmigo y algo más le abonaré por sus servicios.

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Pero señora... No soy el más indicado para este trabajo, en la policía, sólo trabaje en la Dirección de Tránsito toda mi vida, lo único que he hecho es dirigir el tránsito. Además, ¿cómo es posible que retiren dinero de su Cuenta Bancaria y el Banco no verifique la firma y no pida algún documento de identidad? o ¿No se den cuenta de que la persona que hace el cobro no es el titular? La entidad financiera perdería credibilidad cometiendo semejantes errores. Dicen que la persona era igual a mí, incluso llevaba el mismo peinado que uso, y como soy cliente de confianza del Banco, no dudaron que era yo en realidad y le dieron el dinero. ¿En efectivo o en cheque? Pregunta Ortiz. ¡En efectivo¡ La usurpadora insistió en recibir el dinero en efectivo. El tono de la dama se hacia cada vez más fuerte e impaciente. No queriendo decir nada más, la dama le dijo a Ortiz: No se hable más del asunto. Usted me hará el trabajo. Y como quien no tiene nada más que agregar y da por terminado un negocio, se levanto dispuesta a retirarse. Nuestro anfitrión también se para, para despedir a la dama. Pero antes, hace un último intento por zafarse del problema.

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Señora... –en tono casi de súplica- La deuda que le tengo, estoy a punto de cancelársela; en estos días estoy por recibir un dinero y con ello le saldare la cuenta, con respecto al otro asunto, existen personas más idóneas para este trabajo, además yo ya estoy algo enfermo y viejo para esto y no tengo la misma agilidad de antes, estos trajines de una investigación son algo agotadores. Sin responder a la suplica, la dama se dirigió a la puerta, jaló de la cerradura para abrirla, salió un paso afuera, para pararse debajo del dintel, dando la espalda a la calle, y en un último gesto, le dijo: Espero resultados, Sr. Ortiz, ¡Que tenga buen día! Y enrumbando calle arriba, la dama desapareció de la vista del Sr. Ortiz. Dejando oír en el silencio de la avenida, sus pasos, al andar con sus zapatos de tacón. Nuestro personaje, quedo pensativo por un momento con la puerta abierta, y en un movimiento casi automático, la cerró, mecánicamente, dirigió sus pasos hacia su habitación, se sentó en un sofá, ubicado en una de las esquinas de la misma y se quedo pensando por un largo rato, quizá pensaba en lo complicado del problema o en como haría para solucionar la nueva situación a la que se enfrentaba, como consecuencia de la visita de la dama.

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II

En otro punto de esta ciudad, una muchacha de aproximadamente veintiocho años, alta y esbelta, de figura delineada, pelo rubio largo, que le llega casi a la mitad de la espalda; que al ser iluminado por la luz de una bombilla eléctrica situada al centro del cuarto, emite reflejos dorados, haciéndolo lucir brillante, como hilos de oro. La chica anda muy inquieta de un lado a otro, con impaciencia, de rato en rato observa su reloj de pulsera, mira el teléfono, vuelve a dar vueltas, otra vez mira el teléfono, al parecer espera alguna llamada, por la insistencia con que fija su vista en el aparato telefónico, se diría que busca una respuesta y sólo la ha de encontrar cuando conteste la llamada que espera con mucha impaciencia. Timbra el teléfono y sobresaltada, despierta de su largo momento de meditación, coge automáticamente el auricular y con apuro dice: -Si, alo... Del otro lado de la línea, otra voz femenina le responde: ¿Si, alo… Karina? Aliviada de su impaciencia, respira profundo y contesta: Hola amiga, no sabes, tengo muchas cosas que contarte,

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pero no por teléfono, tenemos que vernos, oye que tal si vamos a algún lugar para hablar. La amiga le dice, notando su nerviosismo y lo apurado que habla: ¿Pasa algo Karina?, cuéntame, ¿Qué sucede? -No, no pasa nada, solo que quiero salir un rato, hacer algo, me siento como encerrada entre estas cuatro paredes... En sus palabras, y en su forma de hablar deja traslucir su nerviosismo y agitación, que no puede disimular, habla como si las palabras se le atragantaran en la lengua y tiene necesidad de botarlas de sopetón, de expresarlas, de decirlas, pero a la vez hay algo que no las deja salir, las dice con tal rapidez que le falta el aire al hablar, y tiene que respirar profundo para seguir hablando. Se diría que la persona está apurada, inquieta o algo la perturba, por lo que su hablar no es el normal. La amiga insiste: ¿Qué pasa, cuéntame? La muchacha no queriendo decir nada más, al ver la insistencia de su amiga en saber lo que le sucede, sale del pasó y le dice: -Te lo cuento personalmente, nos vemos en El Refugio, hoy a las 8, Ok. Y sin esperar respuesta por parte de la amiga, cuelga.

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La joven, no ha salido de su intranquilidad a pesar de la llamada, sigue dando vueltas en su habitación, ha desordenado una serie de papeles en la cama, entre ellos se puede notar un pasaporte, una bolsa negra, gruesa de plástico, que al parecer envuelve algo. Sigue paseándose de un lado a otro; para su interior se dice a sí misma: “Piensa, piensa”. Por fin, parece que se le viene a la mente una idea, sobre lo que va hacer, la joven coge la bolsa negra, el pasaporte y algunos de los papeles que tenía esparcidos sobre la cama, los mete en un bolso de cuero con hebillas y flecos; y sale tirando la puerta de su habitación. La muchacha calza unos tenis, pantalón ceñido que le delinea el cuerpo y hace resaltar aún más su ya exuberante figura, baja las escaleras, casi sin darse cuenta, y en poco tiempo se encuentra en la calle. Con paso apurado y sin fijarse en nada ni en nadie, absorta en su idea y lo que tiene que hacer, se dirige al centro de la ciudad. Esta, es una ciudad de aproximadamente unos trescientos mil habitantes, no muy grande ni muy pequeña, que parece que esta saliendo de un largo tiempo de atraso y sub-desarrollo, que la mantenían en estado inerte, y ahora despierta hacia un progreso y hacia un mundo más dinámico, mucho más exigente, donde la competencia

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diaria, impone normas, establece condiciones, y si no quiere quedarse atrás, frente a otras urbes, donde la vida transcurre en mejores condiciones, tienen sus habitantes que contribuir a ese desarrollo, las cosas nadie las regala ni caen del cielo, el tan ansiado desarrollo de esta ciudad esta en manos de sus habitantes, lo que exige sacrificios y el aporte de todos, cada uno en lo que mejor sabe hacer, aprender de aciertos y errores y construir un futuro, allá va esta urbe; hacia ese futuro soñado y al que todos aspiran. Por supuesto, la ciudad de la que hablamos, tiene su centro comercial, su catedral, su municipio, sus bancos y sus agencias, tiendas comerciales, un aeropuerto, una comisaría, un hospital y un cementerio. Es decir es una ciudad en ebullición constante, agobiada por el ir y venir de los acontecimientos. Y como en toda urbe que ha dejado de ser pueblo y que aspira a convertirse en una gran ciudad, que va dejando de ser el pequeño poblado con pocos ciudadanos, ahora emerge a un modo distinto de vida, más movido y estresante. Acoge en su interior toda clase de gente, y en esa mezcla de idiosincrasias y cultura, se funden valores, costumbres, tradiciones; también la mentira y el hurto, el bien y el mal. Sus habitantes no están exentos a este destino, con caídas y sobresaltos, la vida prosigue y no da tiempo a lamentos, sólo al diario vivir, de una rueda que no termina de girar, cada persona construye su futuro, se diría que cada uno es el producto de su pasado y su futuro es la suma que

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pueda hacer en su presente, entre la rutina, el hogar, el diario trajín y el trabajo cada habitante sobrevive a los avatares de su destino. Como todos los días ordinarios, cada personaje, anda ocupado en sus labores diarias, son pocos los que tienen tiempo, para verle la cara o percatarse del ánimo de la demás gente, cada quien hace su mejor esfuerzo y sigue para adelante. Claro, que, como en toda gran ciudad, donde se vive en sociedad, no pueden faltar aquellas personas que no tiene otra cosa de que ocuparse, que de la vida ajena, y hay veces gracias a estas personas, a las que el tiempo les sobra y la vida les regala años de ocio y aburrimiento, se dedican a transmitir secretos y chismes que no siempre hacen bien al prójimo; en la mayor parte de los casos, sólo logran crear rencillas o complicar un asunto más de lo que ya esta y complicar de paso la vida ajena, pero como en toda regla hay una excepción, a veces este tipo de gente, logra poner en claro muchas cosas, que tan solo por el hecho de andar ocupada en la vida ajena y metiendo las narices donde no les llaman, son enciclopedias muy bien ilustradas de la vida del vecino o del peatón que cruza la calle, saben mejor que nadie acerca del fulano que vive en la esquina o de aquel que vive en la calle Toribio Gonzáles, la cual queda a dos cuadras de donde residen.

La muchacha de la que hablamos, salió presurosa de su habitación, se dirigió a este centro urbano, donde el movimiento de la gente y el lugar mismo imponen otras reglas y determinan otra conducta. Allí la sociedad ha

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impuesto las interrelaciones personales a cien por hora, la rutina y lo cotidiano tiene lugar en cada oficina, en cada agencia de banco. Karina se introdujo en aquel bullicio de modernidad, o mejor diríamos en aquella selva urbana de casas, edificios, autos y gente. En cierto momento pareciera que este ritmo se atenúa o se detiene, pero no es así, lo que la calle parece mostrar, es lo contrario a lo que ocurre en cada entidad pública, en cada banco, en cada centro comercial, la muchacha ha apurado el paso, se pone a dudar de la certeza de su idea, pero finalmente decidida entra en una Agencia de viajes, como una media hora más tarde sale de la misma, con el mismo afán inicial, trata de encontrar un banco abierto, pero por las horas a las que anda, todos ya están cerrados. La noche ha caído, la luz artificial ahora ilumina las calles y avenidas, además todos los parroquianos al caer la noche y después de una ardua o liviana jornada de labor, sólo desean retirarse a sus casas. El trabajo, por hoy ha terminado, y a eso apuntan todos, salen apurados, cogen su movilidad o algún transporte público y van dejando las calles vacías, para dar paso a la noche, que con sus sombras y oscuridad, pone las casas y edificios como inmensos colosos fantasmales, grandes moles que parecen esperar calladamente, cobrar vida al día siguiente, reflejan sus sombras oscuras sobre las calles y avenidas, y si no fuera por la luz pública, estas se sumirían en la más completa penumbra. Al no encontrar una Agencia de banco abierta, y ocupada en buscarla, sin darse cuenta se le pasa la hora, el tiempo

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vuela como caballo desbocado, peor cuando se está ansioso o nervioso, el tiempo parece correr aún más de prisa, en el camino tuvo alguno que otro conocido para intercambiar palabras, la inevitable charla de un encuentro casual, que para ella, sólo significaba perdida de tiempo, así lo pensaba en su cabeza turbada y confusa. No prestaba casi atención a la charla, más pensaba en los asuntos que la tenían preocupada, contestaba de memoria a la gente que le hablaba. En todo este trajín, se acordó de su cita en El Refugio, nombre muy sugerente para personas como ella, que buscan un lugar para desfogar sus angustias, liberar sus temores; miró su reloj de pulsera, eran las 7:50, restaban diez minutos para el encuentro con su amiga. Pensó: “ya no tengo tiempo de regresar y dejar el bolso en casa”, más por la distancia, tomaría como media hora ir y volver. Decidió ir con el bolso, pero esto cambiaba sus planes, ella pretendía salir a relajarse, pasarla bien y disipar todas las preocupaciones que tenía metidas en la cabeza.

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III Una especie de taberna con decoración algo rústica, las mesas redondas y pequeñas, cuatro sillas por mesa, al sentarse, no queda mucho espacio entre la cara de una y otra persona, parece que al propósito se han diseñado así, para que las parejas que generalmente concurren al lugar pudieran hablarse sin levantar mucho la voz y susurrarse palabras al oído, como si de una cita romántica se tratara. Una música casi de ambiente, a bajo volumen, daba un aire de tranquilidad, con luces atenuadas por unas sombrillas y focos de bajo poder. El lugar lleva por nombre El Refugio, el dueño del local quizá le puso ese nombre para que sirva, como su mismo nombre lo dice, de refugio a aquellas parejas o personas solas que deambulan por la ciudad y desean encontrar un sitio de diversión y relax, escapar de la agitación urbana, hablar en voz baja o gritarlas a voz en cuello, decirse cosas al oído, desahogar sus penas o simplemente contar la historia de su vida, expresar sus sentimientos, dar paso a la espontaneidad de decir lo primero que tienen en mente; una tontería, algo sin sentido, o quedarse callado y suspirar, descargar toda esa ansiedad contenida que no cabe más, porque abulta y estorba el libre andar por la vida. Refugio de tristezas y alegrías, desfogue de esperanzas e ilusiones, de frustraciones, de sentimientos encontrados, en fin de todo aquello que se nos mete en la cabeza y si no se dicen, producen efectos nada buenos para el alma y el ser.

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Entro Karina en el lugar, un hola por saludo al que estaba tras el mostrador. Con una mirada rápida a todo el lugar, pudo notar que no había llegado aún su amiga. Al parecer la muchacha era ya cliente asidua del sitio, y conocía todos sus rincones y recovecos, así que pidió a uno de los que atendía, una bebida, ella misma se escogió un lugar, un poco apartado de la bulla y de la gente. El mozo, inmediatamente tomo nota del pedido y le trajo la bebida, la mesa que se situaba en una esquina de la habitación en que funcionaba el pub, tenia la ventaja de poder observar desde ese sitio todo el ambiente sin mucho esfuerzo. Todavía la gente no había llegado y el lugar se mostraba apacible y tranquilo. Esperó como unos veinte minutos, en este tiempo lo que hizo fue asegurar bien el bolso que llevaba y se lo colgó del hombro, no despegándose de él en ningún instante, se mantuvo así durante buen rato, nadie la interrumpió de la meditación en la que se encerró. Al sentarse tras la mesa, bebió un sorbo de la bebida que tenía servida y se puso a pensar. Estaba como desconectada de todo lo que sucedía a su alrededor, solo meditaba, pensaba, miraba sin ver, de rato en rato entraba alguien conocido, le saludaba con un movimiento de manos y seguía metida en sus cavilaciones. Pasado unos minutos, algún sonido fuera de lo común le hizo despertar de su letargo, de su largo momento de meditación, miró su reloj, eran las 8:20, el tiempo que había permanecido sentada allí y el largo

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trajín por la ciudad, le habían servido para tranquilizar sus ansias y liberar de cierta forma su preocupación. Volvió a escudriñar con la mirada el lugar y no reconoció a su amiga, se dijo para sí: “Seguro que ya no viene, la muy fanfarrona”. El lugar se iba llenando de público, entre turistas y gente del lugar. Al fin, pasados unos cinco minutos, reconoció a la persona que se aproximaba hacia ella, era la cara y silueta de su amiga. Le hizo señas con una mano, para hacerle notar donde estaba, la amiga la vio y se dirigió hacia ella. De cabellos cortos y negros, con un rostro de delicadas facciones y rasgos finos de mujer joven, piel blanca, ojos pardos vivos, labios pintados con un tono sensual y luciendo un traje sport ceñido, se saludo con Karina: -Hola Kari, me traes preocupada. Karina, ya con toda la tranquilidad del mundo, producto del ajetreo y la caminata; y de, el largo momento de meditación que la espera le permitió, no hizo caso a la preocupación de su amiga, y con una contestación esquiva respondió: Hola Jani, ¿cómo estás? La amiga sorprendida le dijo: Bien, pero a que viene tanto alboroto, por teléfono te note ansiosa, preocupada,

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¿parecía que algo pasaba? Incluso me dices, nos vemos en El Refugio a las 8, y me cuelgas. No pasa nada, sólo me sentía encerrada y quería salir, ando como loca de aquí para allá. Hoy para mí ha sido un día pesado y muy movido, solo quiero relajarme y conversar, ver gente. Cambiando bruscamente de tema, le pregunta: ¿Oye, y que tal con Miguel? ¿Piensas formalizar o estas estudiando para monja? La amiga, viéndola tan relajada, olvidó el asunto y le dijo, poniéndose seria: No se, creo que el muy mongo, esta jugando conmigo y no quiere nada serio. Es un vividor. ¿No me digas?, en su facha, no parecía Tú sabes, los hombres, te usan luego te abandonan, más si les das lo que quieren, como que ya no les interesas. Es cierto, a mi sucedió con Roberto, el muy imbécil, parecía muy formal, muy serio, chico de su casa, y había sido un maricón, muerto de hambre. La amiga de Karina, no conforme con la evasiva respuesta, se quedó con la curiosidad de saber el motivo de tanta ansiedad, le habían picado en su curiosidad de mujer, quería saber que pasaba, se acordó entonces, lo que había prometido contarle y para lo que estaba allí.

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Le hizo la pregunta en forma directa: ¡Oye!, ¿no tenías algo que contarme? Si, pero ya pasó –Respondió, como no dándole importancia. Para eso me traes aquí, yo salgo toda apurada pensando, que le habrá pasado a mi pobre amiga, y ahora vienes y me dices: Si, pero ya paso. ¡Ah no, chica! Tú me cuentas ahora lo que te sucede o te torturo hasta que me lo digas. Evadiendo el tema, Karina, no queriendo hablar de ello, le dijo: Tú me vas a torturar a mí... ja, ja, ja. Risas. Antes te dejo sin brazos y sin sangre en la cara, no me conoces. –Ríe de nuevo. La amiga empieza a distraerse con la gente que va llenando el lugar, y le dice: Oye aquel que esta parado en la barra, esta churro. ¿Que tal si nos acercamos? No vengas con tonteras, mejores cosas me han presentado. ¡Ay! la muy... Roberto, para ti lo máximo. ¿No? En tono algo burlón respondió la amiga.

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En el local empezaba a aumentar el volumen de la música y tal parecía que la noche y la diversión recién comenzaban, la gente iba llenando el lugar; y la bulla, los tragos, el cigarrillo y las parejas iban alegrando el ambiente, algunos ya se ponían a intentar pasos de baile, contoneando sus cuerpos o moviendo por lo menos la cintura. Las risas y conversaciones llenaban el lugar de bullicio y se oía como un fuerte rumor, que parece el viento lleva y trae porque aumenta y disminuye por momentos. Risas por allá, alguien que habla fuerte por otro lado, groserías y palabras subidas de tono de algunos, en fin como dijimos la noche comenzaba. Las dos amigas, pidieron algunas bebidas más, y como el alcohol no tarda en hacer su efecto, pronto, ya hablaban con risas y a voz en cuello, las bromas y palabras subidas de tono no tardaron en surgir por allí, un conocido también animado por las copas que llevaba ya encima, las reconoció y saco a bailar a la amiga de Karina, mientras ella, dejando el bolso colgado sobre la silla, charlaba alegremente con otras amistades y conocidos del medio. Olvidando todas las preocupaciones; la dos amigas se sumergieron en el ambiente de la vida nocturna, sus espíritus jóvenes, no les permitieron sustraerse a tan apetitosa tentación, juventud es sinónimo de alegría, diversión, risas, el joven es todavía inexperto en el arte del dominio propio, cuando tiene que asumir una responsabilidad, la olvida rápido o la pospone, esto le paso a Karina, sus prioridades cambiaron, las circunstancias se movieron y los actores también, no

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querer ser participe de ello, era renunciar a sus años de juventud, se reveló a todo propósito y dio paso a su corazón e instintos, así terminó metida en aquel mundo de diversión y felicidad juvenil, no tuvo que pasar mucho para que todo en aquel lugar estallara en risas, bulla, música y bebidas a discreción, para que fácilmente el ambiente les hiciera olvidar sus preocupaciones, y se sumaran al alborto general. Pronto la embriaguez del momento las hizo parte de la fiesta, las envolvió a las dos y se encontraron entre baile, risas, alcohol y amigos. El tiempo voló y ella, se acordó de su bolso y lo que llevaba en él, en ese momento estaba bailando animadamente con un cliente del lugar. Dejando a su compañero de baile, bailando sólo, se fue a ver si su bolso estaba donde lo había dejado, este ya no estaba allí, toda su algarabía, alboroto y diversión se cayo como se cae una casa en un terremoto, su castillo de naipes se derrumbó. En un instante pasó de la alegría a la tristeza, la desolación, el desconcierto. Su rostro cambió de expresión. Miraba por todas partes, a cada una de las personas presentes en el lugar, en un intento desesperado por descubrir al que había tomado su bolso, pero no halló a nadie sospechoso. Su amiga que también se divertía e incluso estaba en susurros y besos que sonaban a romance, en determinado momento, trató con la mirada de encontrar a su amiga también divirtiéndose, al no hallarla entre los que

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bailaban, se deshizo de su amigo, se acerco a la mesa y encontró a su amiga ocupada buscando algo. ¿Que buscas? –le preguntó. Mi bolso, estaba aquí colgado, ¡ya no esta! ¿Has venido con algún bolso? –le pregunto la amiga sorprendida. ¡Si! Y lo deje justo colgado del espaldar de la silla. ¿Yo no te vi con ningún bolso al venir? Karina, algo ofuscada por lo sucedido, le dijo con voz fuerte y casi enojada: ¡Te digo que tenía un bolso y lo deje aquí! Con este incidente, la fiesta para las dos amigas había terminado, Karina después de preguntar a una y otra persona del local, sobre el bolso y quien lo habría podido coger, al no hallar respuesta alguna dio por terminada la diversión, para ella este era su peor día. Desolada y sin esperanzas y con la impotencia de no poder hacer nada le dijo a su amiga: ¡Ya! Vamonos. La amiga como pudo se deshizo de su acompañante, quién se rehusaba a dejarla ir, tuvo que prometerle que se volverían a ver, haciéndole otra serie de promesas más,

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para que al fin la soltara y la dejara ir tras su amiga. Como pudo se desprendió de él y se fue tras Karina. Salieron del local, Karina estaba desolada por la perdida del bolso, la alegría de las horas pasadas se había desvanecido y balbuceaba palabras para si misma, pensando en voz alta y maldiciendo el mal momento. La amiga no entendiendo lo que decía, le pregunto: ¿Qué es lo que dices, no entiendo nada? Karina no contesto, y entre molesta y triste, le dijo: ¿No me preguntes nada? Solo quiero irme para mi casa y tú también ve para la tuya. Así las dos amigas, Karina y Jani se despidieron y se fueron cada una por su lado, Jani no quiso insistir, “otro día sabré que pasó”, pensó, después de todo ella no lo había pasado mal y sintió que le hacía falta, una noche así, y tras la despedida, tomó rumbo para su casa. Jani con la intriga de saber lo que le había ocurrido a su amiga y Karina con la desolación y tristeza de haber perdido todo lo que contenía ese bolso. Era la una de la madrugada de un día sábado

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IV

El sol empezaba a despuntar e iluminaba con sus primeros rayos, la ciudad amanecía hacia un nuevo día, era sábado, pero como todos los días había gente que no paraba en su trajín, incluso los fines de semana, era la oportunidad de hacer aquellas cosas que no se pueden hacer por la rutina del trabajo, poner en orden la cosas domésticas, no importa el día ni la fecha siempre es buena la ocasión para dedicar un tiempo al hogar, porque no solo el trabajo importa sino también las relaciones familiares, quizás empezar de nuevo, terminar algo que dejaste pendiente, quien sabe. Cada nuevo día es un motivo para mirar hacia adelante. Pero Ortiz, la noche la había pasado en vela, pensando en la propuesta, que el día anterior le había hecho la dama en mención, las últimas palabras de la señora cuando dijo: “Espero resultados, señor Ortiz”; aún resonaban en su cabeza. Y es que Ortiz sabía y conocía muy bien a la dama, de épocas pasadas, era una persona que se fiaba de la gente por los resultados que esta obtenía, odiaba la traición, podía ser leal hasta cierta medida, pero cuando las cosas no resultaban como ella esperaba, no tardaba la persona en enterarse de lo que era capaz de hacer. En alguna ocasión supo por terceras personas de que la mencionada señora, había contratado matones para darle su merecido al pobre incauto que se atrevió a desafiar su

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confianza. Chismes exagerados o verdad, lo cierto es que a Ortiz, no lo dejaba en paz aquel pensamiento. Despertó, como consecuencia de la bulla vecinal de la mañana, y aunque era fin de semana, era cuando la gente más laboraba dentro de sus casas, así, el bullicio de la gente se trasladaba del trabajo al hogar. Los niños, que ese día no iban a la escuela, no paraban de gritar y hacer bulla, sea con una pelota, sea jugando a la pesca o lo que fuere, pero haciendo ruido y armando alboroto. Al despertar, Ortiz, puso pies en el suelo, se dirigió al cuarto de baño, se quitó el saco del pijama que llevaba puesto, abrió la llave del caño de agua y se lavó la cara frotándosela una y otra vez, para ver si así terminaba de despertar. Por fin, recobro los sentidos y se fijo en su cabeza, habían aumentado las canas. Unas pequeñas ojeras se dejaban notar, consecuencia de la mala noche, en vela, toda la noche le había dado vueltas al asunto, Ortiz era obsesivo en ciertas ocasiones, y cuando algo le preocupaba de veras, se la pasaba noches enteras sin dormir, esa noche se la paso pensando en como haría para descubrir que había pasado en el Banco. ¿Se ahogaba en un vaso de agua o algo presentía Ortiz? Se vistió, con un pantalón de tela marrón claro, una camisa beige y una casaca. Bajo al comedor de su casa, allí encontró a Venedicta, una señora que le hacía las cosas de la casa y se encargaba de prepararle los alimentos, además de mantener limpia la casa, labor que

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no la hacia muy bien, porque como hemos visto, los muebles de la sala siempre andaban empolvados, el piso sin encerar o apenas pasado por cera. Ortiz perdonaba todo esto en Venedicta, ya que era una señora de edad; la había tomado como empleada siendo aún joven, Ortiz la consideraba como a su madre, con tal de que le tenga el desayuno y el almuerzo a la hora, y cocinará con buena sazón, a él le era suficiente para tenerla a su servicio, nunca se atrevió a llamarle la atención, en raras ocasiones lo hacía, y cuando la necesidad lo obligaba, le decía las cosas con tal respeto y consideración que más que una llamada de atención era una suplica para que no vuelva a pasar. Venedicta fue la señora que abrió la puerta a la dama la noche anterior, sin hacerse ver y casi oculta tras la puerta. Después de un frugal desayuno, Ortiz salió a la calle, tomo un autobús, que lo llevó al centro de la ciudad, por lo que sabía de la señora, ella guardaba su dinero en el Banco Sudamericano. A la agencia de aquel Banco se dirigió. En el trayecto iba pensando como hacer para que le informen acerca de lo sucedido con la Cuenta de la dama, más, sabía él, que ese tipo de información es confidencial y es necesario una orden judicial para tener acceso a movimientos de cuenta bancaria No alcanzó el tiempo y mientras pensaba, el bus ya había llegado al paradero en que debía bajar. Tomó la avenida transversal a la calle en

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que se bajo del bus, que era una vía de dos carriles de subida y bajada, la esquina en que se paro, el tránsito era controlado por un semáforo y un policía parado en la acera de enfrente, vigilando que todos los vehículos hicieran caso a las señales y cambios de luz que el semáforo anunciaba. La escena le recordó épocas pasadas, cuando él también cumplía la misma función. El oficial que hacia de policía de tránsito era muy joven, de aquellos que salen de la escuela de policía y recién empiezan a conocer las calles y su movimiento, cuando se está a cargo de mantenerla en orden, por supuesto que el joven policía, no reconoció en Ortiz, a un viejo colega; pero a Ortiz le recordó sus épocas cuando dirigía el transito al igual que el joven que ahora lo hacía y tenía que estar parado horas en medio de la calle, poniendo su mejor esfuerzo para que los automóviles circulen y no se produzca algún embotellamiento, de esos que dan trabajo deshacer porque se asemejan a un ovillo de lana enredado. Ya en la puerta de la entidad financiera, se le ocurrió hacerse pasar por un policía en servicio que andaba haciendo una investigación de rutina, rebuscó en sus bolsillos y para su suerte encontró un Carnet de Policía, con el se identificaría, aunque el carnet era algo antiguo, de repente daba resultado la estratagema y le brindaban información. Entro en el edificio, se percató del poco movimiento de gente, “fin de semana”, pensó incluso no encontrarlo

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abierto, pero sabía que los sábados, en la mañana solamente, atendían en las entidades financieras. Miro atentamente a su alrededor para descubrir alguna persona, algún empleado del banco, a quien pudiera hacerle las preguntas respecto al tema, quizá algún conocido o por lo menos amigo. Se le ocurrió primero informarse, ¿con quien podía hablar del asunto? Se acercó a una persona muy ocupada tras una maquina de escribir, tratando de redactar algún tipo de documento bancario. Muy cortésmente, le dijo: -¿Disculpe la molestia, pero me podría indicar alguna persona que me informe sobre un asunto que ando investigando? Y en un acto casi reflejo, de cuando andaba en el servicio activo de la policía, mostró por un instante casi fugaz, a la persona tras el escritorio, su Carnet de Policía, haciendo notar el escudo de la policía, que felizmente se resaltaba claramente. La persona interrogada, entre sorprendida por la pregunta y reconocer al personaje como de la policía, le respondió apresuradamente: Hable Usted con el señor Medina, es el gerente general. –Y siguió ocupado en su labor de redacción frente a la maquina de escribir.

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A otra persona, que la vio con fotocheck y en mangas de camisa, con la corbata algo estirada y suelta, le pregunto: ¿La gerencia general? Rápidamente le contestó: Segundo piso a la izquierda, tercera oficina. Y siguió su camino apurado. Ortiz se dirigió al segundo piso, antes de poder subir un agente de seguridad le retuvo, inquiriéndole: ¡Señor¡ ¿A dónde va?. –Con la seguridad de quien tiene autorización para dirigirse para allá, y sin titubear, respondió: Donde el Gerente, me está esperando. El vigilante lo dejó seguir. A los pocos pasos y siguiendo las instrucciones de la persona que le había informado anteriormente, se encontró frente a la puerta de la Gerencia General del Banco, una puerta impecablemente pintada y barnizada, con una placa de vinilo en el centro que decía: Gerencia General. La puerta se hallaba cerrada, se pregunto como haría para entrar, ¿y que diría al entrar? ¿De parte de quien venía? ¿Quién lo enviaba?, estuvo unos instantes en este trance, cuando la puerta se abrió y dejo ver la figura de un señor algo corpulento, con entradas prominentes en la frente, un pelo totalmente blanco, aparentaba unos sesenta a sesenta y cinco años. Vestía un terno gris y una corbata rojo púrpura, camisa blanca. Reconoció al instante al que tenía en frente y que salía ese momento, era su amigo de infancia Alberto. – Hola Alberto, ¿Te acuerdas de mi? –le dijo tímidamente.

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El personaje que salía medio sorprendido y tratando de reconocerlo y acordarse de quien era al que veía, reaccionó y con una amplia sonrisa, saludo a Ortiz: Por supuesto, Luchito, ¿Qué gusto? ¿Qué haces por aquí?, ¿Sigues en la policía? Ortiz, le responde y le dice: Ya no, estoy ya retirado. Así que ahora, me dedicó a los negocios. ¡Ah¡ Que bien, ¿Cuéntame acerca de eso, en que andas? Bueno, trabajando en forma independiente, tú sabes, recurseándome, la plata hoy en día no alcanza para nada, y con la miseria que recibo por mi retiro de la policía. Es imposible vivir con eso. Así es amigo, si figúrate que yo como abogado y asesor legal de este Banco, recibo unas propinas, ¿Qué mejor ni te cuento? Ando pidiendo crédito en la tienda, con la vieja esa que no quiere ya fiarme ni un cigarrillo. Así es la vida hermano, pero dime, ¿tú trabajas en este Banco? Por supuesto, hace mucho tiempo ¿Y que cargo tienes?

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Bueno, como te dije soy Asesor Legal de la institución, aunque te diré que no es gran cosa, pero de algo hay que vivir, sino... Oye, Beto, ¿Creo tú me podrías ayudarme en el asunto en que ando metido? ¿De que se trata Luchito? Tú sabes, aquí tienes una amigo para lo que sea, sólo que no sea para cuestiones monetarias, porque ahí sí me agarras pelado, ando debiendo hasta a mi vecina. No, no es cuestión de plata, es un asunto del que ando tratando de saber que paso. Lucho, que tal si vamos a un café que conozco por aquí cerca y me cuentas tu asunto, que ya es hora del refrigerio de las once. Efectivamente, mientras hablaban, el amigo de Ortiz, siguió caminando y Ortiz iba a su lado hablando con él, de tal forma que terminaron bajando las gradas que Ortiz hace algunos instantes había subido, se encontraron así en la puerta del Banco, con vista a la calle. El tránsito había aumentado un poco, ya la gente se ponía en movimiento, en la ciudad era un día de compras domésticas, muchos ciudadanos aprovechaban ese día para hacer las compras, algunos para mover el cuerpo con algún deporte, y se veía gente en ropa deportiva dirigiéndose a algún lugar de recreo y donde poder practicar su deporte favorito.

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El día estaba espléndido, un sol radiante brillaba en el cielo azul, con algunas pocas nubes algodonadas, el paisaje invitaba a un buen día de campo, a relajarse tomando aire fresco, en fin a pasar un momento agradable, pero Ortiz tenía que ocuparse del caso, no podía perder tiempo, para la señora los resultados de su investigación no esperarían, la dama seguramente para el próximo fin de semana, se presentaría y le iba pedir cuentas, y tenía que tener algo que informar, así, decidió empezar la investigación cuanto antes. Los dos amigos salieron del Banco, se dirigieron calle arriba a una cuadra y media de donde estaban, allí existía un lugar llamado Apolos cafetería restauran, lugar pequeño pero bien acondicionado, con mesas para cuatro personas, una maquina para elaborar café, una barra. Se sentaron en una de las mesas que estaba vacía. ¿Te sirves algo Luchito? Preguntó el amigo. La preocupación y la noche anterior en vela, le habían dejado sin fuerzas, así que decidió pedir un café. -Una taza de café. -Lo mismo para mí. Dijo el amigo al mozo, que ya se había acercado a la mesa para ver que iban a querer los señores.

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El café no tardó en llegar, con un aroma penetrante que se desprendía en todo el lugar y perfumaba todo el ambiente, en una de las mesas contiguas alguien encendía un cigarrillo, el humo del cigarro y aroma del café se mezclaban dando como resultado una mezcla peculiar, los dos aromas se esparcían en todo el lugar, provocando el paladar de aquellos conocedores a disfrutar de un buen sorbo de café recién pasado. El café para cierta gente, resulta agradable cuando se trata de hablar de negocios o de algún tema que exige despertar los sentidos, cuando la gente tiene tiempo para las relaciones sociales y la conversación productiva, aquella de la cual puedes dejar algo en claro. -Bien, -preguntó el amigo- ¿Para que soy bueno? Haciendo alusión a la ayuda que le había pedido anteriormente Ortiz. Distraído como estaba Ortiz, mirando hacia la calle, le sorprendió la pregunta de su amigo. Se había desconectado por un instante de todo. Pero habiendo captado el sentido de la interrogante, respondió: -¡Ah si! El asunto es el siguiente –le dijo – ayer vino a mi casa la señora Valenzuela, esa que tiene su casa en el barrio de San Mateo, ¿te acuerdas? -Ah si, ya la recuerdo. Una tipa muy especial, es cliente del Banco.

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-Justamente es con ella el asunto. -¿Qué ha pasado? Pregunta el amigo. -El caso es que a esta señora, yo le debo algún dinero, es una minucia, pero ya sabes como son estas viejas, si no les pagas a tiempo, ven la forma de cobrarte la deuda aunque sea en bienes o en chamba. La historia es que, la susodicha me ha encargado averiguarle quien ha retirado dinero de la cuenta que tiene en el Banco, haciéndose pasar por ella. -Eso es imposible. Le dice su amigo. -En primer lugar para hacer algún retiro de dinero en efectivo del Banco, se le pide al cliente su documento de identidad, además tiene que llenar una boleta firmada por el mismo y se verifica que la persona que retira el efectivo sea el titular de la cuenta y la firma coincida con la que registra el documento de identidad. -Eso pensé. - Le contesta Ortiz- Pero ella insiste en que alguien la ha suplantado y ha retirado dinero de su cuenta. -¿Y es una suma considerable? Pregunta el amigo. -No lo se. No se lo he preguntado.

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-Bueno Luchito, tengo que regresar a la oficina, porque estamos en reunión con el gerente para un asunto de embargo, deben plata al Banco y no quieren pagar. Hagamos una cosa, ven el lunes a mi oficina y tratare de ayudarte para resolver este asunto. Pero me parece que todo esto es un cuento de esa vieja. No creo que nadie haya podido sacar dinero de su cuenta, si no es ella misma. -Gracias Betito, el lunes estoy en tu oficina. El amigo salió apurado del bar, dejando algún dinero para cancelar el valor de lo consumido. Ortiz, después de apurar el café, canceló la cuenta y salió también del bar. La mañana estaba despejada y no presagiaba mal día. Algo transitada la avenida, Ortiz decidió regresar a su casa. Esperaba que su amigo, le pudiera ayudar, con esa confianza emprendió el camino a casa.

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V

Al otro lado de la ciudad en una zona deprimida, por una calle polvorienta, que solo tiene aceras a los costados para los peatones, con casas de adobe, algunas por lo antiguas tienen la fachada medio inclinada, como si el paso de los años pesará aun en los inmuebles con mucho tiempo de construidos, personas no bien intencionadas, merodean estos lugares, y aunque esconden su verdadera cara en ropa elegante, salen bien vestidos, no siempre lo que se ve por fuera, es lo que se lleva por dentro, por este sitio, camina un personaje, que se sabe vive por allí y los vecinos de esa zona parecen conocerlo, nuestro viandante, camina presuroso y con cautela por una de las aceras de la calle. El lugar es pura tierra y las casas parecen que hubieran salido de un terremoto o estuvieran en reconstrucción algunas de ellas. Sus ventanas con marcos de madera, techos de teja, paredes de adobe. Nuestro personaje anda con sigilo, como escondiéndose de alguien o de algo, pereciera que lo persiguen, por ahí, un conocido le saluda y le dice: Hola. Se sobresalta y no contesta al saludo, solo emite un sonido a manera de saludo. El peatón sigue su camino, sin prestarle atención. A unos cien metros detrás de este parroquiano, una muchacha cubierta la cabeza por un gorro de lana, pero que deja ver una cola de pelo rubio, con pantalones de mezclilla algo gastados, zapatillas y un polo algo suelto,

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camina a paso lento y pausado, como quien pasea por la calle. El viandante se encuentra como a mitad de cuadra, sigue andando hasta que llega a una esquina, se halla como perdido por lo sigiloso y desconfiado de su andar, no sabe por donde ir, por fin decide doblar la esquina, la calle esta desierta, solo un perro que cruza, y asustado al ver a nuestro personaje se desvía de su rumbo y toma otra dirección. La muchacha del gorro y la cola de pelo rubio, sigue andando y unos instantes después, llega a la misma esquina del viandante. Se detiene un momento, disimula, observando el paisaje, como un vecino más del lugar. Como a diez metros el hombre se detiene y toca la puerta de un cerco de adobe, espera un momento, al ver que nadie contesta, vuelve a golpear con insistencia, por fin se abre la puerta y este entra. Se oye una voz de mujer que empieza a discutir con él, como reclamándole por algo. Al cerrarse la puerta, la conversación se desvanece y solo se escuchan murmullos y alguna que otra palabra suelta dicha en voz alta. La muchacha que se encontraba parada en la esquina, al entrar el hombre por esa puerta, empieza a caminar en dirección a ella, pocos pasos después se encuentra frente a la puerta por donde ha entrado el hombre aquel. Mira la puerta, mira los alrededores y sigue su camino, finalmente se pierde de vista por una de las calles polvorientas y sin pavimentar del lugar.

