Museo Reina Sofía: entre la locura y la fiebre del oro

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Miércoles. 31 de octubre de 2018 • LA RAZÓN

Cultura Una exposición vincula el pasado del museo, que en el siglo XVIII fue sede del Hospital General de Madrid y acogió a los enfermos mentales de la ciudad, con el de las colonias y el delirio aurífero que allí «contrajeron» los mineros españoles enviados por la Corona

Museo Reina Sofía: entre la locura y la fiebre del oro D. MENDOZA - MADRID

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El poporo quimbaya Una de las piezas más destacadas de la muestra es un poporo quimbaya que, aunque no es original de la época precolombina, sí fue realizado en oro. Los poporos se utilizaban para el mambeo de hojas de coca durante las ceremonias religiosas.

l ruido y la penumbra confunden al visitante del edificio Sabatini. Mientras baja la escalera hacia el sótano, un breque –el sistema utilizado tradicionalmente para extraer el oro de las minas– sube y baja los cinco pisos del Museo Reina Sofía. Al llegar a la Sala de Bóvedas, el hechizo se completa: vagones de madera recorren los estrechos rieles típicos de una mina, mientras desde arriba se escuchan los silbidos de los trabajadores que arrean a sus mulas, cargadas con maderas para construir los túneles que les permitirán seguir avanzando montaña adentro. La instalación, a cargo del colectivo colombiano Mapa Teatro, busca trasladar al espectador a las minas de Marmato, en Colombia, escenario del sueño febril de Ángel Díaz, un ingeniero español enviado en el siglo XVIII a esa colonia para supervisar la explotación del oro. La exposición «De los dementes, o faltos de juicio», denominada por el colectivo como una «etno-ficción», recuerda los vínculos entre el origen del museo y la colonización. Inicialmente, el edificio del Reina Sofía fue la sede del Hospital General y de la Pasión de Madrid, fundado en el siglo XVI por el rey Felipe II, y al que dos siglos más tarde se le añadió un nuevo edificio, finan-

ciado por orden de Fernando VI con las limosnas otorgadas por la familia real y la riqueza procedente de las colonias, en su mayoría el oro de las minas que proliferaban en todo el territorio. Si en sus inicios el hospital funcionaba como un refugio para los más pobres de la ciudad, en el siglo XVIII acogió a enfermos de todo tipo, entre ellos, los que padecían de enfermedades mentales –llamados «dementes o faltos de juicio»– y a los que se recluía en los sótanos del edificio para evitar que «contagiaran» a los demás pacientes.

Misivas desde Nueva Granada Ángel Díaz fue uno de aquellos pacientes. Nacido en Nalda (La Rioja) y especializado en París en matemáticas, física y minerología, fue enviado por el rey junto a su cuñado, Juan José D’Elhúyar, a Caldas, una región de Colombia de gran producción minera. Carlos III deseaba que modernizaran aquellas minas, entonces explotadas de la manera tradicional de los indígenas, para hacerlas más rentables. Los dos ingenieros pasaron una larga y conflictiva temporada en Colombia, donde tuvieron numerosas diferencias entre ellos, con los nativos y hasta con el Virrey. De todo ello dan fe una serie de cartas enviadas por Díaz a Carlos III y recuperadas por Mapa Teatro para la muestra. Años después de su llegada a

Para la muestra, la Sala de Bóvedas del Reina Sofía ha sido transformada en el interior de una mina

Nueva Granada, Juan José D’Elhúyar murió en la Vega de Supía, aunque su cuñado permaneció en el país a cargo de las minas de Marmato, ubicadas en una montaña que hoy se continúa explotando. Hasta que en 1816 fue diagnosticado con lo que entonces llamaban «auriferis delirium», trasladado a España y encerrado en las bóvedas del Hospital General. En la muestra puede leerse un informe de 1992 según el cual el ingeniero forma-

ría parte de las distintas apariciones, fenómenos y ruidos inexplicables que supuestamente han plagado el museo desde hace siglos: «El edificio tiene una impregnación antigua debido a la intensidad emocional de las vivencias correspondientes a la función que como hospital había desempeñado durante muchos años. El último hombre en ponerse en contacto fue un tal Ángel Díaz, quien repetía incesantemente que lo único que


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