2012
PROYECTO CUENTO CONTIGO
CUENTOS PARA APRENDER
[Escribir el subtítulo del documento] | David&Raquel
LA LIEBRE Y EL TIGRE... Que gran decepción tenía el joven de esta historia, su amargura absoluta era por la forma tan inhumana en que se comportaban todas las personas, al parecer, ya a nadie le importaba nadie. Un día dando un paseo por el monte, vio sorprendido que una pequeña liebre le llevaba comida a un enorme tigre malherido, el cual no podía valerse por sí mismo. Le impresionó tanto al ver este hecho, que regresó al día siguiente para ver si el comportamiento de la liebre era casual o habitual. Con enorme sorpresa pudo comprobar que la escena se repetía: la liebre dejaba un buen trozo de carne cerca del tigre. Pasaron los días y la escena se repitió de un modo idéntico, hasta que el tigre recuperó las fuerzas y pudo buscar la comida por su propia cuenta. Admirado por la solidaridad y cooperación entre los animales, se dijo: "No todo está perdido. Si los animales, que son inferiores a nosotros, son capaces de ayudarse de este modo, mucho más lo haremos las personas". Y decidió hacer la experiencia: Se tiró al suelo, simulando que estaba herido, y se puso a esperar que pasara alguien y le ayudara. Pasaron las horas, llegó la noche y nadie se acercó en su ayuda. Estuvo así durante todo el día, ya se iba a levantar, mucho más decepcionado que cuando comenzamos a leer esta historia, con la convicción de que la humanidad no tenía el menor remedio, sintió dentro de sí todo el desespero del hambriento, la soledad del enfermo, la tristeza del abandono, su corazón estaba devastado, y casi no sentía deseos de levantarse. Entonces allí, en ese instante, lo oyó... ¡Con qué claridad, qué hermoso!, una hermosa voz, muy dentro de él le dijo: "Si quieres encontrar a tus semejantes, si quieres sentir que todo ha valido la pena, si quieres seguir creyendo en la humanidad, para encontrar a tus semejantes como hermanos, deja de hacer de tigre y simplemente sé la liebre". Anónimo
LAS DOS RANAS Y EL BALDE DE LECHE Sucedió una vez que dos ranitas salieron a dar un paseo. Como hacían a menudo, recorrían los prados que rodeaban su charca saltando alegremente. Hasta que un día sucedió algo totalmente inesperado: tras un salto ni más ni menos largo cayeron dentro de un balde que el vaquero había olvidado cerca del establo y que aún guardaba bastante leche.
Al principio las ranitas no comprendían qué había sucedido, incluso encontraban divertida la situación. Pero pronto se dieron cuenta que aquello se estaba convirtiendo en una trampa: por mucho que se esforzaban por salir del cubo, las paredes metálicas eran demasiado lisas y el borde quedaba demasiado alto. Y así lo único que podían hacer era nadar y nadar para no ahogarse en la leche.
Pero el tiempo pasaba y el cansancio se apoderaba de ellas. ¿Te has dado cuenta de que nunca vamos a salir de aquí?, le dijo la ranita mayor a la más joven. Nuestras patitas no podrán soportarlo mucho tiempo y me temo que nunca saldremos de ésta. Moriremos aquí.
No importa, respondió la otra ranita. No podemos hacer otra cosa que nadar. Nada y no te lamentes. Conserva tus fuerzas.
Y las ranitas siguieron nadando y nadando y nadando sin descanso. Al cabo de unas horas, la ranita mayor volvió a quejarse: Nunca saldremos de aquí, éste será nuestro final. Me duelen las ancas y ya casi me es imposible seguir nadando. En verdad ha llegado nuestro fin. A lo que la ranita pequeña respondió: Nada y calla; no pierdas la esperanza. Simplemente confía y sigue luchando.
Y así siguieron, nadando y nadando; pero el tiempo pasaba y sus fuerzas menguaban, pues no paraban de dar vueltas, una detrás de la otra, concentradas en el movimiento de sus patitas y en mantener la cabeza fuera del líquido.
No puedo más, volvió a quejarse la ranita mayor, De verdad te digo que ya no puedo más. Ya no siento las ancas, ya no sé si las muevo o no. No veo bien y no sé hacia dónde me muevo. Ya no sé nada.