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VI

Son las diez y treinta de la noche, un viento frío corre por la ciudad que penetra hasta los huesos, es sábado y la ciudad se dispone a cesar su frenética actividad para dar a sus habitantes un respiro, para el descanso semanal, para recuperar fuerzas, para descansar, para pasar el día dedicado a la familia que durante la semana ha quedado descuidada. Y mientras algunos duermen, otros se disponen a salir para divertirse, relajarse, después de la ardua semana de labor, entre los muchos ciudadanos que se disponen a salir, está el hombre que vimos entrar por la puerta de ese cerco de adobe. En realidad se trata de un hombre de unos 32 años, más o menos, de mediana estatura, dentro del promedio de los habitantes de esta ciudad, tez trigueña, cabellos negros, cortos, ojos negros que parecen dos aceitunas dentro de un fondo blanco, ni muy delgado, ni tampoco gordo, algo macizo y en ciertas partes parece contra hecho, pues, sus piernas son algo más cortas que su cuerpo o al menos dan esa sensación al mirarlo, con un traje totalmente negro, excesivamente perfumado, al extremo que el olor del perfume se desprende por toda la habitación, se dispone a salir, cuando una mujer algo menor que él se interpone en su camino y lo interroga diciendo: ¿A dónde vas? –en un tono áspero y seco.

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El muchacho responde y le dice: No me molestes. La mujer replica: ¡Mira Wilfredo!, si hoy también sales, no me encuentras acá a tu regreso, yo me voy, porque no voy a soportar a un irresponsable, que no sabe asumir su rol, además solo sirves para andar borracho, de juerga en juerga, algún día te van a encontrar muerto por allí, si sigues con esa vida… El joven sin prestar atención a lo que le dicen, se pone una chaqueta y se dispone a salir, la mujer trata de impedirle la salida, diciéndole en tono enérgico: ¡No, hoy no vas a salir! El hombre, con un solo brazo y con fuerza la retira del sitio y se dirige a la puerta, la mujer en un esfuerzo inútil trata de retenerlo jalándole de la chaqueta, pero no logra su propósito, el joven sigue su camino a la puerta y de un solo tirón libra su chaqueta de las manos de la mujer. Finalmente alcanza la puerta, antes descrita y se encuentra en la calle, la mujer sin fuerzas y desairada se ha quedado inmóvil y sin reacción ante la actitud del que es, su marido. Ya en la calle sin pavimentar, y solo con veredas, camina pegado a la pared, como viste de negro es difícil distinguirlo, resultando un perfecto camuflaje para la noche oscura, como el alma de aquel que camina en tinieblas. Al parecer, a Wilfredo criado en un hogar de padres separados, nunca le enseñaron que la vida no es pura fiesta, y que llegado el momento, se tienen que

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asumir obligaciones, para las cuales Wilfredo no estaba preparado. Caminaba nuestro joven personaje por la acera de esa calle polvorienta; mientras camina, de su chaqueta saca una cajetilla de cigarrillos, se pone uno en la boca y lo enciende, el humo se eleva formando pequeñas aureolas en el nocturno ambiente de la ciudad. Dobla la esquina que horas antes había tomado para dirigirse a su casa. Camina distraídamente, la oscuridad de la noche le hace entrar en confianza consigo mismo, no así el día, porque como vimos, de día camina con temor, como quien se siente culpable y ha cometido una falta grave, la inseguridad hace presa de él, la luz del día pareciera que lo descubre, lo deja desnudo y sin defensa, no le permite ser él mismo, su alma y su conciencia tiemblan y siente que lo miran con esas miradas penetrantes que calan hasta lo más hondo del alma, encontrando y descubriendo sus más íntimos y guardados secretos. La noche en cambio es para él un escudo protector, se esconde bajo la oscuridad, piensa que a la luz tenue de los faroles de la calle nadie va notar su verdadera forma de ser, entra en la confianza de aquel que prefiere las tinieblas a la luz, ¿será que una conciencia negra y un alma desorientada, busca siempre, como un imán atrae a otro, las tinieblas? Así, confiado y seguro iba Wilfredo, sin percatarse que a pocos pasos de allí, la sombra de una figura humana se dibujaba en el suelo, alguien se encontraba al acecho, bien pegado a la puerta y protegido por la oscuridad de la calle y el dintel que sobresale de la puerta, que cubre perfectamente la

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figura del personaje, oculto allí, casi sin respirar, como fiera al acecho de su presa, cateando cada movimiento. Cuando Wilfredo se esta acercando; como está, todo distraído, no se da cuenta que alguien le está esperando, y sorpresivamente es presa de una zancadilla, un golpe en la cabeza con un objeto contundente, termina por derribarlo al suelo, con tal rapidez se dan los movimientos, que Wilfredo cae aturdido al piso a punto de desmayar, cuando, siente que alguien le cae encima con todo el peso de su cuerpo, lo maniata, le coge el brazo y se lo dobla por la espalda, torciéndoselo hasta hacerle sentir dolor; Wilfredo cae de bruces y se golpea el mentón de la cara contra el pavimento de la acera, trata de reincorporarse apoyando el brazo que le queda libre, sobre la acera; pero es imposible, alguien está encima de él y torciéndole el brazo por la espalda y cada vez que intenta reincorporarse o zafarse, su agresor aplica más presión sobre él y le dobla el brazo más y más hacia la parte superior de la espalda, haciéndole sentir dolor, pareciera que intenta partírselo en dos. Además el peso que intenta levantar, aumenta a cada intento de incorporarse que realiza. Después de mucho forzar y como caballo encabritado tratando de botar a su jinete. Por fin cae rendido, y así de espaldas como está, solo logra ver unas rodillas de alguien que viste pantalones de mezclilla. Wilfredo no ha logrado sacarse de encima a su agresor. La calle esta desierta, ni una triste alma, circula en ese momento por el lugar. Cuando Wilfredo sin fuerzas y

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extenuado, esta a merced de su agresor, oye una voz disfrazada, tratando de ser lo más gruesa posible, que le dice: Maldito cabrón, ratero de mierda, donde está el dinero que me sacaste la otra noche. Wilfredo responde: No se de que habla, yo no le he robado nada. Además no le conozco. ¿Quién es? El agresor que lo mantiene maniatado, con la palma de la mano le da un golpe en la cabeza que hace que su nariz y su frente den contra el pavimento, a la vez que le tuerce el brazo provocándole dolor. Wilfredo se queja de que le esta lastimando. El agresor sigue diciendo: No mientas, el otro día tomaste un bolso, contenía bastante dinero, devuélvelo, miserable ladrón o te rompo el brazo aquí mismo. Wilfredo viéndose sin posibilidad de defenderse y ante las circunstancias, dice: No tengo lo que dice, pero si busca dinero tengo algo en mi chaqueta, si quiere tómelo. El agresor poniéndole la rodilla en la espalda y sujetándole el brazo por detrás, le rebusca los bolsillos de la chaqueta, en uno de ellos encuentra un bulto, envuelto en un bolsa plástica negra, se lo arrancha con tal furia que desgarra la tela, rompiendo el bolsillo de la chaqueta. Con una sola mano tantea el paquete y se lo guarda. Coge el otro brazo de Wilfredo y lo lleva detrás de su espalda; Wilfredo siente que le están amarrando las manos, cuando intenta moverse la rodilla del agresor

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sobre su espalda lo devuelve a su posición, cuando ya lo ha amarrado fuertemente, le venda lo ojos con un puñuelo. Wilfredo queda en total penumbra. Finalmente le dice: Te voy a estar observando, si intentas moverte, tengo aquí un revolver, no dudare en volarte los sesos de la cabeza. ¡Entendiste! ¡Cabrón! Wilfredo, sin entender nada e indefenso, dice: Si, si, si. Por fin siente que su agresor se retira y lo deja, amarrado de manos y vendados los ojos, en plena calle de ese desértico y desolado vecindario, es una noche donde luna llena, la luz plateada de la luna lo hace aparecer como un bulto negro, en medio de la acera, alguien que hubiera pasado ese momento por allí, lleno de miedo probablemente habría huido del lugar, pensando que era algún delincuente o un borracho tratando de reincorporarse. Wilfredo a duras penas pudo incorporarse, solo con la ayuda de sus piernas que habían quedado libres, se dirigió a tientas a una esquina, trato de soltarse de sus ataduras, pero no pudo, para su suerte el trapo con el que le habían vendado los ojos, no estaba bien amarrado y se le deslizó de la cara al cuello, cuando por fin pudo ver la calle, esta seguía desierta, trato de encontrar a alguien por los alrededores, no halló a nadie, encontró un pedazo de vidrio de alguna botella rota en el suelo, como pudo sentándose en el acera, lo cogió entre manos, con el filo del vidrio roto, trato de romper las ligaduras que lo

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ataban, por fin después de algunos minutos, logró romper la cuerda que lo ataba y soltar sus brazos, algo adormecidos y acalambrados por el esfuerzo y con una herida en la mano producto de las maniobras que tuvo que hacer para romper sus ligaduras. Cuando por fin se vio libre, vocifero algunas groserías, lamentándose de su suerte, y jurando vengarse del que le había hecho semejante cosa. Se sentía humillado, herido en su orgullo, impotente, ante las circunstancias que le habían acontecido, solo la cólera y rabia por lo sucedido lo invadían, trataba de desfogarse pateando y lanzando pedradas a una pared, encontró por ahí algo que semejaba una pelota, y no era otra cosa que una bolsa negra tirada en la calle que contenía, sabe Dios que. La pateo con furia y la bolsa dejo ver su contenido, de basura y desperdicios. Finalmente todo extenuado y cuando ya la rabia y la impotencia habían cedido, ante el silencio de la noche, y no encontrando respuesta a sus arremetidas de furia, se serenó. Rebusco en los bolsillos de sus pantalones y encontró algunas monedas. Siguió caminando, encontró una cantina abierta por los alrededores, entró y se perdió en el bullicio y estridencia del local.

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VII

Para Ortiz había pasado el fin de semana, como cualquier otro, se había dedicado a sus labores domésticas, a poner en orden su vida y a descansar. Él ya no estaba para noches de lujuria y placer, suficiente tenía con recordar los años de su juventud, cuando con los amigos de barrio y después con sus colegas de la Policía, se enfrascaban en juergas, a veces hasta el amanecer, enamorando mujeres y bebiendo a más no poder. Rápido y sin pensar, había llegado el lunes, el día amaneció algo nublado, hacia frío, y corría un viento helado por la ciudad, aunque el sol amenazaba con despuntar hacia el mediodía, pero las nubes que se divisaban en el horizonte lo hacían poco probable, se avizoraba un día gris y quizá con lluvia. Ortiz, despertó como siempre a las 7 de la mañana, antes cuando andaba de servicio en la policía, tenía que despertar más temprano aún, ahora podía darse esos placeres. Acostarse tarde y despertar a la hora que le diese la gana, total no había obligación laboral que cumplir. Se vistió, desayunó como siempre, se dirigió luego a la esquina de su calle, donde todas las mañanas una señora vendía diarios en la acera. En los periódicos colgados de un alambre y sujetos por ganchos, pudo leer un titular “La morosidad alcanza el 80%”; el titular le hizo acordar, que su amigo del Banco le había dicho que

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le buscará el lunes, para ayudarle en el problema de la señora esa. Se pregunto ¿que hora sería?, a un transeúnte que pasaba, preguntó por la hora, este le informó que eran las 9 de la mañana. “Bueno, hay tiempo” se dijo para si. En la Línea 15 que recorre de extremo a extremo la ciudad, un pasajero de casaca Marrón, viaja rumbo al centro de la urbe. Es Ortiz que se dirige al Banco para tener noticias, que su amigo, el sábado pasado le había prometido averiguar. Son las 11 de la mañana, unos pálidos y débiles rayos solares tratan de abrirse paso entre el montón de nubes grises que nublaban el cielo, la mañana era fría, y un aire helado recorría la avenida, toda la gente que camina por las calles, viste ropa abrigada, casacas, abrigos, bufandas, y hasta algunos con paraguas en previsión de un posible aguacero, es el común denominador de los viandantes que transitan. Ortiz se encuentra en la puerta del Banco, como siempre el movimiento del Banco es febril, cada persona, ocupada en sus asuntos, más tratándose de una entidad financiera, la gente asume una conducta de desconfianza mutua, nadie quiere, que sus finanzas sean de dominio público, dentro del Banco, las miradas son serías, solo aquella persona que conoce verdaderamente a otra esboza un sonrisa, el dialogo es apurado y no se preguntan por lo

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que están haciendo en el lugar, hablan de otros temas, del trabajo, del clima, de los conocidos. Sería mucha indiscreción preguntar sobre: ¿Cuánto va depositar? o ¿Qué está pagando?, la discreción es absoluta, la misma regla funciona para los empleados del Banco, aunque en este caso, no es por cuestiones de discreción sino por norma, a nadie se le da información sobre la situación bancaria de ningún cliente. Ese día, Ortiz encontró el Banco a diferencia de la vez anterior que vino, un poco más agitado, al parecer el trabajo era arduo, un rumor de voces y pasos, da el ambiente de fondo al local. El vigilante del otro día como siempre, está registrando y chequeando a cada persona que quiere ir al segundo piso. Ortiz mira a su alrededor para ver si encuentra a su amigo, Alberto; no lo ve por ningún lado. A uno que atiende tras una ventanilla, pregunta por la oficina de Asesoría Legal, le indica, en tono displicente y rápido: Segundo piso a la derecha. Ortiz piensa: “¡Otra vez al segundo piso!”, en eso, en la puerta del Banco, reconoce a su amigo Alberto, esta parado justo en la puerta, conversando con otra persona que también viste de terno y corbata. Apura el paso y va a su encuentro, este se esta despidiendo. Con un pequeño toque en el hombro, antes que Alberto siga su camino, logra llamar su atención. Voltea Alberto y le dice: Ah, hola Lucho, ¿Cómo estas?

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Ortiz, titubeando le responde: Bien, este… venía por el asunto del otro día. Alberto, tratando de hacer memoria, se queda pensando y pregunta: ¿Qué era? Ortiz responde: El de la señora esa, ¿te acuerdas? Aaah, ya. Ahora lo recuerdo, Espérame que en un momento te diga qué pasó. Alberto con paso apurado, deja a Ortiz y se dirige a un empleado de la ventanilla, conversan algo, intercambian frases, Ortiz por más esfuerzo que hace no logra oír nada. Al rato regresa Alberto y le dice: ¿Sabes que día fue la transacción? Ortiz responde: El 24, tal como me dijo la señora. Umm, si. Se queda un momento pensativo, y le dice: Ese día vino esa señora acompañada de varias personas, armaron escándalo en una de las ventanillas del Banco, al parecer la señora no se daba cuenta de nada, o estaba drogada o borracha, el asunto es que pidió hablar con el Gerente del Banco, finalmente dijo al de la ventanilla, que quería retirar treinta mil de su cuenta. Por el estado en que se hallaba la señora, y no queriendo que se arme alborto en la institución, el de la ventanilla hizo la transacción con un documento que presentó la dama, la boleta la llenó ella y la firmó, de su puño y letra.

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Ortiz, ante tal relato, piensa por un momento y dice: Entonces, ¿como es posible que me haya dicho la señora que alguien había sacado dinero de su cuenta, haciéndose pasar por ella? No se, pero por ahí he sabido que la mencionada señora, no anda en nada bueno. ¿Quién te ha dicho eso? Interroga Ortiz. Alberto, bajando el tono de voz y casi como susurrando al oído, le responde: Mira, esto es algo que no te debería contar, pero ya que lo preguntas, te diré que el otro día vinieron al Banco de la Dirección Antidrogas de la Policía, preguntando si una tal señora Valenzuela tenía una cuenta en este banco. Tú sabes, que ese tipo de información no se puede dar así abiertamente, así que se les pidió una orden judicial, como no la tenían, no se les dijo nada. Interesante… así que la dama no es ninguna santa al parecer… Después de un corto silencio, Ortiz reacciona y le dice a Alberto: Bueno, gracias amigo, ya te veo otro día, para recordar los viejos tiempos. Alberto le toma el brazo, antes que Ortiz se vaya le dice: Oye, esto es confidencial, para todos los efectos yo no he

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dicho nada, ni he hablado contigo, tú sabes me juego el puesto con este asunto. Tranquilo Betito, el asunto queda entre tú y yo. Los dos amigos se despidieron, Ortiz se dirigió al mercado a hacer unas compras, mientras Alberto subía por las escaleras a su oficina en el segundo piso del Banco.

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VIII

Como el lector habrá podido notar, la muchacha del polo y el gorro de lana, con la cola de rubio cabello, no era otra que Karina, la joven que tuvo su noche de diversión con su amiga Jani. Pero, vayamos al asunto, ¿Cómo averiguó Karina quien había tomado su bolso esa noche? ¿Cómo es que pudo tan fácilmente maniatar al ladrón y hacer que le devuelva lo robado? ¿Se supone que una mujer no tiene más fuerza que un varón y aunque hay excepciones a la regla, por lo general la dama tiene las de perder? Para contestar a tantas interrogantes que seguramente el lector se esta haciendo, hagamos un alto en el devenir de los acontecimientos y volvamos al sábado por la madrugada. La noche que Karina perdió su bolso, se despidió de su amiga y cada una tomó rumbo para su casa, pero ninguna de ellas se dio cuenta que había una persona que las observaba y seguía a prudente distancia, este parroquiano, espero pacientemente que las dos amigas se separaran, que tomaran rumbos distintos, al parecer, este personaje, conocía a Karina de algún lugar, así que la siguió un buen trecho, cuando vio que ya se acercaba a su casa, la llamo con voz firme: ¡Señorita Karina!

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Karina reconociendo la voz, que le sonaba familiar, se dio vuelta y reconoció en el personaje que le llamaba a un antiguo conocido, que alguna vez ella había ayudado y hecho favores, no recordaba bien su nombre, pero su apariencia y aspecto fue suficiente para reconocerlo. El fulano se acercó a Karina y le dijo: Disculpe si la interrumpo señorita Karina, pero puedo hablar con usted. La muchacha, preocupada como estaba, no tenía cabeza para oír nada, así que trato de deshacerse del fulano lo más pronto posible, diciendo: Mira, hoy he tenido un día muy difícil, además ya es tarde y quisiera dormir. El fulano responde: No le quitare mucho tiempo, además es un asunto relacionado con lo que le paso en ese lugar, al que ha ido hoy día en la noche. Karina entre sorprendida e impaciente al oír las palabras de: “lo que le paso en el lugar”, no tuvo dudas de que se trataba del robo de su bolso. El fulano ahora era de su total interés, como despertando de un profundo sueño, que por el efecto de un golpe fuerte, quedas a veces aturdido, sin necesidad que este golpe sea físico; los impactos emocionales aturden más que los golpes reales, son como verdaderos puñetazos, lanzados sobre la parte más sensible del alma y del cuerpo. Karina reaccionó con entusiasmo, sus ojos brillaban y su boca bosquejo una débil sonrisa.

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El fulano, notando que las palabras dichas, habían despertado el interés de Karina, trato de sacar partido al asunto: No se moleste la señorita, pero lo que tengo que decirle creo que merece alguna recompensa, con lo que su buen corazón quiera darme, me contentaré. Karina que no estaba de humor para chantajes, ni rodeos; pero no queriendo ser malcriada con el fulano, ya que era un conocido de humilde condición; por lo que sabía, era huérfano, sus padres habían muerto, siendo él todavía un niño, desde temprana edad, tuvo ganarse el pan en las calles, vendiendo dulces, después periódicos, cuando ya fue mayor busco trabajo, su poca preparación, no le daba muchas alternativas, tenía que trabajar de lo que sea, hizo las veces de mozo, lava platos, cargador. En fin de lo que podía, para ganarse algún dinero. Este personaje varias veces había sido muy servicial con ella, y no teniendo nada que darle le dijo: Esta bien, dime lo que sabes, y entro a mi cuarto y saco algo para ti. El fulano, no queriendo entrar en desconfianzas con la señorita, dijo: Esta bien señorita, yo se quien ha tomado su bolso en el lugar a donde fue esta noche. Karina impaciente por saberlo, dijo: ¿Quién es? ¡Dimelo ya¡ El joven que ha tomado su bolso se llama Wilfredo, lo conozco porque frecuenta mucho el lugar, al que usted ha ido esta noche, señorita.

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¿Cómo es que sabes que ese tal Wilfredo ha tomado mi bolso? Interroga Karina algo impaciente. Sé, porque el rato que usted se divertía con ese muchacho que la saco a bailar, él vio su bolso algo abultado y lo tomó, guardándoselo debajo de la casaca que en ese momento traía puesta. Después se salió inmediatamente del lugar. Karina le pregunta: ¿Y donde encuentro a ese Wilfredo y como es ese tipo? El fulano le hizo una descripción de Wilfredo, le dijo que era un hombre de mediana estatura, algo delgado, pero que no por eso se confiara, cuando se sentía amenazado era capaz de atacar con lo que fuera, incluso a veces cargaba una navaja. Wilfredo era un joven de tez trigueña, cabello negro lacio, siempre luce medio despeinado, ojos negros algo saltones, viste una casaca de cuero negra, gastada ya, de tanto uso, pero que en la noche, que es cuando más sale, pasa inadvertido ese detalle. ¿Dónde vive ese tal Wilfredo del que hablas? No se exactamente, pero por lo que he oído, lo han visto en el barrio de San Fermín, si usted va por la mañana, siempre sale a tomar agua mineral en la tienda, a dos cuadras de la Avenida Torres Blanco, entrando por la

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calle donde esta ubicado el paradero de buses de esa zona. Gracias, mil gracias. Dijo Karina al fulano, Y sin esperar contestación, le dijo: Espérame aquí, no te muevas, ya regreso en un instante. El fulano se quedo inmóvil parado en el lugar. Mientras Karina con paso apurado, se dirigió a su cuarto, en el edificio donde vivía, subió a grandes trancos las escaleras y saco de un ropero algo de dinero que tenía escondido en uno de sus vestidos. Salio de su cuarto, bajo las gradas y en poco tiempo ya estaba de nuevo en la calle. Se fijó si el fulano estaba todavía allí donde lo dejo, este permanecía, inmóvil, en el sitio donde lo había dejado. Se acercó a él y le dio el dinero que había sacado. El fulano al sentir monedas y billetes en su mano, se dio media vuelta, no sin antes decirle gracias a Karina. “Es usted muy generosa señorita Karina” dijo el fulano y se fue. A la mañana siguiente Karina muy temprano, se levantó, aún con sueño por la mala noche, pero con una idea fija de lo que tenía que hacer. Por los datos de su informante, cálculo todos los movimientos que haría, donde lo esperaría al tipo ese, primero lo seguiría desde una prudente distancia, mientras lo seguía, iría calculando como podría cogerlo de sorpresa, incluso calculo si era suficientemente fuerte o débil, como para enfrentarlo. Pues Karina, había estudiado defensa personal, tenía buena capacidad de reacción ante situaciones adversas,

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varías veces, se sabía que teniendo problemas con otras personas por ser muy impulsiva y perder el control, a algunos de sus ocasionales adversarios los había dejado privados o con serias lesiones, no tenía reparos si la persona a que se enfrentaba, era varón o mujer, igual hacía uso de sus conocimientos de defensa personal, como para eso, había entrenado bastante, y aún en el momento presente, cuando tenía tiempo libre, siempre practicaba sus artes de defensa personal. Así las cosas, Karina, tomo el autobús que la llevaría hasta el barrio de San Fermín, se bajo en el paradero de autobuses de ese vecindario, a dos cuadras de allí reconoció la tienda en la que el ladrón, iba a comprar todas las mañanas su agua mineral. Entró en la tienda y preguntó si un tal Wilfredo vivía por aquí, la dueña, le dijo que conocía a un muchacho llamado Wilfredo que todas las mañanas viene a tomar agua. Karina no necesitó más detalles. Salió de la tienda y en la acera del frente, como quien toma el sol y admira el paisaje, esperó, comiendo unas galletas que en la misma tienda había comprado. No le costo mucho reconocer al sujeto en mención, pues estaba vestido con la chaqueta negra gastada, que le había mencionado su informante. El muchacho entró en la tienda y tal como se lo contaron, una vez dentro, pidió una botella de agua mineral. La bebió ahí mismo, y salió.

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Se le notaba al salir muy inquieto e inseguro, denotaba cierto temor, como si se escondiera de alguien o de algo. Karina, como lo sabe ya el lector, lo siguió a prudente distancia; Wilfredo no reconoció a Karina, pues la inseguridad y el miedo con que se desenvolvía le impedían darse cuenta de la gente que andaba a su alrededor. Andaba con vista fija en el suelo, muy raras veces levantaba la cabeza, durante el día incluso usaba un gorro que le cubría en parte la cara, siempre iba medio como embozado, así como iban los que van a asaltar un banco en el antiguo oeste. Así que Karina no tuvo dificultades en seguirlo y observarlo, se fijo que siempre revisaba los bolsillos de su casaca, como quien verifica que lo que ha guardado allí dentro permanece aún en su lugar, y si el contenido sigue todavía está en su bolsillo. Como ya dijimos, Karina lo calculó todo, incluso como lo pondría fuera de combate al pillastre de pacotilla. El resto de la historia es ya conocida por el lector, de la forma como Karina lo espero oculta en el dintel sobresaliente de la puerta, pues Karina después que el tipo entró en su casa, se quedó por lo alrededores, hasta cierta hora de la tarde. Cuando ya el sol se ponía en el horizonte y la tarde declinaba para dar paso a la noche, tomó un taxi que la llevó de nuevo a su casa, se puso un yérsey negro, encima una chompa del mismo color, ya no se cambio ni pantalón, ni zapatos, y salió nuevamente con destino al barrio de San Fermín. Al llegar al lugar pensó,

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que como Wilfredo sale todas las noches para divertirse y cometer fechorías, el único camino posible al centro de la ciudad era la calle por donde le esperó agazapada y escondida por el dintel de la puerta, que para su suerte la puerta era bien metida y sobresalía un espacio suficiente como para que una persona quede completamente oculta sin ser vista, a no ser por la sombra que la luz de la luna a veces reflejaba sobre el piso. Por la calle no transitaba ni un alma, llegada cierta hora de la noche, pues la zona tenía fama de ser peligrosa. Aunque la realidad demostraba lo contrario. Eso si; Karina tuvo que esperar largo rato; hasta que el tipo decidiera salir de su casa; incluso corría el riesgo de que no saliera nunca; pero le basto las señas de su informante para hacerse una idea de la rutina de su victima. Lo demás es historia conocida; Karina haciendo uso de sus conocimientos de defensa personal, en un dos por tres la tuvo rendido a su victima, para poder fingir una voz gruesa se puso ese rato un pañuelo en la boca y a través de él habló, en forma fingida y distorsionada y tratando de que suene lo más gruesa posible, a través del pañuelo. Utilizó un segundo pañuelo para vendar los ojos a su victima y una cuerda de nailon resistente para amarrarlo. A Karina sólo le interesaba la bolsa negra que metió dentro del bolso, ese rato no se acordó de los demás papeles que había metido junto con la bolsa negra, pues lo más importante era rescatar el contenido de esa bolsa, el resto no interesaba.

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Wilfredo cuando robó el bolso, lo único que buscó fue dinero en efectivo, los papeles, documentos, y demás chucherias no le llamó la atención, incluso el bolso lo tiro en un tacho de basura que encontró por allí, junto con los papeles y documentos de Karina, lo único que guardo fue la bolsa negra de la cual no quiso separarse en ningún momento y siempre la llevaba consigo, pues Wilfredo desconfiaba de todo el mundo, ni su mujer contaba con su confianza, había perdido todo afecto y cariño por la mujer que lo acompañaba y con quien estaba casado, ni siquiera sexualmente le atraía, sólo le importaba su persona y nada más.

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IX

Pasaron los días, y llegó otro fin de semana. Ortiz, había quedado medio intrigado con todo lo que le había dicho su amigo Alberto, el del Banco, no quiso seguir averiguando más, sentía cierto temor de meter las narices donde no lo llamaban y encontrarse en un lío gordo, del que después no iba a poder salir fácilmente, aunque le picaba la curiosidad por enterarse más del caso. Lo cierto es, que para Ortiz, asumir una investigación así, le representaba un riesgo que no estaba dispuesto a correr. Investigar casos de este tipo, nunca lo había hecho durante su servicio como policía, pero ahora se sentía atraído por la emoción y lo interesante que se podía poner el asunto. Mientras fue policía nunca quiso siquiera mostrar algún interés por lo que hacían aquellos efectivos de investigaciones, siempre trato de que lo mantuvieran en la Dirección de Tránsito, y como tenía cierto don de persuasión y empatía con sus superiores, continuamente lo ponían en las calles a dirigir el tránsito. En alguna oportunidad uno de sus jefes le propuso, para que se hiciera cargo de un caso que había que investigar, él mostró cierta reticencia y duda para aceptar esa tarea y como su superior notará esas dudas e inseguridades, desechó la posibilidad de ponerlo en investigaciones y lo destaco como siempre a la Dirección de Transito. Después de aquel lunes en el Banco, Ortiz se fue de compras, su despensa de alimentos andaba algo vacía y

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necesitaba volverla a llenar, fue por los comercios a conseguir lo que necesitaba, posteriormente volvió a su casa, y durante los siguientes días, como que se olvidó del caso, le basto con saber y haber averiguado lo que sucedió en el Banco, el resto no le importaba, fue la misma señora la que retiro el dinero del banco y no otra persona, él dio por cierta la versión de su amigo, pues sabía que no era posible, que otra persona por más parecida o idéntica que fuera, pudiera sacar dinero en efectivo y en semejante cantidad, sin presentar algún documento que lo acredite como la persona titular de la cuenta. Eso resultaba muy difícil de hacer, los bancos tomaban todas las precauciones, y en este caso tratándose de tan cuantiosa suma, aún más. Ortiz paraba todo el día ocupado en una y otra cosa, era muy afecto a la jardinería, y como tenía un pequeño patio en la parte trasera de su casa, dedicaba algunas horas al cuidado de las plantas. En horas de la tarde se distraía leyendo el periódico, a veces salía a tomar aire, a dar unas vueltas por los alrededores de su casa, era persona de pocos amigos, se diría que era casi un ser solitario. En cuanto al amor, había tenido sus aventuras por aquí y por allá, pero nunca con intenciones serias de hacer vida en común, además con las mujeres, por su forma de ser y las cosas imprudentes que a veces decía, siempre ellas terminaban enojándose con él o dejándolo plantado, por eso nunca se llegó a casar. Y tal vez también porque no sabía enamorar a una dama, era algo seco en su trato, le

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faltaba esa chispa y espontaneidad que hace que las mujeres caigan rendidas a los pies de un hombre. En las noches, cuando no hallaba algo interesante que hacer, se sentaba en un sillón, o se recostaba en su cama a meditar, es allí, cuando le venían las inquietudes acerca de lo que había logrado saber acerca de la tal señora Valenzuela. Muy en su interior, él deseaba adentrarse más, investigar más detalles de lo que le había dicho su amigo del Banco, pero apreciaba mucho la tranquilidad con la que vivía, desde su retiro de la Policía, tenía una pensión, que si bien no le permitía grandes lujos, ni una vida de extravagancias, le daba para vivir, o mejor dicho para sobrevivir. De vez en cuando se le daba por echarse una cana al aire, fue en una de esas veces que se gasto su presupuesto del mes y tuvo que pedir dinero prestado a la señora Valenzuela. Ortiz sabía que la señora Valenzuela era de plata, aunque nunca tuvo claro, de donde tenía tanto capital. Pues, nunca le gustó andar averiguando sobre vidas ajenas. Lo que le debía a la mencionada señora eran 500 pesos, pero como siempre andaba arrancado y sin fondos, cada vez que venía la señora a cobrarle, le pedía unos días más de plazo, así iba dilatando el tiempo de pago de la deuda. Ortiz, se contento con la información recibida y la dio por cierta, no hizo más indagaciones, en su cabeza pensó en las respuestas que daría, cuando la señora viniera a pedir resultados, total, la señora solo le había dicho que averigüe ¿Quién había retirado una considerable cantidad

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de dinero de su cuenta? No le había pedido más. Para esa interrogante tenía la respuesta: había sido ella misma. Con esa respuesta se conformó, no quiso escarbar más en el tema. Como dijimos, llegó el fin de semana, Ortiz estaba seguro, tenía la certeza que pasado una semana, la señora Valenzuela, iba tocar otra vez la puerta de su casa, para saber que había averiguado. Paso el viernes, y nadie vino, la señora ni se asomó, llegó el sábado, Ortiz, se decía para sus adentros: “Hoy día, seguro que cae”, pero nada, paso el domingo, y nada; era como si la señora se hubiera esfumado. Él estaba seguro que en uno de esos días, regresaría a saber noticias. Cuando los resultados de lo que él esperaba que sucediese no fueron los esperados, incluso llegó el día domingo, amaneció el lunes y nada. Ortiz, se empezó a preguntar, ¿Qué pasó? Ortiz quería saldar de una vez por todas, su cuenta con la señora; el trabajo había sido hecho, y ella le había prometido abonarle algo más a cambio de lo que averiguase. Pensando en ello, Ortiz, se vio frustrado en sus aspiraciones económicas, pues pensaba que ya tenía en el bolsillo un dinero extra, que para la situación que vivía, no le vendría nada mal. El desaire y el hecho de que en tantos días la mencionada señora, no diera señas de vida, le intrigó. Conociéndola como era, y teniendo una demora considerable en la cancelación de la deuda que él tenía con ella, era muy misterioso y extraño a la vez, que la señora no apareciese.

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Se puso a meditar y sacar conclusiones, empezó a recodar todas y cada una de las palabras de su amigo del banco, le llamó la atención sobre todo, la frase de que agentes de la Dirección Antidrogas habían ido al Banco, a preguntar por una cuenta que la señora tenía en ese Banco. ¿Qué tenia que ver la Dirección Antidrogas con la señora? La respuesta llegó a su mente sin mayor esfuerzo; la señora estaba metida en drogas, sólo podía ser eso, no había otra respuesta para Ortiz. Pero le costaba imaginar tal idea. Aunque no resultaría extraño, teniendo en cuenta la cantidad de dinero que había retirado del Banco ese día. Todo era posible, pero a la vez inverosímil, quien podía imaginar a una señora, tan delicada, con aires de aristócrata, que pensaba, que todos la tenían por muy buena persona, con los aires de respeto y elegancia que manifestaba al tratar con la gente; metida en tremendo lío. ¿La plata que retiro del Banco era entonces producto de la droga? Ortiz se resistía a pensar y creer algo así. Aunque la señora sabía ser persuasiva y hacerse respetar, cuando se trataba de asuntos monetarios, tenía medios muy sutiles para salir del paso o sacar partido de la situación. Para ejemplo basta ver la forma como pensó en Ortiz, para que le pagará lo que le debía, haciendo que Ortiz trabaje para ella. Lo cierto es que en los días siguientes que pasaron la señora no apareció. Ortiz, muerto de la curiosidad, decidió ponerse en acción y hacer algo. Hizo algunas llamadas telefónicas a la Delegación de Policía, para saber por algunos colegas suyos, si estos todavía seguían

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en el servicio, los resultados fueron a medias, de los que había conocido jóvenes aún, estos seguían laborando pero destacados en otros lugares del país, y de los de su promoción la mayoría ya estaban retirados, incluso había alguno que había muerto. Se dijo para si: “Por esta vía no llego a ninguna parte, mejor será escoger otra alternativa”. Se quedó pensando como haría. No podía presentarse en la Dirección de Investigaciones y pedir información acerca del caso, aunque era policía retirado, no le darían ninguna razón, él ya no trabajaba en la policía, estaba retirado. Además que interés tenía en un caso así, solamente obstruía las investigaciones que se estaban llevando acabo. Así que decidió, salir a buscar el domicilio de la señora, en una ciudad de tan solo trescientos mil habitantes, no sería tan difícil como en otras ciudades, donde la población es de millones. Por lo que sabía, la señora Valenzuela tenía una Agencia de Viajes, en la misma avenida donde quedaba el Banco. Allí se dirigió, tomo un bus que lo llevó y dejó en el mismo paradero, que para ir al Banco, hizo memoria para recordar a que altura quedaba la Agencia, camino por la cuadra donde estaba el Banco, leyendo cada uno de los letreros o anuncios, leyó varios que decían Agencia de Viajes y Turismo, por fin recordó que la Agencia de la señora, se llamaba Kantu, así que buscó una Agencia de nombre Kantu. Casi al final de la avenida, en un letrero casi imperceptible, de esos

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que no llaman mucho la atención, leyó “Kantu” Agencia de Viajes. “Aquí debe ser” se dijo. La puerta de la agencia era estrecha, subiendo una grada, se accedía a ella, en una habitación no muy grande, de dos y medio metros, se habían acomodado una mesa de escritorio un estante pequeño, un armario, y uno de esos archivadores de metal con varios cajones. El piso era machihembrado, y pasado con petróleo para que luzca como encerado. Entró Ortiz en la Agencia, encontró detrás del escritorio a una joven de unos 28 años, estaba tratando de llenar un formulario. Cuando Ortiz entró, la joven levantó la mirada y dijo: Si señor, en que le puedo ayudar. Ortiz, respondió: Disculpe señorita, ¿aquí, no trabaja una señora de apellido Valenzuela? La muchacha responde: Bueno señor… no sabría decirle, yo solo estoy a cargo de la oficina, es mi lugar de trabajo. Preguntaba porque, me dijeron que una señora de apellido Valenzuela era la dueña de esta Agencia. La chica, dándose cuenta de lo que buscaba Ortiz, le dice: Hasta donde sé, esta Agencia es propiedad de una señora Doris, pero su apellido no se. Gracias. Responde Ortiz, y cuando estaba ya por retirarse, hace una última pregunta a la muchacha.

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Si no es indiscreción, ¿la agencia tiene algún teléfono al que yo pueda llamar? Si señor. Responde la muchacha. Y le alcanza una tarjeta de presentación de la Agencia. Ortiz coge la tarjeta y le da una mirada rápida. Nota que hay varios números telefónicos en ella y antes de metérsela la tarjeta al bolsillo, le dice a la chica: ¿Me la puedo quedar? Si como no. Responde la muchacha. A propósito, ¿Cómo se llama usted? La chica responde y dice: Mi nombre es, Jani. Ortiz salio de la Agencia, no necesitaba mas información, pues, con el nombre Doris que le había dicho, su mente había recordado todo, la señora se llamaba Doris Valenzuela. Y al fijarse en la tarjeta, en ella estaban registrados dos números telefónicos, uno decía casa, y el otro, oficina y a su lado escritos números de teléfono. Ortiz supuso, que el número que decía casa, era el número de la casa de la señora, y el otro, de la Agencia donde había encontrado a la muchacha, porque sobre el escritorio, a un costado, había divisado un aparato telefónico.

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Desde un teléfono público que encontró por allí cerca, marcó los números de la casa de la señora. Timbró varias veces el aparato, hasta que por fin una voz aguda, algo chillona y con un acento peculiar contesta. Si alo… Ortiz responde: Alo, ¿la casa de la señora Valenzuela? La voz le contesta: ¿De parte de quien? Ortiz no queriendo darse a conocer, dice: ¿Esta la señora en casa? Le responde: No se encuentra. Ortiz hace una pregunta más: ¿A que horas la puedo ubicar? Le responde y dice: No se señor, ella ha viajado. Gracias Le dice Ortiz. Y cuelga el auricular. Ortiz pudo confirmar con la llamada, que la tal señora Doris Valenzuela, vivía en esa casa. Ahora, sólo restaba saber donde quedaba la mansión esa. Ortiz, regresó a su casa.

