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La Antártida Por Vcdro. Enrique Videla

Estoy en un lugar que no es apto para la

vida humana. Llegué el 24 de octubre del año pasado en mi segun-

Hay gente que vive en lugares lejanos, difíciles, o cercanos pero incómodos, no convencionales. Cómo es la vida de los que no viven como el común de la gente.

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da misión: en la temporada 2008/9 ya estuve aquí como jefe de la base Marambio, la principal estación argentina en la Antártida. Ahora comenzó el solsticio de verano, el día es eterno, con el sol siempre en el horizonte. En esta época las temperaturas oscilan entre 1 y 2 °C bajo cero; en invierno el promedio es 20 °C bajo cero, con sensaciones térmicas que pueden llegar hasta los -60 °C si hay viento. Es muy difícil acostumbrarse a esas condiciones climáticas. Pero lo más duro es que a Marambio venimos solos: nuestras familias (estoy casado y tengo una hija de 15 años) están en el continente. Si bien tenemos la oportunidad de hablar por teléfono con ellas, comunicarnos por Internet y que cada tanto puedan viajar en los aviones Hércules que llegan a nuestra pista, estamos en soledad. Por eso acá se aprende a valorar a los afectos, los valores, la amistad. Lo más importante que me llevé de mi anterior experiencia fueron las relaciones humanas. Somos casi setenta personas viviendo bajo el mismo techo, por lo que hay que adaptarse. Cuando estás en el continente, vas a trabajar y volvés a tu casa. Acá están más confundidos los tiempos libres y los de trabajo, porque es todo en

el mismo lugar, más flexible. Cada uno tiene que ceder sus costumbres por el bien del conjunto. Los sentimientos están a flor de piel, dependemos uno del otro para todas las tareas. Nos tenemos que acompañar y apoyar en lo que hacemos. Por suerte en Marambio tenemos todas las comodidades: si bien la base es dispersa, en el centro principal está el comedor, y tenemos las habitaciones, biblioteca, gimnasio equipado, sala de comunicaciones, capilla, oficinas, usinas científicas. En la campaña de verano la actividad es mucha, la pista y la torre de abastecimiento requieren de nuestra atención constante y los horarios están corridos por la luz solar. Pero cuando tengo un rato hago una rutina en el gimnasio, escucho música, veo la televisión (tenemos cable satelital y podemos ver todos los canales argentinos). Organizamos torneos de truco, hacemos karaoke. Como toda dotación, siempre se arma una gran familia en la que uno toca la guitarra, otro canta, otros bailan. Se forman perfiles diferentes que ayudan a que la pasemos bien. La Argentina tiene presencia en la Antártida desde 1904, la base Marambio fue una pionera en el lugar. Desde aquí hacemos un aporte a la ciencia nacional e internacional, y lo más importante es que hacemos presencia soberana. Vivir en la Antártida para mí es una responsabilidad y un orgullo.

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CHINA Por Mariano Mercado

Viví durante tres años y medio

en China, y desde agosto pasado estoy radicado en Hong Kong. Puedo garantizar que son dos cosas absolutamente distintas. Hong Kong fue colonia inglesa y es bastante cosmopolita, no hay una nacionalidad predominante si no que es bastante multicultural. En China, en cambio, fuera de lo que es lo tradicional como Shangai o Beijing, hay muchas ciudades nuevas habitadas por inmigrantes. Allí no hay templos ni cosas históricas. La primera vez que pisé China fui por seis meses, para dar una capacitación. Llegué el 19 de abril de 2007 e hice Buenos Aires-Sudáfrica-Malasia-Hong Kong. Tardé veintiséis horas netas de vuelo, pero por las escalas, y como mi casa es en Córdoba, tardé dos días en llegar. Una semana antes de volver me ofrecieron quedarme a vivir allá. Volví, lo medité y desde 2008 estoy fijo. Viví en la China continental, en una ciudad que se llama Shenzhen y que no es tan grande, tiene apenas 14.000.000 de habitantes. Es una ciudad piloto que tiene treinta y dos años de antigüedad. Allá está todo dividido: por un lado, las casas; por otro, las fábricas; por otro, lo institucional, y por otro, los estadios. Hay que pensar que hace treinta años vivían ahí nada más que 20.000 personas. Explotó demográficamente. Cuando llegué, el choque cultural fue muy grande. El chino habla muy fuerte, es muy gritón. Muchos chinos escupen o eructan sin problemas. También son bastante amables. El gran obstáculo fue el idioma. No sabía nada de chino y ellos no saben prácticamente inglés, porque la mayoría de la población que inmigró a Shenzen es campesina. Por ese motivo es indispensable estar con alguien que hable el idioma. Eso me lo facilitaron en la empresa. Si no, es imposible hacerse entender para alquilar una vivienda, abrir una cuenta bancaria o hasta ir al doctor. A mí me tocó, por ejemplo, ir dos veces al hospital. Me acompañó una amiga y los médicos enseguida me hicieron desnudar. Fue medio incómodo, pero necesario. Allá todo funciona perfectamente. Es una ciudad muy limpia, con mucho verde y muy segura. No hay carteristas, ni salideras, ni tampoco piquetes. En relación a la comida, hay de todo, pero la comida extranjera no es barata para nada. Un bife de chorizo cuesta 200 pesos nuestros, mientras que un almuerzo estándar es de 12 pesos. Si querés comer spaghetti, hablás de 40 pesos. En la Argentina no comía pescado y en China como de todo, especialmente sushi, porque no es fashion. Comí sopa de aleta de tiburón, gri-

