Beaton, la insatisfacción de un creador frustrado

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Domingo. 5 de noviembre de 2017 • LA RAZÓN

CULTURA Daniella MENDOZA - Madrid

alicia en el país de las maravillas», así llamaba Jean Cocteau a Cecil Beaton. Sus diarios, publicados hace unos años, dejan claro por qué. El fotógrafo –definirlo como esteta sería más correcto, ya que también fue dibujante, pintor, diseñador de vestuario y escenógrafo, escritor y un amante del arte en general– describía sin tapujos a los artistas con los que se codeaba a menudo. De Elizabeth Taylor escribió, por ejemplo, que «sus pechos, colgantes y enormes, parecen los de una campesina dando de mamar a sus hijos en Perú». Su relación con muchas de las figuras relevantes del siglo XX

«M

fue lo que llamó la atención de la realizadora Lisa Immordino Vreeland, que este otoño presentó dos trabajos paralelos sobre el inglés: el libro «Love, Cecil: A Journey with Cecil Beaton» (Abrams) y un documental del mismo nombre. Immordino recopila en el libro fotografías nunca vistas de la colección del artista inglés junto a cartas de sus amigos y algunos de sus más icónicos trabajos. Entre ellos, retratos de famosos –de Marilyn Monroe a Cristóbal Balenciaga– y de la familia real británica (de hecho, suyas son algunas de las imágenes más recordadas de la reina madre y de Isabel II). El libro puede adquirirse a través de la web de Abrams & Chronicle. Según su biógrafo, Hugo Vickers,

que participa en el filme, uno de sus grandes logros fue transformar el estatus del fotógrafo en la sociedad: «Consiguió elevarse a sí mismo de un joven que miraba deslumbrado a su ídolos desde la distancia a un invitado privilegiado en sus mesas», escribió. Beaton ganó el Oscar por los diseños de vestuario de «My Fair Lady» y «Gigi», y su gran frustración fue no ser capaz de escribir una obra de teatro. Sin embargo, la autora quiso mostrar su lado menos conocido, además del controvertido –tuvo cantidad de amantes de ambos sexos, entre ellos, Leslie Caron y, según muchos, Greta Garbo– y su faceta de artista torturado. Por otra parte, para el documental la realizadora entrevistó a decenas de personas que le conocieron o

cuyos trabajos se inspiran en el de Beaton: de Manolo Blahnik a Isaac Mizrahi pasando por el también fotógrafo David Bailey, David Hockney y la modelo Penelope Tree. La autora llega a Beaton después de dedicar películas a dos mujeres que compartieron con él época y amistad, la editora de «Harper’s Bazaar» DianaVreeland, abuela de su esposo –de la que el fotógrafo escribió: «Su personalidad es apta para resultar un poco alarmante a quien la conoce por primera vez»– y Peggy Guggenheim. Su próximo proyecto será sobre Truman Capote, al que Beaton retrató en numerosas ocasiones y que se refirió así al talento de su amigo: «Nunca se inventará una cámara que pueda capturar todo lo que él ve».

–¿Qué resalta de Beaton en el libro que no esté en el filme? –Fue un hombre tan visual y su obra es tan extensa –nunca dejó de crear– que quise hacer un libro que tuviera resonancia en el mundo de hoy y resultase un poco distinto; quise mostrar el Beaton que no se ha visto hasta ahora. Se diferencia del documental porque no es un recorrido biográfico, más bien destaca momentos: su trabajo teatral, las figuras que le influyeron, su paso por Hollywood, unas fotos preciosas de Nueva York que no se conocen y sus retratos de la Segunda Guerra Mundial, que probablemente sean de lo menos conocido de su trabajo. Se trata de una selección de lo que más me gustó tras dos años de investigación del perProcedente de una colección privada

La historia del conocido fotógrafo, pero también dibujante, pintor, diseñador, escenógrafo y dramaturgo frustrado, es la de un creador atormentado y permanentemente insatisfecho, al que se le dedican ahora un libro y un documental