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X

Desde el día que Wilfredo fue sorprendido, agredido y maniatado, se operó un cambio radical en él, desde el día siguiente al hecho, Wilfredo empezó a portar un navaja, que llevaba consigo a donde fuera. Se sentía herido en su orgullo, lastimado en su ser de hombre macho, él, que siempre había salido victorioso de cuantos ataques arteros y a traición quisieron hacerle, no podía asimilar el hecho de haber sido objeto de semejante ataque y no haber podido defenderse, ni haber sido capaz de cambiar la situación. Acostumbrado como estaba a situaciones violentas, pues, todas las noches salía, y pobre de aquel ser humano que se metiera con él, tenía todas las de perder; la experiencia y el tiempo que llevaba en esa vida, la daban el suficiente conocimiento, como para salir airoso de cualquier situación difícil. Después de que se perdió en el ambiente de la cantina, que encontró por los alrededores, cercano a su barrio, Wilfredo regresó a su casa a las 5 de la mañana, embriagado, mal vestido, con la camisa fuera del pantalón, con algunas manchas de tierra, producto del encuentro con su agresor, que no se interesó en limpiárselas, con olor a tabaco y alcohol, su cara mostraba pequeños moretones, uno en la frente y otro en la nariz, producto del golpe que le hizo dar, contra el pavimento de la acera. Andaba colérico y echando maldiciones a toda la sociedad y el mundo. Llegó a la

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puerta de su casa, la toco varias veces, nadie contestó, enfurecido le dio tremendo patadón que la puerta cedió al golpe y se abrió. Llamó a su mujer una y otra ves, nadie contestó, la buscó en todas las habitaciones de la casa, tan solo contaban con cuatro, incluido el baño; no la encontró por ningún lado. Vocifero: “Maldita perra, ya vera cuando la encuentre” El alcohol y la noche de juerga, empezó a hacer sus efectos en Wilfredo, empezó a sentirse soñoliento, cansado y medio adormecido, la cabeza le daba vueltas y todo parecía girar a su alrededor, tenía ganas de arrojar, no pudiendo contener más, vomitó en el piso de su dormitorio; sentía algún dolor de la espalda, pensó: “Debe ser el rodillazo recibido por ese maldito, pero me las paga, juro que me las paga”. Mientras pensaba en ello cayo dormido, atravesado en la cama, no despertó hasta que llegaron las nueve de la mañana. Cuando despertó, su cabeza le dolía, y todavía se sentía mareado, como pudo se incorporó, en el baño se refregó la cara varias veces con agua, para ver si así se le quitaba la resaca de la noche anterior. Al mirarse al espejo descubrió en su cara los moretones producto del golpe contra el pavimento de la acera. Se dijo para si mismo: “Esto no se queda así, ya va ver, no sabe con quien se ha metido, el maldito”. Se dirigió a la habitación que hacía las veces de comedor y cocina, buscó en uno de los cajones de la mesa para cocinar, entre los varios utensilios de cocina, encontró un cuchillo,

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en realidad era una navaja con punta algo curva. Tenía un estuche de cuero donde calzaba perfectamente, el estuche tenía un ojal para pasar la correa del pantalón y llevarla puesta de esa forma. Wilfredo no quiso usarla de esa manera, la guardó mas bien, dentro del bolsillo de su chaqueta, no era muy grande, así que cabía perfectamente. Desde ese día, nunca se separaba de la navaja aquella, sea de día o de noche siempre la llevaba en el bolsillo. Paso el resto del día, tirado en la cama tratando de recuperarse de la mala noche y de las heridas sufridas, no solo lo atormentaba el dolor físico, de sentirse mal, sino también el dolor interno, de hombre herido en lo íntimo de su ser, las dos cosas juntas hacían que Wilfredo, no pudiera soportar la resaca de la noche anterior. Paso todo el día atormentado, sintiéndose un ser miserable ante la vida y los demás. Pensaba para si, que había perdido, con ese desagradable incidente, el respeto de la gente que lo conocía. Se sentía pequeño, su vida de diversión y relajo le estaban pasando la factura. Mientras estaba en esta actitud se puso a recordar, todo lo sucedido, muchas de las escenas no eran tan claras en su mente, algunas las recordaba muy vagamente, sobre todo la parte, cuando cayo al suelo, y sintió un tremendo peso encima de él, que le hizo dar con la cara sobre el pavimento de la acera. No podía recordar ningún rasgo de

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su agresor, tan solo la imagen fugaz de la rodilla y el azul desteñido del pantalón, que su victimario vestía. Siguió, Wilfredo cavilando en el asunto, tratando de recordar mayores detalles, la voz le sonaba extraña, como distorsionada. Haciendo memoria, y la forma como hablaba, recordó algo extraño en la voz, en algún momento le pareció sentir como que la voz que le decía todas esas cosas, era de una mujer. Pensó y se dijo para si: “No puede ser, yo maniatado y derrotado por una mujer, No es posible”. Algunas de las palabras que le dijo, todavía le daban vueltas en la cabeza. De pronto, recordó que le dijo, algo relacionado con un bolso. Estrujo un poco más su cabeza, y recordó que la noche anterior se había pillado un bolso, conteniendo varios documentos y papeles y la bolsa negra, pero, se dijo para si: ¿No, esa muchacha, dueña del bolso, no puede haber sido autor de hecho? No tenía la apariencia de rudeza y fuerza, como para atacar de la forma como fui atacado esa noche. Wilfredo, estaba sobre la pista correcta, pero se resistía a aceptar como verdad, los hechos sobre quien había podido darle semejante lección. Al día siguiente, ya recuperado totalmente, decidió buscar a su mujer, hasta ese momento, mientras ella permanecía en la casa, todo iba bien, pero cuando cuándo ella ya no estuvo; nunca se sintió tan sólo, por primera vez comprobó la falta que le hacía, en la casa, aquella mujercita, a la que tanto desprecio y desaire había hecho, con su mal comportamiento, sin embargo, Wilfredo, era

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un ser incorregible, no sentía ningún remordimiento o culpa por las cosas que le hizo, solo pensaba en el deber que tenía ella de estar allí, mantener la casa en orden y mirarle la cara, solo sentía su ausencia por aquellas cosas en las que su mujer podía complacerle y atenderle, más no sentía el menor afecto ni cariño, mucho menos consideración hacia el ser humano que representaba ella. Aunque había perdido el interés por ella, sintió su ausencia, ahora que ya no estaba para darle de comer, para tener la ropa lavada, asimiló recién lo importante que era ella en su vida, para seguir teniéndola como criada, como empleada, que sólo sirve para trabajar a su servicio. Quizá mejor hubiera sido, para Wilfredo no casarse con una mujer, sino buscarse una esclava. Se pregunto: ¿A dónde se habrá ido la muy creída? A la casa de sus padres no puede haberse ido allá, ellos viven lejos de aquí, en otra ciudad. Ya se. Se ha ido a la casa de su hermano. Allí fue a buscarla, la casa quedaba en la calle Tomás Valle, del distrito de San Jacinto, un distrito de la ciudad no muy pudiente, de clase media baja. No le fue difícil dar con la casa, pues, en varias oportunidades había tenido que ir hasta allí para recoger a su mujer por uno y otro motivo. La casa era de dos pisos, con cuatro ventanas hechas en metal y una puerta al centro, que era la puerta principal de la casa. En material noble la casa estaba sin pintar tan solo revestida por el cemento del estucado. Toco el

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timbre, el ladrido de un perro, dentro de la casa, alboroto algo el ambiente. Otros canes de los alrededores también empezaron a ladrar, algunos vecinos se asomaron por las ventanas de sus casas. Nadie abrió, ni contestó, tocó una vez más el timbre, por fin la puerta se abrió y dejo ver a un hombre de mediana estatura, algo grueso y con una barriga prominente que hacía que el pantalón le quedara muy por debajo de la cintura. Era en realidad el hermano de su mujer. Wilfredo, pregunto: Hola, ¿No ha venido por aquí Vilma? No, no la he visto. Respondió su interlocutor Wilfredo, tratando de que no se entere el hermano de lo sucedido, trato de disimular diciendo: Me dijo esta mañana que vendría por aquí. No sé dónde está. Respondió el hermano. Pero a juzgar por tu cara, sospecho que algo le has hecho. No le he hecho nada. Contestó Wilfredo rápidamente. Te conozco lo suficiente como saber que eso no es cierto, so desgraciado. Dijo en forma seca y rotunda el hermano de su mujer ¡Oye¡, modera ese lenguaje o te rompo la cara. Imbécil. Dijo Wilfredo algo alterado por el hecho de llamarlo desgraciado.

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Los dos hombres estuvieron a punto de agarrarse a golpes, cuando en eso paso por ahí una señora, que con voz tranquila y suave, les llamó la atención diciendo: Tranquilos jóvenes, no vale la pena el escándalo. Los dos hombres reprimieron sus ímpetus ante las palabras de la señora. Wilfredo echando una mirada furibunda sobre su oponente, se alejo, no quiso seguir hablando con su cuñado. Pues, le resultaba insoportable. Regreso a su casa, en el camino se acordó del bolso y los papeles, que esa noche había robado, y los había tirado en un tacho, de una las arterías del centro de la ciudad, se dijo para sí: De repente todavía siguen allí. Apuro el paso, y enrumbó hacia la calle indicada, encontró el tacho de basura, pero este ya había sido vaciado de su contenido y no había rastro de ningún papel. ¡Mierda! Vocifero. No le quedaba más que hacer, que volverse por donde vino. Su andar se hizo más calmado, si antes andaba con cautela, ahora no sólo tenía cautela al andar, sino que daba la impresión de estar escondido bajo ese gorro que siempre llevaba, como espiando y mirando a todo lado a cada paso que daba, demostraba su desconfianza a la distancia, tal es así, que muchas personas al verlo, escapaban de él, apurando el paso de caminar.

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XI

Karina, después de haber recuperado lo que le habían robado, volvió a su casa, escondió la bolsa negra, con todo su contenido, en el closet de su habitación, dentro de una caja de zapatos. Como ya eran horas avanzadas de la noche, se sentía cansada por la tensión y todo el ajetreo del día, así que, durmió placidamente esa noche, hasta el día siguiente. En la mañana, hizo una llamada telefónica, la conversación fue algo extraña y confusa: Marco varios números, y esperó respuesta del otro lado de la línea. Hola, tengo el recado para Jhonny Ésta bien: Contestó la voz al otro lado de la línea. Ya sabes el lugar. ¡Ah!, y sin trampas. Agregó la voz. Cuando les he hecho trampa. Aprende a hablar, tarado. Y colgó el auricular.

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La llamada sonó extraña e incomprensible, era como un lenguaje en clave para evitar que alguien más entienda lo que estaban hablando. Karina, era una mujer despercudida, no le tenía miedo casi a nada, la vida le había enseñado a enfrentarse a los problemas, cuando estos venían, con la entereza y habilidad que el caso requería. Aunque a veces se desesperaba cuando la cosas no iban como ella esperaba que fueran, sabía manejarse y controlarse para no mostrarse demasiado turbada o ansiosa. Era muy discreta, salía del cuadro común de las chicas de su edad, a quienes les gusta hablar de chicos o de moda, belleza y farándula. De su vida privada no hablaba mucho, eso si, cuando se trataba de divertirse, sabía ser todo lo alegre posible. Manipulaba a la gente a su antojo, pero lo hacía con sutileza, sin ser tosca. Tenía un lado oculto y feroz, cuando se encontraba en peligro o alguien quería tomarse ciertas libertades para con ella. No eran raras esas situaciones, pues los atributos que la naturaleza le había regalado a Karina, hacían de ella una mujer apetecible a los ojos de cualquier varón. Nunca le faltaron los piropos y frases sugestivas, provocadas por ese cuerpo bien formado de mujer, más por la ropa de moda en aquel momento. Cuentan que en cierta ocasión, un hombre mayor que ella, que andaba tambaleante por efecto del alcohol, quiso forzarla a tener relaciones, el borrachito salió mal parado del asunto, pues recibió tremendo rodillazo en la zona más delicada y vulnerable de todo

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varón, que el hombre quedó tendido en suelo, retorciéndose de dolor. Vivía sola en un cuarto alquilado, a la dueña, de un edificio de tres pisos, al parecer el inmueble había sido diseñado para funcionar como hotel, pero al no rendir el negocio como tal, la dueña decidió; alquilar las habitaciones a personas solas, la habitación de Karina constaba de una cama con su velador y un closet o ropero y una silla por todo mobiliario; a un costado tenía baño privado. El cuarto no era muy grande, pero a Karina le bastaba, como un favor especial, ella le había pedido a la dueña la instalación de un teléfono que ella pagaría, siendo así las condiciones, la dueña no había tenido inconvenientes en aceptar la propuesta. Salía a tomar desayuno, almorzar y a veces a tomar un café o comer algo por la noche, en alguno de los tantos restaurantes que circundaban la zona; misterio era, como Karina conseguía el dinero para sostener todos esos gastos, que representaba el alquiler del cuarto, el pago de servicios. Hasta donde se pudo conocer, ni la dueña, ni los conocidos de Karina, le conocían un empleo estable o una renta con la cual se sostuviera. De su familia, casi no se sabía mucho, en ese sentido, Karina era muy reservada, no tocaba el tema, y cuando alguien le preguntaba sobre el asunto, siempre respondía con evasivas. En cuanto al amor, tenía un pretendiente por ahí, pero este no pasaba de eso, tan solo era un admirador suyo, que algún día esperaba conquistar el corazón de

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Karina, mantenían una relación más que de enamorados, de amigos, nada formal, Karina más lo tomaba como un pasatiempo, que algo serio y con futuro. De amistades, estas se contaban con los dedos de la mano, su gran amiga era Jani, la que tuvimos oportunidad de conocer, y que el lector ha podido darse cuenta, que es la misma muchacha que trabaja en la Agencia de Viajes. Todo el resto del día Karina lo paso en su habitación, leyendo alguna que otra revista, viendo la televisión, que disponía gracías a un regalo de los hombres para los que trabajaba; sobre todo el jefe del grupo un día, decidió regalarle un aparato de televisión, no sólo eso sino que también constantemente le obsequiaba cosas, como perfumes, vestidos, relojes, una que otra joya. Cuando llegaron las 8:30 de la noche, salió de su habitación, tomó un taxi con rumbo desconocido, al parecer se dirigió al lugar indicado por la llamada misteriosa, llevaba bajo el brazo la bolsa negra que había recuperado de manos de Wilfredo. El taxi la llevó casi hasta las afueras de la ciudad, en un sitio descampado, a lo lejos se divisaba lo que parecía ser una casa de campo, Karina bajo del taxi, camino a campo traviesa, calzaba botas de cuero negro, un pantalón de mezclilla del mismo color, un jersey y la chompa negra, de la noche que arremetió contra Wilfredo. Era difícil distinguir su figura en la oscuridad de la noche, tan sólo por su rubia cabellera y los destellos que emitía a la luz

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de la luna, se lograba divisar su silueta o alguien que se aproximaba cada vez más a la casa de campo. En el interior de la casa, las luces estaban encendidas, señal de que la misma estaba habitada, serían aproximadamente unos 300 metros los que recorrió Karina hasta llegar a las inmediaciones de dicha casa, de un solo piso, construida con adobe y cubierta con yeso, y techo de teja. Ventanas con marcos de madera, a su lado se podía distinguir algo así como un granero y un establo, el relinchar de un caballo, resonaba en el silencio de la noche, la luna se mostraba en toda su amplitud e iluminaba parcialmente la casa por uno de sus lados. A cierta distancia un carro estaba estacionado, era una camioneta de esas de doble tracción y doble cabina. Al acercarse Karina a la casa, un perro comenzó a ladrar, alguien salió del interior de la misma, y dijo: ¿Quien anda ahí? Pasaron unos segundos, el que había salido de la casa, encendió una linterna y empezó a alumbrar los alrededores, ante la falta de respuesta. Al cabo de unos minutos, una voz de mujer, respondió desde la oscuridad: Soy tu punto débil. Idiota. El hombre con la linterna, alumbró al lugar de donde procedía la voz, la figura de una muchacha de rubia cabellera y con traje totalmente negro, se divisó a través de la luz de la linterna.

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El hombre dijo: Ah, eres tú. Adelante. Te esperábamos. Karina entró en la casa, en el interior le esperaban, tres personas, sentadas alrededor de una mesa circular. Un maletín negro, estaba colocado en medio de la mesa. El que estaba en el centro de los tres. Habló y dijo: Traes el efectivo. Karina contesto, aquí lo tengo. Extendió sobre la mesa la bolsa negra. Uno de los hombres, de los que estaban sentados alrededor de la mesa, tomo la bolsa y la abrió, verifico su contenido. A luz de las bombillas eléctricas que alumbraban la habitación, se logró divisar un fajo de billetes de quinientos, que sacó el hombre de dentro de la bolsa. A continuación dijo: ¿Estará completo? Supongo. Seguro. Contestó Karina con voz cortante. Bien, el negocio es mañana, el cargamento se enviará por avión. Pero antes tenemos que ver el otro asunto, para que la cosa quede resuelta. No quiero errores. Cuando terminó de hablar el hombre del centro de la mesa, Karina dijo: ¿Que hay de mí? ¿Dónde esta lo acordado?

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El hombre que la había recibido con la linterna, acercándose a ella, le entregó un sobre. Karina lo revisó y se lo guardó. Tú te quedas esta noche aquí, ya te avisaremos lo que tienes que hacer. No regreses a la ciudad hasta que te avisemos Le dijo a Karina, uno de los hombres de la mesa. Oye, Rondón, tú nos acompañaras, por si hay dificultades. Ordenó el hombre. Los tres hombres, más el de la linterna, salieron de la casa y abordaron la camioneta. Encendiendo el motor y esta partió rauda, levantando polvo a su paso por el camino de tierra por la que iba. Karina quedó sola en toda la casa.

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XII En su habitación Ortiz, paso varios días revisando el directorio telefónico para averiguar a que dirección correspondía el teléfono de la tarjeta de la Agencia de Viajes. Tenía que saber donde vivía la señora, solo así podría aclarar algunas dudas que tenía, acerca de toda la información obtenida en el Banco. Quería cerciorarse, si todo lo que le habían dicho era cierto o no. Paso todo el domingo y el lunes entero, revisando nombre por nombre la guía de teléfonos, solo dejaba su labor para comer alguna cosa o cuando alguien llamaba a la puerta, intentó buscar primero por el nombre de la señora, pero en la guía no había ningún nombre de Doris Valenzuela, así la única alternativa era encontrar el nombre que coincidiese con el número escrito en la tarjeta. Empezó a revisar uno por uno los nombres y el número a su costado, cuando ya había perdido toda esperanza de hallarlo, el lunes en horas de la tarde, lo encontró, la dirección que figuraba en la guía, para el número telefónico dado, quedaba en el distrito de Miraflores; distrito de clase pudiente; los mejores barrios se ubicaban en este distrito, si bien la ciudad por ser relativamente pequeña, no contaba con personas de mucha capacidad económica, como en la capital del país, era sabido que por ejemplo en el barrio de Las Flores, vivía gente muy acomodada, que no se puede decir, que tenga una mala posición económica o que ande en apuros monetarios, el

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tan solo hecho de vivir en esa zona ya era bastante. Indicaba a todos que el personaje que decía vivir allí, tenía cierta posición importante como para tener casa en esa zona. La dirección leída por Ortiz era: Jirón Los Claveles 245. Ortiz la anoto en un papel, se fijo a continuación en la hora, el reloj que tenía sobre el velador de su cama, marcaba las 4 de la tarde. Se quedo pensativo por un instante, después de unos segundos, volvió en si, se puso una casaca beige, y salió de su casa. Al poco tiempo, se le vio subiendo a un autobús de la línea 54, el carro iba por el distrito de Miraflores, el viaje no iba ser muy largo, aunque el bus tenía que cruzar de un extremo a otro la ciudad, pasando por el mismo centro urbano de esta. Se ubicó en un asiento de la última fila de la derecha, para poder observar bien, todas las casas, cuando estuvieran por el distrito de Miraflores. Como medía hora después, el carro se adentró en el barrio más exclusivo de la ciudad, el barrio de Las Flores. Para su sorpresa, el bus al pasar por la primera cuadra de ese barrio, giro a la derecha y tomó una avenida principal de doble vía, que resultaba ser el límite del Barrio de Las Flores con otro distrito de la ciudad.

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Ortiz, pidió bajar, pero el bus lo llevo unas tres cuadras más arriba de la avenida, allí se bajó. En el instante en que bajaba del bus y este volvía a partir. Una camioneta con cuatro hombres, tres dentro de la cabina y uno encima del capót de la camioneta, se cruzaban con el bus, viniendo en sentido contrario. Ortiz los vio pasar raudamente, pero no le llamo la atención en absoluto, para él era un auto más, de los tantos que van y vienen por la ciudad. Tuvo que deshacer lo avanzado por el bus, caminó avenida abajo, en la misma dirección que la camioneta. Caminaba con paso pausado y sin apuro, el día se presentaba despejado con cielo azul y algunas nubes en el horizonte, el sol estaba por llegar a su cenit, conforme pasaban los minutos la intensidad de los rayos solares menguaba. Ortiz por fin llegó a la primera fila de casas del Barrio Las Flores, todas eran residencias muy bien cuidadas, con jardines, algunas con pasto verde, las más variadas flores y plantas, algunas con flores, tan llamativas en sus colores, vivos y alegres, que distrajo a Ortiz. Aficionado a las plantas como era, se entretuvo mirando los jardines, tan esmeradamente cuidados. Todas las casas, disponían de rejas, algunas bien altas, otras de regular altitud. Ventanas polarizadas era el común denominador de las viviendas de ese barrio. Fachadas esmeradamente pintadas incluso con combinaciones de color que hacían

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más llamativa la casa. Era como ver un cuadro donde algún artista hubiera decidido poner a prueba su talento, combinando colores y matices en las paredes de las casas de aquel lugar. Distraído como andaba mirando los jardines, Ortiz se acordó en determinado momento a lo que había venido. Saco del bolsillo de su camisa el papel con la dirección anotada. Se fijó en el número de una de las viviendas, era el 614, se preguntó ¿Por donde sería el 245? Siguió avanzando, se volvió a fijar en el número de otra vivienda, esta tenía el 510. Volteó por una esquina y caminó hasta la cuadra siguiente, un joven de lentes oscuros, vestido de forma muy original, caminaba en sentido contrario, al cabo de unos pasos, se cruzaron Ortiz y el joven, Ortiz le pregunto: Disculpe la molestia, ¿me podría indicar donde queda el 245 del Jirón Los Claveles? El joven le señaló la fila de casas del frente y le dijo: Siga de frente y voltee a mano izquierda, la tercera casa es el 245. Gracias, muy amable. Contesto Ortiz. Se quedó por un rato mirando la facha del joven, resultaba tan llamativa y singular que era inevitable no fijarse en su vestimenta. Se encaminó Ortiz, por el derrotero que le había indicado el joven, caminó hasta la esquina, cruzó la pista, y en la calle transversal que hace esquina con la calle por la que caminaba, vio un poste donde indicaba los nombres de los jirones, mediante dos pequeños letreros colocados en

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forma de ele. Unos de ellos decía: Jirón Los Gladiolos, y el otro: Jirón Los Claveles. Se alegró de estar ya cerca de la dirección que buscaba. Siguió caminó y pasó por el frente de tres casas y cuando ya iba por la tercera, divisó en letras de molde sobre la pared de una de las casas, el número 245. A no poca distancia de la casa, estacionada se encontraba la camioneta, que rato antes había visto pasar raudamente. Cierto aire de satisfacción y alegría invadió el ánimo de Ortiz, tenía el presentimiento de que por fin estaba cerca de lograr su objetivo, saldar su deuda con la señora y de paso recibir alguna gratificación por el servicio prestado. No sabía Ortiz, que estaba muy lejos de lograr aquello, más bien el panorama se le iba complicar. Se acerco con decisión a la casa signada con el 245, la casa era de dos pisos, construida en material noble, pintada con colores fuertes y oscuros, se combinaban el amarillo ocre con el marrón oscuro, delante de la casa un pequeño jardín, un pasto esmeradamente cuidado, plantas llenas de flores. El primer piso tenía dos puertas, la primera, la puerta principal de la casa y la otra al parecer era la puerta de una cochera, un ventanal grande con marcos de madera y rejilla de seguridad, y una ventanita pequeña entre la puerta de la cochera y la puerta principal de la casa. El segundo piso igualmente con dos ventanas, con marcos de madera y vitrales grandes, por dentro se lograba ver el tupido y grueso cortinaje que cubría todas

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las ventanas de la casa. Antes de acceder a ella se tenía que pasar por una reja de barrotes negros verticales, una fuerte chapa de acero incrustada en la reja cerraba el acceso a la puerta principal de la casa. Ortiz se acercó a la reja de la casa y por la puerta de la reja que da acceso a la entrada principal, trato de abrirla, pero esta se encontraba cerrada con llave, hizo los intentos de abrirla metiendo la mano por detrás de la cerradura, pero esta no se pudo abrir, entonces golpeo la reja con una llave que guardaba en el bolsillo, se sintió un sonido metálico como de campana, dio golpes cortos, sonaron como tres campanillazos de ruido seco y duro. Nadie contestó. Esperó unos instantes, Ortiz miró hacia cada una de las tres ventanas de la casa, por si alguien se aproximaba a través de la cortina, no hubo respuesta. Sorpresivamente, se abrió el postigo de la puerta de la cochera, salió un hombre fornido, con terno marrón jaspeado, camisa blanca y corbata beige, algo contra hecho, su corpulencia lo hacia parecer más bajo de lo que era, una caja toráxica amplia y sin nada de barriga, pelo crespo y corto. Salió unos pasos de la puerta y pregunto en forma seca y descortés: ¿A quien busca? Ortiz, entre sorprendido y amedrentado, por la figura de su interlocutor, dijo: ¿Aquí vive una señora de apellido Valenzuela? Si, aquí vive, pero esta de viaje. Respondió el hombre a Ortiz.

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¿No sabe cuando regresará? Interrogó Ortiz. No, pero dígame de que se trata, yo le doy el encargó. Dijo el forzudo, en tono seco y hostil. Sólo dígale que Lucho Ortiz ha venido. El hombre corpulento, respondió con un sonido casi gutural, que en forma casi inaudible sonaba algo parecido como un: ¡ya¡. Ortiz se alejo de la casa, no le gustó para nada el aspecto fornido y la forma de hablar del tipo que salio, no tenía nada de modales, era el perfecto guardián o guardaespaldas, de tosca y ruda manera de responder y hablar, casi despectivamente, parecía un hombre aburrido. Cuando Ortiz se retiraba del lugar, por unos instantes, fijo su vista en el tipo, y este puso sus manos en la cintura, abriendo el saco más de lo normal. Esa acción permitió a Ortiz divisar no muy claramente, el mango de lo que al parecer era un revolver, enfundado a la altura del sobaco. No quiso mirar más y se dio media vuelta, empezó a caminar calle arriba con paso lento. No quería poner nervioso a su observador, que no quitaba la vista de los pasos que daba Ortiz, parecía un hombre de poca paciencia, al que no le gustaban los interrogatorios ni las preguntas por más rutinarias que estas fueran. Tras perderse de la vista del hombre, que se quedó parado observando a Ortiz, mientras este se alejaba; Ortiz llegó a

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la esquina opuesta por donde había venido. Pudo reconocer la cuadra por donde el bus había pasado, sintió cierto alivio al doblar la esquina y perderse de la mirada de ese fortachón. Siguió caminando y unos pasos más adelante, estaba nuevamente en la avenida de doble vía, por donde el bus lo había traído. Se detuvo a tomar un poco de aire, la caminata lo había cansado un poco, ya no era el de antes, su agilidad y fortaleza habían disminuido, y si bien no estaba subido de peso, la regular barriga que lucía, le daba una figura algo gruesa y poco atlética. Mientras Ortiz, recuperaba fuerzas y tomaba aliento, la misma camioneta que rato antes había visto pasar y que luego la encontró estacionada a pocos metros de la casa, pasó por la avenida, estaba vez a no mucha velocidad, en el interior, dos personas de trajes oscuros, uno manejaba y el otro de copiloto, al pasar por enfrente de Ortiz, uno de ellos volteó a mirarlo. Por unos instantes la mirada de Ortiz y el de la camioneta se cruzaron. Ortiz no reparo en nada, de porque ese hombre de la camioneta lo miraba con tal atención, tan sólo se preguntó: ¿Quién será ese que me mira tanto? A pocos metros de donde estaba, pudo ver un letrero que decía paradero, caminó hasta allí, a los pocos minutos de espera, apareció otro bus de la misma línea que lo había traído hasta ese lugar, se embarcó rumbo a su domicilio. “Suficiente por hoy”, se dijo para si.

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XIII Eran las 9:30 de la noche, Karina por unos instantes se quedó parada, como no sabiendo que hacer, ni que decir, vio a los cuatro hombres salir de la casa, abrir y tirar de la puerta, para cerrarla a sus espaldas. Uno de los hombres le rozo suavemente el hombro, Karina no hizo caso al roce, permaneció inmóvil hasta que los cuatro sujetos se embarcaron en la camioneta y se sintió el ruido del motor, este se fue apagando en la distancia, hasta que no se oyó nada, ni el más leve murmullo, un silencio sepulcral invadió la habitación donde Karina se encontraba, ni el perro que al llegar, le había ladrado al sentir su presencia, permanecía ahora callado. Karina, despertó de su letargo, al no sentir ya el más mínimo ruido. Se dijo para si: Y ahora que hago aquí. Puso una mano sobre su mentón, y pegó una mirada curiosa a todo el mobiliario de la habitación. La habitación era pequeña, en una esquina una especie de aparador, delante de este, la mesa redonda, de madera, con cuatro sillas, donde rato antes habían estado sentados los sujetos que hablaron con ella. Una puerta al otro costado, al parecer comunicaba con otra habitación, y del otro lado de la habitación casi al rincón un sillón largo, forrado en tela a rayas, rojas y anaranjadas, una pequeña mesita con superficie de vidrio y un florero encima, que adornaba la mesa. De una de las paredes colgaba un cuadro, al parecer una copia de la pintura de algún artista famoso. Era todo el mobiliario que contenía la habitación.

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Karina dio dos pasos adelante, se fijó en la superficie de la mesa brillante por el charol, estaba en esa actitud, cuando sintió que alguien abría la cerradura de la puerta a sus espaldas, dio media vuelta algo asustada y nerviosa. La figura de un hombre de baja estatura, con un sombrero de paja, que le cubría el rostro, una camisa a cuadros y un overol de corte ancho, portaba en una mano lo que parecía ser una tijera de podar. Entró en la habitación, camino unos pasos y se paró a poca distancia de Karina, se quitó el sombrero, lo que dejo ver, un rostro curtido por el sol, ojos negros y profundos, pelo lacio, negro con algunas canas, nariz aguileña, labios carnosos, unas arrugas en la frente bien marcadas, cejas pobladas, con prominentes entradas en la frente que dejaban paso a una incipiente y no muy profunda calvicie. El hombre tendría sus 50 o más años. Sus miradas se cruzaron por un instante, como quien trata de reconocer, escudriñar y tener alguna idea por la primera impresión, de la persona con quien ha de tratar, ambos se miraron y obscultaron mutuamente. Al cabo de un rato, Karina preguntó: ¿Y Usted quien es? El hombre respondió: Soy el que cuida la casa y trabaja en la chacra, también cuido de los animales. Umm. Dijo Karina, como dándose cuenta de con quien hablaba. Hizo un gesto algo despectivo.

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El hombre siguió diciendo: Me han encargado decirle, que mientras tenga que permanecer en este lugar, ordene lo que Usted necesite y yo lo haré. La casa es grande, tiene cuatro habitaciones, cada cuarto cuenta con su baño, aparte claro del baño de las visitas. Hay salón de juegos, un comedor, una cocina y un estudio. Afuera hay una piscina, que a la fecha se encuentra sin agua. Es por el clima frío, nadie la usaba, así que la tenemos así vacía. Karina cortándole su instructiva y detallada descripción del lugar, le dijo: Disculpe que le corte, pero por ahora, lo único que quiero es un lugar donde descansar. El hombre entendiendo el pedido de Karina, dijo: Pase usted señorita, y abriendo la puerta del otro lado de la habitación, apretó un interruptor y el cuarto contiguo se iluminó. Karina, siguió por detrás al que hacía de su guía. La siguiente habitación, tras un pequeño hall, bajando dos escalones, dejaba ver una amplia sala de muebles finos, una larga mesa de comedor para unos doce comensales, todo muy reluciente y esmeradamente cuidado, una pequeña barra hacia de bar. En un estante, botellas de los licores más variados, al final de la habitación una puerta vitral, por la oscuridad de la noche no se veía más allá. Torciendo a mano izquierda por un pasadizo, cuatro puertas finamente barnizadas, formaban dos hileras paralelas de a dos a ambos lados del corredor. El hombre abrió una de las puertas, y encendió la luz. Señorita, pase usted. Dijo en tono muy cortés.

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Karina entró y quedo impresionada por el mobiliario, era una habitación amplia con una cama de dos plazas, con veladores a ambos costados, ropero empotrado de lado a lado de la habitación, con cuatro divisiones, al otro lado una mesa tocador con un espejo redondo, lámparas con su respectiva sombrilla en color crema en cada velador El piso totalmente alfombrado de color rojo. A la cabecera de la cama una ventana, del mismo ancho que el catre, cortinas a ambos costados de la ventana, recogidas por una galería para cortina. El hombre ya estaba por dejarla en la habitación, cuando Karina preguntó: A propósito ¿Cómo se llama usted? El hombre respondió: Llámeme Sebastián. Inmediatamente agregó: Me encargaron también decirle, que si necesita ropa para cambiarse, la encontrará en ese armario. Y señaló con su mano el inmenso closet empotrado de cuatro divisiones. Karina, solo dijo: Gracias. El hombre finalmente se retiró, cerrando la puerta. La tranquilidad de aquel lugar, era algo inusual para Karina, por la ventana y a través de la cortina se filtraba un rumor como de viento, de rato en rato, algún grillo hacía ruido. La luna alumbraba con sus reflejos, y dejaba

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ver una luz tornasolada, dándole a la noche un aire especial. La habitación olía a una fragancia agradable de rosas. Para Karina todo esto, resultaba extraño, pero a la vez se sentía, por primera vez, como una reina, dueña de una gran mansión, con toda la comodidad que cualquier ser humano ambiciona, y donde no habría persona que no quisiera tenerla por suya. Era más de lo que podía esperar. El lujo, la seda, un piso alfombrado, un espejo para mirarse, no era para menos, sucumbir ante tanta comodidad. Ni se quitó las botas que calzaba, ni tampoco la ropa que llevaba puesta, solamente se dejo caer sobre la suave y mullida cama, con sabanas blancas y una colcha que parecía de terciopelo, por primera vez, Karina, sintió nostalgia, llevaba una pena escondida, esa mujer que en todo momento parecía segura, desenvuelta, calculadora y hasta por momentos fuerte y ruda, cayó en melancolía. A su mente acudieron recuerdos de su infancia, de sus padres a los que imaginaba, porque no los recordaba claramente; de los cuales nunca había querido decir nada, algo en la habitación le trajo esos recuerdos. Si en ese momento alguien hubiera entrado a la habitación donde ella se hallaba, tan solo habría visto a una muchacha tirada sobre la cama, de espaldas, con sus rubios cabellos alborotados y sollozando amargamente. Karina lloraba, la mujer que había logrado maniatar con habilidad y destreza, empleando la fuerza bruta, a un hombre más fuerte que ella, ahora tenía su alma destrozada, no sabía porque, no lo entendía, pero parecía que era un llanto

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contenido por mucho tiempo, todo aquello que el cuidante de la casa le ofreció, la forma como se las mostró, lo inusitado de tanta amabilidad, ella se preguntaba ¿Por qué todo esto? ¿Por qué de un momento a otro le muestran todo lo que durante mucho tiempo le habían ocultado? Era la primera vez que pasaba de la sala donde la recibieron, anteriormente había estado en el lugar, nunca había sobrepasado ese límite, de la pequeña sala donde la recibieron si era de noche, como en esta ocasión, ella salía con los hombres, subía a la camioneta y la dejaban en su cuarto, en el segundo piso de aquel edificio. Nunca había tenido la oportunidad de ver más, recién ahora cambiaba la rutina acostumbrada, recién ahora le habían ordenado por primera vez que permanezca en el lugar. Por primera vez veía la cara al tal Sebastián. Siempre desde muy niña, tuvo que arreglárselas sola para vivir, ahora de buenas a primeras le dicen que permanezca en ese lugar, y le muestran todo el confort, lujo, belleza y aire perfumado de una casa, que no sabía siquiera a quien pertenecía, y ¿porque ahora, se la mostraban?. La tristeza y el llanto pronto fueron cesando, dando paso a la calma, el llanto se hizo casi imperceptible, al poco rato, Karina, ya no lloraba, dormía, se quedó dormida así como estaba, el sueño la invadió, su cuerpo se adormeció y después de algunos minutos, Karina, se encontraba en un sueño profundo.

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XIV

Los días se sucedieron para Karina en esa hacienda de ensueño, por algún motivo le habían dicho que se quede, que espere allí, ella nunca desobedecía las ordenes que le daban, tenía bien metido en la cabeza, que obedecer lo que dice un jefe, por un trabajo asalariado, es buena estrategia para ganarse la confianza del que te da la orden. Así que, Karina fiel a ese principio, se quedo inmóvil en aquella habitación, sin saber lo que iba a pasar con ella. No pensó en nada, no replicó nada, solo obedeció. La hacienda, tenía una extensión aproximada de 35 hectáreas, en un extremo de la misma, y, a lado de un camino de tierra, que desembocaba en la carretera principal, se hallaba la casa de un solo piso, construida sobre un terreno inclinado, íntegramente hecha en material noble, tenia cuatro alas laterales, las dos superiores eran más cortas que las inferiores, una construcción principal en línea recta, como columna vertebral de toda la casa, a la izquierda de esa edificación vertical, quedaban los dormitorios, separados por un pasillo, dos a cada lado. Uno de ellos le fue dado a Karina para que pasara la noche; al otro lado estaba la cocina, la despensa y un baño para el personal de servicio. En el ala superior derecha, estaba el estudio, y separado por ese hall elevado, al otro lado, la habitación donde fue recibida

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Karina, por esos cuatro sujetos. Siguiendo la dirección de la sala y el comedor, separado por una puerta de vidrio corrediza, quedaba el salón de juegos, pasando el salón de juegos y totalmente cercada, en un espacio amplio, estaba la piscina de 80 metros de largo por 10 de ancho. A la izquierda de la casa, se hallaba el granero, una construcción de adobe, techada, donde se guardaba todo lo necesario para la actividad agrícola que se desarrollaba en el lugar, detrás del granero, una construcción con techo de eternit y paredes de madera, era el establo, allí se criaban vacas, algunas ovejas, gallinas, patos y tres caballos. Delante de toda la fachada de la casa y por alguna razón se había dejado sin derruir la estructura de una pared de adobe, que todavía conservaba el tartajeado de yeso y cal, que cubría a los adobes, era una sola pared, de uno de los lados, más alta hasta la mitad, la otra un poco más baja. Karina despertó de su profundo sueño, había dormido de un solo tirón, el frío de la madrugada le hizo temblar y despertó sobresaltada, de ver y encontrarse en un lugar que no era su cuarto de costumbre, recién en ese momento se dio cuenta que había pasado la noche encima de la cama y con la ropa que vino. El sol ya despuntaba en el horizonte y la luz del día se reflejaba por la ventana que había sobre la cabecera de la cama, como no se jalaron las cortinas, el cuarto estaba ya iluminado por la luz del día.

