Centro de Estudios del Socialismo Científico
Publicación de teoría marxista leninista Núm. 3, mayo de 2011
CAPITALISMO MODERNO, cRISIS Y REVOLUcIÓN PROLETARIA
C O n T enIdO Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 Capitalismo moderno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 Crisis y revolución . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
REVISTA MARXISTA es una publicación del Centro de Estudios del Socialismo Científico, D.R. © Centro de Estudios del Socialismo Científico.
DIREcTOR GENERAL Gabriel Robledo Esparza COORDINADOR EDITORIAL Miguel Ángel Sánchez J. cescedit@prodigy.net.mx Hecho en México
PRESENTAcIÓN
El Centro de Estudios del Socialismo Científico fue fundado a inicios de la década de los años ochenta del siglo pasado por un grupo de estudiosos del marxismo leninismo. La formación teórica de sus integrantes se basaba totalmente en los textos clásicos y no, como era costumbre de la época, en interpretaciones simplificadoras de los mismos. En materia de economía marxista, por ejemplo, su estudio se hacía en los tres tomos de El Capital, que en aquel entonces eran terra ignota para la generalidad de los “teóricos” marxistas de nuestro país. Lo mismo sucedía con las teorías de la lucha de clases, la revolución proletaria, el partido revolucionario, la implantación y construcción del socialismo, etcétera, para cuya comprensión acudíamos a los planteamientos originales de Marx, Engels, Lenin y Stalin, principalmente. Asimiladas en lo fundamental las tesis clásicas del marxismo leninismo, intentamos encauzar nuestra acción hacia la práctica y para ello buscamos en el amplio espectro de organizaciones autodenominadas marxistas leninistas aquella que, por tener su base teórica en los clásicos, debería por fuerza orientar correctamente su actividad política hacia el desarrollo de la revolución socialista en nuestro país.
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Sin embargo, para nuestra sorpresa, absolutamente ninguna de las organizaciones autonombradas marxistas leninistas existentes en aquella época en México había cumplido con el prerrequisito necesario para la realización de la revolución socialista en un país dado: el análisis de la naturaleza del régimen económico ahí existente mediante la utilización del modelo teórico configurado por Carlos Marx en su obra mayor El Capital y, al contrario, todas hicieron suyas las tesis que sobre el carácter del capitalismo mexicano sostenían la fracción liberal de la burguesía y la pequeña burguesía; por necesidad, su actividad práctica se centraba en sacar adelante, en nombre de la clase obrera, las reivindicaciones de un sector de la burguesía y las de la pequeña burguesía. Al seguir la conexión exterior de esas concepciones burguesas y pequeño burguesas que mantenían las organizaciones supuestamente revolucionarias, llegamos a su fuente original: el propio movimiento comunista internacional. El Partido Comunista de la Unión Soviética, por definición proveedor de la línea táctica y estratégica de la lucha revolucionaria internacional, a partir de su XX Congreso, en el cual condenó a Stalin, aunque sin nombrarlo, delineó una vía de la revolución, desde luego obligatoria para sus agencias en los distintos países capitalistas, que tenía como eje rector la subordinación de la lucha del proletariado a los intereses de la fracción radical de la burguesía media y a los de la pequeña burguesía. Las tesis del Partido Comunista soviético constituían una violación flagrante de los pronunciamientos clásicos de Marx, Engels, Lenin y Stalin sobre la materia. Los países socialistas habían entrado en una etapa de su existencia en la cual en el régimen económico ahí existente se produjo una restauración de formas capitalistas de producción (descentralización de las empresas, estímulo material para la producción, crecimiento del mercado, etcétera) y paralelamente a ello la capa superior de los trabajadores (burocracia estatal, técnicos, científicos, trabajadores calificados, etcétera) se convirtió en una clase social específica que usufructuaba los medios e instrumentos de producción y ejercía la explotación, mediante la relación trabajo asalariadocapital, de la gran masa de los trabajadores soviéticos. Todas estas transformaciones en el régimen soviético fueron presentadas como el resultado necesario de la evolución del socialismo hacia una fase más alta de su existencia y su formulación teórica fue considerada como un enriquecimiento del concepto marxista leninista del socialismo. Desde luego que de lo que se trataba era de una revisión simple y llana de la noción del régimen socialista sostenida por la teoría marxista.
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Después de que hubimos encontrado en el propio movimiento comunista internacional las mismas desviaciones del marxismo-leninismo por nosotros apreciadas en los grupos y Partidos presuntamente marxistas leninistas nacionales, y una vez que llegamos a la conclusión de que aquellas eran la fuente de éstas, nos quedó suficientemente claro que un verdadero movimiento revolucionario marxista leninista nacional e internacional tendría que ser por fuerza completamente independiente de todas esas corrientes revisionistas. De igual manera, quedó en evidencia que la labor inmediata de los comunistas no podía ser otra que el quehacer teórico, mediante el cual se podría desentrañar la naturaleza de la fase actual del capitalismo, la ley interna que rige este régimen económico-social, lo que permitiría determinar exactamente las características que en ella debería tener la lucha del proletariado. En primer lugar, era necesario reivindicar el carácter científico del marxismo leninismo. Para ello había que volver a las tesis originarias de los clásicos y despojarlas de todas las adherencias que el sucio manejo del revisionismo les había dejado. Un terreno especial de recuperación teórica era el del método científico. La labor teórica de Marx y Engels tuvo como su base de sustentación el método científico de la dialéctica materialista y ésta, a su vez, la riqueza intelectual de la dialéctica hegeliana, expuesta magistralmente por Hegel en su Ciencia de la Lógica, especialmente en las secciones “La doctrina del ser” y “La doctrina de la esencia”. Toda la argumentación teórica de Marx y Engels tiene su fundamento en el esquema hegeliano de la dialéctica del ser y de la esencia. Por lo tanto, para considerar científicamente la fase actual del capitalismo se imponía la necesidad de volver al método originario del marxismo, la dialéctica hegeliana puesta sobre sus pies. Pertrechados con ese instrumento teórico era entonces posible y necesario analizar críticamente la totalidad del fenómeno del surgimiento, desarrollo y extinción del régimen capitalista y el reflejo teórico radical de este proceso, esto es, la doctrina del marxismo leninismo, para distinguir las distintas fases por las que han discurrido y el camino de su necesaria evolución. A lo largo de más de 3 décadas el cESc ha realizado un extenso análisis de la realidad y perspectivas del movimiento comunista internacional desde un punto de vista científico; el resultado de su trabajo ha quedado expuesto en la obra “Capitalismo moderno y revolución” que esta organización ha editado. Las principales tesis que en este libro se contienen las proponemos ahora en este Congreso en la primera de nuestras ponencias.
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Entre otros muchos otros temas, el cESc ha desarrollado ampliamente el relativo a las crisis económicas y su relación con la revolución proletaria. En la década de los años 90 del siglo pasado publicó un trabajo denominado La crisis del capitalismo mexicano y hoy en día centra sus esfuerzos en la composición de un texto sobre la crisis financiera internacional de 19972010 y la revolución proletaria, que pronto saldrá a la luz pública, de la cual exponemos hoy aquí un resumen. Saludamos fraternalmente a quienes como nosotros pugnan por mantener viva la bandera del marxismo-leninismo y los invitamos a sumarse a la tarea impostergable de desarrollar exhaustivamente la teoría de la revolución, obra tan vasta que sólo un nutrido grupo de pensadores puede realizar.
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CAPITALISMO MODERNO
Los países de Europa oriental vivieron, a partir de 1989, una acelerada transformación: los gobiernos llamados socialistas o comunistas que en ellos existían fueron derrocados y en su lugar se establecieron regímenes que se dedicaron a la conformación de una estructura política como la que tenían los países capitalistas, al desarrollo de la producción para el mercado, a la restauración franca y abierta de la propiedad privada y a la consolidación de las relaciones capitalistas de producción que de todo esto brotaban necesariamente. Aunque se presentaba como una floración intempestiva, la vuelta al modelo capitalista de los países de Europa oriental era el resultado de un largo proceso histórico. En la Rusia soviética, el socialismo ahí instaurado desde 1917 alcanzó el punto superior de su existencia durante la década de los años cincuenta: la producción era casi en su totalidad colectiva, la economía, sujeta a una dirección centralizada mediante un plan único, crecía aceleradamente con base en una pujante industria pesada y el trabajo era un deber moral que tenía por objeto la satisfacción de las necesidades de la colectividad. El socialismo se extendió a todos los países que habían quedado bajo la tutela de Rusia cuando ésta los liberó de las garras del fascismo. Se formó así un sistema de países socialistas.
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Desde esa alta cima, el socialismo (que correspondía a grandes rasgos al concepto marxista de esta formación económico-social, aunque, como veremos después, sólo en su aspecto formal) inicia su ineluctable declinación. La economía y la sociedad soviéticas, ante el empuje de una fuerza incontenible que el mismo socialismo había creado, empezaron a sufrir cambios significativos. El socialismo se había instituido con el propósito de satisfacer las necesidades individuales de los trabajadores, por lo que se mantuvo vivo en la sociedad socialista el interés individual como el fin último del desarrollo; este interés fue el elemento disolvente del régimen socialista. Aunque en el socialismo soviético se había abolido la propiedad privada sobre los medios e instrumentos de producción, sin embargo quedó intangible la propiedad privada del obrero sobre sí mismo. El propio desenvolvimiento venturoso del socialismo dio lugar al nacimiento de un grupo social, procedente de la clase de los trabajadores y que incluía a los dirigentes del Partido y a los técnicos y científicos, que era de hecho el conductor de la economía y de los procesos sociales; por contrapartida, la gran masa de los obreros quedó confinada al trabajo físico y al trabajo mental más simple y rutinario. Se conformaron de tal suerte dos grupos antagónicos: una burocracia que comprendía a los cuadros superiores del Partido y a los técnicos y científicos de procedencia obrera y una numerosa clase trabajadora que estaba excluida de la dirección del proceso productivo. La burocracia naciente intentó de inmediato convertir la administración de la economía en la propiedad sobre los medios e instrumentos de producción; la cruenta lucha de Stalin tuvo como razón última de ser la defensa de la propiedad colectiva de los primeros embates de la burocracia obrera. Para la década del 60, la burocracia soviética era ya de facto propietaria de los medios e instrumentos de producción y había organizado la descentralización de las empresas, la propiedad por grupos y la autogestión e introducido de una manera muy amplia las relaciones mercantiles y el estímulo material. La propiedad colectiva y la planificación centralizada fueron definitivamente sustituidas por nuevas formas de propiedad y dirección de la economía. La clase obrera soviética, por su parte, quedó sujeta a la explotación de esa nueva clase dominante surgida de su seno. La relación entre la burocracia y la clase obrera soviética era simple y llanamente la del trabajo asalariado: aquella se nutría del trabajo excedente extraído a ésta. La nueva forma de organización económica que se implantó en la URSS tendía ardorosamente hacia la restauración plena del capitalismo; sin embargo, como la base del poder de la burocracia era precisamente esa forma
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específica de organización económico-política en la que no había un retorno definitivo a la propiedad privada sino sólo un estado de transición hacia ésta desde la propiedad colectiva, entonces la clase poseedora refrenaba por todos los medios a su alcance la fuerza que movía al régimen soviético hacia el capitalismo. Dos tendencias contradictorias se instalaron dentro de la clase dominante soviética: una, que cuidaba del mantenimiento del estado de cosas existente, si acaso introduciendo en él modificaciones graduales, y otra que procuraba el apresuramiento de las medidas liberalizadoras para llevar rápidamente el régimen soviético hacia el capitalismo, aunque esta última ocultaba sus verdaderas intenciones escudándose en un supuesto socialismo democrático y humanista, en el que quería transformar al “socialismo estalinista gris y opresor”. Estas dos fuerzas fueron las que, asentadas sobre los firmes cimientos de la explotación de trabajo asalariado, determinaron por décadas la dialéctica del desarrollo del régimen soviético. Advirtamos que un sector de la clase gobernante soviética defendía algo que ni por asomo era el socialismo; se trataba, como hemos visto, de una degeneración de ese régimen social que había adquirido una forma sui géneris del capitalismo y que tenía un soporte en la explotación de los obreros soviéticos y la acumulación de capital. El otro sector —que escondía sus apetitos tras la propuesta de la humanización del socialismo mediante la exaltación del individuo, lo que a fin de cuentas es el verdadero fundamento del régimen burgués— era el abanderado de la rápida implantación del capitalismo del tipo existente en el mundo occidental. Los demás países pertenecientes al campo soviético también vivieron el cambio del socialismo a un capitalismo embozado. Las relaciones entre ellos y Moscú pasaron de la cooperación y la ayuda mutua a la explotación y la dominación por el oso imperialista. En los países que giraban en torno a la Unión Soviética se formaron igualmente dos corrientes dentro de la clase imperante, pero aquí la disidencia tuvo manifestaciones más radicales que la acercaron peligrosamente a la completa restauración capitalista y se enriqueció con la inclusión en sus filas de artistas, escritores, filósofos, etcétera que dieron a su lucha una aureola de poesía y romanticismo. En otros casos, la oposición incorporaba a sí a la misma clase obrera. Lo sucedido en Yugoslavia, Hungría, Checoslovaquia y Polonia fue ejemplo de la potencialidad tan grande de esa tendencia y de la reacción airada del centro del imperio para evitar su desmembramiento. Más de un intento
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de las fuerzas reclamantes de enseñorearse de esos países, volverlos al capitalismo típico y desintegrar el sistema del que eran parte fueron brutalmente reprimidos por el ejército ruso. A mediados de los ochenta, Gorbachov se puso a la cabeza de los contestatarios al iniciar desde el gobierno la fase de regreso definitivo de la economía y la sociedad soviéticas al capitalismo. Como era de esperarse, tal decisión dio un gran impulso a la corriente antagónica en los otros países del sistema. Todo el año de 1989 está lleno de movimientos políticos en la mayoría de los países del este europeo que confluyen en la deposición de los gobiernos denominados comunistas y en el acceso al poder de los líderes discrepantes, quienes de inmediato se dan a la tarea de poner en obra sus reivindicaciones más sentidas, cuyo eje rector lo es la restauración de la propiedad privada capitalista. La insurrección de las fuerzas contradictoras en las naciones sojuzgadas por Moscú, a su vez alentó a los impugnadores del régimen en el interior de la propia Unión Soviética, quienes arrebataron el poder a Gorbachov y se lo entregaron a Boris Yeltsin. La antigua URSS se desintegró y en su lugar surgió una Mancomunidad de Naciones que, sin obstáculo al frente, han entrado por una ancha calzada al proceso de plena restauración capitalista. Debemos dejar bien establecido que las transformaciones habidas en los países nombrados socialistas no tienen como contenido la derrota del socialismo, porque éste había dejado de existir en esas naciones desde finales de los años 50; se trataba únicamente del hundimiento de una forma específica del capitalismo que se denominaba a sí mismo socialismo y comunismo y como tal pasaba a los ojos del mundo. De igual manera, lo que ha empezado a reemplazar al capitalismo especial existente en Europa oriental no es ningún “socialismo democrático” ni algún híbrido colocado entre los dos sistemas, sino el capitalismo típico del mundo occidental. Esta situación ha sido interpretada de varias maneras. La izquierda del mundo occidental, poseída de una cándida estulticia, saludó entusiastamente estos acontecimientos, pues los consideró como la entrada de lleno de esos países a lo que ella llamaba “socialismo humanista”. Por fin, aquel socialismo triste y despótico iba a adquirir un rostro humano. Por una explicable inversión ideológica, la izquierda veía en el capitalismo específico existente en los países de Europa oriental a un régimen verdaderamente socialista, aunque gravado con una herencia estalinista que no le permitía pasar a una forma superior, más democrática; en la disidencia, avanzada del capitalismo occidental, encontraba a los paladines de la democra-
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cia socialista, del socialismo humanista (utopía ésta a la que aspiraban por igual, en las décadas pasadas, la pequeña burguesía de los países capitalistas y la oposición de las naciones antiguamente socialistas antes de volverse descaradamente pro-capitalista y que excluía tanto a la gran burguesía como a la burocracia obrera y preconizaba el reinado del individuo como tal). Muy pronto, sin embargo, su voz tuvo que enmudecer ante una realidad abrumadora: por lo que los sublevados bramaban como ciervos sedientos era por la propiedad privada capitalista. Otra corriente de pensamiento echó también las campanas al vuelo, aunque por un motivo diferente. Partiendo del mismo supuesto que la izquierda, es decir, de la reputación del capitalismo encubierto existente en Europa oriental como una forma determinada del socialismo, pero a la vez comprendiendo exactamente la naturaleza pro-capitalista de los grupos que encabezaron la rebelión, arribaron al convencimiento de que el derrumbe de los regímenes “comunistas” o “socialistas” era la prueba palpable del fracaso del socialismo marxista y estimaron confirmado su viejo prejuicio del carácter antihumano de este sistema social. La naturaleza humana, vulnerada por la dictadura socialista, dijeron, se ha sublevado por fin para demandar a la historia que corrija su terrible desviación y le reintegre los atributos que le ha expoliado, sobre todo su valiosa libertad individual. El capitalismo clásico, sazonado con algunos rasgos humanistas, es el que se acomoda perfectamente a la naturaleza del hombre. Para ellos no quedaba duda alguna de la historia había decretado la muerte del socialismo. A pesar de todo, los principios del socialismo marxista tienen ahora mayor actualidad que nunca. Lo que ha concluido su ciclo vital es esa grotesca deformación, a fin de cuentas una variedad de la ideología burguesa, que los teóricos de Europa oriental hicieron pasar impunemente, por muchos años, como el socialismo marxista. Desde sus escritos de juventud, Marx definió con una precisión meridiana la esencia del régimen de producción capitalista. En su trabajo En torno a la crítica de la filosofía del derecho,1 escrito en 1844, Marx sostiene ya que en la clase de los proletarios del régimen capitalista se da la pérdida total del hombre, es decir, la negación absoluta de su naturaleza humana y en ellos mismos debe surgir la necesidad de su recuperación mediante la actividad práctica revolucionaria. En un famoso texto Marx, Carlos, En torno a la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, 1844, París. Contenido en: Carlos Marx, Federico Engels, “La Sagrada Familia y otros escritos filosóficos de la época”, traducción del alemán por Wenceslao Roces, segunda edición, Editorial Grijalvo, S. A., 1967, México, D. F., pp. 3-15
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posterior, en La Sagrada Familia,2 Marx determinó lo que es la esencia del régimen de producción capitalista: la aniquilación de la naturaleza humana en el proletariado moderno y lo que debe ser, conforme a la dialéctica del fenómeno, el resultado del movimiento revolucionario: la recuperación, a través de la lucha de los trabajadores, de esa naturaleza perdida. En los Manuscritos económicos-filosóficos de 1844,3 que constituyen el guión de una obra que jamás fue escrita definitivamente, Marx manifiesta que en la relación trabajo asalariado y capital el trabajador es un ser espiritual y físicamente deshumanizado; el capital es la forma enajenada que adopta la naturaleza humana del trabajador; el trabajo engendra al capital como su naturaleza enajenada y el capital produce al trabajador como un ser despojado de su naturaleza humana. Esta mutua implicación tiene un desenlace conforme a lo siguiente: la separación entre el trabajo y la naturaleza humana llega al punto en que ésta ha sido arruinada por completo y convertida absolutamente en su contrario; es aquí en donde ambos polos se exigen acuciantemente y no pueden continuar existiendo sin lograr su unión. Marx obtiene la conclusión de que la contradicción trabajo asalariado-capital debe resolverse, de acuerdo a las premisas establecidas, mediante la superación de la enajenación del trabajo a través de la reapropiación de su naturaleza humana por el trabajador. Esta desenajenación del trabajo es el contenido del socialismo y del comunismo. En El Capital,4 su obra clásica de madurez, Marx desentraña las formas que adopta el trabajo en la sociedad capitalista y su relación con la naturaleza del hombre. La producción de plusvalía absoluta y relativa, la maquinización e intensificación del trabajo, etcétera conducen a la culminación de la deshumanización del trabajador iniciada desde la época de la disolución de la comunidad primitiva. El capital desposee al obrero de todas sus capacidades humanas y se las apropia para sí; el ser humano así disociado de su naturaleza esencial queda sujeto a un movimiento en el cual todos sus procesos orgánicos, todos sus órganos y funciones entran en una pendiente de desgaste, descomposición, atrofia y degeneración que tiene como resultado la devastación de las características biológicas de la especie. Marx, Carlos, Federico, Engels, La sagrada Familia y otros escritos filosóficos de la época, traducción del alemán por Wenceslao Roces, segunda edición, Editorial Grijalvo, S. A., 1967, México, D. F., pp 100102. 3 Marx, Carlos, Manuscritos económico-filosóficos de 1844, Ediciones de Cultura Popular, S.A., 1977, México, D. F. 4 Marx, Carlos, El capital, Crítica de la Economía Política, 3 tomos, Versión del alemán por Wenceslao Roces, Fondo de Cultura Económica, tercera edición, México-Buenos Aires, 1964. 2
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En el consumo masivo, resultado y condición de existencia del capital en su etapa superior, el trabajador, llevado de la mano por el capital, se prostituye a sí mismo y pone en sobre tensión sus órganos y procesos orgánicos para desarrollar un cúmulo de necesidades individuales exacerbadas y obtener una satisfacción magnificada de ellas bajo la égida del principio del placer. Se completa así la deshumanización del trabajador. Lo que existe en el mundo occidental y que ha cobrado rasgos más definidos en los países de Europa oriental desde 1989, es el capitalismo, que entra así en una fase de desarrollo desbocado ahora que fue removido el obstáculo que representaba la forma primitiva del capitalismo existente en las naciones del bloque soviético. De lo que se sigue que el proceso de deshumanización de la especie, sufrido en primer lugar por su nervio vital que es la clase de los trabajadores, continuará en ascenso de una manera acelerada. La situación a que está llegando la clase obrera moderna corresponde fielmente a aquella que Marx consideraba, desde sus primeros escritos, como la premisa de la revolución. La historia, esa vieja calladamente hacendosa, ha querido hacer las cosas cuidadosamente; decidió llevar hasta sus últimas consecuencias la deshumanización de los trabajadores para después colocarlos frente a esa caricatura de sí mismos en que han quedado convertidos a través de la explotación directa del capital y de la exaltación de sus necesidades individuales; reconociéndose como la encarnación de una monstruosa degeneración de la especie humana, deberán tomar conciencia de la necesidad de subvertir el orden actual y establecer, ahora sí definitivamente, el socialismo y el comunismo, en donde primero se recuperará la naturaleza humana del hombre y luego se dará libre curso a sus enormes potencialidades. El destino de la revolución que el proletariado actual se verá obligado a realizar es el establecimiento del socialismo y su posterior evolución hacia el comunismo, tal y como Marx y Engels lo previeron en sus elaboraciones teóricas iniciales. El comunismo es, para Marx, desde ese temprano esquema de 1844, la supresión de la propiedad privada sobre los medios e instrumentos de producción y la del obrero sobre sí mismo, la reapropiación de la naturaleza humana de la especie, la reivindicación de la producción y el consumo colectivos y la abolición de las necesidades individuales como el motor de la producción. Así, nos dice en los Manuscritos..., en el comunismo, supresión positiva de la propiedad privada: —el hombre produce al hombre,
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— el objeto es la realización directa de la individualidad del hombre y a la vez la existencia de otro hombre, es decir, es un objeto social [colectivo] —el carácter social [colectivo] es el carácter total del movimiento, —el hombre crea a la sociedad y la sociedad crea al hombre, —la actividad y el consumo son sociales [colectivos], —la apropiación de la naturaleza es social [colectiva], — la existencia natural del hombre se convierte en su existencia humana en la sociedad [colectividad], —la naturaleza se convierte en hombre en la sociedad [colectividad], —la existencia individual es directamente actividad social [colectividad], —la conciencia individual es directamente conciencia social [colectiva], —la conciencia social es la forma teórica de la comunidad real — la apropiación de la esencia natural del hombre se realiza de una manera total a través de sus relaciones humanas con la realidad: ver, oír, olfatear, gustar, sentir, pensar, juzgar, percibir; todas las cualidades del ser individual son órganos directamente sociales [colectivos] que se relacionan de una manera humana con el objeto, —se da la emancipación de todos los sentidos y cualidades humanas, — se realiza la conversión de todos los sentidos en subjetiva y objetivamente humanos, — se produce la conversión para el hombre del objeto en objeto humano u hombre objetivo al convertirse el objeto en objeto social [colectivo], — el mundo objetivo se hace en todas partes para el hombre en sociedad [colectividad], — todos los objetos se hacen para él objetivación de sí mismo, se convierte en sus objetos, — las fuerzas esenciales del ser humano, que están constituidas por la estructura industrial, se volverán humanas en sociedad [colectividad]. El desarrollo de la industria —condicionado por el desarrollo de las ciencias naturales— ha preparado la emancipación humana, aunque directamente y en forma preponderante les ha correspondido consumar la deshumanización. El socialismo y el comunismo, a donde la revolución proletaria que viene ha de arribar, deberán tener, por una necesidad histórica, las características que Marx les asigna en los Manuscritos...; su fundamento lo será la supresión implacable de la individualidad de los integrantes de la sociedad y la implantación de una verdadera colectividad.
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La teoría marxista, de acuerdo a lo que hemos visto, tiene plena vigencia en los días que corren; la realidad del capitalismo coincide totalmente con el concepto que de ella se ha formado la doctrina de la revolución. Sin embargo, esta teoría ha sido por completo desplazada, desde hace muchos años, de la base social que la debe llevar a su materialización, es decir, de la intelectualidad pequeño burguesa y de las capas superiores del proletariado, y ha quedado reducida a una escondida existencia en los anaqueles de las bibliotecas. En las circunstancias descritas, la labor de los revolucionarios consiste en tratar de explicarse teóricamente, como premisa para su acción práctica, todo el proceso que aquí hemos señalado esquemáticamente del nacimiento del socialismo, su declinación y la necesidad de su reaparición en una forma superior y definitiva.
Estado actual del socialismo y de la revolución socialista internacional La moderna clase obrera internacional está dotada de una conciencia y una organización burguesas; su actividad política consiste en sacar adelante las reivindicaciones de un sector de la burguesía en contra de otro; no posee una conciencia y una organización revolucionarias ni despliega una lucha que tenga como finalidad el derrocamiento del régimen burgués y la instauración del socialismo; ella se encuentra por completo sometida a la dominación ideológica y organizativa de la burguesía. Los pocos Partidos de occidente que aún se llaman a sí mismos comunistas, o que de algún modo declaran al marxismo-leninismo como su base doctrinaria, son partidos de la oposición burguesa. No constituyen, por tanto, ni por su naturaleza lo podrían ser, el instrumento para realizar la tarea de dar conciencia revolucionaria al proletariado internacional, organizarlo y dirigirlo hacia la consecución del poder y la construcción del socialismo. La teoría revolucionaria —el marxismo-leninismo— ha sido derrotada, desalojada de sus posiciones y primeramente sustituida por el revisionismo y posteriormente por una doctrina franca y abiertamente burguesa. En los países antiguamente socialistas se constituyó una forma degenerada del socialismo que al mismo tiempo era una estructura capitalista sui generis; en los días que corren, la mayoría de estas naciones están entrando de lleno al camino de la restauración total del capitalismo.
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El sistema de países socialistas ya no existe y su lugar lo ha tomado un grupo de naciones que cada vez se integran más al sistema mundial del capitalismo. La revolución socialista mundial ha sido vencida y regresada a su punto de partida y el capitalismo, bajo una forma u otra, ha extendido de nuevo su dominación, con fuerza centuplicada, sobre todo el planeta. Esta situación descrita cierra toda una fase de existencia de la revolución mundial durante la cual el progreso de la teoría y el movimiento revolucionarios del proletariado, que desembocaron en la revolución socialista internacional y en la formación de un sistema de países socialistas, produjo necesariamente su propia negación. La tarea de los revolucionarios es intentar comprender la naturaleza de la etapa actual de la revolución, para lo cual deben aplicar a su estudio el instrumento cognoscitivo por excelencia del marxismo-leninismo: la dialéctica materialista. Con la sorpresiva eclosión del capitalismo en los países del este europeo, el revisionismo fue expulsado de una parte de sus antiguos dominios; ya que en el período previo la mayoría de los partidos comunistas occidentales se habían convertido en partidos pequeño burgueses o burgueses de izquierda que se despojaron sin rubores de su vestimenta revisionista y adoptaron una ideología abiertamente burguesa, el revisionismo quedó reducido a una rareza ideológica que tiene su campo de acción en unos cuantos países y en unos pocos partidos de todo el mundo. Sin embargo, el revisionismo ha dejado una herencia nefasta; en sus diversos tipos, por decenios, pasó ante los ojos de todo el mundo como la verdadera teoría del marxismo-leninismo y con ese carácter fue anatematizado por la nueva primavera del capitalismo en Europa oriental. De tal suerte, el revisionismo ha seguido ganando batallas después de muerto. Utilizar los elementos de la teoría del marxismo-leninismo para dilucidar el significado de la etapa actual de la revolución mundial exige necesariamente la crítica despiadada de ese pesado cuerpo muerto que es el revisionismo, la reivindicación de los principios fundamentales del marxismoleninismo y su desarrollo creador para aplicarlos a la revelación de la naturaleza de la fase presente de la revolución.
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Esquema de la dialéctica del ser y la esencia del régimen capitalista En forma esquemática, podemos decir que el régimen capitalista y su esencia han pasado por las siguientes etapas: a) Gestación del ser del capitalismo durante el régimen feudal. El capitalismo es la esencia negativa del feudalismo. b) Primer período de vida del ser del capitalismo. Comprende desde su nacimiento hasta la terminación de la segunda guerra mundial. (a) Época del capitalismo de libre cambio. El capitalismo se constituye como ser determinado inmediato y produce su fundamento como su esencia positiva. La esencia positiva del capitalismo está escindida en dos polos: el polo positivo integrado por la burguesía y su complemento ideológico y el polo negativo formado por el proletariado y los elementos intelectuales que le corresponden en el régimen burgués. La relación entre estos dos polos es de unidad y lucha; la negatividad del segundo de ellos alcanza su máxima intensidad en esta relación y da lugar al desarrollo de la lucha del proletariado, que llega incluso a la insurrección armada y a la momentánea conquista del poder (París: 1848 y 1871), y al de los elementos intelectuales correspondientes a esa lucha, que están englobados todos en las doctrinas del “socialismo utópico”; sin embargo, el contenido y la forma del movimiento obrero son en esta época de carácter eminentemente burgués, no van más allá de las determinaciones del ser del capitalismo y su resultado es el perfeccionamiento del régimen burgués, su elevación a una fase superior de su existencia. La agudización de la negatividad del polo negativo tiene también en este período otra consecuencia: las determinaciones negativas del ser determinado se reflejan en sí mismas y traen al mundo la teoría de lo que es el otro en el que el capitalismo ha de transformarse y de las condiciones para que esto suceda. Nace así la teoría revolucionaria, que tiende desde el primer momento a unirse al movimiento obrero con el fin de llevarlo a ser un movimiento revolucionario que desemboque en la instauración del socialismo, es decir, en el surgimiento a la existencia de la esencia negativa del capitalismo. (b) Época del capitalismo monopolista. En esta época continúa en ascenso el desenvolvimiento del ser determinado del régimen capitalista y de su esencia positiva. El movimiento obrero crece y se organiza
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en torno a la lucha por las demandas inmediatas de los trabajadores; la teoría revolucionaria empieza a fusionarse con el movimiento obrero organizado y dirige a los proletarios en su lucha cotidiana, a la vez que prepara las condiciones para conducirlos a la conquista del poder. La negatividad del polo negativo se exacerba, por un lado al ser llevada la explotación de los trabajadores, bajo la forma de la vulneración de sus condiciones de existencia, hasta los extremos de un exterminio físico masivo y, por el otro, al provocar con esto la rebelión generalizada de la clase obrera en contra del orden burgués con la finalidad de evitar esa exterminación; la negatividad exaltada da lugar a que las determinaciones del ser del capitalismo se reflejen en sí mismas y se produzca entonces un avance en la teoría revolucionaria, una fusión más íntima de ésta con el movimiento obrero, la conquista por éste del poder político y la instauración de la forma, pero sólo de la forma, del otro del régimen capitalista, del socialismo. Se establece así en Rusia el primer régimen del socialismo formal. Esta forma del socialismo implantada en Rusia da impulso al desarrollo del ser determinado y de la esencia positiva del capitalismo en los países del sistema capitalista, con lo cual crece en ellos la negatividad de su polo negativo; el capitalismo, a su vez, reobra sobre la forma que su otro ha adoptado, el socialismo formal. De esta dialéctica resulta la transformación de todo un grupo de países del este en naciones en las que también impera el socialismo formal; se estructura así un sistema de países formalmente socialistas. c) Segundo período del ser del régimen capitalista. La relación entre el capitalismo y la forma de su esencia negativa hace surgir un resultado doble: por una parte, en los países capitalistas el polo negativo inicia el tránsito a un nivel superior de su existencia en el cual la explotación del proletariado se debe manifestar rotundamente como la anulación de la naturaleza humana (descomposición y degeneración de todos sus órganos y procesos orgánicos por medio del trabajo maquinizado y la satisfacción en un alto grado de las necesidades individuales (no humanas) del sector de la aristocracia obrera) y por la otra, en el sistema del socialismo formal la forma socialista empieza a ser reabsorbida por su contenido capitalista, por lo que esos países entran en un proceso, primero de degeneración del socialismo formal y luego de restauración definitiva del capitalismo típico (formal y materialmente).
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A partir de la caída de los regímenes degenerados del socialismo formal en Europa del este se inicia una fase de desarrollo incontenible del ser determinado del capitalismo a todo lo largo y lo ancho del planeta. Este nuevo y poderoso impulso a que se ve sometido el régimen capitalista ha de derivar, por necesidad, en la culminación del proceso de anulación de la naturaleza humana, de tal manera que el polo negativo adquiera su máxima negatividad y procree los elementos materiales de su esencia negativa, del nuevo régimen social, del socialismo, el cual tendrá ahora sí una existencia tanto formal como material. La explotación capitalista tiene dos aspectos fundamentales: uno que se deriva de las formas de producción de plusvalía absoluta y otro que tiene su origen en los métodos de producción de plusvalía relativa. En una primera etapa de existencia del capitalismo predomina el primer aspecto, el cual se caracteriza por la no-satisfacción de las necesidades individuales de los obreros; esta situación genera, en contrapartida, la lucha por lograr la satisfacción de las mismas; con base en este aspecto de la explotación se desarrolló la primera aparición del socialismo, que se constituyó como la forma del nuevo régimen social pero que conservaba el contenido del régimen anterior. Este contenido lo eran precisamente las necesidades individuales de los trabajadores (último reducto de la propiedad privada), las cuales continuaron siendo el fundamento del régimen formalmente socialista. En su desenvolvimiento, el socialismo formal dio un fuerte impulso a su contenido capitalista, el cual adquirió tal fuerza que rompió aquella envoltura socialista y se dio primero una forma sui generis del capitalismo y posteriormente adquirió la forma clásica del capitalismo occidental. El propio desarrollo de la forma del socialismo hizo pasar a la esencia del régimen capitalista a una etapa superior. En ella cobra una mayor importancia el segundo aspecto de la explotación y se manifiesta una tendencia a que ésta se realice a través de la satisfacción en un alto grado de las necesidades individuales de las capas superiores del proletariado, lo cual implica, necesariamente, una monstruosa intensificación del trabajo; el consumo desenfrenado y el trabajo intenso dan un poderoso impulso al proceso de descomposición y degeneración de los órganos y procesos orgánicos de los trabajadores, a la anulación de su naturaleza humana. De esta naturaleza superior de la esencia del capitalismo brotan necesariamente los elementos materiales del nuevo régimen social.
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La esencia positiva del régimen capitalista produce la materia (el contenido) del polo negativo de la esencia negativa. En primer lugar, en su forma superior, la esencia del capitalismo lleva a la más terrible degeneración y descomposición de la naturaleza humana en el proletariado: por otra parte, conduce a una monstruosa exaltación de la individualidad, la cual es precisamente el vehículo para la absoluta anulación de las capacidades naturales de la especie. En segundo lugar, esa enorme depauperación a que se ve reducido el proletariado en la etapa superior del desarrollo de la esencia del capitalismo habrá de obligar a la intelectualidad pequeño burguesa (que también se ve sometida a la anulación de sus capacidades humanas por medio de la exaltación desmesurada de su individualidad) a reconocerse como una grotesca caricatura de ser humano y reivindicar y desarrollar la teoría revolucionaria con el fin de llevarla hasta el interior de la clase obrera para darle conciencia de la forma superior que adopta la explotación en esta última etapa de capitalismo y de la necesidad imperiosa de realizar la revolución socialista. Este proletariado consciente constituirá el contenido material del polo negativo de la esencia negativa. Su característica fundamental será que habrá echado fuera de sí el contenido que aún conserva durante la primera aparición del capitalismo: el agente de la revolución, el proletariado, habrá anulado su individualidad y será, en la lucha, un ser eminentemente colectivo. Este polo negativo de la esencia negativa, plenamente constituido como un elemento que material y formalmente pertenece a la nueva organización social, desarrolla la forma más alta de su negatividad y plantea la lucha frontal y decisiva contra el polo positivo, es decir, contra la burguesía, para expulsar de la existencia al régimen capitalista y hacer surgir plenamente el socialismo. El socialismo, en su segunda aparición histórica, tendrá así una naturaleza acabada, completa, será lo que es tanto formal como materialmente. No habrá entonces ni la más remota posibilidad de regresar hacia el capitalismo: el socialismo se implantará en toda la faz de la tierra y se abrirá entonces el anchuroso camino que lleve a la humanidad al comunismo. A la par con la aniquilación de la forma del socialismo marxista ocurrida en los últimos años de la década del cincuenta del siglo XX, se originó la moderna revisión de la teoría del marxismo leninismo. El revisionismo moderno fue la ideología del capitalismo sui generis que se estableció en los países de Europa oriental después de la caída, sancionada oficialmente por el XX Congreso del PcUS, en 1957, del socialismo formal.
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Este revisionismo moderno continuó siendo la ideología del tipo de capitalismo existente en los países que se llamaban a sí mismos socialistas hasta que en el otoño de 1989 fueron derrocados los gobiernos de esas naciones. Con el “socialismo real” (una forma específica del capitalismo) se derrumbó también su complemento ideológico que era el revisionismo. Este había sido declarado oficialmente como la forma superior del marxismoleninismo, por lo que su derrota se consideraba también la de esta teoría. Los revolucionarios modernos tienen la obligación de desligar absolutamente el marxismo-leninismo de esa caricatura suya que fue el revisionismo soviético, el cual paladinamente se hacía pasar por una forma superior de esa doctrina, y desarrollarlo creadoramente con la finalidad de aplicarlo a las condiciones actualmente existentes. La teoría marxista-leninista detuvo abruptamente su desenvolvimiento cuando el socialismo marxista fue derrotado, inmediatamente después de la muerte de Stalin; de ahí en adelante, hasta 1989, fue sometido a un proceso de metamorfosis por el cual, debajo de la apariencia de la teoría revolucionaria, se fue deslizando un contenido capitalista que desplazó finalmente la esencia de la teoría revolucionaria; en su última fase de existencia, el revisionismo adquirió la forma que le correspondía, es decir, la de la ideología del sector II de la burguesía y de la pequeña burguesía internacionales y sólo conservó el nombre (usurpándolo, por tanto) de la teoría revolucionaria. En vista de todo esto, para reivindicar el marxismo-leninismo es absolutamente necesario hacer la crítica del revisionismo y llegar de esta manera a la esencia misma de las tesis revolucionarias; con este instrumento teórico en las manos, será posible acometer la tarea histórica de elucidar la naturaleza de la fase actual del desarrollo capitalista, en la cual se produjo el nacimiento, la declinación y muerte del socialismo formal, y las características de la nueva etapa de existencia de ese régimen social que se ha inaugurado con el desmoronamiento del “socialismo real” en Europa del este, para, de esta manera, determinar la labor que corresponde a los revolucionarios en el proceso de reinstauración del socialismo, ahora también en su carácter material, en la sociedad humana. Como un prerrequisito para este desenlace histórico es imperioso reivindicar la teoría revolucionaria mediante su rescate de la asfixia por ese cuerpo muerto que es el revisionismo, la vuelta a sus formulaciones originales y su desarrollo creador de acuerdo con las nuevas condiciones de existencia del capitalismo.
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Reivindicar la teoría revolucionaria requiere abordar el estudio de la constitución de sus elementos fundamentales, clásicos. Lo primero; es necesario estudiar sus antecedentes en las explicaciones que los mismos Marx y Engels hicieron en algunos de sus escritos y pasar más tarde al análisis de las primeras formulaciones de esa teoría hechas por estos autores en sus trabajos iniciales. Posteriormente, se debe acometer el examen, en los textos de los teóricos de la revolución, del concepto de “naturaleza humana”, porque este es el punto de apoyo de la noción de la esencia del régimen de producción capitalista como la anulación absoluta de la naturaleza específica del ser humano, la degeneración y descomposición de los procesos y órganos de los trabajadores. El estudio concienzudo de la “Lógica” de Hegel, con un especial énfasis en la doctrina de la esencia, ya que ahí se encuentra formulado de una manera precisa el proceso de tránsito del ser determinado a su otro, del cual a fin de cuentas el paso del capitalismo al socialismo no es sólo un caso especial, es también una tarea inaplazable de los revolucionarios.
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CRISIS Y REVOLUcIÓN
LA cRISIS FINANcIERA INTERNAcIONAL DE 1997-2010 Y LA REVOLUcIÓN PROLETARIA La teoría de la contradicción El punto de partida teórico para el estudio de las crisis es la determinación de los elementos que en ellas intervienen como los polos de una contradicción. Explica Marx que la posibilidad de las crisis del régimen capitalista se encuentra ya en la naturaleza misma de la mercancía y en el proceso de su intercambio. La mercancía es la unidad de características antitéticas: valor de uso y valor de cambio, trabajo abstracto y trabajo concreto, trabajo social y trabajo individual, forma relativa de valor y forma equivalencial, mercancía y dinero, medio de cambio y valor de uso, medida de valores y medio de circulación, y su proceso de cambio es también la unidad de procesos antagónicos: transformación de mercancía en dinero (M-D venta) y de dinero en mercancía (D-M compra), compra y venta. En el proceso de circulación, el capital industrial recorre movimientos antitéticos y adquiere funciones también contradictorias: discurre sucesiva-
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mente por los ciclos del capital-dinero, del capital productivo y del capitalmercancías y en ellos se encuentra simultáneamente; en ese fluir, también adopta continuamente las formas funcionales contrapuestas: capital dinero, capital productivo y capital mercancías y se halla en ellas al mismo tiempo. El capital global se sustantiva en las esferas de negocios específicos que son el capital bancario, el capital industrial y el capital mercantil, los cuales son también antagónicos. Los dos grandes procesos sociales del régimen capitalista son la producción y el consumo; ellos integran también una contradicción. El capital social se escinde en dos grupos fundamentales: el sector I, que produce medios de producción, y el sector II, que produce bienes de consumo; estas dos ramas son también los polos de una contradicción. El movimiento total del capital se realiza teniendo como eje del mismo la existencia de una tasa media de ganancia; ésta rige las relaciones entre la oferta y la demanda globales, la acumulación con alta composición orgánica y la acumulación con baja composición orgánica, la acumulación y desacumulación de capital y la expansión de la producción y la valorización; cada una de estas relaciones son los extremos de una contradicción. El sistema internacional del capitalismo se compone de grupos de países que forman unidades de contrarios: países capitalistas que producen medios de producción de tecnología moderna, la misma tecnología de punta, servicios financieros complejos, bienes de consumo sofisticados, etcétera; naciones que producen materias primas, energéticos, alimentos, etcétera; otras más que producen manufacturas de diverso tipo, en gran medida bienes de consumo. Las relaciones entre los distintos grupos de países son las de los extremos de una contradicción. En un trabajo publicado por el cESc1 se ha reivindicado la Lógica de Hegel como el instrumento cognoscitivo por excelencia del marxismo. En su obra cumbre, Hegel desarrolla la naturaleza de la contradicción. La contradicción de los polos consiste en que forman una unidad en la cual son independientes entre sí y se excluyen porque cada uno contiene en sí mismo al otro. Lo positivo es la absoluta contradicción. Al poner la identidad consigo mismo por medio de la exclusión de lo negativo se convierte a sí mismo en negativo. Al excluir lo negativo éste queda libre y es exclusivo también. Lo negativo excluye a lo positivo; lo pone como su otro que lo excluye. Por lo tanto lo engendra como su otro. 1 Robledo Esparza, Gabriel, La Lógica de Hegel y el Marxismo, Biblioteca Marxista, Sísifo Ediciones, México, 2008.
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Lo negativo es la absoluta contradicción. Lo negativo excluye a lo positivo y se convierte a sí mismo en positivo. Al excluir a lo positivo éste es independiente y excluye de sí a lo negativo. Al excluir a lo negativo lo pone como su otro que lo excluye. Por lo tanto lo engendra como su otro. La absoluta contradicción de lo negativo es al mismo tiempo la absoluta contradicción de lo positivo. La esencia es la contradicción absoluta. Es la unidad de los polos independientes en donde ellos se excluyen mutuamente porque cada uno tiene al otro en sí mismo y se convierte en el otro de sí mismo. En esta mutua exclusión se engendran mutuamente como su otro exterior. La contradicción entre los polos positivo y negativo es absoluta porque cada uno de ellos además de contener a su contrario en su interior se convierte en él constantemente y de esta manera se refuerza su independencia del otro. Al excluirse mutuamente se engendran mutuamente como dos polos absolutamente independientes. La esencia es la contradicción solucionada. Al excluirse mutuamente y engendrar a su otro fuera de sí mismos a través de su propia conversión en su otro, los polos positivo y negativo se eliminan a sí mismos, cada uno se transfiere en sí mismo a su contrario. Cada uno se elimina en sí mismo y se engendra a sí mismo en su otro. Esta es la contradicción solucionada: en su mutuo excluir los polos se engendran como otros; pero al mismo tiempo, en ese mutuo excluir que es un engendrarse como otros, se engendran a sí mismos en su otro. La contradicción absoluta se soluciona porque al excluirse los polos como absolutamente independientes se engendran a sí mismos en su contrario. La independencia se trueca en su mutua complementación.2
El régimen capitalista está estructurado por varias contradicciones que se desarrollan conforme al modelo que hemos estudiado en el punto anterior. No consideraremos ahora la contradicción fundamental entre capital y trabajo; por el momento solamente atenderemos a las que se presentan en el proceso de circulación de las mercancías y del capital y en el movimiento del capital en su conjunto. Esas contradicciones a que nos referimos discurren de la misma manera en que hemos visto desenvolverse a los contrarios en el modelo general de la contradicción. Las relaciones de los polos pasan alternativamente por las fases de planteamiento de la contradicción y solución de la misma y este movimiento entre ellos se resuelve en el paso a etapas superiores de existencia del régimen capitalista.
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Robledo Esparza, Gabriel, obra citada, pp. 226-227.
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El fundamento de las contradicciones que estamos examinando se encuentra en la naturaleza de la mercancía, que es el producto típico del régimen de producción capitalista.
Las contradicciones de la mercancía En el primer tomo de El Capital, en los tres primeros capítulos de la primera sección, estudia Marx las principales características de las mercancías. — La primera determinación de la naturaleza de la mercancía es que está formada por dos factores antitéticos: valor de uso y valor. — La segunda es la del doble carácter del trabajo representado por ellas: trabajo humano concreto y trabajo humano abstracto. La relación de cambio entre las mercancías es una relación entre las características antagónicas de las mismas. — Una mercancía es la forma relativa del valor y otra es la forma equivalencial y cada una de ellas es ambas cosas a la vez. — La cuarta característica de la mercancía es que en su materialidad corpórea se expresa el carácter social del trabajo. — Las mercancías son cada una en sí misma valores de uso y medios de cambio. — El mundo de las mercancías se escinde en dos: por un lado el dinero y por el otro el resto de las mercancías. — El proceso de cambio de la mercancía se realiza a través de dos fases antitéticas: M-D y D-M —La mercancía dinero es mercancía y signo de valor. — La mercancía dinero tiene dos funciones primordiales antagónicas: es medio de circulación y es materialización absoluta de riqueza; en la primera función es un perpetum mobile, en la segunda se inmoviliza como tesoro.
Las contradicciones en el proceso de circulación del capital industrial El proceso cíclico del capital industrial individual se desarrolla a través de contradicciones entre los ciclos particulares que lo componen, las diversas
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fases de que cada ciclo consta y las distintas formas funcionales que el capital asume. Marx ha descrito, en el tomo II de El Capital el proceso cíclico de los capitales industriales individuales en el punto en que sus contradicciones están solucionadas, es decir, cuando la continuidad y la unidad de los ciclos, las fases y las formas funcionales se han establecido.
