LA ESCRITURA COMO MEDIACIÓN ENTRE LA DANZA Y LA MEMORIA Hayde Lachino 10 de septiembre de 2011 (Texto publicado en la revista El Sótano http://www.revistaelsotano.org/)
En Amjad de Édouard Lock vi uno de los duetos más imponente que he presenciado en mi vida, lo cual me produjo una honda impresión, sin embargo, al intentar escribir de ello, para la revista en que por aquel entonces trabajaba, una suerte de parálisis me invadió. De repente me sorprendí incapaz de llevar al papel la experiencia plena de aquella función. Si atendía al análisis de la estructura de la obra: el uso del espacio, la velocidad con que los dos bailarines ejecutaban sus movimientos, el tono pausado de la música que generaba una suerte de contrapunto que aumentaba la intensidad de la escena, si apelaba a la escritura de ello, el universo de mis
emociones ante la percepción de aquel momento quedaría en segundo plano. Pero si partía únicamente de la emoción que me había producido, corría el riesgo de escribir una nota cargada de subjetividad, asunto tan contrario a lo que se supone debe ser una reflexión crítica de danza. En el limitado espacio que mi editora marcaba para el texto no pude resolver tal conflicto y el resultado fue una de las peores notas que he escrito en mi vida. A partir de esta experiencia, la escritura de la danza se me reveló como un campo problemático y me llevó a cuestionar con seriedad el sentido de la crítica de danza como ejercicio reflexivo, en un momento en donde las fronteras disciplinares tienden al borramiento, a preguntar por la apropiación de la obra por quien la percibe y también la relación de mi persona con el acto de escribir, como sujeto implicado con su objeto. Quien escribe de danza sabe que el objeto de nuestro análisis es efímero, huidizo, no está ahí de manera tangible para regresar a él una y otra vez para interrogarlo, para realizar una búsqueda acuciosa que nos permita ratificar nuestros supuestos. Escribimos desde la memoria, la cual, por cierto no es estática, cada día que pasa se olvidan detalles y se altera sutilmente la aproximación al origen. La escritura sobre la danza, por tanto, ya supone de por sí un reconocimiento a la complejidad que implica comprender ese acontecer de un cuerpo que se instituye como signo en un espacio-tiempo. Escribir de danza, es escribir desde el recuerdo, de aquello que nunca más será. Es un esfuerzo por intentar traducir a la palabra escrita las complejidades del movimiento. La palabra entonces se nos revela como un gesto de mediación, entre aquello inasible que siempre ronda a quien observa la experiencia corporal, la huella que ello deja en nuestra memoria y la grafía que se pretende permanente. Escribir es transitar por el recuerdo de una mirada, es una manera de reflexionar y cuestionar sobre la experiencia de la danza. El objetivo no es la escritura, el objetivo es siempre regresar, una y otra vez, al recuerdo de los cuerpos que se mueven. Es usar un lenguaje para comprender otro lenguaje y en ello se da una suerte de traducción, de invención de conceptos que intentan, una y otra vez, explicar los hechos de la escena. Es usar lo escrito para comprender lo vivido, la experiencia. Por tanto es escribir de un hecho en el que uno mismo está implicado. El problema insoluble para la escritura de la danza es aprehender no sólo la forma, sino también lograr traducir la fuerza de la obra. Aquí la crítica de danza muestra sus limitaciones, en el uso de la palabra parece que sólo podemos describir la forma, porque la intensidad del contenido es intraducible, se hace necesario trazar un camino que rodeé el hecho escénico, transitar por los bordes para después estrellar la palabra contra el intento de hurgar en las entrañas de aquella emoción producida. Al escribir de danza emerge un texto que tiene como referencia el hecho escénico pero que finalmente se refiere a otra cosa: aquello que mi percepción colocó como importante, a la lectura personal de un acontecimiento. La escritura que pretende desentrañar las razones de otro lenguaje se convierte así en un comentario que busca indagar en el misterio de lo efímero. Es hacer memoria por tanto historia. Escribir de danza se torna entonces en una imperiosa necesidad de traer al presente el recuerdo del impacto que produce ese algo que ocurre en la escena, sondear en uno mismo las diversas formas en que aquello nos impactó, nos afectó. El texto entonces es una mediación entre
la danza como hecho escénico y la memoria. Gustavo Teobaldi dirá: “El ejercicio de la memoria no significa, exclusivamente, el simple acto de recordar, sino que implica un remontarse hasta los orígenes de los hechos con el propósito de actualizarlos.”