BEATON LA INSATISFACCIÓN DE UN CREADOR FRUSTRADO Procedente de una colección privada

Sobre estas líneas, algunas fotos inéditas de Beaton incluidas en el volumen. A la dcha., el artista


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LA RAZÓN • Domingo. 5 de noviembre de 2017

CULTURA

sonaje. Un aspecto interesante de Beaton es que no solo retrató a las personas más creativas del siglo XX, sino que escribió sobre ellas en sus diarios y estaba en constante diálogo creativo con éstas. Hay un capítulo entero dedicado a su amistad con otros fotógrafos, por ejemplo. Diría que al menos el cincuenta por ciento del material está tanto en el libro como en el filme, pero en el primero incluí, por ejemplo, una serie de cartas de sus amigos que no aparecen en el documental. –Antes de terminar su trabajo sobre Peggy Guggenheim, ya sabía que pasaría a Beaton. ¿Qué aspectos de él le atrajeron? –Que era tan creativo y, a la vez, sacrificaba todo en el altar de la creatividad. No parecía un hombre

muy feliz. Con Peggy Guggenheim también encontré un personaje que no siempre estaba contento, y eso se ve en el filme. Me gusta la idea de que una persona con defectos pueda hacer algo grande. Creo que es un mensaje importante para el hoy. Por otra parte, siempre supe que quería retratar a Beaton y después de Peggy me di cuenta de que estaba preparada, porque también tenía inseguridades, se sentía marginado. Me atraían los defectos. –Otra cosa que compartían es que ambos se reinventaron a lo largo de su vida. –Eso también me atrae. Da esperanza a la gente y es lo que quiero que sientan al ver la película: «Tengo una oportunidad». Que te hayan dado un tipo de vida no significa

Pedro MANSILLA

El espíritu del pavo real

El siglo XX fue tan clasista, especialmente visto desde el Reino Unido, que no me extraña que muchas personas nacidas en la clase social equivocada, cuando por fin alcanzaban la casa de sus sueños, el jardín, la biblioteca, el retrato sobre la chimenea del salón y una agenda con todo el mundo importante a sus pies, no pudiesen olvidar su «pecado capital». Esa extraña sensación de tener un pasado que ocultar, del que avergonzarse, por el que preferían pasar de puntillas, obsesionó a dos personas por las que siento debilidad, Coco Chanel y Cecil Beaton. De la primera era sobradamente conocido su gusto por reinventarse «un pasado» que ocultase hasta su edad verdadera, del segundo, no tanto. Su aspecto, su trabajo, sus relaciones a ambos lados del Atlántico, su

éxito en todo lo que hacía, y hacía de todo, lo envolvía en una aureola aristocrática que parecía remontarse a la «Guerra de las Dos Rosas». Un libro y una película han puesto sobre la mesa sus intimidades más inconfesables. De hecho, el detalle de que hayan elegido a Ruppert Everett para prestar su voz en la película, y este haya aceptado con gusto, confirma elegantemente que los dos son británicos, los dos homosexuales y los dos con irresistible atractivo como animales de compañía. La desahogada posición económica de su padre y sus estudios de Historia, Arte y Arquitectura en el St. Jonh’s College de Cambridge no le parecieron quitamanchas de suficiente calidad. He visto cientos de sus fotografías, supongo que reveladas en la gelatina de plata preceptiva de

que estás obligado a vivirla, puedes esculpirla a tu manera siempre que tengas pasión y empuje. Todos los personajes que he retratado –Vreeland, Guggenheim, Beaton– tenían esa cualidad. Podría llamarse ambición, pero en el caso de Beaton se trata sobre todo de deseo. –Fue un hombre controvertido. –Abordamos eso de frente. ¿Qué sentido tiene hacer un documental sobre alguien y no contar eso? Es lo que realmente conforma al personaje. Una historia que contamos es que en 1938 «Vogue» le encargó una ilustración y dentro del dibujo Beaton escribió, en letras muy pequeñas, un comentario antisemita. Él lo achacó a que estaba cansado, de pésimo ánimo y con demasiado

