chicas superpoderosas son deportistas destacadas en disciplinas reservadas, en general, a los hombres. Se animan a los entrenamientos duros, a la competencia y a los prejuicios del que dirán. Historias de mujeres que transpiran la camiseta.
Foto: Archivo 7 Días.
Por Daniela Rossi
JESSICA BOPP Reina del cuadrilátero El ring la recibe siempre perfectamente peinada y con ropa diseñada para ella, según la ocasión. Hay veces que hasta pelea maquillada. Haciendo gala de sus 26 años, Jessica “Tuti” Bopp exalta su feminidad cuando pelea, pero dice que no es adrede. “Siempre me gustó estar arreglada, y si alguien me para en la calle para pedirme una foto me gusta estar bien”, dice quien ostenta el apodo de “la niña bonita del box”. Cursaba la secundaria en la escuela media N°9 de Villa Domínico, cuando a los 16 se acercó a un gimnasio, sin saber mucho sobre mundo del boxeo. Pero a los seis meses hizo su primera exhibición frente a una compañera del gimnasio, y no se detuvo. “A mi mamá la convencí por el lado de que por entrenar y tener que estar descansada, dejé de salir con mis
amigas, y abandoné el cigarrillo”, explica entre risas. “En ese momento no pensaba en ser campeona”, confiesa quien supo coronarse en la categoría minimosca de la Asociación Mundial de Boxeo. “Me decían que boxear era de varones. Les dije que el día que me lastimaran, yo sola iba a decir basta. Al principio me daba un poco de temor el tema de los golpes, pero ya estoy acostumbrada. Son los gajes del oficio”, sentencia con palabra de experta. Bopp comparte entrenamiento con hombres y mujeres en el gimnasio municipal donde entrena, allí salta a la vista que cada vez más hay chicas que se ponen los guantes. “Más allá de la competencia, como entrenamiento es excelente. Ayuda a moldear el cuerpo y te permite descargar mentalmente”, aconseja a los principiantes.
NORA KOPPEL Pura fuerza de voluntad
foto: Ignacio Arnedo
Cuando se la ve levantando más de 100 kilos en un frío gimnasio de San Cristóbal, cuesta imaginarla cuando se sujetaba de la barra, en las clases de danza clásica que tomaba de chica. Aunque está en un impasse a causa de una lesión en el hombro izquierdo, Nora Koppel, que participó de tres Juegos Olímpicos en levantamiento de pesas, no deja de entrenar cada mañana, y a sus 37 años, guarda la esperanza de volver a competir, si la operación que se hará a fin de año sale bien. “Empecé tarde, a los 25, y nadie esperaba tantos logros por mi edad. Pero como ya hacía deporte, y siempre fui fuerte y coordinada, avanzamos”, cuenta sobre sus inicios junto a quien aún es su entrenador y compañero en la Escuela Nacional de Entrenadores, Sergio Parra. En el relato recuerda que su mamá resistió un poco su inquietud deportiva, “Tenía miedo que me deformara el cuerpo, pero con tiempo entendió que uno es como es, más allá de lo
que haga”. Koppel reconoce que debió dejar casi todo lo ajeno al deporte para “consagrarse”, y eso la fue alejando de los intereses que suele tener una treintañera. “¡No quiero hablar de pañales!”, se ataja, mientras acepta que por su prominencia física más de una vez le cuesta conseguir ropa que le entre y que evita lugares con mucha gente porque a veces le gritan cosas feas. En cuestiones gastronómicas, a pesar de que se permite una pizza con gaseosa los sábados, o alguna medialuna, sigue una estricta dieta que alterna entre arroz integral, pollo y hasta tres docenas de claras de huevo por día. “Estás en situaciones límite todo el tiempo, obviamente tu carácter cambia. Esforzás tu cuerpo, aguantás dolores. Es muy interesante, en este deporte llegás a conocerte mucho”. Al verla queda claro, el sacrificio que requiere el mundo de las pesas es grande, aun así ella se mueve en él como pez en el agua.
Foto: Archivo 7 Días.
LUCRECIA CARABAJAL Pura sangre Mundo dominado por hombres, el turf tiene en Lucrecia Carabajal a una de sus niñas mimadas. Única jocketa profesional que compite en el hipódromo de San Isidro, llegó a las carreras de caballos a través de su papá, veterinario y entrenador. “Es una profesión complicada para las mujeres, por tradición siempre fue un mundo masculino”, reconoce quien lleva más de 12 años cruzando el disco, desde ese febrero de 1998 en que ganó su partida número 120, con una yegua que cuidaba su papá. Ese día dejó de ser aprendiz. “El mundo de los caballos es una profesión arriesgada –reconoce–. Mis papás no querían que fuera a la escuela de jockeys, pero terminaron aceptándolo”. Aunque el
entrenamiento riguroso lo llevan los animales y no tanto los jinetes, esta joven de 1,67 de altura, debe dar un pesaje que oscila entre los 52 y 53 kilos, antes de cada carrera. Además de montar todas las mañanas y correr por las tardes, se confiesa amante de los deportes, y también suele jugar fútbol o practicar boxeo por diversión. Aunque su antecesora, Marina Lezcano, ya había comenzado el camino de las jocketas en el país, allá por 1978, Carabajal sigue siendo de las pocas mujeres que se le anima al turf: “El ambiente a veces es machista –confiesa–, pero poco a poco se va tornando natural, porque nos vemos todos los días y casi siempre soy la única entre los hombres”.