El proceso cíclico del capital industrial y las crisis La contradicción absoluta, la discontinuidad y la disyunción, no tienen aquí para el capital individual un origen interno, sino externo. Como parte del ciclo del capital global, el capital individual puede ver entorpecida su circulación en cualquiera de sus ciclos, fases o formas funcionales debido a que se dificulta o se detiene el paso fluido de uno a otro por los obstáculos que la interrupción y la dislocación de aquel le imponen. El ciclo del capital-dinero se verá obstaculizado e incluso se paralizará bajo la forma dinero, en la fase D-M (Dinero-Mercancía), si no existen en el mercado los medios de producción y la fuerza de trabajo suficientes o si sus precios han sufrido alteraciones sustanciales. Igualmente, si las mercancías producidas no se venden, cualquiera que sea la causa de ello, entonces no se realizará en toda su extensión la fase M-D’ (Mercancía-Dinero incrementado) del ciclo de ese capital, el cual se mantendrá bajo la forma de mercancías invendidas, ya sea en parte o en su totalidad. Los ciclos del capital productivo y del capital-mercancías del capital individual se verán afectados igualmente por las dificultades con que la realización de las fases D-M y M-D’ se encuentre. La suma de los ciclos de los capitales industriales individuales es igual al ciclo del capital industrial total; éste consta de dos momentos que se implican y se niegan mutuamente: el de la contradicción solucionada, que es la situación en la cual los ciclos, las fases de los ciclos y las formas funcionales del capital industrial total se engendran y se excluyen mutuamente en un proceso fluido que presiden la unidad y la continuidad y el de la contradicción absoluta, en la que los ciclos, las fases y las formas funcionales del capital industrial se interrumpen y se dislocan, en donde los contrarios se excluyen pero no se complementan, pues, al igual que en el caso del capital individual, las fases D-M y M-D’ se realizan imperfectamente o no se producen en lo absoluto.
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El desarrollo del capital industrial total, que es el núcleo en torno al que gravita toda la organización del régimen de producción capitalista, se da a través de la alternación de esos momentos señalados: la contradicción se exacerba y se plantea en sus términos excluyentes; la contradicción se aplaca, se soluciona y se establece la complementación de los contrarios. La contradicción se soluciona a través de su exacerbación y se exacerba a través de su solución. Todas las contradicciones que se presentan en el proceso cíclico del capital industrial total tienen su origen en la forma de organización de la sociedad capitalista, la cual se basa en la existencia de productores privados independientes de mercancías y en la que por fuerza la producción y la venta de los productos son mutuamente excluyentes y sólo alcanzan su unidad en el terreno oscuro del mercado a través de las acciones ciegas de productores y compradores. Las alternaciones de los momentos del ciclo del capital industrial total pueden ser tranquilas, darse en pequeños pasos, o, por el contrario, si la contradicción se exacerba en exceso, serán verdaderos saltos, crisis de menor o mayor envergadura. La crisis comprende la exacerbación extrema de las contradicciones del ciclo del capital industrial total y la violenta reconciliación de las mismas. Como más adelante veremos, el capital, una sustancia con vida propia, se desplaza presidido por los movimientos de la tasa general de ganancia. De esta manera, guiados por su hambre insaciable de ganancia, los capitalistas llevan las contradicciones del ciclo del capital industrial total hasta su más alto nivel y generan necesariamente las condiciones para el surgimiento y desarrollo de la crisis. De la misma manera, el capital bancario, que es la expresión rotunda del móvil capitalista de la obtención ilimitada de ganancias, contribuye sustancialmente a que la exaltación de las contradicciones del ciclo del capital industrial sea llevada a niveles del paroxismo y se produzcan por tanto crisis fortísimas. Como momentos del proceso cíclico del capital industrial total, el avance apacible del mismo y las crisis en su desenvolvimiento se niegan y se engendran mutuamente. Las crisis son, por tanto, consustanciales a la existencia del régimen de producción capitalista.
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La circulación del capital global y las crisis Las tres formas que adopta el capital global de la sociedad son el capital bancario, el capital industrial y el capital mercantil. Se trata de tres esferas de negocios que discurren separadamente, pero que se complementan. El capital bancario, cuyo ciclo se expresa como D-D’ (Dinero-Dinero incrementado), está formado por el capital-dinero de una clase especial de capitalistas que lo utilizan para comprar y vender a los capitalistas industriales y mercantiles el uso de capital-dinero; en esta función, el capital bancario se entrelaza con los ciclos del capital industrial y del capital mercantil.3 El capital industrial ya fue objeto de nuestro estudio en párrafos anteriores. Las fases de su ciclo y sus formas funcionales están íntimamente ligadas con las del capital bancario y las del capital mercantil; se establecen entre ellas relaciones de complementación y oposición. El capital mercancías, cuyo ciclo, que no está interrumpido por el proceso productivo P, se expresa en la fórmula D-M-D’ (Dinero-Mercancía-Dinero incrementado), es el que una clase especial de capitalistas utiliza para realizar el proceso de la compra y venta de las mercancías hasta llevarlas al punto final del consumo. Sus fases y formas funcionales tejen una urdimbre con las de los ciclos del capital bancario y del capital industrial; su relación es de exclusión y engendramiento de unas y otras. Al igual que el ciclo del capital industrial total, el ciclo del capital global, que se integra con los ciclos del capital bancario D-D’, del capital industrial D-M (T, Mp)…P…M’-D’ (Dinero-Fuerza de trabajo y Medios de Producción…Proceso productivo…Mercancía-Dinero incrementado) y del capital mercancías D-M-D’, discurre en dos momentos contradictorios: el de la unidad y la fluida sucesión de sus fases y formas y el de la disyunción y la interrupción de su curso. La alternancia de los momentos puede ser pausada, sin alteraciones graves, o constituir una verdadera conmoción económica, una crisis, que entrañe una desvinculación mayúscula entre los ciclos del capital bancario y los del capital industrial y del capital comercial y, en su fase más alta, una sustantivación monstruosa del capital bancario que se enfrente, absoluta y radicalmente, contra los otros sectores del capital global, a los cuales amenaza muy seriamente con llevar a la ruina y junto con ellos al régimen de producción capitalista.
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Véase, en este mismo capítulo: El capital bancario y financiero, el agente decisivo de las crisis.
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Las contradicciones en la estructura del capital global de la sociedad y en las relaciones entre los sectores que la forman La contradicción entre el Sector I y el Sector II de la economía La contradicción solucionada En el tomo II de El Capital Marx aborda, en el capítulo XX, la definición de los dos sectores de la economía capitalista y la determinación de las relaciones entre ellos: el sector I, que produce medios de producción y el sector II, que produce bienes de consumo. El sector I es él mismo y su otro pues produce medios de producción para la producción de medios de producción y medios de producción para la producción de bienes de consumo en el volumen necesario para la reproducción ampliada; el sector I excluye al sector II, es decir, se especializa en la producción de medios de producción y al hacerlo se engendra a sí mismo en su otro pues le proporciona los medios de producción para producir los medios de consumo necesarios y de lujo que le permitirán reproducir a sus capitalistas (el consumo de bienes de lujo es una condición de su reproducción) y a sus obreros en la medida que lo exige la acumulación. El sector II se produce a sí mismo y a su otro en sí mismo; produce los bienes de consumo necesarios y de lujo que requieren los obreros y los capitalistas de ese sector para la reproducción simple y ampliada y, además, los bienes de consumo que solicita el sector I y que le permitirán reproducir a sus capitalistas y obreros con lo que garantiza la producción ampliada de medios de producción para producir bienes de consumo; el sector II excluye al sector I, esto es, produce solamente bienes de consumo y de esta manera se procrea a sí mismo en su otro pues le suministra los elementos para la reproducción de los obreros y capitalistas que producen medios de producción de bienes de consumo. El sector I no sólo tiene al otro en sí mismo bajo la forma de sí mismo (producción de medios de producción de bienes de consumo) sino bajo la forma específica del otro: el subsector de II que produce bienes de consumo de lujo (IIb) está integrado al sector I, forma de hecho parte del mismo y sigue la misma suerte que aquel en el proceso de acumulación; de la misma manera, el sector II tiene al otro en sí mismo bajo la forma del subsector de I que produce medios de producción de bienes de consumo necesario el cual está ligado indisolublemente al proceso de acumulación de II. Con esto, la estructura básica del primer nivel de la contradicción esencial del régimen capitalista está completa; tomándola como fundamento se realiza el proceso de acumulación global que implica cambios en la compo-
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sición orgánica del capital, movimientos de precios, flujos de mercancías, dinero y capital, agrupamientos y luchas de clases, etcétera. Sobre esta base económica se levanta todo un edificio de sectores y ramas productivas y grupos de capitalistas que remata en la constitución de dos sectores fundamentales dentro de la clase dominante, a los que tradicionalmente se les llama aristocracia, oligarquía, gran burguesía, burguesía monopolista, etcétera, a uno de ellos y burguesía nacional, burguesía no-monopolista, burguesía liberal, burguesía media, etcétera, al otro.
La contradicción absoluta La organización básica de la economía capitalista, que aquí acabamos de describir, es sólo un momento en el proceso de reproducción ampliada del capital en el que rige una determinada composición orgánica del capital social; su existencia es transformarse en su contrario, es decir, en un desarrollo independiente de cada uno de los sectores sin engendrar a su otro en sí ni fuera de sí. En esta nueva etapa de su existencia, el sector I se reconcentra en sí mismo y amplía la producción de medios de producción para producir medios de producción y bienes de consumo de lujo y reduce en la misma medida la producción de medios de producción de bienes de consumo necesarios, es decir, introduce un cambio en la composición orgánica del capital social, en el cual reduce radicalmente la proporción en que participa el capital variable; o, el sector II se interna en sí mismo y produce en cantidades crecientes sólo los bienes de consumo necesarios para los obreros de II y de I y recorta en igual proporción la producción de bienes de consumo necesarios y de lujo para los capitalistas, los cuales son una condición para su reproducción y por tanto para la del capital global en su conjunto y obligan a I a reducir la producción de medios de producción para producir medios de producción y bienes de consumo de lujo y a aumentar la de medios de producción de bienes de consumo necesarios, lo que significa un cambio opuesto en la composición orgánica del capital global que eleva drásticamente la participación en él del capital variable.
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La dialéctica total de la contradicción entre los dos sectores de la economía La comprensión teórica de las crisis en la sociedad capitalista debe tener como base el conocimiento de la estructura y la dialéctica interna de ese régimen de producción. Los dos sectores que integran al régimen de producción capitalista son el sector I que tiene como núcleo a las empresas que producen bienes de capital y el sector II que gravita en torno a las empresas que producen bienes de consumo. Las relaciones entre ambos sectores se rigen por las leyes generales descubiertas por Hegel acerca de la contradicción esencial. Sector I y Sector II son dos polos que son cada uno él mismo y su otro; el sector I contiene al sector II en su interior y éste a aquel. Cada sector se produce a sí mismo (se afirma) y produce al otro en sí mismo (se niega). Al producir su otro en sí mismos se constituyen como polos independientes, completos en sí mismos que se excluyen (se niegan uno al otro). Cuando se repelen uno al otro los polos se desarrollan independientemente, lo que significa que se producen a sí mismos y a su otro en sí mismos; la mutua exclusión es entonces engendrar al otro y producirse a sí mismos en el otro. Enseguida estudiaremos más detenidamente la relación entre los sectores del régimen capitalista. Aunque formando parte de una unidad, los polos existen separadamente uno del otro. Suponemos que todo el movimiento se inicia en el sector I; éste, después de un periodo de mutua complementación con II, se independiza de él, lo que significa que aquella deja de efectuarse: el sector I no engendra a su otro en sí mismo ni se produce a sí mismo en su otro. Esto se traduce necesariamente en un crecimiento más rápido de I y en la declinación del progreso de II. Sin embargo, como intrínsecamente son complementarios ambos sectores, mientras más avanzan en su camino independiente con más fuerza se atraen uno al otro. Si el nexo entre ambos sectores no se establece antes de que su desvinculación llegue a su clímax, entonces la necesidad de restaurar la unidad alcanza su intensidad máxima y sobreviene la crisis, que es el restablecimiento violento de la mutua complementación: el sector I vuelve a engendrar al sector II en sí mismo y a producirse en el sector II.
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Es evidente que la reunión de los contrarios se puede realizar también a través de movimientos económicos que no alcanzan la condición de verdaderas crisis y, además, que la reconciliación de los polos opuestos implica necesariamente cambios legislativos, políticos, etcétera, que pueden ir desde floridas luchas parlamentarias hasta violentas luchas de clases. Pero aquí, en la determinación de la causa última de las crisis, sólo hemos tomado la forma más tempestuosa en que éstas se manifiestan en el terreno económico, cuando las fuerzas económicas se sustantivan y cobran vida propia frente a sus elementos personales. Hay, después de la crisis, un tiempo en el que ambos sectores se producen uno al otro en una relación más alta de su unidad. Posteriormente, toca al sector II, que ha sido el elemento activo en la reinstauración de la unidad, iniciar su desarrollo independiente, el cual se resuelve en el rompimiento de su correspondencia con I, es decir, en el no engendramiento de su otro en sí mismo ni de sí mismo en su otro. Se presenta otra vez el proceso de restitución de la correlatividad entre los dos sectores implicados que puede eventualmente alcanzar las proporciones de una magna crisis. Como vimos en párrafos anteriores, el desarrollo independiente de los sectores puede llevar al crecimiento desorbitado de uno de ellos; mientras más independiente es y más capital acumula ese sector, más se intensifica la fuerza que lo impele a la restauración del vínculo original con el otro; al llegar a su punto más alto este proceso, estalla la crisis que no es sino la reunión violenta de los que antes habían discurrido separadamente. Son, por tanto, dos fases complementarias aquellas a través de las cuales se realiza la reproducción ampliada del capital social. En la primera de ellas los sectores se relacionan a través de su exclusión y procreación mutuas; en la segunda sólo se niegan recíprocamente. Ambas fases se implican y se suceden una a la otra. En la existencia de esas fases y en su dialéctica interna se encuentra el germen de las crisis; el proceso de restauración de la unidad de los contrarios es necesario y puede ser gradual y provocar sólo pequeñas conmociones en la estructura económica o puede ser diferido hasta que la reunión sólo pueda lograrse por medio de una verdadera crisis de más o menos grandes dimensiones. Ciertamente que, a fin de cuentas, las pequeñas conmociones, al acumularse, se transforman necesariamente en las espectaculares y violentas crisis del sistema capitalista.
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La antítesis entre monopolio y libre cambio La concurrencia de los capitales desemboca necesariamente en el monopolio. La producción monopolizada implica la polarización del capital social en dos sectores fundamentales: sector I, que produce medios de producción y de consumo de lujo y que concentra una parte sustancial de aquel y sector II que produce bienes de consumo necesario, etcétera, y que tiene una cantidad menor del capital global. El monopolio implica también la fijación de precios altos para los productos del sector I y precios bajos para los del sector II. En este caso las condiciones medias no existen como tales sino como el promedio aritmético entre dos extremos opuestos; por lo tanto, el tiempo de trabajo socialmente necesario, el valor comercial del producto, la cuota media de ganancia y el precio de producción, sólo tienen el carácter de promedios entre sus valores extremos en I y II. La tendencia al decrecimiento constante de la tasa media de ganancia se manifiesta aquí como un descenso radical en II y un incremento desmesurado en I. En esta dramática disyunción entre I y II se encuentra la causa última de las crisis. El monopolio implica a su vez la libre concurrencia. Después de un predominio más o menos largo del sector I se impone una reacción en sentido contrario de II (basada en el desarrollo de formas de producción que incrementen el capital variable y, por tanto, hagan bajar la composición orgánica del capital y con ello eleven de nuevo la tasa media de ganancia) que lleva necesariamente al acercamiento de ambos extremos a través de la constitución de unas verdaderas condiciones medias que encarnan en una rama económica que concentra a la mayor cantidad del capital social y que está situada entre los dos. Se forman un verdadero valor comercial y una cuota media de ganancia real. Y así sucesivamente. La adecuación de I a II es el resultado final de la crisis y el punto de partida de una nueva fase en la cual la separación entre ambos debe desembocar necesariamente en otra crisis.
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La contradicción entre el Sector I y Sector II, fundamento de la polarización de todas las ramas, sectores y esferas económicas y de todos los elementos políticos e ideológicos de la sociedad capitalista en dos grandes Sectores El desarrollo del régimen de producción capitalista es contradictorio. En una primera fase crecen la gran industria y el gran comercio apuntalados por un sistema bancario y financiero que se perfecciona constantemente; el propio desenvolvimiento de este sector crea las premisas de su negación en sí mismo y en su otro, es decir, en la pequeña y la mediana industria y en el pequeño y mediano comercio. Al llegar a un punto determinado, el sector I prácticamente se desboca y su crecimiento se torna desorbitado: las instalaciones industriales se incrementan desmesuradamente, el comercio aumenta desproporcionadamente y, con ellos, la banca se hipertrofia también. Es aquí en donde el desenvolvimiento de I alcanza su clímax y a la vez empieza su fase descendente: el núcleo de la estructura económica, la planta industrial de I, se hace incapaz de absorber las grandes masas de capital dinero que se acumulan en el comercio y en la banca; se forma una plétora de capital-dinero que ya no puede ser aprovechado por la industria, ni, por tanto, constituir elemento de la acumulación real; esta fabulosa cantidad de capital-dinero se convierte ahí en materia prima para la actividad especulativa de los capitalistas, la cual se concentra en el aparato financiero del sistema. La especulación se exacerba de tal manera que incluso el capital industrial es desafectado de su función principal y convertido en capital-dinero para alimentarla. Sobreviene entonces la crisis: la producción se desploma, la planta industrial se paraliza, el comercio quiebra y toda la actividad económica se centra en la especulación, a la que concurren todos los capitalistas (incluso el Estado) y la cual se convierte en la ocupación principal de los bancos. En el exterior, mientras tanto, el desarrollo de I ha provocado la ruina de la pequeña y mediana industria, del pequeño y mediano comercio, de la banca pequeña y mediana y de los sectores estatales correspondientes. Los recursos financieros, incluso los generados en II, se han concentrado en el aparato financiero de I con la finalidad de apoyar el crecimiento de este sector; el sector II, al ser despojado de dichos recursos, se ve privado de los medios para financiar su propio desarrollo y entra en una fase de descapitalización aguda. Por último, en el período de especulación desenfrenada, el
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sector I no sólo vulnera los intereses del sector II, sino que amenaza con llevar a la ruina a sus propias instalaciones industriales. La crisis se desboca. El exceso de producción en I, da lugar a la fase descendente del ciclo: menores precios, bajos ingresos, quiebra masiva de empresas, insolvencia de los deudores y agotamiento definitivo de la materia prima de la especulación, quebranto decisivo de los bancos, etcétera. Surge entonces, con necesidad ineluctable, en el seno del propio régimen de producción capitalista y con el doble propósito de impedir su destrucción y de dar impulso a una nueva fase de su desarrollo ascendente, la actividad político-económica para imponer una reordenación financiera y económica. Esa reordenación financiera, que puede llegar incluso, dependiendo de la gravedad de la crisis, a la “nacionalización” de la banca (es decir, a la absorción por el Estado burgués de la función bancaria), tiene dos finalidades esenciales, una inmediata y otra mediata: (a) impedir la ruina definitiva de I reduciendo las funciones bancarias a sus límites “normales”, “racionales” por medio de la eliminación de la especulación o, en el caso de que ya haya sobrevenido la quiebra del sistema financiero, realizar su rescate y evitar con ello la autodestrucción del régimen capitalista y (b) reorientar los recursos financieros hacia II para sacarlo de su postración e impulsar su crecimiento. El primer objetivo, es decir, la preservación del sector I de la burguesía implica, desde luego, la de un elemento constitutivo del régimen de producción capitalista, y con ello la de su fundamento esencial, es decir, la explotación del trabajo asalariado y el proceso de depauperación de los trabajadores. El segundo objetivo consiste en salvar de la ruina y llevar adelante a otro sector del régimen de producción capitalista que también tiene su base de existencia, necesariamente, en la explotación y depauperación de los trabajadores. La preservación de un sector de la economía capitalista a través de la reducción de su desarrollo desbocado y la defensa e impulso a otro sector de esa economía capitalista, objetivos todos de la reordenación bancaria, tienen como resultado adecuar entre sí las partes integrantes del régimen de producción capitalista, perfeccionándolo y llevándolo hacia metas superiores de su existencia. Las funciones bancarias no pierden ni un ápice de su naturaleza de funciones del capital, y por tanto de instrumentos de proceso de explotación y depauperación de los trabajadores, por el hecho de que sean rígidamente
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reglamentadas o pasen de manos de un sector de la burguesía a los del Estado burgués, ni porque sean reducidas a su expresión más “racional” y reorientadas hacia otro sector capitalista; por el contrario, estas funciones reafirman y hacen explícita aquí su verdadera esencia de instrumentos de explotación del trabajo asalariado. El resultado de la reordenación bancaria (que puede llegar al extremo de una nacionalización) debe ser, necesariamente, el perfeccionamiento del régimen de producción capitalista existente en un país y, como consecuencia de ello, la centuplicación de la explotación de sus trabajadores. El rescate bancario, esto es, el salvamento del sistema bancario de su ruina que realiza el poder público mediante la absorción de los pasivos de los bancos, se presenta como una necesidad después de los grandes ciclos de acumulación de I principalmente, los cuales culminan siempre con grandes crisis financieras. La historia económica de 1840 hasta la fecha está llena de múltiples episodios de esta naturaleza que han tenido como escenario a los más diversos países del mundo. La nacionalización de la banca, que significa la asunción de la función bancaria por el Estado, es una reivindicación constante del sector II; en las épocas de dominación del sector I tiene el sentido que hemos estudiado en páginas anteriores y cuando predomina el sector II tiene como finalidad eliminar un obstáculo para su desarrollo más libre y a fondo. La realización de esta reivindicación en una u otra etapa está sujeta a múltiples condiciones e implica una verdadera lucha entre los dos sectores de la economía; el resultado final, de acuerdo a estas condiciones y a la fuerza de los contendientes, puede ser una nacionalización bancaria más o menos radical, es decir, que implique un triunfo completo de II o sólo una transacción entre éste y la burguesía financiera. La crisis económica es la súbita y violenta reconciliación de los polos opuestos que hasta entonces habían discurrido separadamente. Los contrarios, en una etapa de su existencia, se complementan y se engendran mutuamente; esta unidad se rompe necesariamente dando paso a la separación y desarrollo independiente de los polos de la contradicción; uno de ellos crece desproporcionadamente con base en la negación de su otro y al mismo tiempo crea los elementos de su propia negación los cuales primero tienen una vida subterránea y finalmente salen a la superficie de una manera impetuosa produciendo una crisis. La crisis comprende por tanto lo siguiente: a) culminación del proceso de negación del polo opuesto y b) negación violenta del polo que ha tenido un
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crecimiento desbordado, lo cual se produce dentro de un movimiento tempestuoso de los elementos del régimen económico que, como fuerzas naturales irrefrenables, crean una vorágine destructiva que arrasa con todo. La crisis es el medio a través del cual se establece la unidad de los contrarios. Como resultado necesario de ella se produce una drástica reducción del polo que ha crecido desmesuradamente, una reorientación de su desenvolvimiento para que se restaure la relación de complementación y mutuo engendramiento con su otro y un impulso al polo opuesto con el fin de que asuma el papel dirigente en el proceso de restablecimiento de la unidad. El desarrollo superabundante de uno de los contrarios ha significado un salto cualitativo en su naturaleza esencial; al restituirse la unidad, esa nueva naturaleza superior se extiende hasta el polo opuesto completando así la transformación radical de la totalidad del régimen económico. La crisis es entonces el vehículo a través del cual aquel se eleva hacia estadios superiores. Esta unidad y lucha de contrarios, cuya dialéctica acabamos de reseñar, es la actividad de una sustancia con movimiento propio por completo independiente de la conciencia y de la voluntad de los individuos. En la fase de auge de uno de los sectores económicos éste crea los elementos teóricos y personales que requiere para su venturosa evolución; para los economistas y los políticos así engendrados, aparece como si ellos fueran los demiurgos y conductores de la realidad económica porque su pensamiento y su acción, por ella procreados, tienen en ese momento la eficacia deseada; en la fase depresiva del ciclo son sujetos, al igual que el sector económico que representan, a una despiadada negación y sus teorías y sus acciones se estrellan contra una reluctante realidad, fuera por completo de control, produciendo los efectos contrarios a los que se proponían; por último, en la fase de crisis, son lanzados inmisericordemente al fondo del abismo por las fuerzas que ellos consideraban haber domeñado y sometidos a un proceso de aniquilación mental y moral que los convierte en verdaderos guiñapos; los otrora altivos conductores de la realidad económica son ahora sus ignominiosos esclavos. Cuando después de la necesaria dominación del sector opuesto se pone a la orden del día la restauración del sector despojado del poder por la crisis, también se hace imperioso el resurgimiento de las doctrinas y de los hombres que a él corresponden y que habían permanecido en estado de animación suspendida. Monetarismo y librecambio por un lado y Keynesianismo con toda su cauda de subvariedades como el Kaleckianismo y el marxismo oportunista
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por el otro, desarrollo estabilizador y desarrollo compartido, conservadores y liberales (éstos junto con todos sus aliados, los grupos y partidos de izquierda) han sufrido este movimiento cíclico de ascensión a la cúspide, caída estrepitosa, anonadamiento total y renacimiento de sus cenizas a que los somete ineluctablemente el régimen de producción y que está determinado totalmente por las vicisitudes del sector económico al que pertenecen. El concepto que de la crisis tienen estas corrientes de pensamiento y grupos políticos corresponde por completo a la situación que guardan en el régimen de producción capitalista como representantes de un sector definido del mismo; así, para aquellos a quienes la crisis ha arrastrado a la sima destruyendo su obra de artificio, el fracaso de su “proyecto económico” se debe a imprevisibles e incontrolables obstáculos exteriores (ya sean variables económicas internas o elementos de la economía internacional), a conspiraciones de los líderes del otro sector económico (del “populismo” echeverrista o de la oligarquía, vgr.) y, en última instancia y en un dramático mea culpa, a errores personales en la aplicación de una política esencialmente correcta; para los del sector opuesto, la crisis es el resultado de una política económica contraria a los principios inmutables de la “ciencia económica” o a los “intereses populares”, de errores personales de los gobernantes o de obstáculos exteriores nacionales e internacionales (como las “agresiones” del mercado mundial o de la banca internacional en contra de la economía mexicana). En un caso se postula la justeza de una política económica que ha sido anulada y transformada en su contrario por elementos exteriores a sí misma; en el otro la política económica seguida es precisamente la causa directa de la crisis y ésta se ha agudizado por efecto de los factores externos.
La cuota de ganancia, vehículo de las crisis La ley del valor y la cuota de ganancia El precio de costo y la ganancia El valor de toda mercancía producida con métodos capitalistas es M=c+v+p (= capital constante + capital variable + plusvalía). El valor c + v es el equivalente del capital desembolsado. Este valor está destinado por el capitalista a hacer revertir el capital a sus elementos materiales para reiniciar el ciclo. Este valor es lo que al capitalista cuesta producir la mercancía, es el precio de costo de la misma.
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El precio de costo no es el costo total de la mercancía, pues éste engloba todo el trabajo invertido en la producción, es decir, incluye también el trabajo no retribuido, la plusvalía (p). Llamando pc al precio de costo, tenemos que la fórmula original del valor de la mercancía se transforma en la siguiente: M = pc + p, o sea, = al precio de costo más la plusvalía, al que se denomina precio de producción. En esta fórmula aparece como si el remanente de valor fuera un incremento de todo el capital desembolsado (c + v), porque no se hace ninguna diferencia funcional entre los elementos del mismo y se considera entonces que la plusvalía brota tanto del capital variable como del capital constante. Así considerada, como resultado del capital total desembolsado, la plusvalía reviste la forma transfigurada de la ganancia. La fórmula M = pc + p, que se derivaba de M = c + v + p, se transforma en M = pc + g, o sea, = a precio de costo más la ganancia. La plusvalía es un residuo de la suma total de trabajo contenida en la mercancía después de cubrir la suma de trabajo retribuido que en ella se encierra (precio de costo) Este remanente guarda con el capital total una relación que se expresa por el quebrado p/C, en la cual p es la plusvalía y C el capital total; esta relación es la cuota de ganancia. La cuota de plusvalía medida por el capital variable (p/v) se llama cuota de plusvalía; la cuota de plusvalía medida por el capital total desembolsado p/C se llama cuota de ganancia. En ambos casos se trata de una misma magnitud, pero medida en relaciones distintas. Plusvalía y ganancia, cuota de plusvalía y cuota de ganancia, son también los polos de una contradicción. Como tales, sus relaciones se rigen plenamente por las leyes generales y particulares que hemos destacado en la parte correspondiente de este trabajo. La contradicción se establece por el hecho de que aunque es un mismo objeto, la masa de trabajo excedente que el capitalista extrae a los obreros tiene, sin embargo, una doble naturaleza: es, por un lado, plusvalía, el resultado del proceso capitalista de producción, pero al mismo tiempo, por el otro, es ganancia, que sólo puede acreditarse en el proceso de circulación. La cuota de ganancia En el régimen capitalista existe una cuota general de ganancia que rige para todas las ramas industriales.
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Con base en una ganancia media preexistente, el capitalista individual, que se mueve por el hambre insaciable de ganancia, busca tener una ganancia extraordinaria, ya sea reduciendo el salario de sus obreros, alargando la jornada o incrementando la productividad. Cuando la cuota de ganancia de unas ramas sube a un nivel muy superior al de la media (por una demanda inusitadamente alta) los capitales fluyen hacia ellas y hacen que se incremente la producción de esa mercancía, baje su precio y se reduzca la cuota de ganancia, hasta volver al punto de donde partió. Cuando la cuota de ganancia baja a un nivel inferior al de la media (por un exceso de oferta de la mercancía o una reducción de la demanda) los capitales se retiran de ellas con lo cual se reduce la producción y se eleva así la cuota de ganancia, que se acerca al nivel medio. La cuota media de ganancia existe como el centro en torno al cual giran las cuotas de ganancia de las distintas ramas industriales. Se impone como el resultado del constante movimiento de compensación entre ambos extremos (cuotas altas y cuotas bajas de ganancia) y existe realmente como tal cuando coincide con la cuota de ganancia de los capitales que tienen las condiciones medias. Los movimientos en las cuotas de ganancia que giran en torno a la cuota media de ganancia permiten la realización del movimiento global del capital: producción de la cantidad socialmente necesaria de una mercancía a través de los movimientos de la oferta y la demanda. El móvil último de los capitalistas individuales y del régimen capitalista como un todo es el incremento constante de la ganancia (plus trabajo obrero). De acuerdo con esta exigencia imperiosa del régimen económico, el capital, como sustancia con vida propia, se desplaza entre las distintas industrias, ramas industriales y sectores económicos en busca de la cuota más alta de ganancia. En este movimiento, actúa sobre las contradicciones que hemos estudiado y potencia en una forma extraordinaria las desproporciones y disyunciones entre sus polos, con lo que da lugar a que éstas alcancen una magnitud enorme, y luego, a que la unidad y continuidad se restituyan mediante una violenta tempestad económica. Los valores comerciales y el tiempo socialmente necesario El tiempo de trabajo socialmente necesario es aquel que se materializa en las mercancías producidas en las condiciones medias cuando ellas constituyen
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la gran masa del producto de la rama. Se deben dar condiciones excepcionales para que las mercancías producidas en las condiciones peores o mejores regulen el valor comercial. La rama de producción en la que rige un valor comercial dado está formada por un grupo de empresas que producen la mayor parte de las mercancías de la misma bajo condiciones medias, otro grupo que produce una parte menor bajo condiciones inferiores (con un costo de producción más alto que la media) y otro que produce también marginalmente en condiciones superiores (con un costo de producción más bajo que la media). Las empresas que producen en condiciones peores, puesto que tienen que vender al precio de producción determinado por el valor comercial y éste es menor que su valor individual, pierden una parte de la plusvalía por ellas producida; por el contrario, los que producen en condiciones mejores, si venden al precio de producción obtienen una mayor cantidad de plusvalía que la que han producido. El volumen de mercancías que se produce al precio comercial que coincide con el precio de producción y por tanto con el valor comercial es la cantidad de esa mercancía socialmente necesaria; es decir, el volumen de mercancías que contiene el tiempo de trabajo global que la sociedad está dispuesta a destinar a esa mercancía específica. Cuando la demanda de una mercancía aumenta, su precio comercial sube, la cuota de ganancia se eleva y los capitales fluyen hacia esa rama de producción; la cantidad producida se incrementa hasta el punto en que satisface la demanda excedente. La rama produce ahora la nueva cantidad de mercancías socialmente necesaria. Una vez cubierta la demanda excedente, los precios comerciales bajan hasta coincidir con el precio de producción y a través de él con el valor comercial y la cuota de ganancia desciende al nivel medio; en todo este movimiento el precio de producción y el valor comercial han permanecido inalterables. Exactamente el proceso contrario se produce en el caso de un descenso de la demanda. Al final, la cantidad socialmente necesaria de una determinada mercancía ha descendido a un nuevo nivel. En el primer caso, el precio comercial se ha movido hacia el valor individual más alto y atrae a esa rama capitales que de otra manera, dados sus altos costos de producción (baja composición orgánica), no habían tenido oportunidad de concurrir; igualmente, ese alto precio comercial habrá alentado a la ampliación de la planta existente. En el segundo caso, es el valor individual más bajo el que rige el precio de producción, lo que obliga a los capitales de altos costos a emigrar a otras ramas de la producción.
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Un incremento en la oferta tendrá el mismo efecto que una disminución de la demanda y una disminución en la oferta el efecto contrario. En todos estos movimientos permanecen invariables: una cuota media de ganancia, un precio de producción y un valor comercial determinados. Esto quiere decir que tales cuotas y valores son los centros en torno a los cuales giran los precios comerciales, los precios de producción y los valores individuales de las mercancías. La dinámica interna del régimen capitalista se manifiesta en los cambios que se producen en la oferta y la demanda y en los precios de las mercancías en las distintas ramas y sectores productivos. El mercado es el lugar en donde se expresan las necesidades de todas y cada una de las ramas y sectores económicos a través de los movimientos de los precios, los cuales reflejan la medida de la oferta y la demanda de los distintos bienes. Cuando se presenta una demanda más alta que lo normal de una mercancía, lo cual obedece a las exigencias de la estructura interna y de la evolución del régimen económico, suben los precios de la misma y la cuota de ganancia de la rama que la produce se eleva. La cuota de ganancia más alta atrae capital a las ramas o sectores de que se trate, la producción se acrecienta hasta la medida en que la demanda lo exige, los precios descienden a su nivel anterior, la cuota de ganancia recupera su nivel previo y al final una parte del capital social se ha desplazado al lugar en donde la dinámica del régimen capitalista lo requiere. Si la demanda se reduce, se da el proceso inverso: los precios caen, la cuota de ganancia baja, el capital se retira, la producción se contrae, etcétera.
La contradicción entre la oferta y la demanda y la incubación de las crisis Oferta y demanda son los extremos de una contradicción. La relación entre sus extremos discurre en primer término a través de su mutua negación y engendramiento recíproco, lo cual sucede de una manera más o menos fluida y sin interrupciones graves. Es así como Marx la ha representado en la parte del 3er. tomo de El Capital que acabamos de reseñar. Pero fatalmente, la tranquila relación entre los contrarios se convierte en una contradicción absoluta.
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La demanda se dispara, los precios crecen a niveles altísimos, la cuota de ganancia se eleva desmedidamente y el capital social se traslada a chorro lleno a la rama, ramas o sectores correspondientes. La producción aumenta ilimitadamente, sin tener ya relación alguna con la demanda que la originó; la sobrepasa varias veces y aún sigue creciendo, sin que se avizore el fin de su incremento. La sobreproducción es avivada por la especulación. Los productores capitalistas, el comercio, la banca y las finanzas apuestan a un crecimiento ilimitado de la demanda y actúan en consecuencia, llevando la acumulación al paroxismo; el crédito se expande de una manera incontrolable. De la mano con la especulación vienen el fraude, la estafa, el engaño, el despojo, etcétera, crímenes que adquieren un alto vuelo en la última fase del proceso de acumulación desenfrenada. Al llegar a su punto superior, la excesiva acumulación se trueca en su contrario, en una gran desacumulación, pero lo hace de una manera rápida y catastrófica: los precios descienden bruscamente, la cuota de ganancia se reduce abruptamente, el capital dinero y el crédito dejan de fluir súbitamente, se presenta de inmediato la quiebra de una multitud de empresas productoras, de casas comerciales y en el caso más dramático, de los bancos que tan liberalmente hicieron préstamos, es decir, en pocas palabras, se produce la crisis. La reducción repentina y en un gran volumen de la producción trae como consecuencia inmediata el despido de masas de obreros y el descenso radical del salario. La sobrepoblación obrera se incrementa en una gran medida y la miseria de la clase de los trabajadores llega a extremos desastrosos. La desacumulación se continúa hasta un nivel muy inferior respecto del punto en donde la producción empata con la demanda. Desde ahí empieza el movimiento ascensional que, por último, ajusta la producción con la demanda, lleva los precios al punto de equilibrio y permite la producción de la cantidad de mercancías en la que se contiene el tiempo de trabajo socialmente necesario. Los extremos de la contradicción han vuelto al punto desde donde debe iniciarse de nuevo el ciclo de su desarrollo, la contradicción se ha solucionado.
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La contradicción entre la tendencia decreciente de la cuota de ganancia y los elementos que la frenan El movimiento global del capital se desarrolla en dos fases que se suponen y se engendran mutuamente: una, de acumulación con cambios hacia arriba en la composición orgánica (aumento del capital constante mayor que el del capital variable) del capital total de la sociedad que implica un descenso de la cuota de ganancia y un aumento mayúsculo del capital empleado y de su concentración y centralización y otra, en la que se detiene el aumento de la composición orgánica e incluso se revierte y desciende en alguna medida y en donde, por consecuencia, se frena el descenso de la cuota de ganancia. El resultado es una cuota de ganancia que sólo baja muy lentamente, porque sus descensos son compensados mediata e inmediatamente en alguna medida por los factores que propician el aumento de la misma. Estas dos fases del movimiento del capital global de la sociedad son los polos de una contradicción. En la descripción que hasta este punto ha hecho Marx de la misma encontramos las características que Hegel atribuía a lo que llamaba la contradicción solucionada. Los dos extremos se suponen y se engendran mutuamente a través de su mutua negación y afirmación; sus relaciones son fluidas y el paso de una a la otra se realiza sólo con perturbaciones menores. La fase de acumulación con aumentos en la composición orgánica del capital se desarrolla aceleradamente y los elementos que contienen el descenso de la cuota de ganancia son ampliamente superados, por lo que se presenta un fuerte y sostenido descenso de la cuota de ganancia. El equilibrio entre las dos fases de la acumulación se rompe y se presenta irremediablemente la crisis que es el medio por el cual la contradicción se soluciona. En lo que antecede, Marx ha expuesto la situación que se produce cuando el polo de la acumulación con aumento en la composición orgánica del capital crece desmesuradamente y hace descender rápida y sensiblemente la cuota de ganancia. La sobreproducción, la especulación y las crisis, son la secuencia necesaria de la evolución del régimen capitalista cuando se presenta esa decisiva caída de la cuota de ganancia. En lo que sigue, Marx nos da la explicación de porqué y cómo se presentan necesariamente la sobreproducción, la especulación y las crisis cuando la fase de acumulación con una alta composición orgánica se desmanda.
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La antítesis entre la expansión de la producción y la valorización La expansión de la producción en el régimen capitalista sólo tiene como límites el volumen de capital existente y la masa de obreros explotables; la valorización del capital, por su parte, se enfrenta a restricciones muy concretas en la necesaria proporcionalidad que deben guardar la producción y el consumo en las diferentes ramas y sectores productivos y en la capacidad de consumo de la sociedad. Mientras la producción puede crecer hasta niveles altísimos, el consumo únicamente tiene la capacidad de aumentar dentro de márgenes muy estrechos, por lo que se presenta una necesaria desproporción entre el incremento de la producción y la realización de las mercancías producidas. El incremento ilimitado de la producción se impone fatalmente al régimen de producción capitalista porque el descenso de la cuota de ganancia, consustancial a la acumulación de capital, trae consigo la necesidad de una acumulación mayor para cuando menos mantener el anterior nivel del volumen de ganancia. En lo anterior, Marx nos ha presentado lo que sucede con el movimiento general del capital cuando el descenso constante de la cuota de ganancia no es compensado por los factores que normalmente lo contrarrestan y, por tanto, se produce una acumulación muy voluminosa de capital que tiene por objeto resarcir con el volumen de ganancia lo que se ha perdido por la disminución de su cuota. El resultado es una sobreacumulación de capital, una sobreproducción de mercancías, una especulación galopante y por último la violenta crisis. Marx explica de la siguiente manera el mecanismo de esas crisis generales: Exceso de capital y exceso de población. El descenso de la cuota de ganancia da lugar a que el volumen mínimo que requiere un capital para valorizarse sea cada vez mayor. Concentración de la producción. Esto lleva a que una multitud de capitales que no alcanzan ese mínimo no puedan valorizarse. Se forma una plétora de capital ocioso. El destino de este capital no utilizado es la aventura, la especulación, combinaciones turbias a base de crédito, manejos especulativos con acciones y, por ultimo, la crisis económica. La plétora de capital se refiere al capital en el que el descenso de la cuota de ganancia no se ve compensada por su masa y éstos son los capitales recientes, de nueva creación.
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Esa plétora de capital se pone a disposición de los grandes capitalistas a través del crédito, en donde se convierte en capital ocioso. La plétora de capital obedece a las mismas causas que producen la sobrepoblación obrera. La superproducción de capital implica la sobre acumulación de capital. Existirá súper producción absoluta de capital cuando el capital adicional para la producción capitalista sea = 0. Esto es, cuando el capital aumenta en tales proporciones con respecto a la población obrera que ya no es posible ni extender el tiempo absoluto de trabajo ni ampliar el tiempo de trabajo sobrante rendido por esta población obrera. Cuando el capital adicional no produjese la misma masa de plusvalía o que incluso produjere menos que antes de su aumento: — se presentaría una fuerte y súbita baja de la cuota de ganancia debido al alza del valor en dinero del capital variable (a causa de la subida de los salarios) y el consecuente descenso en la proporción entre el trabajo sobrante y el trabajo necesario; — una parte del capital quedaría total o parcialmente ociosa y la otra se valorizaría a una cuota más baja de ganancia por la presión del capital ocioso u ocupado sólo a medias; — la baja de la cuota de ganancia estaría acompañada por una disminución absoluta de la masa de ganancia; — se desataría una lucha entre los capitalistas para deshacerse de las pérdidas y cargarlas al competidor; — además de los nuevos capitales, quedaría ociosa una parte de los capitales antiguos, pues sus poseedores los retendrían sin trabajar para no presionar al descenso de la cuota de ganancia; — la concurrencia se convierte en una lucha entre hermanos enemigos para reducir la parte alícuota que en las pérdidas les corresponda a cada uno; la fuerza y la astucia son las armas de esta guerra. Al llegar a este punto se presenta un proceso de restauración de las antiguas condiciones de acumulación. Hay una inmovilización e incluso anulación parcial de capital hasta cubrir el importe de todo el capital adicional o cuando menos de una parte de él. La pérdida se distribuye de una manera muy desigual entre los capitalistas: unos capitales se destruyen, otros experimentan una pérdida simplemente relativa o una depreciación puramente transitoria. El equilibrio se restablecerá mediante la inmovilización e incluso la destrucción del capital en una mayor o menor medida. Una parte de los medios de producción, del capital fijo y circulante, dejará de actuar como capital.
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Una parte de las empresas se paralizará. Los medios e instrumentos de producción dejan de funcionar como tales. La destrucción más aguda se presenta en los valores del capital (acciones, obligaciones, etcétera). Sus ingresos (ganancia, interés, etcétera) descienden y con ellos el valor del principal que tomándolos como su base se calcula. [Caída de la Bolsa, etcétera]. Una parte del oro y la plata queda inmovilizada, no funciona como capital. El precio de las mercancías baja y con ello se deprecia el capital que representan. La reproducción resulta embrollada y paralizada por la baja de los precios. Estas perturbaciones en los precios afectan la función del dinero como medio de pago. Se interrumpe en cien lugares la cadena de obligaciones de pago. Se agudiza la bancarrota del sistema de crédito. Se llega de este modo a agudas y violentas crisis, a súbitas y profundas depreciaciones y a una perturbación y paralización reales del proceso reproducción, que determina su descenso. En este punto entran en juego otros factores que conducen a la reanudación del proceso de acumulación. La paralización de la producción dejará ociosa a una parte de la clase obrera; la parte que trabaja se verá presionada para aceptar salarios más reducidos; la cuota de plusvalía, el trabajo excedente, aumentará entonces. Habrá un incremento de la cuota de plusvalía. El exceso de población que se produce en las épocas de prosperidad, presiona aquí también para el descenso de los salarios. La baja de los precios y la lucha de la competencia obligan a los capitalistas a elevar el valor individual de su producto total por encima de su valor general por medio del empleo de nuevas máquinas, nuevos procesos, etcétera que hagan disminuir la proporción del capital constante en relación con el variable. Se incrementa la población sobrante. Se eleva la cuota de ganancia. La paralización de la producción prepara una ampliación posterior de la producción dentro de los límites del régimen capitalista. Se reanuda de nuevo el ciclo. Una parte del capital recobra su antiguo valor, se extienden las condiciones de producción, se amplía el mercado, aumenta la capacidad productiva. (Resumen del apartado 3 del capítulo XV del tomo III de El Capital)4
Marx, Carlos, El Capital, Crítica de la Economía Política, tomo III, Fondo de Cultura Económica, Tercera Edición, México, 1965, pp. 248-253.
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Marx ha considerado, en relación con la cuota de ganancia, tres contradicciones que en su desenvolvimiento llevan al régimen capitalista a estadios superiores de su existencia a través de fases de una relativamente tranquila implicación de sus polos y etapas de crisis más o menos violentas, en las cuales los contrarios se niegan absolutamente. La primera contradicción es entre producción y consumo. La cuota de ganancia actúa como medio para adecuar la producción al consumo de acuerdo con las exigencias del desenvolvimiento del régimen capitalista de producción en la etapa específica de su existencia en que se encuentre. La segunda contradicción es entre la tendencia al descenso de la cuota de ganancia y los factores que la contrarrestan, o, lo que es lo mismo, entre la acumulación con una composición orgánica en ascenso y la acumulación con una composición orgánica descendente. Por último, la contradicción entre la expansión de la producción y la valorización, que es la contradicción superior del régimen capitalista de producción y, por tanto, la que lo lleva a las crisis generales más devastadoras. El movimiento formal de los capitales —que se aprecia nítidamente en el auge y crisis petrolera de los años 80, en la constitución y derrumbe de las economías exportadoras de Asia y en los ciclos de la economía mexicana— es el siguiente: un descenso constante de la oferta o una sostenida elevación de la demanda de una mercancía (petróleo o manufacturas para el mercado global, por ejemplo) provocan un aumento considerable y mantenido por un largo tiempo del precio de esos bienes; la cuota de ganancia de las ramas que los producen aumenta considerablemente sobre el nivel de la cuota media de ganancia; los capitales acuden en torrente a esta órbita de inversión, incluso desvinculándose de otras esferas productivas; la capacidad instalada de esa industria crece en una medida monstruosa (además de los tradicionales productores, muchos países más se convirtieron en productores de petróleo en la década de los ochenta del siglo pasado y literalmente decenas de países se transformaron, a partir de la década de los cincuenta, en productores de manufacturas de exportación, hasta rematar con la última generación de los mismos que comprende a México, Brasil, Argentina, Chile, etcétera y a la que se han ido sumando los países antiguamente socialistas); el volumen de mercancías producidas se expande en una proporción enorme y los mercados se saturan de ellas; la producción, que aumenta vertiginosamente, excede inconmensurablemente a la demanda estacionada o que crece a un ritmo mucho menor.