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llos y cocodrilo, que es medio chicloso. No me animé a las víboras ni al seso de mono. Al perro, tampoco, pero no se come todos los días. Hay una fecha del año específica y se hace para purificar el alma. Si vas a bailar a un boliche te van a mirar diferente, porque son todos chinos y vos llamás la atención. Eso sí, sin agresividad. Sos algo exótico, enseguida se arriman y hasta se sacan fotos con vos. Si tenés problemas de autoestima tenés que ir a China, no al psicólogo. En agosto pasado me mudé a Hong Kong. Igual antes había ido mil veces porque está al lado, a solo un puente de diferencia. A pesar de ser vecinos es otro mundo. Para empezar, manejan al revés, como en Inglaterra. El chino grita, el hongkonés susurra; en China se habla mandarín, en Hong Kong, cantonés, que se entiende mucho menos. Donde vivo ahora es más occidentalizado, ahí no se escupe ni se eructa. Ellos piensan que el chino está mal visto en el mundo, entonces no se consideran chinos. La moneda es el Hong Kong Dollar, en China es el yuan. Son dos universos distintos. Vivo en una isla que se llama Tung Chung. De ahí me voy en colectivo, que vale 20 pesos, o subte (18 pesos) a la oficina. El sistema de transporte es tan eficiente que no se necesita auto. Eso sí, vivir en Hong Kong es mucho más caro. En China pagaba 2.500 pesos de alquiler por un departamento de 70 metros cuadrados. En Hong Kong, por uno similar pago 8.000. Lo que extraño es a mi familia y a mis amigos, sobre todo en algunas fechas. Amo mi trabajo, me encanta estar donde estoy y relacionarme con gente. En el día a día, no extraño. Estoy muy bien. Regreso una vez al año. Desde Hong Kong se puede volver vía Estados Unidos, Australia o el viaje con escalas que hice yo. Tardé dos días en llegar desde mi casa en Tung Chung a mi casa en Córdoba, y el jet lag me dura una semana. La verdad es que estoy bastante lejos.

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La Costa Azul Por Mauro Colagreco

Siempre quise tener un restauran-

te frente al mar, y tuve la suerte de encontrar este lugar, ideal para instalarme. Vivo en Mentón, en la Costa Azul francesa, desde hace seis años. Llegué a Francia en el 2000 y fui migrando: viví en Burdeos, La Rochelle y París. El cambio de pasar de vivir en la gran ciudad a un lugar de 30.000 habitantes fue grandísimo, pero también muy placentero. Este lugar me conquistó por la vista, el romanticismo que envuelve a esta zona, la ubicación geográfica: está Mónaco a un lado y San Remo, al otro, a 30 kilómetros de Niza, a una hora de avión de París, dos horas y media en auto a Milano y cuatro horas a Suiza. Es estratégico. En Mentón encontré otra vida. Si bien no es un pueblo, el ritmo que se lleva acá es similar al pueblerino. Las distancias son cortas — vivo muy cerca de Mirazur, mi restaurante— , el clima es muy suave y te podés dar el gusto de desayunar en la terraza mirando el mar. La temperatura agradable también permite que pueda tener mi propio huerto, y lo que nos falta se consigue en el mercado. Aquí se celebra la Fiesta del Limón, ya que es el producto característico del lugar. También es un pueblo de pescadores, y se consiguen productos muy frescos. Mentón es más tranquilo que Mónaco, mucha gente que trabaja allá tiene su casa acá, porque los alquileres son más baratos y la vida es más