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Se miró en el espejo del tocador, estaba toda despeinada, su tez blanca y sonrosada, sus ojos azul oscuro, mostraban los signos del llanto, entró en el baño y se lavó la cara, un paño colgado a lado del lavabo, le sirvió para secarse. Volvió a la habitación y se quitó la ropa que traía puesta, se acordó que el hombre que le había mostrado la habitación, le había dicho que en el closet había ropa por si quería cambiarse. Abrió y en una de sus divisiones, encontró todo tipo de prendas, desde lencería hasta abrigos, pasando por vestidos, faldas, blusas, polos, pantalones, camisones y hasta zapatos, para todas las ocasiones, de vestir, deportivos, casuales, etc. Después de arroparse con las prendas que más le gustaron, salio de la habitación y en la mesa del comedor, encontró una nota, esta decía: Señorita Karina, aquí le dejo el desayuno preparado, sírvase lo que guste. Sobre la mesa estaba dispuesto, el pan, una azucarera, mantequilla, leche, aceitunas, un trozo de queso, jamón, café, un jarro con su respectivo platillo y cucharilla. Desayunó lo que se le antojó, hasta quedar satisfecha. En el ambiente que funcionaba como sala comedor, a un costado pegado a la pared, había un equipo de sonido, lo encendió, la música emitida por el aparato, llenó el ambiente de alegría y ruido, afuera se sintió los ladridos de un perro. Protestaba por la bulla inusual dentro de la casa.

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Finalmente aburrida de oír música, salió fuera de la casa, el día se presentaba radiante, un sol brillante, cielo azul, algunas nubes a lo lejos hacían sombra de tiempo en tiempo, tapando el sol por momentos, una brisa suave corría por todo el campo, a cierta distancia pastaban las ovejas, un perro algo juguetón le ladró al salir y corría de un lado a otro detrás de ella. Se puso a caminar pausadamente, buscó alguien con quien hablar, tenía muchas preguntas sin respuesta en su cabeza. Lo ocurrido anoche, le parecía un sueño, no podía ser cierto tanta afabilidad para con ella. Caminó unos pasos y del interior del granero apareció Sebastián, con su sombrero ancho de paja, solo que esta vez vestía un pantalón de paño, color entero. Al ver a Karina, dijo: Buenos días señorita Karina, ¿como ha amanecido hoy? Karina responde y dice: Buenos días don Sebastián. Y casi sin pausa, agrega: Con muchas dudas y preguntas que hacer. ¿Cómo cuales, señorita? Dice Sebastián. ¿Saber por que tengo que permanecer en este lugar? ¿Por qué ahora me han permitido conocer lo que tienen aquí? ¿A quien pertenece esta propiedad? ¿Por qué todo esto? Para Sebastián eran muchas las interrogantes, para las cuales él no tenía respuesta, sólo atino a decir: Sea

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paciente señorita Karina, pronto serán respondidas todas esas preguntas que me hace. ¿Cuanto debo esperar para eso? No se enoje conmigo señorita, y sólo sea paciente y disfrute de los días aquí, que la vida es muy corta para gastarla en dudas y temores. Las respuestas llegaran, todo a su tiempo. Mientras hablaban, un muchacho, se acercaba, sujetaba de las riendas, un caballo, conforme se acercaba el muchacho, se pudo notar, que el equino estaba ensillado y listo para ser montado, bridas, silla, estribos, faldón, carona y todo lo necesario. Se acercó el joven y se detuvo justo frente a ellos. Sebastián dijo: Le presentó a mi hijo, Mateo; el me ayuda en las labores de la chacra y cuida a los animales; es un experto en esos menesteres: El joven saludo con una reverencia a la dama; y dijo: Buenas días; señorita… Karina. Completo la frase Sebastián. Karina miraba con curiosidad al muchacho, y miraba sorprendida al equino, que se puso a lado del muchacho. Tras un momento de cruce de miradas y sonrisas.

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Sebastián rompió el hielo y dijo: Señorita Karina, le hemos ensillado un caballo para que de un paseo por el campo. A lo que Karina, sonriéndose, algo ruborizada y con timidez, dijo: Pero, yo no se montar, ni nunca lo he hecho. Aquí Mateo, que es un experto jinete le enseñará… Y miró a Mateo. Mateó respondió titubeando: Eh… claro que si… porque no. Es cuestión no mas de perderle el miedo al animal, lo demás viene de por si. Karina entre indecisa y turbada, aceptó el desafío, total será una experiencia divertida, pensó dentro de si misma. Aunque lo que decía Sebastián era una verdad para ella, tenía que perderle el miedo a subirse al caballo, sino nunca lograría hacerlo. Sebastián dijo: Bien adelante, señorita Karina. Mateo jaló del equino y lo puso justo, en frente de Karina. Se acercó a ella y le dijo coloque su pie izquierdo en el estribo.

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Con cierto temor, Karina levantó su pie y lo colocó en el estribo de la montura del caballo, el equino se movió un tanto, Karina gritó: Aaah. Mateo para tranquilizarla le dijo: No se asuste, yo estoy sujetándolo. Ahora tome impulso y elévese para subirse encima. Karina, hizo lo que Mateo le indicaba, tomó impulso y subió, sujetándose del borrón de la montura, para en poco tiempo estar sobre el equino sentada. En media hora de clase, Karina pudo captar con facilidad todo lo necesario para aprender a montar caballo, perder el miedo al animal y sobre todo tener seguridad al sujetar las riendas para dirigir al equino por donde ella quisiera En los días que siguieron, Mateo la esperaba, con el caballo ya ensillado, para el paseo matinal de Karina, le ayudaba a subir y el resto quedaba a libertad de Karina para ir a donde quisiera. Como la propiedad era extensa, podía recorrer toda la hacienda, disfrutar del aire fresco y el sol, que por esos días se mostraba radiante, el clima fue favorable, porque le toco días de pleno sol, sin que por ello se sintiera una calor intensa, corría de rato en rato un viento refrescante, cambiando constantemente de sentido. Karina encontró divertido salir a pasear de esa manera, era una experiencia nueva para ella y le resultaba relajante y divertido. Todos tenemos muy dentro nuestro,

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bien guardado, un espíritu de aventura y curiosidad por explorar aquellos lugares que no sabemos como son y desconocemos, lo desconocido siempre llama la atención y despierta a ese explorador a veces oculto que llevamos dentro. Karina encontró la oportunidad para vivir una nueva experiencia, aunque le hubiera gustado hacerlo con alguien más, pues Mateo no la acompañaba en sus paseos. Por sus ocupaciones y tareas dentro de la hacienda no le daba el tiempo para acompañar a Karina en sus cabalgatas. Karina aprendió a dominar al equino casi a la perfección, a veces trotaba, otras emprendía veloz carrera o dejaba al animal que la llevara a paso lento, para ella poder admirar y descubrir el paisaje y conocer mejor el lugar, que era netamente rural, con todas las características de una zona dedicada al cultivo de una serie de productos. Uno de los días, saliendo de los límites de la hacienda, descubrió una pradera y algunos campos de cultivo, el paisaje se mostraba esplendido, una colina, remataba el paisaje a alguna distancia, árboles esparcidos por aquí y por allá y una que otra choza o vivienda que se divisaban a cierta distancia. Un camino de tierra señalaba la ruta a seguir, por entre los sembríos, una vez en la pradera, Karina podía desplegar con toda libertad sus dotes y habilidades de un buen jinete, se divertía haciendo dar vueltas al caballo, u otras veces al trote obligarlo a saltar pequeños obstáculos. Para la gente del lugar que pasaba por allí y veía a Karina cabalgar, les llamaba la atención su largo pelo rubio, sus rasgos finos y su cara de niña, su

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piel blanca y rosada, sus ojos azul oscuro y sus mejillas sonrosadas. Sebastián le había proporcionado un sombrero de fieltro, al mismo estilo del antiguo oeste, un pantalón denin y una blusa a cuadros; nadie del lugar pudo sustraerse a mirar a tan inusual jinete, era blanco de todas las miradas. No era común ver a una muchacha de los rasgos de Karina, pasear por esos lugares, y mucho menos como lo hacía ella, en forma tan singular y llamativa. Por esas casualidades del destino, y que nadie sabe con que razón ocurren, por esos mismos lugares andaba un muchacho, parecía estar de regreso de algún lugar y venía en sentido contrario, llevaba un gorro con vicera, que le tapaba el rostro. Karina paso por su lado casi sin fijarse en él, trotaba a paso ligero, distraída observando el paisaje y mirando el camino para dirigir al animal, el muchacho levantó la vista y se quedó viéndola, después siguió su camino. Lo que Karina no se había dado cuenta, es que aquel muchacho que pasaba, oculto el rostro por el gorro que llevaba y por su andar con la cabeza baja, era Wilfredo. El mismo, al que días antes lo había maniatado para quitarle la bolsa negra.

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XV Ortiz, había retornado a su casa, el hombre corpulento y grueso con quien se había topado y lo que vio bajo su brazo, a la altura del sobaco, no podía indicar otra cosa, que el sujeto era un matón, y andaba armado, no le costo mucho a Ortiz, darse cuenta de que ese mango de fierro y madera que vio, era un revolver. La situación a la que se enfrentaba era complicada y se complicaría aún más. Eso, le hizo dudar y temer por lo que pudiera suceder, si seguía en este asunto, a Ortiz le asustaba la idea de, en algún momento tener que enfrentar una balacera, él sólo, no podía enfrentarse a tal situación. Pero el destino, le tenía preparado algunas sorpresas y estas no tardarían en darse. Después de ese día, Ortiz, regreso a su casa, como ya dijimos. Por lo que le habían dicho, se confirmaba que la señora Valenzuela estaba de viaje, pues dos personas manejaban la misma versión, la muchacha al teléfono, y el matón ese. Lo que se preguntaba Ortiz, ahora era: ¿Por cuánto tiempo estará de viaje esa señora?, ¿Regresará pronto o tardara? Y ¿porque de semejante personaje dentro de la casa? La solución que encontró fue, llamar todos los días a la casa y preguntar por la señora, hasta encontrarla, necesitaba tener muchas respuestas de parte de ella, una explicación convincente de lo que pasaba, necesitaba también saber en que andaba metida la señora, si era cierto lo que él tenía como sospecha, que, podía ser una

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persona ligada al narcotráfico; esto deducía Ortiz, como consecuencia de lo que le había informado su amigo Alberto, el del Banco. La solución de todo este caso, se hacía difícil, hacerle todos esos cuestionamientos a la señora; a Ortiz, le resultaba complicado, por no decir imposible, por lo que sabía y conocía de la dama, esta no iba querer confesarse ante él. Además no se tenían mucha confianza, él la conoció cuando todavía trabajaba en la policía, siempre andaba con problemas de multas por infracciones al transito, así que Ortiz, como tenía cierta influencia, le ayudaba, anulando las papeletas las veces que podía, otras ni modo, la señora tenía que pagarlas. Poco tiempo después, se enteró por boca de la misma señora, que ella trabajaba en turismo y que tenía una Agencia. Por los favores recibidos, Ortiz, tuvo la mala idea, de hacerse un préstamo, al poco tiempo de retirarse del servicio policial, el resto de la historia es ya conocida. Pasaron tres días, dos de ellos, Ortiz, llamó a la casa de la señora, no obteniendo respuesta alguna, pues, nadie contestaba el teléfono, este solo sonaba y sonaba, hasta que la llamada se cortaba. Fastidiado por esta situación, Ortiz, como que olvidó del asunto y dejó de llamar. Se agregaron dos días más, en los cuales, se dedico a sus labores cotidianas, no preocupándose por el caso. El viernes por la noche, la ciudad como siempre se preparaba para el descanso semanal y también para dar

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paso la gente que aprovecha esos días para salir a no tan inocentes menesteres, aquellos noctámbulos y bohemios que han hecho de la vida nocturna, la diversión y la juerga, su modo de vida y vivir sin ello, sería como quitarles el sentido a sus vidas. Son como adictos que cada fin de semana, no pueden pasar sus días, sin las mujeres, el alcohol, incluso las drogas, para sentirse bien con ellos mismos y sentir que los demás, al menos los de de su generación los admiran, pues, entienden que si no lo hacen, están despreciando su tiempo, perdiendo oportunidades de relacionarse socialmente y hasta de negocios que pronto fructificarán. Ni de noche las ciudades duermen completamente, la actividad continua, aunque en otro escenario, las luces de neón, la oscuridad de la noche, son propicias para la diversión, el juego, la bebida, las drogas, las relaciones sociales, etc. Todo tiene su trasfondo comercial, y de alguna manera mueve la economía, porque también fuente de ingresos es, para aquellas personas, dueñas de esos lugares nocturnos. A eso de las 7 de la noche, una muchacha de pelo negro, corto, ojos pardos y con lentes oscuros, caminaba apurada por una de las arterías de esta ciudad, cuando algunos se disponen al descanso nocturno, terminada la jornada de labor, hay personas que parece que todavía no han terminado lo que tenían que hacer, es el caso de esta muchacha, que camina presurosa, cruza la calle, a medía cuadra de camino, para un taxi y sube, el auto parte, y

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lleva a la joven a un sitio ya conocido por el lector. Después de pagar la carrera, se baja, se adentra por una calle estrecha, se detiene en la puerta de una casa de dos pisos de un amarillo gastado, toca la puerta con cierto apuro, busca por todos lados un botón que pueda ser un timbre, no lo encuentra. Espera un instante, una señora de edad, la recibe y pregunta: ¿Si señorita, que desea? La joven responde: Estoy buscando al señor Ortiz, ¿se encontrará él en casa? La mujer, la mira por un instante de pies a cabeza y dice: Un momento. Al poco rato, sale Ortiz a la puerta, se encuentra con la joven y le dice: Buenas noches, si, usted dirá. La muchacha responde y dice: Buenas señor, no se, si se acuerda de mí. Se queda pensando por un momento, tratando de recordar a la muchacha. Por fin se acuerda de ella y dice: Ah si, ya me acuerdo, ¿de la Agencia? Si. Responde la muchacha. A continuación agrega: Vengo a entregarle esta carta, me dijeron que se la entregará personalmente.

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Ortiz recibe el sobre, algo sorprendido, se fija en el rotulo, este lleva escrito su nombre, Luis Alfonso Ortiz Rivas, no dejando lugar a dudas. El sobre tenía escrito su nombre y apellidos completo, así que no podía ser para otra persona, sino para él, a menos que existiese un homónimo suyo. En un gesto de amabilidad, por la entrega, le dice: Gracias… Jani. Le dice la muchacha. Ah si, Jani, muchas gracias por traérmelo. Se despiden, la muchacha toma el mismo camino por el que había venido y se pierde de vista al doblar la esquina. Ortiz cierra la puerta, intrigado por la correspondencia inesperada que acababa de recibir, él no recibía cartas de nadie, a no ser de su hermano que vivía en otro lugar lejano del país, pero eso sucedía a la muerte de un gato, o sea, muy rara vez. Olió el sobre, estaba perfumado, pero este podía ser de la muchacha que le entregó, pues, el perfume era de mujer. El sobre estaba algo abultado, al parecer su contenido era abundante, trato de mirarlo a tras luz para descubrir su contenido, no pudo ver nada. Finalmente decidido, lo abrió, la correspondencia era para él, su nombre figuraba en el sobre, la muchacha que se lo entregó, no podía

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haberse equivocado tanto, no existían muchos Luis Alfonso Ortiz Rivas, aunque eran apellidos y nombres simples y comunes, no podía tampoco estar dirigido a otro Luís Alfonso Ortiz Rivas. Saco del sobre, varias hojas dobladas, escritas a mano, por la caligrafía y la forma de escribir, se notaban que provenían de la mano de una mujer. Desdobló las hojas, estas estaban numeradas, seguramente por la extensión de la misiva y el número de páginas y para evitar confusiones, la remitente había numerado las hojas. Ortiz empezó a leer la misiva, esta decía lo siguiente: “Estimado señor Ortiz:” “Antes que nada, quiero disculparme por la manera en que me presenté en su domicilio en días pasados, estaba nerviosa y confundida, además no le explique bien, cual era el motivo de mi visita, ese día. Lo de la Cuenta del Banco y la sustracción del dinero, no era el real motivo, en ese momento yo andaba preocupada por otros motivos, espero que usted pueda entenderme. En otro momento, le explicare las razones de este mi proceder, estoy segura que me entenderá” “Como habrá podido deducir, no es posible una suplantación en el retiro de dinero de un banco, eso es difícil, sino imposible, lo que realmente quería era que usted averiguara, quien a la fecha

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esta en poder de ese dinero, en otras palabras quería que lo recupere para mí.” “Al momento de escribirle esta carta, estoy pasando por una situación sumamente difícil, no se cuanto haya averiguado usted, lo cierto es que estoy en peligro de muerte, he sido amenazada, de repente mis palabras le suenan duras y poco creíbles, pero créame. Es por ello que no me he vuelto aparecer en su casa en todo este tiempo. Para que llegue esta carta a sus manos, he tenido que valerme de amigos y terceras personas.” “La historia es la siguiente, como usted sabe y le comente en algún momento, yo trabajo en turismo, es bien conocido por usted, que tengo una Agencia de Viajes, en los últimos meses la Agencia no ha caminado bien, los recursos han disminuido e incluso he tenido que cambiarla a otro lugar. Por si quiere comprobarlo, ahora queda en la Avenida Marsano 490. Por ese tiempo mantenía una relación sentimental con un hombre, el tipo nunca quiso revelarme su verdadera identidad, pero gracias a él pude evitar cerrar la Agencia, en gran parte el dinero que usted recupere le pertenece a él, no se, o al menos no me interesaba saberlo, de donde sacaba tanta plata.” “Todo hubiera ido bien, si no fuera que un día husmeando entre sus cosas, descubrí que él

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trabajaba para una mafia de la droga. El tiempo y el papel no me alcanzan para explicarle detalles, además con todo lo que le cuento en esta misiva, estoy comprometiendo mi integridad, quizá no debiera contárselas, pero necesito decírselo a alguien.” “Todo lo que compré en el poco tiempo de relación con este hombre, fue gracias al dinero que él me entregaba, ahora estoy escapando de este hombre, estuve a punto de ser muerta, a manos de sus secuaces. Por eso le escribo desde la clandestinidad, solo quiero que recupere, ese dinero, ya me comunicaré con usted para saber como van las cosas, de ahí le pagare sus honorarios, descontando la deuda que tiene conmigo, por favor, le ruego su ayuda” “Sin otro particular, muy atentamente” Doris Valenzuela Después de leer la misiva, Ortiz empezó a atar cabos, ahora entendía porque la Policía Antidrogas había ido al banco a saber, si la mencionada señora, tenía una cuenta en ese Banco, También se explicaba porque lo del matón con revolver. Seguramente era parte de la mafia que traficaba con drogas. También ahora, Ortiz podía entender, de donde salieron los fondos para semejante casa, en la zona más exclusiva de la ciudad.

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Quedó estupefacto, sorprendido y decepcionado de todo lo que se enteraba y de cómo las cosas se iban complicando para él. Si antes de leer la carta, Ortiz, ya veía difícil el caso, ahora con muchas cosas, más claras y confirmadas, el asunto se ponía más difícil. Por unos miles de soles, podía perder la vida, en el intento de recuperarlos, y aún si saliese con vida, el dinero que recibiría, sería producto de la droga. Estaría siendo cómplice de los narcos. ¿Qué hacer?, ¿Cómo actuar? Se preguntaba Ortiz, ante la dificultad. Seguramente la policía ya tiene sospechas, incluso de la señora, quizá la hayan visto con el sujeto, que dice ser su amante, es más que seguro que la andan investigando, por algo fueron al Banco. Indudablemente, había cabos sueltos que atar en toda esta historia, la cosa no estaba tan clara, pero Ortiz, tenía sus dudas y temores, acerca de: si seguir investigando, recuperar el dinero, que sabe Dios en que manos estará, y si todavía existe o ya habrá sido lavado, invertido en alguna cosa. Ortiz, estrujaba su cerebro con todos estos pensamientos, pero las cosas para Ortiz, iban a seguir rodando, la rueda iba seguir dando vueltas, el caso le deparaba todavía muchas sorpresas. Lo que le había acontecido hasta ahora, no era nada, comparado con lo que se venía.

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XVI Wilfredo había ido en busca de su mujer, tras no encontrarla en la casa de su cuñado, pensó en hallarla en la casa de sus tíos, estos trabajaban en el campo, eran agricultores, así que decidió partir para allá. Ellos vivían por la zona de San José, un valle, muy productivo, por ahí, también había grandes haciendas, de personas pudientes, como la que ya se describió, y donde dejamos a Karina. Cogió una mochila, algunos objetos personales y salió de su casa, rumbo al lugar donde vivían los tíos de su mujer. La plata se le iba agotando, pues ahora tenía que pensar en su comida y movilidad. Cuando su mujer aún vivía con él, ella de alguna forma le daba de comer, no tenía que preocuparse por la comida, su mujer siempre le tenía listo algo. A eso de las 7 de la mañana, se embarcó en un autobús interprovincial, pues, el lugar quedaba un poco lejos, en las afueras de la ciudad. Conforme el carro avanzaba, iba desapareciendo el paisaje urbano de ciudad para dar paso al campo, a los sembríos, a los árboles, los animales del campo, las ovejas, vacas, toros, chivos. El panorama iba cambiando, era como si una película estuviese rodando por la ventana del autobús, mostrando dos realidades distintas y opuestas. Las dos eran parte del mismo mundo pero diferentes en su esencia, por el modo de ser y pensar de la gente del campo, comparada con la de la ciudad es

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enfrentarse a dos lógicas y modos de ser distintos. En la ciudad la gente tiene un visión global de las cosas, en el campo la gente vive encerrada en su mundo, la poca comunicación entre si, que tiene la gente del campo, la hace de esta manera. Son poco elocuentes en su hablar, pero humildes en su trato, el campesino trabaja su tierra, el hombre de ciudad, también labora, pero bajo otros parámetros. Esa es la gente rural, no siempre comprendida, muchas veces maltratada y olvidada. No tardó mucho el bus, en llegar al sitio donde Wilfredo tenía que bajarse. No recordaba bien el lugar por donde quedaba la chacra, así que cuando vio en el camino algo familiar, que le recordó, que por allí debía ir, pidió bajarse. El bus lo dejó, como medio kilómetro antes, de la hacienda donde se encontraba Karina. Las cosas habían cambiado desde la última vez, que él estuvo por esos lugares. Tuvo que preguntar por aquí y por allá, para lograr encontrar a los tíos de su mujer. Cada vez que preguntaba, le hacían adentrase más y más en el valle, Hasta que por fin, en horas de la tarde, pudo hallar la chacra de los tíos de su mujer. Después de recibirle muy cordialmente. Los tíos de Vilma, le informaron que ella no había aparecido por allí. Wilfredo les pregunto: ¿A dónde pudo haber ido?

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No sabemos. Respondieron ellos Bueno, tendré que seguir buscando. Dijo Wilfredo. ¿Cómo se va sin avisarte, la muy sinvergüenza? Dijo el hombre. Así son las mujeres, el rato menos pensado, algo las enoja, y a uno lo abandonan sin dar razón. Respondió Wilfredo, tratando de justificarse. La conversación siguió, hablaron de muchas cosas, entre ellas de su relación con su sobrina Vilma. Wilfredo buscó excusas y pretextos para todo. Culpó a la situación económica, al clima, a la mala fe de la gente, en fin a todo lo que pudo. Pero en ningún momento habló con la verdad. Wilfredo pasó como la victima en todo este lío. Los tíos de Vilma, dadas las horas que ya eran, y como vieron que ya anochecía, le ofrecieron a Wilfredo hospedaje, él acepto de buena gana. En un espacio reducido y en la estrechez de recursos con que contaban, de alguna forma, le prepararon una cama a Wilfredo. A luz de unas velas, porque no contaban con energía eléctrica, comieron algo y se fueron a dormir. La noche se hizo larga para Wilfredo, acostumbrado como estaba, a la diversión, a salir todas las noches, a estar metido entre el ruido y los vicios. Tenía ganas de salir corriendo hacia la ciudad, echarse unas copas, y hasta quien sabe hurtar por allí algo, si la ocasión se le presentaba.

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Llegó la mañana, los tíos de Vilma, despertaron temprano, como buenos agricultores que eran, mientras Wilfredo que recién en horas de la madrugada, había logrado dormirse, seguía en los brazos de Morfeo. No queriendo despertarlo, lo dejaron dormir hasta cuando quisiera. Wilfredo despertó asustado de encontrarse en un lugar diferente del acostumbrado, se calmó cuando recordó que estaba en casa de los tíos de Vilma. Como pudo se alistó, para partir de regreso a la ciudad. No hubiera aguantado un día más, en ese lugar. Agradecido se despidió de los tíos de Vilma, y emprendió el camino de regreso, por el mismo lugar, por donde había venido. Como el día se presentaba soleado, para taparse del sol, se puso su acostumbrado gorro, cuya víscera le cubría casi totalmente el rostro. Caminaba como siempre agachado, no quería que el sol le diera en la cara. Sin fijarse mucho en el paisaje, ni en lo que le rodeaba, siguió el camino que el día anterior lo había traído hasta ese lugar. Tomó el camino de tierra, que cruzaba en medio del campo y algunas tierras de cultivo, a eso de las 11 de la mañana, a lo lejos, oyó el sonido de los cascos de un caballo. ¿Alguien viene? Se dijo. No dándole importancia, siguió andando, aunque se sobresaltó, por esa inseguridad que llevaba dentro. Cuando ya estuvo a

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cierta distancia, y los sonidos del andar del equino se acercaba en dirección a él, pudo divisar, al jinete, era una chica de rubia cabellera, que trotaba, llevaba un sombrero que le cubría la cabeza, pero su largo cabello rubio, se le revoloteaba y volaba como una larga cola, por detrás de la espalda, movido por viento, el movimiento al cabalgar de la muchacha, era rítmico y mantenía la cadencia de los buenos jinetes. A Wilfredo, le impresionó su cara de rasgos finos, su piel blanca, era evidente que la muchacha, no era del lugar. Wilfredo notó algo familiar en la muchacha, ya la había visto en algún otro sitio, trató de hacer memoria, pero no pudo recordar nada. Cuando el caballo con la muchacha estuvieron bien cerca de él, Wilfredo, bajo su gorro todo lo que pudo, de tal manera que le cubriera el rostro y empezó a caminar con la cabeza agachada, sin dar la cara. La muchacha paso, casi sin mirarlo, Wilfredo, tomó esa precaución, por si la joven lo reconocía de algún lugar. Wilfredo tenía por costumbre hacerlo, aún ante la persona más íntima y conocida que tuviera, los que sabían de él, conocían perfectamente esta su costumbre. Costumbre de la que nunca se libraría, pues le acompañaría hasta el último de sus días en este mundo. El lector ya se habrá dado cuenta, que la muchacha era Karina, que en ese momento daba un paseo. Azares del destino, que cruza a dos enemigos por el mismo camino y ninguno se fija en el otro, ni lo recuerda.

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XVII Jani después de dejar la carta donde Ortiz, se dirigió a su casa, era fin de semana, durante los anteriores días había trabajado arduamente, sentía estrés del trabajo y la rutina la rutina laboral que a veces agota, no tanto por lo arduo del trabajo sino por lo monótono que se hace, cuando ya se conoce de memoria el manejo y movimiento de lo que se hace, la semana resulta larga y se espera con ansias el fin de semana, es el natural anhelo de los burócratas o aquellos que laboran tras un escritorio. Aburrida con el mismo papeleo de siempre de la oficina donde laboraba, se quitó el traje formal y citadino con el que debía presentarse todos los días en su lugar de trabajo. Se puso algo más cómodo. Cogió el teléfono y marco unos números, nadie contestó del otro lado de la línea. Media molesta por la falta de respuesta, colgó. Se dijo, para si: ¿Dónde puede andar la muy loca? Seguramente ya tiene algún plan, o se ha quedado dormida. Se arreglo un poco, se puso algún suéter y una casaca roja para el frío, caminó como media cuadra por la calle y cogió un taxi, este la llevó hasta la calle donde se ubicaba un edificio de tres pisos, subió las escaleras, por un corredor algo oscuro, por la tenue luz que lo iluminaba, se dirigió hasta la tercera puerta a la derecha, pegando tres golpes cortos y continuos, grito a través de la puerta: ¿Karina estas ahí?

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Nadie contestó, ni la puerta se abrió. Una persona que salía de la habitación continua, al ver a la muchacha llamando a la puerta, le dijo: Karina, no está. Hace varios días que no ha venido, ni siquiera a dormir. Jani, con cara de preocupación, pregunto: ¿No sabe a donde salió? No, sólo la sentí salir apurada. No se donde pueda estar. Gracias. Dijo Jani. Bajó las gradas con paso lento y pensando en que pudo haber sucedido. Nunca Karina había estado más de dos días ausente del cuarto donde vivía. Le resultaba extraño, aunque por lo misteriosa que siempre era su amiga no le sorprendió del todo, este extraño ausentismo y toda esta situación. Claro que se preguntaba para si: De repente ha sucedido algo. ¿Qué puede ser? Siempre existe la tendencia a pensar lo peor, cuando no se tiene noticias de la persona a la que buscas. Ensimismada como estaba en sus pensamientos, no se dio cuenta y al terminar de bajar los escalones chocó con un sujeto, este se disculpó y siguió su camino, subió apuradamente los escalones y desapareció. Jani lo siguió con la mirada, cuando el sujeto desapareció, no se preocupó más por el incidente. Finalmente decidió

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seguir sus planes, tomo un bus que la dejó en el centro de la ciudad. Tenía la plena confianza que nada grave podía haberle sucedido, su querida amiga sabía cuidarse mejor que nadie, por lo poco que sabía de ella, incluso de situaciones de riesgo había salido en mejor situación que ella misma. Segura estaba de encontrarla en el lugar al que fueron la última vez. Entró al sitio, ilusionada con hallarla allí, no la encontró. Algunas otras amistades, si estaban, se junto a ellas, no iba perder la oportunidad de pasarla bien y divertirse, tenía todo el fin de semana para descansar y hacer lo que le plazca. Entre los concurrentes al lugar, también estaba Wilfredo, quien después de su travesía buscando a su mujer, también había decidido hacer de las suyas. Tomaba una copa, apoyado en la barra del local. Miraba y observaba a cada uno de los asistentes al lugar. En determinado momento se fijó en Jani, pues, la casaca que llevaba puesta, era bastante llamativa y era difícil no fijarse en ella; al que atendía en la barra le preguntó: ¿Conoces a esa chica? ¿Quién? Preguntó el de la barra. Ella, la de chaqueta roja y pantalón azul. Señalando con una mano en dirección a Jani. Si claro, sólo se que se llama Jani. Es cliente del lugar, siempre viene por aquí.

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A Wilfredo, le llamó la atención Jani, trataba de recordar donde la había visto la última vez. Su cara le resultaba familiar. Wilfredo volvió a preguntar al que servía las copas en el lugar: ¿Esa muchacha no tiene una amiga de pelo rubio, largo, con la que la otra vez vino? Si, ¿porque? Respondió el de la barra. No por nada. Y dejando la barra, trato de entablar conversación con la muchacha. Hola. –le dijo- ¿Vienes a menudo por aquí? Jani, en lo alegre y distraída que se encontraba, riéndose de los chistes y las cosas que decían sus amigos. Respondió: ¿Qué dices? ¿Si vienes a menudo por aquí? Volvió a repetir Wilfredo Si, me encanta el lugar. Respondió Jani. ¿El otro día te ví con tu amiga, la rubia? Estaban muy alegres bailando. - Ah si, ¿Karina? Si ella misma, ¿llevaba un bolso, no es cierto? Dijo Wilfredo

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Jani, respondía casi de memoria, a las preguntas de Wilfredo, trataba de prestar atención a los dos lados a la vez; a sus amigos que se bromeaban y burlaban entre ellos y a Wilfredo. Más con la bulla del lugar, la música y el alto volumen, solo captaba algunas palabras aisladas de lo que Wilfredo le decía. Cuando oyó algo acerca de un bolso. Dijo: ¿Si? ¿Cómo sabes? No se…, me pareció que tenía un bolso. Dijo Wilfredo. ¿Dime, tu amiga sabe artes marciales, o algo parecido? Insistió Wilfredo. Jani, esta última pregunta la escuchó claramente, su reacción no se hizo esperar, miro fijamente a Wilfredo y dijo: ¿A que vienen tantas preguntas? ¿De donde eres tú? Ni siquiera se quien eres. Wilfredo ante el tono enojado y actitud desafiante de la muchacha, retrocedió. Intimidado, dijo: Disculpa, solo quería saber que era de ella. Dijo Wilfredo. Que… Estaba por responder molesta por el interrogatorio que le hacían, sobre todo tratándose de un desconocido, cuando uno de sus amigos, que se dio cuenta de lo que pasaba, dijo: Oye, amigo, ya déjala en paz, ¡Esta bien¡ Wilfredo levantó las manos, en señal de paz, y se retiró.

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Pasó toda la noche pensando, sobre el bolso, la referencia que había hecho a un bolso, esa noche su atacante, parecía ser la clave para saber con certeza, si el bendito bolso pertenecía a la rubia, tenía que estar seguro de ello. Se estrujaba la cabeza tratando de recordar imágenes y rostros de lo que esa noche hizo y ocurrió en el lugar. Saco en claro que nadie más que la dueña del bolso podía haber sabido lo que contenía, otra persona no pudo haberlo sabido, a menos que se lo hubiera revelado a alguien. Wilfredo, no había olvidado lo sucedido aquella noche, estando en el mismo lugar de los sucesos, donde había logrado robarse el bolso, le trajo a la memoria como si una película pasará por su mente, todas y cada una de las personas que ese momento estaban en el lugar. Había jurado cobrar venganza, y de ser posible recuperar aquel dinero que para él era suyo, según él se lo había ganado. Tenía la leve sospecha, que la misma muchacha rubia de nombre Karina, había sido la autora de tan humillante paliza. La voz con que le hablo le resultaba conocida, a pesar de lo fingida y distorsionada que la hizo sonar, no era la voz de un varón. No sonaba natural, evidentemente fingía. Ahora que venían los recuerdos a su memoria, lo tenía más claro. Al parecer, estar en el lugar de los hechos, le había permitido recordar detalles de lo sucedido; más aún viendo a la amiga, era imposible que pasará inadvertida.

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Mientras así meditaba, no se dio cuenta que el tiempo se le iba y no había hecho nada para obtener fondos. Asustado y desesperado, buscó una victima, la encontró en una chica que tenía su cartera abierta, dejando al descubierto todo su contenido, y para su suerte, la muchacha lo había puesto, colgado al espaldar de la silla, la muchacha tan distraída como andaba, no se dio cuenta de nada. Wilfredo paso por su lado, cuando estuvo cerca del bolso, hizo como quien se agacha para recoger algo que se le ha caído, y en un movimiento rápido, metió la mano dentro y cogió lo que parecía ser una billetera. Se salió del lugar rápidamente, y se perdió en las infinitas calles de la ciudad. Cuando se sintió a salvo, metió la mano al bolsillo de su casaca, y sacó lo que había obtenido. Efectivamente era la billetera de la muchacha, contenía, no mucho dinero, algunos billetes, pero le era suficiente para lo que necesitaba hacer.

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XVIII

A Karina le entusiasmo el hecho de poder salir a pasear, sobre todo de la forma muy particular como ella lo hacía, paseos de esa naturaleza no se dan a diario, muy pocos son los que pueden permitirse salir en paseos a caballo, con la libertad de ir donde quisiera o simplemente dejarse llevar, le daba la oportunidad de conocer los alrededores del lugar, explorar nuevos sitios desconocidos para ella, despertando su natural curiosidad y espíritu de aventura. No se sustrajo en ningún momento al hechizo que eso significaba, Así que todas las mañanas, montaba y salía a cabalgar por los lugares aledaños a la hacienda, encontró divertido pasear de esa manera, a veces los paseos se extendían más de la cuenta, porque encontraba lugares de una belleza natural extraordinaria, regresaba en horas de la tarde, sin preocuparse por Sebastián y Catalina que empezaban a preguntarse por ella, pensando en lo que le hubiera podido suceder. Los paseos de Karina abarcaban grandes distancias y que fácilmente se pueden cubrir al trote, no se daba cuenta del tiempo, ni cuanto se alejaba de la hacienda. A veces desmontaba para sentarse a la sombra de un árbol y pensar o simplemente admirar los bellos paisajes naturales que descubría en cada una de sus salidas. Cuando se daba cuenta de lo tarde que era, volvía a montar y al trote rápido regresaba a la hacienda. Así pasaban los días, en horas de la tarde conversaba con la esposa de Sebastián,

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quien se convirtió en la confidente de sus paseos y de todo lo que veía por los alrededores. La esposa de Sebastián, doña Catalina, congenió con ella y pasaban largo rato hablando, muchas cosas le dijo la joven, y Catalina también le contó otras, incluso le aconsejaba los caminos que podía tomar para conocer otros sitios cercanos a la hacienda. Se convirtió en cómplice de sus aventuras. Durante las noches Karina se preguntaba, ¿Hasta cuando tendría que esperar? Pero ella, no quería que este sueño terminará, así que esa pregunta que se hacía en su mente sólo era un deseo que ella misma no quería que nunca llegará. Tan sólo hubiera deseado que alguien fuese testigo y compañero de sus cabalgatas y de sus descubrimientos. Aunque el lugar le resultaba divertido, por sus largos paseos y todo lo que hacia y jugaba con el noble animal, haciéndole hacer cabriolas que alguna vez vio a los expertos jinetes, los mismos que ella aprendió por experiencia propia y pensando en como se hacían. Empezaba un poco a extrañar las cosas de la ciudad, sobre todo por la noche, que no encontraba en que distraerse, aquel lugar, si bien tenía de todo, no tenía lo más importante, una persona que compartiera con ella, todas aquellas cosas que le habían permitido conocer, sus inquietudes, deseos y aventuras, para hacer del lugar, un espacio agradable y donde den ganas de quedarse por mucho tiempo, y es que la soledad, ese vacío de calor humano, resulta insoportable, cuando se tiene mucho que decir, mucho que dar, se tiene todo pero falta aquella

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persona que comparte esa alegría, por alguna razón y con justicia dijo alguna vez: Una pena entre dos es menos atroz, quizá este mismo refrán se puede aplicar para las alegrías. Es nuestra naturaleza, vivir con otros seres de nuestra especie, necesitamos esa convivencia, Dios nos hizo así y no podemos obviar este aspecto de la vida, somos gregarios por naturaleza. A Karina le hacia falta, una compañía, sea del tipo que fuere, una amiga, un amigo. Una persona de su misma edad que disfrutase con ella del lugar. Catalina era una persona mayor, que si bien le resultaba simpática y divertida, no compartía los mismos intereses de juventud de Karina. El abismo generacional era una brecha difícil de achicar en este caso. En las noches, se le ocurrió una distracción, que hubiera podido traerle consecuencias, pero como se vera después estás no serían fatales para ella. Cuando ya todos se retiraban a descansar y ella se encontraba sola en semejante mansión, trataba de investigar o descubrir, algo que le permitiera saber a quien pertenecía la propiedad. Algunas de las habitaciones, estaban abiertas, bastaba con empujar la puerta para ingresar, a otras en cambio, las habían cerrado con llave; cada habitación a la que pudo entrar, era todo confort y lujo, tenía piso alfombrado, muebles finamente acabados, un armario o closet, tan grande como el que tenía en su habitación. En los cuartos a los que pudo acceder, buscó algo: papeles, cartas, documentos que le dijeran de quien era la hacienda. No encontró nada.

