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Sábado. 25 de agosto de 2018 • LA RAZÓN
Cultura
Hoy se cumplen cien años del nacimiento del compositor y director de orquesta que creó, entre otras, la música de «West Side Story», una obra con la que se identificaba a nivel personal y cuyo montaje no estuvo exento de drama, como la propia vida del genio
Leonard Bernstein y el musical que reflejó su vida D. MENDOZA - MADRID
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El West Side se traslada a Madrid El 3 de octubre se estrena en Madrid «West Side Story» como parte de los más de 2.000 homenajes a Bernstein que se celebrarán este año en todo el mundo. Aunque se respetarán tanto la música como el guión y las coreografías originales, Federico Barrios, a cargo de la dirección, afirma que «la propuesta y el montaje escénico es original, es el sello propio, además del modo en que hemos tratado los personajes». Asegura que el mayor reto de dirigir uno de los musicales más famosos del mundo fue «adaptarlo a la idiosincracia de España –darle un espíritu local, que no fuera demasiado anglosajón–, de modo que el público se sienta identificado con la historia». Afirma además que los dos grandes temas que trata la obra son el de la inmigración –Barrios es argentino, por lo que se identifica con el sentimiento de desarraigo– y, claro, el amor: «Lo que cuenta “West Side Story” está presente ahora mismo en el debate social y político, además de que María representa el triunfo del amor, la razón y los principios por encima del odio», subraya.
l año 1943 Leonard Bernstein se convirtió en una «estrella ascendente» o «rising star», como dirían los estadounidenses. Fue nombrado director adjunto de la Orquesta Filarmónica de Nueva York y el 14 de noviembre sustituyó de emergencia a Bruno Walter, que se encontraba enfermo, en un concierto en el mítico Carnegie Hall. Bernstein hizo un gran trabajo y la radio se ocupó del resto: el espectáculo fue retransmitido a nivel nacional y acto seguido comenzaron a lloverle las ofertas laborales. Sin embargo, la estrella de Bernstein alcanzó su máximo resplandor años después con «West Side Story», el musical que saltó de Broadway a Hollywood y de allí al imaginario colectivo de generación tras generación. El genio de origen judío habría cumplido cien años hoy y el mundo no ha perdido la oportunidad para recordarlo –con todas sus virtudes y, claro, sus defectos (era bastante maniático, bebía demasiado y no fue precisamente un ejemplo de fidelidad)– con una serie de homenajes, desde un «remake» en Broadway del célebre musical hasta libros, novelas y al menos dos películas sobre su vida. Retomar su historia a través de la de «West Side Story» resulta natural no solo porque éste fue un hito de su carrera, sino porque el musical nació de un sentimiento personal de injusticia que compartía con los otros tres hombres que crearon la obra. Además, la gestación de «West Side Story» fue casi tan tumultuosa como la vida personal de Bernstein. La idea original fue del director y coreógrafo Jerome Robbins, que buscaba actualizar
la historia de Romeo y Julieta. En su versión, Romeo era hijo de inmigrantes italianos y católicos y ella una joven judía; su amor imposible se gestaba en las calles del Lower East Side de Manhattan (de no haber cambiado de parecer, el musical se habría llama «East Side Story»).
Rumbo al Oeste Pero entre 1949, cuando Robbins comenzó a dar forma a su historia, y 1955, cuando se sumaron al proyecto Bernstein y Arthur Laurents, que escribiría el guión, el clima del país había cambiado y, en consecuencia, el musical tomaría otro rumbo (hacia el Oeste). Con el final de la Segunda Guerra Mundial comenzó la llamada tercera ola migratoria de puertorriqueños a Estados Unidos, específicamente a Nueva York, donde se instalaron cerca de 40.000 entre 1952 y 1953. Muchos fueron víctimas de discriminación y las peleas callejeras cada vez más usuales entre pandillas de neoyorquinos y puertorriqueños alimentaban los rotativos. Para Bernstein y sus compañeros la situación no pasó desapercibida y hasta vieron en ella una oportunidad. Trasladaron el musical al oeste de Manhattan, donde se había instalado la comunidad latina, y convirtieron a la protagonista, Maria, en una joven puertorriqueña y a su amado, Tony, en un americano de pura cepa. El resto de la historia, con su música prodigiosa y famosas coreografías, lo conocemos todos. A Laurents, Stephen Sondheim, autor de las letras de las canciones, Robbins y Bernstein les unía la religión judía y el hecho de que eran homosexuales en una época de poca o ninguna tolerancia en ese sentido (Bernstein, casado y con tres hijos, era
LIBRARY OF CONGRESS, MUSIC DIVISION
bisexual). Sin embargo, en una entrevista concedida en 2009, dos años antes de su muerte, Laurents asegura que la religión fue el factor definitivo: «Los homosexuales eran una minoría, pero entonces no figuraban tanto. Los judíos figuraban entonces, ahora y siempre. Creo que era eso lo que teníamos en común, lo que impulsó el musical: ese sentimiento de injusticia». Pero el cambio de dirección no significó que las cosas irían sobre ruedas de ahí en adelante. Al
«TODA LA AGONÍA, LOS RETRASOS Y REESCRITURAS RESULTARON HABER VALIDO LA PENA», ESCRIBÓ EL DIRECTOR TRAS EL ESTRENO
contrario, el musical pretendía subir al escenario una dosis de violencia y sexo que Broadway nunca había visto, por eso les costó tanto conseguir un productor que creyera en el proyecto. Finalmente les apoyarían Hal Prince y Robert Griffiths, a los que Sondheim convenció de darles una oportunidad. «En ese entonces se trataba de un musical audaz», ha dicho Prince, que asumió el riesgo después de que otros rechazaran el trabajo por no verle un futuro comercial al asunto. El productor recuerda la primera vez que escuchó la música: «Era un domingo por la tarde en el apartamento de Lenny Bernstein, que tocó el piano muy fuerte porque estaba nervioso. Steve puso la voz. Cuando terminaron, ya sabía que parti-