“LOS HOMBRES NO SON ACUSADOS DE HACER LITERATURA MASCULINA” MARÍA DUEÑAS
Visitó Buenos Aires con cada uno de los libros que publicó, y esta no fue la excepción. La española María Dueñas es una de las escritoras más exitosas del mercado hispano de las letras: entre sus cuatro títulos (traducidos a más de 30 idiomas) ya superó los 5 millones de ejemplares vendidos. Desde El tiempo entre costuras, su título debut, apenas pasaron 9 años. El camino de la ficción tomó velocidad rápido para la doctora en Filología inglesa que fue profesora en la Universidad de Murcia durante dos décadas. Una vez que largó, no hubo marcha atrás en la carrera. Descubrió algo diferente. Esta tarde, en uno de los bares del hotel Four Seasons, María Dueñas acompaña su café con leche con un alfajor de maicena relleno de dulce de leche. Lleva dos días en suelo porteño, adonde llegó para presentar Las hijas del capitán (Planeta) durante la 44ª Feria Internacional del Libro. Su nueva historia es coral, con las hermanas Victoria, Luz y Mona Arenas como protagonistas. La locación elegida es la otra clave: Nueva York. Los días de los españoles migrantes que eligieron la Gran Manzana como esperanza de una nueva y mejor vida fueron el trasfondo para este relato que tiene bastante de realidad. Para documentar su novela anterior -sobre un hombre español que hace dinero en una mina de plata en México y luego regresa a España-, Dueñas leyó memorias, novelas y artículos académicos sobre inmigración. “Me he dado cuenta de que los hombres iban de avazandilla, pero muy a menudo le seguían las mujeres. Y mientras que ellos parecían haber hecho la épica por ser los primeros, ellas estaban silenciadas, sabíamos poco de cómo pensaban, qué sentían. Entonces, esa fue mi primera elección: mujeres migrantes. Y después decidí enviarlas a Nueva York”, cuenta sobre el argumento que bien podría haber traído a sus personajes a una ciudad de América del Sur como Buenos Aires. Pero la escritora creyó que esas corrientes ya tenían buenos abordajes literarios, por ejemplo en Mamá, de Jorge Fernández Díaz, o La abuela civil española, de Andrea Stefanoni. “La comunidad española en Nueva York no fue tan significativa en términos de cantidad pero tenían unos engranajes muy establecidos de solidaridad regional, de ocio y negocios que
hacían más fácil la vida de la colonia”, cuenta. Viajó hacia allá, se reunió con investigadores e historiadores, con descendientes. “Quería que hubiera vida real aunque fuera una ficción, busqué rescatar algo que existió, recomponerlo”, asegura.
¿Qué encontraste en esas mujeres cuyas historias no habían sido contadas? Tenían sus propios universos. El hombre salía a trabajar y aparentemente tomaba las decisiones. Había mujeres que también trabajaban afuera, pero en general se quedaba en la casa con sus hijos o cosían en el propio hogar. Eran las que daban cohesión al entorno familiar y vecinal. Muchas también tomaron roles de educadoras o contables de las finanzas. Casi nunca aprendían inglés y no se permitían ningún lujo. Llevaban una vida muy humilde, sacrificada, con una entereza y lucidez magníficas.
Has dicho que te alegra encontrar más mujeres contando con su propia voz, pero a veces parece que hubiese que explicarlo como algo inusual… Es una perspectiva que me molesta un poco, sinceramente, porque tenemos que estar de manera constante defendiéndonos porque escribimos con voz de mujeres y aclarando que nuestra literatura no es por ello exclusivamente femenina, sino que escribimos para todos. ¿Por qué los hombres nunca son acusados de hacer literatura masculina? Y, además, con el estigma que eso supone según quién lo califique, se etiqueta como un subgénero que dice “tú eres mujer, escribes cosas que tienen que ver con mujeres y son ellas quienes te leen”. Creo que al final es una mera cuestión de prejuicios que tenemos que intentar quitarnos de encima.
Tu primer libro salió en 2009. Ya tenés cuatro y más de 5 millones vendidos. ¿Pensaste que tu nueva etapa como novelista iba a tomar impulso tan rápido?
