En doble vía
Bachillerato • Boletín institucional • N.º 18 • año 2012
El amor propio: valoración personal y fortaleza frente a la vida
Contenido Amor propio ¿Qué es el amor propio? Recomendados Notas y noticias
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Editorial
Amor propio
Si, por el contrario, mi actitud es de no aceptación y respeto, esta postura desencadena una deficiente funcionalidad en la vida social y emotiva del ser humano, lo que genera una necesidad de cambio y transformación. Es asombrosa la plena conciencia que tenemos del valor de las cosas, pero con frecuencia desconocemos el valor del bien superior: el valor de uno mismo. A mayor conciencia de nuestro valor, habrá mayor autorrespeto, necesario para poder desarrollarnos y conducirnos hacia un autentico compromiso con la vida. La aceptación de sí mismo es una sensación intensa y profunda que nos hace sentir en paz y con independencia, y que genera un estado de felicidad y confort con las circunstancias que se viven. Sentir genuino interés, amor y respeto por uno mismo es redescubrir y mantener la propia singularidad, descubrir la maravilla de sí y las múltiples posibilidades de lo que puedes ser. En este sentido, el contexto escolar es el espacio ideal para fortalecer y expandir las capacidades, es un espacio que brinda a los educandos la oportunidad de alcanzar niveles de autorrealización cada vez más elevados, donde se potencializan los sueños y las aspiraciones del estudiante en relación con sus pares. El proceso educativo en general engrandece o disminuye la dimensión humana de cada sujeto, según le aporte motivos de confianza y seguridad, lo cual viene determinado por las aspiraciones individuales, los éxitos y los fracasos que propicie la acción educativa de la familia y la sociedad, influenciados en gran medida por su capacidad de tolerancia ante la frustración. Necesitamos entonces una sociedad que eduque y forme seres humanos con capacidad de amarse a sí mismos y a los demás, donde se respete el valor único de sí y del otro; una sociedad con espíritu crítico frente a los modelos impuestos por la cultura, que evalúe permanentemente los sesgos, las atribuciones innatas, las comparaciones y distorsiones que provoca nuestro mundo globalizado.
Nidia Gómez
de las virtudes, S centraremos en esta oportunidad la reflexión en el amor propio. Este es el establecimiento de iguiendo la línea temática
una relación humana satisfactoria con la vida; es el cultivo de la capacidad de autorreconocimiento, de deleite de lo que somos, del bienestar en el mundo; es una construcción individual atravesada por la colectividad. Los niños y jóvenes tienen la capacidad de construir modelos prácticos del mundo y de sí, en virtud de la interacción con sus padres, de quienes deben surgir modelos seguros, vigorosos, estables, generadores de confianza en ambientes de solidaria disposición hacia la estimulación y el refuerzo de conductas positivas, que entran a determinar la valía y el estilo personal de cada sujeto. El repertorio de conductas innatas del niño, sumado a las conductas aprendidas en las relaciones de apego generadas por la cercanía y el contacto con sus figuras vinculares, permite a los seres humanos configurar las experiencias esenciales de seguridad, confianza, emociones y estima personal. Saber lo que somos, lo que necesitamos y lo que queremos es un requisito que hace compleja la vida y provoca la inventiva, ya que nuestro espíritu insaciable busca siempre más y mejor. Ser uno mismo, ser para sí puede resultar sencillo y satisfactorio, implica tomar conciencia de sí por medio de una constante confrontación entre lo que soy y aquello a lo que aspiro. Si me conozco y admiro, valoro ser lo mejor de mí mismo; cuido mi riqueza, identifico y proyecto mis cualidades.