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Esta desproporción mayúscula entre producción y consumo, inherente al régimen capitalista de producción, es la causa de las crisis cíclicas que lo estremecen hasta sus entrañas. La crisis se caracteriza por una reducción de los precios, un descenso en las ventas, una disminución decisiva de los ingresos de las empresas y países productores, un descenso drástico y después la evaporación de las ganancias e incluso del capital y una paralización del ciclo del capital por la cual el capital-mercancías no se convierte en capital-dinero ni este en capitalproductivo y que lleva necesariamente a la quiebra del sistema financiero, del comercio y de la industria. Al final de la crisis la cuota de ganancia de esa industria ha descendido a su mínimo nivel —muy por abajo de la cuota media de ganancia de la economía en general— o incluso la ganancia ha desaparecido y se presenta una desacumulación de capital. Desde este punto se inicia el proceso por el cual, una vez que se ha destruido, simple y llanamente, una buena cantidad de capital (trabajo obrero acumulado), remontan los precios de las mercancías, suben las ganancias, se incrementa la inversión, se eleva nuevamente la producción, etcétera, hasta que se alcanza de nuevo el nivel medio que prevalece en la economía. Este movimiento del capital, que lleva a la economía hasta el paroxismo de la acumulación desenfrenada para después hundirla en las simas oscuras y profundas de la crisis, es el movimiento de una sustancia con vida propia, sobre la cual los individuos no tienen ningún control y a quienes, por el contrario, arrastra detrás de sí con una fuerza irresistible; de ahí entonces la profunda ingenuidad de quienes pretenden desarrollar una política, cualquiera que esta sea, para evitar el estallido de las crisis o revertir su curso cuando ya han empezado su acción devastadora. De qué manera la sustancia económica posee una potencia arrolladora e incontrastable, se pone en evidencia cuando sus presuntos conductores intentan acciones contrarias al sentido en que aquella se desplaza. Tal cosa sucedió en la economía mexicana en los días turbulentos de septiembre de 1998, cuando el vendaval de la crisis financiera internacional la azotó con una furia incontenible. Las reducciones del circulante, la venta de dólares en el mercado abierto y el incremento de las tasa de interés, medidas cuyo objetivo era aminorar la demanda de dólares y evitar su salida del sistema financiero nacional, tuvieron inmediatamente un efecto exactamente contrario, pues produjeron el retiro del capital foráneo de la Bolsa de Valores y con ello la caída a plomo de la misma, una enorme demanda de
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dólares y una devaluación cercana al 25% (el dólar llegó a cotizarse hasta a $10.70). La crisis financiera internacional que se ha desarrollado desde fines de 1997 también nos ha dado un enorme catálogo de acciones presuntamente preventivas o correctivas de los descalabros económicos, realizadas por los mismos países sujetos a los furores de la crisis global o por los organismos internacionales encargados de las finanzas internacionales (FMI, BM, etcétera), que fatalmente produjeron los resultados contrarios a los esperados y sirvieron de combustible para alimentar la alta incandescencia de la conflagración económica. Las crisis se pueden catalogar, de acuerdo con la argumentación de Marx, de la siguiente manera: 1) Crisis que resultan del movimiento normal de adecuación de la oferta y la demanda en una o varias ramas de la producción interna o global y en los sectores fundamentales de la industria nacional o internacional. 2) Crisis nacionales o globales que tienen su origen en la relación entre la fase de acumulación con una composición orgánica del capital alta y la de una acumulación con una composición orgánica baja, o lo que no es sino lo mismo, entre la fase en la que predomina la tendencia al descenso de la cuota de ganancia y aquella en la que se imponen los factores que la contrarrestan; en última instancia también se resuelven en una disyunción entre la producción y el consumo. 3) Crisis nacionales o globales que se suscitan cuando la oposición entre la expansión de la producción y la valorización llega al punto en el cual el descenso de la cuota de ganancia no puede ser compensado ya por el incremento de su masa, es decir, cuando hay una sobreproducción de capital. La crisis mundiales de 1927 y 2008 pertenecen a esta última categoría; son crisis generales del sistema capitalista. El capital bancario y las crisis En el tomo II de El Capital estudia Marx la naturaleza del capital como una sustancia con automovimiento que recorre un ciclo de vida a través del cual se incrementa constantemente. En este movimiento el capital adopta, sucesiva y simultáneamente, las formas de capital dinero, capital productivo y capital mercancías.
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Las funciones del capital dinero están determinadas por la naturaleza del dinero como tal y por la forma de capital que adopta en el régimen de producción capitalista. El dinero es materialización de trabajo abstracto; en el régimen de producción capitalista el trabajo abstracto materializado en el dinero es trabajo obrero excedente, plusvalía arrancada al trabajador sin retribución. La plusvalía es extraída a los obreros en el proceso productivo, en la fábrica capitalista. La extracción de plusvalía tiene como presupuesto y consecuencia la creciente maquinización de la producción y ésta es el instrumento a través del cual se produce la depauperación geométricamente acelerada de la clase de los trabajadores, es decir, la degeneración y descomposición de sus cuerpos y sus mentes, la aniquilación de su naturaleza humana. El dinero es, por tanto, en la sociedad capitalista, materialización de trabajo obrero excedente que es obtenido a través de la explotación del trabajo asalariado. El dinero, como materialización de trabajo abstracto, es medida de valores, medio de circulación (M-D-M), materialización absoluta de valor y, por lo tanto, medio de atesoramiento de valor y medio de pago. Estas funciones del dinero surgen directamente de la circulación simple de mercancías. El desarrollo de las primeras funciones del dinero trae aparejada necesariamente la aparición de comerciantes en oro y plata, quienes más tarde habrían de transformarse en los modernos banqueros. El comerciante en metales preciosos compra oro y plata a sus productores y lo vende a otros productores de mercancías, quienes pueden utilizarlos como materia prima para la fabricación de artículos de lujo o amonedarlos para emplearlos como dinero. En el proceso de intercambio, el comerciante va acumulando una fortuna en metales preciosos. El comerciante en metales preciosos se convierte en comerciante en dinero al servir de mediador al intercambio internacional. Los comerciantes de un país necesitan monedas del país extranjero al que van a comerciar y, a su vez, los comerciantes extranjeros necesitan dinero nacional para hacer sus transacciones en el país huésped. El comerciante en metales preciosos compra moneda extranjera y la vende a los nacionales que van a otros países y vende moneda nacional a los comerciantes extranjeros. O bien, puede vender a los comerciantes nacionales oro y plata en estado puro con el cual hacer sus pagos en el extranjero. El comerciante en las mercancías oro y plata se convierte en cambista, es decir, en comerciante en dinero.
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...El negocio del cambista y el comercio de lingotes de oro y plata son de este modo las formas primitivas del comercio de dinero y surgen de la doble función del dinero, de una parte como moneda nacional por otra parte como dinero universal.5
El atesoramiento de dinero es un momento necesario de la circulación simple de mercancías; los productores de mercancías y los comerciantes que de ellos brotan mantienen una parte de su dinero como reserva para hacer compras con posterioridad; además, una parte de la riqueza que obtienen de la producción y el intercambio la atesoran bajo la forma de dinero. Estas reservas y tesoros son depositados con los comerciantes en dinero, quienes se obligan a restituirlas al requerimiento del depositante. Al desarrollarse la circulación simple de mercancías y acentuarse la disyunción entre compra y venta, los productores directos y los comerciantes tienen necesidad de adelantos de dinero para hacer sus compras mientras refluye el dinero que han lanzado a la circulación; el comerciante en dinero lo proporciona en préstamo, documentando éste en una promesa de pago (letra de cambio, pagarés, etcétera). Las funciones de depósito y préstamo de dinero, que brotan directamente de la circulación simple de mercancías y que son realizadas por el comerciante en dinero, constituyen la base de las funciones más desarrolladas de la banca propiamente dicha. Al profundizarse la disyunción entre compra y venta, los productores de mercancías y los comerciantes venden sus mercancías a cambio de una promesa de pago en un cierto plazo y, a su vez, compran extendiendo a cambio promesas de pago. Las promesas de pago son dinero-crédito y circulan como tal haciendo las funciones de medio de pago. Los comerciantes en dinero descuentan esta promesa de pago a los productores y comerciantes proporcionándoles a cambio dinero en efectivo. El comerciante en dinero, a su tiempo, hace efectiva la promesa de pago y el dinero en efectivo revierte a sus arcas. Estas funciones de descuento y cobro de promesas de pago, que también brotan de la circulación simple de mercancías, es la base de un grupo de funciones de la banca. Los comerciantes en dinero son depositarios de las reservas de dinero de sus clientes y, por lo tanto, hacen cobros y pagos en sus nombres; se convierten en cajeros de los mismos. Esta función es también el antecedente de una función típicamente bancaria. 5
Marx, Carlos. El Capital. Crítica de la Economía Política. Tomo III, FcE, México, 1965, p. 309
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Los comerciantes en dinero concentran los depósitos, retiros, pagos, cobros, préstamos, promesas de pago, etcétera, de una gran cantidad de productores y comerciantes; de esta manera muchos de los pagos, cobros, etcétera entre sus clientes, son realizados por el comerciante en dinero con sólo hacer los asientos correspondientes en los libros y compensar los créditos y los cargos recíprocos; se ahorra así dinero en efectivo. Esta función es parte, bajo una forma más desarrollada, de la actividad bancaria. Todas estas funciones del dinero que hemos estudiado surgen directamente de la circulación simple de mercancías. Al instaurarse el régimen de producción capitalista, las funciones del dinero se convierten en funciones del capital y los comerciantes en dinero se transforman en banqueros, es decir, en comerciantes en capital. Ya señalamos anteriormente en este mismo punto cuál es la naturaleza del dinero en el régimen de producción capitalista. Con ello en mente pasaremos a analizar las funciones del capital-dinero en el ciclo del capital. El ciclo del capital se puede expresar esquemáticamente en la siguiente fórmula: Mp D-M= =-P-M’-D’ Ft El capitalista desembolsa su dinero, el cual se encuentra depositado en las arcas del banquero. Mediante una orden de pago (cheque, etcétera) librada contra su banquero, el capitalista compra los medios de producción necesarios para su empresa (terrenos, maquinaria, equipo, materias primas, etcétera); posteriormente, va retirando de su banco las sumas necesarias para hacer los pagos de salarios (compra de fuerza de trabajo). En el proceso productivo, al poner en contacto los medios de producción y la fuerza de trabajo, se obtiene como resultado un producto-mercancías con más valor que el de los elementos que lo produjeron (M’). El capitalista vende las mercancías que son la expresión del valor valorizado del dinero adelantado; éste refluye de esa manera a sus manos, de donde pasa de nuevo a depositarse a las arcas del banquero. El dinero se ha transformado en capital, es decir, en valor que se valoriza a través del proceso productivo. En este ciclo de un capital individual vemos que todo su movimiento tiene como finalidad la valorización del valor adelantado en forma de dinero a
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través de la explotación del trabajo asalariado en el proceso productivo (-P-). Por lo tanto, lo mismo las funciones del dinero que en este ciclo se aprecian: depósito de valor y medio de compra, como las funciones de los comerciantes en dinero (depósito del dinero en sus arcas, pago de cheques librados contra esos depósitos, etcétera), son funciones del capital y, por lo mismo, el presupuesto o el resultado necesario de la explotación del trabajo asalariado. El capitalista puede comprar a crédito una parte de sus Mp (materias primas, vgr); como contrapartida emite una promesa de pago para cuando espera obtener de sus ventas los ingresos suficientes con que cubrirla; el vendedor descuenta este documento en su banco. El dinero-crédito (letra de cambio, etcétera) y el descuento del mismo por el banquero son funciones del capital porque permiten al capitalista obtener los medios materiales para el proceso productivo en el cual el valor se valoriza a través de la explotación del trabajo asalariado. Una vez concluido el proceso productivo, el capitalista vende las mercancías que son la expresión del valor valorizado (M’); a cambio puede recibir dinero en efectivo, con lo cual su capital estará en posibilidad de reiniciar inmediatamente su ciclo (D); o bien, recibir una promesa de pago que su banquero descontará permitiéndole también hacer revertir su capital a la forma dinero, punto de partida de un nuevo ciclo. La forma crédito del dinero y su descuento por el banquero constituyen funciones del capital, puesto que son el vehículo para su reversión a la forma dinero, bajo la cual puede iniciar un nuevo ciclo; éste, según es sabido, tiene como núcleo el proceso productivo basado en la explotación del trabajo asalariado. Al final de cada ciclo el capitalista ha hecho revertir su capital a la forma dinero pero en un monto mayor a aquel con el que lo inició, es decir, que al terminar el ciclo tendrá bajo la forma dinero al capital adelantado y la plusvalía que éste ha producido en su movimiento: D-D’ (D + incremento de D). Para que la plusvalía pueda actuar como un nuevo capital es necesario que adquiera una cuantía determinada; mientras esto sucede, el capitalista la deposita en su banco. En cada banco se depositan las plusvalías producidas por una multitud de empresas industriales; así reunidas, forman una voluminosa masa de capital en potencia que pugna por valorizarse. El banquero concede en préstamo el capital-dinero a empresarios que van a iniciar un nuevo negocio o a ampliar el que ya tienen; se convierte así en comerciante en capital: dispone del dinero depositado en sus arcas pagando un cierto interés anual al de-
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positante y lo presta a un empresario con el fin de utilizarlo como capitaldinero, quien debe pagarle un interés más alto. El banquero compra y vende el uso del dinero como capital. Esta función del dinero (atesoramiento de la plusvalía, del trabajo excedente arrancado a los obreros sin retribución) y de los banqueros (compra y venta del uso del dinero como capital), son, evidentemente, funciones del capital; ponen en funcionamiento nuevos capitales que, en su ciclo, tienen como fundamento el proceso productivo, el cual es un proceso de explotación del trabajo asalariado. Esta función de los bancos permite ampliar más rápidamente la producción capitalista y, por tanto, someter a la explotación asalariada a una mayor cantidad de obreros. La disyunción existente en la circulación simple de mercancías entre compra y venta, que anunciaba ya la posibilidad de las crisis, se ahonda y se convierte en la disyunción entre la producción y el consumo, la cual, al desarrollarse, lleva ineluctablemente a las crisis. La función de los bancos como comerciantes en capital hace posible que la producción crezca de manera desmedida, sin relación alguna con la demanda existente o potencial, siendo determinado su aumento sólo por la cantidad creciente de capital excedente que hay en el sistema bancario. Aquí encontramos uno de los pilares más sólidos de la especulación. La reversión del valor-capital a la forma dinero se realiza en pequeñas partidas sucesivas; mientras el capitalista reúne el valor de reposición de su capital fijo y se hace necesaria la renovación del capital circulante (materias primas y fuerza de trabajo), aquellas partidas de dinero son depositadas en los bancos. Crece así inconmensurablemente la masa de capital prestable y, con ello, el volumen y la extensión de la producción capitalista, es decir, de la explotación del trabajo asalariado. Algunos capitalistas obtienen parte de sus Mp (maquinaria, equipo, tecnología, materias primas) en el exterior; requieren por tanto de moneda extranjera para hacer sus pagos. Otros capitalistas venden sus mercancías en el extranjero y obtienen a cambio divisas que en parte depositan como tal moneda extranjera y en parte cambian por moneda nacional. Los banqueros nacionales reciben en depósito la moneda extranjera, la compran a los exportadores y la venden a los industriales nacionales para que con ella realicen sus pagos. La función bancaria de depósito y compra-venta de moneda extranjera es una función del capital, es decir, una función que permite la realización del ciclo del capital que tiene como fundamento el proceso productivo que es un proceso
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de explotación del trabajo asalariado. Lo mismo puede decirse cuando el capitalista obtiene un préstamo del exterior en moneda extranjera, el cual deposita en los bancos nacionales; y otro tanto sucede con la inversión extranjera directa que también se hace en moneda extranjera que se deposita en los bancos nacionales, ya sea materialmente o como dinero-crédito. El capitalista gasta como renta una parte de la plusvalía generada en su empresa; de estos gastos una porción variable se realiza en mercancías extranjeras de lujo. El banquero vende moneda extranjera para hacer los pagos correspondientes. La venta de moneda extranjera que realizan los banqueros a los capitalistas industriales para que hagan los pagos de mercaderías extranjeras de lujo es una función del capital porque el consumo de lujo del capitalista es una condición necesaria de la reproducción del capital social y a través de ello del desarrollo del ciclo de cada capital individual; esto, como ya hemos visto, tiene como su eje a la explotación del trabajo asalariado. El capitalista individual vende sus mercancías a un comerciante al por mayor, quien después las hace llegar al comercio al menudeo, de donde son adquiridas por el consumidor. El comercio al por mayor constituye un campo especial de los negocios en el cual se invierte un valor capital con la finalidad de valorizarlo; la valorización de este capital se logra a través de la compra-venta de mercancías sin que el capital-dinero de comercio como tal recorra el ciclo del capital productivo: la forma de su movimiento es: D-M-D’, la cual no se ve interrumpida por el proceso productivo —P-. La plusvalía que se apropia el comerciante no es generada en el ciclo de su capital, sino que es una deducción de la plusvalía producida por los capitalistas industriales; de la misma manera, los obreros del comercio no son productores de plusvalía. Los comerciantes depositan en los bancos sus reservas de capital-dinero exigidas por el desarrollo normal del ciclo de su capital y las ganancias realizadas periódicamente y concentran en ellos sus cobros y pagos. Los bancos, por su parte, abren una línea especial de préstamos de capital-dinero a los comerciantes para que (1) a través de promesas de pago futuro realicen la compra de las mercancías a los capitalistas industriales, (2) amplíen sus operaciones comerciales (ampliación de instalaciones, explotación de nuevas líneas, etcétera) y (3) establezcan un nuevo comercio. Aquí, al igual que en el caso del capital industrial, el empresario emplea en una gran medida recursos ajenos canalizados a través del sistema bancario. Esto hace posible el crecimiento extensivo del régimen de producción capitalista en una medida mayor que si los capitalistas utilizasen sólo recursos
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propios, pero, al mismo tiempo, contiene los elementos de la especulación (creación de empresas industriales y comerciales absolutamente superfluas, destinadas al fracaso) que lleva en sí los gérmenes de las crisis. Las funciones del capital-dinero de comercio y de los bancos que los concentran son funciones del capital porque permiten al capital industrial realizar la última fase de su ciclo M’-D’ que lo pone en posibilidad de reanudar un nuevo ciclo; al mismo tiempo lo descargan del pesado fardo de comercializar sus propios productos y, en consecuencia, crean las condiciones para que pueda dedicarse íntegramente a su función primordial que es la producción de plusvalía a través del proceso productivo. Dichas funciones son, pues, la condición necesaria para la elevación de la productividad del capital industrial, la cual, como ya hemos visto, se basa en la explotación crecientemente intensiva y extensiva del trabajo asalariado. Los bancos son negocios que valorizan su capital a través de la realización de todas las funciones del capital-dinero aquí descritas. El banquero desembolsa su capital D, con una parte del cual adquiere edificios, máquinas contables, enseres y fuerza de trabajo y con otra realiza directamente las funciones del capital-dinero; a la vez, compra y vende el uso del dinero como capital, es decir, toma en depósito el dinero de los capitalistas y lo presta para que sea utilizado por otros capitalistas como capital. La ganancia del banquero, que es un capitalista que ha invertido su capital para valorizarlo en una esfera específica de negocios, proviene de la parte propia de su capital cuyo uso como capital-dinero vende, de las comisiones que cobra por los servicios que presta, de la compra y venta de metales preciosos y de moneda extranjera, del descuento de documentos y de la diferencia entre el “precio” del dinero que toma en préstamo de sus depositantes y el “precio” a que lo vende a los capitalistas. En suma, los banqueros concentran y administran el capital dinero de todos lo capitalistas. Los negocios bancarios surgen como un resultado necesario del régimen de producción capitalista y son a la vez una palanca poderosísima para su desarrollo ascendente. El capital bancario se constituye como una forma sustantivada del capital social supeditada al desarrollo del capital industrial, pues éste es el núcleo esencial del capital global de la sociedad, en donde se arranca directamente la plusvalía al proletariado y, por tanto, en donde se valoriza realmente todo el capital social. Esto es así aunque precisamente en virtud de la sustantivación del capital bancario, éste aparezca como siendo independiente, opuesto e incluso francamente enseñoreado del capital industrial.
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Los bancos pueden formarse con los capitales excedentes de grupos de capitalistas industriales y comerciales y, a su vez, pueden ser el punto de partida para la constitución de grupos industriales y comerciales determinados. La simbiosis entre el capital bancario y capital industrial se produce a pesar de su independencia y precisamente por medio de ella. En las fases superiores del régimen de producción capitalista el empresario individual cede el paso a los capitalistas asociados, al capitalista colectivo; surge y se desarrolla la sociedad anónima. La sociedad anónima es una asociación de capitalistas individuales que unen sus capitales para formar un solo capital de volumen mayor. A través de esta concentración de capitales crecen la magnitud de los establecimientos industriales, la escala de la producción y la extensión de los mercados; el régimen capitalista crece en extensión y profundidad. Aquí también se encuentra el germen de las crisis, pues el capital adquiere una enorme capacidad de crecimiento que tiene que chocar por fuerza con la limitación de los mercados, o, en el mejor de los casos, con la menor tasa de crecimiento de éstos en relación con la de la producción. Las funciones de la banca anteriormente estudiadas tienen ahora también como sujeto al capitalista colectivo; son funciones de esta forma superior del capital que se basa en la asociación de capitalistas. En consecuencia, la banca confirma y refuerza su papel de elemento integrante del proceso de explotación del proletariado. Las sociedades anónimas, a través del financiamiento bancario, concentran también grandes cantidades de capital ajeno, el cual forma una gran parte de su capital de trabajo. En la sociedad anónima (prototipo de las asociaciones de capitalistas) se da la separación entre la propiedad y la función del capital. La propiedad es incorporada a títulos de transmisión relativamente sencilla, que son los que quedan en poder del capitalista, y la función del capital encomendada a gerentes y administradores de diverso tipo. La sustantivación del capital adquiere así un nuevo punto de apoyo: ya no sólo es posible el tránsito del valor a través de las fases del ciclo del capital, sino que ahora puede circular con facilidad entre los diversos capitalistas o asociaciones de capitalistas por medio de los títulos de propiedad (acciones) correspondientes sin afectar para nada el funcionamiento de la empresa; surge la posibilidad y la necesidad de la concentración de grandes cantidades de capital en manos de unos pocos capitalistas y del control de grandes cantidades de empresas con la sola posesión de una parte mínima de sus acciones. La función del capita-
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lista o de las asociaciones de capitalistas consiste ahora en concentrar esas enormes cantidades de capital a través de la compraventa de acciones y dirigirlo en masa a las ramas de producción más rentables. Se forman grandes consorcios industriales que son el germen de las asociaciones monopolísticas. Los capitalistas tienen ahora como campo de acción las grandes ramas de la producción y sus actividades consisten en manipular, a través de las acciones y otros tipos de títulos representativos del capital, enormes masas de capital, realizando combinaciones, fusiones, juegos bursátiles, etcétera, que tienen todas como finalidad acrecentar el capital propio aún a costa de despojar a los demás capitalistas. El régimen de producción capitalista adquiere con esto una capacidad inmensa de crecimiento. Es evidente que aquí, por necesidad, la actividad del capitalista linda ya con el fraude y la especulación; sus acciones, por tanto, ineluctablemente derivan, más tarde o más temprano, hacia esos campos. Por otro lado, se potencia la capacidad de disponer de capital ajeno, lo que da como resultado el reforzamiento de los elementos de la especulación y, con ello, de las crisis. Crecimiento desorbitado de la producción. Consumo reducido, etcétera. Las formas primitivas de comercio con títulos representativos del capital son tres fundamentalmente: (a) compra de títulos como una forma de invertir recursos excedentes, obteniendo a cambio periódicamente una determinada ganancia, (b) venta de títulos como medida para ampliar el capital de una empresa y (c) compra y venta de títulos como instrumento para realizar los grandes movimientos de capital ya señalados: combinaciones, fusiones, etcétera, cuya finalidad es organizar la producción de ramas enteras de acuerdo con los intereses de unos cuantos capitalistas. Junto a estas formas surge necesariamente una más que deriva de la inversión de un capital-dinero en la compra y venta de acciones con el fin de valorizarlo; la actividad de este capitalista consiste en vender títulos representativos del capital a precios mayores que aquellos a los que compró; su función no tiene ya nada que ver, ni remotamente, con la producción y, de hecho, está fincada única y exclusivamente en la especulación. Los bancos adquieren nuevas funciones: se convierten en intermediarios en el comercio de acciones, obligaciones y toda suerte de títulos representativos del capital, destinan recursos para financiar las actividades bursátiles de los capitalistas y ellos mismos dedican una parte de su capital a la compra y venta de valores y al financiamiento de su circulación. Estas nuevas funciones de la banca son también funciones del capital puesto que a través de ellas se da impulso a la forma superior del régimen capitalista basada
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en las asociaciones de capitalistas, que a su vez tiene su fundamento en la explotación del trabajo asalariado. Esas funciones contienen en sí el germen de la especulación y de la crisis. El capital bancario se halla formado: 1) por dinero contante, oro o billetes, 2) por títulos y valores. Estos pueden dividirse, a su vez, en dos partes: valores comerciales, letras de cambio pendientes de vencimiento y cuyo descuento constituye el verdadero negocio del banquero, y valores públicos, como los títulos de la Deuda Pública, los certificados del Tesoro, las acciones de todas clases, en una palabra, los valores que rinden un interés, pero que se distinguen esencialmente de las letras de cambio. Entre ellos pueden incluirse también las hipotecas. El capital formado por estos elementos materiales se divide, a su vez, en dos partes: el capital de inversión del banquero mismo y los depósitos, que forman su banking capital o capital prestado. Y en los bancos de emisión hay que añadir, además, los billetes de banco...6
El desarrollo del comercio de títulos representativos del capital lleva necesariamente a la creación de capital ficticio; es decir, a atribuir a algo que de por sí no es capital un valor determinado, emitir un título que lo represente y lanzarlo al mercado de valores (por ejemplo, los títulos representativos de la deuda pública). Igualmente, con el comercio de valores se desarrollan también las prácticas fraudulentas y especulativas de los propios capitalistas industriales, quienes aprenden rápidamente a realizar emisiones fraudulentas de títulos, a manipular el mercado de valores para provocar movimientos artificiales de los precios, etcétera. Es prudente reiterar aquí lo que hemos venido sosteniendo a lo largo de este análisis de la banca: las funciones de los comerciantes en dinero y capital no sólo tienen como premisa y resultado necesarios la explotación de trabajo asalariado, sino que la materia prima de sus actividades, dinero y capital, no son otra cosa que plusvalía (trabajo obrero no retribuido) acumulada. Por tanto, la propia fuerza de trabajo del obrero materializada en el capital es manipulada masivamente por los bancos para profundizar y extender el régimen de producción capitalista, es decir, para mantener e incrementar la explotación del trabajo asalariado y, con ello, el proceso de depauperación acelerada de la clase obrera. El capital-dinero que el sistema financiero (Bancos, Casas de Bolsa, Casas de cambio, etcétera) concentra, procede de estas fuentes: es la forma transitoria que adquieren el capital comercial y el capital industrial antes de revertir a su forma material, es ganancia acumulada que aún no tiene el 6
Marx, Carlos, op. cit., t. III, p. 437.
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volumen necesario para su inversión en la industria de la cual procede, es una renta que el capitalista va a gastar en el futuro, es capital ficticio en la acepción que arriba hemos definido y es capital propio de los banqueros. El capital-dinero es una forma sustantivada del capital; esto quiere decir que en manos del banquero pierde por completo el rastro de su origen y cobra vida propia. El banquero lo puede utilizar para la realización de la función que corresponde, es decir, devolverlo al capitalista comercial o industrial para que prosiga el ciclo de su capital (conversión en capital mercancías o en capital productivo), amplíe sus instalaciones, gaste su renta, etcétera; también lo puede destinar a financiar las compras de los capitalistas industriales y comerciales mientras el capital-dinero de sus ventas revierte a sus bolsillos, a una extensión de la planta industrial y comercial, a la compra de valores públicos, o al financiamiento de la adquisición de bienes de consumo duradero, todo ello en un monto que está determinado por la diferencia entre las cantidades que normalmente se depositan en sus arcas y las que se sustraen de ellas, el cual es un volumen que la práctica se encarga de fijar; pero no sólo eso puede hacer. La banca puede también destinar los grandes montos de capital-dinero que detenta al financiamiento del desarrollo monstruoso de una rama económica específica (vgr. la producción petrolera, las manufacturas de exportación), de tal suerte que aquel se va desafectando de sus funciones normales (es decir, que no revierta ya hacia los capitalistas que lo depositaron en los bancos) hasta quedar por completo desvinculado de su antigua base productiva y se traslada a chorro lleno hacia las ramas que ahora son más rentables. La mayor parte del capital-dinero de la economía se concentra en estos sectores económicos, ya sea a través de financiamientos directos de la banca o de la salida de las empresas a la Bolsa; la tasa de interés real se eleva hasta niveles altísimos, las ganancias de la Bolsa ascienden vertiginosamente y, más temprano que tarde, la especulación se enseñorea de toda la economía. La sustantivación del capital-dinero como capital-bancario completa la obra del proceso de formación y funcionamiento de una tasa media de ganancia en el régimen capitalista. La necesaria disyunción entre producción y consumo, que es inherente al régimen de producción capitalista, deriva también ineluctablemente en una desproporción mayúscula entre producción y consumo. La tasa de ganancia que se eleva sobre el nivel medio es la guía que conduce al capital hacia las ramas en las que existe un exceso de demanda o una oferta reducida de un
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bien o un conjunto de bienes que son estratégicamente necesarios para el capitalismo en una fase específica de su desarrollo (petróleo o manufacturas de exportación, vgr.); la tasa de ganancia mucho más alta que la media lleva también hacia arriba a la tasa de interés y ésta atrae de una manera irresistible al capital-dinero que poseen los banqueros, el cual se traslada, primero en pequeñas cantidades y después en volúmenes inmensos, a las ramas que la cuota de ganancia ha convertido en privilegiadas. Este movimiento del capital sustantivado incrementa en una medida gigantesca la capacidad instalada de la rama de que se trata y eleva la producción a niveles altísimos, muy por encima de la demanda que permanece estacionaria o crece a un ritmo mucho menor. Los banqueros, verdaderamente poseídos por ese demonio interior que es el hambre insaciable de ganancia y dueños del mecanismo por el que el capital se convierte en una sustancia que pare dinero, olvidan completamente sus propósitos iniciales (es decir, desarrollar aquella rama que presenta atractivas ganancias) y se dedican en cuerpo y alma al fraude y a la especulación, es decir, a financiar industrias inexistentes, apostar a la Bolsa y al tipo de cambio, etcétera. La superproducción que ha traído consigo la inversión desenfrenada colma en exceso los mercados hasta el punto en el cual los precios inician un movimiento descendente. Los ingresos menguan, los créditos se tornan incobrables, las empresas quiebran y los bancos sufren rudos quebrantos. Al final del ciclo el sistema financiero se derrumba y es necesario que alguien venga a su rescate. Como precisamente el sistema bancario es el que está en el proscenio, el prejuicio popular señala a los banqueros como los causantes, por su avidez, de la catástrofe económica. Todo este movimiento del capital sustantivado tiene su causa en la naturaleza esencial del régimen de producción capitalista; no es algo accidental o que obedezca a errores que se cometen en la conducción de la economía o a la perversión de sus actores; es el proceso ineluctable de una sustancia con vida propia. Con estos antecedentes, se comprende ahora perfectamente la ingenuidad de quienes quieren hacer residir las causas de la crisis en presuntos problemas de estructura, organización o conducción de los sistemas bancarios de los países que se han visto envueltos en la reciente crisis financiera internacional y que, por tanto, tienen a la mano una ingenua receta para que no vuelva a suceder lo mismo. No menos cándida es la pretensión de que
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las causas de las crisis radican en determinadas políticas que las naciones desarrolladas han seguido en el comercio y la producción globales y de que, en consecuencia, el abandono de las mismas y la instrumentación de otras medidas que sirvan de apoyo a las economías emergentes ahuyentarán definitivamente el fantasma de las crisis cíclicas. Esta estructura y funciones del capital bancario que hemos estudiado son las mismas que se encuentran en la base del sistema financiero internacional moderno. A ellas se han agregado recientemente otras nuevas entidades, como los fondos de inversión, los fondos de pensiones, los hedge funds, etcétera, nuevos instrumentos crediticios como los Mortgage Backed Securities (Títulos garantizados con hipotecas), Asset Backed Securities (Títulos garantizados con activos), Collateralized Debt Obligations (Títulos garantizados con deuda) y Credit Default Swaps (Garantías en caso de incumplimiento de deuda) y nuevos procesos crediticios como el arbitraje y la securitización, fundamento ésta última de todas estas novedades en el campo de las finanzas y que consiste en la reunión de los créditos (hipotecarios, automotrices, tarjetas de crédito, etcétera) en grandes conjuntos y la emisión de un título que los represente y mediante el cual pueden ser fácilmente negociados y tener una circulación más amplia y más rápida. Estas entidades, instrumentos y procesos crediticios son también factores del capital por medio de los cuales se realiza su movimiento global que tiene como núcleo la explotación del trabajo asalariado y la depauperación absoluta de los trabajadores, la anulación decisiva de su naturaleza humana.
CRISIS Y REVOLUcIÓN La dialéctica que aquí hemos expuesto de las contradicciones del régimen de producción capitalista nos lo muestra en un proceso de desarrollo económico que transcurre alternativamente entre la relativa tranquilidad y la violencia tempestuosa de la crisis. Al final de cada ciclo, que comprende las dos fases mencionadas, el régimen capitalista ha dado un paso adelante y desde esta cima inicia una nueva etapa que, a través de ese movimiento contrapuesto, lo eleva a un punto más alto de su existencia, y así sucesivamente. La contradicción principal del régimen capitalista, la que existe entre la burguesía y el proletariado, madura en esta sucesión de fases, primero como el fundamento positivo del régimen y luego, mediante la producción de sus
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elementos negativos, en su carácter de fundamento negativo del mismo, el cual exacerba su negatividad hasta que provoca la subversión del capitalismo por la clase obrera con el fin de establecer el socialismo. La exasperación de la negatividad de la contradicción principal del régimen capitalista es el resultado del movimiento total del capital y no sólo del de una de sus fases. La revolución proletaria es, por tanto, el desenlace necesario del propio ciclo total del capital.
Crisis y revolución en los primeros movimientos revolucionarios del proletariado En los albores del movimiento revolucionario, la acción del proletariado estaba fuertemente supeditada a la ocurrencia de las crisis. El propio Marx, en La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850, explicaba la lucha del proletariado francés en esa época por las crisis económicas y condicionaba el resurgimiento de la misma a la presentación de una nueva crisis. El otro gran acontecimiento económico que aceleró el estallido de la revolución fue una crisis general del comercio y de la industria en Inglaterra; anunciada ya en el otoño de 1845 por la quiebra general de los especuladores de acciones ferroviarias, contenida durante el año 1846 gracias a una serie de circunstancias meramente accidentales —como la inminente derogación de los aranceles cerealistas—, estalló, por fin, en el otoño de 1847, con las quiebras de los grandes comerciantes en productos coloniales de Londres, a las que siguieron muy de cerca las de los Bancos agrarios y los cierres de fábricas en los distritos industriales de Inglaterra. Todavía no se había apagado la repercusión de esta crisis en el continente, cuando estalló la revolución de Febrero. La asolación del comercio y de la industria por la epidemia económica hizo todavía más insoportable el absolutismo de la aristocracia financiera. La burguesía de la oposición provocó en toda Francia una campaña de agitación en forma de banquetes a favor de una reforma electoral, que debía darle la mayoría en las Cámaras y derribar el ministerio de la Bolsa. En París, la crisis industrial trajo, además, como consecuencia particular, la de lanzar sobre el mercado interior una masa de fabricantes y comerciantes al por mayor que, en las circunstancias de entonces, no podían seguir haciendo negocios en el mercado exterior. Estos elementos abrieron grandes tiendas, cuya competencia arruinó en masa a los pequeños comerciantes de ultramarinos y tenderos. De aquí un sinnúmero de quiebras en este sector de la burguesía de París y de aquí su actuación revolucionaria en Febrero.
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El crédito público y el crédito privado estaban, naturalmente, quebrantados. El crédito público descansa en la confianza de que el Estado se deja explotar por los usureros de las finanzas. Pero el viejo Estado había desaparecido y la revolución iba dirigida, ante todo, contra la aristocracia financiera. Las sacudidas de la última crisis comercial europea aún no habían cesado. Todavía se producía una bancarrota tras otra. Así, pues, ya antes de estallar la revolución de Febrero el crédito privado estaba paralizado, la circulación de mercancías entorpecida y la producción estancada. La crisis revolucionaria agudizó la crisis comercial. Y si el crédito privado descansa en la confianza de que la producción burguesa se mantiene intacta e intangible en todo el conjunto de sus relaciones, de que el orden burgués se mantiene intacto e intangible, ¿qué efectos había de producir una revolución que ponía en tela de juicio la base misma de la producción burguesa —la esclavitud económica del proletariado—, que levantaba frente a la Bolsa la esfinge del Luxemburgo? La emancipación del proletariado es la abolición del crédito burgués, pues significa la abolición de la producción burguesa y de su orden. El crédito público y el crédito privado son el termómetro económico por el que se puede medir la intensidad de una revolución. En la misma medida en que aquellos bajan, suben el calor y la fuerza creadora de la revolución. Los mismos síntomas se presentan en Francia desde 1849, y sobre todo desde comienzos de 1850. Las industrias parisinas tienen todo el trabajo que necesitan, y también marchan bastante [294] bien las fábricas algodoneras de Ruán y Mulhouse, aunque aquí, como en Inglaterra, los elevados precios de la materia prima han entorpecido este mejoramiento. El desarrollo de la prosperidad en Francia se ha visto, además, especialmente estimulado por la amplia reforma arancelaria de España y por la rebaja de aranceles para distintos artículos de lujo en México; la exportación de mercancías francesas a ambos mercados ha aumentado considerablemente. El aumento de los capitales acarreó en Francia una serie de especulaciones, para las que sirvió de pretexto la explotación en gran escala de las minas de oro en California. Surgieron sociedades, que con sus acciones pequeñas y con sus prospectos teñidos de socialismo apelaban directamente al bolsillo de los pequeños burgueses y de los obreros, pero que, en conjunto y cada una en particular, se reducían a esa pura estafa que es característica exclusiva de los franceses y de los chinos. Una de estas sociedades es incluso protegida directamente por el Gobierno. En Francia, los derechos de importación ascendieron en los primeros nueve meses de 1848 a 63 millones de francos, de 1849 a 95 millones de francos y de 1850 a 93 millones de francos. Por lo demás, en el mes de septiembre de 1850 volvieron a exceder en más de un millón respecto a los del mismo mes de 1849. Las exportaciones aumentaron también en 1849, y más todavía en 1850. La prueba más palmaria de la prosperidad restablecida es la reanudación de los pagos en metálico del Banco por ley del 6 de agosto de 1850. El 15 de marzo
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de 1848 el Banco había sido autorizado para suspender sus pagos en metálico. Su circulación de billetes, incluyendo los Bancos provinciales, ascendía por entonces a 373 millones de francos (14.920.000 libras esterlinas). El 2 de noviembre de 1849, esta circulación ascendía a 482 millones de francos, o sea, 19.280.000 libras esterlinas: un aumento de 4.360.000 libras. Y el 2 de septiembre de 1850, 496 millones de francos, o 19.840.000 libras: un aumento de unos 5 millones de libras esterlinas. Y no por esto se produjo ninguna depreciación de los billetes; al contrario, el aumento de circulación de los billetes iba acompañado por una acumulación continuamente creciente de oro y plata en los sótanos del Banco, hasta el punto de que en el verano de 1850 las reservas en metálico ascendían a unos 14 millones de libras esterlinas, suma inaudita en Francia. El hecho de que el Banco se viese así en condiciones de aumentar en 123 millones de francos (o 5 millones de libras esterlinas) su circulación, y con ello su capital en activo, demuestra palmariamente cuánta razón teníamos al afirmar en uno de los cuadernos anteriores que la aristocracia financiera, lejos de haber sido derrotada por la revolución, había salido de ella fortalecida. Este resultado se hace todavía más palpable por el siguiente resumen de la legislación bancaria francesa de los últimos años. El 10 de junio de 1847, se autorizó al Banco para emitir billetes de 200 francos; hasta entonces, los billetes más pequeños eran de 500 francos. Un decreto del 15 de marzo de 1848 declaró moneda legal los billetes del Banco de Francia y descargó al Banco de la obligación de canjearlos por oro o plata. La emisión de billetes del Banco se limitó a 350 millones de francos. Al mismo tiempo se le autorizó para emitir billetes de 100 francos. Un decreto del 27 de abril dispuso la fusión de los Bancos departamentales con el Banco de Francia; otro decreto del 2 de mayo de 1848 elevó su emisión de billetes a 442 millones de francos. Un decreto del 22 de diciembre de 1849 hizo subir la cifra máxima de emisión de billetes a 525 millones de francos. Finalmente, la Ley del 6 de agosto de 1850 restableció la canjeabilidad de los billetes por dinero en metálico. Estos hechos: el aumento constante de la circulación, la concentración de todo el crédito francés en manos del Banco y la acumulación en los sótanos de éste de todo el oro y la plata de Francia, llevaron al señor Proudhon a la conclusión de que ahora el Banco podía dejar su vieja piel de culebra y metamorfosearse en un Banco popular proudhoniano. Proudhon no necesitaba conocer siquiera la historia de las restricciones bancarias inglesas de 1797 a 1819, le bastaba con echar una mirada al otro lado del Canal para ver que eso que él creía un hecho inaudito en la historia de la sociedad burguesa no era más que un fenómeno burgués perfectamente normal, aunque en Francia se produjese ahora por vez primera. Como se ve, los supuestos teóricos revolucionarios que llevaban la voz cantante en París después del Gobierno provisional eran tan ignorantes acerca del carácter y los resultados de las medidas adoptadas como los señores del propio Gobierno provisional. Lo mismo que el período de la crisis, el de prosperidad comienza más tarde en el continente que en Inglaterra. En Inglaterra se produce siempre el proceso origina-
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rio: Inglaterra es el demiurgo del cosmos burgués. En el continente, las diferentes fases del ciclo que recorre cada vez de nuevo la sociedad burguesa se producen en forma secundaria y terciaria. En primer lugar, el continente exporta a Inglaterra incomparablemente más que a ningún otro país. Pero esta exportación a Inglaterra depende, a su vez, de la situación de Inglaterra, sobre todo respecto al mercado ultramarino. Luego, Inglaterra exporta a los países de ultramar incomparablemente más que todo el continente, por donde el volumen de las exportaciones continentales a estos países depende siempre de las exportaciones de Inglaterra a ultramar en cada momento. Por tanto, aún cuando las crisis engendran revoluciones primero en el continente, la causa de éstas se halla siempre en Inglaterra. Es natural que en las extremidades del cuerpo burgués se produzcan estallidos violentos antes que en el corazón, pues aquí la posibilidad de compensación es mayor que allí. De otra parte, el grado en que las revoluciones continentales repercuten sobre Inglaterra es, al mismo tiempo, el termómetro por el que se mide hasta qué punto estas revoluciones ponen realmente en peligro el régimen de vida burgués o hasta qué punto afectan solamente a sus formaciones políticas. Bajo esta prosperidad general, en que las fuerzas productivas de la sociedad burguesa se desenvuelven todo lo exuberantemente que pueden desenvolverse dentro de las condiciones burguesas, no puede ni hablarse de una verdadera revolución. Semejante revolución sólo puede darse en aquellos períodos en que estos dos factores, las modernas fuerzas productivas y las formas burguesas de producción incurren en mutua contradicción. Las distintas querellas a que ahora se dejan ir y en que se comprometen recíprocamente los representantes de las distintas fracciones del partido continental del orden no dan, ni mucho menos, pie para nuevas revoluciones; por el contrario, son posibles sólo porque la base de las relaciones sociales es, por el momento, tan segura y —cosa que la reacción ignora— tan burguesa. Contra ella rebotarán todos los intentos de la reacción por contener el desarrollo burgués, así como toda la indignación moral y todas las proclamas entusiastas de los demócratas. Una nueva revolución sólo es posible como consecuencia de una nueva crisis. Pero es también tan segura como ésta.7
Así, las revoluciones proletarias de 1848 y 1871 y las reacciones subsecuentes de la burguesía están indisolublemente ligadas a las crisis económicas en el continente europeo y en Inglaterra y a los períodos de prosperidad económica que a éstas les siguieron.
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Marx, Carlos, La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850.
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Las crisis, la revolución socialista de 1917 y la formación del sistema de países socialistas La revolución rusa de 1917 y la constitución, al término de la segunda guerra mundial, del sistema socialista internacional fueron también el resultado de dos magnas crisis del capitalismo internacional. En este largo período de lucha de clases, que podemos dar por concluido con los acontecimientos históricos del año de 1989, el régimen de producción capitalista ha completado todo un ciclo de su desarrollo. La esencia del régimen capitalista tiene una forma y un contenido determinados. La forma de la esencia del régimen capitalista está constituida por la relación trabajo asalariado-capital, cuyo núcleo es la exacción de trabajo excedente de la clase obrera por la burguesía y la acumulación de ese plus trabajo en poder de los capitalistas. El contenido es el proceso de anulación de la naturaleza humana de los trabajadores que se da a través de la relación trabajo-asalariado y capital. La forma y el contenido se implican mutuamente. En la primera fase de la esencia del capitalismo la anulación de la naturaleza humana de los obreros tiene el carácter de la negación radical de sus necesidades que llega al punto en que linda con su aniquilación física, moral e intelectual. La restauración, conservación y elevación de las capacidades productivas individuales de los trabajadores, es decir, la satisfacción de sus necesidades individuales, es la reivindicación fundamental en esta época. El nacimiento de la teoría revolucionaria ocurre precisamente en este tiempo; la sustancia fundamental de esta doctrina se refiere justamente a ese carácter con que se manifiesta el contenido en este período histórico; el modo más radical del contenido también es tomado en cuenta por la doctrina marxista, pero como una mera indicación, sin proporcionarle un desarrollo explícito. Todo el desenvolvimiento posterior de la teoría y el movimiento revolucionarios, hasta llegar al establecimiento del socialismo y la estructuración de un régimen de países socialistas, tiene como eje rector únicamente el limitado carácter específico que en esta fase adopta el contenido de la esencia del régimen capitalista, esto es, la anulación de la naturaleza humana de los obreros por la negación drástica de la satisfacción de sus necesidades individuales; el modo más extenso de la anulación de la naturaleza humana de los trabajadores, que comprende también la que se produce a través de la
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satisfacción de las necesidades individuales de los proletarios, queda completamente fuera de las consideraciones teóricas y de las acciones prácticas de los revolucionarios. En consonancia con todo esto, el socialismo que se implanta en este lapso es también de carácter formal porque sólo es la negación de la forma específica que aquí adopta la esencia del régimen capitalista y deja intangible, vivo, el contenido que se determina como el proceso de anulación de la naturaleza humana de los trabajadores. La revolución proletaria, la conquista del poder por los trabajadores, la abolición de la propiedad privada y la institución de la propiedad colectiva que se dan en este socialismo formal tienen como objetivo satisfacer las necesidades individuales de los trabajadores. Las crisis que periódicamente se presentan en esta larga etapa a la que nos referimos agravan en una enorme medida el proceso de aniquilación física, moral e intelectual que sufren los trabajadores y los obligan a organizarse y enfrentarse abiertamente a la burguesía. Esa oposición es radical porque el régimen capitalista es reluctante como un todo a cualquier otra situación que no sea la creciente y descarnada explotación y el brutal esclavizamiento de los obreros. Se produce, de parte de los trabajadores, un rechazo total y violento al régimen capitalista tal y como se presenta en esta época. La intelectualidad revolucionaria, que también crece y se desarrolla durante las crisis, presenta ante los obreros la única alternativa que existe para terminar con esa situación: la revolución proletaria, el derrocamiento de la burguesía, el establecimiento del poder obrero y la construcción del socialismo. Por lo tanto, en cada crisis económica de este período se acelera inmensamente el proceso de depauperación de los trabajadores, su organización para la lucha, el desarrollo de la teoría revolucionaria, la fusión de ambos en una conciencia y un movimiento revolucionarios y se produce el acceso a más altas formas de lucha, hasta desembocar en la insurrección armada, la conquista del poder y el establecimiento del socialismo. La insurrección obrera de 1848, la Comuna de París de 1871, la revolución bolchevique y la guerra revolucionaria de liberación de los países del este fueron, en su fase definitiva, el resultado de otras tantas crisis económicas, las dos últimas de carácter mundial. Pero esos movimientos revolucionarios no podían haberse dado si no hubiese habido una evolución preparatoria en las fases previas al estallamiento de las crisis.