Es fácil sentirse a gusto en un paraíso como este, no está en mis planes del mediano plazo hacer las valijas y mudarme otra vez.

tranquila. Mucha gente practica deportes náuticos, y yo también disfruto de mi tiempo libre navegando en algún barquito que pueda alquilar. La montaña también está muy cerca, hay una pista de esquí a una hora y media. La cantidad de turistas que viaja por la Costa Azul hace que el movimiento aquí sea muy fuerte: llega gente de todo el mundo, que después de hacer compras y vivir de manera glamorosa en Mónaco o San Remo, viene para descansar en un marco natural imponente. Aquí también hay tiendas de las grandes marcas y autos importantes, pero no son todos edificios y grandes complejos: hay espacio para que tengas tu casa con un jardincito. Viajo mucho por trabajo y eso hace que no extrañe las cosas de una gran ciudad. Es fácil sentirse a gusto en un paraíso como este, y no está en mis planes del mediano plazo hacer las valijas y mudarme otra vez. Lo bueno de vivir en Mentón — además de la tranquilidad— es que el mar, el entorno y la gente hacen que la calidad de vida sea altísima.

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Una escuela rural

LA IGLESIA

Por Wilfredo Ocampo

Por Nicolás Alessio

Tengo 49 años y hace doce que

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Entré en el seminario apenas

cayendo. Recibimos fondos para hacer un aula nueva que nos permitiera tener más espacio, pero el resto está igual, y es en donde tenemos la cocina, el salón, el albergue y la biblioteca; en 2009 hubo un viento fuerte que dañó la galería, y ese problema no fue solucionado. Acá vivimos con muchas limitaciones, nos privamos de cosas que en el pueblo quizá tenemos: en la escuela en verano no hay ventilación y tampoco calefacción en invierno. Para arreglarnos nosotros solemos usar garrafas, pero cuando cocinamos para los chicos ya prendemos un fueguito a leña, que en la zona hay. La electricidad que tenemos viene de los paneles solares que están junto a la escuela y un generador de 220 v., pero esa potencia no alcanza para todo. Podemos tener en funcionamiento un televisor, una video, un equipo de música, pero no equipos con motor, como un freezer. Esta es mi segunda etapa en el paraje Taco Pozo: estuve entre 1994 y 2001, y después volví, como director de tercera, de 2007 a 2011. Me inicié en una escuela de Pozo Hondo, en donde estudié y hay cuatro escuelas primarias importantes. Yo estaba como vicedirector en un establecimiento del pueblo, concursé para director y gané el puesto. Estuve bastante tiempo pensando si iba a volver a la escuela rural, sabiendo que estaría mucho más tiempo por el mismo dinero. Pero uno se acostumbra a vivir con gente de la zona rural, que tiene muchos valores, te da mucho afecto, te saluda cada vez que te ve, muy distinta de la de la ciudad. Los chicos son mucho más respetuosos, introvertidos, afectuosos. A la hora de pensar en venir a vivir a la escuela rural otra vez fue eso lo que tiró. Hay muchos a los que no les gusta vivir acá, pero a mí, sí.