Continúa nadando, replicó la otra ranita. No importa cómo te sientas, no pienses siquiera en ello. Sigue adelante, continúa.
Sacaron fuerza de flaqueza y siguieron nadando y nadando. Por poco tiempo, pues la rana mayor pronto cejó en el empeño y con apenas un aliento de voz susurró:
Es inútil. No tiene ningún sentido seguir luchando. No entiendo qué estamos haciendo, por qué he de seguir nadando. Nunca podremos escapar.
¡Nada, nada! ¡Sigue nadando!
Y aún reunieron fuerzas para nadar unos instantes más…, hasta que la ranita mayor, extenuada, abandonó y murió ahogada. Y también la ranita más joven sintió la tentación de abandonar la lucha, de dejarse vencer y acabar con aquello, pero siguió nadando y nadando mientras se repetía a sí misma: Nada, nada. Un poco más, sólo un poco más. Continúa nadando. ¡Nada! ¡Nada!
Pero el tiempo pasaba y la ranita se sentía cada vez más débil. Le dolían las ancas, todo el cuerpo le dolía, pero ella seguía nadando, nadando, moviendo sin cesar sus pequeñas extremidades.
Y de pronto sucedió algo sorprendente. Bajo sus patitas empezó a notar algo de mayor consistencia que la leche, algo sólido, así que reunió las últimas fuerzas que le quedaban, se apoyó en aquella masa y saltó… justo por encima del borde del balde, para ir a parar a la seguridad del prado.
¡Con el movimiento continuo de sus patitas la leche había empezado a convertirse en mantequilla! Y la consistencia de la mantequilla le había ofrecido un punto de apoyo desde el que saltar.
Gracias a la perseverancia en su esfuerzo y a que no se había dejado derrotar por el cansancio o el sin sentido, había sido capaz de transformar una situación terrible en una ocasión de liberación.
En los momentos más difíciles lo único que no podemos perder es la esperanza.
Si pones tu corazón en tu propósito, ningún esfuerzo te parecerá difícil.
EL GRUPO DE RANAS Un grupo de ranas viajaba por el bosque y, de repente, dos de ellas cayeron en un hoyo profundo. Todas las demás ranas se reunieron alrededor del hoyo.
Cuando vieron cuan hondo este era, le dijeron a las dos ranas en el fondo que para efectos prácticos, se debían dar por muertas.
Las dos ranas no hicieron caso a los comentarios de sus amigas y siguieron tratando de saltar fuera del hoyo con todas sus fuerzas.
Las otras seguían insistiendo que sus esfuerzos serian inútiles.
Finalmente, una de las ranas puso atención a lo que las demás decían y se rindió, se desplomo y murió. La otra rana continuo saltando tan fuerte como le era posible.
Una vez mas, la multitud de ranas le gritaba y le hacían señas para que dejara de sufrir y que simplemente se dispusiera a morir, ya que no tenia caso seguir luchando. Pero la rana salto cada vez con mas fuerzas hasta que finalmente logro salir del hoyo.
Cuando salió, las otras ranas le dijeron: "nos da gusto que hayas logrado salir, a pesar de lo que te gritábamos". La rana les explico que era sorda, y
que pens贸 que las dem谩s la estaban animando a esforzarse mas y salir del hoyo.
Moraleja 1. La palabra tiene poder de vida y muerte. Una palabra de aliento compartida con alguien que se siente desanimado puede ayudar a levantarlo al finalizar el dia. 2. Una palabra destructiva dicha a alguien que se encuentre desanimado puede ser lo que acabe por destruir. Tengamos cuidado con lo que decimos. 3. Una persona especial es la que se da tiempo para animar a otros. En la NASA, hay un poster muy lindo de una abeja, el cual dice asi: "Aerodinamicamente el cuerpo de una abeja no esta hecho para volar, lo bueno es que la abeja no lo sabe"
LA PREGUNTA MÁS IMPORTANTE.