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Así, la conquista del poder por los obreros rusos en 1917 no pudo suceder sin la previa labor teórica y práctica de la socialdemocracia rusa y del partido bolchevique. Sin embargo, en este ciclo que concluye en 1989 los movimientos revolucionarios están completamente determinados por el hecho de que el capitalismo niega rotundamente la satisfacción de las necesidades individuales de los trabajadores y, por tanto, el socialismo en el que rematan tiene como objetivo restaurar la naturaleza biológica de los trabajadores a través de la satisfacción precisamente de sus necesidades individuales, lo que sólo es posible mediante el derrocamiento de la burguesía, la toma del poder por la clase obrera, la abolición de la propiedad privada sobre los medios e instrumentos de producción y el establecimiento de la propiedad colectiva sobre los mismos. El movimiento obrero, núcleo fundamental de la lucha revolucionaria del proletariado internacional en esta época, crece y se desarrolla hasta convertirse en poderosos movimientos de masas, dirigidos por Partidos Obreros, que se enfrentan abiertamente a la burguesía. Este movimiento revolucionario del proletariado internacional discurre por dos vertientes que se suponen y se engendran mutuamente. Por un lado, una parte de la clase obrera internacional, dirigida por sus partidos de clase, despliega una potente lucha económico-política por sus reivindicaciones fundamentales, participa en los Parlamentos y en otros órganos de gobierno, etcétera, y en última instancia pretende llegar al poder por la vía parlamentaria. Por otro, un sector distinto realiza una lucha político-insurreccional que está dirigida al derrocamiento de la burguesía por medio de la violencia y a la conquista del poder por los trabajadores. Los gobiernos burgueses de los países en los que actúan estas dos formas de la lucha de los trabajadores tienen dos respuestas distintas; en algunos de ellos, las exigencias de los trabajadores, que giran todas en la satisfacción de sus necesidades individuales, son reconocidas, aunque de mala gana, y apenas sí atendidas (legislación laboral, social, etcétera), sin que, por otra parte, la burguesía deje de utilizar la violencia policiaco-militar y la coerción ideológica para acrecentar su dominación, mientras que en otros lugares los capitalistas se niegan rotundamente a hacer concesión alguna y por el contrario incrementan monstruosamente la explotación de los obreros y la violencia sobre ellos. En los países del primer grupo se fortalece la tendencia del movimiento revolucionario que propugna la lucha económico-política, mientras que
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en los del segundo cobra una importancia decisiva la que adopta la lucha político-insurreccional. El gran impulso que a ambas formas proporciona la guerra interimperialista de 1917 da lugar, necesariamente, por un lado, en los países capitalistas más adelantados, a un vigoroso movimiento obrero de masas, y por otro, en Rusia, país capitalista de menor nivel de desarrollo, a la primera revolución socialista de la historia. La revolución socialista rusa y su concreción en el estado proletario generan, necesariamente, en los países capitalistas más desarrollados, un fortalecimiento de la lucha de los obreros; como consecuencia de ello se robustecen todas las políticas de los gobiernos burgueses encaminadas a endurecer la sujeción económica, política, organizativa e ideológica de los trabajadores al régimen burgués. La acción de la burguesía comprende tanto el látigo (violencia policiaco-militar) como el azúcar (relativas y condicionadas mejoras en la situación de trabajo y de vida de los obreros, legislación laboral y social, participación de los proletarios en la actividad parlamentaria y electoral, etcétera). Lo característico de esta actitud de la burguesía es que, presionada por algunos de sus sectores (por la burguesía industrial, principalmente la que produce bienes de consumo, tanto nacional como internacional) se ve obligada a reconocer como legítimas las reivindicaciones de los obreros y la lucha por conquistarlas (excepción hecha, desde luego, de aquella que por la vía violenta conduzca al socialismo). Con base en esa aceptación, la burguesía despliega una abrumadora propaganda ideológica para tratar de convencer a los obreros de que sus intereses individuales corresponden, como los de cualquier otro individuo, por completo a la verdadera naturaleza humana y que su satisfacción creciente es posible dentro del régimen capitalista; su objetivo es lograr cambiar la conciencia de los trabajadores, mediante la sustitución de la idea de que el régimen capitalista es absolutamente contrario a sus necesidades (que es la primera que hace surgir en ellos la naturaleza explotadora del régimen capitalista) por la de que es precisamente dentro de sus límites en donde éstas se pueden satisfacer de una manera progresiva. El propósito de la burguesía es perfeccionar su dominación sobre los trabajadores añadiendo al imperio económico y político el organizativo e ideológico; es decir, que intenta dotar al proletariado de una ideología y una organización burguesas. Al terminar la segunda década del siglo XX, el movimiento obrero llegó al punto superior en el que, en la lucha por las reivindicaciones que provienen
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de las necesidades que como individuos tienen los trabajadores, produjo un gran movimiento de masas que se desplazó por dos vertientes: por una parte, en algunos países capitalistas desarrollados, elevó la lucha obrera a un alto nivel, en donde impuso a la burguesía el reconocimiento de sus intereses de clase y logró en alguna medida la satisfacción de los mismos; por otra parte, en la Rusia Zarista, mediante la lucha político-insurreccional, estableció el primer régimen socialista de la historia. En ambos frentes, el fin último de la lucha era la satisfacción de los intereses y las necesidades individuales de los trabajadores. En una parte del sistema capitalista, por medios económicos y políticos, y en el otro, mediante la radical y violenta subversión de la sociedad burguesa, se fortalece la naturaleza de los trabajadores como individuos. En el período siguiente se produce la reacción de la burguesía internacional que, en sus dos sectores fundamentales, lleva de nuevo la explotación de los trabajadores al extremo. Los dos grupos de naciones en las que se escinde el campo imperialista se enfrentan en una violenta lucha que al final adquiere el carácter de una guerra mundial; a la guerra interimperialista se suma la agresión armada por uno de los grupos de países burgueses en pugna en contra de Rusia soviética. En los países capitalistas desarrollados la explotación de los trabajadores toma la forma más drástica que es la aniquilación física que trae consigo la guerra; en Rusia, la guerra de agresión imperialista hunde al proletariado en las simas del hambre, las enfermedades y la muerte. Otra vez se presenta la acción del movimiento obrero internacional, que tiene dos resultados fundamentales: el robustecimiento del movimiento obrero en los países capitalistas desarrollados y la transformación socialista de los países limítrofes a la Rusia soviética, la que se logra por la conjunción de la insurrección interna de los obreros y otras fuerzas democráticas y la guerra revolucionaria de liberación realizada por el ejército rojo. Al lado de estos resultados esenciales se gesta en las colonias un fuerte movimiento democrático-burgués de liberación nacional, cuyo fruto es un grupo de países capitalistas gobernados por la burguesía o la pequeña burguesía y dos países, China y Cuba, en los cuales triunfa la pequeña burguesía radical, clase que da al régimen económico-político que ahí se establece el carácter de un socialismo pequeño burgués. A partir de aquí empieza un desarrollo característico de los dos sistemas en que se han dividido las naciones del mundo: el sistema de países capitalistas y el sistema de países socialistas.
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En el sistema capitalista, los países más desarrollados entran, después de la segunda guerra mundial, en un período de crecimiento económico acelerado. El movimiento obrero llega en ellos a su punto culminante. La lucha de los trabajadores obtiene logros sustanciales en la satisfacción de sus necesidades individuales. Cada conquista de los obreros es el punto de apoyo para la reivindicación de nuevas necesidades individuales cuya satisfacción es el propósito del movimiento en la fase que sigue. Y así sucesivamente. El resultado de todo esto es el fortalecimiento de la individualidad de los trabajadores. El individuo que así se forja es aquel en el que se disuelve definitivamente la colectividad y en el que, por tanto, se presenta la anulación más decisiva de la naturaleza humana de los trabajadores. Las dos grandes crisis que se tradujeron en el establecimiento del socialismo en Rusia, la formación del sistema de países socialistas y la fortificación del movimiento obrero en los países capitalistas, fueron el resultado de la lucha de clases internacional, conforme a la cual se enfrentaron dos grandes grupos de naciones que representaban a dos clases sociales determinadas. Dos son los caminos por los que surge la clase de los capitalistas del régimen feudal. En el primero de ellos, los terratenientes feudales se convierten inicialmente en arrendadores de tierras y después en terratenientes capitalistas; en el segundo, los pequeños productores de mercancías y pequeños comerciantes evolucionan hasta llegar a ser productores capitalistas típicos. En cada país, dependiendo de una serie de circunstancias, el paso del feudalismo al capitalismo se produce por cualquiera de las dos vías o por un compromiso entre ambas, Así, un grupo de países se caracteriza porque ahí el capitalismo surgió por la vía Junker, es decir, a partir de los terratenientes feudales que se transforman en empresarios capitalistas, y en otro conjunto de naciones el capitalismo ha nacido por la vía farmer, ya que tiene su origen en los pequeños productores de mercancías. Así como en el interior de un país la clase capitalista se divide en dos sectores: la oligarquía, que es la heredera legítima de los terratenientes feudales, y la burguesía industrial, media, democrática, nacionalista, etcétera, que reconoce como sus ancestros a los pequeños productores de mercancías, en el ámbito internacional en un grupo se reúnen los países que han arribado al régimen capitalista por la vía Junker y sus aliados, el cual entra en colisión con otro que está formado por naciones que llegaron al capitalismo por la vía farmer y sus asociados.
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Las dos guerras mundiales, dos magnas crisis económicas, políticas y militares, tienen como contenido el enfrentamiento de estos dos grupos de naciones a los que nos hemos referido y la causa del mismo se encuentra en el desarrollo desorbitado de la oligarquía internacional que vulnera los intereses del otro grupo de naciones capitalistas, en las cuales predomina la burguesía industrial. El resultado final de ambas conflagraciones es el triunfo de las naciones señoreadas por la burguesía industrial. Al término de la segunda guerra mundial la burguesía industrial internacional impone su dominación sobre la oligarquía internacional e inicia un proceso por el cual reduce drásticamente el desarrollo exorbitante de ésta y promueve ampliamente su propio crecimiento. Un sector muy extenso de la burguesía industrial, el que produce bienes de consumo, tiene intereses que se identifican con los de los trabajadores como individuos; es, por tanto, el promotor de una ideología que comprende la aceptación de la legitimidad de las reivindicaciones de los trabajadores, la justicia de su satisfacción y la certeza de que ésta puede ser obtenida dentro de los límites del régimen burgués; en un doble frente, esgrime sus concepciones en contra de la plutocracia para obligarla a que las admita y sobre la clase obrera para constreñirla a que las haga suyas y deseche cualquier veleidad revolucionaria. La burguesía inicia así su trabajo de dotar al proletariado de una ideología burguesa. Los partidos obreros (comunistas, socialistas, etcétera), incorporan sistemáticamente a sus programas las reivindicaciones de la burguesía industrial que coinciden con los intereses individuales de los trabajadores. De este modo comienza su transformación en partidos de la oposición burguesa.
Establecimiento de la “sociedad del bienestar” Hemos adelantado la conclusión de que al término de la segunda guerra mundial conquistó el poder el sector II del capitalismo internacional, cuyo núcleo esencial estaba formado por la burguesía industrial, principalmente la productora de bienes de consumo. Desde el puesto de mando logrado, la burguesía del sector II inicia un proceso de encauzamiento de recursos hacia sus industrias, en forma pre-
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ponderante hacia las que producen bienes de consumo; se origina, por tanto, un crecimiento acelerado de las mismas. El mercado de bienes de consumo se abarrota de mercancías que deben ser vendidas. Una primera vía de desfogue de esa plétora de bienes de consumo es el capital variable (salarios) que las industrias que los producen lanzan a la circulación; otra más la constituye el incremento en el salario y otras prestaciones que los obreros obtienen como resultado de su lucha económicopolítica que ha sido promovida y apoyada por el sector II de la economía internacional; una última es aquella que nutre la plusvalía que se gasta como renta de los mismos capitalistas del sector II. El único consumo que tiene aquí una connotación especial es el que se origina en el incremento del nivel salarial y de prestaciones de los trabajadores; cuando se rebasa la simple restitución de su capacidad productiva, entonces los obreros son cebados como los animales para que rindan un trabajo de mayor extensión e intensidad. De esta manera, aumenta el volumen de la plusvalía que se apropian los capitalistas. Este consumo tiene un efecto profundo sobre la fisiología de los trabajadores; los órganos y procesos orgánicos por los cuales se asimilan los bienes son puestos a funcionar mucho más allá de sus límites naturales-humanos, con lo que se acelera el proceso preexistente de su descomposición y desgaste excesivo. Por otro lado, el fortalecimiento de la constitución física de los trabajadores y el mejoramiento en sus condiciones de vida que trae consigo el incremento del consumo son punto de apoyo para un avance mayúsculo de la extensión e intensificación del trabajo en el proceso productivo capitalista, lo que a fin de cuentas resulta en un incremento sustancial del desgaste, descomposición y degeneración de los órganos y procesos orgánicos de los trabajadores, en un poderoso impulso a la anulación de su naturaleza humana. La acumulación continúa creciendo a pasos agigantados en el sector II de la economía internacional nutrida por el aumento del monto de la plusvalía que en esas industrias se produce y la realización de la misma a través del crecimiento del consumo. Se establece así, en los países capitalistas desarrollados, la llamada “sociedad del bienestar”. La constitución y consolidación de la denominada por sus apologistas “sociedad del bienestar” se produce en el período comprendido entre la terminación de la segunda guerra mundial y la década de los ochenta del siglo XX.
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NAcIMIENTO DEL cAPITALISMO DE cONSUMO A partir de aquí, la industria productora de bienes de consumo tiene una transformación radical. Empieza su desarrollo desenfrenado. El volumen de mercancías que produce, y a las cuales debe darles salida, aumenta exponencialmente y aún así le queda una gran capacidad financiera que pugna por aplicarse a la ampliación de sus instalaciones o al desarrollo de nuevas ramas productivas. Para lograr la realización de esa ingente cantidad de bienes de consumo y la apertura del mercado para su capacidad productiva potencial, primero tiene que desarrollar algunos sectores estratégicos. Constituye, como ramas específicas de su sector, las industrias del desarrollo de productos, del mercadeo (mercadotecnia) y de la publicidad, cuya finalidad es ampliar en una gran medida la diversidad de los bienes de consumo, presentarlos persuasivamente a los consumidores y establecer los canales para su venta. Igualmente, crea nuevas ramas productivas o desarrolla otras que en la fase anterior vegetaban perdidas en el interior del aparato productivo. Tal es el caso de las industrias del entretenimiento, arte, cultura, alcohol, drogas, turismo, belleza, sexo, pornografía, prostitución, moda, deporte, salud, educación, comunicación, información, etcétera, las cuales proporcionan una amplísima variedad y una enorme cantidad de bienes y servicios de consumo. Da un gran impulso a las ramas tradicionales de la industria productora de bienes duraderos y no duraderos de consumo, tales como las de alimentos, electrodomésticos, artículos electrónicos, automóviles, viviendas, etcétera. También se forma una rama específica de la banca que se dedica al financiamiento del consumo masivo, a la par que el mismo capital comercial incursiona en el terreno del crédito al consumo de sus mercancías. Por otra parte, en las industrias productoras de medios de producción y de tecnología se imponen una profunda transformación para adaptarlas a las necesidades imperiosas de las industrias productoras de bienes de consumo y la conversión de la investigación tecnológica y científica en toda una industria, la industria del conocimiento.
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La sociedad de consumo y el individuo El destinatario de esta gran evolución de la industria productora de bienes de consumo es el individuo consumidor. En el régimen de la propiedad privada se da necesariamente el proceso de constitución, desenvolvimiento y apoteosis, en el capitalismo, del individuo que es la negación de la naturaleza colectiva de la especie y, por tanto, de la esencia natural del hombre.8 En la fase superior del régimen capitalista el trabajador ha adquirido la propiedad privada plena sobre sí mismo. Con este carácter se enfrenta al voluminoso mundo de bienes y servicios que el moderno capitalismo de consumo coloca ante él. En primera instancia, los trabajadores, acuciados por ese enorme cúmulo de satisfactores, llevan hasta sus últimas consecuencias las transformaciones que en su fisiología y en su psique produce la propiedad privada; el trabajador, excitado por esa monstruosa acumulación de cosas, procede, bajo su propia dirección, a manipular su sensoreidad para desarrollar nuevos procesos orgánicos —fisiológicos y psíquicos— (necesidades y su satisfacción) que correspondan a la plétora de bienes que la sociedad de consumo seductoramente le presenta. Estas nuevas necesidades tienen las siguientes características específicas: — En ellas se ha sustituido definitivamente el mecanismo insatisfacción-satisfacción, que primitivamente funcionaba para la integración de la corporeidad del individuo mediante la satisfacción de sus necesidades, por el de displacer-placer. La necesidad no tiene ya ningún nexo con la constitución, conservación o reconstitución biológica del individuo, pues sólo es un medio para desarrollar una sensación exacerbada de insatisfacción que debe ser apaciguada con una sensación exacerbada de placer que se obtiene con la asimilación del objeto. — Las sensaciones exacerbadas de insatisfacción y satisfacción traen consigo el funcionamiento desmandado de los procesos sensoriales y psíquicos implicados y, por tanto, el desgaste acelerado de los mismos y de los órganos en los que residen. Véase: Robledo Esparza, Gabriel, Proceso de individuación en el régimen de propiedad privada, Cuadernos de Materialismo Histórico, Biblioteca Marxista, Sísifo Ediciones, México, 2009.) 8
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— Esa actividad desbordada y el rápido deterioro de los procesos orgánicos y los órganos involucrados se traducen necesariamente en su descomposición irreversible. — La integración armónica de órganos y procesos se trueca en el descoyuntamiento de los mismos, lo que resulta en un monstruoso desarrollo autónomo de sus elementos. — La sociedad de consumo ofrece una variedad y una cantidad inagotables de satisfactores, por lo que en el individuo consumidor se genera una multitud de situaciones de insatisfacción exasperada, las que a fin de cuentas integran una sola sensación magnificada de insatisfacción (displacer) que crece desmesuradamente, tanto con su parcial aplacamiento por la satisfacción de una necesidad aislada, lo que sólo es el punto de apoyo para una necesidad mayor, como por la imposibilidad de satisfacer una, varias, o una gran parte de las necesidades. — La sociedad de consumo ofrece la posibilidad de que una gran cantidad de las mercancías que produce sean consumidas por el individuo; éste ejerce, por tanto, una infinidad de acciones de satisfacción enardecida por las cuales asimila los objetos exteriores. Las acciones mencionadas se consolidan en una sola situación interminable de satisfacción exaltada, de goce placentero. — Cada satisfacción placentera trae consigo un embotamiento de la sensoreidad del individuo, por lo que exige una exacerbación mayor de la sensación de insatisfacción y una satisfacción que proporcione un placer redoblado. Y así sucesivamente. — El individuo de la sociedad capitalista vive en una situación permanente de insatisfacción y satisfacción crecientemente exacerbadas (displacer-placer) que proporciona un gigantesco impulso al desgaste y descomposición de su organismo. — El mundo de los bienes de consumo tiene una naturaleza francamente libidinal, lo mismo que los individuos que los consumen. — El consumo es, en la fase superior de la sociedad capitalista, un tipo de orgasmo colectivo sin solución de continuidad, que es el clímax de una excitación displacentera igualmente permanente. — El desgaste, deterioro, alteración y descomposición de los procesos orgánicos y órganos que intervienen en la satisfacción de las necesidades que crea la sociedad de consumo llevan a su culminación el movimiento de la propiedad privada por el que se produce la anula-
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ción de las características biológicas de la especie y con ello la de la esencia natural del hombre. — Este mecanismo descrito se establece como el modo general a través del cual se satisfacen todas las necesidades de los individuos en la sociedad capitalista moderna, incluidas las necesidades elementales por medio de las que se conserva y reconstituye la corporeidad de los trabajadores. Esto quiere decir que los obreros que se encuentran en los niveles salariales más bajos y los que forman el ejército industrial de reserva, así como los grupos sociales marginales –los migrantes y las minorías étnicas en los países desarrollados, los indios americanos, las tribus africanas, etcétera–, están sujetos, aún en la satisfacción de sus reducidísimas y toscas necesidades, al engranaje de ese dispositivo destructor de la naturaleza humana que es la forma específica desarrollada por la sociedad de consumo de determinación y satisfacción de las necesidades individuales. En lo que antecede hemos considerado la relación existente entre el mundo de bienes de consumo que incita el deseo de los trabajadores y el mecanismo de colmar la necesidad inducida, el cual se basa en la exacerbación de las sensaciones correspondientes de satisfacción e insatisfacción. Pudimos apreciar las funciones que desempeñan la burguesía y el proletariado: aquella aguijonea el apetito de los trabajadores y éstos especulan con sus procesos orgánicos para excitar su sensoreidad. Cuando esta relación llega a su apogeo, engendra otra que tiene un contenido más radical. El régimen capitalista ofrece como bienes de consumo y los individuos trabajadores las asimilan como tales, sustancias que producen directamente, en el sistema nervioso, mediante reacciones bioquímicas, las exacerbadas sensaciones de satisfacción e insatisfacción. Lo característico es que esas sustancias (alcohol, nicotina, morfina, cocaína, opio, anfetamina o speed, seudoefedrina, éxtasis, cánnabis (marihuana y hashish), inhalantes, etcétera) no impresionan primero, como los otros bienes de consumo, ni los sentidos ni la psique de los sujetos, sino que actúan inmediatamente, como tales sustancias, en los centros nerviosos, en donde provocan la excitación de las sensaciones. Es evidente que esta forma superior del consumo se traduce necesariamente en un mayor y más decisivo desgaste de los órganos y procesos orgánicos de los trabajadores, en una aniquilación más contundente de su naturaleza humana.
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Existe una relación necesaria de mutuo engendramiento entre ambas formas del consumo. El consumo masivo de bienes y servicios lleva necesariamente al consumo masivo de narcóticos, y éste es, por su parte, soporte, apoyo y generador del consumo masivo de mercancías. La producción y comercialización de los narcóticos, el narcotráfico, es una rama necesaria y legítima del régimen capitalista moderno.
El capitalismo de consumo y la esclavitud asalariada El capitalismo de consumo somete a los trabajadores a una forma de esclavitud que se añade a la esclavitud originaria por la cual los obreros están sujetos con cadenas indestructibles al capital porque para poder vivir tienen forzosamente que vender su fuerza de trabajo a los capitalistas. La sujeción a que somete el capitalismo de consumo a los trabajadores tiene dos aspectos. En el primero de ellos se trata de la acción por la cual los capitalistas y su cohorte de ideólogos, artistas, propagandistas, publicistas, diseñadores, etcétera, presentan a los trabajadores las mercancías de consumo con una carga abrumadoramente libidinal (no necesariamente erótica), que suscita en ellos un deseo enardecido de consumirlas, una compulsión absolutamente incontrolable. Para satisfacer esa exaltada necesidad deben vender su fuerza de trabajo a los capitalistas, pues sólo así obtendrán los medios necesarios para adquirir los bienes que apaciguarán su excitada sensoreidad. En el segundo aspecto, el capital bancario y el capital comercial crean una nueva rama de negocios que tiene por objeto financiar el consumo de los trabajadores, el crédito al consumo. El adelanto de medios de pago a los obreros para que se procuren un sinfín de satisfactores, por un lado constituye una atadura de por vida del trabajador al capital bancario y comercial (en la reciente crisis financiera internacional se puso al desnudo que, por ejemplo en Estados Unidos, los bancos concedieron créditos hipotecarios a pagar hasta en 40 años, con lo cual del inmueble únicamente se transmite en realidad un usufructo precario y la propiedad sólo excepcionalmente, cuando el trabajador, ya en edad provecta, termina de hacer sus pagos) y por otro, representa un reforzamiento de la sumisión originaria que ejerce el capital en el proceso productivo, pues el trabajador, para cumplir con los inagotables compromisos que asume con la banca y el comercio, no tiene más opciones que trabajar continuamente
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para los capitalistas y obtener más ingresos mediante la extensión y la intensificación del trabajo, lo que a su vez hace aumentar la plusvalía que los obreros producen y que el capital se apropia sin retribución; igualmente, la extensión e intensificación del trabajo que esta situación trae consigo tiene como efecto un incremento en gran medida de la depauperación de los trabajadores. El capital bancario y el capital comercial, en esta su nueva faceta, perfeccionan hasta el virtuosismo una doble actitud: por un lado, halagan persuasivamente al individuo trabajador para lograr que se incorpore a la “modernidad” mediante la adquisición indiscriminada de múltiples créditos al consumo, y por el otro, lo someten a vejaciones, abusos, atosigamiento, molestias, violencia moral, cargos por moratoria y por gastos de cobranza, etcétera, con el fin de obligarlo a hacer sus pagos oportunamente y, por último, cuando, lo que es muy común, no puede seguir cubriéndolos, lo despojan sin contemplaciones del bien objeto del crédito y de la parte de su patrimonio que sea suficiente para saldar una deuda que para entonces ya ha alcanzado montos colosales. Los trabajadores se ven entonces sujetos a los efectos devastadores en sus cuerpos y sus mentes de dos sentimientos contradictorios: por un lado, la euforia que el consumo facilitado por el crédito les provoca, y por el otro, la angustia que los aflige ante el peligro que sobre ellos se cierne de ser despojados de su patrimonio si no se realizan los pagos pactados y la severa depresión en que se hunden cuando esa amenaza se cumple.
El capitalismo de consumo y la explotación del trabajador La explotación del trabajador completa, en la sociedad capitalista de consumo, la totalidad de su naturaleza. Es, en primera instancia, la explotación que realiza el capital productivo en el proceso capitalista de producción y que se caracteriza por la absorción de trabajo excedente de los obreros por el capital; es, en segundo término, la que efectúan el capital comercial y el capital bancario a través de la realización masiva de los bienes de consumo y que en los parágrafos anteriores acabamos de detallar. El consumo es, en la moderna sociedad capitalista, el eslabón que cierra constrictivamente la cadena de la explotación de los trabajadores por el capital.
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En el proceso productivo, a través de las formas de producción de plusvalía (absoluta y relativa) y de la acumulación de capital, y en el consumo masivo, por medio de la exacerbación de las necesidades individuales, la depauperación de los trabajadores se sitúa en su nivel más alto que consiste en el desgaste desmedido y la descomposición absoluta de todos sus órganos y procesos orgánicos, la disolución definitiva de la colectividad y el establecimiento categórico del individuo como propietario privado de sí mismo; esto es, la miseria que se caracteriza por la absoluta anulación de la naturaleza esencial de la especie humana. La producción y el consumo se engendran mutuamente; en esta recíproca procreación dan lugar a un progresivo y acelerado agravamiento de la depauperación de los trabajadores.
El capitalismo de consumo y la producción de mercancías Los bienes y servicios de consumo que se producen en la sociedad capitalista moderna son mercancías; con ese carácter, poseen todas las características generales que Marx descubrió mediante el análisis que de ellas hizo en el primer tomo de El Capital.9 En su inmensa mayoría son producto de la actividad desarrollada por trabajadores asalariados al servicio de empresarios capitalistas, es decir, el resultado de procesos de producción capitalistas. Son, por tanto, sustantivaciones de fuerza de trabajo extraída a los obreros en la actividad productiva que tiene como núcleo fundamental la anulación de las características humanas de los trabajadores; esa sustantivación de valor que les es ajena y causa de su deshumanización, al ser empleada como medio de consumo es, también, en ese carácter, agente de la anulación de la esencia natural-humana de los obreros. Por lo que hace al consumo, no hay una diferencia fundamental entre bienes y servicios; ambas formas que adoptan las mercancías en el régimen capitalista tienen las características esenciales que ya hemos puesto de relieve en todo lo anterior.
Véase: Robledo Esparza, Gabriel, Capitalismo moderno y revolución, tomo II, segunda parte, “La esencia de la teoría marxista del valor”, Biblioteca Marxista, Sísifo Ediciones, México, 2008).
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La “sociedad del bienestar” y la sociedad de consumo En las décadas de los años sesenta y setenta del siglo XX, la intelectualidad pequeño burguesa abordó teóricamente la naturaleza de la “sociedad del bienestar”. Herbert Marcuse fue quien llevó hasta sus últimas consecuencias, desde el punto de vista de la pequeña burguesía, la crítica de la “sociedad industrial”. Marcuse define al capitalismo moderno que existe en las sociedades altamente desarrolladas como el régimen de la administración total. De acuerdo con sus puntos de vista, se trata de una forma de organización social en la cual las características fundamentales del capitalismo empiezan a llegar al punto superior de su desarrollo. La maquinización de la producción avanza a pasos agigantados por el camino de la automatización, la productividad del trabajo se incrementa en una escala gigantesca, la monopolización de la producción deviene en el capitalista global (público o privado) que administra tanto el proceso productivo (al instrumento y al obrero totales) como las demás funciones económicas de la sociedad y las órbitas política, cultural, etcétera, la miseria puede y empieza a ser erradicada de capas cada vez más amplias de la población pues se proporcionan niveles de vida más altos incluso para la clase obrera, el beneficio privado es, en forma cada vez más abierta, el móvil único de la producción, la dominación capitalista se consolida como una dominación total en la cual el individuo se encuentra sujeto a la opinión pública controlada, a la propaganda y a la administración en cualquier parte o momento de su existencia. En este tipo de sociedades, al mismo tiempo se produce un derroche demencial de fuerzas productivas, una obsolescencia planificada y una movilización permanente de los hombres y las fuerzas productivas para la eventualidad de una guerra de aniquilación total; además, existe un consenso entre todas las clases y grupos sociales que la forman para llevar hasta sus últimas consecuencias estas tendencias que en ella empiezan a aparecer. En el interior de la misma sociedad capitalista desarrollada y en los países de menor desarrollo capitalista prevalecen aún la pobreza y la indigencia. Marcuse afirma que la abundante productividad del capitalismo ha hecho posible la elevación del nivel de vida de amplias capas del proletariado en los países industriales desarrollados. Eso ha permitido que la clase obrera se integre al sistema de explotación capitalista; esa integración no es un fenómeno meramente superficial, ideológico, sino que se ha convertido en una “segunda naturaleza” del hombre; tiene un fundamento esencialmente biológico.
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El sistema, a través de la manipulación de las necesidades individuales y de la conversión del trabajo en un falso placer, por medios tecnológicos principalmente, ha desarrollado en la clase obrera el instinto de conservación del régimen capitalista. En consecuencia, como su instinto, su naturaleza biológica ya no lo obliga a rebelarse contra el sistema, el proletariado ha perdido su carácter de clase revolucionaria. Junto al proletariado integrado al sistema capitalista se encuentran los marginados como las minorías raciales y nacionales y el neo-proletariado, es decir, los intelectuales, técnicos, artistas, etcétera. En las minorías raciales y nacionales y en los explotados de las colonias, que viven en situaciones infrahumanas en las cuales sus necesidades elementales, vitales, no son satisfechas, es en donde renace el instinto de sublevación que ha perdido la clase obrera. El neo-proletariado (intelectuales, técnicos, artistas, etcétera), si bien no se encuentra en las condiciones miserables de los grupos mencionados en el párrafo anterior, sí puede, por ser quien maneja los instrumentos del conocimiento en la sociedad burguesa, tomar conciencia de la situación existente, investigar cuáles son sus verdaderas necesidades y rebelarse contra el sistema. Todas estas circunstancias obligan —expresa Marcuse— a poner al día las tesis del marxismo respecto de la revolución socialista y del régimen socialista; deben redefinirse todos los conceptos que contienen esas tesis. En primer lugar, el proletariado ya no es la clase naturalmente revolucionaria; en la oposición al sistema han surgido otras fuerzas distintas (minorías raciales y nacionales y neo-proletariado) que si bien no representan ya una fuerza revolucionaria, pueden llegar a serlo. Estos grupos marginados, en su oposición al sistema generan una “sensibilidad” y unas necesidades que son la negación de la “sensibilidad” y las necesidades que impone el capitalismo y representan el germen de una “nueva sensibilidad” y “nuevas necesidades” que tendrán pleno desarrollo en la “sociedad libre”. Puesto que el aparato de dominación total ha logrado crear en la clase obrera un instinto de conservación del régimen capitalista y como ninguna revolución triunfaría sin la participación de aquélla es necesario, con el fin de prepararla para la lucha, darle una “nueva sensibilidad” (amor, paz, erotismo, sensualidad, placer lúdico, sereno, etcétera) ya desarrollada por los marginados y que al convertirse en instintiva constituyera la base para la determinación de nuevas necesidades, éstas sí verdaderamente humanas que vendrían a sustituir a las necesidades impuestas por el capitalismo. Para llegar a ello, los intelectuales deben ir hacia los obreros con el fin de, por medio de seminarios públicos y otros instrumentos afines, darles conciencia de la necesidad de cambiar sus instintos, su sensibilidad. No hay, pontifica Marcuse, necesidad de un partido revolucionario, pues los agentes del cambio deben ser pequeños grupos autónomos con un alto grado de movilidad y flexibilidad. La actividad de estos grupos autónomos sólo puede tener una base firme cuando el sistema empiece
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a desintegrarse por sí mismo. Mientras esto no suceda, la lucha de los grupos oposicionistas no puede desembocar en el socialismo (el socialismo marcusiano, según veremos); la lucha de clases se mantendría dentro del marco capitalista. El papel de los grupos autónomos de revolucionarios consiste en desarrollar primero su “nueva sensibilidad” en oposición a la impuesta por el capitalismo, estructurar una escala de “nuevas necesidades” (individuales, desde luego) por oposición a las necesidades determinadas por el capitalismo; después, trasladar esa nueva sensibilidad a la clase obrera y ayudarla a investigar sus “verdaderas necesidades humanas”; esta actividad no puede por sí sola llevar al “socialismo”; únicamente la desintegración espontánea del sistema creará las premisas para que, a través de acciones anárquicas de los obreros, se produzca el cambio revolucionario. El régimen que la revolución debe instaurar ya no es el sombrío socialismo de Marx, que con la colectivización de la producción y el consumo anulaba el libre desenvolvimiento de los individuos (cercenaba su imaginación, les negaba un placer lúdico, sensual, sereno como motor de su actividad, etcétera); la “sociedad libre” es el tipo de organización social en donde, bajo una forma de colectivización sui géneris (socialización de las funciones más generales de la producción, propiedad por grupos de los medios e instrumentos de producción, autogestión, etcétera) el hombre pueda hacer valer su individualidad y alcance el goce supremo de un placer lúdico, sereno y sensual que presida sus necesidades instintivas de paz, amor, erotismo, belleza, etcétera. Marcuse parte de la tesis según la cual en la sociedad de consumo las necesidades de los hombres se han convertido en un medio empleado por el aparato de dominación total para absorber hasta su última gota de capacidad de consumo; de este modo, se crea una serie infinita de necesidades superfluas que atormentan al hombre en la búsqueda de su satisfacción y que de hecho hacen centrar toda su actividad en el logro de la misma; además, las simples necesidades biológicas, aquéllas cuya satisfacción es la condición indispensable para seguir viviendo, se vuelven un objeto de especulación de parte del “aparato tecnológico de dominio”, creando satisfactores cada vez más sutilizados, etcétera. Estas necesidades, que son creadas y administradas por el “aparato tecnológico de dominación”, no son, dice Marcuse, necesidades verdaderamente humanas; en consecuencia, en aquellos sectores que no han sido integrados al aparato de dominación (estudiantes, artistas, intelectuales) surge una nueva sensibilidad en directa oposición a aquella otra administrada, distorsionada, deshumanizada de la sociedad de consumo, sensibilidad que hace brotar nuevas necesidades, éstas sí verdaderamente humanas. El autor considera que esa nueva sensibilidad se gesta en los grupos hippies, beatniks, etcétera, cuya “cultura” es la negación franca de la cultura de la sociedad de consumo.10
Robledo Esparza, Gabriel, Capitalismo Moderno y Revolución, t. III, Biblioteca Marxista, Sísifo Ediciones, México, 2008, pp. 214-216. 10
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Marcuse reivindica, frente a la vulneración de la individualidad que la “sociedad industrial” perpetra (la “administración total” del individuo por el “aparato de dominación”), la irrestricta libertad del individuo para determinar sus necesidades y los satisfactores de las mismas. La pequeña burguesía, cuyo teórico por excelencia es Marcuse, inicia una batalla en contra de la burguesía con el propósito de derribar los diques que la moral burguesa impone a la erección definitiva del principio del placer como el contenido fundamental del mecanismo de determinación y satisfacción de las necesidades del individuo. No es una mera coincidencia que la insurrección pequeño burguesa tenga como su núcleo fundamental la “liberación sexual”, es decir, el dar libre curso a los apetitos sexuales, aún los más perversos y repulsivos, a los cuales se dota de absoluta legitimidad. La liberalización de la sexualidad es el punto de partida para que la fisiología y la sensoreidad de los individuos se desinhiban totalmente y puedan desarrollar una capacidad prácticamente ilimitada de generar procesos psíquico-sensoriales de necesidad exacerbada y satisfacción placentera, que es precisamente lo que la “sociedad de consumo” requiere. Como vemos, la pequeña burguesía, con su propuesta de la “nueva sensibilidad”, lo que realmente está haciendo es abonar el terreno para el establecimiento de la “sociedad de consumo”, el sucesor lógico-histórico de la “sociedad del bienestar”. La psique, la fisiología y la sensoreidad de los individuos, han sido dotadas, por la acción de la pequeña burguesía, de un carácter eminentemente libidinal, conforme al cual funcionan desmesurada y desarticuladamente en atención al exclusivo propósito de producir placer, y no uno cualquiera, sino un magno placer exacerbado, en la asimilación de las mercancías que produce la sociedad de consumo. Lo que la pequeña burguesía propone como una “sociedad humana”, el desarrollo desenfrenado del individuo, no es otra cosa que la forma superior que adopta el régimen de producción capitalista, en donde el individuo conquista el estatus superior de propietario privado de su corporeidad, a la que somete a la tortura de la producción y el consumo capitalistas, con lo que da cima al proceso de desgaste, descomposición y degeneración de sus órganos y procesos orgánicos y a la anulación de su naturaleza humana (colectiva). La pequeña burguesía desplegó su actividad contestataria en varios aspectos. La “nueva izquierda” fue una corriente filosófica que, tras la muerte de Stalin se propuso, además de desacreditar el marxismo-leninismo, hacer la
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crítica de la “sociedad industrial” y proponer la alternativa a la misma que, como ya vimos en lo que antecede, es una sociedad en donde se forja una “nueva sensibilidad” cuyo centro es el individuo como tal. Esta corriente amplió, desde el punto de vista “filosófico”, el cuerpo de la ideología burguesa, a la que incorporó la noción de la excelsitud del individuo como consumidor. También a los terrenos del arte y la cultura extendió la pequeña burguesía su labor impugnatoria de la “sociedad industrial”. La literatura, el teatro, el cine, la música, etcétera, adquirieron un carácter de reclamo y protesta que al mismo tiempo era una exaltación de la “nueva sensibilidad” del “hombre nuevo” y, desde luego, de la “nueva sociedad”. A la par que a su ideología y a la “contestation” artística y cultural, la pequeña burguesía dio vida a sus propias formas de lucha: por la libertad sexual, el amor y la paz, la igualdad de género, contra la discriminación sexual, racial o económica, por la defensa del ambiente, etcétera. La ideología de la pequeña burguesía se extendió hacia todas las capas de la población. El proletariado recibió también esta influencia e hizo suyos los postulados y las formas de lucha de esa clase social. En la “sociedad del bienestar”, la burguesía industrial, o burguesía liberal, o burguesía “no monopolista”, había logrado que la clase obrera asumiera su ideología y se organizase con la finalidad de luchar, dentro de los marcos de la sociedad burguesa, por el mejoramiento de sus condiciones laborales y de vida; es decir, que había proporcionado al proletariado una ideología y una organización burguesas. Al mismo tiempo, los partidos obreros de masas, alejados ya definitivamente del marxismo-leninismo aquellos que lo profesaban casi sólo de nombre, evolucionaron hacia la derecha en el espectro político, adoptaron todos posiciones cada vez más burguesas y vaciaron su contenido proletario para convertirse en partidos de la pequeña burguesía. Al inaugurarse la “sociedad de consumo”, en la década de los años 80 del siglo pasado, el movimiento obrero ha desaparecido literalmente y los antiguos partidos obreros han dejado de serlo y son ahora partidos pequeño burgueses diluidos en la oposición legal; para efectos prácticos, al inicio del siglo XXI ni el movimiento obrero ni los partidos obreros de masas tienen ya existencia. La clase obrera moderna, privada de su ideología (la que naturalmente le pertenece: el marxismo-leninismo), de sus partidos y de su organización, dotada con una ideología y una organización burguesas, recibe el embate de la pequeña burguesía; ésta inyecta su ideología y sus formas de lucha espe-
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cíficas a la clase de los trabajadores, las que se sobreponen a las que antes había introducido la burguesía y las refuerza. Los trabajadores tienen en la actualidad una conciencia burguesa perfeccionada por las contribuciones de la ideología de la pequeña burguesía, las cuales poseen una base firmemente asentada en la fisiología y en la psicología de los individuos, están organizados de acuerdo con los patrones determinados por la burguesía y la pequeña burguesía y desarrollan una lucha fundamentalmente por reivindicaciones burguesas y pequeño burguesas y con los métodos característicos de la burguesía y la pequeña burguesía.
La maquinización de la producción y la sociedad de consumo La producción de las mercancías de consumo se realiza en su totalidad con métodos capitalistas. Las formas capitalistas de producción, dentro de las cuales se producen también los bienes y servicios de consumo, han tenido en la sociedad de consumo, en general, un desarrollo ascendente, tanto en su carácter de formas de aniquilación de la naturaleza humana de los trabajadores como en el de progenitoras de los elementos de la reapropiación de esa naturaleza sobre la alta base de la socialización de la producción. La racionalización y maquinización de la producción han ido en aumento. La cibernética La cibernética, disciplina que en los últimos 20 años ha tenido un impresionante desarrollo, reconoce como su núcleo esencial el análisis exhaustivo de los sistemas y los mecanismos productivos, en el que ha obtenido los siguientes resultados: a) En primer lugar, ha permitido que la vigilancia, el control, la comunicación y la retroalimentación de los sistemas y mecanismos que todavía se realizan manualmente por los trabajadores se puedan ejecutar con una mayor racionalidad, coordinación, organización y velocidad y que, por ende, tengan una productividad más alta; b) en segundo término, ha sido la base para un perfeccionamiento de los sistemas y los mecanismos existentes, con lo cual dota a sus procesos de una productividad más elevada;
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c) en tercer lugar, ha sido el punto de apoyo para el desarrollo de nuevos sistemas y mecanismos que incorporan los principios cibernéticos más adelantados de control, retroalimentación, racionalidad, comunicación, coordinación y organización y que son por tanto mucho más productivos; d) y en último lugar, pero de la mayor importancia, ha sido el acicate fundamental para la maquinización de las funciones de racionalización, coordinación, comunicación, organización, vigilancia, control y retroalimentación de los sistemas y mecanismos, es decir, para la invención y desarrollo de la máquina de máquinas, la computadora; e) la máquina cibernética por excelencia, la computadora, ha hecho posible la automatización más decisiva de los sistemas, procesos y máquinas. La computación es la disciplina que estudia y desarrolla los programas y las funciones que por medio de ellos realiza la computadora, el mecanismo específico que tiene como objeto la racionalización, coordinación, comunicación, organización, vigilancia, control y retroalimentación de los sistemas y mecanismos productivos. Su desenvolvimiento, impulsado por el de la cibernética, induce a su vez el de ésta; ambas se dan un mutuo empuje ascendente. A su vez, las dos estimulan la construcción de máquinas cibernéticas cada vez más poderosas, las cuales son un gran incentivo para un desarrollo más vasto de la cibernética y la computación. Pero la cibernética no reduce su campo de acción a los sistemas y mecanismos productivos, sino que lo extiende hasta los sistemas, procesos y mecanismos de la circulación de las mercancías, de la circulación del capital, del consumo, etcétera, a los cuales somete a sus principios, que cada vez más son funciones de máquinas (computadoras) que se perfeccionan aceleradamente. En la fase superior del capitalismo que es la sociedad de consumo obran en toda su extensión las leyes descubiertas por Carlos Marx y expresadas magistralmente en el tomo primero de El Capital.11 Los trabajadores que utilizan los métodos y las máquinas cibernéticas son obreros asalariados que no poseen otra propiedad sino su fuerza de trabajo y necesariamente deben venderla al capitalista, quien es el propietario privado de los medios e instrumentos de producción (en este caso de los mé11 Véase: Marx, Carlos, El Capital, Crítica de la Economía Política, Tomo I, Capítulo XIII, “Maquinaria y gran industria”, Versión del alemán por Wenceslao Roces, Fondo de Cultura Económica, México-Buenos Aires, 1964 y, también: Robledo Esparza, Gabriel, El desarrollo del capitalismo mexicano, Capítulo IV, “La producción de plusvalía relativa”, Biblioteca Marxista, Sísifo Ediciones, 2007).
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todos y las máquinas cibernéticas) para obtener un salario que les permita adquirir los medios de subsistencia. Es decir, que se mantiene y se fortifica la relación de esclavizamiento del trabajo asalariado por el capital. Los productos del trabajo cibernético son mercancías; son materializaciones de la fuerza de trabajo de los obreros cuyo valor se mide, como el de cualquier otra mercancía, por la cantidad de fuerza de trabajo empleada en su producción y ésta, a su vez, por el gasto de músculos, nervios, cerebro, etcétera, de los trabajadores. Las mercancías producidas con los métodos cibernéticos son bienes o servicios materiales que han resultado de una relación material (física y/o mental) de los proletarios (individuos materiales) con los medios e instrumentos de producción (objetos materiales). (El “trabajo inmaterial” es una estulta invención de la intelectualidad pequeño burguesa; si seguimos su absurda línea de argumentación, tenemos que el “trabajo inmaterial”, cuando actúa sobre medios e instrumentos de producción también “inmateriales”, produce bienes “inmateriales”, es decir, la nada, que al actuar sobre la nada genera la nada. ¡No cabe duda que la intelectualidad pequeño burguesa ha conquistado el puesto más alto de la indigencia mental, de la cual, por otro lado, ya habían dado un revelador adelanto, en la segunda mitad del siglo pasado, la “nueva izquierda” y el marcusianismo!) Las funciones cibernéticas (cada vez más maquinizadas) de perfeccionamiento de los sistemas, procesos y mecanismos de la producción, de la circulación de las mercancías y del capital y del consumo son, en principio, formas de producción de plusvalía relativa empleadas por el capital para incrementar sus ganancias. Por medio de ellas, al hacer crecer la productividad, se reduce el tiempo de trabajo necesario de los trabajadores y se amplía el tiempo de trabajo excedente; por lo mismo, se dilata el volumen del plusvalor que se apropian los capitalistas sin retribución. También, son medios de elevar la productividad en aquellos sectores en los que no se produce plusvalía, como el comercio y la banca, y en los que, por tanto, cualquier aumento del rendimiento del trabajo se traduce en costos menores que en la misma medida hacen mayor la masa de la plusvalía producida por el capital productivo que los capitalistas de las ramas económicas improductivas se apropian. Igualmente, son métodos para acelerar el consumo y, en consecuencia, de engrosar el volumen de la plusvalía que los capitalistas de este sector obtienen con la realización de sus mercancías.
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Las funciones cibernéticas que se perfeccionan y se incorporan a una máquina fueron originariamente capacidades de los trabajadores; posteriormente, el capital se las sustrajo y las convirtió en atributos de la máquina y con ello de sí mismo; con esto el trabajo del obrero ha alcanzado un grado mayor de abstracción y sus capacidades individuales se han acumulado en el instrumento socializado que es ahora propiedad del capital. El perfeccionamiento constante de los métodos y las máquina cibernéticas hace obligatoria la adaptación de la fisiología de los trabajadores (esto incluye la capacitación que debe dárseles sobre las modernas tecnologías) a los sistemas, procesos y máquinas, que son los que tienen ahora a los obreros como una extensión suya y los someten a las exigencias imperiosas (funcionamiento constantemente acelerado) que les impone la necesidad del capital de producir y acumular plusvalía en volúmenes cada vez mayores. El trabajo que los obreros desarrollan cuando utilizan los métodos y las máquinas cibernéticas tiene todas las características que Marx atribuye al trabajo capitalista: se realiza forzadamente, bajo la violencia física y moral de los capitalistas, tiene como base la separación absoluta entre trabajo y capital, implica la producción, con los métodos de producción de plusvalía absoluta y relativa, de cantidades incesantemente incrementadas de plusvalía, de trabajo obrero no remunerado; “todos los métodos encaminados a intensificar la fuerza productiva social del trabajo se realizan a expensas del obrero individual; todos los medios enderezados al desarrollo de la producción se truecan en medios de la explotación y esclavizamiento del productor, mutilan al obrero convirtiéndolo en un hombre fragmentario, lo rebajan a la categoría de apéndice de la máquina, destruyen con la tortura de su trabajo el contenido de éste, le enajenan las potencias espirituales del proceso del trabajo en la medida en que a éste se incorpora la ciencia como potencia independiente; corrompen las condiciones en las cuales trabajan; los someten, durante la ejecución de su trabajo al despotismo más odioso y más mezquino; convierte todas las horas de su vida en horas de trabajo; lanzan a sus mujeres y sus hijos bajo la rueda trituradora del capital… Por eso, lo que en un polo es acumulación de riqueza, en el polo contrario, es decir, en la clase que crea su propio producto como capital, es acumulación de miseria, de tormentos de trabajo, de esclavitud, de despotismo y de ignorancia y degradación moral.”12 Marx, Carlos, op. Cit., t. I, pp. 546-547. Marx, Carlos, El Capital, t. I, Versión del alemán de Wenceslao Roces, Fondo de Cultura Económica, México-Buenos Aires, Tercera Edición, 1964, pp. 546-547.