VIVIANA GARAT Dueña de la ovalada Se coló en el mundo del rugby cuando pisaba los 17 años. Fue un poco por curiosidad, ante la invitación de una amiga, y otro poco para llevarle la contra a su hermano, jugador de este deporte y bastante reacio a que ella se acercara a la ovalada. Por ese entonces, Viviana jugaba al hockey y se ocupaba de organizar torneos de fútbol y cestobol en el colegio. Hoy, después de diez años, es la capitana de la selección femenina de rugby y juega en el Club Sixty de Resistencia, Chaco, en donde vive. “Me daba bronca cuando decían: ‘¿el rugby no es de hombres?’, o preguntaban: ‘¿no te golpeás?”, cuenta recordando sus comienzos. “No me quedé con eso, traté de hacer bien las cosas, porque practicar este deporte no te hace menos femenina”, sentencia. Además de ser jugadora, Viviana arbitra partidos, se recibió de licenciada en Turismo y ahora estudia la carrera de Nutrición. En el país hay cerca de 40 clubes en los que alrededor de 550 jugadoras practican la disciplina. Divididos por regiones, juegan cinco encuentros obligatorios al año, en un calendario diseñado por la Unión Argentina de Rugby, y otros tantos amistosos, según lo que el bolsillo propio pueda costear. La perspectiva es promisoria, “en los últimos tres años hubo en el país un crecimiento en cantidad y calidad de jugadoras”, afirma la chaqueña, que sitúa a las chicas de Brasil y Venezuela como las mejores del continente. “La solidaridad y el respeto que hay en el rugby no lo vi en ningún lado. Es un deporte en el que no podés ganar solo”, sentencia sin dudar.
Foto: Agencia Fotos de Rugby
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Foto: Archivo 7 Días.
MARISA GEREZ Chica crack Pasión de multitudes a lo largo y ancho del país, la redonda también es cosa de mujeres. Ya son once los equipos que participan del torneo de Buenos Aires, y hay otros tantos en el interior. Surgida gracias a los picaditos callejeros que se armaban en las veredas de Villa Zagala, Marisa Gerez conoció desde chica las delicias de patear la pelota, rodeada de su grupo de amigos. “Me había sumado a Central Ballester en donde jugábamos fútbol 11, hasta que un día alguien ofreció probarme en Boca. ¡Pareció una locura!”, recuerda a la distancia de ese primer contacto con la camiseta azul y oro, que todavía defiende. Esta número cinco, que adora a Juan Román Riquelme de quien se atreve a afirmar: “¡me muero si se va del club!”, recuerda los días en que Carlos Bianchi les preguntaba cómo había
salido su equipo el fin de semana. La chica de 33 años hora está concentrada junto a sus compañeras de Selección, ya que el plantel albiceleste viajará en octubre a Ecuador, para jugar el torneo Sudamericano. “La gente ya no se sorprende de que una mujer juegue al fútbol, está más difundido. Cuando empezamos, les parecía raro”, dice. Aunque se alegra de que les hayan dado un lugar en el predio de la AFA, al igual que los hombres, la distancia entre el fútbol masculino y femenino parece abismal. “En la Argentina todavía es demasiado amateur”, resume. Malabarista entre sus estudios y el trabajo, Gerez logró recibirse en Administración de Empresas el año pasado, porque aunque resulta vistoso y cada año convoca a más espectadores, del fútbol femenino no se vive.
Foto: Archivo 7 Días.
LÍA SALVO Entre bochas y tacos Los caballos y los tacos fueron una imagen corriente durante la infancia, en la que su papá Héctor fue jugador profesional de polo y alcanzó los seis goles de handicap. A los 11, después de años de andar a caballo, Lía logró la esperada montura con estribos de cuero. “Le insistí tanto a mi papá para que me diera un taco que empezó a prestar más atención, al final tuve que enseñarme a jugar”, cuenta esta joven de 22 años desde Londres, en donde vive la mitad del año, según le marca el cronograma de torneos en los que juega, que también le deparan destinos como Singapur o Malasia. Con sus primeros pasos en el Club de América, en la ciudad del oeste de la provincia de Buenos Aires en donde su familia tiene campos, la precoz polista empezó jugando junto a varones. “Hace pocos años que conocí el polo de mujeres, me metí en este mundo casi sin darme cuenta, y nunca sufrí diferencias de género. Si bien la fuerza de un hombre es superior, con mucha técnica
pude alcanzar un nivel que me permite jugar de igual a igual”, desafía. El año pasado, la Asociación Argentina de Polo estableció un registro de handicap para las mujeres, lo que facilitó la organización de torneos que abren la puerta de las canchas más famosas al sexo femenino. “Es un deporte en plena expansión, muchas empiezan a jugar desde chicas”, asegura Lía, que ostenta siete puntos de handicap, y cuenta con el sponsoreo de las marcas top del ambiente. “Cuando terminé el colegio estaba dispuesta a hacer una carrera, pero nunca a dejar el polo. Recibí un par de invitaciones para irme a jugar afuera, y pensé ¿por qué no?”, recuerda. Unos años después, acostumbrada a vivir a ambos lados del Atlántico, dice que se siente feliz a pesar de haber tenido que resignar amigos, familia y salidas varias por sus viajes. Además, se atreve a increpar: “hay muchísimas chicas que juegan mejor que algunos hombres que conozco”.