Queremos tanto a Cortazar

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NOTA DE TAPA • POR DANIELA ROSSI • FOTOS: ARCHIVO 7DIAS

A cincuenta años de la publicación de su novela más emblemática: “Rayuela”, amigos, colegas y compañeros de ruta recuerdan al Cortázar íntimo. Escriben Sara Facio, Manuel Antín, Tata Cedrón y Abelardo Castillo, entre otros.

QUEREMOS TANTO A

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CORTÁZAR EN PARÍS. 28 DE FEBRERO DE 1977

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EN 1963 CON SU PRIMERA BANDA Y EN 1973, VESTIDO PARA EL ALADDIN SANE TOUR.

Por Manuel Antín*

Desde que hice mi primera película, La cifra impar, sobre su cuento “Cartas a mamá”, nos hicimos muy amigos. Intercambiamos muchísimas cartas; yo aún guardo las de él. Yo leí su cuento y me interesaba mucho filmarlo. Le escribí una carta muy formal, con fecha del 31 de marzo de 1961, y él contestó diciendo: “estimado señor y amigo”. La última decía: “Querido Manuel”. Esa primera película la hice de manera independiente. Él vivía en París. Recién la vería en los laboratorios Alex: él estaba sentado en una butaca detrás de la mía y después de una escena en la que el personaje revela un misterio de su personalidad, él se apoyó en mi hombro y me dijo:

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“pibe, entendí mi cuento”. Después volvimos a encontrarnos en Festilevante, en Italia. Hicimos juntos la adaptación de “Circe”. Él se fue a París, yo volví a Buenos Aires. Después le envié los diálogos que escribí y una grabación que él había hecho. Ése fue el comienzo de un largo trabajo juntos, de adaptaciones, discusiones, desinteligencias, afectos. Todo lo que ocurre entre dos personas que se proponen algo en común. Él vivía completamente obsesionado por su literatura. Y, por supuesto, que eso lo llevaba a defender cada palabra y cada gesto que le proponía para la película. Fue un vínculo afectuoso, cordial, amis-

toso, que duró hasta 1975. En esa fecha él me dijo que dejaría de escribirme porque era “peligroso” para mí. Él ya no vendría a Buenos Aires. Y terminaba diciendo: “Como decía un español, no es que le tengo miedo a las balas, pero sí a la velocidad a la que vienen”. Estábamos en plena dictadura. Él me cuidaba a mí, su trabajo lo hacía un “amigo peligroso”. Sólo volvió a Buenos Aires en 1983, cuando asumió la presidencia Raúl Alfonsín. No quiso ver a nadie, vino de incógnito; es falso que el presidente no quiso recibirlo. El sólo vino a despedirse de la ciudad, porque sabía que su enfermedad era irredimible. *DIRECTOR DE CINE


Por Sara Facio*

Nos conocimos en 1967. Viajamos a París junto con mi socia fotográfica, Alicia D’Amico, para llevarle la maqueta del libro que se llamó “Buenos Aires, Buenos Aires”. La intención era proponerle escribir los textos. Él estaba en su casa, con su mujer Aurora. Yo estaba muy nerviosa porque Julio Cortázar ya era un escritor muy famoso y admirado, y no me conocía para nada. Ese encuentro fue comenzar desde el frío y a los pocos minutos ya sentirnos muy bien: le divertía cómo hablaba yo, con mi tono porteño al que él ya no estaba acostumbrado. Las fotos le gustaron mucho y dijo que sí: escribiría el texto. Fue el inicio de una amistad muy cálida y profunda que duró hasta que Cortázar murió. Nuestra relación es como la de cualquiera que tiene un amigo en el exterior. Apenas llegaba a París lo llamaba por teléfono y combinábamos para encontrarnos. Salíamos, íbamos al teatro, a ver espectáculos. También comenzó en aquel momento nuestro vínculo laboral, ya que ése no fue el único trabajo que hicimos juntos: hizo los textos de “Retratos y Autorretratos” y de “Humanario”, lástima que este último no lo haya podido ver pero fue seleccionado el año pasado como uno de los mejores libros de fotografía de la historia. Ese vínculo tuvo sus frutos. La primera vez que lo fotografié fue en ese mismo año en que nos conocimos. Le hice ese retrato tan conocido, que después salió en las solapas de los libros, pósters, en todos lados. Después hicimos fotos varias veces más. En 1968 le hicimos fotos junto con Alicia, él ya era muy conocido, y después hubo una ocasión más. Era facilísimo retratarlo porque le gustaba y además a él mismo le gustaba mucho hacer fotos en sus viajes. Ese famoso retrato con su cigarrillo está colgado en un espacio de mi estudio, junto a otras fotos como la de Doris Lessing, Pablo Neruda y otras que ganaron primeros premios. Esa imagen de Julio es muy conocida y a la gente le gusta verla. * FOTÓGRAFA