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La plusvalía que los capitalistas obtienen del trabajo asalariado que utiliza los métodos y las máquinas cibernéticas, en la parte que no es gastado como renta, se acumula y es utilizado para ampliar la producción, es decir, contratar más obreros y comprar tecnología y máquinas o para, sin aumentar el número de trabajadores, adquirir medios e instrumentos de producción más modernos; la masa de plusvalía que se produce y que hacen suya los capitalistas agranda su monto en una medida enorme. Los gigantescos volúmenes de plusvalía que se producen mediante el trabajo que utiliza los métodos y las máquinas cibernéticas se acumulan y se reinicia el ciclo en una escala ampliada; con esto se fortalecen la violencia del capital sobre el trabajo y el esclavizamiento de éste a aquel, se ahonda la separación de ambos, se incrementan la explotación y la mutilación del obrero, se ratifica su condición de apéndice de la máquina y se priva de una manera más decisiva de contenido al trabajo, que así adelanta un paso más en su proceso de abstracción. Los obreros de estos sectores productivos se ven sujetos también a los procesos cíclicos del capital, por los cuales éste atrae y repele alternativamente obreros en cantidades masivas, de acuerdo con sus necesidades de acumulación y las condiciones impredecibles del mercado; de esta manera, tan pronto los llama a la órbita de la producción, en donde sufren por fuerza todas los males del trabajo capitalista, como los rechaza de la misma y los lanza a una situación de espantosa miseria, de hambre, enfermedades y muerte. Todas estas circunstancias que concurren en el trabajo cibernético producen necesariamente el desgaste, descomposición y degeneración de todos los órganos y funciones orgánicas de los trabajadores, al tiempo que fortalecen férreamente su individualidad; de esta manera, se niega radicalmente la naturaleza humana de los trabajadores, se anula su esencia natural humana. Pero al mismo tiempo que esa monstruosa negación de la esencia natural humana de los trabajadores, el trabajo cibernético produce los elementos de la reconstitución de la misma sobre una base más alta. En primer lugar, el individuo trabajador se encuentra aquí convertido absolutamente en fuerza abstracta de trabajo, sin ningún contenido (no posee ningún instrumento propio ni tiene una capacidad concreta determinada, únicamente la capacidad abstracta de servir al sistema de maquinaria), es un simple apéndice del instrumento maquinizado capitalista. En la medida en que la fuerza de trabajo cobra mayor abstracción sólo puede funcionar como trabajo cooperativo, cada vez más socializado
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En segundo término, las capacidades y facultades concretas del individuo se separan del mismo y se incorporan a un sistema de maquinaria, propiedad de los capitalistas, el cual adquiere una dinámica propia de movimiento por la cual se constituye como una masa de sistemas de maquinaria a la que ya sólo es posible utilizar mediante el trabajo abstracto socializado. El instrumento individual se ha transformado en un instrumento colectivo. Este grado supremo de abstracción de la fuerza de trabajo y la socialización que necesariamente la acompañan, son la forma adecuada bajo la cual los trabajadores pueden reivindicar la propiedad del sistema global de maquinaria, de la acumulación de fuerza de trabajo de los obreros que es el instrumento colectivo de la especie para la transformación de la naturaleza que detentan en propiedad privada los capitalistas. El trabajo cibernético tiene todas la características que Marx y sus seguidores atribuyeron al trabajo capitalista: en él se produce necesariamente el despojo de las capacidades de los trabajadores y la anulación creciente de su naturaleza humana, pero al mismo tiempo se crean los elementos de un régimen económico superior, el socialismo, en el cual el proletariado, como fuerza de trabajo colectiva, ha de reivindicar la propiedad del instrumento colectivo y proceder a la reconstitución de la naturaleza humana de los trabajadores. La informática A la par con la cibernética, e íntimamente ligada con ella, en los últimos tiempos ha tenido un desarrollo mayúsculo la disciplina denominada Informática. El perfeccionamiento de los sistemas, procesos y máquinas productivas, así como el establecimiento y mejoramiento constante de métodos y máquinas de control, comunicación, coordinación, retroalimentación, etcétera, han requerido la utilización de cantidades muy voluminosas de datos referentes a los elementos de que cada uno de ellos está constituido. Lo primero con lo que nos encontramos es con la generación masiva de datos acerca de la naturaleza, comportamiento, relación mutua, etcétera de cada uno de esos elementos. Estos datos deben ser tomados de su fuente, concentrados, almacenados, clasificados, organizados, etcétera. Posteriormente, estos datos tienen que ser gestionados, es decir, solicitados y enviados al solicitante, en donde serán utilizados para el funcionamiento, control, coordinación, retroalimentación, etcétera de sistemas,
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procesos y máquinas; por último, son remitidos, con la connotación que el proceso les haya dado, de nuevo al punto de almacenamiento. Todas las funciones informáticas, que aquí hemos apenas sí delineado, se realizan primeramente por medios manuales y mecánicos. Más tarde, se convierten en tareas que realizan máquinas y sistemas de maquinaria muy complejos que tienen como base las máquinas de cómputo. La capacidad de almacenamiento y de gestión de la información es en la actualidad realmente gigantesca. El trabajo informático, al igual que el cibernético, es trabajo típicamente capitalista y tiene, por lo tanto, las características que en éste descubrieron Marx y sus continuadores y las cuales acabamos de desarrollar en párrafos anteriores. La comunicación De la mano con la cibernética y la informática cobró un impulso superlativo la llamada “ciencia de la comunicación”. En todos los sistemas, procesos y máquinas productivas y en todos los sistemas, procesos y máquinas de control, coordinación, comunicación, retroalimentación, etcétera, se dan relaciones de acción y reacción recíprocas entre ellos, entre los elementos que los componen, entre todos los anteriores y los elementos subjetivos (propietarios capitalistas, trabajadores productivos y consumidores) y entre éstos últimos mismos. Esas relaciones se establecen a través de la comunicación, es decir, del proceso en el cual un emisor envía por un medio específico y utilizando un código determinado un mensaje al receptor y éste lo recibe y tiene una reacción que puede ser una acción determinada que contenga también una comunicación de respuesta, con lo que se origina el mismo movimiento en sentido inverso, es decir, partiendo del receptor que ahora es emisor, y así sucesivamente. La creciente complejidad que los sistemas, procesos y máquinas adquieren en la fase superior del capitalismo genera una gran cantidad de datos que deben fluir en el interior de cada uno y entre ellos mismos, en ambos sentidos a la vez, y a una vertiginosa velocidad; se imponen entonces el análisis exhaustivo de los procesos de comunicación, su desarrollo y perfeccionamiento y la maquinización de los mismos. Aquí también la máquina por excelencia es la computadora.
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El trabajo de comunicación, lo mismo que el cibernético y el de informática, es trabajo capitalista y posee las mismas características que ya pusimos de relieve anteriormente. Las redes como sistemas de maquinaria En este punto, el elevado desarrollo, íntimamente interrelacionado, de la cibernética, la informática y la comunicación, da origen a las redes compuestas por servidores, terminales, estaciones de trabajo, computadoras personales, etcétera que son verdaderos sistemas de maquinaria. Este desenvolvimiento remata en la constitución de lo que es el primer sistema de maquinaria global, la Web, que virtualmente comprende todos los sistemas de maquinaria parciales, o sea, todos los servidores, terminales, estaciones de trabajo, computadoras personales, etcétera, del mundo y que es operada por un obrero colectivo de naturaleza global. La Web necesita para su cabal funcionamiento de un medio de comunicación global, lo que a su vez entraña el desarrollo de la industria de las telecomunicaciones. Como sustento de la Web se establece una infraestructura formada por una red global de medios de comunicación cuyas funciones son en su totalidad maquinizadas. Este sistema de telecomunicaciones es un sistema global de maquinaria cuyo objeto es, entre otros, la comunicación entre los sistemas de maquinaria que integran la Web y que también es manejada por un obrero colectivo de carácter global. Con la “red de redes” y la infraestructura que la sostiene, se ha alcanzado la consolidación mundial de un instrumento como un sistema global de maquinaria; en la fase superior del régimen capitalista se producen ya, de manera palpable, los elementos del régimen que ha de sucederlo, del socialismo: enormes sistemas de maquinaria, en el caso de la Web y de la infraestructura de comunicación ya de naturaleza global, y los obreros colectivos, también de naturaleza global, que son el germen de la unidad productiva global, esto es, de un sistema de maquinaria único a nivel mundial que debe constituir el instrumento colectivo del obrero colectivo que será la especie humana.13 Véase: 1) Robledo Esparza Gabriel, Proceso de individuación en el régimen de propiedad privada, Cuadernos de Materialismo Histórico, Biblioteca Marxista, Sísifo Ediciones, México, 2009, pp. 149153, 2) Autor citado, Capitalismo moderno y revolución, tomo I, Cap. II, parágrafo E) “Estructura de
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La sociedad de consumo y la ciencia y la tecnología El frenético desarrollo que la racionalización y maquinización de la producción y del consumo tienen en la sociedad de consumo trae consigo un portentoso desenvolvimiento de la ciencia y la tecnología. Las disciplinas científicas tradicionales se enriquecen con avances impulsados por la cibernética, la informática, la comunicación, la computación, la automatización, la robótica, etcétera. Notables progresos se dan en ramas como la lógica, las matemáticas, la estadística, la electrónica, la nanotecnología, la biotecnología, etcétera. Lo que caracteriza a la ciencia en esta fase del régimen capitalista es que ha dejado atrás todos sus prejuicios y se presenta como una actividad industrial más. De esta manera, sus productos son mercancías y el proceso de producción es típicamente capitalista, es decir, se basa en la relación del trabajo asalariado y el capital y su fundamento es la producción maquinizada con las implicaciones que este hecho tiene y que en las páginas anteriores hemos mostrado. El trabajo científico, al igual que el cibernético, informático, etcétera, posee todas las particularidades que Marx y los marxistas le atribuyen al trabajo capitalista. La ciencia goza de un halo de neutralidad. No importa cómo se obtengan los conocimientos científicos, el prejuicio al uso los considera como “benéficos para la humanidad” y, a pesar de sus aplicaciones perniciosas que pueden llegar incluso al genocidio, las coloca al parejo que e incluso sobre los grandes descubrimientos científicos de los siglos anteriores al siglo XX. La labor científica es también una labor del capital; los científicos son, en la actualidad en su gran mayoría, trabajadores asalariados al servicio del capital. La función de la ciencia consiste en producir una imagen mental de todo un sector de la realidad, por ejemplo de los fenómenos físicos, químicos, biológicos, etcétera, con las imágenes mentales parciales que le proporcionan las instancias inferiores. Esa imagen mental pertenece al capital y es instrumento de explotación del trabajo asalariado, pues, como ya veíamos, todos los adelantos de la ciencia moderna (NB) sirven para el perfeccionamiento de los métodos y las los Manuscritos económico-filosóficos de 1844” y Capítulo III, parágrafo 5, “La industria moderna y la esencia natural humana”, Biblioteca Marxista, Sísifo Ediciones, México, 2008, pp. 157-163 y180-185, 3) Ibídem, tomo III, Capítulo II, “Fases de la Evolución de la especie humana”, pp. 162-165).
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máquinas cibernéticas, de los procesos y mecanismos de la información, la comunicación, la automatización, etcétera, y todos ellos son empleados por los capitalistas para extraer mayores cantidades de plusvalía a los trabajadores y de esa manera someterlos al proceso de degeneración y anulación de las características de su esencia natural. La ciencia es, por tanto, un elemento decisivo de la anulación de la naturaleza esencial de los trabajadores que el régimen de producción capitalista origina necesariamente. El trabajo científico, conforme se consolida su carácter de trabajo asalariado y se realiza en mayor medida por medio de máquinas de investigación, experimentación, etcétera, se convierte en trabajo de una abstracción creciente, que sólo puede ser ejecutado por el obrero colectivo, es decir, por los obreros individuales que trabajan en cooperación. Al mismo tiempo, al evolucionar la maquinización del trabajo científico y materializarse en sistemas cada vez más grandes de maquinaria, tiende a convertirse también en un sistema global de maquinaria (como la Web y las telecomunicaciones) que es puesto en funcionamiento por un obrero colectivo que tiene cada vez más un carácter global; instrumento maquinizado global y obrero colectivo global, son elementos germinales del régimen socialista en que fatalmente se ha de transformar el régimen capitalista moderno.
La nueva división internacional del trabajo El superlativo desarrollo de la industria productora de bienes y servicios de consumo que se registró a partir de la década de los 80 del siglo pasado fomentó el establecimiento de una nueva división internacional del trabajo. En los países altamente desarrollados se produjo un cambio radical en su estructura industrial; su antigua planta productiva se transformó para adaptarse a las exigencias de la sociedad de consumo: con base en una modernísima tecnología, cuyo núcleo son, como hemos visto, los adelantos de la cibernética y otras ramas afines, la producción de medios de producción destinados a la industria de bienes de consumo y a la misma industria productora de bienes de producción recibió un impulso poderosísimo; la ciencia y la tecnología tuvieron un imponente adelanto que las condujo hasta niveles sorprendentes; la producción de bienes de consumo extremadamente sofisticados recibió un fortísimo empuje.
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Las empresas comerciales tuvieron también un cambio sustancial con el fin de adecuarse a las nuevas circunstancias del consumo masivo y en una significativa metamorfosis las empresas bancarias y financieras crearon nuevos y más complejos mecanismos crediticios, como los swaps y el crédito al consumo masivo, para financiar la transformación industrial, comercial y de consumo emprendida. Los países altamente desarrollados se especializaron en todas las nuevas funciones que hemos reseñado y al mismo tiempo promovieron en los países menos desarrollados la producción para la exportación de todas aquellas manufacturas, principalmente las de consumo, que antiguamente producía la industria metropolitana. La industria de los países de menor desarrollo experimentó también un cambio significativo: se convirtió en productora de manufacturas, una gran parte de las cuales son bienes de consumo, destinadas al mercado metropolitano, para lo cual realizó una conversión industrial que anulaba el anterior modelo de sustitución de importaciones. También estos países se especializan en estas nuevas tareas y se establece una nueva relación entre metrópolis y neocolonias. En esta nueva relación, los países desarrollados proporcionan a los de menor desarrollo bienes de producción, alta tecnología, recursos financieros, bienes de consumo sofisticados, etcétera y éstos a su vez proveen a las metrópolis de los productos tradicionales (alimentos, materias primas y energéticos) pero también, en un volumen creciente, de manufacturas de diversa índole, entre las que destacan los bienes y servicios de consumo. Los extremos de esta relación se dan un mutuo impulso ascendente. La constitución de la nueva estructura industrial, comercial y de servicios, tanto en metrópolis como en neocolonias, exigía el desmantelamiento total del modelo que había implantado la “sociedad del bienestar”, el cual tenía su base en un crecimiento modesto del consumo, siempre supeditado al de las ramas productoras de bienes de producción y bienes de consumo de lujo, descansaba en la amplia intervención del Estado en la economía, como regulador e incluso como productor, y mantenía el proteccionismo en las relaciones externas. Surgió entonces lo que se ha denominado el “neoliberalismo”, es decir, la doctrina económico-política que intentaba aniquilar el antiguo orden de cosas, para lo cual proponía la drástica reducción de la intervención del Estado en la economía, la desregulación y el libre comercio.
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Pertrechada con estas armas teórico-políticas, la oligarquía burguesa de todos los países, comandada por la de Estados Unidos, se lanzó de llenó al establecimiento de la nueva forma de organización económica. Como primer paso para lograrlo, conquistó el poder o atrajo a los representantes políticos de la burguesía media o nacionalista (vgr., en México, el Partido de la burguesía media o nacionalista, el PRI, fue secuestrado por su ala derecha y entregado a la oligarquía burguesa mexicana; tal es la significación que tiene el ascenso de Salinas de Gortari al poder y la salida del PRI de la corriente encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas) y desde ahí impuso sus directrices económico-políticas. En Metrópolis y neocolonias transformó radicalmente la antigua estructura industrial: obligó a los empresarios a reconvertir sus industrias para adecuarlas al nuevo modelo industrial (desde luego, aquellos que no lo hicieron, la gran mayoría, fueron sacados del mercado) y proporcionó un gran impulso a las nuevas ramas productivas que la sociedad de consumo había generado. Esta acción fue un golpe mortal para la fracción burguesa propietaria del sector industrial desplazado, pues significó su ruina económica; igualmente, tuvo como efecto inmediato el despido de cantidades masivas de trabajadores, que pasaron a engrosar el ejército industrial de reserva. Entregó a los empresarios privados las industrias estatales y los fondos de salud, de jubilación y de retiro de los trabajadores. Restringió a su mínima expresión los derechos laborales de los trabajadores. Formó asociaciones regionales de países entre los cuales se redujeron y en última instancia se eliminaron las protecciones arancelarias y de otros tipos y en general se negociaron acuerdos de libre comercio de la más diversa índole. Se empezó a formar un mercado global dentro del cual circulaban capitales y mercancías con una libertad casi absoluta. En último lugar en la enumeración, pero no en importancia, el año de 1989 se derrumbó el sistema de países del capitalismo sui generis en el que se habían convertido las naciones antiguamente socialistas; cierto es que como una de las vertientes de la llamada “guerra fría” la plutocracia burguesa internacional realizó una sistemática labor de socavamiento de la economía de esos países, pero el impulso principal de su derruimiento venía del interior mismo del sistema, por lo que su estrepitoso desplome fue una grata sorpresa, algo no esperado pero que la burguesía internacional recibió con gran beneplácito.
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El derrumbe del “socialismo realmente existente” La caída del “socialismo real” fue el último resultado de un largo proceso histórico. Al finalizar la segunda guerra mundial, con la liberación de varios países de Europa oriental por el ejército rojo y la conjunción de insurrecciones proletarias en esos países, se formó el sistema de países socialistas. El régimen económico social que en ese sistema prevaleció fue el socialismo marxista, cuyo modelo era el socialismo que se había instaurado en la Rusia Soviética al término de la Primera Guerra Mundial. De este socialismo ya hemos adelantado sus características fundamentales: tras la conquista del poder, el proletariado estableció su dictadura, por medio de la cual se abolió la propiedad privada sobre los medios e instrumentos de producción y se constituyó la propiedad colectiva sobre los mismos; la burguesía fue sometida al poder del estado proletario y por último definitivamente eliminada como clase social. La transformación revolucionaria de la propiedad privada de los medios e instrumentos de producción en propiedad colectiva y la formación del estado proletario, fueron los ejes fundamentales del socialismo soviético. Sin embargo, el socialismo soviético se implantó únicamente como una forma que conservaba un contenido capitalista. (Para la comprensión lógica de este concepto (“una forma socialista con un contenido capitalista”).14 El móvil último de la revolución proletaria y del socialismo de la primera fase del régimen capitalista era la reconstitución, conservación y desarrollo de las capacidades y facultades (que se manifestaban como necesidades) individuales de los trabajadores, que el régimen capitalista había vulnerado dramáticamente. Sólo hay que ver, por ejemplo, los informes de Stalin sobre los planes quinquenales y éstos mismos, para comprender los verdaderos alcances del sistema socialista soviético. En ellos, el sujeto final de todo el sistema económico, de la grandiosa colectivización de los medios e instrumentos de producción, es el individuo trabajador, al que se le debía proporcionar el mayor “bienestar” posible, satisfacer abundantemente sus necesidades indi-
14 Véase: Robledo Esparza Gabriel, La Lógica de Hegel y el marxismo, Libro segundo, La doctrina de la Esencia, Biblioteca Marxista, Sísifo Ediciones, México, 2009, y para su comprensión lógico-histórica, ver: Robledo Esparza Gabriel, Capitalismo moderno y revolución, 3 tomos, Biblioteca Marxista, Sísifo Ediciones, México, 2008).
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viduales; este es el mismo ofrecimiento que hacía la “sociedad del bienestar” a sus trabajadores.15 Tenemos así un portentoso instrumento de propiedad colectiva (la industria soviética y la de los demás países socialistas presentaban, en el punto superior de su desenvolvimiento, casi el mismo grado de desarrollo que la industria de los países capitalistas) que al desplegar toda su potencia la pone al servicio del individuo. El contenido capitalista, que subsiste y se perfecciona en interacción con el instrumento colectivo, está compuesto por lo siguiente: la permanencia del trabajo asalariado, la existencia del mercado de bienes de consumo, el mantenimiento y fortalecimiento del consumo privado, la conservación y desarrollo de la familia y del hogar individuales, el impulso al transporte individual (automóviles), el reconocimiento de la personalidad de los trabajadores, es decir, de su individualidad como el centro de capacidades y necesidades específicas, que los hace distintos y únicos, o dicho de otro modo, la declaración de la propiedad privada del trabajador sobre sí mismo, sobre su conciencia y su corporeidad, la educación individualizada y como individuos y el arte y la cultura como manifestación y goce de la individualidad. El desenvolvimiento de la forma socialista genera el de su contenido capitalista y viceversa. Su mutuo engendramiento se trueca en su recíproca negación. Se inicia así, en la década de los años 50 del siglo pasado, la degeneración del régimen socialista. En el seno de la clase obrera, con la materia prima de los técnicos, científicos y obreros altamente calificados que el propio régimen socialista ha creado, se forma una clase social específica; ésta da impulso al contenido capitalista que ahí existe y se erige en su legítima representante. Al avanzar la descomposición del régimen socialista, la acción de su contenido capitalista rompe la unidad del instrumento colectivo y las partes en que se disgrega son tomadas en propiedad por los integrantes de la nueva clase; los medios e instrumentos de producción se fraccionan en una multitud de empresas, entre las que se forma un mercado cada vez más amplio. En lugar del socialismo formal se establece un régimen que es una degeneración suya y al mismo tiempo un régimen de transición hacia la restauración plena del capitalismo. Véase: Stalin, J. V., Obras, t. 13, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1955, pp. 56-85, 180-226 y 295-397).
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Los medios e instrumentos de producción son ahora propiedad de esta nueva clase, la cual la ejerce a través de la propiedad de los técnicos, científicos y burócratas de alto nivel sobre la empresa en que trabajan. Se trata de una propiedad por grupos. Por un proceso económico-natural, la dirección de la empresa se concentra en un número cada vez menor de personas que adquieren la calidad de empresarios y el resto de los trabajadores se convierten en asalariados al servicio de aquellos. El crecimiento del mercado promueve el surgimiento y desarrollo de una pequeña producción de mercancías que pronto da el paso necesario y se transmuta en mediana y gran producción de mercancías, ya de sello típicamente capitalista. Los productores capitalistas y los empresarios que poseen en grupos las empresas antiguamente socialistas se levantan en contra de la burocracia obrera que todavía defiende el modelo de la propiedad por grupos; después de un largo período de lucha, en 1989 logran derrotarla y establecen su dominio indiscutible en todos los países antiguamente socialistas, los que ingresan en tropel al ancho mundo del régimen de producción capitalista. Un enorme mercado de bienes, capitales y mano de obra se abrió entonces para el capitalismo internacional. El movimiento revolucionario y su resultado inexcusable, la instauración del socialismo y la formación de un grupo de países socialistas, fueron presididos por la teoría marxista, la cual fue llevada al seno de la clase de los trabajadores por los partidos revolucionarios. La teoría marxista es la concepción científica de la naturaleza del régimen de producción capitalista. El núcleo de la misma es la proposición, basada en las doctrinas del ser y de la esencia de la Lógica de Hegel, de que el capitalismo tiene en sí mismo los elementos de su otro como integrantes de su propia naturaleza y de que el ineluctable surgir de éste a la existencia es el resultado del desenvolvimiento de aquellos. De conformidad con esto, Marx y Engels encuentran lo siguiente en el régimen de producción capitalista: — El capitalismo es un modo de producción que tiene su fundamento en la propiedad privada; — se da en él un desarrollo portentoso de las fuerzas productivas, las cuales son única y exclusivamente materializaciones de fuerza de trabajo de los obreros;
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— éste movimiento se desenvuelve a través de la maquinización constante de la producción, o lo que es lo mismo, de su creciente socialización, la cual está gravada por su contrario, la propiedad privada sobre los medios e instrumentos de producción, que impone un freno a la socialización total de la producción (la constitución de un instrumento de producción colectivo de la especie); — el incremento de las fuerzas productivas en el régimen de producción capitalista se realiza a costa de generar la absoluta depauperación de los productores directos, los trabajadores asalariados, la cual consiste en la abolición total de su naturaleza humana en las condiciones de trabajo y de vida características de este tipo de sociedad; — esa completa depauperación de los trabajadores, el conocimiento científico de la misma y la poderosa tendencia a la socialización de la producción constituyen el motor del cambio revolucionario por el cual el proletariado se ve imperiosamente obligado a abolir la propiedad privada, establecer la propiedad colectiva sobre los medios e instrumentos de producción y restaurar la naturaleza humana de la especie, es decir, a instaurar el socialismo; — la depauperación de los trabajadores se manifiesta, en las primeras etapas de existencia del capitalismo, como la aniquilación física y moral del individuo trabajador; — por tanto, la colectivización de los medios e instrumentos de producción tiene como finalidad expresa reconstituir, salvaguardar y posteriormente desarrollar al individuo trabajador. La teoría marxista tiene, en esta etapa, como núcleo, una concepción dual de la naturaleza humana. Por una parte se encuentra el trabajador socializado por la producción, que ha perdido su individualidad en el trabajo capitalista y que está apto por tanto para la propiedad y el trabajo colectivos que son el contenido del socialismo marxista que se propugna. La revolución socialista debería entonces llevar, hasta sus últimas consecuencias, la formación de un verdadero obrero colectivo en la órbita de la producción. Fuera de ésta, el trabajador tiene, como individuo, una vida familiar, social, etcétera, que el capitalismo vulnera sistemáticamente. La teoría marxista reivindica entonces la reconstitución, defensa y enriquecimiento de la vida familiar e individual de los trabajadores. Su bienestar es el propósito fundamental del régimen socialista.
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La naturaleza humana que el socialismo marxista pretende recobrar con la revolución proletaria es, en consecuencia, la siguiente: una naturaleza completamente colectiva de los trabajadores en el ámbito de la producción, lo que implica su absoluta desindividuación, la total anulación de su individualidad, y una naturaleza individual fuera de la órbita de la producción, en los lugares que realiza las restantes actividades vitales, lo que se traduce en el impulso al individuo como tal. El propio desarrollo del socialismo y la evolución del capitalismo posterior a la segunda guerra mundial desacreditaron completamente esta concepción de la naturaleza humana. En el régimen socialista, el estímulo al individuo en el entorno familiar y social condujo necesariamente a su exaltación; monstruosamente engrandecido, minó la organización colectiva de la producción, la sustituyó posteriormente con una forma más acorde consigo, la autogestión y la propiedad por grupos, y por último restauró el capitalismo típico en los países antiguamente socialistas. En el capitalismo, en la sociedad de consumo, se aportó la prueba práctica de que la glorificación del individuo y la familia desemboca necesariamente en la descomposición y anulación, en el individuo, de todas las características biológicas de la especie, a la cual se desposee así de su naturaleza humana. En 1989, al mismo tiempo que se festejaba la caída del “socialismo real”, también alborozadamente se decretó la muerte de la teoría del socialismo marxista. Sin embargo, para los revolucionarios, lo que estas circunstancias imponen es un estudio concienzudo, científico, del proceso necesario del surgimiento, apogeo y caída del socialismo. Para ello es ineludible volver al estudio de los clásicos (Marx, Engels, Lenin y Stalin) y retrotraerse a las fuentes en que abrevaron, especialmente la Lógica de Hegel, en la que se contiene el método científico por excelencia, el que permitió a los revolucionarios anteriores desentrañar la naturaleza del capitalismo en la etapa en la que ellos actuaban y conducir a los trabajadores a la conquista del poder y a la construcción de la primera fase del socialismo. Como punto nodular se debe tomar la determinación de un concepto más alto de lo que es la naturaleza humana. El régimen capitalista, en su forma superior de manifestarse, provee los elementos para realizar esa tarea: la exorbitante exaltación del individuo
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que es inherente a la sociedad de consumo provoca una degeneración y anulación mayúsculas de la naturaleza biológica humana de los trabajadores; ello significa que el mismo régimen económico está destruyendo, más allá de la órbita de la producción, las bases biológicas del individuo y preparando y exigiendo así su naturaleza colectiva. La reivindicación del marxismo en su próxima etapa de existencia será, por tanto, la colectivización de todas las funciones vitales del trabajador, lo que presupondrá la anulación sin concesiones del individuo como tal, la abolición de la propiedad privada del individuo trabajador sobre sí mismo. La naturaleza humana que se formará por medio del proceso revolucionario será totalmente colectiva, tanto en la producción como en el consumo; será anulada esa dicotomía establecida en la fase anterior del socialismo, por la que la especie humana tenía una naturaleza colectiva en la producción e individual en el consumo. La reivindicación que planteará el marxismo en su nueva fase de existencia será la colectivización total de la actividad humana, tal y como existió en la comunidad primitiva, en donde la propiedad, la producción y el consumo eran de naturaleza colectiva; su divisa será: la recuperación de la naturaleza verdaderamente humana de la especie. (Para la discusión de los conceptos de “individuación”, “desindividuación” y “naturaleza verdaderamente humana”.16
La acumulación de capital en la sociedad de consumo Exultante, la burguesía internacional decretó, al derrumbe del “socialismo real”, el “fin de la historia” y procedió a inaugurar el reinado eterno del capital. Dentro de este marco, con una demanda que aumenta vertiginosamente, unos precios en rápido ascenso y una tasa de ganancia cada vez más alta, se inició, bajo el nuevo patrón industrial, un florecimiento acelerado de todas las industrias y del consumo masivo. En la economía de todos los países las empresas existentes registran un crecimiento impetuoso y se forman una cantidad astronómica de grandes, medianas y pequeñas empresas nuevas, que explotan las jóvenes ramas que la sociedad de consumo ha establecido. 16 Véase: Robledo Esparza, Gabriel, Proceso de individuación en el régimen de propiedad privada, Biblioteca Marxista, Sísifo Ediciones, México, 2009).
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La producción y el consumo a ella agregado se acrecientan en una medida colosal y los mercados se expanden velozmente: las empresas forman, entre ellas mismas, un mercado que se dilata ininterrumpidamente y la masa salarial (no necesariamente el nivel de los salarios) y la de la plusvalía que los capitalistas de todos los tamaños gastan como renta, en ampliación constante, inducen el agrandamiento sin medida del mercado de bienes de consumo. Se instaura una feroz competencia entre todos los elementos de la moderna sociedad de consumo, presidida por los dos “valores” cardinales del capitalismo contemporáneo: la obtención a toda costa, en el menor tiempo posible, de la más alta tasa de ganancia y el logro del placer más extremado en el consumo de bienes y servicios. Lo que estos móviles tienen de característico es la potencia inconmensurable que adquieren en la sociedad de consumo, pues en ella se sacralizan literalmente la actividad empresarial, la ganancia irrestricta y el consumo placentero; en la “sociedad del bienestar” la actividad empresarial privada y el lucro inmoderado se detenían ante el dique que formaban las esferas productivas que pertenecían al capital estatal, la misma competencia estatal y la abrumadora regulación que el Estado ejercía en el terreno económico, y el consumo masivo encontraba un obstáculo insalvable en la férrea oposición que amplios sectores dominantes de la burguesía enfrentaban a la extensión ilimitada del principio del placer. Rotos los diques, superados los obstáculos y vencidas las oposiciones en una verdadera “guerra santa”, se asientan en la sociedad de consumo, con una fuerza avasalladora, poseídos de una violencia inaudita que ejercen en todos los frentes (económicos, políticos, militares, etcétera), los principios de la ganancia irrestricta y del placer exaltado. Este acrecentamiento de la producción y del consumo exige volúmenes mayúsculos de recursos para acumular. En las empresas industriales y de servicios la acumulación se realiza en un principio con sus propios medios. Ante el crecimiento inmoderado de la demanda y, por tanto, de los precios y las ganancias, las empresas, puestas ante el dilema de entrar a la vorágine de la búsqueda de ganancias sin límite o ser desplazadas por la competencia, tienen que recurrir, para ampliar su producción, a otras fuentes de capital. El paso obligado siguiente es la salida a Bolsa de las empresas. En los últimos 30 años, en todos los países del mundo, una enorme cantidad de empresas llevó a la Bolsa de Valores sus acciones y otros valores; en concor-
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dancia con ello, las Bolsas de Valores tuvieron en este lapso un desarrollo colosal: crecieron exponencialmente, diversificaron sus servicios, digitalizaron y mecanizaron sus funciones, etcétera; al parejo con ellas se hizo mayor el número de las Casas de Bolsa y, por lo mismo, el volumen del capital global destinado a la emisión, colocación y compra y venta de valores. El monto y la velocidad de circulación del capital se elevaron hasta altísimos niveles. En último término, pero de la mayor importancia, las empresas solicitan préstamos bancarios con la finalidad de ampliar su producción. En el período que consideramos, esta actividad del capital bancario se expandió de una manera portentosa: la cantidad y la rapidez de circulación del capital bancario de préstamo, así como la digitalización y la maquinización de las funciones de la banca registraron un aumento imponente. Los recursos para la realización de la superabundante cantidad de bienes de consumo provienen en primer lugar de las acrecidas masas de salarios y de plusvalía que se gasta como renta que ha generado la floreciente actividad económica. También tienen su origen en el trabajo extraordinario y más intenso que la sociedad de consumo obliga a realizar a los trabajadores con la finalidad de que obtengan mayores ingresos para adquirir bienes de consumo. Pero lo verdaderamente característico de la sociedad de consumo es el crédito al consumo. Las empresas comerciales y los bancos abren crédito a los trabajadores para que adquieran bienes de consumo de la más diversa índole (casa, automóvil, menaje de casa, electrodomésticos, electrónicos, vestido, viajes, diversión, alimentos, educación, salud, etcétera), los cuales pagarán, junto con altísimos intereses, a lo largo de su vida productiva e incluso más allá de la misma. Los obreros permanecen esclavizados de por vida a las exigencias del capital mercantil y bancario y a través de éstos al régimen capitalista en general. Los obreros hipotecan toda su vida al capital. El crédito al consumo, que prácticamente se extendió hacia todas las clases trabajadoras, se convirtió en una próspera rama de negocios del capital mercantil y del capital bancario. Otra fuente de recursos para la acumulación en la sociedad de consumo se encuentra en los fondos de seguridad social, de retiro y de jubilación de los trabajadores, los cuales fueron privatizados y utilizados para financiar a las empresas a través del mercado de valores.
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La nueva estructura del sistema financiero internacional Fue en la década de los años 80 del siglo XX cuando se inició el paso, en el régimen capitalista internacional, de la llamada “sociedad del bienestar” a la que se denomina “sociedad de consumo”. Conducido por sus leyes específicas, descubiertas y desarrolladas teóricamente por Carlos Marx, el régimen capitalista internacional entró en una nueva etapa de su existencia, en la que se produjo una verdadera revolución tecnológica que trajo consigo profundos cambios en la estructura y en los procesos industriales, comerciales y financieros del capitalismo mundial. Teniendo como punto de apoyo todas esas transformaciones señaladas, se inició una etapa de acumulación desbordada de capital a nivel global, con la consabida consecuencia de un gran incremento de la depauperación de todos los trabajadores del mundo. En la medida en que a escala internacional se daban todos los cambios que la nueva naturaleza de las fuerzas productivas capitalistas requería, el aparato productivo y comercial se convirtió en una enorme factoría en la que se producían y se hacían circular cantidades cada vez más grandes de plusvalía, las cuales, aunadas a la porción del capital variable que los trabajadores ahorraban, adquirían, en el proceso de circulación del capital, la forma del capital-dinero. El sistema bancario y financiero es el que se encarga de acopiar y concentrar el capital-dinero y de canalizarlo hacia la producción y el comercio con la finalidad de mantener y ampliar el proceso productivo capitalista; tiene la función de conducir el tránsito del capital-dinero a capital productivo y capital comercial y de reunirlo en sus arcas cuando el capital-mercancías se convierte en capital-dinero, y así sucesivamente. Las vastas innovaciones introducidas en la estructura productiva y de consumo de la “sociedad de consumo” implicaron también grandes cambios en el sistema bancario y financiero con el fin de adecuarlo a las nuevas circunstancias existentes. El móvil principal de los capitalistas individuales y el motivo propulsor del movimiento global del capital es la obtención de una ganancia. Pero no de un monto cualquiera de ganancia, sino una cantidad ilimitada de ganancia. Cuando, debido a las fluctuaciones de la tasa media de ganancia, o a los movimientos locales de la ganancia en las distintas ramas y sectores industriales, etcétera, la ganancia se reduce, entonces el hambre de ganan-
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cia de los capitalistas y del sistema económico como un todo se exacerba, se potencia de una manera inconmensurable; cuando, por el contrario, la ganancia aumenta, el hambre de ganancia se exaspera impulsada precisamente por el anterior incremento de los beneficios. En el régimen capitalista, el móvil y motivo propulsor que lo anima es un hambre insaciable de ganancia que encuentra en sí misma el resorte para su incremento constante. Al consolidarse el proceso de acumulación típico de la sociedad de consumo se produce en primera instancia un ascenso sostenido de la ganancia en las diversas esferas productivas, en la actividad comercial y en las operaciones bancarias y financieras; este aumento actúa como un poderoso imán que atrae imperiosamente todos los recursos dinerarios de la economía que pugnan por valorizarse a las altas tasas que se han establecido. En primer término, son captados por el sistema bancario y financiero, con la finalidad de dirigirlos hacia la actividad productiva y comercial, aquellos recursos que permanecen atesorados en los fondos de salud, retiro, jubilación, etcétera de los trabajadores. En lugar de permanecer inactivos en alguna partida del presupuesto estatal o depositados en los bancos comerciales, son lanzados al tráfago del comercio de acciones, bonos y otros valores. También, son “bursatilizados” activos estatales constituidos por bienes existentes o ingresos futuros por diversos pagos de derechos y servicios. De esta manera, recursos que por su propia naturaleza no están en el mercado, son convertidos en títulos que pueden ser comercializados e hipotéticos activos se convierten en valores actuales que entran al mercado bursátil. Estas dos fuentes de recursos amplían de una manera sustancial los fondos para alimentar el proceso de acumulación en marcha en la economía capitalista. Con la acumulación de capital crece hasta altísimos montos la masa de capital-dinero que no tiene un vínculo inmediato con la actividad productiva y comercial y se acumula como simples depósitos en la banca comercial. Estos activos monetarios son también solicitados por la fuerza centrípeta de la acumulación de capital y derivados hacia la producción y el comercio por departamentos especializados de la misma banca comercial, por la banca de inversión o por instituciones especiales, como fondos de pensiones, fondos mutuales, hedge funds, etcétera. Anteriormente, este tipo de capital-dinero se captaba de una manera diferente. Los departamentos especiales de la banca comercial y la banca de inversión ofrecían títulos de deuda a los poseedores de capital-dinero exce-
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dente con una tasa de interés sustancialmente más alta que la que se pagaba por los depósitos y, por otro lado, proveían de préstamos a largo plazo a la industria y al comercio; los títulos de la deuda tenían una circulación muy restringida. Por su parte, las industrias obtenían recursos a través de las aportaciones de sus socios y de los préstamos comerciales y a largo plazo de los bancos; los títulos representativos del capital no tenían una amplia circulación y, por tanto, las Bolsas de Valores estaban muy poco desarrolladas. A partir de la década del 80 del siglo pasado, el paroxismo de la acumulación obliga a las empresas privadas, a los gobiernos, a las empresas estatales y paraestatales, etcétera, frente al imperativo de ampliar constantemente sus operaciones, a obtener cantidades superlativas de recursos; además de los medios tradicionales de los préstamos bancarios, todas ellas desarrollan un proceso sistemático de salida a la Bolsa para captar capital; los bancos se ven forzados a crear departamentos especiales que se dedican a la emisión, compra y venta de títulos, la banca de inversión florece y se establecen instituciones sui generis, como los fondos mutuales, fondos de pensiones y hedge funds que se dedican exclusivamente a la compra y venta de títulos. La actividad bursátil se intensifica en un grado extremo y las Bolsas de Valores del mundo crecen de manera exponencial. La intermediación financiera adquiere un auge inusitado y desarrolla nuevos mecanismos e instrumentos para captar los enormes recursos que se generan en la economía y redirigirlos hacia el aparato productivo, comercial y de servicios. Lo primero que tiene que lograr es ofrecer ganancias más altas y con menos riesgos que la banca tradicional. Para ello, inicia la práctica de reunir en un portafolio, en grandes cantidades, valores de distinta naturaleza, muy diversificados en sus plazos de vencimiento, tasa de interés, tasa de ganancia y nivel de riesgo, pretendiendo lograr un equilibrio entre todos estos factores para alcanzar la máxima ganancia con el menor riesgo posible y ofrecerlos así a los poseedores del capital-dinero que vegetan en otras ramas del sector financiero. Con ese fin, se desarrollan modelos matemáticos, basados fundamentalmente en elementales principios de econometría y estadística, que se emplean para procesar los datos históricos del comportamiento de los distintos valores bursátiles y con base en ellos se proyecta el probable desempeño futuro de los títulos; los portafolios se integran de acuerdo con lo que los modelos estadísticos y econométricos establecen.
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Toda una rama de la teoría económica se funda entonces, la Moderna Teoría del Portafolio (MPT, Modern Portfolio Theory), que tiene como profundo principio científico y filosófico el de “no poner todos los huevos en la misma canasta” y en cuya evolución ha dado portentosos frutos “científicos”, como la teoría del arbitraje de los precios (APT, Arbitrage Price Theory) y el modelo matemático correspondiente, el modelo de cálculo del precio de los activos de capital (cAPM, Capital Asset Pricing Model), cuyo método esencial es el cálculo de la covarianza (betas) de cada activo con respecto a un índice del mercado general, la teoría del cálculo del precio de las opciones (option pricing theory), y último en la enumeración pero no en importancia, lo que es la base teórica de toda esta eclosión de la ciencia económica, la ingenua, por decir lo menos, hipótesis de los mercados eficientes (efficient market hypothesis). Esta “ciencia de los cohetes” (rocket science), como mordazmente la llaman sus críticos embozadamente neokeynesianos, se mueve dentro de los límites de los conceptos matemáticos más simples, y su único mérito es haber sometido a fórmulas matemáticas elementales el burdo instinto del capital de la ganancia irrestricta, su hambre insaciable de ganancia. Varios de los economistas que han medrado con esta pseudociencia se han hecho acreedores al premio Nobel de economía, tanto por sus escuálidas y simplonas producciones “teóricas”, como por su acendrado espíritu lacayuno que los lleva a poner su “inteligencia” incondicionalmente al servicio del capital; si de algún crédito gozaba aún este menoscabado galardón, lo ha perdido irremisiblemente cuando se ha premiado a estos sirvientes del capital y al concederse al señor Obama, el guerrero del imperio, el premio Nobel de la paz. A la par con la invención del portafolio bursátil, se estructuran también novedosas instituciones que los forman y los administran. Surgen los llamados fondos financieros (fondos mutuales, fondos de pensiones, hedge funds, etcétera), los cuales se encargan de reunir cuantiosos recursos en la forma de capital-dinero e invertirlos en la adquisición de cantidades masivas de valores, los cuales son manejados bajo el principio de la obtención de la máxima ganancia (la cual, desde luego, debe ser sustancialmente mayor que la que ofrecen las instituciones crediticias tradicionales) con el menor riesgo. Su actividad se basa en las leyes que rigen a los “grandes números”, es decir, en las medidas centrales y en las desviaciones que de las mismas se observan en los datos relativos a los miles de valores que administran, para de esa manera prever su evolución futura; también, en modelos matemáticos conforme a los cuales se calcula el riesgo de insolvencia o de otro evento (VAR) que afecte a los valores del portafolio; igualmente, en fórmulas que
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permitan calcular los valores reales de los activos en relación con su precio de mercado. Los Fondos adquieren un portafolio inicial y luego compran y venden los valores, de acuerdo con lo que el sistema de análisis computarizado determine, con el propósito de mantener la ganancia en el nivel más alto posible y los riesgos de la inversión en el punto más bajo compatible con aquella. Hasta aquí, los Fondos financieros se han mantenido dentro de los límites de un apetito normal de ganancia; sin embargo, tienen ya en sí mismos el germen de lo que es el hambre insaciable de ganancia, que será el principio rector de su evolución posterior. El hambre insaciable de ganancia empuja a los Fondos financieros por varios caminos. En primer lugar, extienden su campo de acción hacia la compra y venta de créditos de la más diversa especie: hipotecas, créditos para automóviles, créditos estudiantiles, créditos en tarjetas, futuros, swaps, opciones, etcétera. En segundo lugar, la compra y venta de valores deja de tener el carácter de una función accesoria cuya finalidad esencial es integrar y conservar un portafolio para los inversionistas; ahora los valores se compran para “empaquetarse” y venderse; por tanto, la ganancia se obtiene no de los títulos en sí, sino de su compra y venta. En tercer lugar, para algunos tipos de Fondos (los hedge funds, principalmente), la compra y venta de valores no tiene como propósito integrar un portafolio cuyos activos produzcan las mayores ganancias con el menor riesgo, sino comprar y vender valores con el fin de obtener ganancias de las discrepancias entre sus valores reales y sus precios de mercado (arbitraje): se compra un stock cuando sus precios de mercado son bajos pero su valor real es más alto (existe una desviación de la medida central) y hacia éste deberá convergir aquel en un cierto tiempo (la vuelta a la medida central), según los cálculos del modelo estadístico, y se vende cuando alcanza de nuevo su valor real; esta versión ampliada del modelo original del portafolio se forma con stocks de valores de largo y corto plazo, los cuales se venden y se compran de acuerdo con las determinaciones del modelo matemático; como vemos, aquí la especulación es ya el alma de las transacciones. Dado que las diferencias entre los precios de mercado y los valores reales (su medida central) son relativamente pequeñas y tienden a acortarse precisamente cuando se efectúan las compras y ventas de las mismas, entonces, para obtener ganancias significativas es necesario negociar masas enormes de valores y esto sólo es posible hacerlo con cuantiosos recursos que úni-
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camente se pueden obtener apalancando el capital propio del fondo con voluminosos montos de capital de préstamo. La diferencia entre el costo del capital de préstamo y la ganancia que se obtiene con el arbitraje de los valores que con él se adquieren es la ganancia neta que se agrega a la que el fondo recibe por su capital. En cuarto lugar, una parte de los Fondos, entre los cuales de manera principal se encuentran los hedge funds, se constituyen, se organizan y funcionan en una forma específica, permitida por la legislación, por medio de la cual se eluden las leyes y los mecanismos de fiscalización a que todas las demás instituciones crediticias están sometidas; esta evasión es en principio legal, pero a ella se agrega la violación flagrante y sistemática de las pocas regulaciones que les son aplicables. Las restricciones legales a que están sujetas las instituciones crediticias tradicionales (pago de impuestos, severas limitaciones al nivel de apalancamiento, elevados montos y alta calidad de colaterales, vastas provisiones de capital para garantizar las operaciones pasivas, etcétera) ocasionan gastos excesivos o reducen sensiblemente las ganancias, por lo cual la tasa de ganancia de los fondos no regulados se eleva en una gran medida sobre la de los que si están sujetos a la normatividad. Un Hedge fund típico está abierto sólo a un limitado rango de inversores profesionales o ricos. Con base en esto se les provee con exenciones en muchas jurisdicciones de regulaciones que gobiernan las ventas en corto, los derivados, el apalancamiento, el pago de comisiones y la liquidez de los intereses. Esto, junto con las comisiones por resultados y la estructura openended diferencia los Hedge Funds de los Fondos de Inversiones ordinarios. Los Hedge Funds utilizan fundamentalmente: ventas en corto, derivados y apalancamiento. Dominan campos especiales como derivados con altos rendimientos y deudas en conflicto. La industria manejaba, en el punto más alto, en el verano del 2008, cerca de 2.5 billones de dólares. Varios son los argumentos que esgrimen las autoridades financieras17 para justificar la necesidad de eximir de las regulaciones normales a los fondos tales como los hedge funds: el fundamental es que se trata de agrupaciones magnas de capital, en las que participan con grandes capitales (en algunos de ellos el mínimo de inversión es de un millón de dólares por socio) profesionales de la actividad financiera y personas sumamente ricas, por lo que 17 Véase: Testimony of Chairman Alan Greenspan Private-sector refinancing of the large hedge fund, Long-Term Capital Management Before the Committee on Banking and Financial Services, U.S. House of Representatives October 1, 1998).