[1] Escribir no sólo es traducción, es reactualización del efecto que produjo la danza, el hacer presente la mirada. No hay acto de ver que se ingenuo o por lo menos desprovisto de una carga cultural que aproxima al espectador al acto de la danza de maneras diversas según los contextos. Algo similar ocurre entonces al escribir, opera ahí también un contexto en el cual el escritor mismo está inmerso. Si ya percibir es una forma de conocer, escribir es hacer visible lo conocido, porque ahí sólo queda plasmada la forma de nuestra percepción. Siguiendo a Kant decimos, no es la danza la que viene hacia nosotros, al escribir vamos hacia la danza. Escribimos no de la danza en sí, sino de aquella a la cual nos aproximamos y reinterpretamos a través de nuestros sentidos e intelecto. El texto que habla de la danza es la forma escrita de una mirada. En el acto de la memoria, que supone el escribir, se transparenta el proceso, damos unidad y orden a lo percibido. “Con la memoria establecemos orden y objetivos jerarquizados. Así lo múltiple se contrae en unitario…” (Sánchez Ruiz, 25). La danza que se escribe, desde la memoria del proceso, de lo percibido, es una danza que se ordena y transcribe desde la historicidad y limitaciones de quien ejecuta la acción de la escritura; el orden y unidad que le otorga al hecho se convierte entonces en un acto relativo. Ya no hay crítica que apunte al deber ser de la danza, la crítica de danza se torna cada vez más en descriptiva crítica. En el acto de escribir se reactualiza la mirada que desde la memoria se reconstruye por la escritura, del trazo de un cuerpo sobre el espacio al trazo que explica esa memoria en la palabra. Sin embargo, en el lenguaje, en la escritura no se puede abarcar toda la experiencia humana. Jérome Bel nos dice: “…el lenguaje es lo único que tenemos para describir lo que nos pasa en la vida pero finalmente es incapaz de hacerlo ya que nuestras emociones, nuestro pensamiento, nuestros sentimientos no pueden ser descritos adecuadamente…” (Bel, 78). Eso inasible es lo que relativiza todo intento por hacer de la escritura un absoluto y transforma la mirada crítica sólo en una perspectiva posible. Sin embargo es necesario inventar palabras para todo aquello que no se ha dicho aún sobre la danza, esta tarea es constante. Al escribir también se transparentan los actos relacionales que todo lenguaje supone, del lenguaje de la danza a la comprensión del mismo por un espectador. El traer al tiempo de la escritura el recuerdo de la danza, se hace a través de un acto metarelacional, del pasado al presente, de la danza al espectador, de la coreografía a la letra, relaciones que buscan todas ellas desentrañar el sentido de lo percibido. La escritura entonces ocupa un lugar medial, relacional, que se internalizar cuando a través de ella repensamos lo visto. Este acto medial supone una construcción social de la mirada que interpreta, sólo así es posible comunicar a otro la experiencia de lo visto. Al escribir de danza, lo que resulta no tienen nada que ver con la danza y que sin embargo apunta hacia ella, intentando con palabras romper el enigma de esos cuerpos en movimiento. En el trayecto de escribir se busca establecer una relación de coherencia entre lo lógico y lo psicológico, ¿qué me significa y por qué me significa aquello que la danza vista me propone? Lo que la escritura sobre la danza no puede seguir siendo es sólo análisis estructuralista, el hecho escénico no es suma de partes, es algo más, a ese algo más apunta esa escritura que se sabe mediación y no fin en sí misma.
La escritura precede al movimiento, deberíamos inventar palabras que se muevan, que permitan recobrar en la lectura, las dinámicas, las tensiones e intensiones del cuerpo que se mueve. Seguir el camino de Borges, usar palabras que no existen para nombrar lo imposible. Así hubiera podido escribir sobre el dueto de Amjad: BRTR, es el momento en que lo dos bailarines se mueven rápidamente en círculos y al mismo tiempo trazan una línea de fuga, es también el momento de lo etéreo, del cuerpo que no pesa y sin embargo cae, ese instante en donde bajo la luz de un cenital, dos cuerpos se mueven apelando al recuerdo del tigre y de la marmota. Es descubrir que debajo del signo hay muchos posible significados, la palabra es sólo la puerta de entrada a un mundo aún por nombrar. Esto nos obliga a pensar que es el movimiento, la danza, lo que imprime el sentido a la palabra, no al revés; porque el sentido está en la coreografía, no en la escritura, aunque después el acto de escribir adquiera su propio sentido. El origen de la significación está sobre la escena, pero inclusive dicha significación resulta en múltiples aspectos inasible. Siempre estará presente el terreno de lo indecible, de lo indescriptible que tanto preocupa a Jérôme Bel. Obras citadas: TEOBALDI, Daniel Gustavo. (1999) La memoria de la escritura. Espéculo. Revista de estudios literiarios. Universidad Complutense de Madrid. En: http://www.ucm.es/info/especulo/numero11/teob_mem.html Consultado el 5 de septiembre de 2011 las 21:26 hrs. SÁNCHEZ RUIZ, Joaquín y López Aparicio, Isidro. (2008). La memoria una estructura para la creación. Revista Arte, Individuo y Sociedad. Universidad Complutense de Madrid. Vol. 20. p-25. En: http://revistas.ucm.es/index.php/ARIS/article/view/ARIS0808110021A/5772 Consultado el 7 de septiembre de 2011 a las 22:21 hrs. BEL, Jérôme. (2003). Desde el principio he estado obsesionado por el lenguaje. Coloquio con Jérôme Bel introducido por Blanca Calvo. En Cuerpos sobre blanco. Edición preparada por Sánchez, José Antonio y Conde-Salazar, Jaime. Col. Caleidoscopio. Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha. Madrid. P-78
[1] TEOBALDI, Daniel Gustavo. (1999) La memoria de la escritura. Espéculo. Revista de estudios
literiarios. Universidad Complutense de Madrid. En: http://www.ucm.es/info/especulo/numero11/teob_mem.html Consultado el 5 de septiembre de 2011 las 21:26 hrs.