egresado del colegio secundario. Tenía 18 años en ese entonces. Fueron seis años de estudio y a los 24 años ya era sacerdote, permaneciendo dentro de la jerarquía durante 25 años más. Lo que puedo decir es que vivir en la iglesia es muy conflictivo, que es una realidad muy tensionante. Cuando el emperador romano se convirtió al cristianismo, la institución comenzó a cambiar el mensaje, con una concepción que se extiende hasta hoy. Dentro de todos los cambios que provocó aquello, se configuró como una monarquía sagrada, postulado que contradice abiertamente la propuesta del Evangelio, que es una oportunidad de iguales. Jesús mismo denuncia esto como una comunidad de opresión. A pesar de eso, algunos aspectos del Evangelio siguen en la Iglesia, aunque estos elementos permanecen en tensión, en resuelto conflicto. En lo personal, a mí me resultaba tensionante plantear un mensaje de igualdad para una comunidad sencilla, que era la mía en Córdoba, porque en Latinoamérica llevamos más de 500 años planteando un mensaje tradicional, donde solo hay lugar para la obediencia. La gente en general adhiere a un modelo no crítico y yo lo que siempre intenté fue tratar de acercar una mirada adulta. Además, en mi caso la tensión se dio también frente a la autoridad, frente al obispo y al Episcopado. Por ese motivo muchas veces tuve que cuidarme en cómo decir las cosas, en la manera de acercar mis planteos. Siempre hablé desde un lugar de debilidad ante la institución, con el agravante de que desde que asumió Benedicto XVI el control se hizo más fuerte. Se controla con mayor rigidez a los teólogos, a los obispos y a la Iglesia en general. En ese contexto cada vez fui quedando más aislado hasta mi expulsión definitiva en marzo de 2011, que se dio por apoyar la Ley de Matrimonio Igualitario, sancionada a mediados del año anterior. El testimonio está en el libro Cinco curas, confesiones silenciadas. El que me comunicó la resolución que había tomado la Iglesia conmigo fue Monseñor Carlos Ñáñez, paradójicamente el mismo que me convenció de que mi vocación era ser cura. Al vivir en la Iglesia, otra tensión importante se da en la afectividad. Cuando hablo de afectividad concretamente estoy hablando de sexualidad, porque la pretensión romana de que ignoremos a las mujeres, de que igno-

foto nacho sanchez

soy maestro en la zona rural del noroeste del Chaco, el lugar que en general se conoce como el Impenetrable Chaqueño. Esta es un área muy poco desarrollada, en la que la gente es muy pobre, y vive solamente de la cría de ganado menor, cabras. La agricultura casi no existe porque el clima es muy duro. También resulta duro para nosotros, los maestros y directores, insertarnos en ese mundo, ese contexto, para enseñar. Desde el Ministerio de Educación provincial no tenemos el reconocimiento como escuelas albergues (que es como funcionamos), y no recibimos los insumos necesarios. Yo soy el único personal docente (y no docente, también) a cargo de la escuela del paraje Taco Pozo. En la mayoría de las escuelas de la zona sucede lo mismo, son pocas las que tienen dos o tres maestros. Recibimos la colaboración de algunas personas que viven en las inmediaciones. Y yo además tengo la suerte de que mi esposa Gladys me acompaña siempre. Vivimos en la escuela de lunes a viernes, y los fines de semana volvemos a Pozo Hondo, localidad cabecera del partido, en donde viven mis tres hijas mujeres (que estudian en el magisterio) y un varón que está en la secundaria. Gladys no cobra un sueldo por lo que hace, pero me ayuda con la cocina y para cuidar a los chicos, que son entre 12 y 18, dependiendo del año. Comienza a pasar que la zona se despuebla porque los vecinos eligen ir a la ciudad para tener alguna otra oportunidad de subsistencia. Los días que pasamos en nuestra casa también tenemos que hacer los pedidos de los alimentos que llevaremos el lunes a la escuela, a donde nos reencontramos con los chicos al mediodía, para la hora del almuerzo. Nosotros dejamos gran cantidad de ropa en la escuela, porque es donde más tiempo pasamos, pero andamos siempre con el bolso de un lado para el otro. Vivir en esta escuela es como hacerlo en una gran familia, nos importa mucho que los chicos se lleven bien y que tengan un plato de comida caliente, un lugar donde higienizarse. Nos levantamos todos a las 7 y se ordenan las camas: los chicos comparten una habitación con una cortina que separa a las nenas de los nenes. Mi mujer y yo tenemos una pequeña habitación con una cama matrimonial y un baño. Después se limpa la galería y los salones, y se realiza el saludo a la bandera. Luego es hora de tomar el mate cocido, lavar las tazas y pasar a las aulas. La escuela es la más antigua de la zona (fue fundada en 1932), por lo que el edificio es viejo: se nos está

remos al amor entre las personas, la pretensión del celibato es un absurdo. Eso también resultaba muy tensionante. Supuestamente ese absurdo es ley y como tal se tiene que cumplir. Entonces uno se encuentra frente a uno mismo y frente a una comunidad representando un absurdo. La realidad es que día a día se vive de otra manera. En relación a lo económico vivía de lo que la comunidad me destinaba. Mi casa era la casa parroquial San Cayetano del barrio Altamira, en la ciudad de Córdoba, y mi trabajo era ser párroco, pero no tenía sueldo del Estado. Eso está reservado para los cargos más altos de la jerarquía católica, el resto vive de las misas, los bautismos o los casamientos. O de lo que la comunidad disponga. Nos mantienen ellos. La realidad es que no extraño nada de vivir en la iglesia, porque lo más importante, que es el contacto con las personas, no lo he dejado. He formado un grupo de gente con la que me junto a seguir analizando la realidad bíblicamente y a pensar propuestas transformadoras. Continúo el contacto cara a cara con la gente, y eso es lo único importante para mí. Los otros aspectos nunca fueron importantes. Por eso mal podría añorar o tener nostalgia.