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es innecesaria en este caso la aplicación de las regulaciones que tienen por objeto proteger a los inversionistas legos en la materia y a aquellos cuya inversión es probablemente su único capital; en segundo lugar, se arguye que la actividad característica de estos fondos, es decir, el comprar y vender títulos para obtener ganancias del diferencial entre sus precios de mercado y sus valores reales, al fin de cuentas llevará a una estabilización del mercado con precios lo más cercanos e incluso iguales a los valores de los objetos del comercio, lo que dará fluidez a los recursos que se mueven desde el sector financiero hacia la industria y el comercio; por último, la justificación ideológica de todo esto la expresan diciendo que si acaso los Funds especiales fuesen sometidos a regulaciones más estrictas, entonces dejarían de ser rentables sus actividades, eventualmente desaparecerían y se cegaría así una de las principales fuentes de la prosperidad económica de una nación. La transformación y extensión del sistema financiero, que han sido inducidas por el desenvolvimiento de la estructura industrial y comercial sobre las bases de la nueva etapa de existencia del capitalismo, forman con ella una contradicción. Los polos de la antítesis se engendran uno al otro; la industria y el comercio característicos del capitalismo de consumo han procreado un sector financiero específico; aquellos producen y realizan cantidades astronómicas de valor bajo la forma de capital-dinero y éste las capta y las reencauza hacia la producción y el comercio de la sociedad de consumo en un proceso incesante por el cual ambos extremos se impulsan hasta altísimos niveles. El motor de este movimiento es el hambre de ganancia de los capitalistas, la cual hasta aquí se caracteriza por mantenerse dentro de ciertos límites, “normales”, por decirlo así; pero en la misma orgía de ganancias que el crecimiento económico trae consigo y en el descenso de la cuota general de ganancia que necesariamente se presenta en la fase más alta del ciclo, se encuentran los motivos para la elevación del hambre de ganancia de los capitalistas a un hambre insaciable, ilimitada. Cuando esto sucede en forma generalizada, la contradicción entre el capital bancario por un lado y el capital industrial y comercial por el otro pasa a una fase de absoluta oposición entre ellos, en la cual ya no se engendran más mutuamente sino que sólo se niegan una a la otra. Por un lado, el sistema financiero, ávido de ganancias, sigue impulsando sin restricciones la producción y el comercio, y estas actividades son conducidas, por capitalistas completamente obnubilados por la torturante hambre insaciable de ganancias, mucho más allá de los límites de una demanda que ha agotado completamente su capacidad de expansión; por otro, el capital bancario y financiero se dedica en gran
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parte a actividades especulativas, como la de comprar y vender títulos para obtener ganancias de las discrepancias de los precios comerciales de los activos, por lo que una porción significativa del capital-dinero no revierte ya a las órbitas de la producción y el comercio. En esta situación maduran las condiciones para que una crisis se presente. Como vimos en apartados anteriores, lo primero que la nueva estructura productiva y comercial genera es una gran expansión de la actividad de emisión de valores y de su colocación en la Bolsa. Teniendo esto como base, se produce una extensión del anterior aparato bancario y financiero, al que se anexan instituciones financieras (Fondos mutuales, Fondos de retiro, hedge funds, etcétera) que se dedican exclusivamente a la compra y venta de títulos así como a su reunión en Portafolios, en los que las diferencias individuales se compensan para crear valores y riesgos medios, y ofrecerlos a los inversionistas. Las ganancias de quienes invierten en estos fondos provienen de los ingresos, ya sean fijos o variables, que los diversos títulos del portafolio producen, y las compras y ventas de los mismos únicamente tienen como finalidad buscar el equilibrio entre los ingresos y los riesgos, guiándose por el principio rector de obtener la máxima ganancia con el menor riesgo. Los pilares que sustentan a estos fondos, son dos: 1) la más alta tasa de ganancia que garantizan para el capital-dinero, en mucho superior a las que paga la banca tradicional y 2) su estrecha vinculación con los modernos aparatos productivo y comercial, a los cuales hacen llegar gruesos volúmenes de capital-dinero, actividad que las antiguas instituciones crediticias eran incapaces de realizar. Los Fondos amplían sus fuentes de recursos y se nutren con los fondos de retiro, jubilación, etcétera de los trabajadores; estos acervos se encuentran originalmente ya sea en las arcas del gobierno, en donde se incrementan a tasas bajísimas y son utilizados para financiar el déficit público, o en los bancos comerciales, de los cuales reciben intereses muy reducidos; al constituirse en fondos financieros que se dedican a la formación y administración de un portafolio, por un lado, reciben, al menos teóricamente, mayores ingresos que los que obtenían cuando estaban en las cajas del gobierno o de los bancos comerciales y, por otro, que es lo principal, sirven para financiar la expansión del aparato productivo y comercial mediante la compra de los títulos que se cotizan en la Bolsa. El campo de acción de los Fondos se expande por medio de la integración a sus Portafolios de créditos de la más diversa especie, tales como hipotecas, créditos automotrices, créditos estudiantiles, créditos en tarjetas, etcétera.
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Los Fondos compran a los bancos comerciales estos créditos y los introducen en sus Portafolios o forman Portafolios especiales con ellos. Con este mecanismo se acelera la conversión del capital dinero en capital productivo: los bancos comerciales venden los créditos a los intermediarios financieros y con los recursos así obtenidos aquellos pueden reiniciar inmediatamente, en una escala más alta, el ciclo productivo; su capital tiene una rotación mucho más elevada; se incrementa así el nivel de la acumulación de capital y la producción crece geométricamente. Esta actividad de los Fondos es un acicate poderosísimo para el desarrollo de un campo específico de la “nueva economía”: el financiamiento al consumo masivo. Los bancos comerciales son empujados, por la naturaleza misma de la producción (capitalismo de consumo) y por la demanda de créditos que ejercen los Fondos financieros, a incrementar en una medida descomunal el otorgamiento de créditos al consumo. La banca tradicional es sometida a las exigencias de la nueva estructura económica. Hay muchos otros activos que producen flujos de efectivo, incluyendo préstamos para casas construidas, préstamos y arrendamiento de equipo, arrendamiento de aeronaves, cuentas pendientes de comercio, planes de préstamos para locales de comercio y regalías. Los intangibles constituyen otra clase emergente de activos. El hambre de ganancias que ha presidido todo este movimiento económico se transmuta, lenta pero seguramente, en un hambre insaciable. Todos los elementos que participan en el mismo son llevados más allá de los límites que demarcan el proceso de mutua implicación y se convierten irremisiblemente en su contrario. La intermediación financiera, que provee de abundantes recursos a la actividad industrial y comercial, hace llegar la producción mucho más allá de su correspondencia con la demanda efectiva, los préstamos al consumo se conceden en un volumen excesivo en relación con la capacidad de pago de los consumidores y los Fondos se convierten en entidades que concentran abultadas sumas de dinero destinadas a la compra y venta especulativa de valores. El hambre insaciable de ganancias se apodera de todos los participantes en el proceso económico, y en la cúspide del mismo están las empresas industriales, comerciales y de servicios, los bancos comerciales y de inversión, los bancos centrales, los gobiernos, los mismos Fondos, etcétera, los cuales invierten sus recursos libres en los hedge funds, aquellos fondos que se dedican exclusivamente a la especulación con los precios y los valores de los activos (arbitraje), apalancan las operaciones de los mismos con extensos
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créditos, les conceden en arriendo los valores en los que han invertido sus ganancias, etcétera, lo que fortalece inconmensurablemente la especulación con los valores. Tenemos entonces un doble resultado: por una parte, un exceso de inversión que se traduce en una sobreproducción que no encuentra salida y, por otra, un incremento desmedido de la especulación.
Del arbitraje a los CDOs, MBSes y CDSes Para el año 2002, una vez que, a través de las crisis correspondientes, quedaron ajustados entre sí las distintas ramas, sectores, etcétera de la sociedad de consumo, se establece una fluida relación entre todos esos elementos. En estas circunstancias del capitalismo mundial, el consumo masivo recibe un poderosísimo impulso. Una proporción sustancial del capital se invierte, por diversas vías, en las industrias que producen bienes de consumo; por su parte, los bancos comerciales y las empresas comercializadoras destinan montos cada vez más gruesos al financiamiento del consumo masivo. Esta tendencia progresiva del consumo choca, en un cierto momento, con la traba que constituyen los flujos de capital, que son insuficientes para hacer crecer a una tasa mayor la producción y el financiamiento de la compra de los bienes. En 1998, el sistema financiero internacional, después del rescate de Long Term Capital Managment, abandonó provisionalmente la senda de la especulación galopante basada en el arbitraje y redujo ésta a límites congruentes con una cierta estabilidad. Aún antes de este acontecimiento se había venido gestando una forma más alta de obtener recursos de capital para financiar la sociedad de consumo, método que cobra un mayor vuelo después de que el mercado se pacifica en 1998. Los créditos al consumo (para comprar casas habitación, automóviles, servicios educativos, usar tarjetas de crédito, etcétera), son concedidos por la banca comercial a través de sus departamentos especializados o por bancos que se dedican específicamente a este negocio; el mecanismo tradicional de su funcionamiento consistía en la captación de recursos por el banco a través de instrumentos de inversión y luego su traslado como préstamo a los diversos consumidores; el banco recibía en pagos parciales los intereses
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de los préstamos y la parte correspondiente del principal; estos ingresos eran utilizados para cubrir los intereses de los bonos y otros papeles que había emitido y constituir el fondo de amortización de los mismos. Es evidente que, bajo los supuestos anteriores, el período de tiempo necesario para que el banco recobrase el valor capital adelantado y la ganancia correspondiente era muy largo y mientras esto no sucediese ese capital no podía ser utilizado para financiar nuevos créditos al consumo; la única alternativa posible era acudir de nuevo al mercado a colocar papeles de diversa índole y aumentar por este medio el capital de préstamo en un determinado volumen; estos recursos quedaban igualmente inmovilizados durante un dilatado lapso de tiempo. Los bancos comerciales estaban abrumados por las funciones de captar recursos, conceder y administrar los préstamos, recolectar los pagos de los acreditados, dar el servicio a la deuda contraída y reintegrar el principal de la misma; esto sucedía en un mercado en donde cada vez era más difícil competir con tasas atractivas en la colocación de los bonos y otros papeles de los que obtenían los medios para cumplir su función específica y, además, en una situación de gran demanda de créditos para el consumo. El hambre insaciable de ganancia, que en el capital bancario y financiero adquiere el carácter de una imperiosa y acuciante necesidad, se exacerba en estas condiciones descritas. El capital bancario orientado a la órbita del consumo se ve sometido a la acción de dos fuerzas que ejercen sus efectos concertadamente: una muy lenta rotación del capital propio y del que captan en los mercados, condicionada por el largo plazo de la redención de las deudas de los consumidores, lo cual se traduce en una tasa menor de ganancia que la media, ya que ésta se determina por la rotación media del capital en su conjunto, y una torturante demanda de créditos al consumo que crece aceleradamente, espoleada por el epicureísmo que sienta sus reales en la sociedad de consumo. La salida obligada de esta situación es la búsqueda desesperada de los medios para aumentar la rotación del capital, con lo cual se pretende elevar la tasa de ganancia del mismo y a la vez cubrir la voluminosa demanda insatisfecha de créditos al consumo. Se inicia entonces un proceso de “modernización” de la banca que culmina con la estructuración y desarrollo de las funciones, mecanismos y productos bancarios característicos de la última fase de la actual crisis financiera internacional: los MBSes (Mortgage Backed Securities), los ABSes (Asset
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Backed Securities), los cDOs (Collateralized Debt Obligations), los cDSes (Collateralized Debt Swaps), etcétera. El sector financiero de la sociedad de consumo se desenvuelve en dos fases perfectamente diferenciadas. En la primera de ellas se establece el mecanismo que consiste en la emisión masiva de acciones, bonos y otros instrumentos de captación de capital por empresas, gobiernos, entidades gubernamentales, etcétera, con la finalidad de obtener recursos para impulsar su crecimiento, y su adquisición de manera principal por entidades especiales, como los diversos fondos, entre los que destacan los “hedge funds”, las que concentran cantidades enormes de capital líquido que invierten en la compra y venta de títulos, con los que integran portafolios que les proporcionan jugosas ganancias por medio del “arbitraje”. Esta interacción entre el nuevo sistema financiero por una parte y el sector industrial estadounidense y las economías nacionales por la otra llega a su punto culminante con el desbordamiento de aquel a causa de la especulación desmedida, la sobreproducción de los países exportadores y de las empresas “punto com” y la monstruosa centralización de capital de la que es ejemplo típico el caso de la empresa Enron y que llevan, respectivamente, a la crisis de Long Term Capital Managment, cuyo salvamento por el gobierno norteamericano pone fin a la incontrolable especulación que amenazaba la existencia de todo el sistema capitalista internacional, y a las crisis de los países asiáticos, de las empresas “punto com” y de Enron y WorldCom. La segunda fase es aquella en la que la securitización de los débitos, principalmente de los créditos al consumo, se convierte en el medio principal para financiar al sector industrial.
La “securitización” de los créditos al consumo La securitización de los créditos al consumo fue el mecanismo mediante el cual el sistema financiero norteamericano cumplió su función de impulsar hasta su extremo el desarrollo industrial y comercial del capitalismo de consumo; igualmente, fue el medio por el cual finalmente se engendró a si mismo como una monstruosa acumulación de capital-dinero cuya única función era incrementarse incesantemente, la cual provocó la paralización y la posterior reversión del crecimiento industrial y comercial.
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Fannie Mae, pionera de la securitización Es en este contexto en el que Fannie Mae, una de las dos grandes empresas apoyadas por el gobierno federal que se dedican a la adquisición de créditos hipotecarios de la banca comercial, empezó a desarrollar, en la década de los años 80 del siglo pasado, un nuevo instrumento crediticio que le iba a permitir captar más recursos de los que obtenía por la emisión de bonos y notas de corto plazo y la venta de grupos indiscriminados de créditos. La llamada “ingeniería financiera” fue puesta en acción y su resultado fue el diseño del producto que más tarde permitiría a todo el sistema financiero internacional un crecimiento desbordado: la “securitización” de los créditos hipotecarios. Los Mortgage Backed Securities, MBSes (Títulos garantizados con hipotecas) Fannie Mae desarrolló la práctica de emitir títulos que tenían como sustrato grupos de créditos hipotecarios organizados y catalogados de acuerdo con su grado de riesgo, determinado éste mediante la utilización de métodos estadísticos y econométricos, su plazo de vencimiento, etcétera, llamados Mortgage Backed Securities, MBS; los principios fundamentales en los que descansaba esta actividad eran: (1) que los portafolios en venta se integraban buscando un equilibrio entre el riesgo —que de partida se diluía, hasta hacerse insignificante, en el promedio de los numerosos riesgos individuales— los intereses y principal que devengaban y su precio y (2) que, incorporados en los títulos emitidos, y cuidadosamente estructurados de acuerdo con su nivel de riesgo medido acuciosamente, los créditos hipotecarios tendrían mayor liquidez, podrían comprarse y venderse con una facilidad infinitamente mayor y a un rango más amplio de inversionistas; la circulación del capital en este campo tendría una velocidad acrecentada y su rotación sería más rápida. En la forma anterior, los créditos se inmovilizaban en el portafolio de Fannie Mae o en manos de los inversionistas que los adquirían y ahí se detenía su circulación; la rotación del capital se mantenía en niveles excesivamente bajos. Fannie Mae adquirió así una capacidad notablemente extraordinaria para apoyar, como institución de segundo piso, un explosivo crecimiento del crédito al consumo de la banca comercial.
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La securitización de los créditos hipotecarios y de otros créditos al consumo, es decir, su incorporación en grupo a un título, se convirtió en una práctica generalizada entre las instituciones financieras de los Estados Unidos que imprimió su sello a toda la actividad crediticia durante la fase previa al desencadenamiento de la crisis financiera. Los Asset Backed Securities, ABSs (Títulos garantizados con activos) El modelo de securitización desarrollado por las GSEs (Fannie Mae y Freddie Mac) fue utilizado para impulsar el crecimiento de otros sectores dedicados al financiamiento de la adquisición de bienes de consumo. Se lanzaron al mercado títulos garantizados con otras clases de activos, tales como préstamos para adquirir automóviles, préstamos en tarjetas de crédito, hipotecas “non-conforming” e hipotecas comerciales, etcétera, denominados genéricamente Asset Backed Securities (ABSes). Los principios fundamentales en los que descansaba la emisión de estos títulos eran los mismos que daban sustento a los Mortgage Backed Securities (MBSes): la incorporación en un título de amplia y rápida circulación de una multitud de créditos individuales que por sí mismos poseían una muy baja o nula capacidad de ser comercializados y la reducción sustancial del riesgo por medio de su dilución en el promedio de miles de créditos y por la estructuración ponderada de los portafolios (“pools”) mediante la cual se lograba un equilibrio entre los riesgos altos y bajos para obtener un riesgo promedio lo menor posible. Por medio de la securitización, ampliada a todo aquello que produzca ingresos periódicos, el sector financiero de la sociedad de consumo logró captar cantidades superlativas de capital-dinero que circularon a una mayor velocidad y, a través del crédito al consumo que la banca comercial pudo conceder ahora en cantidades astronómicas, consiguió que el capital mercantil realizase en forma acelerada e incesantemente repetida el capitalmercancías en el que el capital industrial de las ramas productoras de bienes de consumo estaba materializado. La realización rápida y renovada, sin solución de continuidad, del capitalmercancías de la sociedad de consumo hizo posible que el capital industrial de esas ramas productivas rotara a una velocidad mayor y que por tanto obtuviese un monto superior de ganancias; con estos recursos y los que gracias a su alta rentabilidad pudieron lograr de la emisión de valores bursátiles o de
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préstamos bancarios, las industrias productoras de bienes de consumo entraron a un período de acumulación en gran escala y de producción creciente. Se forjó entonces un entrelazamiento muy estrecho del capital financiero con el consumo masivo y, a través de éste, con la producción de bienes de consumo masivo. Todos estos elementos entraron en una relación de mutuo engendramiento por el cual el crecimiento exorbitante de uno implicaba el del otro, y viceversa; el resultado fue un incremento inmenso del capital financiero, del capital mercantil y del capital industrial que tuvo como centro de gravitación el consumo masivo. Los Collateralized Debt Obligations, cDOs (Obligaciones garantizadas con débitos) Mediante la securitización, el sistema financiero propició el trasvasamiento de una parte sustancial del capital-dinero hacia las ramas que producen bienes de consumo, principalmente a la industria de la construcción de casas habitación; hubo, por tanto, un gran incremento en la producción en esta rama industrial y con base en él se dio un impulso poderoso a toda la economía. La acelerada marcha de la sociedad de consumo en todos los frentes avivó el hambre de ganancia de los capitalistas, pero en una forma agravada la de los representantes del capital financiero. Teniendo como base el novedoso instrumento de la securitización, el sistema financiero se dedicó a la tarea de perfeccionar este mecanismo con la finalidad de obtener una tasa y un volumen mayores de ganancia. La securitización tiene como su objetivo fundamental el establecimiento de un mercado secundario de activos de diversa naturaleza; esto permite, en primer lugar, que a través de la compra de los créditos securitizados una cantidad enorme de recursos frescos se haga llegar a la banca de primer nivel y, a través de ella, a las ramas productivas correspondientes y, en segundo, que el capital (comercial, industrial y financiero) tenga una tasa más alta de rotación y que, en consecuencia, se incrementen la cuota y la masa de ganancia del capital total y, en especial, desde luego, las de aquel sector que conduce este proceso, el sistema financiero de la economía. Sin embargo, el flujo de recursos cesa precisamente en el punto en el cual los bonos producto de la securitización son vendidos que es en donde también, por fuerza, se detiene su circulación.
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En su incesante búsqueda de niveles cada vez más altos de ganancia, el capital financiero amplía el proceso de securitización en los siguientes aspectos: 1) los diversos participantes en el mercado financiero (compañías de seguros, fondos mutuales, fideicomisos, fideicomisos de inversión, bancos comerciales, bancos de inversión, fondos de pensiones, hedge funds, banca privada y vehículos de inversión estructurados (SIV)) adquieren conjuntos (pools) de créditos (MBSes, ABSes, etcétera) a través de una entidad de propósitos especiales creada ex profeso y que está por completo fuera de su hoja de balance; 2) esta entidad especial emite notas o bonos que representan a los activos subyacentes; 3) los activos tienen una sola calificación de riesgo, pero son divididos en porciones (tranches), de las que se emiten notas o bonos específicos a los que se asignan niveles diferentes de riesgo –y, por tanto, tasas de interés diferentes— determinados por el orden en que se deben aplicar las disminuciones del flujo de efectivo cuando se presenta el incumplimiento de los deudores originarios y las pérdidas que puedan tener los activos subyacentes; así, las notas que representan las porciones superiores son pagadas con los flujos de efectivo de los activos subyacentes antes que las porciones medias e inferiores y las disminuciones y las pérdidas son soportadas primero por las inferiores y las medias y sólo al final por las superiores; igualmente, los intereses más altos son pagados a los poseedores de las notas de las porciones inferiores y los más bajos a los de las superiores; 4) los emisores de cDOs contratan seguros (credit default swaps) para el caso de que se presenten incumplimientos en el pago de los intereses y del principal de los créditos subyacentes; 5) los emisores venden las notas o bonos a bancos, compañías de seguros, fondos de inversión, hedge funds e individuos ricos; 6) los adquirentes de notas o bonos garantizados con créditos (cDOs) son, ahora sí, por lo general, los últimos tenedores de los créditos subyacentes, pues no hay un mercado secundario de cDOs, aunque algunos emisores asuman el compromiso de recompra, bajo ciertas circunstancias, de los títulos que lanzan a la circulación; los créditos originarios han pasado del banco emisor a la entidad de segundo nivel que los securitiza y de ésta al vehículo de propósito especial que los vende en la forma de cDOs al tenedor final.
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Las características especiales con que el capital financiero dota en los cDOs a los créditos securitizados, son las siguientes: 1) la creación de niveles de riesgo por completo desvinculados del riesgo que realmente poseen los créditos subyacentes y la comercialización de esas categorías de riesgos; 2) la incorporación en los cDOs de un seguro específico (credit default swap, cDS) contra el incumplimiento de los pagos de los deudores. En la fase inmediata anterior, la securitización había llevado hasta sus últimas consecuencias el manejo del conocimiento de los niveles de riesgo de los distintos valores; los portafolios (pools) se integraban, previa medición del riesgo lo más exacta posible realizada mediante sofisticados instrumentos estadísticos y econométricos, con acervos de activos en los que, también utilizando modelos matemáticos específicos, se establecía un equilibrio determinado entre el riesgo y el flujo de efectivo de los créditos subyacentes. El riesgo era un factor objetivo preexistente que podía ser conocido con menor o mayor precisión, pero que no podía ser manipulado en forma alguna. Los cDOs tienen como uno de sus principios fundamentales precisamente la creación del riesgo (riesgo sintético), su diversificación en cuando menos 3 niveles y su venta a los inversionistas; no se comercian ya activos que tienen un riesgo determinado, sino riesgos que tienen como sustrato ciertos activos. El riesgo real de los activos pasa a un segundo plano en la consideración de los emisores y adquirentes de los bonos garantizados con débitos. La diversificación del riesgo sintético, que como decimos da lugar a cuando menos tres niveles de riesgo con sus respectivas distintas tasas de interés (la más baja de las cuales es sustancialmente más alta de las que tienen la mayoría de los otros activos en el mercado), y la garantía que proporcionan los “swaps” para el caso de incumplimiento de los deudores originales (cDSes), atraen a una porción creciente de la enorme cantidad de capital-dinero que intenta valorizarse en la sociedad de consumo; sobre todo, las notas y bonos que son calificados con más riesgo y que en consecuencia pagan intereses más altos, son los que se convierten en la mercancía favorita de este mercado. El capital-dinero que capta el sistema financiero por medio de los cDOs estimula en una medida superlativa el crédito al consumo; éste, a su vez, excita la producción de bienes de consumo; y ésta, por su parte, incita la producción en todas las demás ramas de la economía. Hay una mutua implicación de todos estos elementos y en la economía en general se establece
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una tasa de ganancia más alta y se producen montos de ganancia más voluminosos. Los Credit Default Swaps, cDSes (Seguros para el incumplimiento de créditos) y el crédito al consumo La securitización de los créditos había llegado, como ya lo anotamos anteriormente, hasta la invención de los cDOs; a través de estos instrumentos el capital-dinero fluía en cierta medida hacia la industria y el comercio. Los cDOs son la forma más retorcida que utiliza el sistema financiero para atraer fondos; teniendo como base un determinado nivel de riesgo en los activos subyacentes (hipotecas subprime, por ejemplo), lo que se vende en el cDO son las disminuciones que hipotéticamente se generarían, en el caso de insolvencia, en los ingresos y el valor capital de los diversos tramos del título; así, los tramos medios e inferiores del cDO serían los primeros en enfrentar la insolvencia de la totalidad de los activos (es decir, serían los primeros en no recibir los intereses de su título y en ver reducido su capital), por lo que el precio de las notas respectivas es el mas bajo y los intereses que reciben los más altos; al contrario, los tramos superiores serían afectados sólo subsidiariamente, por lo que sus títulos son los que tienen precio más alto y perciben los intereses más bajos. Aunque el nivel de riesgo de los activos subyacentes sigue siendo el mismo, sin embargo la totalidad del riesgo sintético se concentra en los tramos inferiores del cDO. Los precios bajos y altos intereses (aunque gravados por una alta concentración del riesgo) de las porciones bajas del cDO y la seguridad relativa de las otras partes del título, ofrecieron a los inversionistas una amplia gama de opciones (acordes con su “apetito de riesgo”) para colocar su dinero en mejores condiciones que las que ofrecían los instrumentos tradicionales y se convirtieron así en el polo de atracción de grandes cantidades de capitaldinero. Un obstáculo, sin embargo, evitaba la más plena aceptación por los inversionistas de estos instrumentos crediticios: la alta densidad del riesgo en los tramos inferiores de los cDOs. Para superar este impedimento, la ingeniería financiera de Wall Street diseñó los cDSes, que son en esencia contratos de seguros por los cuales la institución aseguradora toma, a cambio de una prima, el riesgo de los in-
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cumplimientos en los activos subyacentes. Cada cDO tiene adosado ahora un cDS, lo que le da una mayor capacidad de ser comercializado. Con este último avance se despeja el camino para que los cDOs se emitan y se vendan en cantidades realmente fabulosas y, también, para que se prepare la fase especulativa de este ciclo del capital financiero con el diseño de los cDSes sintéticos que, como lo veremos, son la especulación pura y simple. Al quedar plenamente constituida la nueva estructura del sistema financiero internacional y totalmente formados los instrumentos crediticios correspondientes, se inaugura una etapa frenética de otorgamiento de créditos al consumo, securitización de los mismos, incorporación de los créditos securitizados a cDOs y su aseguramiento mediante cDSes; un verdadero torrente de capital-dinero global se desplaza hacia el sistema financiero norteamericano, el cual se aplica al desenvolvimiento de las industrias productoras de bienes de consumo (casas, principal pero no únicamente) cuyo desarrollo conduce mucho más allá del punto en que se satura la demanda efectiva. El producto más alto de lo que se ha dado en llamar “ingeniería financiera” (que no es otra cosa que la avidez insaciable de lucro de la forma más irracional del capital, del capital bancario, expresada en modelos matemáticos elementales) en la sociedad de consumo, son los llamados “credit default swaps” (coberturas de riesgos crediticios). Se trata de un instrumento financiero en el que se conjugan un seguro y un título de deuda. Un “swap” (intercambio) es el instrumento por el cual se cubren los riesgos que el contratante puede tener en un determinado patrimonio por la realización de un evento futuro (cambios en las tasas de interés, en los tipos de cambio de las monedas extranjeras, en los precios de los bienes, etcétera). Los “swaps” pertenecen a la abigarrada variedad de seguros que existe necesariamente en el régimen de producción capitalista. En este tipo de sociedad el mercado es una fuerza impersonal, una sustancia con vida propia que se impone a los productores privados; los precios de las mercancías, las tasas de interés, los tipos de cambio, etcétera, se forman a espaldas de los concurrentes al mercado y cambian constantemente sin que éstos tengan control alguno sobre ellos. Esto se traduce en un alto grado de aleatoriedad en las operaciones mercantiles que puede causar serios daños en los patrimonios de los capitalistas; con el fin de reducir al mínimo esos perjuicios económicos se establecen seguros especiales que garantizan ese resultado.
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Surge así una rama específica de negocios, las aseguradoras, que se convierten en un campo especial de inversión de capital que prospera en la medida que lo hace el régimen capitalista en general. La industria de los seguros es un monumento a la irracionalidad que se levanta a sí mismo el régimen de producción capitalista. Es el reconocimiento explícito de la preeminencia absoluta de la anarquía del mercado sobre los productores privados. Junto a los tipos tradicionales de seguros se ha desarrollado una nueva línea que tiene como objeto los títulos de deuda. Estos pueden ser valores lanzados a la circulación por las empresas y los bancos, deuda soberana, deuda emitida por empresas, organismos y agencias estatales, hipotecas, etcétera. La empresa de seguros asume la obligación de cubrir el total del valor nominal del título en el caso de que la deuda no se pague a su vencimiento y como contrapartida recibe un pago inicial y primas periódicas por un lapso de tiempo determinado. La empresa aseguradora recibe el pago y las primas y el contratante del seguro queda con la propiedad del mismo y del título de crédito que está en la base de la operación. El valor nominal del título está así asegurado para el caso de que el obligado no lo cubra. Los intermediarios financieros ven en este nuevo producto una oportunidad de oro de incrementar sus ingresos. Por un lado, realizan su labor tradicional de comprar deuda con el fin de revenderla, pero ahora le dan un valor agregado a su mercancía al adicionarle un “swap” (credit default swap) que contratan con una institución de seguros. Después reúnen (empaquetan) en fondos especiales títulos de deuda de distintas clases, cada uno con su respectivo “swap”, y así empacados son ofrecidos en el mercado. El atractivo de estos paquetes, y lo que les da un alto precio, es precisamente la garantía de pago de las deudas que ofrece la empresa aseguradora. Este nuevo producto era conceptuado por sus creadores como el medio por el cual se garantizaba un flujo perenne de recursos en el sistema financiero, ya que en aquel va implícita, al menos teóricamente, la imposibilidad de que el tenedor de los títulos no reciba el valor de los créditos, pues éste siempre estará garantizado. Lo que los “ingenieros financieros” de JP Morgan no podían ver era que precisamente ese monstruoso volumen de capital que se inyectaba al sistema financiero por medio de los fondos de títulos garantizados con “swaps” tenía por fuerza que llevar a una colosal sobreproducción, a la caída de los precios, al quebranto de las empresas, a
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la brutal reducción de los ingresos del capital y del trabajo, etcétera, y en consecuencia haría imposible en forma generalizada que los créditos garantizados con “swaps” fuesen pagados. Los intermediarios financieros, poseídos por la locura que alimenta el hambre insaciable de ganancias, se dedicaron febrilmente a comprar créditos y seguros, empaquetarlos y venderlos por literalmente toda la faz de la tierra. Así, recabaron globalmente fabulosas cantidades de recursos excedentes que provenían de empresas nacionales, transnacionales, globales, bancos globales, nacionales y estatales, gobiernos, empresas y organismos gubernamentales, inversionistas privados, etcétera, los cuales fueron utilizados para comprar más títulos de deuda y seguros que a su vez serían también vendidos, continuándose así el ciclo indefinidamente. Todas las tesorerías del mundo constituyeron una buena parte de sus activos con los paquetes de activos garantizados con “credit default swaps” que había puesto a circular la plutocracia norteamericana. Los títulos de crédito asegurados por los “swaps”, que estaban contenidos en los paquetes vendidos por los intermediarios financieros, eran de una gran variedad, como ya lo hemos señalado; pero en los últimos años el grueso de los valores “empaquetados” estaba integrado por títulos de hipotecas, principalmente de casas habitación en los Estados Unidos, y éstos, en una gran proporción, tenían como activo subyacente hipotecas “subprime”, es decir, aquellas que se otorgan a las personas de más bajos recursos, con empleos menos firmes y mal remunerados. Se formó entonces una relación especial: el desarrollo de una industria productora de bienes de consumo en la metrópoli del imperio, la industria de la construcción de casas habitación, se convirtió en la base del desarrollo de la economía mundial, y ésta a su vez era el punto de apoyo de la industria metropolitana de casas habitación.
Diversos tipos de créditos al consumo que son “securitizados” El crédito para la adquisición de casas habitación Con el auge de los paquetes de títulos de deuda asegurados (“credit default swaps”), prosperó también la línea tradicional de la banca de crédito al consumo de bienes duraderos en el rubro correspondiente a la construcción de casas habitación. Lo peculiar de esto es que en la simbiosis que se estableció
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entre la economía mundial y los títulos de deuda asegurados, la imperiosa necesidad de aquella de obtener cuantiosos recursos para acumular exigió que los créditos para la construcción de casas habitación se otorgaran también en un volumen gigantesco; una enorme cantidad de créditos para casas habitación se concedieron sin atender ya para nada a la capacidad de pago de los acreditados, sino únicamente a las necesidades de acumulación de la economía mundial. Las casas habitación constituyen el paradigma de los bienes de consumo. Como mercancías, en ellas concurren todas las características que ya señalamos para los bienes de consumo en la sociedad capitalista de consumo. La vivienda individual, propiedad privada del trabajador, es la extensión necesaria de la propiedad privada que éste ejerce sobre sí mismo, es una prolongación de su propia corporeidad. La propiedad privada del individuo trabajador sobre la vivienda individual es una cruel caricatura de la propiedad privada capitalista. La hipoteca que generalmente gravita sobre ella le concede al poseedor sólo un precario usufructo; ejerce únicamente una posesión derivada, pues la plena propiedad pertenece a los capitalistas mientras no se termine de pagar la totalidad del crédito, lo cual puede suceder hasta en un plazo de 40 años. Y desde luego que muchos trabajadores aprovechan este larguísimo plazo porque en el ínterin pueden obtener una ampliación del crédito, cuando los precios de las casas aumentan, lo que les permite extender su capacidad de consumo. Es así que la muerte los sorprende antes de que lleguen a tener la propiedad plena sobre “sus” casas. Esa posesión derivada del trabajador sobre su vivienda está sujeta por completo a la precariedad de la vida del individuo en la sociedad capitalista: puede suceder que en un determinado momento le sea imposible seguir pagando su crédito y por tanto la vivienda tenga que rematarse al mejor postor; también, la altamente probable disolución de la familia (divorcio) posiblemente lo obligue a vender su vivienda, entregarla al cónyuge o a los hijos, etcétera. Suponiendo que el trabajador logre mantener esa posesión por un tiempo más o menos largo, el desgaste del inmueble lo obligará a erogar en reparaciones absolutamente necesarias cantidades que pueden llegar a ser iguales o mayores que el valor del crédito hipotecario. En principio, la vivienda es el lugar en el que se forma y desarrolla la familia, que es la célula de la sociedad capitalista; pero en la moderna sociedad de consumo los hijos son expelidos desde muy temprana edad, por las
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exigencias de esta misma forma de organización económico-social y a causa de la fuerza centrífuga que en la familia existe, del seno del hogar hacia el ancho mundo del régimen capitalista. La razón de existencia del hogar individual se agota muy tempranamente y la vivienda es de aquí en adelante un cascarón vacío, despojado de todo contenido. En el reducido período de tiempo durante el que conviven todos los miembros de la familia en la vivienda paterna, ésta es, por su propia naturaleza, el campo de la mutua discordia entre los cónyuges, los hijos, y los padres y los hijos, la cual puede llegar a la violencia más brutal, y el lugar en el que se gestan los deseos más insanos entre sus miembros (complejo de Electra, de Edipo, etcétera) y se producen las más oscuras y reprobables conductas, como la infidelidad, el abuso sexual, el incesto, etcétera, amén de la explotación pura y simple de unos por otros. El uso de la vivienda para las funciones naturales de los miembros de la familia está determinado también por el hecho psicológico fundamental de la sociedad de consumo: el mecanismo displacer-placer para la satisfacción de las necesidades. El uso y disfrute de la vivienda (la idílica “vida en familia”) es un placer, el cual es alimentado por su opuesto, el displacer, que en lo fundamental tiene su origen en las preocupaciones y angustias que el mantenimiento de la precaria posesión de la vivienda ocasiona y en el malestar que la miseria moral de las relaciones familiares produce necesariamente. La reivindicación revolucionaria que ante toda esta situación se impone, es: la abolición de la familia individual y de su lugar de reunión, la casahabitación familiar, y el establecimiento de la vida y el hogar colectivos. El crédito al consumo de automóviles Otra línea proverbial de crédito bancario al consumo es la del que se proporciona para la adquisición de automóviles. El capitalismo de consumo, a través de los mecanismos que ya describimos anteriormente, suscitó un descomunal aumento de la producción de automóviles y al mismo tiempo encendió entre los consumidores el deseo irrefrenable de poseerlos. El capital bancario, al ver aquí otro filón más para su enriquecimiento, extendió masivamente el crédito, también sin tomar en cuenta la capacidad real de pago de los solicitantes. El automóvil individual es otro ejemplo de un relevante bien de consumo.
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La separación entre los lugares en los que el trabajador realiza la actividad productiva, la vida familiar, la educación de los hijos, el entretenimiento, etcétera, que en las modernas ciudades se extiende a varias decenas de kilómetros, los obliga a utilizar cada vez más un medio de transporte individual, el automóvil. Desde luego que esta necesidad sólo existe a causa de la naturaleza específica del régimen de producción capitalista y no tendrá porque existir ahí en donde se establezcan la producción y el consumo colectivos y en general la vida colectiva, lo que implica necesariamente la reunión en un mismo lugar de las actividades colectivas vitales de producción, consumo, reproducción, descanso, etcétera de grandes masas de seres humanos. La necesidad del desplazamiento individual y familiar a los distintos lugares en los que se realiza la actividad vital de los trabajadores habrá desaparecido y en su lugar se establecerá, de acuerdo a las necesidades sociales, su traslado colectivo. En la adquisición, uso y disfrute del automóvil individual se reconocen también todas las características que en apartados anteriores hemos señalado para el consumo de bienes y servicios en general. Aquí igualmente la consigna revolucionaria es: eliminación total de la industria del automóvil. Las tarjetas de crédito En la cúspide de esta fase de existencia del capitalismo de consumo, el capital bancario concede masivamente créditos al consumo en general a través del instrumento de las tarjetas de crédito. De la misma manera que en los casos anteriores, la inmensa mayoría de los tarjeta habientes tienen una capacidad de pago muy reducida o no la tienen en absoluto. Los paquetes de cDSs y la acumulación de capital Con base en el mecanismo financiero de la compra y venta de los paquetes de títulos de crédito con su “swap” adosado, el régimen capitalista mundial entra en una fase de su desarrollo desbocado. Chorros de capital fluyen por el aparato circulatorio global e impulsan un crecimiento desbordado de la producción y del consumo. El principio fundamental que informa en su totalidad al régimen capitalista, el hambre insaciable de ganancia, adquiere una potencia nunca antes vista.
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El único móvil de las empresas es presentar volúmenes constantemente incrementados de ganancias. Estas se miden acuciosamente, día a día, semana a semana, mes a mes, trimestralmente, etcétera, con la finalidad de eliminar inmediatamente cualquier freno que se presente en la tendencia alcista. Se forma una generación de ejecutivos educados exclusivamente en este precepto del aumento incesante de la ganancia; su labor consiste en mantener la tasa de ganancia a su máximo nivel porque las altas ganancias son el imán de grandes recursos y éstos a su vez la fuente de ganancias más grandes. Para ello impulsan exaltadamente la innovación en los procesos productivos y de consumo y en las funciones del capital mercantil y bancario. A la par con las innovaciones, también se dedican a desarrollar los movimientos contables que los resquicios legales permiten para presentar en sus estados de resultados la mayor cantidad de sus recursos como ganancias en detrimento de los distintos fondos de garantía que están obligados a mantener. Estos ejecutivos son remunerados con altos salarios y bonos que están en función precisamente de los ascensos que logren en la tasa de ganancia de sus empresas. La exigencia de maximizar sin descanso las ganancias de las empresas lleva necesariamente a sus ejecutivos a saltarse los límites legales y sin rubor alguno simplemente pasan en los balances a la partida de ganancias los recursos que legalmente deben mantenerse como reservas. La actividad de las empresas a través de sus ejecutivos entra de lleno al fácil camino de la ilegalidad y la especulación. Manipular los estados contables, especular con los precios de los bienes y de los títulos, salir fraudulentamente a la Bolsa, realizar fusiones y desagregamientos ilegales, crear empresas fantasmas, estafar al fisco, utilizar capital ficticio, violar las leyes antimonopolios, etcétera, son las acciones en las que necesariamente desemboca la necesidad de las empresas de acumular sin medida. El poder político, por su parte, haciendo honor al prejuicio de que la libertad de comercio debe ser irrestricta, promueve y encabeza, en oposición a la sobre regulación de la época del “estado del bienestar”, un movimiento de desregulación que, al final, llega al entronizamiento de la autorregulación de las empresas como un principio inatacable de la economía de mercado. La industria, la banca y el comercio se convierten así en el campo en que actúan abierta y violentamente los vicios que son consustanciales al régimen de producción capitalista: la estafa, el engaño, el robo descarado, la especulación y el crimen en general.
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La sustancia económica, libre ya de trabas, impulsada por la búsqueda de las ganancias más altas, lo que implica la feroz competencia entre los capitalistas, adquiere un movimiento frenéticamente acelerado que somete a todos los elementos de la producción y del consumo a una agitación convulsiva sin solución de continuidad.
La sociedad de consumo y las pequeñas empresas y los trabajadores independientes La “sociedad de consumo” tiene, en sus inicios, un campo muy grande para las pequeñas empresas y los “freelance”; la pequeña burguesía se emociona hasta el éxtasis con los ejemplos clásicos de los ingenieros recién salidos de las aulas que, con escasos recursos, desarrollan las nuevas tecnologías cibernéticas y de computación y el internet; investida de su candorosa estulticia, ve en esto una nueva forma de trabajo, desde luego no capitalista, y un nuevo modelo de empresa, evidentemente tampoco capitalista, que de algún modo son el germen del trabajo humano y de la empresa humana de la sociedad libre del futuro. Sin embargo, la “sociedad de consumo” potencia necesariamente todas las fuerzas económicas que llevan a la concentración y centralización del capital y muy temprano vemos a algunas de las pequeñas empresas y a una parte de los “freelance” convertidos en grandes y enormes empresas y a los modestos ingenieros en verdaderos Cresos de la era moderna, mientras que la gran mayoría de ellos (pequeñas empresas y trabajadores libres) son llevados unas a la ruina y otros a formar parte de la clase de los trabajadores asalariados. (Sobre el papel de la pequeña producción y de la pequeña burguesía en la “sociedad de consumo”.18 La sociedad de consumo y la revolución En este punto de nuestro estudio, el “capitalismo de consumo” se encuentra en la cima de la fase de mutua complementación de todos los contrarios que lo forman; su status es el de la contradicción solucionada, en los términos hegelianos. Hay una extrema fluidez entre los polos de todas las contradicciones, entre la producción y el consumo, entre las distintas funciones del capital 18
Véase: Robledo Esparza Gabriel, Capitalismo moderno y revolución, t. III, Biblioteca Marxista, Sísifo Ediciones, México, 2008, pp. 201-225)
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industrial, entre las distintas formas del capital (capital industrial, capital comercial y capital bancario), entre los dos sectores de las economías nacionales (sector I y sector II), entre los dos sectores de la economía internacional (sector I y sector II internacionales), etcétera. Todos los elementos del régimen capitalista se engendran mutuamente y dan lugar a una sobre acumulación de capital. Esta suprema acumulación de capital produce necesariamente, en una forma más alta, los elementos de la negación del régimen capitalista. En efecto, el proceso de maquinización y socialización de la producción avanza sustancialmente en el camino de su conversión en una unidad productiva global y la fuerza de trabajo se aproxima en una gran medida a su máxima abstracción y a su concentración total en un obrero colectivo, también de extensión global. El instrumento y la fuerza de trabajo colectivos de la especie se forjan en el paroxismo del movimiento económico y por el momento permanecen ajenos uno del otro. La explotación y depauperación de los trabajadores se hace más extrema: las formas clásicas de producción de plusvalía (absoluta y relativa), la intensificación y extensión del trabajo y el consumo masivo tienen un desarrollo vigoroso del que resultan el desgaste y la descomposición total de los órganos y procesos orgánicos de los trabajadores, la definitiva anulación de su constitución biológica, la negación radical de su esencia natural humana. La sociedad de consumo tiene como último fundamento la conversión definitiva de los obreros en propietarios privados de sí mismos, en individuos. Como tales, a través de la exaltación desmedida de sus necesidades y su satisfacción, ellos participan activamente en la labor del capital de reforzar sus grilletes, endurecer su explotación y acelerar el proceso de su depauperación. En el capitalismo de consumo se presenta la fase más alta de la formación del instrumento colectivo y del sujeto colectivo, es decir, del obrero colectivo. La reunión de estos dos elementos integra la naturaleza superior de la especie humana: un obrero colectivo total que posee un instrumento colectivo total, que es su misma fuerza de trabajo materializada, por medio del cual actúa sobre la totalidad de la naturaleza con la finalidad de satisfacer colectivamente sus necesidades. El instrumento colectivo encuentra un obstáculo para su constitución definitiva en su fraccionamiento en parcelas de propiedad privada de los capitalistas. El obrero colectivo, por su parte, se ve impedido de realizar su conformación final a causa, primero, de la segmentación a que lo somete la misma
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parcelación del instrumento en propiedades privadas y, segundo, de la naturaleza de propietario privado de sí mismo con que lo ha dotado el régimen capitalista, fortalecida en grado superlativo por la sociedad de consumo, que erige una traba insuperable a la colectivización del consumo y a la abolición de la individualidad capitalista de los trabajadores, al tiempo que agrava la depauperación de los mismos. El instrumento y el obrero tienden ardorosamente hacia la colectivización; también se exigen acuciantemente uno al otro. El instrumento que se colectiviza demanda un obrero colectivo que se apropie del mismo como un todo y permita así que esa fuerza productiva se desarrolle libremente; el obrero en vías de colectivización reivindica la propiedad del instrumento colectivo para detener y revertir el proceso de depauperación, colectivizar el consumo y abolir la individualidad capitalista de los trabajadores. La separación entre el instrumento y el obrero se trueca en su reunión. La especie humana habrá reivindicado, como elementos de su naturaleza esencial, un instrumento colectivo maquinizado y una fuerza de trabajo colectiva totalmente desindividualizada. Este resultado aparece como la reapropiación por la especie humana de su naturaleza esencial, la cual le había sido despojada por el régimen capitalista. Es la restauración de la naturaleza humana de los trabajadores. En su fase de consumo masivo, el régimen capitalista tiene en sí mismo a su otro, al socialismo, en un grado de maduración tal que ya apunta abiertamente hacia su surgimiento a la existencia. La aparición del otro del capitalismo de consumo a la existencia, el establecimiento del socialismo integral, debe producirse con una necesidad ineluctable. La terrible depauperación a que es sometido el proletariado internacional lo acerca peligrosamente a una degeneración irreversible de su naturaleza humana, por lo que es imperioso, para la sobrevivencia de la especie, la reapropiación por ésta de su esencia natural. Al mismo tiempo, la producción y el consumo, el desgaste, la descomposición y degeneración de sus órganos y procesos orgánicos generan en los trabajadores un malestar profundo, una grave desestabilización psíquica y un odio sordo y potente que integran la energía que aquellos despliegan en el trabajo y en el consumo capitalistas, pero que es también la que debe dirigir hacia la anulación de los mismos.
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La clase obrera se encuentra, a pesar de su creciente colectivización, dividida de acuerdo con la partición del instrumento de producción en propiedades privadas; está fragmentada, además, en sectores radicalmente opuestos entre sí en virtud de sus intereses encontrados: trabajadores agrícolas, mineros, industriales, de los servicios, inmigrantes, aquellos que forman el ejército industrial de reserva, etcétera; está, así mismo, completamente atomizada por el carácter de individuos propietarios privados de sí mismos con que la sociedad de consumo los dota. Los obreros se encuentran en principio separados entre sí, por grupos y como individuos. La burguesía media ha logrado en muchos casos organizar a los obreros en sindicatos, los que, bajo su dirección, sostienen las tradicionales reivindicaciones de defensa del salario, del empleo, de la jornada de trabajo, etcétera y las exigencias económicas y políticas que este sector de la burguesía hace a la plutocracia. En otras ocasiones es la misma oligarquía capitalista la que organiza a los obreros en sindicatos “blancos”, a través de los cuales administra las mezquinas prestaciones laborales que concede a sus trabajadores. Muy excepcionalmente son los mismos obreros los que se organizan sindicalmente, pero las reivindicaciones que sostienen son las mismas que las de los sindicatos burgueses, a las que se agregan las de la pequeña burguesía, y sus formas de lucha son las típicas de esta clase social. Hay una colaboración muy estrecha entre estos sindicatos y las organizaciones de la pequeña burguesía. No existe en la actualidad ninguna organización obrera que haya sido creada por los propios trabajadores y que sostenga sus demandas revolucionarias. Por el contrario, amplios sectores del proletariado han sido englobados en organismos de la pequeña burguesía radical que mantienen un enfrentamiento con la burguesía en general y desarrollan una lucha contra el neoliberalismo, el calentamiento global del planeta, la autonomía de los pueblos autóctonos, la libertad sexual, la igualdad de género, etcétera.