RETRATADO POR SARA FACIO EN BUENOS AIRES, EN 1968.

Por Tata Cedrón*

¿Quién puede creer que un día venga Cortázar y lo deje para siempre en un libro? Conmigo fue así, vino a atorrantear y de pronto le salió eso. Este recuerdo siempre me vuelve a emocionar. Estábamos en un departamento cerca de Bastilla, entre rue Amelot y Republique. Hicimos una fiesta, estaban mis hermanos Alberto y Jorge, la familia, muchos chicos, un Lord inglés que hacía beneficencia en Argentina y estaba alojado en mi departamento, un lugar chiquito, con camas cuchetas. Estaba Juan Gelman también, muchos compañeros. Con Alberto cocinamos empanadas y polenta, le pusimos queso Camembert. Era una bomba. En ese ámbito Julio imaginó el cuento, “Un tal Lucas”: dijo que nos daría una

sorpresa y apareció con el texto editado. Fue muy simpático y tierno de parte de él. Margarita, mi mujer, le dijo que la había hecho quedar como una sucia, por los repasadores que tenía. Ya cuando empieza decía que no necesitaba saber dónde estábamos, por el ruido que hacíamos. Nos escrachó para siempre, es como estar en un cuento de Víctor Hugo. Me siento muy orgulloso de Julio, me acuerdo bien de aquella noche. Cada vez que lo leo me da mucha gracia y ternura. Pinta toda la situación muy bien, no es para nada solemne, siempre me vuelve a emocionar. Siento un gran cariño y extrañeza de extrañarlo a Julio Cortázar. *MÚSICO

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Abelardo Castillo*

Por Emilia Puceiro de Zuleta*

Era un profesor joven cuando llegó a Mendoza y enseguida deslumbró por su personalidad. Recuerdo la calidad de las clases de literatura francesa que daba, y la buena relación que tenía con los estudiantes. Tuvo intervención en la Cámara de la universidad y en esa época también llevó adelante una posición antiperonista. Era un profesor extraordinario, con un gran poder de seguimiento sobre los alumnos. Llevaba las traducciones propias de los poemas. Cursé con él literatura francesa del siglo XIX, poesía y literatura inglesa. Encontró aquí una atmósfera muy propicia, una universidad naciente, había muchos profesores extranjeros. En una de sus cartas, Cortázar dice que la Universidad de Cuyo parece Harvard. Se escuchaba música, fue la primera casa de estudios con dedicación exclusiva, una mejor jubilación. Después de hora se reunía en el Club Universitario, en un grupo llamado “Hot Jazz Club Mendoza”, a escuchar vinilos de jazz que tenía mi marido, Enrique. Le gustaba mucho el jazz, aunque era abierto.