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Una de las habitaciones que siempre permanecía cerrada, era el estudio, y del que todos en la hacienda, cuidaban de que nadie intentará abrirlo. Uno de esos días, cuando ya la noche estaba avanzada, intentó forzar la puerta, cuando parecía que estaba por lograrlo, sintió ruido en la casa. Se asustó y volvió rauda a su habitación. Karina, tenía pensado, que si hasta el sábado nadie venía a avisarle que ya se podía marchar del lugar, ella se iría, pase lo que pase. A pesar de lo maravilloso del lugar y lo bien que lo pasaba, tenía que arreglar cosas en la ciudad y no podía pasarla sin la compañía de su entrañable amiga. Llegó el viernes, el día pasó sin mayor novedad, como siempre salio a cabalgar, después se entretuvo viendo a Sebastián, realizar las labores de la hacienda y un rato más tarde conversaba con doña Catalina. Mateo, hacía ya, varios días que no aparecía. Sebastián le dijo que estudiaba, era por eso que no venía mucho por la hacienda. En horas de la tarde, en la hacienda y por los alrededores, el cielo se torno grís, cayó una pequeña lluvia que remojo los sembrados. No halló mejor cosa, que distraerse en el salón de juegos, allí, en una mesa de billar, se entrenaba con el taco, golpeando las bolas, tratando de meterlas en los hoyos. El sonido que provocaba el choque de estas, daba la

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impresión de que alguien golpeaba un hueco, después algo duro en repique rápido y repetido para finalmente terminar con un sonido fuerte y seco cuando la bola entraba en algún hoyo. A eso de las 10 de la noche, la hacienda permanecía en total silencio, la actividad del día había cesado, el cielo todavía seguía nublado, Karina no teniendo sueño, se ocupaba en hojear algunas revistas que encontró por ahí. Había puesto el estereo, a volumen elevado, de tal forma que la música llenaba todo el ambiente, los silbidos del viento y uno que otro sapo o luciérnaga que emitían sus voces, eran todo el sonido que se oía esa noche. Mientras tanto por un camino de tierra, cercano a la hacienda, un hombre caminaba a paso firme, un alma solitaria en la oscuridad, un ser misterioso de los que no se ven a menudo andando por esos lugares, entre el barro ocasionado por la lluvia, y las piedras del camino, llevaba puesta una casaca negra, gastada en sus extremos. Cubierta la cabeza por una gorra de lana. No reflejaba sombra, pues la luna oculta entre las nubes, no alumbraba esa noche. Por el límite trasero de la hacienda, donde Karina se encontraba, caminaba este hombre, al llegar al camino que bordea la hacienda, dobló a su izquierda, siguiendo el sendero que hace de límite y división entre la hacienda y la propiedad vecina. Se detuvo a la altura de la casa, observó el lugar. Ni un alma transitaba por el sitio, en ese

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momento. Cruzó el cerco de alambre de púas, que delimitaba la hacienda, en poco tiempo, estaba frente al muro de adobe que ya mencionamos, como notó luces y bulla dentro de la casa, se ocultó apoyándose contra el muro de adobe, por si alguien lo había visto. En cuclillas y sin hacer el menor ruido, se aproximó a la casa, miró dentro por una de las ventanas, no vio a nadie, el cuarto estaba oscuro, tan solo los reflejos de la luna llena, que tímidamente empezaba a aparecer en el cielo, daban alguna luz a la habitación. Sacó de uno de sus bolsillos un cuchillo, forzó la ventana, hizo un pequeño palanqueo y esta cedió, la ventana no tenía rejilla de seguridad, por alguna razón esta había sido retirada días antes, al parecer se encontraba muy oxidada e iban a cambiarla. Se metió dentro, un instante después, estaba dentro de la habitación, donde días antes Karina había sido recibida por esos cuatro sujetos. Sintió el ruido de la música en la habitación continua. La puerta cerrada, que comunicaba con la habitación de donde provenía la música, se encontraba mal cerrada, con un leve giro del mango de la cerradura, esta se abrió una pizca, lo suficiente como para permitir al intruso ver, que sucedía dentro. No pudo divisar a nadie. Pues, el pasillo elevado y la pared del frente cubrían buena parte del ambiente, que se hallaba iluminado, sintió pasos, era evidente que alguien estaba allí, sintió que el sonido de los pasos, se alejaban y volvían aproximarse, como si alguien paseara por la casa,

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se arriesgó a abrir un poco más la puerta, estiró lo más que pudo la cabeza, metiéndola en el espacio que dejaba la puerta entre abierta. En el instante que la saco, pudo ver a una mujer rubia, que se dirigía, con una copa en la mano y entretenida leyendo una revista, al sofá que tenía a su lado y se dejaba caer en este con total tranquilidad. Aprovechando el ruido del lugar, la música y lo distraída que andaba la muchacha, el sujeto se arrimó a la pared del frente, y entre el pequeño espacio del dintel de la puerta del estudio y la pared, se arrimó lo más que pudo apoyándose contra ella. La muchacha ni noto ni sintió nada, la música a tan alto volumen ocultaba cualquier tipo de ruido extraño. El ambiente estaba inundado por el sonido del estéreo. La muchacha seguía, ensimismada en su lectura, en cierto momento, puso la revista sobre el sofá, y dando la espalda, tomo su copa y bebió algo, el sujeto, sigilosamente se acercó, y con el cuchillo en una mano, agarró a la muchacha por el cuello, la sujeto firmemente y le puso el acero a la altura del mentón. La joven asustada por el repentino suceso, quedo por un momento inmóvil y sin reacción. El sujeto dijo: Ahora si, bruja, me las vas a pagar.

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XIX

Para Ortiz; fue una verdadera revolución, enterarse por medio de la carta de la señora Valenzuela, que el hombre con el que ella había estado sosteniendo una relación sentimental, era miembro, o tal vez jefe de una organización dedicada al narcotráfico, aunque lo sospechaba por sus deducciones que en los días anteriores había estado sacando, la carta no hacía más que confirmar lo que ya sabía, a la vez que confirmaban sus sospechas y lo veía como algo lógico, pues, no creía que la señora Valenzuela, tal como la conocía dirigiera una banda de ese tipo. Lo que no le quedaba claro a Ortiz, es porque su amigo del Banco le había dado a entender, que era a la señora a quien investigaban, y querían saber acerca de una cuenta y asuntos de drogas. Según Ortiz deducía, el dinero que guardaba la señora en el banco, debió ser, producto de la droga, y que su amante se lo entregaba a ella, para que nadie sospechara nada, la señora en realidad actuaba como un testaferro, seguramente conocedor que era dueña de una Agencia, entonces resulto un excelente modo de cubrir la existencia de dinero mal habido, claro, como la señora es empresaria, nadie iba sospechar de ella, era lógico que tuviera y manejará grandes cantidades de dinero. Pero a la vez la carta le menciona que el negocio de la Agencia, no marchaba bien. Ortiz dedujo, que el negocio se sostenía gracias al dinero que le proporcionaba este hombre.

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Enfrascarse en semejante caso, tratar de averiguar que había sido de los treinta mil, representaba para Ortiz, un gasto y un juego muy peligroso, que no estaba dispuesto a afrontar, siempre andaba con lo justo para sus necesidades básicas, y la investigación que le pedía la señora requería de fondos, mejor que se busque a otro para el caso. Así pensaba Ortiz, cuando se fijo bien en el sobre, del cual había sacado los papeles de la carta, y este, contenía algo más, pues dentro, había un sobre más pequeño, algo abultado y grueso. Ortiz lo notó, cogió el sobre y extrajo su contenido, “que podrá ser esto”, se dijo. Lo abrió y vio que contenía varios billetes de cien, en total hacían unos seiscientos. Un papel con una nota en medio de los billetes, decía lo siguiente: “Señor Ortiz: Aquí le envió un adelantó de lo que le prometí abonarle.” Para Ortiz, recibir dinero, era como aceptar el caso, quedaba comprometido a ayudar a la señora, pero a la vez, pensaba en el origen de todo ese dinero. Se sentía tentado a aceptar, pero algo en su conciencia le decía, que no debía hacerlo, que no era correcto. Finalmente pudo más, en Ortiz, las carencias económicas por las que pasaba, que el pensar el origen y lo ilícito del negocio. En los siguientes días, la rutina de Ortiz, cambió drásticamente, ahora, casi todos los días salía, ¿Qué hacía?

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Había recibido un pago adelantado por un trabajo, y se sentía en la responsabilidad de llevarlo a cabo, los remordimientos de conciencia, se quedaron atrás. Decidido, trazó toda una estrategia de investigación. Se dirigió a distintas dependencias públicas, para averiguar que propiedades tenía la señora, volvió al Banco a hablar con su amigo Alberto; este le informó que no sabía nada más. Ortiz, sospechaba que Alberto, sabía algo más y no se lo quería decir. Tuvo que emplear de toda su astucia e inteligencia, para empezar a armar un rompecabezas, que parecía tenía miles de piezas. Varias veces se le vio en diferentes dependencias públicas como Registros Públicos, Municipalidad, Bancos, hasta Hospitales. Indago incluso en las casas vecinas, preguntando a los dueños de las viviendas, por la casa de número 245. Siempre en todo sitio, existen, como personas que se entretienen averiguando la vida ajena, en esta oportunidad esas personas, le fueron de utilidad a Alberto, pues revelaron cosas y agregaron muchas más, esta vez la ocupación de esta gente fue de utilidad, porque por lo general, saben hasta más de lo que sabe el propio interesado, y es que se ocupan en sonsacar sutilmente información, al vecino, al amigo, al pariente; incluso disponen de una cierta empatía para con las personas, y estas aflojan la lengua y cuentan todo. Ortiz, asumiendo una actitud sería y decidida, averiguaba las cosas, como si siguiera en la policía y fuera un agente en actividad. Conocía de la forma como sus colegas,

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recurrían a distintos trucos y juegos para sacar información a otra persona. Por allí, no faltaron los soplones y confidentes, que de puro acomedidos, se atrevieron a darle pistas al respecto. Tanto fue el empeño y entusiasmo que puso, que olvidó cuidarse de aquellas personas que son ojos y oídos de la organización que investigaba, y de las personas comprometidas. En una ciudad todavía pequeña, las noticias corren de boca en boca, y siempre hay forma de enterarse de lo que se dice por ahí. Uno de estos chismes, llego a oídos de uno de los integrantes de dicha banda. Este se lo informó al jefe. Ortiz, un buen día, caminaba de regreso a su casa, cuando sintió que alguien lo seguía, apuró el paso, su espía también hizo lo mismo, llegó hasta la puerta de su domicilio, algo nervioso abrió, entró y la cerró tras suyo, con rapidez. Por la ventana, cuando estuvo dentro recién respiro aliviado, se sintió a salvo de cualquier peligro, pero su espía aún continuaba allí. El sujeto siguió su camino, sin detenerse, pero a pocos pasos se detuvo y espero. Ortiz respiraba aliviado. Pensó, no creo que siga por allí, y para no correr riesgos, no salió de su casa, en todo lo que quedaba del día. A las 9 de la noche, alguien tocaba su puerta, se había olvidado ya del incidente de aquel hombre que lo seguía, confiado, bajo a abrir la puerta, grande fue su sorpresa, porque apenas abrió, un grupo de

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tres hombres, arremetió contra él, lo empujaron, le hicieron sentar en uno de los sillones. Ortiz no tuvo tiempo de reaccionar, todo ocurrió de forma violenta y rápida, Ortiz quedó mudo y sin reacción alguna, sorprendido por lo que pasaba y en su propio domicilio. Cuando por fin pudo recuperarse de su sorpresa, entre sorprendido y asustado, preguntó a los que habían invadido su domicilio de esa manera: ¿Qué, que quieren? ¿Qué buscan? Uno de ellos, le dio un golpe en el rostro, y le dijo: Cállese, nosotros haremos las preguntas. Por la nariz de Ortiz, salía un hilo de sangre, que al llegar a su boca, Ortiz, volvía a tragarse la sangre que le rodaba. Un hombre algo calvo, de rostro ovalado, con cejas pobladas y canosas, ojos pequeños y hundidos, nariz respingada; se le acercó y le preguntó: ¿Para quién trabaja? Para nadie. Respondió Ortiz. Y agregó enseguida: Además, no se a que se refiere. No me mienta, sabemos que ha estado haciendo preguntas y averiguando ciertas cosas. Llenó de rabia y enojado, por el golpe y el mal trato recibido, dijo: Yo no investigó nada, váyanse al diablo.

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Trató de incorporarse, pero uno de los sujetos, lo detuvo jalándole del hombro y le obligó a sentarse nuevamente. Mire… Le dijo, el hombre calvo que le hablo anteriormente. No queremos hacerle daño, sabemos que ha estado haciendo averiguaciones y preguntas, sólo queremos saber, para quien trabaja y nos iremos. Ortiz, entendía lo que querían saber, pero se rehusaba a decirles algo: Por lo que sabía y sus investigaciones posteriores, no podía poner en riego vidas humanas. El caso era muy grave y complicado como para aflojar la lengua ahora. Uno de los hombres, le hizo ver el mango de un revolver, que lo llevaba a la altura de la cintura y metido dentro del pantalón. Todo no pasaba de una acción de intimidación, Ortiz lo sabía muy bien, pero no dejaría que se enterarán de nada. No se amilano ante la amenaza, y se mantuvo callado sin responder. Está bien, señor Ortiz. Dijo uno de los hombres. Ya que no quiere decirnos nada. Vamos a ser comprensivos y pacientes con usted. Esta vez lo vamos a dejar en paz. Pero si sigue averiguando cosas, tendrá que hacerse responsable por sus actos y no respondemos por lo que tengamos que hacer. Se esta metiendo donde no debe y

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puede salir lastimado. Deje de meterse donde no lo llaman y todo ira bien. A una seña del hombre calvo, el sujeto que se mantenía detrás de Ortiz, le puso las manos detrás y lo ato con una cuerda, a la parte trasera de la silla donde lo habían sentado. Después le puso esparadrapo en la boca. Los tres hombres abandonaron la casa, dejando a Ortiz atado al sofá de su sala. Uno de ellos se acerco al oído de Ortiz y le dijo: Esta vez, te libraste panzón. La próxima no seremos tan compasivos. Estas de suerte. Salieron de la casa de Ortiz, los tres matones con la mayor naturalidad, como quien sale, después de visitar un amigo. Se oyó encenderse un motor de automóvil y alejarse, al parecer los sujetos, habían venido en un auto.

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XX

Aquella muchacha de la hacienda, con tan solo 28 años, se había amoldado a la vida, había tenido que soportar duras situaciones, quizá por ello su carácter agresivo y su espíritu indomable, esa noche se encontraba amenazada por una navaja y sujeta por el cuello, la situación era difícil, podía salir lastimada y por la decisión con que el sujeto la cogió por sorpresa, parecía decidido a todo, en otras circunstancias y de no ser por el arma con que la amenazaba, ya hubiera reaccionado ante su agresor, para dejarlo sin oportunidad alguna. En varías ocasiones, habían querido sujetarla de la misma forma. En la mayoría, por no decir en todas, Karina, había sabido salir del paso. Esta vez, la novedad era el cuchillo. ¿Qué quieres? Dijo Karina, tras su primera sorpresa, por el ataque inesperado. Parecía acostumbrada a situaciones así, pero por dentro temblaba y aquilataba las consecuencias de lo que en ese momento pudiera ocurrir. Sólo que me devuelvas lo que tomaste la otra noche. Maldita bruja. Dijo, apretando el cuello de Karina y mostrándole la punta de su navaja en la cara, Con la otra mano le sujetaba uno de los brazos, pues con el otro Karina evitaba ser asfixiada por la fuerza con era sujeta. No se de que hablas. Dijo Karina.

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Si que lo sabes, perra. Y le dobló el brazo por la espalda. Quizá esto te lo recuerde. A Karina por un instante, le resultó familiar la voz que le hablaba, la recordaba de algún sitio que no podía precisar. La fuerza con la que le sujetaba el brazo y la forma cómo se lo dobló por detrás de su espalda. Le aclararon sus recuerdos. Sólo grito. Aaay, me lastimas. Ah si. Respondió el sujeto. Te lastimare más sino me devuelves lo que me quitaste, maldita. Karina, tratando de ganar tiempo, le dijo: Esta bien, te lo voy a dar, pero tienes que soltarme. No seas pendeja, zorra. Conozco tu juego. Dijo. El sujeto, que había pegado su cara a la de Karina, empezó a sentir el suave perfume y la fragancia agradable del cuello y cabellos de Karina, la suavidad de su piel, su pelo largo y ondulado, que le caía por detrás de la espalda. Sintió tan cerca la piel rosada y blanca, de una de sus mejillas, sus pechos pequeños pero bien formados, que se descubrían a través de la blusa. Se sintió atraído por ella, ya no sostenía a su victima sino aquel ser que en sus noches de lujuria, hubiera querido tener entre sus brazos, todo su cuerpo de estremecía al contacto con la muchacha, no comprendía lo que empezaba a sentir, la confusión entre lo que sentía y lo que había venido hacer se mezclaron, debilidad, finalmente ante las sensaciones y

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las pasiones que esta despierta. No podía olvidar que era hombre, y la persona a la que sujetaba, era una mujer, tan suave y bella, a la vez frágil, la sentía indefensa, Karina no oponía mayor resistencia. Hasta ese momento, solo había visto en Karina al enemigo que hay que destruir. Pero la revolución que provoca una mujer bella en el corazón y los pensamientos de un hombre, son inevitables; son como esa tormenta que estalla por dentro y no se aquieta, a menos que venga ese hecho inesperado que lo rompe todo, que la fantasía la vuelve pesadilla, lo dulce lo convierte en amargo, aquello que lo aplaca, que rompe el hechizo y no hay más conciencia de lo que es, cuando se recupera la razón y caes del cielo al infierno. Karina, era de esas mujeres, que a pesar de su aparente frialdad, su manera de ser calculadora, sabía mostrarse coqueta, femenina, tenía muchos atributos que la naturaleza le había dado, no era ningún pecado, la naturaleza la había equipado con ello, ¿herencia de sus padres?, sea como fuere, la tentación estaba allí, toda ella, dejaba traslucir esas armas secretas de la seducción, ese encanto que toda mujer sabe sacar a relucir sin darse cuenta, cada parte es más atractiva que la otra, cuando más se necesita, esas partes hablan por ella, y en ella eran evidentes, hipnotizaba con su mirada penetrante y a la vez dulce por momentos, tenía ademanes y movimientos que llamaban la atención del más incauto de los mortales. Estar cerca de ella, era sentir esa ternura, esa suavidad, ese ser mágico, lleno de feminidad, descubrir la mujer en todo su esplendor, con esa inocencia y belleza que se

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mezclan en un todo armonioso, para dar paso a la coquetería, la belleza, el pudor y la inocencia mezclados en un solo ser, radiante como la luz que ilumina el alma, cuando está se halla libre de todo atisbo de malicia, por el contrario se muestra tal y como es y tan solo se admira aquello natural y puesto así, por obra del creador, consustancial a su esencia de mujer. Es la belleza natural del alma, que atrae, que llena de temblor y de pasión y que cuando va unido a lo físico, forman un conjunto en total armonía del que es difícil sustraerse. El hombre que sujetaba a Karina, no se podía explicar, que le sucedía, aflojo la presión sobre el cuello de Karina, casi le soltó el brazo con que la tenía a su merced. Empezó a deleitarse con el perfume de su pelo rubio, con la suavidad de sus mejillas, con su cuello fino y delgado. Sintiéndose menos presa, tomó aliento, y ante la distracción de su agresor; apartó con una mano, el brazo del sujeto, que le apretaba el cuello, logró suavemente soltar su otro brazo, dejó que el hombre siguiera viviendo su fantasía de amante acalorado y en un movimiento rápido y sorpresivo, le dio un golpe con el codo, que lo dejó medio privado, golpeo el otro brazo, con el que sostenía el acero, contra una de sus rodillas; este se soltó de la mano de su agresor y fue a dar, debajo de la mesa de centro de la sala, después, dándose vuelta, le torció el brazo hasta inmovilizarlo por el dolor causado, levantó su pierna derecha le propinó una feroz patada en el abdomen y con un salto espectacular, le dio tremendo puntapie en

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todo el tórax, que lo hizo caer de espaldas contra un mueble que había detrás de él. El golpe y estruendo que produjo la caída, hizo que el perro empezará a ladrar y oírse bulla en la hacienda, el ruido fue fuerte y seco e hizo retumbar el suelo de toda la casa, resonó y se escuchó a pesar del alto volumen de la música. El hombre, intentó reaccionar, para ese momento, Karina, ya lo había reconocido, aunque no recordaba su nombre. El sujeto intento aprisionarla de nuevo; pero cuando este se lanzaba sobre ella, estiro su pie para ponerle una zancadilla, al tiempo que se retiraba del sitio, para hacerle caer al suelo, sobre la alfombra. Fue acto reflejo y una reacción rápida que transcurrió en tan solo segundos. El hombre, que vio cerca de él, el cuchillo, alcanzó a cogerlo y dio con él un furibundo sablazo; Karina intento esquivarlo, pero este le rozo en una de las piernas rasgándole el pantalón, provocándole una profunda herida, una mancha de sangre, empezó a notarse en la pierna de Karina, sintió el corte y se retorció de dolor. Al tiempo que gritaba de dolor, insultaba al sujeto, con una mano sostenía su muslo herido, cojeando daba pasos cortos, intentando alejarse de su agresor. Mientras tanto, en la parte exterior de la casa, Catalina había avisado a su marido del inusual ruido reinante en la casa principal, ellos dormían, en una de las habitaciones destinadas al granero, los dos salieron a ver porque ladraba el perro, y que era ese ruido seco y fuerte que habían escuchado. Sintieron bulla dentro de la casa, Fue

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en ese momento que, Sebastián sintió que alguien gritaba dentro de la casa, la voz delgada de Karina, apenas se lograba oír, mezclada con la bulla que producía la música. Alarmado, se dirigió a la casa, abrió la puerta, en pocos segundo traspuso la pequeña sala, tiro de la otra puerta y se encontró en el pequeño hall elevado, ante sus ojos, la escena de Karina y el hombre que la amenazaba con la navaja, el sujeto al verse descubierto, miro a todas partes vio una puerta, corrió hacía ella y desapareció. Karina vociferaba insultos contra el sujeto. Este se había incorporado y viendo la imposibilidad de defenderse de la muchacha, quien sangraba de una de sus piernas, se empezó a aproximar a ella con el cuchillo en una mano, en forma amenazante. Karina retrocedía cojeando, cuando el sujeto iba levantar el cuchillo para darle a Karina la estocada final, es cuando irrumpió en la habitación Sebastián, viendo la situación no atinó a otra cosa que gritar: ¡Karina! El tipo al sentirse descubierto y ante la inesperada presencia de más gente, buscó un lugar por donde salir, salió por la puerta que da a la cocina y se metió por allí, Sebastián que ha visto al sujeto, va tras él. Mientras Catalina, atiende a la muchacha, que se encuentra herida. El hombre logra escapar de la casa rompiendo el vidrio de una de las ventanas de la cocina, la patea fuertemente y se lanza por ella hacia afuera; Sebastián, más lento en sus movimientos, en el camino logra coger un palo, para

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golpear al sujeto. No logra su cometido, pues, este ya esta fuera de la casa y huye corriendo, para luego perderse en la oscuridad de la noche y entre los matorrales y árboles que hay por el lugar. La muchacha sangraba profusamente, Sebastián sabía algo de primeros auxilios, aplicó un torniquete a la pierna de Karina para detener la hemorragia, después con un paño hizo presión sobre la herida. Karina gritaba de dolor. Catalina mientras tanto, llamo por un teléfono de la casa, al hospital. La ambulancia tardó una eternidad en llegar, cuando estos llegaron, Sebastián de alguna forma había logrado detener la hemorragia del muslo de Karina. Fue llevada de emergencia al hospital. Manchas de sangre, quedaron por el suelo de la habitación y en la alfombra. Los siguientes días, Karina los pasaría en el hospital.

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XXI

Venedicta encontró a Ortiz, atado y amordazado a una de las sillas de la sala. Asustada, lo desató, preguntó que había pasado, Ortiz, sin poder evadir las preguntas y el mal momento, contó lo sucedido, pero omitió algunos detalles, para no asustar a la pobre Venedicta. No quería que la pobre mujer anduviera temerosa y con pánico por la casa o al salir a la calle. Finalmente supo dar una respuesta algo convincente a la pobre mujer, que no muy tranquila se fue a dormir, Ortiz hizo lo mismo. Al día siguiente, al leer el diario de la mañana, Ortiz, puso su atención en un titular del periódico que le llamó la atención: “Extraño caso en San José”, el periódico hacía referencia a lo ocurrido en la hacienda donde ocurrió el incidente del hombre con el cuchillo, mencionaba las iniciales de una muchacha que vino con un corte en la pierna, al hospital central de la ciudad, producto de un corte sufrido por una navaja, se especulaba de la posibilidad que haya sido un robo, la chica había sido traída en una ambulancia y sin que nadie haya dado mayor razón de lo sucedido. La noticia se leía en un recuadro pequeño de la hoja del periódico, como algo sin mayor importancia. El hecho llamó la atención de Ortiz, los datos que aparecían en esa nota de periódico guardaban relación con lo que él estaba investigando, con mucho interés leyó el artículo, este no daba detalles, pero

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por lo poco que decía, era evidente que se trataba de lo que él seguía Ese mismo día se dirigió al Hospital, era jueves, en el nosocomio, no se pudo enterar de mayor cosa, pues la paciente ya había sido dada de alta, alguien que no quiso identificarse había pagado todo y se había llevado a la muchacha. Ortiz trató de indagar a donde, pero nadie supo darle razón. Se preguntaba, si la muchacha tendría algo que ver en todo este asunto, formaría parte de todo o sólo sería alguien que sin querer se vio involucrada. A una enfermera que estaba llevando unos fólderes, se acerco y preguntó: Señorita, ¿Dónde podría saber acerca de una paciente que estuvo aquí internada? La enfermera le dijo: ¿Sabe el nombre de esa persona? No, pero… La enfermera al ver que dudaba le dijo: ¿Es usted algo relacionado con esa paciente? Si, soy un amigo de ella. Respondió Ortiz

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Ah no señor, si usted no es pariente o familiar de la persona, no le podemos decir nada. Sólo a las personas allegadas a un paciente, se les puede dar información. A amigos no. Viendo Ortiz, que no iba a conseguir nada, con la enfermera, decidió retirarse del lugar. En el instante que Ortiz se retiraba, un joven que al parecer le resultaba conocido, se le acercó y le dijo: Señor Ortiz!, señor Ortiz!. Ortiz volteo y vio al muchacho, no tendría más de 35 años, alto, de pelo ondulado, frente amplia, labios carnosos, ojos negros, nariz respingada, piel bronceada. Algo grueso de contextura. ¡Si!, que deseas. Le dijo Ortiz.. A usted lo recuerdo señor Ortiz. Le dijo. Ah si, ¿De donde me conoces? Respondió Ortiz. Mi padre me habló mucho de usted, el también fue policía. Dijo el joven. Ah, vaya sorpresa, ¿Cómo se llama tu papá? Interrogó. Gregorio Zavala…. Le dice el muchacho.

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Ortiz trata de hacer memoria, se queda pensando un rato, y luego dice: Ah si, ya lo recuerdo, tu padre ha sido mi colega en la Dirección de Tránsito de la Policía. ¿Qué tal? ¿Cómo anda él? Le dice Ortiz. Bien señor. Le responde. A continuación agrega: No pude evitar, escuchar la conversación que tuvo con la enfermera en el pasillo, parece que busca a alguien, quizá yo pueda ayudarlo, señor Ortiz, trabajo en este lugar. Que bien, muchacho. Le dice Ortiz. ¿Desde cuando trabajas aquí? Hará como dos años. Responde. Ortiz duda por un momento, no sabe como empezar, quisiera no tener que dar tantas explicaciones al joven, finalmente se decide y le dice: Sabes, estoy tratando de saber quien es esa muchacha que el otro día vino con una herida en la pierna. Solo se que lleva las iniciales KR. El joven pregunta: ¿Cómo era la muchacha? En verdad no lo se. Solo me dijeron que la trajeron desde una hacienda en el sector de San José. Ortiz repetía la

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información que había leído en el periódico, para dar referencias sobre lo que quería saber. El joven, se queda pensando; al rato reacciona y dice: Creo saber a quien se refiere. Espéreme, ya vuelvo. El muchacho se aleja de Ortiz y se mete en una oficina, el letrero dice Historias Clínicas, como cinco minutos después, sale nuevamente. Se acerca a Ortiz y le dice. La chica que trajeron se llama Karina Rodríguez, vino por un corte en el muslo de la pierna, realmente fue profundo, el corte, pero se recuperó rápido gracias al auxilio oportuno de un señor, ya anciano, que trabaja en esa hacienda. Pudo haber tenido complicaciones mayores. Ortiz, le pregunta: ¿como era la joven? Bueno. –Le dice el muchacho- Era muy bonita, de largo pelo rubio, ojos azules, piel blanca, muy, muy bonita. Ortiz, no pudiendo hacerse una imagen en la mente, con la descripción del muchacho, le vuelve a preguntar: ¿Ya salió o todavía permanece aquí? No, ya se fue hace algunos días. Vino un hombre que dijo ser tío de la joven, pago todo el tratamiento y se la llevó. ¿No sabes a donde? Pregunta Ortiz.

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No, pero algo oí por ahí, que ese señor vivía por el barrio Las Flores, o al menos lo han visto por ahí. Ortiz, no necesitó saber más, al oír el nombre del barrio Las Flores, lo dedujo todo. Agradeciéndole por su ayuda al joven, le hizo una última pregunta: A propósito, ¿Cuál es tu nombre? Roberto. Respondió el muchacho. Gracias Roberto, dale mis saludos a tu padre. Ortiz, se fue, salio del Hospital, más que satisfecho, pues aquel muchacho de nombre Roberto le había dado referencias muy valiosas, que no hacían más que confirmar todo lo que en días pasados había investigado, y si sus sospechas eran ciertas, estaría a punto de desenredar el misterio.

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XXII

Wilfredo había quedado muy maltrecho, después de su aventura en la hacienda. Su escapada por la ventana y los certeros golpes que recibió de la chica de la hacienda, estos lo habían dejado adolorido, su caída aparatosa sobre el mueble y posteriormente sobre la alfombra, le habían terminaron por ocasionarle lesiones y heridas de las que muy difícil se iría a recuperar, no podía saber si eran severas o no, dinero como para pagar asistencia médica, no tenía, el poco que guardaba producto de sus fechorías, apenas si le alcanzaba para sus necesidades básicas. Se sentía mal desde aquella noche, pero no por el remordimiento de lo que había hecho, ni por la puñalada propinada a la rubia, sino por los golpes recibidos. “Si que pega fuerte, esa zorra, maldita.” Pensaba. No hace falta decir que el hombre que ataco a Karina en la hacienda, era Wilfredo, las evidencias y descripción del personaje, así lo atestiguan, lo que se dijeron y la forma como cada uno reaccionó, cuando se reconocieron, era más que evidente, que se trataba de Wilfredo y Karina en un ajuste de cuentas. Los siguientes días, Wilfredo lo pasaría en la cama, no tenía las fuerzas necesarias como para salir, a sus acostumbradas, noches de diversión y pillaje, estaba aniquilado, difícilmente se mantenía en pie, le hubiera

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resultado imposible soportar una noche como las que tenía costumbre. Estaba conciente que algo fallaba en su organismo, se sentía enfermo, pero no quería ir a un médico, no sólo por la falta de recursos económicos, también temía que el doctor hiciera muchas preguntas, para las cuales él no sabría que responder, y las respuestas que debía dar y sabía perfectamente, nunca las iba a decir, no le convenía. Influía también, el hecho, de que su mala vida y sus andanzas, hagan que no tenga la cara suficiente como para presentarse a una consulta médica. Veía al galeno como alguien que puede escudriñar más allá de lo visible y descubrir en él sus debilidades y pasiones, quedar desnudo no físicamente sino psicológicamente era algo que ni podía aceptar. La buena vida que se daba, nunca le había permitido ahorrar algo, para una emergencia. Además, es bien sabido que el dinero, que mal se obtiene, se acaba rápido. Es como una compensación, lo que cuesta esfuerzo conseguir, es más duradero, en cambio lo que se consigue fácil, se esfuma, se acaba, se evapora. Es como si las propias cosas huyeran de aquel que no tiene la suficiente moral como para poseerlas. Ahora, es cuando, Wilfredo, sintió aún más la ausencia de su mujer, la falta que le hacía. Por primera vez, si de algo se arrepintió, en esta ocasión se mostró realmente arrepentido de la forma como la había tratado, quiso llorar su desgracia, pero se contuvo, era de esos hombres, que no se podía permitir debilidades a estas alturas de su vida, mucho camino había recorrido en el vicio y la

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maldad, para bajar la guardia ahora, Wilfredo no lo haría, ni lo iba hacer. Suficiente tenía, con que, por dos veces, la misma mujer, le había dado una tunda, y esta última había sido más dura que la primera. Ironía del destino, era como si, quisieran castigarlo, con la misma moneda, él castigaba, él maltrataba a su mujer, quizá no físicamente, pero si, psicológicamente, con su desprecio, considerándola peor que un objeto que se tiene en la casa, el cual se usa y luego se desecha, no se capaz de una atención algo mayor que al perro de la casa. El destino había puesto en su camino a Karina, como justiciera de una situación que no sabía, pero que sin quererlo, había tomado ese papel, recibía, el castigo por otras manos, pero no era castigo psicológico, era físico y estaba trayendo consecuencias. Durante cuatro días, Wilfredo estuvo tirado en su lecho, apenas se levantaba para comer lo que encontraba, salio solo una vez hasta la tienda más cercana, a comprar lo que le alcanzó, con el poco dinero que le quedaba. Se alimentó de galletas, panecillos, el agua mineral que acostumbraba y alguna que otra cosa que encontró guardada por allí. Perdió peso, se enflaqueció, ya no era el Wilfredo de antes, si bien nunca fue un matón, pero mantenía buena contextura física, tuvo siempre la suficiente fuerza, como para enfrentarse al más fornido en sus aventuras y líos callejeros. Ahora, no tenía la fuerza y salud, ni siquiera para salir de su habitación. Su rostro había palidecido,

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unas inmensas ojeras, se dejaron ver en su cara. La vida se estaba cobrando con él, aquella deuda que él tenía, por no haber aprendido a cuidarse, tanto física como emocionalmente. Un día de esos, alguien tocó a su puerta. Tirado como estaba en la cama, se incorporó como pudo, algo tambaleante y soñoliento, fue a abrir. Grande fue su sorpresa, después de bastante tiempo, un amigo de infancia venía a visitarlo, era Mateo, el hijo de Sebastián, del que ya tuvimos oportunidad de conocer. Mateo había sido compañero en la primaria de Wilfredo, los dos habían estudiado juntos, Wilfredo después se fue a otro lugar, allí siguió hasta tercero de secundaria, nunca la concluyó, su modo de ser rebelde y malcriado, habían hartado a sus padres, hasta que un buen día lo echaron de la casa. En lo que pudo trabajo por tres meses, no soportó el trato de su jefe en el trabajo y decidió no ir más a trabajar. Por ese tiempo se conoció con Vilma su mujer, la chica también gustaba de la buena vida, mientras estuvieron de novios, que fue bastante tiempo, Wilfredo empezó a frecuentar los lugares de diversión, siempre que podía la llevaba a Vilma, así surgió el amor entre ellos, hasta que se casaron. Vilma, a diferencia de Wilfredo, tenía plena conciencia, de que una vez fuera de la tutela de los padres y cuando se pasa a formar un hogar propio, las responsabilidades no se pueden eximir, hay deberes y roles que deben ser asumidos, así la habían formado, y aunque era una chica alegre, en su sencilla personalidad,

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reflejaba una actitud más madura hacía la vida, llegado el momento supo asumir su papel de esposa, no llegó a ser madre, pero la vida fue generosa con ella, Dios sabe porque hace las cosas, Vilma no se embarazo nunca. Wilfredo en cambio, se canso de ella, muy pronto, le tomó el gusto a las salidas nocturnas, y como todo exceso es de por si dañino, esa vida disipada, fue matando la relación con su mujer. Se acostumbró a robar, para sostener sus vicios. Hasta que su mujer lo abandonó. Mateo fue el más sorprendido al ver el estado calamitoso de su compañero de escuela, el pantalón sucio, la camisa afuera, despeinado, la ojeras que le marcaban el rostro, con ojos hundidos, flaco y sin ánimo de nada. Mateo, antes que atinar a saludar a su amigo de infancia, lo primero que hizo, fue preguntar sorprendido: ¿Qué te ha pasado? Wilfredo, entre desfalleciente y mal, le dijo: Entra y cierra la puerta. Tambaleante, Wilfredo se dirigió a su habitación, Mateo le seguía, no salía de su asombró, acerca de la condición de su compañero de escuela. Una vez dentro, Wilfredo se tiro como pudo encima de la cama. Se agarró la cabeza fuertemente, como si esta se le partiera, no reparo en la presencia de su amigo de escuela, que lo miraba sin poder creer lo que veía. Un despojó

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humano, destrozado por las coyunturas de la vida, quizás por un destino que él mismo forjo. Después de un momento en ese estado, cuando se dio cuenta que Mateo estaba allí, le dijo: Disculpa Mateo. Y se sentó en un costado de la cama. Sabes, no estoy bien. Mateo le pregunta. Eso ya lo veo. ¿Lo que me gustaría saber es que ha sucedido para que estés en ese estado? Si te contará. Te escandalizarías de mí. Responde Wilfredo. No lo creo, hoy casi no hay cosa que me sorprenda, si supieras mas bien, lo que yo se, temerías por tu vida o andarías escondido. ¿Qué sabes? ¿Qué es eso tan peligroso, que temes por tu vida? Preguntó Wilfredo en una actitud de desafío hacia su amigo, quería poner en la balanza las situaciones y así sentirse consolado con el hecho de que nada podía ser peor que su momento actual. Una por otra, tú me cuentas lo que te ha pasado y yo te cuento lo que se, que hace peligrar mi vida. Los dos amigos de infancia hablaron, Mateo preocupado por el aspecto de su compañero, le sugirió visitar un médico, Wilfredo se negó a hacerlo, simplemente le dijo

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que no podía. Sólo le contó, que todo fue por una pelea, al parecer lo habían golpeado demasiado fuerte y que pronto estaría bien. No quiso decir más. Por su parte, su compañero de carpeta, que después de algún tiempo lo veía, le dijo que había conocido a una mujer muy bella en la hacienda donde trabaja su padre. Le había enseñado a montar. Wilfredo recordó por un momento, muy bien a Karina, cuando la vio paseando, a su regresó de la chacra de los tíos de Vilma, su mujer. En aquellos prados, por donde se venía de regreso a la ciudad. Con cierta indiferencia preguntó: ¿No es una chica rubia, de ojos azules que una vez ví por la zona de San José? Mateo, le contesta: Si, esa misma. Y a continuación agrega, medio sorprendido e intrigado. ¡Cómo! ¿la conoces? Wilfredo trata de disimular y dice: No la conozco, sino que un día que pasaba por esos lugares, la observe cabalgando por las cercanías de la hacienda San José. Ah, ¿has estado por la hacienda entonces? Dice Mateo. ¿No me digas que allí trabajan tus padres?. Contesto Wilfredo con otra pregunta.