Las ONG’s Estas asociaciones de la pequeña burguesía son llamadas “redes”, por una asimilación a las redes informáticas, y de hecho utilizan en gran medida el internet; son, bien mirado, las mismas formas de organización autogestio-
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naria que Marcuse y otros veían surgir en la “sociedad del bienestar” y las conceptuaban como una fuerza revolucionaria que, mediante la huelga y la autogestión, habría de conducir a la instauración del “socialismo humanista”, al reino del pequeño productor y del trabajador independiente. Ya sabemos19 que esas asociaciones “revolucionarias” no eran otra cosa que la agrupación de los pequeños burgueses en una multitud de círculos de acuerdo con los intereses individuales (capitalistas) comunes (consumidores, maestros y estudiantes universitarios, artistas, intelectuales, ejecutivos y técnicos de cada centro de trabajo, burócratas de cada dependencia estatal, habitantes de regiones urbanas (barrios, colonias), habitantes de regiones agrícolas, etnias etcétera), que para satisfacer sus pretensiones se enfrentaban económica, política e ideológicamente a la burguesía; estas confrontaciones necesariamente degeneraron en los movimientos de protesta que, encabezados por los hippies, estuvieron animados con las drogas (LSD, marihuana, etcétera) y la música de los Beatles. También sabemos que esas organizaciones y movimientos de la pequeña burguesía no sólo no adelantaron nada en sus propósitos políticos (instaurar su dominación de clase y establecer el “socialismo humanista”), sino que en realidad prepararon el terreno para que la burguesía pudiese implantar el capitalismo de consumo y después ayudaron entusiastamente a esta clase social en el desarrollo de esta fase superior del capitalismo. Claro es que mucho menos (era prácticamente imposible) su acción tuvo algo que ver con la revolución socialista proletaria. Las asociaciones en las que la estulticia de la moderna pequeña burguesía “postmoderna” ve el germen de la forma de organización de las fuerzas que habrán de imponer la alternativa “humana” al capitalismo “postmoderno”, por lo que decreta la obsolescencia de los sindicatos y el partido revolucionarios, son del mismo tipo de las que propugnaba su antecesora inmediata, la pequeña burguesía marcusiana, y sólo se ha cambiado su nombre por el de “redes” y ahora se utiliza el internet para su integración y funcionamiento; como tales redes, comparten gustosas el ciberespacio con las redes de pornografía, prostitución, entretenimiento, “chat” intrascendente, etcétera, con las cuales intercambia miembros de una forma muy fluida. La pequeña burguesía, en la medida en que reconoce a la clase obrera como un grupo social específico, intenta llevarla hacia sus formas de organización y lucha que, como ya vimos, son burguesas en esencia. 19
Véase la obra citada anteriormente de Gabriel Robledo Esparza, en las mismas páginas señaladas.
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En suma, el proletariado moderno, en todo el mundo, está organizado directamente por la plutocracia, la burguesía media o la pequeña burguesía; sus demandas son burguesas o pequeño burguesas; su acción política está completamente supeditada a la de la burguesía y la pequeña burguesía; su conciencia es una conciencia burguesa o pequeño burguesa; y la ideología con la que se le ha dotado es la ideología burguesa o de la pequeña burguesía. La pequeña burguesía ha trasladado al proletariado, y la ha conducido al extremo, la ideología y la conciencia del individuo capitalista, propietario privado de sí mismo, que especula con sus procesos orgánicos para halagarlos con el consumo placentero y que, al haber convertido esta concepción en carne de su carne y sangre de su sangre, participa activamente en la conservación y desarrollo del régimen social que le permite vivir inmerso en un estado de éxtasis febril, aunque esa situación suponga, como su propia base de existencia, un malestar magnificado. Los únicos intereses que mueven a los proletarios modernos son aquellos que les competen como individuos capitalistas, es decir, el interés individual en la satisfacción de sus necesidades elementales y de las innúmeras necesidades que suscita en él la sociedad de consumo. Por ello mismo, el régimen capitalista, que les proporciona o les promete esas satisfacciones, es su régimen de producción; bajo ninguna circunstancia tienen un interés opuesto al mismo y menos aún la voluntad de sustituirlo por el socialismo marxista. El proletariado moderno está dotado con una conciencia y una fisiología que son una extensión del régimen de producción capitalista. La clase de los proletarios modernos, a la que nos hemos referido constantemente en nuestra argumentación acerca del capitalismo moderno, está integrada por todos aquellos que trabajan por un salario, para un capitalista privado o público, es decir, a los trabajadores asalariados al servicio del capital. Esta clase está fraccionada de acuerdo con diversas circunstancias: hay trabajadores agrícolas, industriales, de servicios, migratorios, integrantes del ejército industrial de reserva, manuales, intelectuales, artísticos, que pertenecen a la aristocracia obrera, simples jornaleros, etcétera, pero en todos concurre la característica de ser trabajadores asalariados que proporcionan plusvalía a los empresarios y al estado y están sometidos al proceso ya estudiado de explotación y depauperación crecientes; a través de la maquinización y la socialización de la producción han sido despojados, y continúan siéndolo, de sus facultades productivas, por lo que están determinados como fuerza abstracta de trabajo; sus capacidades productivas se
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concentran en el sistema de maquinaria propiedad de los capitalistas; su fuerza abstracta de trabajo se enajena de ellos y se materializa en los medios e instrumentos de producción que detentan los empresarios. El fraccionamiento de la clase de los trabajadores en diversos grupos ajenos entre sí y en una multitud atomizada de individuos encuentra su superación, el punto de unión de los obreros, en el hecho de que todos son trabajadores asalariados y están en igual situación en relación con el capital. El capitalismo de consumo tiene como finalidad intrínseca el crecimiento sin límites del consumo. Esto, sin embargo, no significa que esta forma superior del régimen capitalista satisfaga totalmente las necesidades elementales, ni en forma alguna las necesidades humanas de los trabajadores. En la sociedad capitalista moderna existen amplios sectores del proletariado agrícola e industrial que pertenecen al ejército industrial de reserva y que, por tanto, no tienen medios para satisfacer sus necesidades elementales, por lo que se ven obligados a escasamente sobrevivir de la beneficencia pública y privada y de la solidaridad de los obreros en activo; igualmente, nutridos grupos de trabajadores (peones, jornaleros, inmigrantes, etcétera) se encuentran en niveles salariales que les proporcionan menos que o apenas lo necesario para reproducir su fuerza de trabajo y reproducir la clase de los trabajadores (mal comer, mal vestir y un miserable techo); otros grupos de trabajadores perciben ingresos superiores que les permiten satisfacer sus necesidades elementales y ampliar sustancialmente el consumo de otros bienes distintos de los necesarios y, por último, hay otros sectores de la clase obrera en los que el consumo desbordado es su nota distintiva. Por lo tanto, la sociedad de consumo no es aquella en la que, una vez satisfechas las necesidades elementales de los trabajadores, se provea la satisfacción de otro cúmulo de sus necesidades, lo que les daría un nivel de vida más alto; por el contrario, en la sociedad de consumo coexisten necesariamente, y en realidad se suponen y se engendran mutuamente, poblados grupos de trabajadores que viven en la más espantosa miseria física, sumidos en el hambre, las enfermedades y la muerte que son consustanciales a esa pobreza extrema, y grupos de proletarios que se encuentran envueltos en la vorágine del consumo devastador. Todos los asalariados, cualquiera que sea el sector al que pertenezcan (de nulos, bajos, medianos o altos ingresos) están sujetos al mecanismo del consumo, ya estudiado detalladamente en apartado anterior, que se basa en la utilización de las necesidades y su satisfacción como un medio para colmar el apetito de placer exaltado de los individuos y que se caracteriza
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por la depauperación profunda que provoca en los trabajadores. Los asalariados de cualquier nivel viven asediados por la exuberante masa de bienes de consumo que el capitalismo de consumo presenta seductoramente ante ellos, tengan o no la capacidad de adquirirlos. La intelectualidad pequeño burguesa radicalizada se ve impelida, en razón de su situación de clase, a investigar la verdadera naturaleza de la sociedad capitalista y a discernir el papel que en ella le corresponde. En la fase superior de la sociedad de consumo encontramos que, a través de una gigantesca acumulación de capital, se han creado de nuevo los elementos y la necesidad del tránsito al socialismo, el cual ahora deberá serlo integralmente, tanto en la forma como en el contenido. Sin embargo, esa transformación revolucionaria choca con algunos obstáculos, por el momento infranqueables. El proletariado (que se integra con todos aquellos que son trabajadores asalariados en activo o en reserva) se encuentra organizado por la burguesía o la pequeña burguesía en función de los intereses de estas clases. Esta agrupación se realiza teniendo como base la absoluta atomización en que los trabajadores se hallan en atención a la acentuada individualidad con que la sociedad capitalista de consumo los provee. Los trabajadores tienen una conciencia burguesa o pequeño burguesa. En el capitalismo de consumo, la pequeña burguesía logra que los obreros adquieran una desorbitada conciencia individual como propietarios privados de sí mismos y que su fisiología se conforme de acuerdo con esa individualidad desmedida. La individuación de los trabajadores obtiene una firme base biológica. Desde la década de los años sesenta del siglo pasado, la teoría revolucionaria, el marxismo leninismo, sufrió una transformación conforme a la cual se generaron interpretaciones suyas que, conservando el nombre y una tenue envoltura de la doctrina de la revolución, en realidad eran formulaciones más o menos veladas de los intereses y de la ideología de la burguesía media y de la pequeña burguesía; también, el núcleo de la misma, su formulación clásica, fue abandonada por todos los sedicentes revolucionarios y condenada a una existencia de animación suspendida, por lo que no pudo desarrollarse creadoramente mediante la agregación a su cuerpo de las características de la sociedad de consumo, principalmente el consumo masivo y la individuación de los trabajadores. Los intelectuales pequeño burgueses radicales, incitados por la necesidad imperiosa del conocimiento científicamente exacto de la sociedad que tam-
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bién los explota y depaupera, transitan en este período por un camino muy tortuoso en la búsqueda de la verdad: reniegan de la versión de la revisión del marxismo-leninismo que profesan y que a sus ojos es falsa y anticientífica, pero fatalmente caen en los brazos de alguna otra de las mistificaciones de la teoría revolucionaria; cuando condenan en bloque al revisionismo, vuelven entonces angustiados los ojos a los enunciados de los clásicos, los cuales, sin la ampliación correspondiente a las condiciones actuales de la sociedad de consumo, se convierten en sus manos en un cuerpo muerto que inmediatamente los repele de nuevo hacia otra versión del revisionismo. Y así sucesivamente.
El otro del capitalismo de consumo es el socialismo integral Queda ahora claro cómo debe darse el paso de la sociedad de consumo al socialismo integral. El socialismo integral es aquel que comprende la propiedad colectiva sobre los medios e instrumentos de producción y además el consumo colectivo y la abolición de la propiedad privada de los individuos sobre sí mismos; sus elementos han madurado en el interior del capitalismo de consumo. La fuerza motriz de este movimiento revolucionario es el proletariado, la clase de los trabajadores asalariados. Para adquirir esta naturaleza tiene que estar organizada con absoluta independencia de la oligarquía, la burguesía y la pequeña burguesía. Es necesario también que el fraccionamiento y la individuación de sus integrantes, impuestos por el régimen burgués, hayan sido superados y se constituya en una fuerza colectiva cohesionada, cuyos elementos carecen ya de la individualidad capitalista. Con el fin de alcanzar la organización colectiva y la desindividualización de sus miembros, es preciso que la conciencia burguesa y pequeño burguesa que la clase obrera posee se transforme en una conciencia proletaria. Esto quiere decir que la conciencia de individuos y la fisiología que le sirve de base, las cuales la pequeña burguesía les ha dado y cuyas raíces son muy fuertes y profundas, deben ser arrancadas desde su cimiento y sustituidas por una conciencia colectiva. Es evidente que la clase de los trabajadores asalariados no puede por sí misma desembarazarse de la tutela de la burguesía y de la pequeña burgue-
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sía, tampoco organizarse colectivamente ni abolir la conciencia y la fisiología de individuos capitalistas de sus componentes. En la fase de existencia del capitalismo de consumo que se caracteriza por la mutua complementación de todos los contrarios que lo forman (contradicción “solucionada”), los obreros no pueden hacerlo porque precisamente las condiciones que ahí prevalecen son las que directamente producen, con implacable necesidad, en los trabajadores, la organización, la conciencia y la fisiología capitalistas En la crisis que fatalmente sigue a la etapa de auge y que, como veremos más adelante, lleva a los trabajadores a las simas de la explotación y depauperación, en donde se manifiestan plenamente los flagelos del hambre, las enfermedades, la muerte, el paro forzoso, la reducción del salario, la extensión y la intensificación del trabajo, etcétera, los obreros tampoco pueden realizar las tareas históricas que les corresponden porque esa situación de extrema necesidad a que son condenados por la violenta crisis capitalista obra inevitablemente en el sentido de dar mayor fuerza a su naturaleza de individuos propietarios privados de sí mismos, por lo que cualquier confrontación que tengan con la burguesía es únicamente porque ahora ésta les niega tajantemente la satisfacción de sus necesidades individuales. La intelectualidad radical (integrada por la intelectualidad pequeño burguesa radical y por trabajadores intelectuales radicalizados), estimulada por las condiciones de vida a que la somete el régimen burgués, se ve obligada a inquirir teóricamente acerca de la situación propia y de la clase obrera en el régimen del capitalismo de consumo y sobre la naturaleza esencial de éste. Hasta hoy, este impulso la ha llevado a recaer reiteradamente en las formulaciones revisionistas de la teoría de la revolución. Para dar el salto hacia una concepción científica del régimen de producción capitalista en su fase actual de capitalismo de consumo es necesario que la intelectualidad radical realice una inmensa labor teórica, de igual envergadura cuando menos que las producciones de lo clásicos. Esa tarea debe comprender lo siguiente: — Reivindicación del marxismo leninismo, empresa que abarca: a) exclusión de las tesis revisionistas del cuerpo de la teoría revolucionaria, b) delimitación de aquello de la doctrina marxista así depurada que es aplicable a ambas fases del régimen capitalista (teoría económica, de la lucha de clases, de la revolución socialista con sus postulados fundamentales de la conquista del poder por el proletariado, la abolición de la propiedad privada sobre los medios e instrumentos
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de producción y el establecimiento de la propiedad colectiva sobre los mismos, etcétera), c) determinación más precisa de lo que en la primera fase se adelantó sólo como una mera indicación y que en la etapa actual adquiere una relevancia fundamental (conceptos de: naturaleza esencial del ser humano, anulación y reapropiación de su esencia natural humana, comunismo como la absoluta colectivización del ser humano, etcétera) y d) reconocimiento de la Lógica de Hegel como el método científico del marxismo. — Desarrollo creador del marxismo leninismo, cuando menos en los siguientes aspectos: a) análisis del proceso histórico del paso de la primera a la segunda fase del capitalismo, b) estudio del nacimiento y extinción del socialismo que se instauró en la primera fase del capitalismo, c) utilización, en a) y b), de la Lógica de Hegel como método científico del conocimiento (doctrina del ser y doctrina de la esencia) y, desde luego, de aquellos principios del marxismo que tienen vigencia para ambas fases del capitalismo, d) determinación de las características específicas del capitalismo de consumo (consumo masivo, individuación de los trabajadores, etcétera), e) discernimiento de las formas particulares de explotación y depauperación de los trabajadores que se dan en la sociedad de consumo, f) identificación de los elementos que en la sociedad de consumo constituyen los gérmenes de la segunda etapa del socialismo, g) explicación de los rasgos esenciales del socialismo que surgen de la sociedad de consumo (colectivización del consumo, abolición de la individualidad capitalista de los trabajadores, abolición de la familia y el hogar individuales, etcétera). Una vez conseguido este objetivo, la intelectualidad radical habrá logrado aclarar para sí misma todas esas cuestiones teóricas y estará en posibilidad de pasar a la etapa siguiente, en la cual: — procederá a remover la conciencia burguesa y pequeño burguesa que posee la clase de los trabajadores y a sustituirla por una conciencia proletaria, lo cual significa que debe llevar a la clase de los trabajadores a la comprensión plena de la naturaleza que tiene el régimen capitalista de consumo, del carácter de propietarios privados de sí mismos que éste les ha conferido, de las formas extremas que en él adquieren su explotación y depauperación y de la necesidad de que unidos, organizados y conscientes den vida, por medio de los méto-
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dos revolucionarios clásicos, al socialismo integral, el que además de la propiedad colectiva sobre los medios e instrumentos de producción incluye la colectivización del consumo y la supresión de la individualidad capitalista de los obreros; — al mismo tiempo, deshará la organización burguesa y pequeño burguesa de los obreros y los organizará en torno al denominador común de su naturaleza de trabajadores asalariados y al proceso de dotación de la conciencia proletaria; — en esta evolución se irán transformando cualitativamente la intelectualidad radical y la clase de los trabajadores; la primera integrará a su ser las capas superiores de la clase obrera y se convertirá en un partido revolucionario; la segunda estará cada vez más y mejor organizada en torno a sus intereses de clase, será una clase revolucionaria; partido y clase formarán una unidad indisoluble. Partido y clase desarrollarán entonces la lucha por la instauración del socialismo integral. Una vez que la clase obrera, guiada por su Partido revolucionario, haya conquistado el poder, deberá realizar las transformaciones revolucionarias en el régimen de producción: apropiación colectiva de los medios e instrumentos de producción, colectivización del consumo, abolición de la individualidad capitalista de los trabajadores, etcétera. Multitud de grupos y grupúsculos, en el tramo de existencia de la sociedad de consumo, han intentado infructuosamente convertirse en Partidos revolucionarios y organizar a los trabajadores en una clase revolucionaria. El esquema de su acción es siempre el siguiente: se reúne un grupo de intelectuales radicales que declaran su adhesión al marxismo-leninismo, al cual consideran una doctrina completa y lista para aplicarse, y manifiestan su repudio al revisionismo de todo tipo; se organizan de acuerdo con las directrices de la IIIa. Internacional y toman como modelo al Partido Bolchevique: establecen Comités, Burós, Conferencias, etcétera, entre los que reparten, conforme a una meditada división del trabajo, todas las tareas imaginarias que algún día van a llevar al cabo; fundan su órgano informativo, al que denominan “Iskra”, o algo así; otean el horizonte político y siempre descubren que ahora sí el proletariado, obligado por la superexplotación capitalista, ha iniciado una lucha contra el régimen burgués; trazan una estrategia y una táctica para la lucha revolucionaria, armados con las cuales se lanzan a la conquista de la clase obrera.
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Invariablemente, una clase obrera sometida organizativa e ideológicamente a la burguesía los repele sin que hayan siquiera podido hacer contacto con su epidermis; sobreviene la crisis en la organización “revolucionaria”, se produce sin falta la escisión y ya tenemos dos grupos que seguirán el mismo ciclo descrito. Y así sucesivamente. Las organizaciones que después de varios intentos de penetrar en la clase obrera, por alguna causa sobreviven a esta fatalidad, se convierten, conservando su estructura de Partidos “revolucionarios”, en aliados de la pequeña burguesía en las luchas “populares” que sus diversos sectores despliegan contra la burguesía y hacen de esa lucha pequeño burguesa el único contenido de su acción política. Esto es así porque estos grupos nunca realizan las tareas necesarias, que acabamos de describir, para tener un carácter verdaderamente revolucionario. Sin embargo, el propio desarrollo del capitalismo en su fase de consumo habrá de obligar a la intelectualidad radical a dar el salto cualitativo por el cual debe convertirse en una organización verdaderamente revolucionaria.
La gestación de la crisis En puntos anteriores hemos considerado la evolución de la sociedad de consumo que se realiza a través de las contradicciones formales de sus elementos constitutivos. Ahí se mostraron las dos fases por medio de las cuales estos antagonismos se desenvuelven: la de la contradicción solucionada y la de la contradicción absoluta, esta última con su necesaria culminación en las crisis. El contenido de este movimiento es el nacimiento, desarrollo y maduración de la sociedad de consumo. Para el año 2002, una vez que, a través de las crisis correspondientes, quedaron ajustados entre sí las distintas ramas, sectores, etcétera de la sociedad de consumo, se establece una fluida relación entre todos esos elementos. En estas circunstancias del capitalismo mundial, el consumo masivo recibe un poderosísimo impulso. Una proporción sustancial del capital se invierte, por diversas vías, en las industrias que producen bienes de consumo; por su parte, los bancos comerciales y las empresas comercializadoras destinan montos cada vez más gruesos al financiamiento del consumo masivo.
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Esta tendencia progresiva del consumo choca, en un cierto momento, con la traba que constituyen los flujos de capital, que son insuficientes para hacer crecer a una tasa mayor la producción y el financiamiento de la compra de los bienes. En 1998, el sistema financiero internacional, después del rescate de Long Term Capital Managment, abandonó provisionalmente la senda de la especulación galopante basada en el arbitraje y redujo ésta a límites congruentes con una cierta estabilidad. Aún antes de este acontecimiento se había venido gestando una forma más alta de obtener recursos de capital para financiar la sociedad de consumo, método que cobra un mayor vuelo después de que el mercado se pacifica en 1998. Los créditos al consumo (para comprar casas habitación, automóviles, servicios educativos, usar tarjetas de crédito, etcétera), son concedidos por la banca comercial a través de sus departamentos especializados o por bancos que se dedican específicamente a este negocio; el mecanismo tradicional de su funcionamiento consistía en la captación de recursos por el banco a través de instrumentos de inversión y luego su traslado como préstamo a los diversos consumidores; el banco recibía en pagos parciales los intereses de los préstamos y la parte correspondiente del principal; estos ingresos eran utilizados para cubrir los intereses de los bonos y otros papeles que había emitido y constituir el fondo de amortización de los mismos. Es evidente que, bajo los supuestos anteriores, el período de tiempo necesario para que el banco recobrase el valor capital adelantado y la ganancia correspondiente era muy largo y mientras esto no sucediese ese capital no podía ser utilizado para financiar nuevos créditos al consumo; la única alternativa posible era acudir de nuevo al mercado a colocar papeles de diversa índole y aumentar por este medio el capital de préstamo en un determinado volumen; estos recursos quedaban igualmente inmovilizados durante un dilatado lapso de tiempo. Los bancos comerciales estaban abrumados por las funciones de captar recursos, conceder y administrar los préstamos, recolectar los pagos de los acreditados, dar el servicio a la deuda contraída y reintegrar el principal de la misma; esto sucedía en un mercado en donde cada vez era más difícil competir con tasas atractivas en la colocación de los bonos y otros papeles de los que obtenían los medios para cumplir su función específica y, además, en una situación de gran demanda de créditos para el consumo.
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El hambre insaciable de ganancia, que en el capital bancario y financiero adquiere el carácter de una imperiosa y acuciante necesidad, se exacerba en estas condiciones descritas. El capital bancario orientado a la órbita del consumo se ve sometido a la acción de dos fuerzas que ejercen sus efectos concertadamente: una muy lenta rotación del capital propio y del que captan en los mercados, condicionada por el largo plazo de la redención de las deudas de los consumidores, lo cual se traduce en una tasa menor de ganancia que la media, ya que ésta se determina por la rotación media del capital en su conjunto, y una torturante demanda de créditos al consumo que crece aceleradamente, espoleada por el epicureísmo que sienta sus reales en la sociedad de consumo. La salida obligada de esta situación es la búsqueda desesperada de los medios para aumentar la rotación del capital, con lo cual se pretende elevar la tasa de ganancia del mismo y a la vez cubrir la voluminosa demanda insatisfecha de créditos al consumo. Se inicia entonces un proceso de “modernización” de la banca que culmina con la estructuración y desarrollo de las funciones, mecanismos y productos bancarios característicos de la última fase de la actual crisis financiera internacional: los MBSes (Mortgage Backed Securities), los ABSes (Asset Backed Securities), los cDOs (Collateralized Debt Obligations), los cDSes (Collateralized Debt Swaps), etcétera. Por medio de la securitización, ampliada a todo aquello que produzca ingresos periódicos, el sector financiero de la sociedad de consumo logró captar cantidades superlativas de capital-dinero que circularon a una mayor velocidad y, a través del crédito al consumo que la banca comercial pudo conceder ahora en cantidades astronómicas, consiguió que el capital mercantil realizase en forma acelerada e incesantemente repetida el capital-mercancías en el que el capital industrial de las ramas productoras de bienes de consumo estaba materializado. La realización rápida y renovada sin solución de continuidad del capitalmercancías de la sociedad de consumo hizo posible que el capital industrial de esas ramas productivas rotara a una velocidad mayor y que por tanto obtuviese un monto superior de ganancias; con estos recursos y los que gracias a su alta rentabilidad pudieron lograr de la emisión de valores bursátiles o de préstamos bancarios, las industrias productoras de bienes de consumo entraron a un período de acumulación en gran escala y de producción creciente.
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Se forjó entonces un entrelazamiento muy estrecho del capital financiero con el consumo masivo y, a través de éste, con la producción de bienes de consumo masivo. Todos estos elementos entraron en una relación de mutuo engendramiento por el cual el crecimiento exorbitante de uno implicaba el del otro y viceversa; el resultado fue un incremento inmenso del capital financiero, del capital mercantil y del capital industrial que tuvo como centro de gravitación el consumo masivo. En lo anterior hemos descrito la situación en la cual los elementos económicos de la sociedad de consumo se encuentran en la fase superior de la contradicción solucionada, cuando todos ellos, conducidos por el capital financiero, que ha completado la formación de su nueva estructura con la “invención” de los cDOs y los cDSes, se complementan y se engendran mutuamente de una manera tranquila, plácida. El sistema financiero capta los gruesos flujos de capital-dinero que se generan en el resto de la economía y los dirige de nuevo hacia los sectores productivos, comerciales y de servicios, principalmente a las ramas que producen y comercian los bienes y servicios de consumo, desde donde difunden sus efectos multiplicadores a toda la organización económica. Los móviles de la actividad del sector financiero que concentra su actividad en los novísimos instrumentos crediticios (MBSes, ABSes, cDOs y cDSes) son las altas tasas de los flujos de efectivo que generan los activos que comercia y las elevadas y copiosas primas que obtiene por los diversos servicios que presta en los procesos de securitización de créditos y emisión y administración de cDOs y cDSes, entre otros; en si misma no tiene límite alguno que detenga su acción, y por el contrario, posee un impulso irrefrenable para continuarla indefinidamente; los confines de su operación están dados por la demanda efectiva de bienes de consumo final de la sociedad, cuyos linderos están demarcados, originariamente, por la suma del capital variable y de la plusvalía que se gasta como renta en un período de tiempo determinado, un año, por ejemplo; en la sociedad de consumo esas fronteras se expanden de una manera prodigiosa y comprenden, en el caso de los trabajadores, la totalidad del ingreso corriente y parte del ingreso futuro de varios años (30 años o más en el caso de la adquisición de viviendas). Al llegar al muro de contención que es la demanda efectiva en los términos que la hemos definido, el capital financiero, dotado con la fuerza enorme que le proporciona su propio desarrollo previo, lo derrumba simple y sencillamente y sigue adelante en su camino de acumulación inmoderada.
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En primer término, incorpora a los conjuntos de créditos securitizados que se utilizan para empaquetar en los cDOs, que tienen adosados sus cDSes respectivos, aquellos débitos que se encuentran en la clasificación más baja en la escala de la capacidad crediticia según las determinaciones legales, los llamados créditos subprime. La inclusión de los créditos subprime en el proceso de emisión de cDOs aumenta en un grado preeminente la exposición al riesgo de estos instrumentos, la cual los ingenuos ingenieros financieros creen fervientemente poder evitar mediante los cDSes. Aquí, la actividad del capital financiero tiene ya acusados rasgos de especulación: se compra y se vende el riesgo y el riesgo más alto es la mejor mercancía. En segundo lugar, el capital financiero ejerce una presión muy grande sobre la banca de primer piso para que ésta otorgue la mayor cantidad de créditos posible, lo cual le garantiza tener a su disposición la materia prima de la securitización y emisión de cDOs y cDSes; la concesión de créditos al consumo se desvincula totalmente de la valoración de la capacidad crediticia de los prestatarios y obedece única y exclusivamente a las necesidades de acumulación del capital financiero. Esta actividad es ya franca y abiertamente especulativa. Por otro lado, una parte de los capitalistas financieros, aquella que representa al sector más ávido de ganancias de los detentadores del capital dinero, guiados por su infalible instinto que los conduce siempre hacia donde haya una posibilidad de alta ganancia, por grotesco que sea el mecanismo para obtenerla, encuentra en los cDSes una oportunidad de oro. Se toma como referencia un cDO existente y luego dos partes, ajenas por completo a ese título, establecen un cDS (pago de primas contra pago del principal en el caso de incumplimiento del crédito subyacente en el cDO). Se trata, ni más ni menos, que de una apuesta pura y simple, como en un Casino, en la cual dos inversionistas juegan con la realización o no de una eventualidad. Aquí nos encontramos con la forma más pura de la especulación, aquella en la que la actividad de los inversionistas no tiene ya nada que ver en absoluto con la actividad productiva o mercantil. Estas dos formas especulativas de inversión de capital, es decir, la emisión sistemática de cDOs garantizados con créditos concedidos y aceptados de mala fe (el otorgante y el destinatario están plenamente conscientes de que esas deudas son imposibles de pagar) y de cDSes virtuales o sintéticos (que no tienen una base real en un cDO específico) adquieren un gran auge en la parte más alta del ciclo económico, cuando el hambre insaciable de
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ganancias lleva a la clase de los capitalistas financieros a la locura generalizada. Hemos visto cómo en las relaciones de mutua implicación de los distintos elementos económicos de la sociedad de consumo se genera la necesaria negación de los mismos y la transmutación de aquellas en una negación recíproca. La securitización, la emisión de cDOs y cDSes, etcétera, llevados al extremo dejan de ser instrumentos que captan el capital-dinero y lo dirigen hacia las actividades productivas y mercantiles que se desarrollan hasta el punto en que satisfacen la demanda efectiva de la sociedad; ahora son factores que hacen crecer exageradamente al capital financiero, incitan a la producción para que vaya mucho más allá de los límites que le marca la demanda efectiva, llevan a una buena porción del capital financiero por el camino de la especulación desbocada y, por último, desligan a una buena parte del mismo de la actividad productiva y mercantil. El capital bancario se opone absoluta y radicalmente al capital industrial y comercial. Ya quedó establecido que la securitización consiste en la agrupación de los créditos para formar grandes conjuntos que al mismo tiempo son enormes concentraciones de riesgo; los cDOs tienen como fundamento la comercialización del riesgo y el riesgo mayor es la más apetecible de las mercancías, por lo que los cDOs de más alto riesgo son los que mejor se venden; los cDOs tienden a anexarse como activos subyacentes aquellos que tienen calificación subprime y, por tanto, un grado superior de riesgo; por último, se adjuntan créditos que son el riesgo en estado puro, es decir, aquellos de los que se tiene la certeza plena de que no serán pagados. El riesgo de los modernos instrumentos crediticios se concentra en tales volúmenes que su propio monto es, al llegar a un nivel determinado, el causante de que las moratorias y no pago normales tengan siempre a los cDOs bajo amenaza de ruina; la tasa de riesgo del total de cDOs emitidos en la economía sube a cotas tan altas que mantiene al capital financiero en un peligro constante de quiebra. La emisión de cDOs y cDSes se realiza en volúmenes astronómicos. Millones de millones de dólares son invertidos en estos títulos que se expanden por todo el sistema financiero global; los adquirentes son: bancos locales, bancos globales, bancos centrales, aseguradoras, fondos mutuales, fondos de retiro, fondos de inversión, hedge funds, corporaciones, empresas, entidades gubernamentales, multitud de inversionistas individuales, etcétera.
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Todo el sistema financiero internacional se inficiona con el desmesurado riesgo de los cDOs. El sistema financiero internacional se ha convertido en un artefacto altamente explosivo. De hecho, los últimos créditos se otorgan teniendo la certeza de la imposibilidad absoluta de pago de sus intereses y del principal; ningún ingreso es obtenido por los cDOs que con base en ellos se emiten. El incumplimiento se extiende a los créditos subprime en general, el grueso de los cuales está formado por los créditos hipotecarios, y con esto se ponen en obra una serie de mecanismos que llevan a la crisis del sistema financiero internacional. Se reduce masivamente el flujo de ingresos proveniente de los créditos subyacentes de los cDOs; también masivamente se intenta hacer efectivos los cDSes y otros instrumentos que garantizan aquellos créditos; igualmente, se hace exigible el inmenso volumen de los créditos replicados en los cDSes sintéticos. Los créditos subyacentes y los títulos que los representan son degradados en su calificación; su valor de mercado padece una caída vertiginosa. Los tenedores de los títulos registran una disminución del valor de sus activos en la cuenta de capital y, por tanto, una reducción del valor de su capital, y una merma en los ingresos corrientes que en su estado de resultados se contabiliza como una pérdida; si los pasivos son mayores que los activos y los egresos más grandes que los ingresos, entonces el tenedor del título se encuentra técnicamente en quiebra y tiene que levantar más capital, adquirir préstamos para cubrir sus faltantes o declarar oficialmente el estado de quiebra. Los inversionistas que han vendido protección contra el incumplimiento de los deudores a través de los cDSes o por medio de otros mecanismos (aseguradoras y otros establecimientos crediticios) reciben reclamaciones en masa para cubrir el valor de los créditos subyacentes; estas peticiones exceden en una medida colosal los recursos de estas entidades, por lo cual también entran en un estado de quiebra técnica que sólo puede llevar a las tres soluciones anotadas. Los tenedores de los títulos que han apalancado sus adquisiciones, es decir, que han recurrido a préstamos para comprar los cDOs, son apremiados por los acreedores para realizar el pago anticipado o incrementar el colateral (margin calls) en los términos pactados; es evidente que en las condiciones descritas hay una imposibilidad general de los deudores para cumplir con sus obligaciones, por lo que los acreedores (bancos e instituciones
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crediticias de diversa índole), además de los quebrantos que reciben por el stock de cDOs que poseen, ven afectados sus intereses por el incumplimiento de sus deudores. Las instituciones adquirentes de títulos cDOs y cDSes que cotizan en bolsa, en la medida en que se incrementan sus problemas financieros registran una reducción significativa en el valor de sus acciones y obligaciones; como sus activos se contabilizan bajo el sistema “mark to market”, entonces la disminución en el valor de mercado de los títulos que emite es directamente una contracción del valor de su capital que se suma a las que ya ha tenido anteriormente, con el consecuente incremento de sus problemas financieros. Para finales del año 2007 y principios del 2008 el sistema financiero internacional está formado por un conjunto de instituciones crediticias (bancos, aseguradoras, fondos, etcétera) que en total están experimentando una reducción drástica en sus ingresos, un incremento desmesurado en sus egresos, un crecimiento brutal de sus obligaciones y una reducción mayúscula del valor de su activos; todo el sistema se encuentra en una situación de quiebra técnica por todos conocida pero por nadie aceptada. El impulso que el capital financiero proporciona a través de la securitización y la emisión de cDOs y cDSes a la demanda de bienes y servicios de consumo, principalmente a la de casas habitación y automóviles, espolea la producción en las ramas respectivas. La sostenida demanda ocasiona la elevación de los precios de los bienes (casas y autos), la tasa de ganancia en estas ramas se eleva considerablemente y el capital empieza a fluir hacia ellas; la producción crece y en cierto momento se extiende mucho más allá de lo que la demanda inducida por el capital financiero exige; se presenta entonces una sobreproducción de tal magnitud que hace descender los precios de los bienes, reduce los ingresos y presiona a la baja a las ganancias, todo esto en una medida extrema; las empresas se encuentran entonces en una situación de quiebra técnica. Las ramas que producen bienes de consumo, principalmente casas y autos, constituyen el núcleo de la estructura industrial y comercial de la sociedad de consumo; su funcionamiento es el motor del crecimiento de todas las demás ramas industriales. En la fase en que las ramas privilegiadas de la sociedad de consumo (construcción de casas y fabricación de automóviles) se desbocan, la mutua complementación se rompe y el desarrollo excesivo de éstas y de las que están íntima y directamente vinculadas con ellas causa un grave daño al resto de la economía.
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Al llegar a su término el año 2007 y a principios del 2008, las industrias guías de la economía, la de la construcción y la del automóvil, se encuentran en la situación descrita de quiebra técnica y el resto de la economía presenta una desaceleración en su crecimiento que anuncia ya una inminente recesión. En este mismo tiempo, la producción global ha sobrepasado en exceso los límites que la demanda efectiva le fija y se presenta entonces una sobreproducción de capital. Aún cuando la producción de mercancías haya superado con mucho las fronteras de la cantidad socialmente necesaria, la producción de plusvalía continúa y se transforma constantemente en capital-dinero; este capital-dinero sigue fluyendo hacia el sistema financiero, pero ahora ya no puede ser redirigido a la actividad industrial y comercial, que ha llegado a su límite máximo, por lo que se acumula como capital ocioso, excesivo, que únicamente puede utilizarse en parte en las operaciones especulativas mientras que el resto se inmoviliza y presiona para el descenso de la tasa general de ganancia. Cuando en la economía global se presentan la sobreproducción de mercancías y de capital, la tasa general de ganancia tiende al descenso. Durante la fase de auge económico, cuyo fin se hace evidente a fines del 2007, rige en toda su extensión la tendencia al aumento de la composición orgánica del capital (crecimiento más rápido del capital constante que del capital variable) cuya consecuencia es un incremento de los trabajadores repelidos por la economía que en parte es compensada, aunque no en su totalidad, por los asalariados que atrae el aumento extensivo de la producción.
El desencadenamiento de la crisis En el período que comprende el último semestre del 2007 y el primero del 2008 llega a su punto más alto la fase de oposición absoluta entre los contrarios que integran el capitalismo de consumo. Existe una total y completa contradicción entre el capital financiero por un lado y el capital industrial y comercial por el otro, la producción extrema de bienes de consumo y el estrecho límite que impone la demanda efectiva de la sociedad, el acelerado descenso de la tasa de ganancia y la imposibilidad absoluta de seguir utilizando los medios normales de contrarrestarla, la acumulación desmedida de capital y la cada vez más limitada posibilidad de su valorización, el desenfrenado crecimiento del sector I de la economía y la paralización y desmedro del desarrollo del sector II, etcétera.
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Esta drástica contraposición, sin embargo, permanece oculta, teniendo una existencia subterránea, desde donde ejerce su acción disolvente en el corazón del régimen económico. Esta situación se refuerza porque la ideología dominante ha logrado convertir en dogma religioso los postulados del neoliberalismo, conforme a los cuales el modelo económico prevaleciente es la forma natural-humana de organización de la sociedad que, tras su rescate de las desviaciones impuestas en épocas anteriores por el comunismo, el estatismo y el populismo, se encamina por la pavimentada senda del progreso incesante y del bienestar creciente; las alteraciones en la evolución de la economía neoliberal, que pueden llegar a constituir verdaderas y catastróficas crisis en las cuales el progreso se detiene e incluso se retrotrae y el bienestar se trueca en grandes males económicos, como la asiática, la de LTCM, la de Enron, la de WorldCom y la de las empresas dot.com, son minimizadas y consideradas como pequeños males necesarios que no niegan, sino al contrario reafirman que la esencia del régimen capitalista es acorde con la naturaleza humana; en última instancia, imputan las imperfecciones del régimen económico a la subsistencia de resabios del populismo y del intervencionismo estatal y aprovechan la ocasión para profundizar sus políticas económicas neoliberales. Las manifestaciones externas de la exacerbación extrema de las contradicciones del régimen económico de la sociedad de consumo aparecen por necesidad, para sus ideólogos, como males menores, perfectamente remediables; el ataque a estas desviaciones del modelo puro proporciona un gran ímpetu a la intensificación de las contradicciones, cuyos elementos incrementan la desvinculación existente entre ellos. Así, en un movimiento de mutua implicación de la apariencia y la esencia, la sociedad del capitalismo de consumo ingresó, en la fase más reciente de su existencia, al camino del incontrolable crecimiento desorbitado de sus factores componentes y de la superlativa polarización de los mismos. El desenlace de esta situación es el sorpresivo, violento e instantáneo derrumbe del edificio económico. La crisis de las hipotecas subprime A finales del año 2006 se ha agotado el último impulso de la expansión crediticia basada en las hipotecas subprime, que en su tramo terminal se nutría
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con los préstamos de “mala fé” (predatory lending). La demanda de casas desciende, su precio se reduce y la industria de la construcción se desacelera. Por otra parte, también en el período considerado, el incumplimiento y las ejecuciones implícitos en los préstamos de “mala fé” se concretan y son el motor para un incumplimiento generalizado y una ola imparable de ejecuciones en el total de las hipotecas “subprime”, los que al final se trasladan incluso a las hipotecas prime. Fueron la oferta sin límite de préstamos hipotecarios subprime de mala fe (en los cuales tanto el prestamista como el prestatario están plenamente conscientes de que no van a poder ser servidos sus intereses ni pagado el principal, los llamados “predatory lending”) por parte de sus generadores y su securitización masiva por las instituciones financieras con la finalidad de hacer crecer monstruosamente sus ganancias los que produjeron la elevación del precio de las casas, el exceso de construcción de las mismas y, como últimas consecuencias, el incumplimiento y las ejecuciones masivas, la caída de los precios y la ruina de la industria de la construcción. La oferta excesiva de préstamos hipotecarios subprime reconoce su origen en la demanda especulativa de las instituciones financieras que incita a los generadores a otorgar masivamente préstamos hipotecarios subprime de mala fe. La llamada “crisis de las hipotecas subprime” es el detonador de la fase explosiva de la crisis financiera internacional que se presenta en el 2º. Semestre de 2008. La intempestiva aparición de la crisis financiera internacional Al término de la primer mitad de 2008, el sistema financiero norteamericano está formado por un grupo de instituciones que se encuentran casi en su totalidad en un estado de quiebra técnica; los incumplimientos masivos en los créditos hipotecarios y otros créditos al consumo han reducido en forma dramática los ingresos de todo el sistema (bancos, fondos, etcétera) y hecho exigibles en bloque sus obligaciones, las cuales tienen un volumen superlativo; los activos se han desvalorizado, agotado las reservas y la liquidez es apenas suficiente para unas cuantas semanas, si acaso días de funcionamiento. Al iniciarse el segundo semestre de ese mismo año, los bancos y fondos y los funcionarios del tesoro y de la Fed se ven forzados, muy a su pesar, a reconocer y declarar, intempestivamente, en una rápida sucesión de aconte-
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cimientos, la insolvencia de las diversas instituciones, tras lo que se lanzan a una desesperada búsqueda de recursos inexistentes y, por último, a la conformación de las acciones de rescate público de las empresas en problemas. La disyuntiva que se planteaba ante las autoridades norteamericanas era la siguiente: si se atenían al sacrosanto precepto neoliberal de la libertad de comercio, una sucesión inacabable de quiebras en el sistema financiero y luego en la industria y el comercio de los Estados Unidos habría conducido a una catástrofe económica de tales dimensiones que la depresión de los años 20 parecería tan sólo un pequeño trastorno; si se trasgredían los principios del libre comercio y se echaba mano de un instrumento típicamente estatista y populista, la intervención del estado, con la finalidad de rescatar a las entidades en problemas mediante la inyección de miles de miles de millones de dólares, el desastre se habría evitado y la economía norteamericana podría volver pronto a la senda del crecimiento. La elección no ofrecía dudas: los campeones del neoliberalismo, encabezados por Bush y secundados por Bernanke, se convirtieron en los promotores más entusiastas del estatismo más extremo y proyectaron y ejecutaron acciones de salvamento del sistema financiero norteamericano que implicaron la infusión de miles de miles de millones de dólares públicos y la participación del gobierno en la propiedad de las empresas financieras. El moderno capitalismo de consumo y la explotación y depauperación de los trabajadores En los Estados Unidos existe la forma más desarrollada del moderno régimen capitalista. En ella se conservan todas las determinaciones esenciales descubiertas por Carlos Marx en las etapas anteriores de existencia de este régimen económico-social; las contiene, además, en su carácter desarrollado, superior. Así, la sociedad capitalista moderna es fundamentalmente la misma que estudiaron los clásicos del marxismo, pero en su forma más alta de “sociedad capitalista de consumo”. El régimen de producción capitalista contemporáneo se basa en su totalidad en la producción de mercancías; literalmente no queda en él un sólo resquicio para la producción que no esté destinada al mercado. La producción en el marco del moderno régimen capitalista de consumo se realiza en su mayor parte por medio de la relación del trabajo asalariado y el capital.
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Esta es en primer lugar una relación de esclavizamiento que ejerce el capital sobre el trabajo y tiene su causa en el monopolio de la propiedad privada que sobre los medios e instrumentos de producción y de consumo tienen lo capitalistas, lo que obliga a los trabajadores a servir al capital para poder obtener los medios de vida necesarios; a esta relación se agrega en la sociedad de consumo un nuevo y poderoso nexo esclavizante porque en ella los capitalistas inducen una irrefrenable adicción al consumo de todos los miembros de la sociedad, incluidos los trabajadores, a quienes hacen cautivos de sus propias necesidades y su satisfacción placentera, y a través de ellas los encadenan al capital. Entre el capital y el trabajo asalariado de la sociedad de consumo existe también una relación de explotación. Por medio del desarrollo de los métodos de producción de plusvalía absoluta y relativa el capital extrae cantidades voluminosas de plusvalía (trabajo obrero no retribuido) a los trabajadores. La plusvalía absoluta se obtiene por medio de la división de la jornada de trabajo del obrero en dos partes: el tiempo de trabajo necesario, durante el cual el trabajador asalariado reproduce el valor de sus medios de vida, y el tiempo de trabajo excedente, en el cual el capitalista arranca al obrero un valor añadido (plusvalía) del que se apropia sin retribución. Esta división es la otra cara del vínculo de sujeción del trabajo al capital: el obrero está obligado a trabajar para el capital con el fin de obtener los bienes necesarios para su subsistencia y al trabajar para el capitalista debe someterse a la división de su jornada en las dos partes mencionadas. En la sociedad de consumo esta división se consolida al agregársele el remache que constituye la necesidad imperiosa de trabajar para el capital, y por tanto proporcionarle trabajo excedente, derivada de la tiránica adicción al consumo que en ella se genera y se potencia hasta niveles astronómicos. Una vez establecida una determinada proporción entre el tiempo de trabajo necesario y el tiempo de trabajo excedente, el capital ejerce una poderosa presión para dilatar la magnitud del segundo de ellos mediante la extensión de la jornada y la incorporación del trabajo femenil e infantil; esta coacción es fortificada en una gran medida en la sociedad de consumo por la presentación sugestiva que el capital hace a los trabajadores de un inmenso arsenal de bienes y servicios de consumo, los cuales sólo pueden adquirir si trabajan más tiempo y lanzan a sus mujeres e hijos a la rueda trituradora del trabajo asalariado.
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Los capitalistas modernos se agencian plusvalía relativa mediante los métodos clásicos de racionalización, sistematización y maquinización del trabajo. En el desarrollo de estos procedimientos se ha llegado a instaurar, en el régimen capitalista actual, mediante una verdadera revolución, un altísimo nivel tecnológico de la producción que tiene su base en las modernas ramas científicas de la cibernética, la informática, la comunicación y la computación y que descansa en la existencia, el desarrollo y la masificación de la máquina moderna por excelencia, la computadora u ordenador. Cuando un cierto nivel tecnológico de la producción ha sido implantado, el capital pugna porque el instrumento despliegue todo su potencial productivo y los movimientos del trabajador, y con ellos toda su fisiología (procesos psíquicos y físicos) que los determinan, se ajusten ceñidamente a la máquina. El capital impulsa necesariamente un proceso de intensificación del trabajo, el cual sólo se detiene ante los límites que le impone la naturaleza del instrumento y no, ni mucho menos, el desgaste de la fuerza de trabajo. La maquinización de la producción y la intensificación del trabajo a ella inherente adquieren una fuerza prodigiosa en la sociedad de consumo, porque en ésta, como ya vimos, el hambre de ganancia de los capitalistas y la competencia entre los mismos se elevan hasta niveles asombrosamente altos. Mediante el funcionamiento imponente de los métodos de producir plusvalía absoluta y relativa, la sociedad capitalista de consumo extrae de los trabajadores cantidades colosales de plusvalía, cuyo elevadísimo monto en ninguna otra época de existencia del régimen del capital se había alcanzado. Con este vastísimo volumen de trabajo excedente, la sociedad de consumo ingresa en un acelerado proceso de acumulación masiva de capital. La superlativa acumulación de capital (reinversión de la ganancia) proporciona un impulso fortísimo a las formas de producción de plusvalía (absoluta y relativa) y genera así los siguientes resultados: 1) una gran concentración y centralización del capital, fenómeno que ya hemos abordado en apartados anteriores y 2) un crecimiento más rápido del capital constante que del capital variable, lo cual hace cambiar la composición orgánica del capital y, en última instancia, origina necesariamente un saldo creciente de obreros desocupados (la atracción de obreros que tiene su causa en el crecimiento extensivo del capital se ve ampliamente superada por la repulsión producida por su crecimiento intensivo) que integra una sobrepoblación obrera sobrante siempre en aumento.