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En aquella época hizo buenos amigos. Luis Felipe García del Rubio y Daniel Devoto, profesor de historia de la música, así como Sergio Sergi, grabador, y Abraham Vigo, artista plástico. Esas relaciones se prolongaron con la correspondencia. Era un hombre altísimo, con un rostro muy diferente al que sería después. Completamente lampiño, ojos entre verdes y azules, se expresaba siempre con gran elocuencia y precisión. En esos años empezaba a gestarse el gran Cortázar. La universidad estaba en una casa antigua con grandes patios, y en un sector funcionaba la Escuela de Bellas Artes. Por allí pasaban actores, escritores, artistas. Hacían grandes reuniones. Él tenía un gran sentido del humor y siempre atento a los aspectos absurdos de la vida. Aquellas tertulias seguramente sirvieron para experimentar sus relatos, sus grandes ficciones. La primera vez que volvió a la ciudad vino a nuestra casa, Enrique y yo ya estábamos casados. *MIEMBRO DE LA ACADEMIA ARGENTINA DE LETRAS

Mi relación con Julio Cortázar empieza en el año 1960, acababa de salir “Las armas secretas”, libro que leí en un tren en un viaje a San Pedro. De vuelta a Buenos Aires escribí en “El grillo de papel” una nota sobre el libro donde ponía a Cortázar como cuentista, por encima de Borges, descubría que las iniciales Ch. P. de “El perseguidor” eran las de Charlie Parker –hasta ese momento nadie había notado que ese relato no es una invención sino que está basado en una biografía de Parker–, sostenía que Cortázar terminaría por escribir novelas, y sobre todo señalaba, no sin pedantería, que el final del cuento “Las armas secretas” me parecía imperfecto. Al poco tiempo recibo una carta de Cortázar, la primera de una serie de cartas, donde decía que lamentaba no poder encontrarse conmigo porque ya estaba con un pie en el avión, pero que había leído esa crítica y nos agradecía haberla publicado. Cortázar era más de veinte años mayor que todos nosotros y nos hablaba como si tuviera nuestra edad. Le escribimos a París y lo primero que hicimos fue pedirle un cuento inédito, que nos mandó. En realidad, nos mandó dos. Uno de ellos era “Continuidad de los parques”. Después tuvimos el cuidado, deliberadamente tardío, de explicarle que éramos una revista de izquierda. Sabíamos que él trabajaba en la Unesco y que había publicado en “Sur”. Le proponíamos ser nuestro colaborador permanente. Nos mandó otra carta diciéndonos que el hecho de que fuéramos una publicación de izquierda se la hacía más leíble, también recuerdo que no escribió “legible”, sino “leíble”, y a partir de ese momento, hasta el último número, formó parte de nuestra revista. Hacia 1973 lo conocí personalmente


de la manera más insospechada y curiosa. Una mañana, a eso de las nueve y media, me llaman por teléfono y alguien me pregunta si “hablaba con la casa de Castillo”, y yo le digo que sí en muy mal tono porque estaba medio dormido, quizá me había acostado hacía dos horas. La voz me dice: “Le habla Julio Cortázar”. Y yo, con absoluta indiferencia: “¡Ah sí, qué bien!”. “¿Pero, hablo con la casa de Abelardo Castillo?”, y en el “pero” y en la palabra Abelardo noté el gangoseo típico de Cortázar, que pronunciaba la “r” a la francesa no por amaneramiento o por hacerse el francés, sino porque tenía frenillo; no podían ser mis amigos de San Pedro, quienes, hablando en general, no son lingüistas tan refinados como para reparar en esos detalles. Le digo: “Pero, ¿quién habla?”, “Cortázar”, me dice Cortázar. Volví a notar la “r” afrancesada y le dije: “Perdóneme, Cortázar, estoy medio dormido, me acuesto muy tarde y estoy durmiendo con mi novia”, qué se yo qué disparates. El hecho es que quería conocernos, es decir, conocer a los integrantes de “El escarabajo de oro”. Recuerdo que me pidió que no hubiera demasiada gente porque los argentinos hablábamos muy alto y en Buenos Aires hay mucho ruido, y él ya estaba desacostumbrado a nuestros decibeles. Sylvia siempre recuerda esa mañana porque ella tendría veintidós años y, cuando yo le comenté a Cortázar que estaba durmiendo con mi novia, él dijo: “No hay nada más lindo que dormir con la novia”. Cortázar vino a mi casa esa tarde. Cuando lo atiende Sylvia, que le llegaba literalmente a las costillas flotantes –Cortázar era un hombre altísimo–, estábamos oyendo jazz, a Charlie Parker, pero por pura casualidad. Estaba encendida la radio, no era un disco nuestro. Supongo que a él le pareció natural. En su literatura se nota que estos pequeños milagros le parecían naturales. Más tarde llegaron Liliana Heker, Bernardo Jobson, Marcelo Cohen, Denial Freidemberg, uno o dos más. Lo que nos asombró ese día fue no encontrar en Cortázar el humor de sus libros, el de “Cronopios” o de algunos capítulos de “Rayuela”. Era un alto señor muy serio, casi circunspecto, muy tímido, que hablaba en voz baja y, cuando se reía, se tapaba la boca con la mano. No habló mal de ningún escritor argentino, cosa muy rara entre escritores argentinos, aunque yo creo que, en parte, lo hacía por astucia, no por las mismas