En doble vía • Boletín institucional del Colegio Ferrini • N.º 18 • 2012 Rector : Coordinadora de preescolar, primaria y bilingüe: Coordinadora convivencia de primaria: Coordinadores de bachillerato:
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Nidia Gómez Milton Vásquez Míriam Velásquez Milton Vásquez departamento de publicaciones comunicaciones@colegioferrini.edu.co
Saber institucional
¿Qué es el amor propio? Gloria*
un sentimiento S de satisfacción que un sujeto guarda consigo mismo, en términos de que no percibe reproches, e conoce como amor propio
culpas o malestares innecesarios para con él y que, además, cuenta con la convicción de que está haciendo lo correcto o que responde de la mejor manera y en el momento adecuado a las exigencias que recibe del medio y de sí mismo. Esto redunda en un orgullo personal y en una tranquilidad para vivir la vida, pues nada satisface y dignifica mejor al ser humano que saber que es como debe ser y que responde de la mejor manera ante las demandas que se le presentan. Entonces, el amor propio nada tiene que ver con falsas presunciones ni con vanidades y se constituye en una confianza básica que permite sortear mejor las dificultades de la vida y no rendirse en el intento de existir. Esto quiere decir, que el amor propio debería ser una condición inicial, fundante en el ser humano e indispensable para el buen vivir; pero ¿cómo se alcanza? Inicialmente, en la primera infancia, este es una consecuencia del amor que un sujeto recibe de sus padres, lo que deja una huella importante de satisfacción inicial, ya que la persona se identifica con el cariño recibido y se siente fortalecido: “si soy amado es porque soy valioso y si soy valioso, nada puede dañarme”; de tal suerte que este sentimiento de valía lo protege ante las frustraciones de la vida y evita que caiga en depresiones severas, entendiendo que la depresión es una enfermedad que manifiesta la falta de amor propio o, mejor, una enfermedad que revela el inconformismo con uno mismo y la desazón para existir. Posteriormente, en el proceso de desarrollo y en la etapa de madurez de la persona, el amor propio es la consecuencia de la obtención de objetivos y del buen desempeño que la persona tenga, en relación con el medio en que vive y en las realizaciones personales que se haya propuesto alcanzar. Así, también, es la consecuencia de sentirse amado y del reconocimiento por parte de las personas significativas.
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Sicología Ahora bien, las cosas no siempre son como se quieren y, salvo esa primera vivencia en que una persona se fortalece por medio del cariño de sus padres (lo que corresponde a la voluntad de estos y a su propia naturaleza), cualquiera podría creer que puede llegar a controlar esas experiencias que le traen satisfacción y que le garantizan sensaciones de tranquilidad y de dignidad para vivir; esto es, de amor propio. Sin embargo, la realidad es que no siempre lo que se anhela puede cumplirse y las personas no necesariamente cuentan con los recursos para responder adecuadamente ante una situación o no reúnen las cualidades para llevarlas a cabo. Tampoco resulta fácil satisfacer a los individuos que demandan dentro de una comunidad (ideales de los padres y educadores y de la sociedad en general), y todo puede tornarse caótico y frustrante para la persona en cuestión. La consecuencia es una sensación de fracaso e inconformismo con uno mismo, lo que se siente como una falta de valía —léase: una falta de amor propio—. Por esto, puede escucharse la siguiente queja: “Yo no valgo nada, yo no sirvo para nada y yo mismo me desprecio”, lo que se traduciría en: “¿Cómo no he alcanzado mis ideales, como no he sido lo que he querido, como no he logrado ganar la admiración o el amor de aquel o cual otro? Yo mismo me desprecio y considero que no valgo nada”.
varias posibilidades ante lo que ve: 1. Identificarse con lo que descubre y reconocer que así es él: “Sí, ese soy yo”. 2. Desconocer algunos de los comportamientos o maneras de actuar y mostrarse sorprendido: “Ese no soy yo, yo no soy así, algo pasó”. 3. Sentir que quisiera ser mejor en algunos aspectos y proponerse ideales a seguir: “Debería cambiar mi apariencia física para aparecer más atractivo o, tal vez, seguir mis estudios y mostrarme más culto”. 4. Podría querer modificar el comportamiento que ve en sí mismo y buscar otros que le representen mayores ventajas: “Tal vez deba mostrarme menos débil o menos bonachón con las personas para que me respeten en un futuro”. 5. Puede llegar a enojarse y despreciarse por lo que lo desvaloriza: “Qué despreciable, tonto o pusilánime me veo; me avergüenzo de lo que soy y no quiero aparecer así”. 6. Por último, puede que logre enorgullecerse y llenarse de alegría por lo que ha logrado ser: “Qué bien todo lo que he alcanzado y la forma en que he podido llevar mi vida. Me agrada la forma en que me veo a mí mismo” Ahora, lo que se observa es que en realidad la vida de cada uno es como si pasara en una película, y siempre uno tiene la posibilidad de verse, pensarse y proponerse metas a partir de lo que encuentra. En ello se basa el aprendizaje y en ello está la capacidad de un ser humano de reconocer sus errores, ensalzar sus aciertos o propiciar cambios. Sin embargo, así como alguien puede observar sus sentimientos o su comportamiento sin mayores preocupaciones, incluso admirándose de lo que ha alcanzado, también puede llegar a reprocharse salvajemente, y este sí es un problema. Entonces, por la capacidad de autoconciencia, el ser humano puede valorarse a sí mismo como digno de respeto y tranquilo en relación con su existencia, lo que refuerza el amor propio o, por el contrario, puede reprocharse por cada una de sus expresiones y odiarse, como si se tratara de su peor enemigo. Esa es la clave para echarse a perder la vida y hacerse a una existencia miserable.