En cierta ocasión, durante mi segundo semestre en la escuela de enfermería, el profesor nos hizo un examen sorpresa. Leí rápidamente todas las preguntas, hasta llegar a la última: ¿Cómo se llama la mujer que limpia la escuela?. Seguramente era una broma. Yo había visto muchas veces a la mujer que limpiaba la escuela. Era alta, de cabello oscuro, unos 50 años, pero, ¿cómo iba a saber su nombre? Entregué el examen sin contestar la última pregunta. Antes de terminar la clase, alguien le preguntó al profesor si esa pregunta contaría para la calificación. “Definitivamente” dijo el profesor. En sus carreras ustedes conocerán a muchas personas. Todas son importantes. Ellas merecen su atención y cuidado, aún si ustedes sólo les sonríen y dicen: ¡Hola! Nunca olvidaré esa lección, y supe luego que su nombre era Dorothy. Todos somos importantes.
Lección Debemos aprender que el ser humano es como tal por que está lleno de valores, respeto hacia el otro, racionalidad y sentimientos, por tanto todos somos importantes
SOMOS ECO DE NOSOTROS MISMOS Un hijo y su padre estaban caminando en las montañas. De pronto el hijo se cae, se lastima y grita: “Ahhhh!!”. Para su sorpresa, oye una voz repitiendo en algún lugar de la montaña: “Ahhhh!” Con curiosidad el niño grita: “¿Quién está ahí?” Y escucha: ” ¿Quién está ahí? “. Enojado con la respuesta, el niño grita: “¡Cobarde!”. Y recibe de respuesta: “¡Cobarde”. El niño mira a su padre y le pregunta: “¿Qué sucede?” El padre le contesta: “Presta atención hijo”. Y grita: “¡Te admiro!”. Y la voz responde: “¡Te admiro!” “¡Eres un campeón!” “¡Eres un campeón!”
Y el padre le explica: “la gente lo llama ECO“, pero en realidad es, la VIDA… que te devuelve todo lo que haces… Nuestra vida es simplemente un reflejo de nuestras acciones. Si deseas más amor en el mundo, crea más amor a tu alrededor. Si deseas felicidad, da felicidad a los que te rodean. Si quieres una sonrisa en el alma, dirige una sonrisa al alma de los que conoces. Esta relación se aplica a todos los aspectos de la vida. La vida te devolverá exactamente aquello que tú le has dado. Tu vida, no es una coincidencia, es un reflejo de ti.
Alguien dijo: “Si no te gusta lo que recibes de vuelta, revisa muy bien lo que estás dando!!”.
UNA MUJER VISITA EL INFIERNO Y EL PARAÍSO Cierto día, una mujer subió sobre las alas de un ángel que le llevó a visitar el infierno y el paraíso. Al llegar al infierno, vio con asombro, que el infierno no era como le habían contado, sino un lugar extraordinariamente bello y armonioso. El infierno era un mundo colmado de bienes donde se escuchaba una delicada música. El calor del infierno era agradable, y hasta soplaba allí una brisa suave y perfumada. Caminando empezó a sentir hambre, y llegó hasta una inmensa mesa de banquete, con todos los manjares posibles y los vinos más apreciados del mundo. Pero entonces se dio cuenta de algo espantoso. Tenía los dos brazos entablillados. No podía doblar los codos. Podía coger cualquiera de los delicados manjares repartidos por la mesa, pero era incapaz de llevárselos a la boca. Otras personas sentadas alrededor de la mesa sufrían el mismo problema. Todos se sentían frustrados y lloraban por no poder llevarse la comida a la boca.
En este momento llegó de nuevo el ángel. La mujer subió sobre sus alas y viajó, esta vez al paraíso.
El paraíso era un lugar muy parecido al anterior. Había música armoniosa, también una brisa suave, y de nuevo una inmensa mesa de banquete, llena de manjares exquisitos.
Ella pensó para sus adentros: "Seguro que aquí en el paraíso las gentes pueden doblar los codos y por tanto disfrutar del banquete". Mientras reflexionaba acerca de esto, observó sus propios brazos y se percató de que todavía estaban entablillados. Llegó donde estaban otras
personas, y vio que a todos ocurría lo mismo que viera antes: nadie podía doblar los codos. Sin embargo, aquí no lloraban. "Que extraño es esto", pensó. "Tanto en el infierno como en el paraíso, no es posible doblar los codos. En el infierno, todos lloran y se lamentan. Y sin embargo, aquí, en el paraíso, sólo observo contento y dicha".
