TERRY O’NEILL, EL OBJETIVO DETRÁS DE LOS MITOS

Page 1

78

Viernes. 15 de abril de 2016 • LA RAZÓN

CULTURA Fue el fotógrafo de todas las estrellas y quien, antes de que fueran los Beatles y los Rolling Stones, retrató a los bisoños músicos y a «todos los famosos que me dio la gana»

TERRY O’NEILL, EL OBJETIVO DETRÁS DE LOS MITOS Por Daniella MENDOZA - Madrid erry O’Neill llevaba apenas unas semanas trabajando como fotógrafo cuando retrató por primera vez a los Rolling Stones. Poco antes, había vendido la imagen que le haría cambiar de profesión y de vida: el secretario de asuntos exteriores británico, Rab Butler, dormido en el aeropuerto de Londres. Tenía 25 años y no creía que este trabajo le duraría mucho, como tampoco creían entonces los Stones que perdurarían década tras década. «Solíamos hablar de qué haríamos cuando esta época pasara. Nos reíamos pensando en Mick Jagger todavía cantando a los 40», diría luego. A sus satánicas majestades está dedicada la exposición que se inauguró ayer en Mondo Galería (San Lucas, 9) y que reúne una serie de imágenes tomadas entre 1963 y 1965. Se trata de una selección del recién publicado libro «Breaking Stones. A Band on the Brink of Superstardom», de O’Neill y Gered Mankowitz, por entonces también un joven inexperto.

T

O’Neill). También posaron para él las «top models» y actrices de la época: Audrey Hepburn, Ava Gardner («la más hermosa de todas»; dijo), Marlene Dietrich y RaquelWelch. Asegura que no se le escapó ni uno solo de los famosos de la época: «Fotografié a todos los que me dio la gana», dice, y agrega que ya no hace fotos porque «no hay nadie interesante. Ya no hay grandes músicos, grandes estrellas. Estos de “X Factor” y “The Voice” habrán desaparecido en dos años». ¿Y de las modelos? «Odio a todas las de hoy. Esta niña inglesa, ¿cómo se llama? Algo con C», dice mientras hace memoria... ¿Cara Delevigne? «Ella, sí. Es un chiste. No entiendo cómo consigue trabajo. No habrá nunca más una Christy Turlington o, por ejemplo, una Jean Shrimpton». En su opinión, sólo se salvaba Amy Winehouse: «Habría podido ser una gran intérprete de jazz». O’Neill siente una debilidad especial por ese estilo de música y, de hecho, cuando tomó el camino de la fotografía, aún soñaba con viajar a Estados Unidos y convertirse en batería

Un visitante observa una de las fotografías más conocidas de la exposición, de los Rolling Stones

«YA NO HAY NADIE INTERESANTE A QUIEN FOTOGRAFIAR. ODIO A LAS MODELOS DE HOY», ASEGURA «AMY WINEHOUSE ERA LA EXCEPCIÓN: PODRÍA HABER SIDO UNA GRAN CANTANTE DE JAZZ»

de una banda de jazz. Las imágenes de los Stones expuestas en la galería también tienen ese aire soñador, inocente. Aunque hay algunas de ellos en concierto, la mayoría son retratos de momentos más íntimos; sentados a la mesa, arreglándose para una presentación, saliendo de la sala de grabación o simplemente divirtiéndose entre ellos. Eran otros tiempos: antes de la fama, los Stones alternaban en los bares del Swinging London. Sin embargo, hay una foto de Jagger que es testigo del cambio de perfil: envuelto en un abrigo de piel que deja claro que ya enton-

◗ «DELEVIGNE ES UN CHISTE»

La exposición es la historia de dos leyendas que se empezaban a construir, la de los Stones, claro, pero también la de O’Neill, que rápidamente se convirtió en el fotógrafo más publicado en aquellos años. A Mick, Bill, Keith y Charlie les siguieron John, Paul, Ringo y George; más tarde, David Bowie, Sinatra, Elton John y Paul Newman («el hombre más guapo al que retraté. Y, además, preparaba un excelente aderezo de ensalada», aseguraba ayer