CORTÁZAR JUNTO CON SU PRIMERA MUJER, LA TRADUCTORA AURORA BERNÁRDEZ. razones por las que Marechal nunca hablaba mal de nadie. Cortázar se cuidaba un poco, por su condición de argentino a medias. Era ambiguo y querible, sobre todo muy querible para las mujeres, una combinación rarísima de gigante y huérfano. En esa época, tenía unos sesenta años, barba absolutamente negra, pelo negro y tupido, parecía un hombre de treinta años que se ha dejado crecer la barba para parecer mayor. Hasta que nos reencontramos, esa misma noche o alguna otra, no lo oímos reír. Estaba entusiasmado por recorrer “el barrio de los piringundines”,

en la calle 25 de Mayo, por Alem, a tomar vino y a comer en algún bodegón del Bajo. Y ahí apareció el verdadero Cortázar. Después de unos vasos de vino el humor de Cortázar era irrefrenable. Estaba hecho de cosas mínimas como las que a veces pone en sus libros. *ESCRITOR FRAGMENTOS EXTRAÍDOS DE “SER ESCRITOR”.

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LA VUELTA AL MUNDO EN

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FESTEJOS ESTE AÑO SE CUMPLEN 50 AÑOS DE “RAYUELA” Y EN 2014 SE CONMEMORARÁ EL 100º ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DEL ESCRITOR. ALGUNOS DE LOS HOMENAJES Y EVENTOS QUE SE PREPARAN: • EN JUNIO APARECERÁ UNA EDICIÓN CONMEMORATIVA, DE TAPA DURA, DE “RAYUELA”. • “OCTAEDRO”, “UN TAL LUCAS” Y “ALGUIEN QUE ANDA POR AHÍ” SERÁN LOS PRIMEROS LIBROS QUE ALFAGUARA REEDITARÁ. LE SEGUIRÁN “62/MODELO PARA ARMAR”, “DESHORAS” Y “QUEREMOS TANTO A GLENDA”. PARA 2014 ESPERAN LOGRAR LA REEDICIÓN DE TODA SU OBRA. • CORTÁZAR EN BERKELEY, UNA COMPILACIÓN DE LOS DISCURSOS QUE EL ESCRITOR DIO EN LA UNIVERSIDAD DE BERKELEY, CALIFORNIA, TAMBIÉN SERÁ PUBLICADA. • LA PLAZA QUE ESTÁ DELANTE DE LA BIBLIOTECA NACIONAL, EN AVENIDA LAS HERAS Y AGÜERO, SUMARÁ A SU NOMBRE EL DE LA GRAN OBRA DE CORTÁZAR. DESDE EL OTOÑO, CUANDO SE REALICE UN ACTO HOMENAJE, SE LLAMARÁ “PLAZA DEL LECTOR – RAYUELA”. • EL INSTITUTO CERVANTES DE PARÍS PLANEA PARA FINES DE ABRIL UNA EXPOSICIÓN QUE RENDIRÁ HOMENAJE AL ESCRITOR. “QUEREMOS TRADUCIR ‘RAYUELA’ EN UNA EXPOSICIÓN”, ASEGURÓ SU DIRECTOR; HARÁN FOCO EN LA RELACIÓN DE CORTÁZAR CON OTROS REPRESENTANTES DEL MUNDILLO ARTÍSTICO. PROYECTAN TAMBIÉN CREAR UNA RUTA POR LA CIUDAD LUZ QUE RECORRA LOS LUGARES CLAVE DE SU VIDA. • LA FUNDACIÓN JUAN MARCH DE MADRID, DONDE SE ENCUENTRA LA BIBLIOTECA PERSONAL DEL ESCRITOR, DONADA POR SU PRIMERA ESPOSA, AURORA BERNÁRDEZ, ESTIMA TERMINAR PARA ESTE AÑO LA DIGITALIZACIÓN DE TODO ESE MATERIAL.