¡Fue todo tan precipitado que no pude ni parar a imaginar cómo podría ser! La verdad que no. Entre que terminé de escribir El tiempo entre costuras y se publicó pasó muy poco tiempo: no tuve ese purgatorio que deben pasar muchos hasta dar con una editorial que los lance. Y luego tuve una aceptación
magnífica de los lectores desde el principio, se empezó a tejer una telaraña. Debí tomar algunas decisiones rápido, como aparcar mi carrera universitaria para volcarme a esto 100 por ciento y seguir trabajando sin nunca bajar la guardia, no dando nada por sentado. La primera novela no me garantizaba llegar a la cuarta si yo no ponía mi parte.
¿Fue difícil asumirte como un fenómeno literario y abandonar tu carrera previa? Lo tomaba o no. Llegué un momento en que puse las dos cosas en la balanza y noté que no podía con las dos, no me alcanzaban las horas del día. En la universidad llevaba una vida muy satisfactoria, muy plena. No empecé a escribir para cambiar de profesión. Pero era una suerte tener la posibilidad de cambiar después de 20 años de vida académica: la literatura me abrió un mundo nuevo.
Las ferias del libro suelen ser ocasiones de contacto con los lectores. ¿Es algo que disfrutás? A mí me gusta, no se me hace cuesta arriba la promoción. Escribir un libro es una carrera de fondo. Viajas, estás en contacto con gente, pero también implica muchas horas de aislamiento. Tienes ganas de que el libro cobre vida, de ver cómo lo reciben los lectores. Disfruto encontrarme con ellos porque te cuentan cosas interesantes, comparten su opinión, de alguna manera validas y revalorizas tu trabajo porque notas si has conseguido lo que querías: si se rieron, enternecieron… o no. Cuando pasan cuatro meses y sigues hablando de lo mismo sí, ya está (risas). Porque si hay mucho ruido alrededor, el cuerpo y la mente te piden aislarte otra vez y volver al trabajo solitario.
Mencionaste una etiqueta, la de “literatura femenina”, pero hay una más con la que se te asocia: la de best seller. ¿Cómo lo llevás? ¡Esa es otra! Son como dos pegatinas que llevo. Pues mira, lo mismo: son prejuicios. Es una simplificación y tergiversación creo que bastante perversa el asumir que porque vendas mucho de manera automática tu literatura carece de calidad. Un best seller, al final, significa que vende mucho, que los lectores te leen. ¡Pero qué le vamos a hacer si hay
gente que piensa así! No me afecta a mí en exclusiva ni todos piensan lo mismo. Pero en la atmósfera sopla eso, que un best seller es un género en sí, que se puede fabricar: te sientas y tienes como objetivo vender un millón, lo compones y sale. No es así, ni tan simple ni tan absurdo todo.
¿Qué es lo que más disfrutás de ser escritora? El proceso en su conjunto y lo que hay detrás, que es la libertad que tengo para hacerlo como quiera. Elijo hacia dónde volver la mirada, los tiempos, los recursos, la estructura, la gente que voy a meter en un cesto. Lo que más valoro es poder ser la encargada absoluta de principio a fin de cada proyecto. Sobre todo después de venir del mundo académico, donde todo es tan estructurado y sistemático, y eso que me movía muy bien en ese ambiente. Utilizo mucho de eso, lo transfiero a la escritura creativa. Pero este margen de libertad en el que marco las pautas y tomo las decisiones es muy encantador. ◆
Fenómeno en Netflix
El primer libro de Dueñas fue un éxito tanto en el mercado editorial como en la pantalla chica: El tiempo entre costuras fue adaptado por Antena 3 y en la Argentina se pudo ver en la grilla de Telefé y en Netflix. La templanza también ya tiene en marcha su versión audiovisual con una coproducción internacional. Sin embargo, la escritora no tiene en sus planes escribir para esa plataforma: “La novela es un territorio en el que me muevo muy a gusto. Trabajo en proyectos de dos o tres años. No quiero dispersarme, por ahora”.