STEVE MCQUEEN, «UN LIANTE» Tras presentar la exposición con un parco «gracias por estar aquí», O’Neill, que se levantó a las 4:00 para tomar un vuelo desde Londres, se refugia en un sofá apartado. Allí dedica unos minutos a hablar con LA RAZÓN de quienes han pasado frente a su cámara. Por cada nombre, dirá una palabra o frase que los defina. «Me gustan estos juegos», dice, y comienza. De Naomi Campbell, bromea: «Podría liarla». ¿Y Frank Sinatra? «El más grande». Pelé, a quien retrató para el mundial de Brasil: «El mejor futbolista del mundo». Su amigo, Ringo Starr: «Un gran baterista de rock and roll». Si Campbell era una amenaza, el actor Steve McQueen es la puesta en práctica: «Liante». ¿Audrey Hepburn? «Perfección», y Michael Caine: «Un gran tío y amigo».

ces era una estrella. De hecho, en 1965 ya «(I Can’t Get No) Satisfaction» se había convertido en un «hit» en todo el mundo y la banda estaba de tour por Estados Unidos. ◗ LAS TRES REGLAS

En lo que respecta a las dos grandes bandas de rock de la historia, O’Neil estuvo en el sitio oportuno en el momento adecuado. Pero, además, tenía un código de cazador de momentos únicos que daba resultado. Sus tres reglas para conseguir los increíbles retratos que constan en su currículum, son: ser invisible, tener paciencia, y saber cultivar unas dotes para las relaciones públicas. Esa fue la clave para convertirse en la sombra de Sinatra durante tres décadas. La Voz le permitía acompañarle a cualquier lugar e ignoraba su presencia porque, aunque eran amigos, de esta manera mostraba respeto por su trabajo. Con paciencia y discreción es como abordó también el reto de fotografiar a David Bowie junto a un inmenso perro en una imagen histórica que fue la portada de su LP «Diamond Dogs» (1974).


79

LA RAZÓN • Viernes. 15 de abril de 2016

CULTURA Efe

Arturo Pérez-Reverte reúne en un volumen, de edición limitada y numerada, todas las aventuras de su personaje y adelanta que aún dejará pasar otros tres años más antes de retomar la serie

«HE LLEGADO A COGERLE MIEDO A ALATRISTE» Dibujo de J. Mundet

C. Pastrano

Por J. Ors - Madrid quel año traía cuatro o cinco novelas encima, un puñado de historias de buen cuño y la mirada ensuciada por el hastío de la guerra. La idea sobrevino durante un vuelo y en un santiamén, de un tirón, salieron una retahíla de títulos y una frase que hoy muchos repiten de un tirón, de memoria, con el respeto del que invoca un mundo: «No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente». Nacía un aventurero, sin fe, pero con reglas, honrado, pero tampoco honesto, de mano pronta y ánimo resuelto, de palabras escasas y acero largo, que dejó su sangre en las calles de Madrid y también en los campos de Flandes. Soldado de profesión, capitán por afecto más que por grado y, en ocasiones, espadachín al mejor postor, Diego Alatriste puebla desde hace veinte años la imaginación popular con su aspecto desgreñado, de bigote poblado, figura escurrida, espada de gavilanes largos, sombrero de ala ancha y vizcaína afilada cuando toca o las cosas vienen torcidas. Arturo Pérez-Reverte lo creó en 1996 y el éxito, como sucede con las grandes invenciones, se lo ha arrebatado sin pedirle permiso ni preguntarle antes. «Hay mucha gente que me habla de él como si fuera de su propiedad. Algunos, incluso me reprenden y me dicen cómo puede haberse comportado de esta manera o de otra. He llegado a cogerle miedo a Alatriste. Los lectores depositan tanta expectación en sus libros que a veces pienso que esperan algo que ya no sé darles», admite el autor, que estos días lanza un volumen, de edición limitada y numerada, que reúne la saga entera del personaje y cuenta con un prólogo («Historia de un héroe cansado»), una introducción de Alberto Montaner y un abanico de ilustraciones nuevas de Joan Mundet. «Por este motivo anterior –prosigue el novelista– no he publicado un libro de él desde 2011.Todo lo que ha sucedido con él me ha hecho comprender que necesito todavía dos o tres años más para ver cómo quedará Alatriste. Con esta edición, cierro, por

A

Al otro lado del objetivo de O’Neill se han situado Audrey Hepburn, Ava Gardner o Steve McQueen. Por eso, en la actualidad, apenas acepta encargos de manera muy excepcional. Por eso, una de las últimas personas a las que el británico fotografió fue Nelson Mandela en 2008. «Pasé una semana con él en Londres. Conocí a todo el mundo gracias a Mandela. Cuando se fue, lo vi decirme adiós con la mano desde dentro del coche y sentí lágrimas en los ojos; era un hombre realmente auténtico», recuerda O’Neill. Desde entonces, casi no trabaja. Y tampoco saca la cámara por placer: «Soy como un asesino a sueldo –bromea–, esto es un trabajo, simplemente. Si alguien me encargase algo interesante, lo haría». Dice que los Stones fueron de los últimos grandes grupos de rock y que su magia nunca se repetirá: «Así como tampoco habrá otro Sinatra».