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RE ECUE ERDOS S DE CH HIVIILC COY Rubén Osvaldo Lago* Era muy pibe, tendría 16 años, pero la imagen me quedó grabada. Yo era locutor de una publicidad que se emitía en una radio de Chivilcoy. Junto a la radio había una librería, la de Tito Ranni. Julio Cortázar, un hombre altísimo y muy educado, venía muy seguido a conversar sobre libros con él, eran muy amigos. Había llegado a Chivilcoy hacía poco y daba clases en el secundario. Ése era un punto de reunión para todos los intelectuales de la ciudad. También queda el recuerdo de la pensión en la que paró, la de Varzilio. Hoy en ese lugar de la calle Pellegrini hay una farmacia, pero queda el recuerdo del gran escritor que vivió allí durante varios años. *LOCUTOR

SU AMOR POR EL JAZZ ATRAVESÓ TODAS LAS ETAPAS DE SU VIDA. Por Felisa Pinto*

Hebe Violante* Fui su alumna en la Escuela Normal entre 1941 y 1943; él daba las clases de historia. Era un profesor que admirábamos y respetábamos mucho, y a quien podíamos consultar sobre dudas de cualquier materia. Si había algo que nos preocupaba o no entendíamos, ya fuera de su clase o de otras, conversábamos con él durante los recreos y se nos aclaraba el punto. Era muy joven cuando estuvo aquí; siempre estaba bien dispuesto, muy amable. Recuerdo sus clases como muy amenas. *ALUMNA DE JULIO CORTÁZAR EN CHIVILCOY

De febrero a noviembre de 1963 fui la corresponsal de Atlántida en París. Fue en aquel momento cuando lo entrevisté en su casa de París: mi marido era Rubén Barbieri, trompetista, hermano del Gato Barbieri. Juntos habían hecho la banda de sonido de El perseguidor, la película que Osías Wilenski había hecho en base a un cuento de Cortázar. Le pregunté si le había gustado la música y me respondió: “Los Barbieri tuvieron la extraordinaria habilidad y honestidad de hacer una música muy original y que, al mismo tiempo, tenga un estilo. Fue un homenaje pero no un pastiche”. Era un apasionado de la música, pero sin dudas el jazz era su preferida. En 1973 yo trabajaba en “La Opinión” y vivía a tres cuadras de la redacción. Cortázar vino de incógnito a Buenos Aires; Juan

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Gelman y Silvia Rudni, de quienes ambos éramos amigos, me pidieron si le podía prestar el departamento a él. Había venido para publicar “El libro de Manuel”, que terminó de corregir en mi casa, y cuyos derechos donaría a los presos políticos de Lanusse. Nos vimos cuando llegó. Tuve que comprar una cama especial porque él era muy alto y yo soy muy bajita. Se quedó durante 10, 15 días. Cuando ya había partido encontré, en el cesto de la basura de mi escritorio, los borradores desordenados y arrugados de aquel libro. En ese momento no lo pensé y los tiré. Me dejó una carta que aún conservo en la que me agradecía por el departamento y la música: “Disfruté mucho de tu casa y sobre todo de tus discos de jazz”. *PERIODISTA

Por Luis Tomasello*

El editor Maximilien Guiol me propuso hacer un libro con un escritor. Yo conocía a Julio Cortázar, hablé con él y me dijo que estaría encantado de trabajar conmigo. Guiol y yo mismo pensamos que estaría bien hacer serigrafías. Y él precisó que 10 sería un buen número. Yo no quería mezclar el color, el blanco, el negro, prefería hacerlo todo en negro. Nos pusimos de acuerdo y yo tenía que hacer una caja, como un cofre en madera pintada en negro para cada ejemplar de la edición.