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Exactamente, desde hace algún tiempo, yo voy ayudarles en las faenas grandes, de cosecha, siembra, abonado y otras cosas. Wilfredo, trata de que su amigo le diga algo más: Me ibas a contar, algo por lo cual peligraba tu vida. No se si decírtelo. Pero en fin te lo voy a contar…

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XXIII

Ortiz, después de su conversación con el joven del Hospital, se dirigió a la casa del barrio de Las Flores, para observar y confirmar sus sospechas, saber si la muchacha del incidente de la hacienda estaba allí ó se había ido a otra parte. Todo le hacía suponer que a la muchacha la habían llevado a esa casa. Largo rato estuvo dando vueltas por el lugar, se paro en una esquina de la calle, no encontraba la forma de acercarse a la casa, temía que si tocaba la puerta y preguntaba por Karina, sospecharan algo, además los sujetos que lo amarraron a la silla y lo amordazaron seguramente estaban dentro, lo reconocerían y esta vez si, no iban a tener piedad con él. Después de largo meditar, se le vino la idea de llamar por teléfono, tenía la tarjeta donde figuraba el número telefónico de la casa. Diré que soy un amigo de Karina, utilizare otro nombre, una identidad falsa. Rebusco en sus bolsillos, no encontró la tarjeta, pasando la avenida por la que, la vez anterior vino en bus, encontró una tienda con teléfono público, se aproximó a ella, cuando ya estaba cerca del aparato telefónico, seguía sin encontrar la tarjeta con el número. Por fin, rebuscando en su billetera la encontró. Alzó el auricular del teléfono, marco los números, este empezó a timbrar, nadie contestaba, sólo se oía el timbrar del

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aparato; cuando ya estaba por colgar, alguien contestó la llamada. Una voz gruesa y seca le contestó, diciendo: Si, alo diga… Ortiz, fingiendo otro tono de voz, dijo: Alo, si… Disculpe usted, se encontrará Karina, por favor. ¿Quién la busca? Interrogo la voz al otro lado del teléfono. Ortiz, con la voz fingida, responde: Soy un amigo, que quisiera hablar con ella. Ella, no puede hablarle. Llame en otro momento. Y colgó, sin dar mayor explicación. ¡Maldición! Dijo Ortiz con cierta cólera. Camino unos pasos, pensando, andaba distraído y hablando consigo mismo. Con la llamada sólo había conseguido saber que la tal Karina, había sido llevada a esa casa. Lo que quería era estar seguro de que ella estaba allí. Casi automáticamente cruzó la avenida que separaba la urbanización Las Flores del otro lugar de la ciudad. Mientras caminaba en esa actitud, Ortiz no reparó en una muchacha que esperaba en una esquina, de pelo rubio largo, ojos azules. Vestía un jersey rosado, un pantalón jean azul y unas zapatillas. A su lado, también en actitud

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de espera, un hombre de terno gris, con lentes oscuros, algo robusto, acompañaba a la muchacha, parecía que la cuidaba, miraba a todas partes con desconfianza e inquietud, vigilaba y a la vez esperaba con impaciencia. Por fin, Ortiz levantó la vista, y reparó por un momento en el hombre con lentes oscuros y terno gris, le pareció cara conocida, aunque no lo recordaba muy bien. Al cabo de un rato, logró acordarse, era uno de los sujetos que estuvo esa tarde en su casa. Lo miro disimuladamente sin detener el paso de su andar, buscó rápidamente un lugar desde donde poder observarlo mejor, sin ser visto. No encontró mejor sitio que el teléfono del que había llamado, volvió a cruzar la avenida, cruzó casi corriendo para que no se le perdiera de vista. Un ómnibus pasó ese momento por ahí, por unos segundos los hizo desaparecer de la vista al hombre y la muchacha. Se acercó nuevamente al teléfono, y como quien hace nuevamente una llamada, miraba al sujeto fijamente, desde la posición en que ahora se hallaba podía observarlos sin temor alguno. Hasta ese instante, Ortiz no había reparado en la muchacha que estaba parada a lado del sujeto, su vista solo se había enfocado en el tipo fornido de terno gris. Si las miradas matarán Ortiz lo hubiera fulminado al sujeto que miraba. En determinado momento de la espera, la muchacha se acerco al sujeto y le dijo alguna cosa. Sólo en ese instante, Ortiz, puso su atención en la muchacha y se preguntó: ¿y quien es esa chica? Después de meditar un instante, se dice a si mismo: ¿Y no podría ser la tal Karina? Recordando un poco la descripción que le hizo

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el joven del Hospital, descubre que las características coinciden. Entonces recién cae en la cuenta que la que esta parada a lado de hombre de terno gris, es Karina. Vaya, casualidades de la vida. Dice en voz alta. Ortiz. Un señor que ese momento se acercaba, para usar el teléfono, lo escucha, mirándole con desconfianza, le dice: Señor, ¿va usar el teléfono? Ortiz se le queda mirando y al rato reacciona: ¡Ah¡ No, no… Y se retira del aparato para que el fulano haga su llamada. Hasta mientras, al punto donde se hallan el hombre del terno gris y la muchacha, se acerca a un automóvil verde oscuro, es un sedan de lunas polarizadas, el hombre abre una de las puertas traseras del auto y hace subir a la muchacha, después de mirar a un lado y a otro, él se embarca en la parte delantera del automóvil. Ortiz que ve la escena, no halla que hacer, no puede perderlos de vista, es la oportunidad de saber algo más. Se dice para sí, Ortiz. Nota que a poca distancia se aproxima un taxi, lo detiene y le pide que disimuladamente siga al auto de color verde oscuro del otro lado de la avenida. Le promete pagarle bien por el servicio.

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El auto verde oscuro, ya ha arrancado, pero para suerte de Ortiz, por uno de los cruces, el automóvil toma el carril en que se encuentra el taxi que ha tomado Ortiz, ahora camina en dirección hacia donde ellos se encuentran, sólo que por detrás. A los pocos segundos el auto pasa raudo por un lado del taxi. Ortiz que ha observado toda la maniobra, le dice al chofer: Ahora si, sígalo pero no se acerque mucho. No se preocupe señor. Responde el taxista. El viaje se hace largo, el auto verde oscuro, no termina nunca de recorrer las calles, la impaciencia de Ortiz, hace que el viaje le parezca interminable y el auto no termine por detenerse nunca, solo hace pequeñas paradas en los cruces donde hay semáforo y le toca luz roja. Una de las veces el taxista, tuvo que detenerse justo detrás del auto que perseguía. Ortiz nervioso, le dice al taxista que no se acerque demasiado. Al cabo de unas calles más, el auto se detiene, estacionándose frente a un edificio de tres pisos, la muchacha rubia sale del auto, se levanta con cierta dificultad del asiento. Camina lentamente, el auto verde oscuro, espera, con las luces rojas traseras encendidas, señal de que el automóvil se ha detenido momentáneamente y piensa seguir carrera, no han apagado el motor en ningún momento. La muchacha parece convaleciente, camina a paso lento y midiendo sus fuerzas, cuando ya ha entrado al edificio, el automóvil parte.

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Ortiz, ha hecho detener el taxi a cierta distancia, sin bajarse del mismo, observa y mira el edificio a donde ha entrado la muchacha, trata de orientarse por algún letrero, busca el nombre de la calle, no halla ninguno que lo indique, Ortiz, se conforma, el tiempo no le alcanza como para ello, la calle la conoce aunque no por su nombre, en algún otro tiempo tuvo que transitar por ella, Mientras está observando, Ortiz, tiene ante si una disyuntiva, bajar a hablar con la muchacha o seguir al auto verde oscuro. Las dudas le asaltan y muchas preguntas dan vueltas en su cabeza. Tiene el presentimiento de que siguiendo al automóvil, este lo va a llevar a un lugar clave para toda la investigación. Finalmente se decide por lo último, no sin antes tomar debida nota en su mente de la calle en que han estado. Puede ocurrir que la muchacha no viva allí y sólo este de pasó. Para Ortiz, resultaba importante saber donde finalmente vivía, pero eso lo averiguaría posteriormente, por ahora debía seguir al sedan. El auto verde siguió su rumbo, tomó la vía principal de la ciudad, a unas tres cuadras más arriba, dobló a la izquierda, luego de cruzar otra avenida de doble vía, se interno en una calle estrecha, por donde pasa solamente un auto, saliendo de esta calle estrecha, fue a dar a otra avenida de doble sentido, doblando esta vez a la derecha. Se encontraban en la zona industrial y de almacenes de la ciudad, pues en esa parte existen varias fábricas y almacenes de distribuidores mayoristas de diversos productos. En una especie de galpón, con estructura de acero y cubierto de calaminas, se detuvo el auto, bajó el

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tipo de terno gris y lentes oscuros, del lado del chofer bajó otro sujeto, también de terno, pero de color marrón oscuro. Los dos son fornidos, uno más que el otro, miran a todos lados antes de meterse dentro. Ortiz, se ha desecho del taxi, le ha pagado al taxista por la carrera con una bonificación adicional. Esta como a una cuadra del lugar donde los sujetos han estacionado el vehículo, camina despacio, para acercarse sin que lo descubran. Espera que los dos hombres, se hayan metido. Cuando está por acercarse al lugar, un auto de la policía que da vueltas por allí pasa, en marcha lenta, vigilando la zona, hace que Ortiz tenga que disimular de alguna manera para no crear sospechas. Ortiz al verlo, piensa: “Si sólo siguiera en la policía” Cuando la patrulla se ha alejado del lugar, busca un hueco, una rendija o una ventana por donde poder observar lo que sucede allí dentro. La puerta no esta bien cerrada. Es una puerta corrediza, con carril y ruedas, al parecer un tanto pesada porque su manija es grande y sólida. Por la abertura que ha quedado, producto de la puerta mal cerrada, pega un ojo y mira para adentro, Es un local grande, con bastantes cajas apiladas unas sobre otras, las cajas no llevan etiquetas, así no se puede saber su contenido, no hay nada que lo indique. En el lugar sólo se oye voces que discuten, se siente como un eco de lo que dicen los sujetos al hablar, pues la inmensidad del

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local, hace que la voz viaje y choque contra las paredes de calamina y metal produciendo como un murmullo o eco en todo el ambiente. En un momento de su observación, Ortiz, vuelve a ver a los tipos que caminan en dirección a la puerta, se oculta apoyando su cuerpo contra la pared metálica de la estructura. Ahora puede oír el dialogo que tienen, lo que Ortiz oyó, fue lo siguiente: ¿Que fue del cargamento que tenía que llegar el jueves? Pregunta uno de ellos Al parecer la tombería lo intervino, pero han llegado dos de ellos. El jefe se va disgustar, esa merca tiene que salir en dos días. Dice el otro sujeto. ¡Ugarte! -Llama uno de los sujetos- ¿Que hay de las investigaciones de la DIRA? Se están acercando, peligrosamente. Esos cojudos, no pierden tiempo. ¿Y nuestro contacto? Pregunta uno de ellos. Nada, ni se mueve, el muy fresco, recibe la plata pero no hace nada.

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Mañana entonces, en el Terminal, hay que sacar todo esto de aquí. No vaya ser que nos caiga un registro. Avísale a Toro Loco, que mañana hay que trabajar. Ese cabrón es muy pesado para este trabajo… Ortiz, no pudo oír nada más, pues los tipos se metieron más al fondo del local, se hacia tarde y la noche caía sobre la ciudad, algunas luces empezaban a encenderse, los faroles de la calle donde se hallaba, también se encendieron. Además empezaba a haber movimiento por la calle, los empleados de los distintos almacenes y fabricas del lugar, se retiraban a sus casas, después del día de labor. Ortiz también regreso a su casa. Tenía suficiente con lo que había oído. Lo demás era cuestión de atar cabos.

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XXIV

La amiga de Karina había quedado algo preocupada por su desaparición, preguntó a uno y otro conocido, si sabían algo. Nadie pudo darle razón. Jani se puso a pensar: ¿Qué ha podido suceder? Los siguientes días hizo llamadas al cuarto de Karina, nadie contestaba. Fue por dos veces, al cuarto donde ella vivía. Tampoco supieron darle razón. El resto de los días de la semana, su labor en la Agencia no le permitió ocuparse del asunto. Los deberes laborales que tenía que cumplir, como parte de su trabajo en la Agencia, la tuvieron ocupada, por esos días tuvo que olvidarse de Karina. Pasó la semana, sin mayores contratiempos ni tropiezos, la rutina laboral era la acostumbrada, pero el misterio seguía latente, llegó otro fin de semana y no hubo señas de su entrañable amiga, no era usual que las dos amigas dejaran de verse por tiempo prolongado. Se frecuentaban siempre, por lo menos una vez por semana. La preocupación de Jani entonces era justificada. Fueron los días que Karina paso en el Hospital y después fue llevada a la casa del barrio Las Flores, los que mantuvieron a su amiga pensando en ella. Siendo el temperamento de Karina, impaciente e independiente, no la gustó su estancia en aquella casa del barrio Las Flores. Si bien tenía todo, la casa era lujosísima, las habitaciones ni que decir. Karina se sentía encerrada, presa, vigilada

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por los matones, que en todo momento, rondaban por las habitaciones. Siempre se oían voces dando órdenes, más parecía un cuartel que una casa de familia. La habitación que le dieron a Karina, se mantenía como dormitorio, cerrar la puerta bastaba para encontrar cierta independencia, lo habían acondicionado como para que ella pasara el tiempo necesario hasta su total recuperación. Un médico particular ingresaba casi todos los días a revisarle la herida, se estableció un plan estricto de cuidados, medicamentos, terapia y todo aquello que pudiera necesitar. A diferencia de las demás habitaciones; en las cuales se hallaban instalados aparatos de radio, mesas con papeles, libros, maquinas de escribir, alguno que otro sofá tipo diván para el descanso, estantes, armarios, escritorios, etc, en la habitación en que se encontraba Karina estaba dispuesto con el mobiliario necesario para un dormitorio. De las demás habitaciones, donde ninguna cumplía la función para la cual fue construida, la organización se había encargado de remover todo el mobiliario y adaptarlo a sus necesidades, lo que antes existió no había o simplemente había sido llevado a otro lado, la señora Valenzuela de quien supuestamente era la casa, no estaba dentro de ella, ni se la veía circular por las habitaciones, los muebles que antes tenía estaban arrimados en uno de los cuartos de servicio, que se ubicaban al fondo, en el patio trasero de la construcción. Karina, aunque pasaba la mayor parte del tiempo en la habitación preparada para ella, no soportó el ambiente

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reinante en ese lugar, en cuanto pudo andar y se sintió mejor pidió ser llevada a su cuarto donde siempre había vivido. Uno de los sujetos, antes de dar su aceptación a la propuesta, consultó por teléfono, al jefe de la organización, para que este diera su visto bueno. Cuando le dieron una respuesta afirmativa, recién este sujeto, permitió la salida de la muchacha, fue cuando Karina, pudo abandonar la casa. Fue el mismo día que Ortiz los vio parados en la avenida esperando al automóvil verde oscuro. Ese mismo día, cuando Karina fue dejada en su habitación, hizo una llamada telefónica a su amiga Jani, nadie respondió la llamada, ese momento Jani aún se encontraba en la Agencia laborando. La semana había sido de arduo trabajo, el movimiento por esos días había aumentado, y el flujo turístico empezaba a crecer. Karina al no encontrar a su amiga, pasó el día hojeando revistas, no tenía ganas de salir a ningún sitio, todavía sentía alguna molestia al caminar, producto de la herida ocasionada por el corte. Jani se había olvidado un poco de su amiga, con todo el ajetreo de la oficina; vivía aún con su familia, tenía a sus padres que vivían en la misma casa, un hermano menor que ella, con el cual siempre andaban peleando, no se llevaban bien, situación común entre hermanos. Su madre le había dicho que una de sus amigas había estado preguntando por ella, no le dio importancia al encargo,

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como no le dijeron de quien se trataba, dejó pasar la información. Al día siguiente, Karina se aburría de no hacer nada, pues, de las labores que hacía para la organización, la habían dispensado de toda obligación, le aconsejaron que reposara, que se recuperara de la herida sufrida. Eso si, le hicieron bastantes preguntas, todo un interrogatorio, acerca de su agresor, le pidieron características físicas, si sabía el nombre, donde vivía, que hacía, en que ocupaba su tiempo y otra serie de datos que anotaron muy cuidadosamente. A lo que ella respondió con la mayor sinceridad, incluso fue interrogada acerca de los motivos que haya podido tener el sujeto para atacarla. Los sujetos trataron de hacerle las preguntas como si de una charla amistosa se tratara, se mostraron preocupados por su bienestar, le dijeron que estaban dispuestos a protegerla en todo momento, no tenía nada que temer. Evidentemente Karina nunca se preguntó a si misma, el porque de tanto interés en el sujeto que la ataco, ni porque del interés de ellos en su bienestar, consideró todo ello, como parte de los beneficios que le ofrecían por trabajar a su servicio, ellos nunca le explicaron nada, dejaron a la muchacha pensar lo que quisiera, únicamente se cuidaban de que no interviniera en sus operaciones relacionadas con la droga, además que siempre le daban labores nada comprometedoras, la ayudaban de una manera poco común para bandas dedicadas este tipo de negocios. Karina se mostraba indiferente ante todo el movimiento y operaciones de la organización, le bastaba

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con hacer lo que le pedían, recibir el pago por ello, que siempre era más de lo acordado, nunca la cantidad exacta. Con ese incentivo Karina, cerraba los ojos a todo, tan solo le interesaba como ya lo mencionamos antes, no perder la confianza del que consideraba su jefe en el trabajo que hacía. Los de la organización querían asegurarse que el sujeto que ataco a Karina no era alguien que sabía de lo que hacían, hubiera sido muy molesto para ellos saberlo y tendrían que deshacerse del sujeto o comprar su silencio. Al interrogatorio, Karina a ciertas preguntas respondió a medias, aunque siempre con la verdad. Sus respuestas no fueron muy convincentes, no quedaron del todo satisfechos, tenían la plena certeza de que la muchacha no sabía nada acerca del trabajo que ellos hacían, las respuestas que dio lo confirmaron, pero les quedo un resquicio de duda acerca del sujeto que la atacó. Podía tratarse de una venganza o de alguien que quiere interferir con sus operaciones, prefirieron tomar medidas, y acordaron mandar al Toro Bravo, para arreglar el asunto. Todo lo ocurrido había ofuscado la mente de Karina, su paso por el hospital, su permanencia en aquella casa, las preguntas que le hicieron, el interés de los sujetos por su seguridad, todo le resultaba muy confuso, prefería no pensar en ello y dejarlo todo a la providencia, recreaba su mente con los días que paso en aquella hacienda de ensueño, le parecía que todo había sucedido demasiado aprisa, lo que vivió esos días y todo lo que hizo, sus largos paseos, sus conversaciones con doña Catalina, por momentos no daba credibilidad a lo vivido, pensaba que lo había soñado, a pesar del poco

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tiempo transcurrido, esos días le resultaban lejanos, como si los hubiera vivido hace mucho tiempo. El trato en la casa donde estuvo, por parte de aquellos hombres, si bien era a veces seco y tosco, pero dentro de todo era cordial, era un trato de superior a subalterno, le cumplían sus deseos, incluso, se preocuparon que nada le faltara. Las molestias y sufrimiento que el muslo herido de su pierna le causaba, el hecho de estar postrada en cama todo el día, implicaba para ella un estrés, una forma de vida distinta de lo que tenía por costumbre, La organización puso una empleada especial de la que tan sólo su labor sería atenderla y cumplir con sus deseos. Karina, llamó nuevamente a su amiga, esta vez lo hizo en horas de la noche, segura de encontrarla ese momento,. Para su amiga fue toda una sorpresa escuchar la voz de Karina, quedaron para encontrarse el sábado. Karina, citó a su amiga, en su cuarto, pues, allí le explicaría los motivos y el porque de su desaparición tantos días. Jani, no hizo más preguntas, acepto lo acordado.

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XXV

Por todo lo que había oído, Ortiz, de la conversación en el galpón entre aquellos sujetos, ese día, no tuvo dudas de que al día siguiente, lo que embarcarían sería mercancía. Sólo sabía el lugar: el Terminal, los sujetos habían hablado con ciertas palabras claves, jerga común de los narcotraficantes, era su forma usual de comunicarse, aquel que no estuviera familiarizado con ese idioma, no iba a entender nada. El dilema para Ortiz, era saber de donde partirían con la mercancía. Su intuición le hacia pensar en la casa del barrio de Las Flores, por todos los datos anteriores de lo investigado, ellos saldrían de la casa del barrio Las Flores, era casi una certeza para él. Su desventaja respecto a los sujetos, era que, él no disponía de movilidad alguna. Pero no quería que eso representara obstáculo para no seguir para adelante. Tanto había avanzado en la investigación, que ahora ya no podía detenerse, sólo le faltaba reunir algunas pruebas y con ello denunciarlos ante sus colegas de la Policía. Lo sucedido en su casa, después de haber sido golpeado, amordazado y amarrado a una de las sillas de su sala, había hecho que el asunto se volviera en algo personal, tenía que llevar hasta su final todo este desaguisado. Ya no se trataba solamente de la señora, quien estaba

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amenazada de muerte, algo más había en Ortiz que lo impulsaba a seguir, quizás lo sucedido en su sala o ese espíritu detectivesco que afloraba ahora que los resultados se iban dando, sea como fuere, Ortiz ya no iba detenerse. Los principios sobre los cuales había sido formado en la escuela de Policía, pesaban mucho en su conciencia, le quedaban aún presentes y le dictaban el camino a seguir, estaba marcado por esa formación militar. Tampoco Ortiz desdeñaba el hecho, que el haberse metido a averiguar sobre este caso, había provocado en él, el gusto por las investigaciones, le había empezado a gustar el oficio. Todo se sumaba para que Ortiz, ahora se encuentre decidido a seguir para adelante. A primeras horas de la mañana, siguiendo su presentimiento, Ortiz, se dirigió al barrio Las Flores, más exactamente al Jirón Los Claveles 245. Para no ser reconocido, ni visto, desde una esquina del Jirón estuvo observando si se producía algún movimiento en la casa. Algunos transeúntes que pasaban por el lugar, lo miraban con desconfianza, su actitud resultaba poco confiable para aquel que lo viera parado minuto tras minuto, casi en el mismo lugar. Ortiz, estaba convencido, que desde esa casa se iniciaría toda la operación. Por las informaciones que ya manejaba, no podía equivocarse, los sujetos partirían de allí y no de otro sitio. Efectivamente a las 9:30 de la mañana, la puerta de la cochera se abrió, las rejas negras también fueron abiertas por uno de los fornidos sujetos, la

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tensa espera había valido la pena, estaba en lo cierto, su intuición no le engañaba. Salió de la cochera una camioneta sedan, color mostaza, doble cabina, con lunas oscuras, la camioneta esta cubierta por un capote en toda su parte trasera, acoplada perfectamente al chasis bajo de la camioneta. Cuatro sujetos, esta vez vestidos informalmente, como para un día de campo, salieron de la casa, entre ellos, el personaje que en días pasados, había estado en la casa de Ortiz, haciéndole preguntas y amenazas. Parecía ser el jefe de toda la operación, pues, sólo cuando este hombre dio la orden de partir, todos abordaron la camioneta, antes de ello, entraban y salían de la casa, se daban órdenes unos a otros. Era un ir y venir continuo. Ortiz, observaba todo el movimiento de los sujetos, desde la esquina opuesta a la cuadra donde quedaba la casa. A poca distancia de allí, había convencido minutos antes, a un chofer de taxi para que le aguardase el tiempo necesario, hasta que decidiera él subir y decirle a donde iban a ir. Como media hora después del incesante salir y entrar de los sujetos, de la casa al carro y viceversa, finalmente todos se embarcaron, cuatro de ellos subieron en la cabina delantera de la camioneta y uno subió a la parte trasera del auto. Ortiz con una seña, le indico al taxi que se acercará, este obedeciendo la señal de Ortiz, avanzó hasta la esquina en que Ortiz se hallaba, cuando vio que

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los sujetos partieron, rápidamente abordo el taxi, le pidió al taxista que siga a la camioneta, el chofer de taxi, medio dudando y con cierta desconfianza, no hizo preguntas y obedeció a lo que Ortiz le dijo, sólo pensó en el dinero que recibiría por transportar a Ortiz de un lugar a otro de la ciudad, el chofer de taxi finalmente sólo hacia su trabajo, no le incumbía a él saber el porque de las acciones de los clientes y lo que le pedieran que hiciera, aunque dentro de él surgieran la duda y la desconfianza de verse involucrado en algo ilegal. La camioneta tomó el largo camino, que cruza la ciudad de un extremo al otro, para llegar al almacén que ya tuvimos oportunidad de ver anteriormente. Ortiz tenía calculado que la camioneta con sus ocupantes, se dirigiría a ese almacén, así que en determinado momento de la travesía por la ciudad, Ortiz, hizo al taxista desviarse de su objetivo y lo guió por otra ruta, que finalmente lo llevaría al mismo sitio. Pocas cuadras antes de llegar al lugar, Ortiz, hizo detener el taxi, le pago lo convenido y dejo en libertad de acción al taxista. Mientras, la camioneta se detuvo a la puerta del almacén, uno de los sujetos bajo del auto, abrió la puerta corrediza y la camioneta se metió dentro, perdiéndose de vista. Ortiz, camino la distancia que le separaba del almacén, con paso apurado, resultaba desde ese momento, vital para Ortiz, no perder movimiento alguno de los siguientes pasos que dieran los sujetos.

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Se aproximó a la edificación a manera de galpón, que constituía el almacén; como la vez anterior, se arrimó contra la pared, dentro, el auto permanecía con el motor encendido. Se oían pasos, Ortiz, asumió que cargaban algo dentro del carro, por el ruido que se escuchaba. Los hombres que habían entrado, apuraban a los que movían y trasladaban las cajas para que las cargaran en la camioneta. El motor permanecía encendido y no dejaba oír nada de las frases y palabras que intercambiaban entre ellos. Mientras tanto Ortiz permanecía arrimado a la pared del galpón, la calle empezaba a tener movimiento, gente comenzaba a circular por el lugar, aunque eran esporádicos los transeúntes que caminaban por allí, a Ortiz no le resultaba nada cómodo la situación en la que se hallaba. Cada vez que veía a alguna persona acercarse, disimulaba, fingiendo estar descansando o esperando a alguna persona, se alejaba de la pared y se ponía a mirar la calle, como quien busca o espera a alguien. En determinado momento sintió cerrarse fuertemente las puertas de la camioneta, uno de los hombres se dirigió a la puerta del galpón para abrirlo. Ortiz sorprendido por lo inesperado de la acción, temiendo ser descubierto, invadido por la desesperación y el nerviosismo no halló que hacer, sólo atino a empezar a andar calle arriba. La puerta corrediza del almacén se abrió, la camioneta salió y se detuvo un instante, dejando ver la parte delantera del motor y la cabina.

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Ortiz que se ha alejado unos pasos, se detuvo a poca distancia y parado en el borde de la acera disimuladamente miraba hacía el almacén. Ve la camioneta salir, el hombre que ha abierto la puerta, sube a la misma, al poco rato, la persona al volante acelera y gira el auto calle abajo, en dirección contraria a la que Ortiz se halla. Alguien se encarga de jalar y cerrar la puerta corrediza del almacén. La camioneta acelera y enrumba rauda calle abajo, dobla por una de las calles transversales y se pierde de vista. Ortiz, se ha quedado pensativo, cuando ve que la camioneta se ha perdido de vista, reacciona y busca apuradamente un auto que lo transporte. Sólo halla autos particulares que circulan por la avenida de un lado a otro. Por fin divisa un taxi, Ortiz, le hace señas para que se detenga, este pasa de largo sin hacer caso a sus señas. Presa del apuro, Ortiz decide andar unos metros hasta la esquina más cercana. Finalmente encuentra uno desocupado. Sube y le indica al chofer: Favor, al Terminal de buses. ¿Cuál de ellos? Pregunta el chofer. Sorprendido por la pregunta, Ortiz le dice: ¿Cómo cual de ellos, acaso hay varios?

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Si señor, hace una semana se ha inaugurado el nuevo Terminal de buses para ómnibus interprovinciales. Ortiz no esperaba encontrarse con esta dificultad, ahora si, veía complicársele el asunto, había dado por hecho que solo funcionaba el Terminal antiguo de buses, nunca paso por su mente la posibilidad de que se haya podido inaugurar el nuevo Terminal de buses. Con esa seguridad había dejado marchar la camioneta, para encontrarla en el Terminal de siempre y el único con que contaba la ciudad, no estaban dentro de sus cálculos que el nuevo Terminal que estaban construyendo se inaugurase tan pronto. La respuesta no podía demorar y exigía de Ortiz una reacción y decisión rápida. El conductor del taxi se quedo mirándolo por el espejo retrovisor, esperando una respuesta, al rato volvió a preguntar: ¿A cual de los terminales? Casi sin pensarlo mucho, dijo: Al Terminal del cual salgan buses interprovinciales. ¿Entonces al nuevo? Contestó el del taxi. Si, al nuevo… El nuevo Terminal de buses, era un edificio de dos pisos con ventanas grandes polarizadas, tenía varias puertas de

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acceso y una playa amplia de estacionamiento, la gente entraba y salía del mismo por los varios accesos, circulaban por el lugar en un ir y venir incesante, tanto viajeros que llegaban y otros que se disponían a embarcarse, en el afanoso movimiento del lugar se podía apreciar la agitación de las personas por llegar a su destino, sin demora y sin incidentes en el viaje que se embarcaban, nadie desea salir de viaje y no llegar a su destino, todos esperan ver al final del camino, el lugar adonde desearon trasladarse, como fin cumplido, es el movimiento usual y cotidiano del lugar, algunos con equipaje otros tan sólo con maletines, y no faltan los mercachifles con sus golosinas y cigarrillos, ofreciéndolos en voz alta, como medio para publicitar sus productos. Todo ello crea el ambiente necesario de un lugar así, aparentemente normal, pero dentro de ese laberíntico movimiento, existe una operación que se va llevar a cabo, nada normal y que linda con los límites permitidos por la ley. El taxi dejó a Ortiz en una de las tantas puertas del Terminal, apurado bajo del coche, unos pasos más y estuvo dentro del edificio, un largo corredor, con asientos en medio, mostradores de un lado con letreros que indicaban el lugar de destino, y del otro algunos puestos comerciales, con los más diversos productos, ofrecidos al viajero o a cualquier persona que desee adquirirlos, mostrados muy decorativamente, para llamar la atención. Gente haciendo cola frente a uno y otro mostrador, para comprar boletos de viaje, otros esperaban sentados la

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hora para embarcar. El movimiento del Terminal era inusual ese día, se veía más gente de la acostumbrada, un movimiento nada regular se registraba, parecía haber más gente, personas que salían sobrando y que no eran parte del cuadro que en un día cualquiera está presente en ese sitio. Buscó con la mirada a los hombres de la camioneta, resultaba difícil ubicarlos, entre tanta gente que circulaba y el movimiento de viajeros, gente andando, personas de las más variadas condiciones y fisonomías, encontrarlos no sería tarea fácil, aunque no imposible, finalmente el Terminal no era una instalación extremadamente grande. Los ojos de Ortiz en un momento se agotaron de fijar la vista en cada persona que veía. No halló por ningún lado a los matones. Salió del Terminal para identificar entre los autos estacionados, la camioneta en que debieron haber llegado, no la divisó por ningún lado. Se pregunto para sí mismo, si el lugar en el que se hallaba era el indicado o se había equivocado. Cuando ya la desesperación estaba por apoderarse de él, a través de una de las puertas de vidrio, reconoció la camioneta, que recién llegaba y buscaba lugar donde estacionar. Por alguna razón él había llegado antes y los tipos se retrasaron. Para suerte de Ortiz, el lugar era el correcto.

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Ortiz notó cierto movimiento extraño de personas, que al igual que él, al divisar la camioneta se apostaron estratégicamente en determinados lugares del Terminal. En poco tiempo, los hombres de la camioneta, estaban dentro del Terminal de buses, cada uno llevaba dos cajas de cartón de regular tamaño, iban uno detrás de otro, formando una fila, el primero de ellos, se aproximó a uno de los mostradores, intercambio algunas frases con la dama detrás del mostrador, los que le seguían dejaron las cajas en el suelo, bien apiladas unas contra otras frente al mostrador. Las cajas tenían la etiqueta de un producto comercial, y en uno de sus costados tenían escrita la palabra frágil. Mientras uno de los hombres se quedó cuidando las cajas, los otros dos, salieron del Terminal y regresando a la camioneta, retornaron con dos cajas más cada uno. El mostrador tenía el letrero de una Empresa de Carga. Al parecer solo transportaban equipaje más no pasajeros. Resultaba extraño, ya que el Terminal no estaba destinado a empresas de carga, sino de pasajeros. Una por una las cajas fueron pesadas y embaladas les pegaron etiquetas y escribieron algo sobre ellas. Seguramente el destinatario de las mismas. Uno de los hombres miraba nervioso a todo lado, mientras los otros se encargaban de despachar las cajas. Frente a ellos, se hallaba sentado un personaje con gorro de lana, vestía una chaqueta azul, leía un periódico, con el

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cual se cubría totalmente el rostro, parecía muy entusiasmado en su lectura, entre sus pies, tenía un maletín negro de mano. De rato en rato, bajaba el periódico y daba una rápida mirada a los hombres que despachaban las cajas. El movimiento de gente en el Terminal había descendido, varias de las personas que en un primer momento llenaban el ambiente, iban desapareciendo, pues, rápidamente y sin mucha espera, embarcaban en los buses, estacionados frente a las puertas de embarque, que tenía cada mostrador a un costado. Eran puertas de vidrio grueso, con manija también de vidrio, sólo se necesitaba empujar para salir o entrar por ellas. El equipaje era metido a través de unas correas transportadoras por una galería que iba a dar a la pista donde se encontraban los buses. Ortiz observaba todo este movimiento, mientras pensaba en la forma como actuaría para impedir que la mercancía llegase a su destino. Infructuosamente había tratado de conseguir la ayuda de un colega policía en el servicio activo. Todos se habían rehusado ayudarle, quizá no creyendo que la historia fuera cierta. De pronto, un grupo de cuatro personas, todos varones, ingresaron al Terminal, vestían ropa sport, zapatillas, uno de ellos llevaba un gorro con víscera, el que iba adelante calzaba zapatos y no zapatillas. Ortiz pudo reconocer a uno de ellos, supo entonces que se trataba de agentes de

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la policía. El que iba adelante seguramente era el jefe, los demás debían ser agentes asignados a algún operativo. No le costo mucho confirmarlo, pues al fijarse, por una de las puertas, vio una camioneta chevrolet estacionada, aunque no llevaba ninguna inscripción se podía adivinar que era de la policía, pues dentro de la cabina y por la ventana se podía ver una circulina de color verde. Los cuatro agentes se dirigieron hacia donde estaba el hombre sentado leyendo el periódico frente a los cuatro hombres que despachaban las cajas. Cuando estos se aproximaban al hombre del periódico, uno de los que ayudaba a despachar las cajas, dijo a sus compañeros. ¡Cuidado! La policía esta aquí. Los demás se pusieron tensos al oír la palabra policía, no quitaban la vista de aquellos agentes recién llegados. El que calzaba zapatos y pantalón de polystel se acercó al mostrador, intercambio unas palabras con la señorita que despachaba en ese momento. Los cuatro hombres apresuraron el envío de las cajas.

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XXVI Por una calle polvorienta de un barrio ya conocido por el lector, camina un hombre fornido, de unos 90 kilos de peso, casi cuadrado, por las amplias espaldas y caja toráxica que ostenta, su contextura fornida y gruesa, le hace aparecer como de baja estatura, pero realmente alcanza el metro ochenta de altura. Este hombre camina por una calle de sólo veredas y pista de tierra, su contextura llama la atención de los viandantes de la zona, que se retiran del camino por donde va este hombre fornido, abriéndole paso en su recorrido. Al llegar a la esquina de la calle por donde camina, dobla a la izquierda, tras unos pasos más, se para frente a un cerco de adobes. Mira y observa el lugar, un chiquillo que juguetea ese momento por ahí, se le queda mirando boquiabierto, impresionado por el porte y musculatura del hombre. Le dirige una mirada seria y de pocos amigos al niño, este deja su perplejidad y sigue caminando todo asustado. El hombre cuando ve que no hay nadie por los alrededores, da un golpe fuerte a la puerta, que resulta imposible no oírlo, pues este se siente a algunos metros de distancia, incluso algunos vecinos, miran desde las ventanas de sus casas hacia la calle, pero no logran ver nada. Una mujer de la casa de enfrente, sale a la puerta, pero al ver a semejante forzudo se asusta y la cierra apresurada.

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Al ver que nadie contesta, pega un segundo golpe a la puerta, más fuerte que el primero, que hace desprenderse de la pared que rodea la puerta, pequeños trozos de yeso, dejando al descubierto el madero que sirve de dintel . Por fin, se abre la puerta, un muchacho todo flaco, de pelo negro lacio, con los ojos hundidos, con aliento a alcohol, que viste una casaca negra raída, el cabello todo enredado y con los pelos parados, un pantalón de jean gastado. Mira al hombre forzudo y dice sin el menor asombro: ¿Que quiere? A esta hora y con esa forma de tocar la puerta. El hombre corpulento, con voz gruesa y gutural; pregunta: ¿Usted se llama Wilfredo? Si, que quiere. Ante la respuesta afirmativa, el forzudo, levanta su brazo, lo coge por el cuello y lo levanta en vilo, los pies de Wilfredo quedan flotando en el aíre. Wilfredo medio ahogándose y pataleando con sus pies, trata de soltarse, pero es inútil, el hombre es inmensamente más fuerte que él. Así sujeto del cuello como lo tiene, da unos pasos y se mete dentro de la casa, al entrar se encuentra con un pequeño patio y unos cuartos al fondo. Wilfredo está que se ahoga, y pone todas sus fuerzas en tratar de que el matón no lo asfixie, lo lleva así sujeto, hasta dentro de uno de los cuartos, cuando ya están adentro, divisa una

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cama con frazadas distendidas y un colchón a rayas, de un solo tirón lo lanza sobre la cama, Wilfredo trata de recuperarse de la perdida de aire, tose, entre fuertes bocanadas de aire que trata de aspirar para no perder el aliento, cuando ha recuperado algo de aire, le dice al forzudo. ¿Qué es lo que quiere? Sin contestar a su pregunta, el matón lo tira de un brazo y le pega un golpe en toda la cara, Wilfredo cae al suelo, de su nariz brota más sangre y esta vez también de la boca, cuando ya se esta incorporando, agarrándose la nariz sangrante, el hombre le pega otro golpe, esta vez en plena espalda que lo hizo caer de nuevo al piso, Wilfredo si que sintió el golpe, todos sus huesos y músculos se contrajeron de dolor, se retorció en el suelo como un gusano, y se le oyó decir un: ¡ay!. El hombre lo miraba, parado, sin decir una palabra, una sonrisa malévola se esbozó en la cara del matón, parecía como que disfrutara lo que hacía, no sentía el menor remordimiento ni compasión por su victima, al contrario parecía gustarle verlo sufrir. Wilfredo entre adolorido y desorientado, por no saber el porque de la paliza. A duras penas se reincorporó del suelo, recobró algo el sentido, busco en sus bolsillos con que defenderse de semejante matón, vio en la mesa que tenía a su lado una escoba, como pudo agarro la escoba y

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trato de darle con el palo de esta, al hombre que lo miraba impávido y con una frialdad única, se agacho, y esquivo el golpe del palo de escoba, en una reacción rápida le dio un tremendo lapo en el rostro, que lo volvió a tumbar al suelo. Wilfredo aturdido y medio mareado por el golpe, sopeso la situación, se dio cuenta que no iba nunca derrotar a semejante hombre, su única salida era escapar y pedir ayuda, así que sacando fuerzas de flaqueza, se levantó y intentó de alcanzar la puerta, el matón, antes de que pudiera abrirla lo agarro de la camisa y lo volvió a tirar contra el suelo, Wilfredo cayó como saco de papas, golpeándose la cabeza con la pata de la mesa. El hombre se paró delante de la puerta, para impedirle el paso. Wilfredo, abrió la boca, para increparle y reclamar: ¿Qué es lo que quiere? ¿Por qué me pega de esta manera? ¿Qué le he hecho yo? ¿De que se trata todo esto? Responda en vez de tirarme y pegarme, so hijo de perra. La gente hablando se entiende y no a golpes. El hombre hablo y con palabras casi guturales, le dijo: Tu idioma no es el lenguaje, tu idioma es la violencia, así que en ese idioma he venido a tratar contigo. Ahora defiéndete. Me han pedido que te de una lección, hoy vas pagar tus culpas. Wilfredo responde y dice: Pero que he hecho yo, por lo menos explíqueme de que se trata todo esto.