Vivía de lo que la comunidad me destinaba. mi trabajo era ser párroco, pero no tenía sueldo del estado. eso es para los cargos más altos.

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LA CALLE

UN BARCO

Por Alejandro

Por Juan Pablo Zizzi

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foto mariana oliva gerli

tomé la decisión de cambiar. El agua fue mi lugar desde chiquito, me sentía cómodo y sabía que quería vivir ahí. Navegué en la categoría optimist desde los ocho años y conozco la vida de barco desde siempre, ya que mis padres tenían uno. Mi anterior vivienda era en un edificio de Béccar, en un piso alto, con vista al río; todo muy lindo, pero no había contacto con el agua, la veía desde lejos. Hay mucha gente que vive en un barco y alguna me había transmitido lo feliz que era. En el astillero que tenemos con mi hermano en San Fernando fabricamos los optimist del regatista olímpico Santiago Lange, que vivió mucho tiempo en un crucero: él fue uno de los que siempre me decían cuánto disfrutaban hacerlo. Cuando comenté la idea entre mis familiares y amigos, me dijeron que estaba medio loco, pero en mi vida siempre hice lo que me parecía, sin averiguar lo que pensaban los demás, porque si no siempre aparecen opiniones en contra. Como estoy separado, lo pude hacer. Tengo un hijo chiquito que también disfruta del agua. No lo dudé. Yo sabía que quien vivía en barco, era feliz, y hacia eso fui. Hace tres años tomé la decisión de mudarme y conseguí el barco que me gustaba. Tenía que ser grande (es difícil vivir en un barquito), lo encontré, empecé a arreglarlo y hoy vivo acá. Mi casa es una embarcación de 260 metros cubiertos, que está amarrada en el Club Náutico San Isidro. Tengo todas las comodidades arriba del barco, y si necesito vestuarios completos, canchas, espacios verdes o el buffet, puedo utilizar las instalaciones del club. El camarote tiene cuatro metros por cinco, puedo caminar alrededor de la cama: una de las condiciones era esa: la amplitud de ese ambiente. Si no, me sentía encerrado. En cuanto a electrodomésticos, tengo las mismas cosas que tenía en el departamento: cocina, microondas, heladera, televisión, computadora. Lo único que extraño un poco es el lavarropas, que no se puede tener porque el jabón contamina el agua, y ahí viven peces que todos los días esperan que les tire algo de comida, no les puedo tirar los desechos del lavado. Ahora me organizo y una vez por semana llevo la ropa a la lavandería, pero la ropa se arruina más. Mantener el barco no te lleva más tiempo del que necesitás para una casa con jardín. El tiempo que ocuparías cortando el pasto, regando y plantando flores, acá lo invertís en otras cositas. La limpieza y el orden son iguales, llevan la misma dedicación. Tengo calefacción y ventilación, en contra de lo que se piensa, en el agua se siente mucho menos el frío que en tierra; en invierno, me abrigo recién cuando llego al astillero, en San Fernando. Si tengo invitados, solo hay que avisar en la portería

En contra de lo que se piensa, en el agua se siente mucho menos frío que en la tierra. en invierno, me abrigo cuando llego al trabajo. del club y los acompañan hasta acá, lo mismo si no tengo ganas de cocinar y pido comida por delivery. El chico del pedido se toma la lanchita y me lo trae hasta el barco. Acá en el club hay solo una persona más que vive todo el tiempo en un barco como yo, está a 200 metros del mío. El mayor contacto con mis “vecinos” lo tengo con los marineros, que son quienes cuidan los vehículos y atienden que todos estén bien. La gran diferencia que siento con respecto a cuando vivía en una casa es la tranquilidad. El barco no lo cierro, duermo con todo abierto, no estoy pensando en que me puede pasar algo. Vivo totalmente relajado. Es fundamental. Así como hay muchos que son felices con este modo de vida, hay otros que prueban y vuelven a su antigua casa. Yo sé que tomé una excelente decisión, este es mi lugar. No vuelvo más a la tierra.