Por fin se dio cuenta de dónde radicaba la diferencia. Estos comensales no luchaban por doblar sus rígidos brazos. Por el contrario, cada persona cogía algún manjar y se lo ofrecía a aquel que tuviera a su lado. Se alimentaban unos a otros sin pensar en sí mismos, gozando con la amistad, y esto les llenaba de felicidad.
LOS AMIGOS.
Crecieron juntos, bailaron juntos, amaron juntos eran inseparables, hasta que un hermoso día se preguntaron ¿ que habrá mas allá de lo que vemos ,que seguirá después de nuestras vivencias y una pregunta mas ¿por qué siempre estamos juntos?. Estando muy preocupados por entender sus porqués escucharon algo o alguien que les pregunto: ¿sois más valientes que hombres¬? o ¿sois más hombres que valientes? Uno de ellos acertó a responder:-somos valientes y somos hombres, al unísono sonó una hermosa carcajada de satisfacción porque según ellos, “certera respuesta” de nuevo la voz: ¿por qué reís de algo que en realidad no sabéis? vosotros habéis llevado vuestras vidas sin deteneros en preguntar y hoy que lo estáis haciendo os burláis de vuestras propias preguntas pero, no os dais ninguna respuesta. Los amigos se abrazaron y como era tan claro lo que escuchaban se asustaron y se miraron con esa mirada del que esta perdido en el camino y no sabe elegir el próximo paso. Sigue la voz: -os habéis asustado caballeros valientes que de niños jugabais, apostabais, ganabais y hoy adultos no encontráis la respuesta? Pues…… si señor ,os la voy a dar : sois mis amados hijos ,almas gemelas ,caballeros andantes ,guerreros incansables que camináis unidos para llegar a vuestra meta , uno es la mano derecha del otro pero también la izquierda, uno es curandero cuando el otro se enferma ,pero igualmente el otro también es curandero. No os asustéis, sois caminantes, viajeros en un mundo desigual, pero, para vosotros igual, la respuesta es: mas allá, aquí y en todas partes seréis amigos y hermanos, es vuestra condición de vida por eso sois como sois y lleváis una bendición de paz y alegría.
EL CUENTO DEL LEÑADOR Había una vez un leñador que se presentó a trabajar en una maderera. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo mejores aún. Así que el leñador se propuso hacer un buen papel. El primer día se presentó al capataz, que le dio un hacha y le asignó una zona del bosque. El hombre entusiasmado, salió al bosque a talar. En un solo día cortó dieciocho árboles. - Te felicito- le dijo el capataz. Animado por las palabras del capataz, el leñador se decidió a mejorar su propio trabjo al día siguiente. Así que esa noche se acostó bien temprano. A la mañana siguiente, se levantó antes que nadie, y se fue al bosque. A pesar de todo su empeño no consiguió cortar más de quince árboles. - Debo estar cansado- pensó. Y decidió acostarse con la puesta de sol.
Al amanecer, se levantó decidido a batir su marca de dieciocho árboles. Sin embargo, ese día no llegó ni a la mitad. Al día siguiente fueron siete, luego cinco, y el último día estuvo toda la tarde tratando de talar su segundo árbol. Inquieto por lo que diría el capataz, el leñador fue a contarle lo que le estaba pasando y a jurarle y perjurarle que se estaba esforzando hasta los límites del desfallecimiento. El capataz le preguntó: -¿Cuándo afilastes tu hacha por última vez? -¿Afilar? No he tenido tiempo para afilar, he estado demasiado ocupado talando árboles."
LA GALLETA Cuando aquella tarde llegó a la vieja estación le informaron que el tren en el que ella viajaría se retrasaría aproximadamente una hora. La elegante señora, un poco fastidiada, compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua para pasar el tiempo. Buscó un banco en el andén central y se sentó preparada para la espera.
Mientras hojeaba su revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer un diario. Imprevistamente, la señora observó como aquel muchacho, sin decir una sola palabra, estiraba la mano, agarraba el paquete de galletas, lo abría y comenzaba a comerlas, una a una, despreocupadamente.