RET TRATO OS DE ÉPO OCA “El Cortázar que fue profesor en la Universidad de Cuyo, entre 1944 y 1945, era un Cortázar bastante raro, distinto al posterior. Cuando llegó a Mendoza tenía 29 años. Era aliadófilo, en una etapa previa al peronismo. Pero en lo político no tenía prejuicios; era, más bien, apolítico. En esos años aquí había dos grandes grupos, el de los nacionalistas católicos y el conservador. Él conversaba y era amigo de gente de ambos lados. Su objetivo era desarrollarse académicamente con independencia. Mientras estuvo en la ciudad ya tenía entre manos, según correspondencia de la época, “Casa Tomada”, después publicado en “Bestiario”. JAIME CORREAS, AUTOR DEL LIBRO “CORTÁZAR, PROFESOR UNIVERSITARIO”.

“Tenía 25 años cuando llegó a Chivilcoy para trabajar como profesor. Desde allí mantuvo correspondencia con Marcela y Lucienne Duprat, madre e hija y amigas suyas, que vivían en Bolívar. Él aún no se reconocía como escritor ni intelectual; era un profesor. En esas cartas, Cortázar se esmeraba, ofrecía su corazón abierto; todas tienen un tono existencialista, de reflexión, preguntas sobre la vida. Al mismo tiempo, se daba cuenta de que con la narrativa podría experimentar más que con la poesía. Encontramos tres cuentos inéditos en esas cartas, que no pudimos publicar por los derechos: uno de ellos hablaba sobre la creencia de las mujeres que tenían poderes, las “brujas” del pueblo. Era muy crítico con todo su material”.

¿Por qué Negro el 10? Cuando él escribía el texto todavía no teníamos el título, y Julio Cortázar habla de la ruleta a la que jugamos al vivir… en la ruleta hay dos colores, y cuando se enteró de que cuando sale el 10 es negro, optó por ese título. Hicimos las serigrafías y él debía escribir el texto. El poema lo hizo mientras estaba enfermo, antes de morir. Le llevé fotografías de los cuadros que íbamos a realizar en serigrafías y un médico, al verlo rodeado de todas aquellas fotografías sobre la cama, le preguntó: “¿Qué hace con todas esas fotografías?”. Y entonces Julio le explicó qué era todo aquello. Pasaron algunos meses, Julio seguía mal, muy enfermo, y yo iba a visitarle por

la mañana cada dos días. Las cajas estaban terminadas, y las serigrafías también. Pasó el tiempo, hizo el texto, ya todo estaba impreso, y solamente faltaba la firma. Yo tenía los 60 ejemplares en el maletero de mi coche y los días siguieron pasando. Julio se encontraba peor y no me hablaba de ello, hasta que un día me preguntó si los libros para firmar seguían en mi coche. Fui a buscarlos, se sentó y poco a poco se los fui pasando. Había firmado una veintena cuando le dije: “Lo dejamos para mañana”. Me respondió: “No vaya a ser que…”. Continuó firmando hasta terminar los 60 ejemplares. Murió tres días después, el 12 de febrero de 1984”.

CECILIA NORIEGA, COAUTORA DE “EL JOVEN CORTÁZAR”, EDITORA DE WWW.POETADELACRUZDELSUR.COM.AR

“La película ‘La sombra del pasado’ se filmó en Chivilcoy en 1945 y se estrenó en 1946, pero está perdida. El guión de esa película lo escribieron Ignacio Tankel y Julio Cortázar; pruebas no hay, pero la gente de Chivilcoy lo recuerda así. Fue un proyecto comunitario, del pueblo, en el que todos querían participar y después reunirse para ver. En aquella época Cortázar era un profesor más, pero dejó una gran marca. En una carta posterior, cuando él ya había dejado Chivilcoy, preguntó qué había pasado con esa película”. GERARDO PANERO, DIRECTOR DEL DOCUMENTAL “BUSCANDO LA SOMBRA DEL PASADO”

*ARTISTA PLÁSTICO

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