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esquina de Scalabrini Ortiz y Santa Fe, en la puerta del Banco. Antes viví en un galpón abandonado del ferrocarril que queda sobre la calle Godoy Cruz, pero cuando compraron el terreno para levantar el boliche Godoy me desalojaron, a mí y a mi perro, Alberto Cortés, que se llama Pechi pero que tiene ese nombre artístico. Es el blanquito. El otro, el gris, también vive acá conmigo. Se llama Nino Bravo y yo era su paseador. Trabajé de eso para ganarme unos mangos hasta 2010. La familia se cansó de él y lo arrojó a la calle. Lo que pasa es que había mordido a la dueña. A mí también me mordió como ocho veces. A veces se le cruzan los cables, pero en esos casos aplico “garrote system, ¡llame ya!”. Después de que nos echaron agarré a Alberto y un cartoncito, y nos vinimos para esta esquina. Con el correr del tiempo me fui volviendo parte del paisaje y la gente se encariñó conmigo. Al principio no tenía nada de la escenografía que se ve hoy. Ni sillón, ni colchón, ni tele o equipo de música. Apenas mi cartón y mi perro. Si me preguntás de dónde saco el cable para ver tele o dónde la enchufo, te tengo que responder que los conseguí gracias a mis manos solidarias. Tengo tevé satelital y luz satelital gracias a mis manos solidarias. Si te digo la verdad, comprometo gente. Me levanto temprano todas las mañanas, alrededor de las cinco. Prendo Radio Diez para escuchar a Marcelo Longobardi, después al “Negro” González Oro y a veces, a Fantino. Lo primero que hago es baldear la vereda para tener de alguna manera limpio y ordenado mi lugar. No me gusta la mugre, por eso me baño en el Monumento a los Españoles o aprovecho cuando hay algún “rebusque” para bañarme bien en algún telo. Me encanta mirar la tele. Disfruto mucho viendo películas o programas. Mi favorito es el “Negro” Alberto Olmedo. No me pierdo ningún programa suyo. Por suerte lo dan todos los sábados. Muchas de las cosas que digo y de los inventos que tengo para divertir a la gente los saco de él. Lo que pasa es que como me levanto tan temprano llego muy cansado a la noche. A veces quiero ver algún programa lindo, pero el sueño me termina venciendo. Lo que me gusta es ayudar a los demás, dentro de la medida de lo posible. Desde mi lugar, que es la indigencia, a veces también puedo ayudar. A pesar de que yo recibí varias manos de la gente, todavía veo mucha avaricia. El otro día vino una señora que vive a mitad de cuadra. Resulta que tiene el mal de Alzheimer. Yo tenía un arbolito de Navidad armado y ella se quedaba para mirarlo. Le prometí que cuando lo desarmara se lo iba a regalar. Volvió a la tarde siguiente y me dijo: “Alejandro, ¿sabés que no me acuerdo para qué vine a verte?”, y después de un rato lo recordó: “Vine por tu arbolito”. Y ahí nomás lo desarmé y se lo di. Otra cosa que hago es

foto mariana oliva gerli

Tengo 38 años y hace once que vivo en la Estaba aburrido de vivir en un departamento y

ayudar a los pibes con trabajos de la facultad o ensayos periodísticos o poso como modelo para trabajos de fotografía. Para Año Nuevo me regalaron un retrato mío en blanco y negro que dice: “Podrán imitarlo… jamás igualarlo”. Esta esquina no la comparto. A veces dejo a otros crotos mirar la tele, pero dormir, no. Una sola vez le permití quedarse a uno pero rompió botellas y eso no lo puedo permitir. Queda mal, y donde se come no se caga. No siempre fui linyera. Antes trabajaba de albañil en el centro y alquilaba una casa, pero lamentablemente por la cocaína perdí todo. Como acá a la vuelta hay una obra en construcción me fui a anotar varias veces, pero me fueron poniendo trabas hasta decirme que no tenían más cupos. Yo no pido un sánguche, pido trabajo. Después la gente se queja con la inseguridad. ¿Qué otra opción me queda a mí? ¿Salir a chorear? Yo no soy así. Ahora hago unos mangos haciendo trámites bancarios para algunos vecinos del barrio que confían en mí. Y acá me conocen todos. El que no me conoce no conoce Palermo. Tengo familia, pero es como si no la tuviera. Mi hermana vive en Moreno con su familia y mi papá en Del Viso. Me tratan como a un perro sarnoso. A mi hermana le conté que vivía en situación de calle y le pedí que no le contara nada a mis sobrinas, pero ella lo hizo igual, entonces cuando iba de visita mi sobrina sentía vergüenza de mí. Las veces que iba a verlos volvía muy triste, tan triste que una vez me colgué de un árbol para matarme. Pero me di cuenta de que no se puede vivir mal, así que no fui más. Ahora, con el cariño de la gente y ayudando de la manera en que pueda hacerlo, pude demostrar que con poco se puede ser feliz.