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El matón saco una foto y se la mostró, Wilfredo vio la imagen de una chica de pelo rubio, ojos azules, una sonrisa blanca. Por un instante le pareció no reconocer el rostro de la foto. Pero luego de un rato, recordó quien era. A su mente volvieron recuerdos de todo lo que había sufrido y lo mal que se sintió después de aquel encuentro con la mujer esa. Recordó también la cuchillada que había logrado darle y cómo se había salvado de morir en sus manos, la desgraciada. Ahora ya sabes, de que se trata. Respondió el matón y le asestó un golpe en la cabeza. Wilfredo cayo aturdido y a punto de desmayarse, cuando sintió un tremendo puntapié en el costado, no había terminado de retorcerse de dolor de semejante golpe, cuando ya sin sentido, sintió que alguien lo levantaba, el matón le dio un golpe mortal en todo el mentón y parte del cuello; con toda la fuerza que pudo reunir y sacar de la musculatura que ostentaba, Wilfredo cayo al suelo, para no levantarse más, estaba muerto. El matón al ver que Wilfredo ya no se movía, salió del cuarto, camino con paso firme hacia la puerta de calle, la abrió y la cerró tras él. Sin perturbarse en lo más mínimo se volvió por el camino que había venido, con paso lento y pausado. Su rostro no mostraba el menor rasgo de arrepentimiento por lo sucedido, una frialdad y crueldad única se reflejaba en su cara. Con sólo mirarle, se podía adivinar que era uno de esos hombres, salidos del mismo

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infierno, acostumbrados a la violencia y el mal trato, curtido por el vaivén de circunstancias que la vida pone en medio, para transformar a una persona, para hacer de ella una piedra endurecida, a la que el sufrimiento ajeno le es indiferente, la vuelve gente sin escrúpulos, de aquellos que gozan con el dolor ajeno, el alma la tienen tan endurecida, que por nada se compadecen, no tienen tiempo para esas “debilidades” como dirían ellos mismos, la vida los ha vuelto una roca, sin sentimientos, son los típicos matones que solo cumplen órdenes y las llevan a cabo sin dudas ni murmuraciones. Matan sin miramientos, son como fieras que se mantienen quietas, mientras no les extiendan la presa, pero una vez que la tienen en frente, cumplen su misión como autómatas sin control. A Wilfredo posteriormente, lo encontraría su mujer, quien regresaría a la casa, para recoger algunas cosas que había dejado momentáneamente. Grande fue su sorpresa al encontrar al que fue su marido, muerto y tirado en el piso. No tardo en denunciar el hecho a la policía, esta llegó, tomó nota de los acontecimientos, traslado el cuerpo a la morgue para la autopsia de ley, tras un breve interrogatorio a la mujer, fue todo, a lo que se limitaron los agentes del orden. Las investigaciones después continuaron, aunque sin darle la importancia debida, pues la policía, sabía de quien se trataba. Por su parte Vilma, se había conseguido otro hombre, este era muy diferente a Wilfredo, se podría decir para resumir en pocas palabras, todo lo contrario de Wilfredo.

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XXVII

Había pasado los días, aburrida, la herida de la pierna que tenia, no terminaba de sanar y le provocaba de vez en cuando fuertes dolores, que no le dejaban caminar, pues había afectado venas importantes, profundo resultó el corte que le hizo el tal Wilfredo y el daño consecuente también . Si bien podía caminar, ya no tenía la misma facilidad de antes para movilizarse. Con la fuerza de voluntad que la caracterizaba y la entereza y empeñó que le puso, para no dejarse vencer por la adversidad, se puso a ejercitar la pierna mal herida, dentro de su habitación, obligándose a moverse a pesar del dolor y el esfuerzo que le costaba. Notó que el esfuerzo y el ejercicio daban sus frutos, pues le molestaba cada vez menos, mientras más ejercicio realizaba. Salió a comer alguna cosa en uno de los tantos restaurantes de la zona. Tal como se encontraba no tenía el aliento suficiente para moverse más. Regreso a su cuarto, esperaba con ansias el sábado para hablar con su gran amiga. Mientras hojeaba una revista, el sueño le venció y se quedó dormida, como una hora después, alguien llamó a su puerta. Sobresaltada despertó,

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abrió la puerta, un niño de mediana estatura, pelo largo, contextura delgada, no pasaba de los 10 a 12 años, se presentó ante ella: Me llamo Yuri, vivo en el mismo edificio a dos habitaciones de la suya con mis padres. Algo soñolienta y sin prestarle mucha atención al muchacho, le dijo: Esta bien, ¿Qué quieres? Vengo a dejarle este sobre que tiene su nombre y nos lo han dejado en nuestro cuarto por equivocación. A ver dame eso. Responde Karina con displicencia. Efectivamente el sobre tenía rotulado el nombre de Karina y era algo abultado, no mencionaba remitente alguno. Esta bien, déjamelo y ahora vete que quiero dormir. El muchacho se alejo del lugar. Karina tiro de la puerta, ésta se cerro emitiendo un sonido seco al cerrarse. Hasta ese momento no había mostrado el menor interés por el sobre que le entregaban, pero apenas dio el portazo, fue como si una campanada de alerta, la hiciera despertar. Reaccionó de su letargo y

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adormecimiento, con cierta curiosidad e impaciencia abrió el sobre para saber de que se trataba. Dentro del sobre, alguien había metido todos los papeles y documentos entre ellos su pasaporte, los mismos que Wilfredo le había robado junto con la bolsa negra. Junto con todos los papeles, había una nota, estaba escrita a máquina, a la letra, decía lo siguiente: “Encontré tus papeles, pensé que te gustaría tenerlos de vuelta, al parecer son importantes para ti. Solo espero verte el sábado en el lugar de siempre” “Tu eterno admirador y enamorado” La chica, se quedó intrigada, ante semejante misiva, quien podría ser el eterno admirador, que le pedía verla el sábado a cambio de haberle devuelto sus papeles. Examinó la letra del sobre, ya que esté, si estaba escrito a mano, no recordó a nadie que tuviera tal caligrafía. La nota no llevaba fecha, resultaba un misterio de quien provenía la nota, pero le intrigaba el hecho de tener admiradores secretos, no era de extrañar, toda en ella reflejaba, belleza natural, coquetería, feminidad, pero al parecer Karina, no era conciente de ello, pues lo que se tiene naturalmente a veces no nos damos cuenta y no valoramos que lo tenemos, simplemente hacemos uso de esos dones y punto; resultaba un halago y aumentaba su estima por ella, el saberse admirada, y no solo eso sino

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que alguien secretamente la amaba, ¿cuando habría llegado el sobre?, era difícil saberlo, a Karina le hubiese gustado conocer a este su admirador secreto. Desde el incidente en aquel lugar habían pasado más de dos semanas. Por más que se rompió la cabeza pensando en quien podría ser el galán de turno que la admiraba y estaba enamorado de ella, no logró descubrir nada. De todas formas esto fue algo positivo para ella, le permitió sobreponerse al momento difícil.

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XXVIII

En el Terminal de Buses los cuatro hombres habían logrado por fin despachar las cajas. Al notar la presencia de la policía, se mostraron nerviosos, evidentemente el que alertó a los demás de la presencia policial, reconoció a alguno de los agentes que iban vestidos de civil. Ortiz miraba a prudente distancia los acontecimientos, mientras el que perecía ser el jefe del operativo intercambiaba frases con la dama del mostrador. El hombre de la calvicie y pelo blanco, se dirigió a la señorita del mostrador y le dijo, interrumpiendo la charla con el agente policial: Es todo señorita, ¿ya nos podemos ir? La dama hizo un signo afirmativo. En ese instante reacciono el que conversaba con la muchacha y pregunto al hombre del pelo blanco: ¿Qué envían en esas cajas? El hombre sorprendido por la pregunta inesperada, entre dudando y nervioso, responde: Eh… nada, solo productos…

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Inquisitivo el agente, quiso saber más y volvió a interrogar: ¿Qué clase de productos? Tartamudeando y nervioso, respondió: Eh… productos de pan llevar. El agente policial no pudo dejar de notar lo dubitativas de las respuestas del hombre canoso e interrogó una vez más: ¿Puede mostrarme el contenido de una de las cajas? En ese instante, uno de los matones del hombre canoso, reaccionó y dijo: ¡No le muestres nada!, ¡además no tiene porque revisar nuestras encomiendas!. Soy de la policía. Y sacó del bolsillo de su chaqueta una placa que lo identificaba como tal. Después de una pausa agregó: Soy el capitán Rivas, de la División Antidrogas. El hombre del pelo cano, tratando de sobreponerse de la sorpresa inicial que le causo la serie de preguntas que de un momento a otro y sin mayor reparo le había hecho el que ahora se identificaba como agente policial, no esperaba que este tan pronto se descubriera como tal, adoptase una posición tan formal, no lo dudo un instante y pensó en un plan policial para capturarlos y descubrir la mercancía, tratando de recobrar la calma, dijo en tono amable y cortés: Mucho gusto capitán, pero yo no tengo nada que ocultar, como le dije son productos de pan llevar.

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El capitán, trato de ganar tiempo y dijo: Entonces no le importará que eche una ojeada a una de las cajas que está despachando, además tenemos ordenes de revisar toda la carga que se esta enviando, es una operación de rutina, espero nos deje hacerlo. El hombre canoso, no supo que contestar, como para el efecto, Ortiz se había acercado al tumulto que se formo entre los agentes que acompañaban al capitán y los matones del hombre canoso. Este reconoció a Ortiz, porque fue él mismo, quien le había hecho advertencias sobre las investigaciones que estaba realizando respecto a la organización. Se sintió atrapado y sin escapatoria, el ratón había caído en la ratonera, nunca se imaginó una situación como a la que se enfrentaba ahora. Al ver a Ortiz, pensó en culpables y no dudo en que Ortiz era el delator. “Debí haberlo matado aquella vez” se dijo para si. El hombre canoso sabía que Ortiz, tarde o temprano lo descubriría, tenía informantes que le avisaban acerca de los pasos que daba, y sabía que se estaba acercando peligrosamente. El capitán Rivas notando el nerviosismo del hombre, resueltamente dijo: Vamos a revisar el contenido de esas cajas, teniente Torres, haga el favor de proceder a registrar estas encomiendas.

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Ortiz distraído como estaba con todos estos acontecimientos, no se dio cuenta que detrás de él se había colocado uno de los matones de hombre canoso. Cuando el teniente Torres y los demás agentes que lo acompañaban, iban a proceder a registro de las cajas, este hombre colocado detrás de Ortiz, a una señal del hombre canoso, sacó rápidamente un revolver y tomándolo por el cuello, amenazó con matarlo. Hizo un disparo al aire. La acción provocó que los agentes que acompañaban al capitán y el mismo capitán Rivas, reaccionen y sacaran sus armas, apuntando al hombre que tenía cogido a Ortiz por el cuello. Ortiz medio asfixiado trataba de aflojar la presión sobre su cuello, interponiendo su mano al brazo de su opresor. El hombre canoso y los demás hombres que lo acompañaban por unos instantes quedaron inmóviles, no atinando a nada, después de un corto lapso reaccionaron, pero esos instantes de duda fueron fatales para los demás de la organización, el hombre canoso quiso sacar su revolver, el capitán atento a todos los movimientos, le dijo: Ni lo piense señor Rodríguez, no quiero tener que dispararle. Los otros hombres emprendieron la retirada. Uno de ellos escapó hacia la rampa donde estacionan los buses para el embarque de pasajeros, el otro escapo por entre la gente, corriendo por el largo hall del Terminal.

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La señorita tras el mostrador pego un grito aterrador y se agacho tras este. El grito de la dama y sonido del disparo al aire, alerto al resto de gente que estaba ese momento en el Terminal, el desorden y caos empezó, el pánico se apoderó del público que en ese instante se encontraba dentro del Terminal de buses, cada uno corría a donde podía para ponerse a buen recaudo, el pánico se apoderó del local, algunos cayeron al piso, otros escaparon por las múltiples puertas del Terminal, gente que pedía auxilio. Todo el alboroto reinante, no hizo ni un instante perder de vista a los de la policía, sus objetivos. Capturar a la banda de Rodríguez era el fin. Les habían estado siguiendo la pista por varios meses, una operación de inteligencia, paciente y minuciosa, puso al descubierto todas sus operaciones. Los agentes apuntaba con sus armas al que tenía agarrado por el cuello a Ortiz, advirtieron al sujeto, que soltará a su víctima, Ortiz, trataba de resistir a su secuestrador oponiendo resistencia y no queriendo avanzar. El matón por el esfuerzo que le representaba sujetarlo, lo tiro al suelo y apuntando su arma contra los agentes, disparó, se oyó un estruendo, en respuesta uno de los agentes disparo también, mucha de la gente que corría para ponerse a salvo dentro del Terminal se tiró al piso. El disparo del matón hirió a uno de los agentes de la policía, en cambio el disparo del policía dio en el hombro derecho del agresor. Este, al impacto de la bala soltó el revolver, los agentes policiales se acercaron lentamente al

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hombre, no dejando de apuntarle, el hombre sangraba profusamente del hombro, herido como estaba se rindió sin oponer más resistencia. Los policías finalmente lo arrestaron. Mientras el capitán hacía lo mismo con el hombre canoso de apellido Rodríguez. Ortiz, que a duras penas se levantaba y tosía a raíz de lo ocurrido, medio asfixiado y sin aire, fue auxiliado por uno de los policías. Los otros dos integrantes de la banda, lograron escapar. Posteriormente también serían arrestados.

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XXIX

El día sábado había llegado, el sol ya despuntaba en el horizonte, algunas nubes esparcidas por aquí y por allá, anunciaban un día de calor, el cielo se mostraba en su mayor parte, azul, todo parecía indicar que la mañana iba ser favorable para realizar cualquier actividad. Un viento suave, por momentos recorría la ciudad refrescando el ambiente de pleno sol. Los cerros y colinas que rodeaban la ciudad se mostraban verdes y marrones en una mezcla de matices, había otros que se mostraban morados. Intrigada y algo inquieta, había por fin logrado dormir unas horas, durante la noche, el sol filtraba ya sus primeros rayos por la ventana que daba al patio trasero del edificio donde vivía. Cómo todos los días, despertó a las 7 de la mañana, entre la rutina matinal y el poner en orden su habitación, se le fue como medía mañana. Llamó a la casa del Barrio Las Flores, donde estaban los hombres que habían visto por ella mientras se recuperaba. Nadie contestó, volvió a insistir sin ningún resultado, fastidiada colgó el teléfono. Más tarde volvió a intentar, sin resultado alguno. Le dieron ganas de ir a ver que pasaba, porque nadie

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contestaba, siempre respondían, le resultó extraño aunque no se detuvo a pensarlo mucho, se diría que no le dio importancia. Hubiera querido ir a esa casa, pero su actual situación se lo impedían por el momento, recién después de la tranquilidad de estar en su sitio, en su cuarto, sea como fuere, pero algo que siempre había sido suyo y no prestado, le dio tiempo para ponerse a pensar en aquella casa donde habitaban esos hombres, que la habían atendido durante su convalecencia y también tenía deseos de regresar a la hacienda, para saber que había pasado con don Sebastián y doña Catalina, que tan bien se habían portado con ella. Mientras decidía que hacer, dando vueltas en su habitación, alguien llamó a su puerta. Le asustó el solo oír el sonido de los golpes al tocar la puerta, tan inquieta y ensimismada como estaba. Era ya, como el mediodía, el sol en todo su esplendor, ponía a hervir la ciudad bajo un calor insoportable, la temperatura ese día llegó a los 25 grados. Karina abrió la puerta, para ver quien llamaba. Grande fue su sorpresa e impresión al ver a un señor, mediano de estatura, con algo de barriga, vistiendo una casaca marrón, pantalón gris de tela, zapatos negros, cara ovalada, con ciertas entradas en la frente, pelo negro con algunas canas en los costados. Era Ortiz, quien estaba parado frente a ella. Karina, al verlo, lo miro de pies a cabeza, y le dijo: ¿Si señor, que desea?

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Ortiz, contestó, con amabilidad: Hola. ¿Puedo pasar? Quisiera hablar con usted. A usted no lo conozco, pero bueno, de que quiere hablar. Ortiz, trató de ordenar las ideas en su mente, tras un corto lapso de tiempo, en que se hizo silencio en el ambiente, respondió: La conversación que deseo tener con usted, ha de ser un poco larga, así que quisiera que me permitiera entrar, lo que tengo que decirle, no lo puedo hacer desde la puerta. Karina, algo displicente, le dijo; Esta bien entre. Ortiz, ingresó en la habitación de Karina, permaneció en pie a unos pasos de la cama, Karina ordenaba algunas prendas, entre chompas, pantalones, blusas. Ortiz, la interrumpió y dijo: ¿Me puedo sentar? Sin dejar de hacer lo que la tenía ocupada, le respondió: Si, siéntese. Ortiz encontró una silla con una toalla en su espaldar, la jalo un tanto y se sentó en ella. Sin más preámbulos, Ortiz habló y le dijo, tomando un respiro profundo: Bueno, señorita Karina Rodríguez, quisiera tener un poco de su atención, para lo que le voy a

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decir, porque seguramente son cosas que de repente ya las sabe o quizá las ignora. Sorpresivo e inesperado fue para la muchacha, oír de boca de un desconocido que la llamara por su nombre y apellido, Ortiz era alguien desconocido para ella, era la primera vez que lo veía, que la llamara por su nombre y apellido, ¿de donde lo sabía? Volteo a mirarlo con cara de asombro, dejó de hacer lo que estaba haciendo, le miro fijamente. En su mente se preguntaba ¿Quién es este señor, que sabe quien soy? Bien –dijo Ortiz- ahora que he logrado captar su atención, e interesarle, quizás oiga lo que le voy a decir… Karina le interrumpió bruscamente y le dijo: Primero dígame, ¿quien es usted?, y ¿Cómo diablos sabe mi nombre? Sin dudar un instante, Ortiz, respondió: Soy Lucho Ortiz, policía retirado, y como es que sé su identidad, es justamente por lo que tengo que decirle y las investigaciones que he estado haciendo que le conciernen a usted y otras personas más. La muchacha pensó para si: ¿Que puede saber este hombre? ¿Si ha estado realizando investigaciones? ¿Qué ha averiguado que me conciernan? Al rato hablo y dijo: Está bien, lo voy a escuchar, aunque pienso que no debería, además a usted primera vez que lo veo, no tiene

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porque entrometerse en la vida ajena. ¿Qué ha estado averiguando y porque? Y agregó sin dejar hablar a Ortiz: Está bien siga hablando. Ortiz continuo y dijo: Como le dije, he estado realizando una investigación privada, por encargo de una señora, que por ética profesional, no voy a decir su nombre. El hecho es que cuando empecé las averiguaciones descubrí varias cosas, primero, le diré que se que usted estuvo varios días en la hacienda San José, propiedad de un tal Edilberto Rodríguez, donde fue herida con un arma punzo cortante y estuvo por una semana en el hospital internada. También sé que usted, recibe mensualmente una cantidad por parte de una organización y que le permite vivir en este cuarto, donde esta ahora. Karina escuchaba atenta y asombrada lo que Ortiz iba relatando acerca de ella, el hombre que tenía en frente, sabía demasiado sobre ella, con las primeras cosas que le dijo, se quedó boquiabierta, no sabiendo que decir, la impresión y sorpresa fueron paralizantes para la muchacha, nunca imaginaba que un desconocido fuera a saber tanto de lo que había hecho, sólo le escuchaba y no pronunciaba palabra alguna. Ortiz, siguió su relato, tras un breve respiro: Esa propiedad la compró el señor Edilberto Rodríguez, la propiedad anteriormente perteneció a su difunto abuelo

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Ascencio Rodríguez, lo cierto del caso es que el señor Edilberto Rodríguez recuperó esa hacienda, tras cancelar la hipoteca que dejo su abuelo cuando se enteró de que tenía una hija, que es usted y esa hacienda la compró para usted. ¡Como dice! Respondió Karina con inquietud. A continuación agregó: ¿Que la hacienda San José que usted menciona es para mí? Así como lo oye, en realidad esa propiedad está registrada a su nombre. O mejor dicho solo falta arreglar ciertos papeles para que pase a ser suya. Karina no daba crédito a lo que oía, confundida e incrédula preguntó: ¿Cómo es posible eso, si yo no conozco a ese tal Edilberto Rodríguez del que me habla? Respondió Karina. Es posible que nunca lo haya visto, pero fue él quien también pagó los gastos de su curación en el hospital. No sabiendo que decir, muda, por todo lo que estaba oyendo, llena de asombro, miraba a otro lado, miraba al techo, pensó que se burlaban de ella, la información que recibía, era difícil de creer, además, Karina no había hasta ese momento reparado en las palabras de Ortiz que le decía, que ella era hija del tal Edilberto Rodríguez, después de un momento de asimilar las palabras de Ortiz, repuso:

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¿Cómo dijo? ¿Que yo soy la hija de es señor que ustede dice se llama Edilberto Rodríguez? Así es. Respondió Ortiz. Se armó una tremenda revolución en su cabeza, las cosas no eran fáciles de digerir, además noticias de este tipo no se dan a diario, le resultaban más que difícil de comprender. Si antes tuvo dudas acerca de sus padres, ahora cuando se entera quien es su padre, le resulto imposible creerlo, más de boca de un desconocido, como era para ella, Ortiz. Ahora no sabía que pensar. Miró solamente a Ortiz, con asombro y desconcierto. No se atrevía a echarlo de su habitación, porque muy dentro de ella, sabía que lo que decía Ortiz era verdad. Muchas de las cosas que había mencionado sobre ella eran ciertas, lo sucedido en la hacienda, su nombre y apellidos, y hasta había algo de verdad en lo del dinero que recibía, aunque la información no estaba completa. Empezó a caminar de un lado a otro, la molestia por la herida, ni se acordó de ella. Ortiz siguió diciendo: Ahora viene lo más terrible, que quizá lo sepa o no. El señor Edilberto Rodríguez que es su padre, a la vez era el jefe de los sujetos para los cuales usted sin saber nada de ellos, supuestamente trabajaba.

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¡Que! Grito Karina sorprendida. ¿Cómo puede usted saber que ese señor es mi padre? Yo nunca he conocido a mi padre y tampoco lo he podido hallar por más que quise saber de él, se esta burlando de mi o me toma por una idiota… Nada de eso… -Respondió Ortiz, muy seguro de lo que decía- solo permítame concluir lo que tengo que decirle, el señor Edilberto Rodríguez, su padre, cuando descubrió que usted era la hija que había abandonado muy pequeña, y dejado en manos de su madre, quien se encargó de cuidarla hasta que murió, y que después que murió. Usted se vino a esta ciudad a la edad de 15 años, estuvo al cuidado de una señora, muy amiga de su señora madre, cuando cumplió la mayoría de edad, se independizó y vivió por su cuenta, su padre lo descubrió casualmente, al usted perder sus documentos personales, justo en el momento que buscaba llevar su vida sola, le ofrecieron el trabajo de llevar recados a uno y otro sitio, a lugares que ellos le indicarían. Por ese mismo tiempo, usted encontró un empleo como secretaria, el cual abandono. Su padre que tenía miedo de presentarse como tal, ante usted, buscó la manera de ayudarla, y lo hizo hasta ahora, entregándole dinero suficiente como para sostenerse a cambio de las pequeñas labores que le mandaban a realizar. De esa forma trataba de disimular las entregas de dinero que le hacía sin que usted no sospeche nada. No miento al decirle todo esto, ya que es lo que usted ha vivido en este tiempo y la forma como ha estado viviendo

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todo este tiempo, pero quisiera preguntarle una cosa, antes de continuar. ¿Usted sabía todo esto o no sabía nada? Y una pregunta más ¿Nunca sintió curiosidad por saber acerca de los hombres con los que se relacionaba, para saber quienes eran, que hacían? Su primera reacción e intención de la muchacha fue no contestar nada, pero luego lo pensó bien y decidió responder, la historia le resultaba bastante convincente, además no podía dejar de aceptar, que varios de los hechos que contaba Ortiz acerca de su vida eran verdad, oír el relato de su vida, detalle por detalle, e incluso conocer cosas que ella ignoraba, como el hecho de saber al fin quien era su padre, fueron suficientes para hacerle desistir de todo intento de rebeldía y agresión, ahora entendía algunas cosas, el porque de la forma muy singular con que siempre la trataban esos hombres. Siempre habían evitado ponerla en dificultades, todo lo que tenía que hacer era dejar cosas en uno y otro sitio, le daban labores sencillas de hacer, dejar un papel en un sitio, guardar algún dinero, llevar algún paquete a tal lugar. Por esas labores le pagaban sumas de dinero que evidentemente no correspondían al trabajo realizado, ella las recibía sin nunca preguntarse, si le correspondía recibir tal cantidad simplemente recibía, ella lo utilizaba y gastaba en lo que quería, rara vez contaba la cantidad que recibía, solamente lo guardaba en el bolsillo y después lo metía dentro de una caja dentro del ropero que tenía en su cuarto. De esa caja sacaba lo que necesitaba, siempre andaba llena, pues las sumas que recibía eran cuantiosas,

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equivalían muchas veces a cientos o miles, en cierta oportunidad, tuvo en sus manos la cantidad de tres mil pesos en efectivo, en billetes de cien y ella nunca se percató de lo que le estaban dando, es por ello que de ahí en adelante se quedó conforme con el trabajo que hacía, no volvió a buscar empleo, siempre veía su caja llena de billetes y monedas, nunca paso apuros económicos. Asumía que lo tenía bien ganado. Tomando aliento, respondió con voz temblorosa y apenas audible: Desde hace algunos días, he tenido muchas interrogantes acerca de ellos, pero nunca me atreví a preguntar nada, resultaban muy cortantes en su forma de dirigirse a mi cuando hablaban, aunque nunca fueron descorteses. Y de lo que usted me ha dicho, mucho de su relato es la verdad, algunas cosas realmente las ignoraba, pero me siento confundida en este momento y no se que pensar… Ortiz, viendo a Karina desarmada y sin fuerzas para responder, trato de tranquilizarla y darle ánimo. En un tono amable y cordial, le dijo: Te cuento todo esto, porque, pienso que es importante que lo sepas, si es que no lo sabías ya, yo se que es duro enterarse de cosas que han marcado nuestras vidas, que han dejado huellas profundas, y hasta heridas imborrables, pero tenía que decírselo. Respirando profundamente, Ortiz continuo: Por lo que me dice, deduzco que usted no tiene la más remota idea

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de que actividad realizaba su padre o en que trabajaba… haciendo una pausa, le dijo: pues, su padre comerciaba drogas. Mucho del dinero que usted recibía, era producto del narcotráfico. Su padre, siempre cuidó que usted nunca supiera nada, es por ello, que seguramente le dieron la ocupación que le dieron, de estar siempre fuera, dejando cosas, hasta quizá cobrar algún dinero. Nada que la pueda comprometer o vincular a la organización que su padre manejaba. Con la respuesta que me dio hace un rato, es fácil entenderlo.

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XXX

La policía ese día en el Terminal, había logrado arrestar a Rodríguez y a uno de sus secuaces, que terminó herido de bala; este fue llevado al hospital, al igual que el agente que fue impactado por el disparo que hizo este hombre. El jefe de toda la organización, en este caso Rodríguez, fue interrogado en la comisaría del distrito, el interrogatorio duro más de dos horas, pues la policía ya andaba tras sus pasos, desde hace mucho tiempo. Durante el interrogatorio, Rodríguez se cuidó de no implicar, ni mencionar en ningún momento a Karina. Habló de sus cómplices, incluso de la señora Valenzuela, de quien afirmó que recibió fuertes sumas de dinero en efectivo, para reflotar su Agencia de Viajes. qué como vimos le sirvió a esta dama para ese propósito. Ortiz, también fue llevado a la comisaría, pero no como culpable ni como reo, sino como amigo del capitán Rivas, que lo reconoció como antiguo colega en la fuerza policial. El capitán aún era muy joven, cuando Ortiz ya trabajaba como oficial, dirigiendo el tránsito. El capitán se mostró, muy cordial y amable con Ortiz, conversaron de los viejos tiempos, Ortiz trató de saber en forma muy sutil, fingiendo que no saber nada del asunto, de que se trataba todo, Rivas le contó algunos detalles del caso. Ortiz pudo darse cuenta de que la policía ya tenía

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suficientes evidencias como para meter a Rodríguez a la cárcel. Incluso logró saber de que un tal Wilfredo había sido victimado por los secuaces de Rodríguez. Lo que la policía no sabía, era de la existencia de la hija de Rodríguez, pues para todos los efectos, la policía suponía que Rodríguez había abandonado a su hija muy pequeña y está vivía sin saber nada de su padre, pues nunca se habían visto, ni conocido. Las cajas que Rodríguez pensaba enviar a la capital, fueron minuciosamente revisadas, encontrándose paquetes de cocaína, camuflados en latas de conserva y bolsas de harina. Los otros dos cómplices que lograron escapar, muchos días después fueron capturados. Más bien del matón que ultimó a Wilfredo nunca más se supo de él, desapareció de la escena como por arte de magia, parecía que la tierra se lo hubiera tragado. Ortiz, con el testimonio de su colega el capitán de la policía, tenía más que suficiente, el rompecabezas estaba completo, lo que él no sabia, y nunca logró enterarse es el destino que corrió, la suma que la tal señora Valenzuela dijo que retiro del banco. Se cuidó de no mencionar nunca, que él también andaba haciendo pesquisas sobre el mismo caso, incluso pudo comprobar, que, muchas cosas la policía no sabía, él las conocía, pero no quiso meterse en problemas y se las guardo todas.

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La casa del Barrio Las Flores fue confiscada e intervenida, se encontró más droga en el lugar. De la hacienda San José, nadie quiso intervenir en el caso, de tal forma había sido hecha la compra y transferencia de propiedad, que resultaba muy enredado el asunto y no quedaba claro, finalmente, quien había adquirido esa hacienda, pues durante el tiempo que perteneció a la organización, la hacienda, había estado inscrita a nombre de terceras personas, para todos los efectos la hacienda no pertenecía a Edilberto Rodríguez, ni nunca perteneció, al perderse la propiedad, tras haberla hipotecado, terceras personas ajenas a la organización la habían adquirido pagando la hipoteca, los supuestos propietarios eran gente adinerada, de la que no se podía dudar, que pudieran ser dueños de tal hacienda, finalmente paso a manos de un señor Horacio Salcedo, gran empresario y persona muy influyente en la sociedad, del que nadie pondría en tela de juicio su honorabilidad y decencia, ni siquiera averiguar algo sobre su pasado, a alguien se le hubiera ocurrido, este señor a través de una venta ficticia había hecho la transferencia de propiedad a manos de su sobrina Karina Rodríguez. Si la policía hubiera intervenido esa hacienda, y hubiera, registrado el estudio que permanecía siempre cerrado bajo siete llaves, habría descubierto que la mencionada hacienda fue comprada por el padre de Rodríguez hace veinte años. Cuando Rodríguez descubrió y encontró a su hija. Fue transferida la hacienda para mayor seguridad a

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Salcedo, bajo un venta ficticia también, así aseguraba Rodríguez, que la hacienda nunca sería investigada. Como Salcedo era un personaje de mucho poder, quedaba fuera de toda sospecha y en el tiempo oportuno, este señor pondría la hacienda a nombre de Karina Rodríguez, hija de Edilberto Rodríguez, haciéndola pasar por su sobrina. Los secuaces de Rodríguez estaban también bien asegurados en cuanto a su futuro, pues Rodríguez se había encargado de darles fuertes sumas de dinero en efectivo, para sus familias y para ellos. La única condición era que si la organización era descubierta, Su hija, nunca fuera involucrada, ni siquiera se mencionará su nombre. Lo que ellos cumplieron fielmente, pues nunca revelaron el nombre de Karina.

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XXXI

La conversación entre Ortiz y Karina se prolongó por más de dos horas. Ortiz le revelo todo lo que sabía de ella y de su padre. Le contó que podía estar tranquila, pues su padre había cuidado muy bien de que nadie de la organización la involucrara a ella en el negocio. Esto Ortiz lo sabía por los datos que tenía y le habían sido proporcionados por el capitán de policía, este le había confiado datos que le permitieron resolver totalmente el caso. Aunque él tampoco tenía muy claro, todo el enredo sobre la transferencia de propiedad y finalmente a quien realmente pertenecía esa hacienda, solo sabía que estaba lista para ser puesta a nombre de Karina. No queriendo dejar desamparada a su hija, Rodríguez trataba de esa manera, recompensar a Karina por haberla abandonado y no haberse ocupado de ella cuando Karina perdió a su madre. Tuvo miedo de presentarse como su padre, trato de manera indirecta ayudar a su hija. En las oportunidades que tuvo de verla, la vio convertida en toda una mujer, de una belleza sin igual, con el mismo color de ojos que él tenía, se parecía en algunas cosas a él. En varias oportunidades cuando estuvo frente a ella, tuvo deseos de decirle: Hija mía, soy tu padre, pero no se atrevió. Sintió toda la ternura, afecto y cariño que siente un padre hacia una hija. Se sintió orgulloso de ella, veía como todos la miraban con admiración y hasta sentían afecto por ella, pues Karina a pesar de todo, encandilaba a

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las personas con su sola presencia y hasta despertaba pasiones. Ortiz sintió lo mismo por ella, al verla, la noto una chica muy delicada, muy frágil y al mismo tiempo fuerte, con una fortaleza interior y un dominio propio que en muy pocas personas se pude encontrar, quizá la vida la había formado así, el no saber de su padre, perder a su madre a temprana edad, sentirse desamparada de la noche a la mañana, sólo tener por ayuda a una señora, muy amiga de su madre, pero que no tenía ninguna relación de parentesco con ella, no existía con esa persona, el vínculo cercano y familiar de saber que son de la misma sangre, que la una es hechura de la otra. Ese lazo invisible que une para siempre a las personas. Ortiz se sintió embrujado por la belleza natural, su mirada penetrante, sus ojos azules con los que lo miraba, su pelo rubio ondulado que le caía como suaves olas por la espalda, pensó que uno de los hijos que nunca tuvo, podría haber sido como ella y quizá tendría la misma edad que ella. Cuando fue a verla, fue con la firme intención de denunciarla como cómplice y participe de la organización de su padre. Pues, conocía de todos sus movimientos y actividades, pero cuando la vio, quedo impresionado ante semejante belleza y personalidad, ese atisbo de elegancia y coquetería, de delicadeza y belleza; y no exageramos al decirlo. No tuvo las agallas para denunciar nada, sólo se limitó a comunicarle de su buena fortuna y el destino que había corrido su padre, al que vio en varias oportunidades

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pero nunca lo identifico como su padre, le contó que había sido encarcelado y que iría a juicio por lavado de dinero y narcotráfico. Derrumbada y sin más aliento, ante las evidencias de todo lo que le dijo Ortiz, no tuvo más recurso que aceptar como verdad, lo que le contaban, aunque le costo asimilarlo, pero finalmente con el paso de los días, aceptó los hechos como son. También le preguntó sobre un dinero que una tal señora Valenzuela había retirado del Banco. La muchacha no supo responder con certeza. Sólo le dijo que un día había recibido una bolsa negra conteniendo una fuerte cantidad de dinero en efectivo, pero no tenía idea de la procedencia de tal dinero. Los hombres al entregarle le dijeron que lo guardara, hasta que recibiera instrucciones sobre el paquete que le daban, que le llamarían para que se lo devolviera. Lo que no confesó, fue que, al ver tanto dinero junto, estuvo tentada a escaparse con él, fugar del país, irse a otro lado, fue por ello que se encontraba ese día tan inquieta, pues no hallaba la manera de irse sin dejar rastro. Ortiz le preguntó por el destino de esa bolsa, respondió que les había devuelto la bolsa con el dinero a los sujetos. Ortiz, pudo deducir, que seguramente era el dinero retirado del Banco por la señora Valenzuela, pero no

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tenía la total seguridad de ello, así que, aunque Ortiz tuvo la respuesta de lo ocurrido con los treinta mil, nunca estuvo seguro de ello. Al haber sido ese dinero devuelto a los sujetos, todo se había perdido, pues resultaba imposible saber que habían hecho aquellos hombres con toda esa suma. Le aconsejo Ortiz, que no intentará visitar a su padre en la cárcel, pues él no iba querer verla. Esto para seguridad de ella y para que no se vea involucrada en el asunto.

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XXXII Las labores diarias del trabajo la mantenían siempre ocupada en la agencia, que seguía funcionando de alguna manera, atendiendo como mejor podía, ponía su mejor esfuerzo para que la agencia no se fuera a pique, pero a raíz de la misteriosa desaparición de la señora Valenzuela y el arresto de los hombres de Rodríguez, nadie aparecía por la agencia, le resultó extraño que en la semana que paso y sobre todo en el fin de semana, nadie viniera a pedirle cuentas. Durante esa semana, ninguno de los hombres que normalmente se aproximaba a saber cómo iba el negocio apareció, ni siquiera para saber cuánto había ingresado o cuanto había gastado. La ausencia de todas estas personas, había recargado el trabajo de Jani, pues tenía que ocuparse de labores que normalmente ella no hacía, se ocupaba de casi todas las actividades de la agencia, cumplía las funciones desde portera hasta gerente, porque abría la agencia a determinada hora en la mañana y cerraba en horas de la tarde, también se ocupaba de toda la gestión del negocio. Al día siguiente que capturaron a la banda de Rodríguez, alguien hizo pasar un sobre por debajo de la puerta, en él le informaban que interinamente ella quedaba a cargo de todas las gestiones en la agencia, la misiva estaba firmada por uno de los secuaces de Rodríguez. A pesar de ello, había decisiones que ella no podía tomar y necesitaba el visto bueno de la dueña del negocio, después de que desapareció la señora Valenzuela, cada fin de semana iba

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uno de los hombres de Rodríguez, siempre el mismo sujeto, iba a supervisar el negocio, ver que es lo que había que decidir, dar las indicaciones a Jani sobre lo que debía hacer al respecto y coordinar las actividades de los grupos de turistas que contactaban con la agencia para algún servicio. Pero este hombre no apareció ese sábado, nadie vino a pedir cuentas, ni a saber si el negocio caminaba. Jani extrañada, se preguntaba ¿Qué es lo que pasa? Se había juntado algún dinero producto de la venta de unos pasajes aéreos y estos necesitaban ser confirmados en la línea área, pero la persona que le ayudaba en estos menesteres no apareció. Tampoco apareció el muchacho que se encargaba de coordinar los paseos guiados de los grupos de visitantes, la pobre chica se vio en serios apuros. Indecisa y sin saber que hacer al respecto, decidió en horas de la tarde, cerrar el local. Total, -pensaba ella- no puedo estar en dos lugares a la vez, además es demasiado abuso, si nadie se interesa por la marcha de la empresa, no ha de ser mi culpa si esto no marcha bien. Eran como las 4:30 de la tarde, había quedado con su amiga, de verla en su cuarto. Cansada de esperar que alguien apareciera, decidió cerrar la Agencia. Cuando ya estaba por hacerlo, apareció uno de los hombres que había logrado escapar de la policía en el Terminal de buses.

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Este se presentó a Jani diciendo: ¿Usted está a cargo de la oficina? Si señor. Respondió Jani. Vengo a que me de lo que haya recaudado de dinero durante la semana, me han delegado a mi, para que le reciba el efectivo. Evidentemente el sujeto que se presentó ante Jani, no era el que habitualmente se apersonaba a la Agencia, además el que lo hacia habitualmente siempre primero preguntaba Cómo le había ido durante el día y cuales eran los asuntos que se debían resolver, las cosas pendientes, los pagos que había que hacer, la confirmación de reservaciones, el número de pasajes vendidos, las gestiones que se debía emprender. Incluso revisaba los papeles que se habían tramitado ese día. Resulto extraño para la muchacha, que venga otra persona, más raro aún, que pida el dinero recaudado, además, tras firmar un cargo, era entregado el dinero, porque este, había que depositarlo en el Banco para con eso cancelar las reservaciones realizadas por la agencia y pago de servicios contratados. Pensando en todo esto, Jani le dijo: Usted quien es, primero desearía saber.