su época, desde su primer retrato para «Vogue», a la duquesa de Malfi, a los retratos oficiales de la reina Isabel de Inglaterra, a Cristóbal Balenciaga o Diana Vreeland, pasando por los cientos de actrices y actores con ese glamour con el que él conseguía envolver a todo el mundo. Esa manía aristocratizante era marca de la casa. Laurence Olivier, Vivien Leigh, Katharine Hepburn o Marlene Dietrich, por ejemplo. María Callas, Grace Kelly y, por supuesto, Audrey Hepburn. Ganó tres veces el Oscar, uno por el vestuario de «Gigi», (Vincente Minnelli, 1958), y dos por el vestuario y la dirección artística de «My Fair Lady» (George Cuckor, 1964). Todavía la vida le dio para ser un convencido patriota que se convierte en reportero de guerra y consigue poner su

trabajo. El hecho es que hizo algo incorrecto y lo descubrieron. El propio Condé Nast lo despidió. La experiencia marcó su carrera y su vida para siempre; nunca pudo superarlo del todo. Ese es solo uno de muchos episodios complicados que relatamos. –Tuvo éxito en varias disciplinas, pero sufría porque quería hacer más cosas.¿Lo describiría como un artista torturado? –Sí, creo que hay una dosis de tormento. Si vemos a otros personajes como Picasso –que cambiaba de pareja como la mayoría de la gente cambia de coche–, descubres que era conocido por su temperamento. Creo que Beaton estaba atormentado porque siempre se sintió marginado. Nunca encajó del todo

y jamás se sintió cien por cien satisfecho. Además, sufría la presión de ganar dinero para mantener el estilo de vida que había construido para sí mismo. –En la cinta, Rupert Everett lee extractos de los diarios de Beaton. ¿Por qué Everett? –Beaton publicó 38 libros, entre ellos sus diarios. De ellos tomamos el diálogo del filme. En cuanto a elegir a Rupert... simplemente supe desde el principio que debía ser él. Brindó al filme el tono necesario.

granito de arena para que los EE UU entren en la contienda con aquella inolvidable portada de «Life» que retrata a una niña herida, mirándonos desde su cama del hospital, abrazada a su muñeco de trapo. ¿Cuántos millones de personas, como diría Jean Paul Sartre, tomaron conciencia con esa fotografía? Leí hace muchos años su delicioso libro «Espejo de la moda» y todavía recuerdo los cuatro nombres españoles que menciona. Balenciaga, Rita de Acosta, la duquesa de Lerma y la duquesa de Peñaranda. De Balenciaga, al que conoció cuando éste tenía 57 años, hace una de las mejores definiciones que conozco: «Si Dior era Watteau, Balenciaga era Picasso». A la duquesa de Lerma la eleva a categoría de la persona con el mejor gusto del mundo para la decoración, al

describir el dormitorio en el palacio que tenía en Toledo – dice Beaton en 1954–, hoy convertido en convento. El libro incluye su propio dibujo de esa alcoba. A la duquesa de Peñaranda la eleva a la categoría de esas mujeres que, en los años veinte, eran consideradas en París «lo más de lo más»... Cecil Walter Hardy Beaton también lo fue. Aunque su admirada Isabel II se olvidara de reconocérselo. Les dejo con una de sus citas que más honor hace a su talento: «La moda es muy semejante a nosotros mismos; alternativamente contradictoria y firme, trágica y cómica, una mezcla de lo transitorio y lo perenne; pero, a pesar de ello, todos nosotros tenemos lo suficiente del espíritu del pavo real para no poder prescindir de ella por completo».

«LOVE, CECIL» Lisa Immordino ABRAMS 256 páginas. 40 libras, (45 euros).


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