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UN CUERPO EQUIVOCADO Por Angie Beatriz Álvarez

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UNA CASA hecha DE BOTELLAS Por Alfredo Santa Cruz

Mi familia y yo pasamos una situación muy

complicada allá por el año 2000. Estábamos sin dinero, sin trabajo y sin casa. Yo soy electricista, pero no había nadie a quien cambiarle un enchufe. Entonces con mi mujer, Rosane, decidimos salir a juntar aluminios, cartones, botellas, lo que la gente desechaba, para poder reutilizarlos. El día en que mi hija me pidió una casa de muñecas y no se la podíamos comprar en una juguetería, decidimos armarla con los desechos que teníamos. Nos dimos cuenta de que los residuos tenían un enorme potencial. Junto a mi esposa y mis hijos nos pusimos a trabajar para armar la casa, que instalamos en el Barrio Las Orquídeas, en Puerto Iguazú, Misiones, a quince minutos de las Cataratas. En un principio nos costó muchísimo, porque no conocíamos la técnica. La primera pared nos llevó ocho meses, yo estaba muy ansioso por poder construir mi propio hogar. Después entendimos cómo fabricar el “ladrillo” con botellas y pudimos avanzar. A pesar de estar hecha con estos materiales reciclados, tiene las características de cualquier casa “normal”. Las paredes se pueden revestir y solo sabrá cómo está hecha quien lo vio durante el proceso, si no, queda oculto. La casa en la que vivimos estaba hecha de 1.200 botellas plásticas para las paredes, 1.300 cajas de leche y vino para el techo, 140 cajas de CD para las puertas y ventanas, 390 botellas para la cama matrimonial y 260 para las individuales. El piso era de cemento. Era un cubículo de 3x4, algo pequeño, pero que para quien no tiene nada,

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es mucho. Una lona dividía el lugar donde dormíamos con mi mujer del lugar de mi hija. El clima aquí es tropical, se sufren mucho los cambios de temperatura. Pero adentro de la casa estábamos resguardados, ya que la cámara de aire de las botellas, sumado al doble revoque, hace que sea resistente al calor, además de a los ruidos. El techo, con el aluminio del interior de los Tetra Pack hacia arriba, también nos protegía del sol. Instalamos de manera provisoria todos los servicios (agua, electricidad, gas), porque finalmente, y por suerte, conseguimos construirnos una casa de material cuando las cosas estuvieron un poco mejor. Pero la casa está preparada para soportar las conexiones. La corriente eléctrica la obteníamos de un calefactor solar que también inventamos con botellas. Además de servir como vivienda, el hecho de reutilizar los materiales para las construcciones ayuda a disminuir la cantidad de basura que queda en basurales a cielo abierto o que son quemadas. Fue una inmensa satisfacción poder terminar esa casa y vivir en ella, la demostración de que quien quiere trabajar lo puede hacer, con imaginación, buenas intenciones y la ayuda de los otros. Hoy llevamos hechas cincuenta y nueve casas similares que están desperdigadas por distintas partes del país, a donde viajamos a enseñar la técnica. Ya fuimos a Paraguay y pronto estaremos en Colombia. Hay mucha gente que todavía vive sobre cartones en la calle, y la idea es demostrarles desde la experiencia que vivir en una casa de botellas es posible y en mejores condiciones humanas.