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El hombre, impaciente respondió: Mire… no tengo tiempo para explicaciones, sólo se que me han pedido que le reciba el dinero, que yo me encargare del resto. Jani respondió: No le voy a dar nada, Además, no le conozco, no se quien es y esas no son maneras de pedir las cosas. El hombre se lleno de ira e impaciencia y acercándose a Jani, le dijo en tono serio y amenazante: O me da el dinero, o pierde su empleo ahora mismo. La muchacha se asusto del tono como le dijo y la mirada furiosa que le lanzo el sujeto, sobresaltada, abrió los ojos, miro de frente al sujeto, se puso lívida, y sin saber que decir ni que hacer, se arrimó contra la pared. Sus manos se crisparon. El sujeto, continúo diciendo: He sido claro señorita. Al tiempo que dejaba ver el mango de un revolver, metido en la cintura del pantalón. Si… si, si. Dijo Jani, llena de miedo. La caja del dinero esta ahí, tome lo que quiera. El sujeto abrió la caja, encontró varios billetes, los cogió todos y se los guardó en el bolsillo, después agrego: Ahora si. Buena chica. Voy a decirle a la señora Doris que se ha portado bien hoy día. Adiós.

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El sujeto dio media vuelta y con paso apurado se perdió de vista. El miedo y la impresión hicieron que Jani quede petrificada contra la pared, nunca le habían hablado en ese tono y de esas maneras, lo que más la asustó fue el hecho de que el hombre aquel, portara un arma. Pasaron algunos minutos, antes de que la joven, saliera de su estado de miedo y pánico por lo sucedido. Cuando recuperó la calma y volvió a la normalidad, no podía creer lo que le había pasado. Nerviosa y como pudo cerro la agencia apurada. Se sentía aturdida por lo acontecido, se había enfrentado a muchas situaciones difíciles pero esta la rebasaba, hubo veces con clientes violentos o malcriados había tenido que lidiar, pero nunca con un sujeto como el de ese día que se dirigió a ella con amenazas.. Se dirigió primero a su casa, donde trató de recuperarse de la impresión y el susto. Luego, iría donde su amiga Karina. A las 7 de la noche, Karina había caído en un profundo sueño y dormía en su habitación. El día había sido muy agotador y demasiadas sorpresas en tan poco tiempo, sobre todo la conversación con Ortiz, la había dejado sin aliento para nada.

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Ese momento alguien llama a su puerta. entre sueños, oye que alguien golpea la puerta. Cuando despierta, siente que alguien esta realmente golpeando insistentemente su puerta. Abre y es Jani, quien en una reacción instantánea y sorpresiva, se abraza fuertemente de su amiga. Karina no entendiendo nada de lo que pasa, porque anda más confundida que ella. Pregunta: ¿Qué sucede? Dando un profundo suspiro, le dice: Oh amiga, cuanto me alegro de verte. Quiero que me cuentes que ha pasado, porque te has perdido tanto tiempo. Su voz era temblorosa, estaba a punto de llorar. Karina, sigue como adormecida por el sueño y el cansancio. Muchas cosas han ocurrido también para ella como para fijarse en el estado que se encuentra su amiga y menos tenía ganas de hablar. Aún así, le dice: Si amiga, tengo mucho que decirte y contarte. Pero entra que no termino de despertar. A su amiga, no le llamó la atención la forma de recibirla, ese era su trato habitual, así que sobreponiéndose a lo sucedido, dijo: ¿Qué, no me digas que estabas durmiendo?

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Karina bosteza y dice: Si supieras… pero si, estaba durmiendo. La facha de su amiga y la forma graciosa como se lo dijo, esbozo una sonrisa y en tono alegre le contestó: Oye, tú nunca dormías a estas horas, algo no anda bien aquí. ¿Que has estado haciendo? Nada importante. Karina abre bien los ojos, nota que la habitación esta a oscuras, por la hora que es, solo los reflejos de la luna y los faros de la calle iluminan tenuemente la habitación, se da cuenta que las dos están hablando casi en tinieblas. Jani ha entrado en el cuarto y se ha quedado parada a unos pasos de la puerta, extrañada de tanta oscuridad. La muchacha se dirige al interruptor de luz y aprieta este para encender la bombilla eléctrica. Recién entonces el cuarto se ilumina y puede distinguir claramente a su amiga Jani, que permanece inmóvil a unos pasos de la puerta. Karina reacciona y le dice: Pero que tienes, siéntate, no te quedes ahí parada como una boba. Jani se sienta sobre la cama y se vuelve a quedar pensativa. Los recuerdos de lo sucedido en la Agencia, no se le quitan de la cabeza.

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Karina pregunta: ¿Qué sucede? Jani, reacciona y dice: No… nada… Eh… en realidad si. Vamos cuéntame todo y después te cuento yo todo lo que ha sucedido en estos días conmigo. Jani, no sale de su letargo, está como ausente. ¡Oye! Estoy aquí, me escuchas. ¿Qué ha pasado? Le dice Karina, reponiéndose de su inicial estado de sueño y cansancio. Jani, mira fijamente a su amiga y le dice: Te lo voy a contar todo, no soporto más guardar todo esto para mí. A alguien tengo que decírselo. Jani le contó lo que le había sucedido en la Agencia donde trabajaba. Como había entrado un tipo, y sin más explicaciones le había pedido que le entregará todo el dinero que tenía ese día. Jani en su relato mencionó el nombre de la tal señora Doris Valenzuela, quien era la dueña de la agencia. Karina, cuando su amiga mencionó ese nombre como que se inquietó, trato de hacer memoria en su mente, y recordar donde había oído mencionar ese nombre.

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Por azares del destino la tal señora Doris Valenzuela y Karina, nunca se habían visto, a pesar de que, las dos, supuestamente trabajaban para la misma organización. Los hombres de Rodríguez, nunca se habían referido a la tal señora por su nombre o apellido, sino siempre en forma despectiva, con términos como: esa vieja, la flaca esa, la ñora, etc. Solo en una oportunidad uno de los hombres de Rodríguez había dejado deslizar el apellido Valenzuela, refiriéndose a ella como: la Valenzuela. Pero era muy escasa la referencia como para que Karina lo asociase con el nombre que en ese momento Jani mencionaba. Así que, por más que trato de buscar alguna relación nunca la encontró. Las dos amigas hablaron largamente, casi toda la noche, en una conversación de jovencitas, entre bromas, risas, algunos chismes, y todo aquello que es característico de las jóvenes, y más si estas son grandes amigas. El hablar y conversar entre ellas, el desfogar todo lo que tenían guardado, les hizo olvidar por un tiempo lo que habían vivido. Se dijeron todo, tanto Jani como Karina, aunque, guardando siempre cierta reserva en alguna cosa, no dudaron en contarse la una a la otra, lo que les había ocurrido en todos estos días que no se habían visto. La amistad sirve para ello, cuando esta basada en la confianza mutua, cuando esta se cimienta en sentimientos de reciprocidad, respeto y lealtad hacia la otra persona. Cuando estos principios están presentes entre dos amigos,

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a veces no se necesita decir nada, para que la otra persona entienda que algo sucede, algo no anda bien y por tanto hace falta hablar, hace falta sacar todo aquello que lo tenemos guardado muy adentro.

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XXXIII

Finalmente la señora Valenzuela apareció. Llegó el día lunes, y como una sombra fantasmal, se le vio andando por la calle principal de la ciudad. Sus modos y forma de vestir, no habían variado en nada, siempre esbelta, con porte aristocrático de gran dama. Se dirigió a la última cuadra de la avenida principal. Eran las 9 de la mañana. La puerta de una casa antigua, algo baja, con letrero encima que decía, Agencia de Viajes, permanecía cerrada. Por alguna razón, seguía sin abrirse. Con cierto sigilo, la dama se acercó a la puerta, miro a uno y otro lado, sacó una sarta de llaves de su bolso y abrió el candado que cerraba la puerta, después metió otra llave en la cerradura y la puerta se abrió. Sin abrirla de par en par, medio cerrada la puerta, entró en la oficina, la habitación estaba oscura y sin luz, pues la única luz natural que podía entrar en ella, provenía de la puerta, cuando está estaba abierta totalmente. Se aproximó al escritorio, reviso cada uno de los cajones, como buscando algo. Al parecer no encontró en ninguno lo que buscaba, pues cada cajón que abría, lo volvía a cerrar con cierta rabia. Estando afanada en su revisión. No se dio cuenta que alguien se había aproximado y husmeaba sigilosamente

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los movimientos de la dama, cuando sintió que la puerta hacia un pequeño ruido en sus goznes al abrirse. Sobresaltada por el movimiento, dijo: ¿Quién? La puerta se abrió y dejo ver la figura de Ortiz, este vestía una chompa marrón oscuro, zapatos, negros, pantalón beige. Su figura algo redonda y gruesa, asusto a la dama. Cuando se recobró de su susto inicial, dijo: ¿Qué hace usted aquí? Ortiz, sin inmutarse por la interrogante, dio unos pasos y entró en la oficina. Se paro a poca distancia de la dama y le dijo: No cree que soy yo el que debería preguntar eso mismo, señora. Poniéndose recta y en tono desafiante, la señora le contesta: Usted no es quien para interrogarme y hacerme preguntas, además tenemos un trato, ya iré por su casa a saber de ello. Ahora retírese. No puedo, porque me es urgente hablar con usted, por si no se ha enterado de lo ocurrido. Bajando el tono desafiante y ante la entereza y seguridad de las palabras de Ortiz, la dama tuvo que moderar el tono de su voz, pues presentía, por sus palabras, que Ortiz

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estaba al tanto de todo. El tiempo transcurrido era suficiente como para que sepa algo, al menos así lo suponía. Así que le dijo: Bien, cierre la puerta y hablemos. Ortiz cerró la puerta parcialmente, dejando entrar un pequeño rayo de luz, para alumbrar la oficina. La dama por su parte encendió la bombilla de luz para alumbrar la habitación. Bien señor Ortiz, creo que ha llegado el momento de hablar claro. Supongo que en este tiempo ha recibido mi carta y ya está enterado de lo que en ella le decía. Por supuesto. Respondió Ortiz. Bien, –dijo la dama- quiero respuestas y resultados de su trabajo. Con esta actitud la dama pretendía tomar ventaja sobre Ortiz y ganarle la iniciativa, para de esa manera desarmarlo y no darle oportunidad de reacción. Ortiz, respiro profundamente, no se dejo intimidar por las palabras de la dama y dijo: Las respuestas las tendrá. Entonces, quiero saber que fue de mi dinero. Ortiz, viendo la actitud de la dama y en la posición que se ponía, trato de ganarle el paso, y dijo bruscamente: Dinero que provenía de la droga y que le dio Rodríguez.

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La dama no pudo ocultar su sorpresa e impresión, a la vez que se asusto. Abrió los ojos y titubeo para responder. Eh… No señor, ese dinero, sí era de la Agencia, era dinero limpio. Con esa respuesta la mujer había caído por su propia boca, pues, aseveraba no conocer de las actividades de su amante y se olvidaba con quien estaba hablando. Ortiz respondió con mucha seguridad: Evidentemente la señora no recuerda lo que me escribió en la carta que me remitió hace algún tiempo ya. Otra vez la dama, se puso en desventaja, no supo que decir, ya dejaba notar cierto nerviosismo. Jugueteaba con sus manos, no sabía donde ponerlas. Ortiz continuó: Aquí tengo una copia de su carta, en ella me dice que el hombre que conoció pertenecía a una organización dedicada a la droga y que posiblemente el dinero que le daba era producto de ello. Mientras decía estas cosas, Ortiz, alcanzó a la dama la carta en copia. La dama cogió el papel, las manos le temblaban, pues bien sabía la señora, cuanto estaba involucrada con la organización de Rodríguez, y hasta donde había metido las narices en ello. Leyó con temor y desconfianza en forma apresurada, el papel que Ortiz le entregaba.

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Ortiz, con la estocada mortal que había dado, dejo sin argumentos a la dama, así que siguió diciendo: La suerte de esa suma que retiro del Banco, es un misterio, fue devuelta a Rodríguez y no se cual haya sido el destino del mismo, así que no lo he recuperado, si eso quiere saber. La dama dejó el papel sobre la mesa, respiró profundamente, y con voz temblorosa y en forma muy persuasiva, dijo: Entonces no le debo nada, ni me debe nada, puede darse por bien servido, estamos a mano. No señora Valenzuela. Dijo Ortiz. ¡Como! Así es, por que hay muchas cosas que necesitan explicación de su parte, primero ¿dígame donde estuvo escondida todo este tiempo? La dama reacciona y le dice: No tengo porque darle explicaciones de nada. Además ¿para que quiere saber donde estuve? Tal vez si –responde Ortiz- porque el día que Rodríguez fue arrestado, como supongo que se ha enterado ya, dijo que usted recibía grandes sumas de dinero para su Agencia y que incluso utilizaba esta para transportar droga.

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No es cierto. Respondió con voz firme la dama. Nunca a través de la Agencia se transportó droga. Ortiz le dijo: Entonces como explica que el día que la policía estuvo por aquí, encontrara una bolsa de pasta básica, en uno de los archivadores de esta oficina. No lo se. Pero yo nunca lleve droga a ningún lado, después ya me enteré, tal como le digo en la carta que él era traficante de drogas. Cuando lo descubrí y él se enteró de que lo sabía todo. Me quiso matar, por eso escape, todo este tiempo estuve escondida en otra ciudad fuera del país. Lo busque a usted para ver si me podía ayudar a recuperar ese dinero, pues me iba a servir para irme fuera, muy lejos. Cometí el error de decirle que Rodríguez trabajaba con drogas, pero a la larga lo iba descubrir, es por ello que le dije lo de la suplantación, esperaba que lograra recuperar de alguna forma ese dinero. Lo que no le dije, es que el día que retire del Banco la plata, Rodríguez me quito el dinero de las manos y se lo entregó a una muchacha rubia, que ese rato apareció. Lo envolvió en una bolsa negra y mediante uno de sus hombres, hizo que la bolsa fuera a dar a manos de aquella joven rubia, que no se hasta ahora quien es. Evidentemente Ortiz, con este relato despejaba otra duda y completaba el rompecabezas de lo ocurrido con el dinero, que tenía que recuperar por encargo de la dama.

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Se dio también cuenta de que la señora, no conocía a Karina, a pesar de toda la historia que había detrás, que bien hubiera podido averiguar. Rodríguez, había mantenido total discreción, incluso ante su amante, acerca de su hija. Eso para Ortiz, le resultaba evidente. Rodríguez en ese aspecto había actuado inteligentemente. Protegía a la que era su hija ante todas las circunstancias. Ortiz pregunto: ¿Hasta ahora no me ha dicho donde estuvo escondida todo este tiempo? La dama contestó: ya le dije en una ciudad del extranjero, que me reservo el derecho de revelarle el nombre. Está bien, -dijo Ortiz- es su derecho, me contento con saber que estuvo en el extranjero. Pero, ¿Por qué regresó? Ortiz la tenía atrapada, pues sabía demasiado para que pudiera ella, sacar ventaja de tal situación. La dama decidió entonces contarle el motivo de su regreso. Regrese, porque se me acabó la plata. Actualmente no tengo un centavo. Y por lo que me dice, si la policía estuvo aquí, debe andar tras mis pasos. Al Banco no puedo ir, porque seguramente mi cuenta ya está bajo vigilancia. Ortiz, viéndola indefensa a la dama, le dijo: Ahora ya sabe todo lo que tenía que saber y para lo que vine. Una cosa más, antes de irme, yo se que la policía la esta

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buscando, yo estuve presente, el momento en que Rodríguez fue arrestado. De alguna manera, yo soy cómplice en toda esta trama, porque acepte su dinero, dinero, que por otra parte, era ilícito. Por mi, puede estar tranquila, yo no la voy a denunciar, aunque debería hacerlo, pero se que al hacerlo, tendría que decir muchas cosas que me involucrarían peligrosamente en el asunto, solo una cosa le pido, si la atrapan, usted nunca me ha visto, ni me conoce. ¿Es un trato? La dama, viendo que era factible la proposición de Ortiz, y además no era dinero lo que quería, sino absoluto silencio respecto a él, acepto el trato. Ortiz que se había sentado, se paro, la dama permaneció sentada detrás del escritorio. Antes de irse, le dijo: Que tenga suerte, de ahora en adelante cada uno corre por su cuenta. Usted nunca me ha visto ni me conoce. Que tenga buen día. Ortiz, le dio la espalda, camino unos pasos, abrió la puerta y salio a la calle, cerrando tras de si la puerta hasta que esta quedó, medio entre abierta. En los días que siguieron, Ortiz volvió a su vida de siempre, se olvido del asunto, no volvió a investigar más sobre ello. Para él, el caso estaba cerrado. Se había asegurado de que nadie revelaría nunca nada sobre él. Seguiría siendo el antiguo policía de tránsito, retirado ya del servicio.

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La señora Valenzuela, nunca fue atrapada, de alguna forma consiguió dinero para fugar al extranjero, la policía al revisar su cuenta en el Banco, vio que esta sólo tenía la cantidad de tres mil dólares, por todo depósito. Durante mucho tiempo había permanecido así, sin ningún movimiento.

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XXXIV

Jani había conversado de todo con su amiga. La noche que habían pasado hablando de todo y contándose una a la otra, las cosas que habían vivido, le sirvió, tanto a ella, como a su amiga, para desahogarse, tomar las cosas con calma y pensar mejor en que hacer de allí para adelante. Después de lo ocurrido en la Agencia, y las cosas que le contó su amiga, de lo que le había sucedido, decidió no ir más a trabajar a la Agencia, ya conseguiría algún empleo mejor. Su familia le preguntó por su empleo, ella dio excusas, como: que la Agencia había cerrado, que estaba en reorganización y que ya la volverían a llamar cuando necesitarán de ella. Por su parte Karina, había decidido saber a ciencia cierta si lo que Ortiz le había dicho acerca de la hacienda, era verdad. Además tenía ganas de volver a ver Sebastián y Catalina, saber si seguían allí, después de todo lo ocurrido. Al día siguiente de la conversación con su amiga, era domingo, decidió partir con rumbo a la hacienda, pasará lo que pasará, tomo un taxi, el cual la llevó hasta las inmediaciones de la misma, prácticamente, bajo casi en el mismo lugar, donde descendió aquella vez, que fue por la noche, aquella hacienda le resultaba todo un misterio. Solo que esta vez lo hacía en pleno día, en otras

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ocasiones lo hizo siempre de noche y nunca había pasado de la habitación en que siempre la recibieron, incluso aquella vez; para después llevarla de regreso a su habitación en aquel edificio de la ciudad. Pudo notar la inmensidad de la propiedad, camino por el sendero de tierra, que era una trocha carrozable, como a unos cincuenta metros, encontró una especie de puerta de entrada, la puerta estaba con candado, así que no pudo ingresar, siguió caminando y vio el especie de cerco de adobe delante de la casa, toda la propiedad estaba en algunas partes cercada por un seto de arbustos y espinos y en otras por un cerco algo elevado, hecho de piedras, pero que dejaba ver el interior de la propiedad. La muchacha se aproximó a la casa, la entrada era una puerta amplia de dos hojas, esta no estaba cerrada, bastaba con empujar para que se abriera. Con cuidado y mucho sigilo abrió un poco la puerta, para ver dentro, uno sus goznes, hizo ruido al moverse esta, el mismo perro que la vez anterior había empezado a ladrar, esta vez también empezó a ladrar. Karina reconoció al mismo perro, que venia hacia ella, ladrando y corriendo. En un acto reflejo volvió a cerrar la puerta. Una voz grito del otro lado: ¿Quién anda ahí? Inmediatamente reconoció la voz de Sebastián, sin abrir la puerta, grito desde donde estaba: Soy yo, Karina, se acuerda de mí.

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Sebastián se aproximó a la puerta y la abrió. Grande fue la sorpresa para el viejo Sebastián, ver otra vez a la muchacha, que habían llevado herida al hospital en una ambulancia. ¡Señorita Karina, ya esta usted bien! Si, Sebastián, respondió alegre y sonriendo. Se sentía feliz de poder volver a ver a una de las personas con la cual había hecho gran amistad en los días que permaneció por varios días en aquel lugar Estábamos preocupados por usted, pues en ambulancia se la llevaron esa noche y no pudimos ir con usted. No importa Sebastián, -dijo la muchacha- lo que me alegra es poder volverte a ver. Y a mí. Dijo Sebastián. ¿Y doña Catalina? ¿Dónde está? Pregunto. Ah. Ella esta adentro, trabajando. Puedo pasar a verla. Pues, claro, pase usted.

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Karina entró, las cosas seguían igual y como las había dejado, al parecer nadie había ido a la hacienda durante todo el tiempo que estuvo ella fuera. Todo parecía estar en calma. Sebastián llamo con voz fuerte a Catalina, diciendo: ¡Catalina!, ven, mira quien ha venido. De uno de los cuartos del granero, salió Catalina. Las dos se alegraron de reencontrarse, pues habían hecho una bonita amistad, durante los días que la muchacha permaneció en la hacienda. Los tres estuvieron hablando largamente, Sebastián olvidó por un momento sus quehaceres en la hacienda para distraerse hablando con Karina y Catalina. La curiosidad por enterarse de lo sucedido, era mutua por parte de los tres; Catalina y Sebastián, querían saber por la salud de Karina y Karina a su vez quería saber acerca de ellos, y también por las cosas de allí, ¿si alguien había estado en la hacienda, durante el tiempo que ella no estuvo? La intención de Karina era saber algo sobre lo que Ortiz le había dicho acerca de que, la hacienda era en realidad para ella. Nada pudo sacar en claro, Sebastián y Catalina no sabían nada, solo en un momento de la conversación, Sebastián dijo lo siguiente:

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Hace unos días vino un hombre, muy elegantemente vestido, de terno y corbata y pregunto si esta era la hacienda San José. La muchacha, pregunto: ¿No dijo nada más? No. Respondió Sebastián. Como vio que nada sabían Sebastián y Catalina respecto al asunto, decidió volver a la ciudad. Para ella las cosas habían cambiando, desde ahora en adelante, ya no iba a tener los jugosos ingresos que le proporcionaba su padre, por las tareas realmente simples que le mandaban a hacer, tenía que ver la forma de sostenerse por ella misma, en todo caso iba tener que conseguir un empleo, de aquí para adelante el futuro se le presentaba incierto. No podía dar total crédito a lo dicho por Ortiz, albergaba dudas al respecto, hasta que no viera hechos concretos, no debía confiar tan solo en la palabra de un desconocido. Sin embargo, tenía confianza en que algo tenía que hacer y que todo iba cambiar para bien.

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XXXV

Los días pasaron, Jani había decidido abandonar el trabajo que tenía en la Agencia, las cosas no andaban bien allí, y algo extraño sucedía, todo indicaba que su lugar de trabajo iba a desaparecer, incluso la clientela, en la ultima semana que ella estuvo, diminuyó. Obviamente el descuido de los dueños del negocio hizo mella. El jueves de esa semana, salió a dar vueltas por la calle y efectuar algunas compras, en su ajetreo de ir para uno y otro lado, se dio cuenta que andaba cerca del lugar de la Agencia. Le pareció buena idea, caminar por allí para ver si la Agencia andaba abierta o que había sucedido, no era una situación normal, ella hacía ya varios días que no había ido a trabajar y sus supuestos jefes ni habían preguntado por ella, no recibió ni una llamada para las explicaciones de rigor, cuando un empleado abandona su puesto de trabajo, lo normal hubiera sido que presente por lo menos una carta de renuncia. Con cierta vacilación y temor, fue acercándose hasta las inmediaciones, cuando estuvo cerca cruzó la calle para mirar del frente, no queriendo voltear totalmente a ver, de reojo echó una mirada, estaba cerrada, el letrero permanecía y al parecer nadie se había interesado por el negocio. El candado seguía puesto en la puerta.

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Cuando estaba pasando justo frente la puerta, como quien camina por el lugar, siente que alguien le cubre los ojos y le dice: Adivina, quien soy. Esta maniobra le provocó tal susto, por lo concentrada que andaba en su labor de observación y vigilancia, que sus latidos se aceleraron y por poco no cae desmayada del susto y la impresión, ese momento su espasmo fue terrible. Solo atino a pegar un grito. Su mente pensó mil cosas, se imaginó secuestrada, asaltada o hasta quizás violada y muerta. La persona que le tapaba los ojos, los descubrió inmediatamente y le dijo: Que pasa mujer, estas muy nerviosa. Cuando Jani volteo, se dio cuenta que era Karina que estaba detrás de ella. Respiro aliviada. Que susto me has dado. Le reprochó y empezó a darle de manotazos en donde podía para relajar un poco sus nervios que estaban alterados. Karina también siguiendo el juego de su amiga, respondía de igual manera. Parecían dos colegialas jugando a los manotazos. En cierto momento, Karina se cansó del juego y dijo: Ya déjate de majaderías. ¿Qué haces? Algo más calmada por el juego de manos, respondió: De compras amiga, vamos tengo todavía algunas cosas que hacer, de paso hablamos.

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Bueno, ¿Adonde vamos? Las dos amigas enrumbaron calle arriba, se distrajeron mirando vitrinas y escaparates, tiendas de ropa, souvenir, y todo lo que pudieron ver en los centros comerciales y tiendas de la ciudad. Rieron, conversaron, en fin, pasaron un rato alegre. Después se separaron y cada una se dirigió a su casa. Karina como siempre, dirigió sus pasos hacia el cuarto donde vivía. En horas de la tarde, distraída, estaba leyendo una revista, cuando tocaron su puerta. Se levantó a abrir, era un joven que venía a entregar una Carta Notarial para Karina Rodríguez. El joven pregunto muy cortésmente: La señora Karina Rodríguez. Soy yo. Respondió Karina. Favor firme aquí. Dijo el joven. Karina accedió a firmar. Cuando hubo firmado, el joven lo único que hizo fue entregarle un sobre cerrado y sin decir más, se fue del lugar. La muchacha, vio el sobre, en él estaba su nombre escrito en letras de máquina. ¿Qué puede ser? Se preguntaba.

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¿Correspondencia para mí? Lo primero que se le ocurrió pensar, pero si yo no escribo a nadie ni nadie me escribe. Al abrirlo y leer su contenido, grande fue su sorpresa, era lo que tanto dudaba y a la vez esperaba que fuese verdad. Porque sería su salvavidas para la situación en que ahora se hallaba. En la misiva le comunicaban que tenía que apersonarse a la Notaria para los trámites de transferencia de propiedad, de la hacienda San José, a su nombre. Muy dentro de ella, saltaba de alegría y felicidad, lo que Ortiz le había dicho era verdad. Finalmente todo lo que ese desconocido para ella, había hablado era cierto. La citación era para las 10 de la mañana. Esa noche, no pudo dormir pensando en todo el asunto, sintió deseos de visitar al hombre que le habían dicho era su padre. Ortiz tan solo le había dejado una foto de él. Era el deseo de su padre, que ella se quedará con la hacienda para que dispusiese de esa propiedad como quisiera, pero en ningún momento intentará siquiera ponerse en contacto con él. Por su propia seguridad y para tranquilidad suya, debía evitar todo contacto para que la policía no atara cabos y los relacionasen. A las 10 de la mañana, una muchacha de blonda cabellera, ojos azules, piel rosada y tersa con la toda la gracia juvenil, de esos años de juventud que la vida nos regala, esperaba frente la puerta de un edificio, en el vidrio de la puerta, se podía leer “Notaria Ortega”.

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Un automóvil blanco, se detuvo frente al edificio, el auto era nuevo o al menos lo parecía, a juzgar por el brillo y cuidado del auto, todas las partes del carro, se ajustaban perfectamente, nada indicaba, que no fuera el accesorio original del automóvil. Se abrió una de las puertas laterales del auto, de él descendió un hombre de unos 60 años aproximadamente, con una prominente calvicie, de terno gris impecable, zapatos negros brillantes. Por su figura y presencia, se podía deducir que se trataba de una persona, sino importante, al menos adinerada. Y en realidad lo era, Horacio Salcedo el empresario más influyente en la ciudad era el que descendía del auto, al tiempo que él descendía, tres hombres en forma sincronizada y automática descendieron por cada una de las tres puertas restantes del automóvil, todos a la misma vez, se apresuraron a bajar del auto y rodear a tan distinguido personaje. Salcedo al descender al auto, reconoció a la muchacha y le dijo: Buenos días, señorita. Esperaba su presencia. Vamos para adentro que esto no puede demorar más. La muchacha sorprendida de ver a persona tan elegante y de tan finos modales, lo siguió sin decir palabra. Los tres hombres la escoltaron hasta dentro del edificio. Una vez dentro, el ambiente era el de una oficina. Escritorio, estantes, archivadores, papeles por aquí y por

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allá. Un mullido sillón, y todo lo que se puede observar dentro del ambiente de oficina. Uno de los hombres, que estaba detrás de ella, se apresuro a poner un maletín sobre la mesa, de él saco unos papeles y empezó a revisar minuciosamente. Mientras tanto, Salcedo, invito a la muchacha a tomar asiento, la muchacha encontró un confortable sillón para tres personas. Se sentó allí. Salcedo se acercó al hombre que revisaba los papeles, intercambiaron frases, que se oyeron como susurros solamente. Al cabo de un momento, el hombre con varios papeles en mano, invito a la muchacha a acercarse y tomar asiento en una silla cerca del escritorio. El hombre le dirigió la palabra a la muchacha y le dijo: Bien, señorita Karina Rodríguez, el documento que quiero que me firme, es una transferencia de propiedad, por la cual usted, recibe la hacienda San José como su propiedad en virtud de una venta ficta de la misma. Todas las formalidades legales, han sido ya realizadas, no se, si usted sabrá esto, pero de todas maneras, voy a decirle, de el porque de toda esta situación, el señor Edilberto Rodríguez, su padre, dejó expreso encargo al doctor aquí presente –señalando a Horacio Salcedo- para que mediante una supuesta venta de la hacienda, esta pasará a su poder. Sabemos que un tal Ortiz ex agente de la

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policía, ya le ha informado de todo este asunto o al menos le ha adelantado algo. La hacienda San José, desde hoy en adelante mediante este documento, quedará inscrita como su propiedad, el resto de trámites, nos encargaremos nosotros, en los días siguientes le estaremos informando de los resultados. Y alcanzándole un bolígrafo, le acercó un papel y le indico que firmara. La muchacha firmo sin decir palabra alguna. Los latidos se aceleraban en su ser, temblaba interiormente y mostraba una expresión de cierta incredulidad ante lo que esta sucediendo, apresuradamente firmó, uno y otro papel que el hombre tras el escritorio le indicaba, intentó leer rápidamente lo que decían esos papeles, pero su poco conocimiento del tema no le permitieron entender nada o casi nada, se sentía ansiosa y algo nerviosa. Era un ambiente inusual para Karina, sobre todo por la presencia del señor Salcedo, de quien había oído nombrar como la persona más influyente de la ciudad. Dueño de varias empresas y accionista en otras. Salcedo miraba solamente todos los acontecimientos sin pronunciar palabra. Testigo mudo de una promesa cumplida a un amigo caído en desgracia. Del cual recién supo de todo a lo que se dedicaba este su amigo y los negocios supuestamente lícitos que manejaba, cuando leyó los titulares de las páginas policiales en los diarios de la ciudad.

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Cuando Karina hubo firmado el último papel. El hombre dijo: Con esto se completa el trámite necesario, lo demás corre por mi cuenta señor Horacio. No se preocupe, que todo lo arreglo yo. Salcedo, respondió: Bien Ulises, lo dejo en tus manos, yo me retiro, tengo asuntos que atender. Y dirigiéndose a Karina, le dijo estas palabras: Señorita, aquí el Notario Ulises Ortega le va explicar todo este asunto, que supongo ya estará enterada de que se trata. El buen amigo Ortiz, se ha encargado de hacérselo saber. No desconfíe, porque, con su padre hemos tenido una amistad de larga data, aunque anduvimos por caminos distintos. La muchacha, no respondió, simplemente asintió con la cabeza, en señal afirmativa y de conformidad. Muda de la impresión y sorpresa que representaba todo lo que estaba sucediendo. Salcedo se retiro, los dos hombres que hacían guardia en la puerta, salieron con él. Dejaron a Karina con el Notario. El Notario explicó a Karina todo el asunto legal y trámites a seguir, por el cual la propiedad de la hacienda San José pasaría a sus manos. Le dijo que él se encargaría de todo, incluso de avisar a los actuales cuidantes de la misma y trabajadores, de quien es ahora la dueña de todo.

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Después de la breve y resumida explicación que Karina prestó atención a medias, porque no entendía muchas de las cuestiones formales y legales. El Notario despidió a la muchacha y le dijo que mañana, si quisiera, ya podía tomar posesión de la propiedad, que ya era legalmente suya. Karina, salió de la Notaria, como si hubiese vivido un sueño, del que no quería despertar. Caminó como autómata y con la mirada perdida por las calles de la ciudad, anduvo por varías cuadras, hasta poder asimilar la noticia. Entro un restaurante comió algo, fue a una tienda compró ropa, en horas de la tarde se metió en uno de tantos lugares para tomar café y bebidas, se sentó al fondo, en el lugar más oculto del lugar y allí estuvo pensando y pensando en todo lo ocurrido. Como a las cinco de la tarde siguió andando por calles y plazas, no miraba a nadie, ni se fijaba en nada. Estuvo así todo el día. Hasta que despertó a la realidad, por la bocina de un auto que le tocaba, para no pisarla al cruzar la pista. Se dio cuenta que ya había anochecido, las luces de la ciudad se empezaban a encender. Cuando salió de su letargo, andaba por pleno centro de la ciudad. Tomó un carro y regreso a su habitación, de aquí para adelante su vida ya no sería la misma, ahora era dueña de una propiedad inmensa y tenía que pensar bien que hacer con ella. En ello se jugaba su futuro.

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En la noche llamó a su amiga Jani, para proponerle un plan, quería salir a celebrar tan singular acontecimiento, de una historia que le resultaba muy singular y extraña a la vez, pero era la historia de su vida, marcada por acontecimientos inesperados, casuales y sorpresivos. Otra vez la voz ansiosa y desesperada de su amiga, que le invitaba a salir esa noche y contarle cosas. Pero esta vez Jani, no cayó en el juego, lo tomo con mucha calma. Su amiga, fue a la cita, con la curiosidad normal de mujer, pero sin preocupación. El lugar, el mismo donde esta historia comenzó. A pesar de todo, Karina seguía siendo su fiel y leal amiga y aunque tenía sus arranques de locura e insensatez, no dejaba de ser divertida y alegre. Juntas la pasaban siempre de maravilla. Esta vez, no estaría Wilfredo o algún ladrón de bolsos para arruinarles la noche, ya no se trataba de cuidar nada importante ni valioso, solo era cuestión de diversión y nada más que eso.

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XXXVI Pasarían algunos días, después de todo lo ocurrido a la muchacha, para que Karina por fin se decidiera ir para la hacienda San José, ahora de su propiedad. A las 9 de la mañana de un día sábado, una chica de pelo negro corto, salía de su casa portando una mochila, viste ropa sport y zapatillas. Toma un taxi y se dirige a un edificio de tres pisos por todos ya conocido. Al poco rato se la ve salir con otra muchacha de largo pelo rubio ondulado, también calza unos tenis blancos, pantalones vaqueros y un polo de manga corta. Las dos amigas toman un taxi, que las lleva lejos de la ciudad a una zona rural. Cerca de un cerco de arbustos a un costado de la carretera, se bajan, a lo lejos se divisa una construcción que parece de adobe. Las muchachas recorren el sendero de tierra, que es como una trocha, hasta llegar a una puerta amplia, que una de ellas empuja con sigilo. Un perro ladra anunciando que alguien ha entrado. Las dos chicas entran y salen del granero una señora y un hombre, la señora viste un delantal o mandil, el hombre una especie de mameluco. Son Sebastián y Catalina, la hacienda se llama San José, las dos muchachas son Jani y Karina.

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Conversan muy animadamente, Karina, les presenta a la amiga que trae consigo a la pareja de trabajadores del campo. Sebastián no tarda en decirle a Karina, que ya están enterados de que la dueña de todo ahora es la señorita. Pues, en días anteriores vino un hombre a informar que la propiedad había pasado a manos de la señorita Karina Rodríguez, y que ahora dependía de usted, todo lo referente al destino de esta. Su amiga, quedo boquiabierta al enterarse de tal noticia y comento: Oye, no me habías dicho que esta propiedad era tuya Karina, le responde y dice: Quería que fuese una sorpresa. Jani le dice: Me tienes que contar todo. ¿Cómo es que todo esto es tuyo? Bien escondido lo tenías. ¡Ah! rata peluda. Karina jala a su amiga de la mano, y les dice a Sebastián y Catalina: ¿Podemos entrar? Pero claro, si ahora, todo esto es de usted, señorita.

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Gracias. Y jalando a su amiga de la mano las dos muchachas entraron en la casa, Karina ahora como anfitriona del lugar, se encargo de mostrarle, todos y cada uno de los ambientes de la casa, mientras le iba contando como había sucedido todo. Para su amiga, resulto un cuento de hadas todo lo que Karina le contó, no supo si creer o no la historia, nadie es dueño de una hacienda así porque sí, y nadie asume que una persona es su padre sin pruebas. En los días siguientes que las dos amigas pasaron en la hacienda, irían descubriendo cosas y encontrando papeles en aquel cuarto que siempre permanecía cerrado y al que ahora Karina tenía todo el derecho de acceder. Finalmente, Jani, ya no pudo negar una realidad que estaba más que probada, pues, Karina tenía la propiedad de la hacienda, donde pisaba. El día se les paso volando a las dos amigas, hablando y descubriendo todo lo que tenía la hacienda. Comieron lo que quisieron, jugaron, bromearon, se rieron. Por la noche, música, bebida. Hasta que al fin les vino el cansancio, cada una escogió la habitación que más le agradó para descansar y dormir. Durmieron a sus anchas, se relajaron. La mañana llegó, las dos amigas habían dormido en la hacienda, ahora podía disponer, Karina, de la propiedad como mejor le parezca. Sebastián y Catalina, seguirían

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siendo sus empleados. Sin ella quererlo, ahora tenía como suyo, todo lo que había visto como un anhelo días atrás, cuando estuvo en el mismo lugar. Aunque a la vez de maravilloso, a Karina le trajo recuerdos nada agradables, del encuentro con Wilfredo en esa misma casa. Y del corte que recibió en aquella sala. Pero todo aquello quedaran como recuerdos, que el tiempo se encargará de borrar y de curar, porque, el tiempo es el mejor remedio a muchos males, y la felicidad del sueño cumplido, minimiza lo malo de la vida, que siempre trae compensaciones y también carencias. Jani y Karina, tomaron desayuno juntas, conversaron de todo, la felicidad era completa, tenía a su gran amiga, por compañía. El amor de una pareja, ya llegará, pensaba Karina, pero por ahora solo interesaba, vivir plenamente el momento de felicidad y ensueño que la vida y el destino les proponía a las dos. Las 10 de la mañana, Sebastián por orden de Karina, había ensillado, dos caballos. Las dos amigas salieron de la casa, adecuadamente vestidas para la ocasión, pues darían un paseo. El día estaba despejado y el sol brillaba con todo su esplendor, el cielo azul servía de marco para los cerros y quebradas que se dibujaban en el horizonte. Por los límites de la hacienda, Jani y Karina, disfrutaban el paisaje, montadas sobre finos caballos marrones, con crines beige. En determinado momento, emprendieron el galope rápido en veloz carrera.

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Karina iba por la hacienda, con el viento soplándole el rostro, pues iba cabalgando a campo abierto, sin pensar en nada más, solo reía y disfrutaba del momento, se dejaba llevar, detrás le seguía su gran amiga, en similar actitud. Para ella el sueño se había cumplido y tenía el futuro por delante, sin saberlo tenía lo que más había deseado en la vida. Nunca lo había revelado, un deseo oculto en lo profundo de su alma, se hacía realidad, el poseer algún día algo como lo que ahora tenía en su poder, lo había soñado secretamente, quizás no como se presentaba ahora, pero aquello representaba el propósito cumplido. Ahora la vida le sonreía y ella sólo reía con la vida. Lo demás, quedaba en el pasado, y no pasara de ser una historia singular. - FIN -

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