¿Cómo pasa esto? Antes de comenzar, he aquí un ejemplo que bien ilustra el mecanismo que permite al ser humano observarse y formarse una idea de sí mismo: El señor A fue a ver una película que él mismo protagoniza. Sin embargo, a pesar de ser él el protagonista, se sabe que, en su silla de espectador, el señor A no es el mismo que está en la pantalla, por lo menos en lo que tiene que ver con tiempo, lugar y situación actual de uno y otro. De tal manera que una simple observación llevaría a pensar que la persona del filme es más joven que quien lo observa, y que, tal vez, entre el tiempo en que se filmó la película y el ahora, la persona haya cambiado su comportamiento o su misma fisonomía. Entonces, si bien el señor A es el mismo que está representado en la película, no es del todo igual ni la copia exacta de lo que percibe. Ahora, digamos que entre este actor y su personaje hay mayor similitud que con otros, precisamente porque en este filme el señor A se representa a sí mismo. Es decir, que este señor está a punto de observar lo que es él, visto a través de la película que realizó. En este caso, el señor A tiene
¿Cómo se expresan los problemas de amor propio? En términos generales, lo que caracteriza la falta de amor propio en un individuo es la desmesura y el malestar evidente cuando se presentan situaciones que vulneran su estima o lo menoscaban como persona, particularmente cuando está de cara a una ofensa, cuando no se cumplen
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sus propósitos o cuando sufre una desilusión amorosa. Por ejemplo, en el caso de las ofensas, es claro que muchas situaciones se reconocen como agraviantes y que un reparo puede considerarse oportuno cuando se presenta, lo mismo que el retraimiento o la falta de defensa pueden ser signo de debilidad y de escaso amor propio. Sin embargo, esto depende de varios factores: lo primero depende de lo que una persona considera valioso; en este caso, si yo considero que ser hijo natural es bastante ofensivo, no toleraré que se me saque en cara y mi reacción será igualmente desmesurada. Ahora, si yo reconozco el insulto, pero esto no me representa mayor problema (porque yo mismo he superado la vergüenza y me siento bien aún siendo hijo natural, es decir, estoy bien de amor propio), mi reacción guardará ciertos límites y no habrá tormento posterior en mí ni tampoco habrá ánimos de venganza. No diré: “Claro, como soy hijo natural, esto es lo que me pasa. Qué desgracia la mía”, ni me sentiré petrificado para dar una respuesta oportuna o, si lo prefiero, seré capaz de ignorar a quien me quiere insultar. Y es que cuando una persona se siente herida en su amor propio, muchas cosas pasan por su mente. Y he aquí el segundo elemento: cuando una persona siente que otra logra disminuirla, se genera una serie de reacciones o de emociones que van desde la vergüenza (que implica evitación) hasta la venganza (que impulsa a la acción y al ataque). También hay quien llora de rabia y quien se siente deprimido y sin ánimo para existir. Entonces, cuando hay una afrenta que toca el amor propio, la persona pierde el control sobre lo que le sucede y ataca a quien le provoca el malestar, o lo evita para no ser herido nuevamente. Este es un impulso de defensa que facilita la descarga o la huída, pero no constituye una solución a largo plazo, dado que la lesión permanece y cualquiera puede volver a manipularla. Así, en realidad, las afrentas surten mayor efecto y logran menguar el amor propio de una persona solo si dicha persona
está en conflicto con algo o sufre por algo que el agresor descubre y utiliza para generarle malestar. Por esta razón, cuando alguien está dispuesto a atacar, observa a su presa y busca debilidades que les sirvan a sus propósitos, por lo cual su mayor placer es acertar en el blanco. De esto se infiere que a mayor injuria sentida, mayor será la reacción que se tenga (aumenta la desmesura), y mayores también serán los conflictos personales que el adversario ha logrado aprovechar. Así que para un ser humano resulta intolerable perder su valía, representada en el desaire de un amor, en la frustración por los ideales inalcanzables o en el reproche o la burla de un semejante. Como es de esperarse, la reacción ante la pérdida de valía es de restitución y se hace por cualquiera de los siguientes medios: • La evitación: es un método que devela el carácter débil de la persona, pero que guarda una lógica en el sentido de que quien evita sabe de su debilidad y opta por pasar inadvertido para no ser blanco de nadie. Si no es notado o no causa molestias, nadie querrá herirlo. Como es obvio, en este método no hay solución efectiva, solo parcial. • La venganza: es una reacción sumamente arriesgada en la que se cobra al adversario el mismo monto de displacer de que fue objeto: ojo por ojo y diente por diente. La persona echa mano de todos los recursos para no dejarse abatir y se ensaña con su rival, tal vez para acabarlo y evitar que le ponga nuevamente en desventaja. La solución en este caso tampoco resulta ser del todo favorable, pues si bien hay un desfogue y un desquite (que mengua el displacer), sigue intacta la herida que causó el malestar, dado que la persona solo se ocupa de infligir una igual a su oponente, mas no ha sanado la suya. Además, téngase en cuenta lo irreflexivo que es optar por métodos vengativos y que exacerban una situación, posiblemente peligrosa.