DÓNDE: Mondo Galería. C/ San Lucas, 9. Madrid. ● CUÁNDO: hasta el 30 de enero. ● CUÁNTO: gratuita. ●

CARA A CARA. El Capitán Alatriste y Arturo Pérez-Reverte. Personaje y autor comparten que han visto la guerra muy de cerca

«ALATRISTE VOLVERÁ MÁS CANSADO, MÁS VIEJO Y MÁS SABIO, LE DARÉ LO QUE HE APRENDIDO EN LA VIDA»

tanto, el primer ciclo de sus aventuras, la primera parte de su vida. Cuando vuelva, será ya un Alatriste cansado, más viejo, más sabio, le daré lo que he aprendido en mi vida hasta ese momento». ◗ UNA IMAGEN DURA Y REAL

Leal y rebelde, valiente, pero prudente, Alatriste irrumpió en la literatura para que los lectores entiendan la España que viven, que no se asombren ante el ministro corrupto o las equivocaciones de la realeza, y no, como recalcó ayer el escritor al recordar a algunos críticos poco acertados, como una exaltación de esa España imperial de la Casa de los Austrias. Al revés, para él, pocos autores han dado una visión tan dura, real, negra y tan poco conformista con nuestro país. Pero lo ha hecho con uno de esos hé-

roes modernos, ensuciados por la realidad. «El héroe perfecto es Aquiles, que muere en Troya, pero la pregunta es: “¿Qué pasa cuando sobrevive?” El personaje tiene que volver a casa, con los remordimientos, las mentiras. El hombre moderno es así, es como Ulises. Aquiles en nuestros días ya es imposible. Alatriste no habría funcionado, no habría sido creíble, si hubiera sido caballeroso, que sufre por la humanidad. En cambio, de esta manera, los lectores que se aproximan a él ven que es de verdad». En esta travesía literaria, Alatriste evoluciona, cambia, y no es el mismo en el primer libro que en el último. «Él evoluciona desde el principio. Pero es porque su historia está contada a través de los ojos de Íñigo. Al principio, él es un niño y percibe a Alatriste como un Aquiles, pero según va creciendo, cuando cumple dieciséis o diecisiete años, él ve más allá, ve las cicatrices, no del cuerpo, sino del alma de Alatriste. La mirada de Íñigo se transforma con el tiempo y acaba viendo la sangre en las uñas que tiene Alatriste. Por eso en los libros, no es

igual al comienzo que al final, porque Íñigo ha evolucionado». Desde el Mediterráneo dominado por el turco hasta el norte de Europa, Alatriste va enseñando una época, unos siglos, unos monarcas, unos reinos, una manera de vivir y de morir. Pero su nombre es algo más que literatura. Como admitió Pérez-Reverte ayer, durante la presentación, se ha transformado en una herramienta para enseñar historia en los institutos, pero también para profundizar en otras disciplinas transversales: «Sobre todo me siento orgulloso de que lo lean en los colegios. Allí lo utilizan para leer, pero también para enseñar, ética, como reconoció un maestro. A través del Capitán Alatriste les explicaba a sus alumnos cuál es la ética del mercenario, por ejemplo». La marquetería que apunta a Alatriste es el lenguaje, que forma parte de su identidad igual que el acero que pende de su cintura. Un ejercicio que le hizo bucear en la germanía, en el español que manejaban los delincuentes de la época y que los escritores de los Siglos de Oro emplearon en sus obras dramáticas. «No podía recurrir a un lenguaje arcaico. No tendría sentido. Pero, al mismo tiempo, necesitaba que este castellano tuviera un aroma clásico. Una de las cosas de las que me siento más orgulloso es del habla de Alatriste. Se me ocurrió y lo interesante es que algunas de estas palabras que he recuperado de ese momento ahora se han vuelto a utilizar».


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.