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Cuando era chiquita mi vieja no me dejaba salir mucho a la calle, me tenía todo el día encerrada. Para que te des una idea, mi hermana más grande se casó a los 17 y tuvo que pedir permiso. Yo me fui de casa a los 18, después de hacer el servicio militar. Mi hermana más chica se casó también a los 17. Pero no hay que malinterpretar. No es que nos íbamos porque estuviéramos mal, sino que lo que queríamos era conocer la calle, la vida. En mi familia no éramos como otros chicos a los que los padres los llevaban a jugar al fútbol. Mi papá trabajaba todo el día y casi no lo veíamos. Trabajaba en un frigorífico y hacía vida de laburante. Mi mamá, que estaba más tiempo con nosotras, me decía que desde los 4 o 5 años ya me gustaban los vecinitos. En la serie Combate estaba enamorada del Sargento Saunders y en Misión imposible también me gustaba el protagonista. Siempre me atrajeron los chicos. Nunca estuve con otra mujer u otras travestis ni nada que provenga del universo femenino. Nunca tuve problemas desde lo sexual porque siempre estuve con gente que yo elegía para estar; mi primera vez fue a los 19 años. En el ’96 empecé a hacer shows. Tenía 15 años y actuaba en casamientos o despedidas, porque eran los ámbitos donde podías soltarte bien, entonces me montaba y salía lo más bien. Para ir a bailar también me montaba (así le decimos nosotros a travestirse o vestirse de mujer). De hecho en el ’98 habíamos armado un grupo de drag queens acá en Rosario para poder usar plumas de noche y poder seguir la vida de día de manera más o menos normal. Pero en ese entonces sentía que me faltaba algo. De todas maneras hay algo que me gustaría aclarar, y es que no todas las drag de ese momento se hicieron trans, no es una lectura lineal. De hecho la única que es travesti de aquel grupo soy yo. Estaba decidida a dar un paso más. Por ese motivo empecé a hormonizarme en 2005. Empecé a averiguar para ver cómo era y avanzar con el tema. Eso sí, debo reconocer que la etapa como gay varón era más fácil en un montón de aspectos porque si querés lo demostrás, pero si no tenés ganas, no, y nadie se entera. Cuando te empezás a rellenar los pómulos, a rellenar los surcos de la cara, a poner pechos o a abrir las caderas no hay vuelta atrás. Por supuesto, esto que te cuento no quiere decir que todos los gays se quieran hacer travestis. Con respecto a las parejas, también es más fácil. Salir con un chico no es tanto problema. De hecho, está cada vez más aceptado. Cuando tenés el cuerpo hecho es más difícil que un tipo se quiera mostrar con vos de la mano. Si lo querés enganchar como cliente o para una noche todo bien, pero como pareja formal es más difícil. Mi oficio puede resultar curioso, pero la verdad es que el sentimiento estuvo siempre, porque nunca me quise dedicar a otra cosa. Buscaba laburos, pero no quería ceder en ese aspecto. Quería ser bombera. Por esa situación siempre daba vueltas sobre el mismo tema. Me anoté como varón y poco a poco me fui hormonizando. En esa época ya lo había intentado un par de veces, pero no teníamos nada a favor como para zafar o poder salir del closet.

hoy tengo la imagen que quería, genéticamente nací masculino y eso no se puede cambiar. lo que sí pude cambiar es lo que se ve de afuera. Por ejemplo, la última vez que quise alquilar mi casa fue en 2006, lo hice como varoncito y nunca tuve problemas. Las veces que renové el alquiler no tuve problemas porque la dueña ya me conoce, pero cuando quise cambiar de casa me empezaron a dar vueltas porque soy travesti. En el trabajo hay varias ventajas, pero no se quieren ver aún en la sociedad. Ahora empezó de vuelta la inscripción en el Cuerpo de Bomberos. Algunas chicas trans me preguntaron si se podían inscribir, y les respondí que hay problemas, que el tema es que después te llamen. Conviene mil veces tomar gente “mía” porque —por ejemplo— en la tanda anterior había quince chicas y treinta varones. Seis de ellas quedaron embarazadas y tuvieron familia. No es casualidad que las empresas contraten gente gay. Son más amables, tienen mejor trato. Otro factor es que cuidan a muerte su trabajo porque no los toman en todos lados. Si son lesbianas, no quedan embarazadas y si son trans, menos. Yo mandé chicas trans para que se anotaran y les expliqué las ventajas a mis jefes. Pero se rieron. Yo viví en un cuerpo que fue equivocado hasta que empecé a hormonizarme. Hoy tengo la imagen que quería. Genéticamente nací masculino y eso no se puede cambiar. Lo que sí cambiaría y pude cambiar es lo estético y lo que se ve desde afuera. Lo genital, no, porque eso sería castración. Si hubiera una operación para cambiar la voz, ya me la habría hecho. Pero en líneas generales estoy muy contenta con este cuerpo.

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