Grial 4

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La Búsqueda del Grial IV – El Viaje del «Argos»

LA INVASIÓN SAJONA El sol se refleja en las armaduras de los dos grandes ejércitos formados en la vasta planicie, uno frente a otro. Los únicos sonidos que se perciben son el ligero rechinar de los paramentos metálicos de los caballos de guerra y el ocasional crujido de las articulaciones de las armaduras cuando los caballeros se agitan, aguardando impacientes la señal. En un otero desde el que divisa el campo de batalla, el Rey Arturo se apoya desconsolado sobre una espada enorme (pero desde luego carente de magia). A su lado se encuentran el fiel sir Lanzarote y el Rey Pellinore, el viejo guerrero. Los rostros de los tres revelan una profunda preocupación. —Hoy morirán muchos hombres buenos —observa entristecido Arturo—, sea quien fuere el que se alce con la victoria. —Mais oui —reconoce sir Lanzarote, que a veces emplea su lengua nativa cuando se siente especialmente nervioso. —Lástima que no hayamos podido hallar a ese viejo estúpido de Merlín —dice el Rey Pellinore—. Un poco de magia nos habría servido de mucho en esta situación. —Jamás aparece cuando se le necesita —comenta suspirando el Rey—. Supongo que mejor será dar la señal para que se inicie la batalla. Por mucho que me desagraden las guerras, realmente no podemos permitir que los sajones arrollen todo el país. Se aparta de sus compañeros y alza su espada muy por encima de su cabeza. En el acto le responden los vítores de los hombres de abajo (y un rugido insultante de los guerreros que ocupan el otro lado de la planicie). Como olas enfrentadas, los dos grandes ejércitos comienzan a aproximarse. Resplandecen las armas ya prestas para la matanza. Entre el estruendo de los cascos se detienen las unidades de caballería que forman las vanguardias de los dos ejércitos. En aquel instante un silencio de sorpresa cae sobre toda la llanura. Tras el resplandor de un gigantesco relámpago ha aparecido entre los dos ejércitos una pequeña figura que porta un bastón de mando de ébano (y que extrañamente viste una túnica de estilo griego). —¿Quién es? —pregunta Pellinore—. No puedo verle desde aquí. —Su aire me parece familiar —declara sir Lanzarote, frunciendo el ceño. —¡Por San Jorge! —exclama el Rey—. ¡Creo que es Pip! Los hombres del ejército del Rey Arturo parecen haber llegado a la misma conclusión, porque hasta los cielos se alza como un súbito trueno el rugido de sus aplausos. La pequeña figura avanza tres pasos hacia los sorprendidos sajones y luego golpea una sola vez el suelo con la contera del bastón de mando de ébano.

Golpeas el suelo con la contera de tu bastón de mando.

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