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Maestros al tablero • La tramitación de los conflictos y el
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fortalecimiento personal: se trata de reconocer los problemas personales que se exacerban a raíz del conflicto y se busca la solución, primero en sí mismo antes que en el atacante. En este caso, cuando la persona se siente fortalecida por uno u otro razonamiento, siente menos necesidad de venganza y tampoco quiere huir. Opta por salidas más elegantes que optimicen su reacción y que lo dejen satisfecho; es decir, pone en su lugar al oponente sin que pierda compostura ni se desate irreflexivamente. En este método, la persona reconoce el problema personal que porta y entonces lo atiende; y luego confronta, de ser necesario, a su adversario. Piénsese en el caso ya mencionado de ser hijo natural o, por ejemplo, cuando, luego de una querella una persona razona acerca de quién es su agresor y lo subvalora: “No es una persona competente para decirme lo que me ha dicho y yo tengo mejores cualidades que él”. Este es un razonamiento que fortalece al individuo, mejora su amor propio y lo tranquiliza.
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El megalómano: tiene un trastorno severo en su estima y, como para enmendar sus heridas, transforma su disminución en la situación contraria: delirios de grandeza y ánimos de poderío. El perfeccionista: es aquel que teme cometer cualquier error, pues ello mengua su propia estima. El perfeccionista teme la mirada del otro y tiene un ideal alto que cumplir, razón para depender completamente de sus resultados y de la aprobación correspondiente.
Para terminar, es necesario precisar que los problemas de amor propio son de índole diferente a los que produce el temor por conservación. Por ejemplo, si un tigre ataca a una persona, esta sentirá temor, más no exactamente tendrá un problema con su amor propio, diferente a la bofetada o a la mirada de desprecio que no representan ningún peligro efectivo para la conservación de la vida, pero sí hieren profundamente el orgullo, mucho más que el posible daño físico, si lo hubiere. Entonces, cuando se afecta el amor propio, lo que duele es otra cosa, que perdura más que las heridas físicas si no se tramita o si no se atiende como se debe. Asimismo, el carácter desproporcionado entre una emoción desatada y la causa que la genera (a veces ante la más mínima afrenta una persona reacciona como si la hubieran herido de muerte), revela que la mortificación sentida por la persona en cuestión corresponde no exactamente a esa causa, sino que a lo mejor puede ser el detonante de otros malestares más profundos y que se expresan solo en ese momento. Por ejemplo, si una persona ha tenido problemas con sentirse humillado, puede leer cualquier indicio de humillación como una afrenta (relacionada con otros eventos dolorosos y tal vez ocultos) que salen a la luz apenas en ese instante. En este orden, los problemas de amor propio tienen la calidad de ser íntimos, personales, particulares y sentidos en el ámbito de lo psíquico, de lo que cada uno es y de lo que le da valía. No soportamos vernos imperfectos, impotentes, burlados o desequilibrados, por lo que, tal vez, valga la pena volver al interior de cada uno si deseamos repararlo. *Sicóloga
Con base en lo anterior, se numeran algunos tipos de personas que indican problemas con su amor propio, dependiendo de la manera en que reaccionan habitualmente: • El temeroso: evita a toda costa cualquier confrontación y siempre pasa de largo para no dar oportunidad de ser abatido. El temeroso sabe de su miedo ante el otro y no encuentra la fuerza necesaria para defenderse. En este caso, la evitación es la mejor manera de salvarse, pero a costa de saber lo que le falta y de lo vulnerable que se es. • El depresivo: se sumerge en un estado profundo de temor y de autoagresión. La persona se siente impotente, se menosprecia y se ataca fuertemente. En su proceso, no encuentra la manera de volcar su odio por los demás y este torna hacia la persona en forma de agresión contra sí mismo: centra el problema en su propia persona y cree que todo anda mal en ella. • El desafiante y vengativo: actúa movido por la necesidad de restablecer su orgullo y se desata en busca de compensación. Quiere acabar con aquel que le produce el dolor narcisista y encuentra la causa de sus malestares solo en el otro. Compensa sus problemas de amor propio con altanería y arrogancia.
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