La mujer se molestó por esto, no quería ser grosera, pero tampoco dejar pasar aquella situación o hacer de cuenta que nada había pasado; así que, con un gesto exagerado, tomó el paquete y sacó una galleta, la exhibió frente al joven y se la comió mirándolo fijamente a los ojos.
Como respuesta, el joven tomó otra galleta y mirándola la puso en su boca y sonrió. La señora ya enojada, tomó una nueva galleta y, con ostensibles señales de fastidio, volvió a comer otra, manteniendo de nuevo la mirada en el muchacho. El diálogo de miradas y sonrisas continuó entre galleta y galleta. La señora cada vez mas irritada, y el muchacho cada vez más sonriente.
Finalmente, la señora se dio cuenta de que en el paquete solo quedaba la última galleta. "No podrá ser tan descarado", pensó mientras miraba alternativamente al joven y al paquete de galletas. Con calma el joven alargó la mano, tomó la última galleta, y con mucha suavidad, la partió
exactamente por la mitad. Así, con un gesto amoroso, ofreció la mitad de la última galleta a su compañera de banco. - ¡Gracias! - Dijo la mujer tomando con rudeza aquella mitad. - De nada. - Contestó el joven sonriendo suavemente mientras comía su mitad. Entonces el tren anunció su partida ... La señora se levantó furiosa del banco y subió a su vagón. Al arrancar, desde la ventanilla de su asiento vio al muchacho todavía sentado en él anden y pensó: "¡Que insolente, qué mal educado, qué ser de nuestro mundo!" Sin dejar de mirar con resentimiento al joven, sintió la boca reseca por el disgusto que aquella situación le había provocado. Abrió su bolso para sacar la botella de agua y se quedó totalmente sorprendida cuando encontró, dentro de su cartera, su paquete de galletas... ¡INTACTO! Cuántas veces nuestros prejuicios, nuestras decisiones apresuradas nos hacen valorar erróneamente a las personas y cometer las peores equivocaciones. Cuántas veces la desconfianza, ya instalada en nosotros, hace que juzguemos, injustamente, a personas y situaciones, y sin tener aun por qué, las encasillamos en ideas preconcebidas, muchas veces tan alejadas de la realidad que se presenta. Así, por no utilizar nuestra capacidad de autocrítica y de observación, perdemos la gracia natural de compartir y enfrentar situaciones, haciendo crecer en nosotros la desconfianza y la preocupación. Nos inquietamos por acontecimientos que no son reales, que quizás nunca lleguemos a contemplar, y nos atormentamos con problemas que tal vez nunca ocurrirán.
Dice un viejo proverbio ... Peleando ... juzgando antes de tiempo y alterándose no se consigue jamás lo suficiente, pero siendo justo, cediendo y observando a los demás con una simple cuota de serenidad ... se consigue más de lo que se espera.
LA VERJA HERIDA Érase una vez un chico con muy mal carácter. Su padre le dio un saco de clavos y le dijo que clavara uno en la verja del jardín cada vez que perdiera la paciencia o se enfadara con alguien. El primer día clavó 37 clavos. Durante las semanas siguientes se concentró en controlarse y día a día disminuyó la cantidad de clavos nuevos en la verja. Había descubierto que era más fácil controlarse que clavar clavos. Finalmente llegó un día en el que ya no clavaba ningún nuevo clavo y fue a ver a su padre para explicárselo. Su padre le dijo que era el momento de quitar un clavo por cada día que no perdiera la paciencia. Los días pasaron y finalmente el chico pudo decir a su padre que había quitado todos los clavos de la verja. El padre condujo a su hijo hasta la verja y le dijo: Hijo mío, te has comportado muy bien, pero mira todos los agujeros que han quedado en la verja. Ya nunca será como antes. Cuando discutes con alguien y le dices cualquier cosa ofensiva le dejas una herida como ésta. Puedes clavar una navaja a un hombre y después retirarla, pero siempre quedará la herida. No importa las veces que le pidas perdón, la herida permanecerá. Una herida provocada con la palabra hace tanto daño como una herida física.