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La sociedad de consumo se alza sobre las ruinas de la sociedad del bienestar. Para establecer su plena dominación, aquella tuvo por fuerza que destruir en gran parte la antigua estructura industrial (el segmento de la misma que no pudo ser “reconvertida”) y desembarazarse de cientos de miles de obreros que se añadieron a la sobrepoblación sobrante ya existente; sobre esta base, en su desarrollo posterior ha ido engrosando sistemáticamente el monto de los trabajadores sin empleo. El consumo es una función del capital. Los bienes que con su salario adquiere el trabajador sirven para reconstituir su fuerza de trabajo y reproducir a la clase de los trabajadores, fuente imprescindible de trabajo excedente; lo que los capitalistas consumen es también necesario para reproducirse como clase poseedora. La producción de bienes de consumo se divide en dos categorías fundamentales: bienes de consumo necesario (que a su vez se subdivide en dos: bienes de consumo necesario comunes, que satisfacen las necesidades elementales de la población en general, y bienes de consumo necesario de una calidad superior, para las clases poseedoras), y bienes de consumo de lujo que demandan los capitalistas en general. En las primeras fases de existencia del capital, el papel esencial en el desarrollo económico lo tienen las ramas que producen bienes de capital y bienes de consumo necesario y de lujo que requieren los capitalistas, mientras que las ramas que producen bienes de consumo necesario para la clase de los trabajadores quedan en segundo término. Existe una tendencia en el régimen del capital a reducir por distintos medios el salario del obrero y a incrementar la ganancia del capital. Esto se traduce a la larga en un déficit en la reconstitución de la fuerza de trabajo de los obreros que conduce necesariamente a un descenso en su productividad y con ello de las ganancias de los capitalistas. Ante esto, el mismo capital (algunos sectores, como las ramas que producen bienes de consumo obrero) ejercen una acción contraria, tendiente a elevar el salario, dentro de ciertos límites y con determinadas restricciones, mezquinamente, como siempre, con la finalidad de cuando menos restituir el antiguo nivel de capacidad productiva de los trabajadores y, en un rasgo de magnanimidad, proporcionarles un mínimo estado de bienestar. Los trabajadores se ven entonces sujetos a una acción estrujante entre esas dos fuerzas contrarias que someten los procesos orgánicos por los cuales realizan la asimilación de los bienes necesarios para su subsistencia, por un lado a una inactividad degenerativa cuando no se les proporciona
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el nivel óptimo de bienes necesarios para reconstituir cotidianamente su fuerza productiva y, por el otro, a una sobreactividad desgastante y también degenerativa en las épocas en que se incrementan sus ingresos. Esta acción concertada del capital provoca necesariamente el desgaste y la descomposición de los órganos y procesos orgánicos de los trabajadores. La codicia vigilante de los capitalistas se da cuenta inmediatamente de que la productividad de los trabajadores se eleva más que proporcionalmente en relación con los aumentos salariales que rehacen y fortalecen su fuerza de trabajo. Algunos sectores capitalistas pugnan por elevar de una manera más consistente el salario de los obreros con la finalidad de poderles extraer mayores cantidades de trabajo excedente. Los órganos y procesos orgánicos de los trabajadores tienen por fuerza que funcionar, bajo estas circunstancias, más allá de sus límites normales, por lo que descienden por una pronunciada pendiente de desgaste, descomposición y degeneración acelerados. El impulso que la sociedad del bienestar proporciona al consumo sienta las bases para la transformación del régimen capitalista en el capitalismo de consumo. Las ramas productoras de bienes de consumo conquistan rápidamente un lugar preeminente en la esfera industrial y pronto se encuentran produciendo grandes cantidades de sus mercancías típicas que tienen que salir al mercado para realizar el valor en ellas materializado (capital constante, capital variable y plusvalía) y que el ciclo productivo se pueda reanudar en una forma más alta. El consumo puro y simple se transforma en consumo masivo y se establece un mecanismo específico mediante el cual éste se realiza. La base del mismo se encuentra en el desarrollo en los trabajadores del proceso psíquico-sensorial displacer-placer (necesidad exacerbada-satisfacción exaltada), que suplanta definitivamente al primitivo par necesidad-satisfacción. El capital cultiva en los trabajadores (y, en general, en todos los miembros de la sociedad), y éstos participan también motu proprio en esa actividad, una multiplicidad de necesidades individuales que exaspera en grado extremo y a las cuales provee una satisfacción agrandada. Los trabajadores robustecen su naturaleza de individuos al utilizar sus cuerpos y sus mentes como medios para obtener una multitud de satisfacciones gozosas; se entroniza al individuo como el centro del universo y se disuelve definitivamente cualquier rasgo de colectividad que el largo reinado de la propiedad privada haya podido dejar subsistente.
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Los órganos y procesos orgánicos implicados en el consumo masivo sufren un desgaste exorbitante que provoca necesariamente su degeneración y descomposición catastróficas. El consumo masivo completa definitivamente la estructura del régimen de producción capitalista, la perfecciona. Este consta ahora, de una manera integral, de las funciones de producción y consumo en plena madurez, en las que la producción de plusvalía y la acumulación de capital tienen su fundamento en el esclavizamiento y explotación de los trabajadores tanto en la órbita de la producción como en la del consumo. En la moderna sociedad de consumo el esclavizamiento y explotación de los trabajadores tienen un doble resultado: una intensa y creciente depauperación de los asalariados y la maduración de los elementos negatorios de la misma, que son al mismo tiempo los de la constitución del tipo de sociedad que el capitalismo tiene en sí mismo como su otro, el régimen socialista. El régimen económico que existe en los Estados Unidos es la forma histórica superior del capitalismo. En él ha quedado establecida la estructura integral que comprende la unidad de producción y consumo y se ha forjado su basamento, que es el esclavizamiento, explotación y depauperación de los trabajadores en los espacios de la producción y el consumo. En la sociedad norteamericana se dan la suma y el compendio de todas las formas históricas de esclavizamiento, explotación y depauperación de los trabajadores. Ahí han adquirido sus dimensiones más pavorosas la violencia física y moral que ejercen los capitalistas sobre los trabajadores para mantener y fortalecer la esclavitud asalariada; la extensión y la intensificación del trabajo y la sistemática reducción del salario ocasionan un desgaste monstruoso de la fuerza de trabajo de los obreros y un déficit creciente de los medios de vida necesarios para reconstituirla; la maquinización incesante de la producción traslada a la máquina las capacidades productivas de los obreros, anulando en ellos la facultad correspondiente, lo que conduce a la degeneración de sus cuerpos y de sus mentes. El resultado de todo esto es el aumento de la miseria obrera que se caracteriza por el hambre, las enfermedades, la muerte prematura y la degeneración y descomposición de sus órganos y procesos orgánicos. Esta forma de la pobreza tiene un amplio campo de acción en la sociedad norteamericana; a ella están sujetos millones de trabajadores inmigrantes (principalmente latinos), trabajadores negros e incluso blancos que realizan los trabajos de más bajo nivel pero que son el soporte de todo el sofisticado
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y altamente tecnificado aparato industrial, comercial y de servicios. El país más desarrollado de la tierra tiene en sí mismo, como su otro que es su base de sustentación, la típica miseria infrahumana de las naciones más pobres del planeta. El régimen capitalista de consumo que se constituyó en los Estados Unidos heredó una colmada sobrepoblación obrera a la cual ha agregado anualmente millones de personas que el desarrollo capitalista expulsa necesariamente de la órbita del trabajo. La sobrepoblación obrera es el resultado forzoso de la acumulación de capital, como ya lo vimos anteriormente, pero también es una condición de la misma. Al igual que las instituciones bancarias deben mantener cuantiosas reservas (que son fuerza de trabajo obrera condensada bajo la forma dinero) para garantizar sus operaciones pasivas, o también los gobiernos nacionales con la finalidad de responder a sus obligaciones internacionales, de la misma manera, el régimen capitalista como un todo requiere tener una provisión de fuerza de trabajo viva, prácticamente inagotable, que esté a la disposición de los capitalistas cuando realizan los movimientos de sus capitales, que tan pronto absorben como repelen trabajadores en grandes volúmenes, todo en función de las necesidades de acumulación, las cuales están determinadas por el hambre de ganancia de los dueños del capital. El capital no puede existir sino a costa de inmovilizar (amén de destruir, como sucede durante las crisis) cantidades demenciales de trabajo acumulado y trabajo vivo y todo con la finalidad de mantener en funcionamiento el régimen que tiene como soporte y resultado la esclavización, explotación y depauperación de los trabajadores. La sobrepoblación obrera no puede ser erradicada en forma alguna dentro de los límites del régimen de producción capitalista. La población obrera sobrante de los Estados Unidos está formada en una gran parte por una masa de seres infrahumanos que como sedimento han ido quedando de todos los movimientos históricos del capital; ellos son la negación absoluta y total de la naturaleza humana, pues no ejercen, ni tienen la expectativa de hacerlo, ninguna facultad de la especie; constituyen la putrefacción manifiesta del régimen de producción capitalista, su enorme pústula que se exhibe impúdicamente. En este grupo desahuciado de los trabajadores se concentran en una forma virulenta todos los males clásicos que el capital produce para los obreros: hambre, enfermedades y muerte, una abrumadora miseria física y moral que es el caldo de cultivo de todos
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los vicios y todos los males. Desde luego que este sector de la población no es tomado en cuenta para nada por las estadísticas burguesas del trabajo. La superpoblación obrera norteamericana está integrada también por otro grupo de trabajadores. Son aquellos que están a la disposición inmediata del llamado del capital; del grueso de este sector únicamente un pequeño porcentaje es el que cubre los movimientos cotidianos de atracción y repulsión de obreros. Entre 1990 y 2008 se mantuvo en los Estados Unidos, en promedio, una población desocupada, según este criterio, que es el del Censo de población norteamericano, de 7,559,080 trabajadores, de los cuales, en promedio sólo 958,850 anuales, o sea, el 12.6% del total, fueron atraídos o repelidos por los capitalistas. Esto significa que en promedio 6,600,250 trabajadores debieron quedarse inactivos anualmente a lo largo de 19 años. (Ver Tabla 1 y Gráficas 1 y 2) En este sector de la sobrepoblación obrera relativa también actúan con una enorme fuerza los factores aniquiladores del capital que los condenan a una situación interminable de hambre, enfermedades y muerte, con el agravante de que la pequeña capa que realmente es utilizada por el capital se encuentra sujeta al devastador estrujamiento de su fuerza productiva por la alternación de períodos en los que trabaja para el capital y soporta la exacción destructiva de su fuerza de trabajo y otros en los que deja de hacerlo y es sometido a la inactividad degenerativa de sus capacidades productivas. En la sociedad norteamericana se han desarrollado ampliamente la esclavización, explotación y depauperación de los trabajadores con base en el consumo masivo. Es precisamente la industria norteamericana, acuciada por el consumo desbordado, la que ha perfeccionado los métodos de producción de plusvalía relativa, esto es, la maquinización de la producción conforme a las nuevas tecnologías cibernéticas, que así han sido llevados al punto superior de su evolución como medios para extraer cantidades masivas de plusvalía a los obreros y formas de reforzar la depauperación de los trabajadores. Las funciones cibernéticas de vigilancia, control, comunicación, información, retroalimentación, coordinación y organización de los sistemas, procesos y mecanismos productivos son las mismas capacidades del obrero, de las que fue despojado, que ahora se encuentran incorporadas a la máquina por excelencia, la computadora. Al pasar a la máquina las potencias del obrero, la fisiología de los trabajadores sufre un embate más decisivo: los órganos y procesos fisiológicos (mentales, en este caso) que eran el soporte de su actividad productiva, son condenados a la inmovilidad y, por tanto,
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a la atrofia irremisible; en su nueva naturaleza de fuerza de trabajo en su máxima abstracción (es decir, privada de su anterior contenido concreto), se le dota del carácter de fisiología humana que es una continuación de la máquina, la cual la incorpora a sí como uno de sus elementos; anexada al mecanismo, la fuerza de trabajo continúa por el camino de la atrofia de sus antiguas capacidades productivas y, además, ingresa en un proceso de desnaturalización que la convierte en una extensión del instrumento y la hacer funcionar exhaustivamente en esta nueva condición, lo cual se traduce en una mayor atrofia, un desgaste más grande, una descomposición acelerada y una degeneración indetenible de sus órganos y procesos orgánicos, los cuales pierden así defintivamente su naturaleza humana. En la sociedad norteamericana, en el núcleo del proceso productivo, en su industria, se desenvuelve necesariamente la fase más alta del proceso característico del régimen capitalista moderno de atrofia, degeneración y descomposición de los órganos y procesos orgánicos de los trabajadores, esto es, de la negación rotunda de su naturaleza humana. El consumo masivo tiene un doble resultado en relación con la suerte de los trabajadores norteamericanos. En primer lugar, refuerza centuplicadamente todas las formas de producción de plusvalía absoluta y relativa, con lo cual contribuye a acrecentar la explotación y depauperación de los trabajadores. En segundo lugar, produce directamente efectos perniciosos sobre la clase obrera. Al determinar el movimiento desenfrenado del mecanismo psíquico-sensorial displacer-placer, obliga a los órganos y procesos orgánicos a través de los cuales los trabajadores asimilan el universo de bienes que el capital les ofrece tentadoramente a funcionar en exceso, extremadamente mucho más allá de los límites biológicos de la especie, y en un sentido absolutamente antinatural, mediante la exaltación de las necesidades y los intereses del individuo, que especula así sobre su fisiología, prostituyéndola. Exacerba la individualidad de los trabajadores, convirtiéndolos definitivamente en propietarios privados de sí mismos (último reducto de la propiedad privada) que son la antípoda del individuo órgano de la colectividad característico de la naturaleza humana. El consumo masivo produce necesariamente, por sí mismo, la acelerada degeneración y descomposición de los órganos y procesos orgánicos de los trabajadores, daños que se suman a los que recibe directamente en la órbita de la producción y que ya hemos detallado en puntos anteriores. Provoca
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desde su ámbito la negación radical de la naturaleza humana de los trabajadores. Todas las formas de esclavización y depauperación que hemos enumerado, las cuales tienen como su último resultado la aniquilación de la naturaleza humana de los trabajadores, existen simultánea y sucesivamente en la sociedad norteamericana. Al mismo tiempo, uno tras el otro, negándose y procreándose mutuamente, se presentan, en sus manifestaciones más descarnadas, en la sociedad norteamericana, el esclavizamiento y la depauperación que derivan de las formas primitivas de explotación capitalista (trabajo agrícola, trabajo de la construcción, servicios, servicios personales, etcétera, proporcionados por los trabajadores latinos (migrantes), negros, asiáticos y de los blancos que se encuentran en la parte más baja de la escala económica y social) y los que tienen su origen en los modernos métodos productivos, que se basan en las tecnologías más sofisticadas, y en el consumo extralimitado. La clase de los trabajadores norteamericanos está sujeta, por tanto, en su totalidad, a un avasallador proceso de atrofia, degeneración, descomposición y desgaste excesivo de su fuerza de trabajo que anula, en el nervio vital de la especie, la naturaleza humana de la misma. Los trabajadores norteamericanos viven en una situación de deterioro constante de sus condiciones de vida, en un estado sin solución de continuidad de hambre (falta de satisfactores primarios: alimentos, vestido, techo, salud, etcétera), enfermedades físicas y mentales producto del trabajo y del consumo capitalistas, de muerte prematura, de vida meramente vegetativa cuando han sido desechados por el capital después de extraerles hasta la última gota de su fuerza de trabajo o en el tiempo que los mantiene como sobrepoblación obrera, situación que en la mayor parte de este sector de la población abarca toda su existencia y que incluso se transmite de generación en generación, de trabajo y consumo enajenados en los que se niega como ser humano, de temor, angustia, frustración, desesperación y anonadamiento frente a las circunstancias económicas de la producción y el consumo capitalistas que se levantan ante ellos como una fuerza ajena y hostil, de exaltada euforia en la ocasión en que se suscita la esperanza de arrancar una dádiva o en que realmente se obtiene de esa potencia avasalladora que es la realidad económica capitalista, de odio reconcentrado contra todo, contra todos y contra sí mismos, de enaltecida consideración propia (como su propiedad privada), de los demás y de las cosas, de culpa degradante y de responsabilidad opresiva.
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Capitalismo moderno, crisis y revolución proletaria
En la sociedad capitalista de consumo que impera en la nación norteamericana han llegado al pináculo todos los vicios y los males de la propiedad privada. La sociedad norteamericana está hundida por completo en el fango de la degradación moral, la corrupción, la depravación, la prostitución, la disolución familiar, el alcoholismo, la drogadicción, la violencia, el crimen, la pornografía, la sexualidad descomedida (incesto, pederastia, adulterio, homosexualidad, actividad sexual inmoderada, perversiones, etcétera) y cada uno de estos desenfrenos corresponde exactamente a una rama industrial determinada, moral y legalmente constituida o que clama por su legalización. La clase obrera norteamericana, el corazón mismo de la sociedad estadounidense, está inmersa en esta podredumbre que produce el mismo régimen económico que lo explota y empobrece, por lo que también provoca su anonadante degradación moral.
La crisis financiera internacional y la explotación y depauperación de los trabajadores La ruina de la industria de la construcción de viviendas fue el detonador de la crisis financiera internacional; la caída de esta rama industrial arrastró tras de sí a todo el complejo industrial, comercial y de servicios de los Estados Unidos, el cual inició entonces un proceso acelerado de reducción de su crecimiento; la propia crisis financiera internacional cegó definitivamente la fuente de recursos crediticios para la industria y el comercio, los cuales ya habían sido seriamente disminuidos por la especulación galopante, con lo que llevó la “economía real” a una vertiginosa y radical desacumulación. El resultado inmediato para la suerte de la clase obrera y la sociedad norteamericana en general de la disminución y reversión del crecimiento económico fue el aumento brutal del desempleo, como se observa en la tabla y gráficas que en seguida se insertan. Lo primero que es necesario resaltar de los hechos que arriba se consignan es la enorme cantidad de trabajadores desocupados que la economía norteamericana debe mantener como una condición inexcusable de su existencia. En promedio, durante el período 1990-2008, hubo en Estados Unidos anualmente una población desempleada de 7,559,080 trabajadores; de éstos, en promedio sólo 958,850 anuales, o sea el 12 % del total, fueron
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Cuadro 1. Nivel, tasa e incremento anual del desempleo. Personas mayores de 16 años. Miles. Porciento. Ajustado estacionalmente. Estados Unidos. 1990-2010 Tasa de desempleo (%)
Nivel de desempleo % de ∆ anual
Año
Nivel de desempleo
1990
7,061.00
5.61
1991
8,639.83
6.85
22.35
1992
9,611.16
7.49
11.24
1993
8,926.66
6.9
-7.12
1994
7,975.50
6.1
-10.65
1995
7,406.91
5.59
-7.12
1996
7,231.08
5.4
-2.37
1997
6,278.66
4.94
-13.17
1998
6,203.83
4.5
-1.19
1999
5,878.83
4.21
-5.23
2000
5,685.08
3.96
-3.29
2001
6,829.66
4.74
20.13
2002
8,375.33
5.78
22.63
2003
8,770.33
5.99
4.71
2004
8,139.66
5.54
-7.19
2005
7,579.16
5.08
-6.88
2006
6,991.25
4.6
-7.75
2007
7,077.08
4.61
1.22
2008
8,961.66
5.8
26.62
2009
14,319.33
9.27
59.78
2010
14,824.50
9.63
3.5
Fuentes: Unemployment Level; 16 years and over; Thousands; SA y Unemployment Rate; Percent; 16 years and over; SA, US Labor Force Data from the Bureau of Labour Statistics, Bureau of Labour Statistics, United States, Economic time. Series Page, Economagic. Com, 2010
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Capitalismo moderno, crisis y revolución proletaria
Gráfica 1. Nivel de desempleo. Personas de más de 16 años. Miles. Ajustado estacionalmente. Estados Unidos. 1990-2010 20,000.00 15,000.00 10,000.00 5,000.00 0.00 1990 1992
1994 1996 1998 2000 2002
2004 2006
2008 2010
Nivel de desempleo
Gráfica 2. Nivel de desempleo. Incremento porcentual anual. Personas de más de 16 años. Miles. Ajustado estacionalmente. Estados Unidos. 1990-2010
80 60 40 20
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2010
anual de nivel de desempleo
2009
% de
2008
2006 2007
2003 2004 2005
2000 2001
2002
1998 1999
3995 1996 1997
3994
1992
-20
1990 1991 1992
0
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tan pronto llamados a las filas del ejército industrial en activo como posteriormente licenciados de las mismas; esto quiere decir que en promedio 6,600,250 trabajadores estadounidenses permanecieron sin empleo anualmente a lo largo de 19 años, sin la más mínima posibilidad de ser utilizados por el capital y vegetando en los receptáculos de la población sobrante. El nivel de desempleo entre 1990-2010 puede dividirse en varias fases con características específicas cada una de ellas. Entre 1992 y 2000 hay un descenso del nivel de desempleo, el cual lo podemos correlacionar con el crecimiento industrial y del producto interno bruto de esos mismos años. En la medida en que la actividad económica aumenta, el empleo crece, lo que se refleja en el declive del nivel de desempleo. Nos encontramos en la fase de desarrollo ascendente de la sociedad de consumo basado en la bursatilización y en la acumulación y centralización del capital acordes con los nuevos patrones productivos que se establecen al impulso de la revolución tecnológica. En el lapso comprendido entre los años 2001 y 2003 se registra un aumento del nivel de desempleo que en este caso está claramente correlacionado con la reducción del crecimiento económico que tiene su origen en las crisis de Enron, WorldCom, las empresas “dotcom”, etcétera. En el período 2004-2006 la economía vuelve a crecer impulsada por la modernización crediticia que tiene su centro en la “securitización” de los créditos; con ello se da un empuje extraordinario a la industria de la construcción de viviendas y ésta, a su vez, se lo proporciona a la economía norteamericana como un todo. El nivel de desempleo se reduce durante estos años. Por último, entre los años 2007-2010 se presenta un dramático aumento del nivel de desempleo, que en ese intervalo crece un 109.47 porciento, es decir, se duplica el número de desempleados, pasando de 7,077,080 a 14,824,500 personas. El origen de este aumento brutal se encuentra en la enorme desacumulación originada por la crisis financiera internacional. El desempleo en masa que es provocado por la crisis financiera internacional eleva a la enésima potencia todas las vulneraciones que el régimen capitalista produce sobre la clase de los trabajadores. El enorme volumen de trabajadores a los que la crisis despoja de su trabajo se hunde de inmediato en las simas de la miseria física más espantosa, aquella que se caracteriza por la falta de los elementos necesarios para mantenerse con vida (alimentos, vestido, techo, salud, etcétera) y cuya carencia se traduce en hambre, enfermedades y muerte prematura, todo lo cual incrementa el nivel de miseria de la clase de los trabajadores en su conjunto;
170
Capitalismo moderno, crisis y revolución proletaria
la concurrencia súbita de millones de desempleados hace descender intempestivamente y en gran medida los salarios de los trabajadores en activo, con lo cual éstos también sufren un deterioro sustancial en sus condiciones de vida; sobre los obreros que quedan en activo, el capital descarga necesariamente todo el peso de la producción, por lo que incrementa la extensión y la intensidad del trabajo, con los resultados que ya conocemos para la salud y la constitución biológica de los trabajadores; en suma, la crisis centuplica, en la órbita de la producción, el esclavizamiento, la explotación y la depauperación de los trabajadores. No menos dramático es el daño que la crisis causa a los trabajadores en la esfera del consumo. En donde más claro se observa este fenómeno es en el mercado de la vivienda. En la fase alta del ciclo, haciendo honor al prejuicio del “sueño americano”, la banca concede préstamos a manos llenas a los trabajadores para que adquieran una vivienda; el orgullo, la satisfacción y el placer de ser “propietarios privados” de una casa embargan a los trabajadores, que de esta manera son sujetos a la forma de explotación específica que ya hemos descrito en partes anteriores de este trabajo. Puesto que la economía norteamericana tuvo, en la última fase previa a la crisis, su base de sustento en el crecimiento hipertrofiado del crédito para la adquisición de viviendas, en cuanto la crisis priva de empleo a millones de trabajadores y reduce en forma radical los ingresos de los que se mantienen activos, a la vez que incrementa en forma voraz los intereses de los créditos, se presenta un incumplimiento generalizado que al fin de cuentas lleva necesariamente a un alud de ejecuciones hipotecarias que deja sin vivienda a millones de personas y, en muchos casos, con una deuda remanente de varios miles de dólares. Aquí se manifiesta brutalmente la esencia de la sociedad de consumo: las viviendas pertenecen, sin discusión, en propiedad privada, a un sector de los capitalistas, los cuales la hacen valer despiadadamente en cuanto el usufructuario no cumple con los pagos de su crédito; resalta también nítidamente que la posesión que los trabajadores ejercen sobre las viviendas es una posesión precaria, un mero remedo de la propiedad privada, una cruel y sangrienta burla que el régimen capitalista hace a los trabajadores. También se revela, de una forma explícita, que la satisfacción de las necesidades de los trabajadores, en este caso la de vivienda, está en función
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de las necesidades del capital; cuando éste, en su crecimiento desorbitado y como medio para obtener pingües ganancias, requiere incrementar el consumo en una forma sustancial, concede entonces indiscriminadamente grandes volúmenes de créditos a las personas para que obtengan una vivienda; cuando, por el contrario, debido a las condiciones adversas que él mismo ha creado con la especulación, necesita recobrar rápidamente el capital que ha adelantado en esta esfera de negocios, no duda un momento en despojar de sus viviendas a sus poseedores. La satisfacción de las necesidades de los trabajadores son un medio que el capital emplea para la valorización de su capital y la realización de su ganancia. La crisis completa la obra de la sociedad de consumo. Después de que mediante la exaltación del consumo se ha sometido a los trabajadores a una forma de explotación y depauperación específica, lo hace objeto, a través de la restricción violenta y radical del mismo, a otra forma de explotación y depauperación que tiene su fundamento en la anonadación y frustración en que lo sumerge al momento que lo despoja de lo que fue su posesión. En los datos que siguen sobre las propiedades en ejecución hipotecaria (foreclosure) se percibe con claridad la drástica, violenta e inmisericorde Cuadro 2 Propiedades en alguna fase de ejecución hipotecaria. Estados Unidos. Primer trimestre de 2007-Primer Trimestre de 2010 Trimestre y Año T1-07 T2-07 T3-07 T4-07 T1-08 T2-08 T3-08 T4-08 T1-09 T2-09 T3-09 T4-09 T1-10
No. de propiedades 239,770 333,627 446,726 527,740 649,917 739,714 765,558 735,000 803,489 889,829 937,840 869,745 932,234
Incremento trimestral (%) 39.14 33.89 18.13 23.15 13.81 3.49 -3.99 9.31 10.74 5.39 -7.26 7.18
Fuente: U. S. Propierties with foreclosure activity, Realty Track Press Releases of “US Foreclosure Report”
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Capitalismo moderno, crisis y revolución proletaria
Gráfica 3. Propiedades en alguna fase de ejecución hipotecaria. Estados Unidos. Primer trimestre de 2007-Primer trimestre de 2010 1,000,000 800,000 600,000 400,000 200,000
-10 T1
T4-
09
9 T3-0
09 T2-
09 T1-
T4-
08
08 T3-
08 T2-
08 T1-
7
-07 74
-0
7
T3
-0 T2
T1
-0
7
0
Propiedades en ejecución Gráfica 4. Propiedades en alguna fase de ejecución hipotecaria. Estados Unidos. Primer trimestre de 2007-Primer trimestre de 2010. Incremento porcentual trimestral. 50 40 30 20 10
10 T1-
09 T4-
9 T3-0
09 T2-
9 T10
8 T40
08 T3-
08 T2-
08 T1-
07 74-
-07 T3
-07 T2
T1
-10
-07
0
Propiedades en ejecución. Porciento de incremento trimestral
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desposesión de que el capital hace objeto a los trabajadores norteamericanos de lo que antes les había concedido interesadamente con largueza. En el período comprendido entre el 1er. Trimestre de 2007 y el 1er. Trimestre de 2010, 692,464 familias incrementaron el monto de aquellas que se encontraban en alguna fase del proceso judicial de ejecución, por medio del cual seguramente serían desposeídas de sus viviendas, para dar un gran total de 932,234. En todo el tiempo comprendido entre esas fechas extremas, el número de propiedades en alguna fase de ejecución hipotecaria se incrementó en un 288 %. Esto nos da la medida, verdaderamente terrorífica, de la acción depredadora del capital norteamericano en contra de los trabajadores (recordemos que la mayoría de quienes cayeron en incumplimiento y posteriormente fueron despojados judicialmente de sus viviendas fueron aquellos que habían obtenido hipotecas “subprime”, es decir, las destinadas a las personas de más bajos ingresos, entre quienes se encuentran, por definición, los trabajadores norteamericanos). Es evidente que las personas desposeídas de sus viviendas, que en su mayoría adicionalmente habían perdido su trabajo, pasaron a engrosar la multitud de trabajadores sumidos en la miseria física más abrumadora, incrementando hasta un punto muy alto la pobreza ya de suyo lacerante de los obreros norteamericanos. La miseria física, la pobreza extrema, son el producto más peculiar, absolutamente inevitable, del régimen de producción capitalista. Toda una pretendida ciencia se ha fundado con el propósito de reducir a leyes generales este “fenómeno” social. La finalidad última declarada por los “científicos sociales” encargados de esta parcela del conocimiento es erradicar totalmente la pobreza de la faz de la tierra, para lo cual, mediante diversos instrumentos de medición, evalúan los niveles de pobreza, diagnostican sus causas y extienden una receta para la supresión de este “flagelo social”. Cierto es que, al final de cuentas, por debajo de sus ambiciosos proyectos se desliza fatalmente y se impone necesariamente la reivindicación que constituye lo único que el régimen de producción capitalista puede conceder bajo ciertas condiciones muy restrictivas: un pequeño porcentaje de reducción de la “pobreza extrema” en el más largo de los plazos posibles. El régimen capitalista, consciente de que su proceso de producción origina directamente la pobreza en masa y requiere también mantener obligadamente una nutrida sobrepoblación obrera que es igualmente caldo de cultivo de una pobreza más acentuada, y temeroso de que el hambre, las enfermedades, la insalubridad, etcétera diezmen significativamente ese reser-
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vorio de fuerza de trabajo, lo que entorpecería el funcionamiento del capital como mecanismo de obtención de ganancia y, lo que es más, angustiados ante la posibilidad de que esas condiciones miserables de vida de los trabajadores provoquen enfermedades epidémicas, males sociales devastadores, etcétera, que se extiendan hasta los enclaves de la burguesía y la pequeña burguesía, accede, imprecando y gruñendo, a dedicar la más reducida provisión de recursos posible a la reducción de los aspectos más repulsivos de la pobreza extrema. La Oficina de los Censos de los Estados Unidos también ha desarrollado su metodología para la medición de la pobreza. Establece un nivel de pobreza que es una cierta cantidad de ingresos monetarios anuales por persona; todos aquellos cuyos ingresos sean iguales o menores a ese nivel determinado se encuentran en una situación de pobreza. Evidentemente que esta forma de medición está por completo impregnada por los prejuicios de la clase capitalista; no comprende, desde luego, todas las manifestaciones de la pobreza ni a todas las personas que las sufren. Sin embargo, nos ilustran perfectamente acerca de muchos de los tópicos que hemos tocado en nuestra argumentación anterior. La primera observación que se impone es que la existencia de una cierta cantidad de pobres es tanto un resultado como una condición, ambos imprescindibles, del funcionamiento del régimen capitalista de producción y que, por tanto, la pobreza no puede en forma alguna ser erradicada dentro de esta forma de organización económico-social. En los 28 años (poco más de un cuarto de siglo) comprendidos entre 1980 y 2008 se conserva anualmente, en la sociedad estadounidense, una cantidad base, inamovible, de 33,300,840 personas en situación de pobreza; sobre este sólido soporte, una población del orden de los 2,186,160 personas es el sujeto de las fluctuaciones que tan pronto elevan como reducen en esa cantidad el total de personas en situación de pobreza; en promedio, a través de las oscilaciones anuales que casi se compensan exactamente, las estadísticas de pobres de los Estados Unidos registran 35,487,420 personas bajo el nivel de pobreza para cada uno de los años del período 1980-2008. La conservación como su soporte invariable de existencia, a lo largo del extenso período de 28 años, de 33,300,840 personas en estado de pobreza en el país económicamente más desarrollado del mundo, demuestra fehacientemente, en los hechos, que el régimen capitalista no puede, bajo ninguna circunstancia, suprimir la pobreza.
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Cuadro 3 Personas bajo el nivel de pobreza. Miles. Incremento Porcentual anual. Porciento de personas por debajo del nivel de pobreza en relación con la población total. Estados Unidos. 1980-2008
Incremento porcentual anual
Porciento en relación con la población total
Año
No. de Personas. Miles
1980
29,272
1985
33,064
12.95
14.0
1990
33,585
1.57
13.5
1991
35,708
6.32
14.2
1992
38,014
6.45
14.8
1993
39,265
3.29
15.1
1994
38,059
-3.07
14.5
1995
36,425
-4.29
13.8
1996
36,529
0.28
13.7
1997
35,574
-2.61
13.3
1998
34,476
-3.08
12.7
1999
32,791
-4.88
11.9
2000
31,581
-3.69
11.3
2001
32,907
4.19
11.7
2002
34,570
5.05
12.1
2003
35,861
3.73
12.5
2004
37,040
3.28
12.7
2005
36,950
-0.24
12.6
2006
36,460
-1.32
12.3
2007
37,276
2.23
12.5
2008
39,829
6.84
13.2
13.0
Fuente: Table 710. People Below Poverty Level and Below 125 Percent of Poverty Level by Race and Hispanic Origin: 1980 to 2008, U. S. Census Bureau, Statistical Abstract of the United States: 2011
176
Capitalismo moderno, crisis y revolución proletaria
GrĂĄfica 5 Personas por debajo el nivel de pobreza. Estados Unidos. 1980-2008. Miles. 45,000 40,000 35,000 30,000 25,000 20,000 15,000 10,000 5,000 0.00
1980 1990 1992 1994 1996 1998 2000 2002 2004 2006 2008 Personas por debajo del nivel de pobreza
GrĂĄfica 6 Incremento porcentual anual de las personas que se encuentran por debajo del nivel de pobreza. Estados Unidos. 1980-2008. 14 12 10 8 6 4 2 0 -2 1980 1990 1992 1994 1996 1998 2000 2002 2004 2006 2008 -4 -6 Incremento porcentual anual
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Gráfica 7 Porciento de personas debajo del nivel de pobreza respecto del total de la población. Estados Unidos. 1980-2008 16 14 12 10 8 6 4 2 0 1980
1990
1992 1994
1996 1998
2000
2002
2004
2006
2008
Porciento de personas debajo del nivel de pobreza respecto del total de la población
El régimen capitalista por antonomasia que existe en los Estados Unidos produce necesariamente, en forma sistemática, la miseria creciente de grandes cantidades de trabajadores migratorios, trabajadores negros y asiáticos y, también, la de trabajadores blancos de los más bajos estratos sociales; las actividades que estos grupos laborales desempeñan forman parte de la estructura productiva del capitalismo norteamericano, por lo que estos trabajadores y su miseria progresiva son también elementos fundamentales del capitalismo de consumo existente en los Estados Unidos. Estos trabajadores, de los cuales el moderno capitalismo no puede prescindir, forman incuestionablemente, junto con sus familias, una parte primordial de las 35,487,420 personas que año tras año se encuentran bajo el nivel de pobreza en los Estados Unidos. Los trabajadores desempleados y sus familias, de los que, como ya vimos, también existe un monto básico constante que se conserva año tras año en
178
Capitalismo moderno, crisis y revolución proletaria
el régimen capitalista norteamericano, igualmente son una porción importante de la multitud de personas empobrecidas que este sistema económico tiene como cimiento de su existencia. El desempleo voluminoso es, ya sabemos, un factor ineludible del régimen de producción capitalista, un resultado y una condición de su funcionamiento exitoso que no puede ser suprimido; la pobreza que necesariamente acompaña a la falta de empleo existe también de manera ineluctable en la economía norteamericana y su extirpación es igualmente irrealizable. Cada fase de la evolución del régimen capitalista estadounidense ha ido dejando fatalmente una capa sedimental de personas que ya no tiene ninguna función económica, ni siquiera la de población obrera sobrante, que se mantienen y reproducen en esas condiciones de generación en generación. Esos estratos se acumulan y forman un grueso asiento poblacional sobre el cual se abate la miseria física más atroz; sus integrantes son un segmento importante del total de pobres norteamericanos. Todos los grupos, sectores, segmentos, etcétera que integran la población en estado de pobreza de los Estados Unidos son elementos estructurales necesarios, de los que en forma alguna se puede prescindir, del régimen capitalista de norteamérica; su papel económico en el proceso productivo implica forzosamente su existencia en un estado de pobreza progresiva. De ahí entonces que la pobreza vinculada al capitalismo sea totalmente imposible de eliminar dentro de las fronteras de este régimen económico. No obstante la evidencia abrumadora, que se desprende por sí sola de las estadísticas de pobres proporcionadas por el propio gobierno de los Estados Unidos, de la total imposibilidad de terminar con el estado de creciente pobreza crónica que asola a los trabajadores norteamericanos, los ideólogos de este régimen continúan aferrados a sus arraigados prejuicios en esta materia. Ciegos ante la reluctante realidad, postulan que la pobreza es erradicable en su totalidad, siempre que se siga en toda su pureza la receta que cada uno de los sectores económicos propone: el sector I, la prescripción neoliberal en toda su extensión, y el sector II, el modelo estatista y populista; cuando la realidad les restriega en la cara la inamovilidad de la pobreza del seno del régimen capitalista, ambos sectores, poseídos de una enorme ternura por lo pobres, sostienen que cuando menos es posible reducir en cierta medida sus aristas más cortantes, por ejemplo dando fin a la pobreza extrema, siempre, desde luego, que se sigan al pié de la letra las indicaciones de sus respectivos manuales; de esta filantrópica visión participan por entero los grupos radicales de izquierda, algunos de ellos pretendidamente
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marxistas, los que confieren a la revolución el papel de un instrumento para establecer un modelo económico “más democrático”, con el cual sea posible lograr el incremento del empleo y la reducción de los niveles de pobreza. La reivindicación verdaderamente revolucionaria en esta materia tiene como núcleo la colectivización de la producción y del consumo, lo que implica la abolición del capital y del trabajo capitalista y, por tanto, la eliminación drástica y definitiva de la explotación del trabajo asalariado y, con ello, de toda forma de miseria y de pobreza. Todas las posiciones que sobre este tema mantienen los neokeynesianos, neokaleckianos y marxistas revisionistas expresan cabalmente los intereses del sector II de la economía norteamericana e internacional y se resuelven, a fin de cuentas, en un apoyo más o menos franco al desarrollo del mismo. Como ya hemos visto reiteradamente, el desenvolvimiento del sector II del capitalismo norteamericano prepara, necesariamente, el de su contrario, el sector I de la economía, por lo que la acción de los grupos que se autonombran de izquierda, marxistas, etcétera, dirigida a promover la inversión productiva en un marco democrático como instrumento para incrementar el empleo y reducir la pobreza, tiene como resultado inevitable el impulso, mediante métodos capitalistas, de un sector del régimen capitalista, la preparación del progreso del otro sector y el perfeccionamiento de la totalidad del régimen capitalista, es decir, de un sistema económico que se asienta en la conservación y el aumento constante del desempleo y de la pobreza de los trabajadores. Como agentes de un sector del capitalismo, estos intelectuales y grupos de izquierda son enemigos declarados del proletariado. Los datos estadísticos referentes a la cantidad de personas que se encuentran debajo del nivel de pobreza en los Estados Unidos mostrados en la tabla anterior sólo llegan hasta el año 2008. La Oficina de los Censos de Estados Unidos no ha liberado aún (marzo de 2011) las cifras que corresponden a los años de 2009 y 2010. Sin embargo, podemos tener una idea aproximada de las altas cotas alcanzadas en esos años por la pobreza en los Estados Unidos si tomamos en consideración que el número de desempleados subió al doble en el año de 2009 y en ese nivel se mantuvo durante 2010; esto significa que más de siete millones de personas, cuando menos, pasaron a formar súbitamente parte de la población en estado de pobreza, la cual, por tanto, debió incrementar su monto hasta cerca de los 42 millones, No es difícil imaginar a qué extremos ha llegado la de por sí lacerante pobreza de los trabajadores norteamericano con el aumento en un golpe de siete millones de pobres más, ni la virulencia devastadora que todos los
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flagelos con que el capital los azota (el hambre, las enfermedades, la muerte prematura, los problemas sociales de todo tipo, etcétera) han adquirido en estas circunstancias. Por otro lado, el aumento súbito y en cantidades verdaderamente portentosas de los desempleados y de los pobres a causa de la crisis financiera internacional ha colmado hasta el borde el depósito de melaza filantrópica del que los capitalistas y sus rapsodas se nutren para justificar y embellecer su actividad depredadora del trabajo asalariado. Y no es que la burguesía no tenga una clara conciencia de sus derechos históricos inalienables, ni de la justificación moral indiscutible para obtener una ganancia de la explotación del trabajo asalariado, ambos derivados en última instancia de una fuente divina, sino que su acendrada solidaridad humana, sentimiento cristiano por excelencia, la lleva a colocar en segundo término sus propios intereses y a ejercer su función productiva, generadora desde luego de copiosas ganancias, en primer lugar con el propósito de dar empleo a los millones de personas que carecen de él, lo que ha de permitir acabar con la oprobiosa pobreza en que se debaten; el capitalista postula que invertir capital y obtener ganancias es únicamente un medio para crear empleos y procurar una vida digna a los desposeídos. Es por eso que su espíritu se dilata con un amor inconmensurable por los pobres cuando ve que las crueles circunstancias económicas han producido una enormidad de desempleados y una pobreza monstruosa, porque eso le permitirá cumplir, en una forma plena, su función social, que es también una obligación moral y religiosa, de crear empleos mediante la inversión productiva. Esta transposición ideológica y la sacralización de la actividad de los capitalistas son comunes a todos los sectores de la economía capitalista; cada uno de ellos proclama como su misión histórica el dar empleo a los trabajadores para rescatarlos de su estado de pobreza y condena y sataniza al otro porque en su empecinamiento en aplicar una política económica errónea, en un caso el neoliberalismo, el populismo y estatismo en el otro, realmente lo que hace es impedir criminalmente que operen a plenitud las fuerzas económicas que deben impulsar la creación de empleos. De nuevo nos encontramos en este terreno con nuestros viejos conocidos, los grupos y partidos de izquierda y los intelectuales que los nutren con sus argumentos teóricos e ideológicos; su fórmula de la revolución proletaria tiene también su fundamento en esa piedad por los pobres y se corresponde completamente con las recomendaciones prácticas que del modelo económico propugnado por el sector II de la economía se desprenden: la revolu-
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ción obrera tiene como objetivo el pleno empleo y la elevación del nivel de vida de los trabajadores. Según se ha puesto de relieve en todo lo anteriormente expuesto, el esclavizamiento, explotación y depauperación crecientes de los trabajadores norteamericanos se manifestaron plenamente, bajo las diversas formas que en el análisis previo hemos estudiado, tanto en la fase de auge del ciclo, durante la cual se estableció y tuvo su primer desarrollo la sociedad de consumo, como en el tiempo de la crisis devastadora que alcanzó su clímax en el año 2008. A la par con esta negación rotunda de la naturaleza humana esencial de los trabajadores, maduraron en la sociedad norteamericana los elementos para la recuperación de la forma más alta de la misma por medio de una transformación revolucionaria del régimen económico-social capitalista. (Remitirse a los parágrafos La sociedad de consumo y la revolución y El otro del capitalismo de consumo es el socialismo integral, de este mismo trabajo). La crisis financiera internacional y el movimiento obrero norteamericano La crisis financiera internacional no provocó en los Estados Unidos fuertes movimientos de protesta de los grupos sociales más afectados; únicamente dio lugar a la elección de Obama como Presidente de los Estados Unidos y en él se depositaron las esperanzas del sector II de la economía y de la sociedad norteamericanas de que se satisficieran sus reivindicaciones más sentidas, que la crisis había colocado en primer plano, e impulsó una débil y efímera movilización de los migrantes latinos, quienes exigían una reforma migratoria que nunca se concretó y, al contrario, dio paso a una política antiinmigrante que, a partir de Arizona, se extiende rápidamente a otros muchos más Estados de la Unión Americana. Ningún grupo o sector de los trabajadores norteamericanos realizó acciones significativas de protesta contra el empeoramiento de sus condiciones de vida causado por la crisis financiera internacional. En los demás países del mundo, casi sin excepción, la crisis financiera internacional tuvo los mismos efectos que en los Estados Unidos. En algunos de ellos, como Grecia y España, a los cuales la crisis golpeó de una forma más grave, se registraron protestas multitudinarias de los trabajadores en contra de la política gubernamental y patronal que se aplicaba para tratar
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de resarcirse de los estragos causados por la crisis mediante el despojo a los obreros de sus empleos y el menoscabo de sus derechos y prestaciones. Sin embargo, estas manifestaciones estaban estrechamente circunscritas a los límites del régimen capitalista de producción y sus demandas no iban más allá de aquellas que el sector II de la economía ha presentado siempre en contra del sector I y que se concentran todas en la reivindicación de un modelo “más democrático” de acumulación de capital. No eran ni podían ser el punto de partida de un movimiento revolucionario de la clase obrera porque para ello faltaban varios elementos fundamentales: una teoría revolucionaria que hubiese superado el marxismo revisionista que hoy impera en el mundo, un partido revolucionario formado con base en esa teoría y un proletariado con una conciencia de clase que le hubiera sido imbuida por ese partido, todo lo cual comprende un largo y complicado proceso, el cual es tiempo que ni siquiera se ha iniciado. Así, hubimos de ver, inmediatamente que la crisis se manifestó más abiertamente y se empezaron a dar las protestas de los trabajadores, el júbilo rebosado de los marxistas postmodernos, quienes saludaban alborozados el amanecer de la revolución social, a cuyo carro, por cierto, se aprestaban a subir y, más adelante, desde luego, a conducir pertrechados con el bagaje teórico que habían mantenido bajo custodia, en estado de animación suspendida, por todos estos largos años. La crisis financiera internacional y la revolución proletaria Al principio de este trabajo señalábamos la relación directa que existió, hasta la segunda posguerra, entre las crisis económicas del régimen capitalista y los avances del movimiento obrero y de la revolución proletaria. La primera lucha del proletariado como clase específica del régimen capitalista, librada por los obreros franceses contra su burguesía en 1848, y la primera conquista del poder político por el proletariado, la Comuna de París de 1872, fueron consecuencia de sendas crisis económicas europeas de los años previos; de la misma manera, el establecimiento del socialismo en Rusia y la constitución del sistema de países socialistas fueron el resultado de dos grandes crisis económicas, políticas y militares, las guerras mundiales de 1917 y 1942. Sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo XX se observó un fenómeno distinto.
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El sometimiento del movimiento obrero internacional a la dominación ideológica y organizativa de la burguesía internacional, lo que se tradujo en el resultado de que la clase obrera internacional estuviese dotada de una conciencia burguesa y organizada en torno a reivindicaciones burguesas, el paso del capitalismo a una etapa superior de su desarrollo en donde sus características esenciales son llevadas hasta el punto más alto del proceso de aniquilación de la naturaleza humana de los trabajadores, el derrumbe del socialismo formal, que anunciaba la conclusión de una fase de la implantación del socialismo y el inicio de otra, con características específicas distintas, en la cual se debe implantar, además de la colectivización de la producción, la colectivización del consumo, lo que implica la anulación decisiva de la individualidad de los trabajadores y que será al mismo tiempo la reapropiación de la naturaleza humana de la especie, la revisión a que fue sometida la teoría del marxismo leninismo y la falta de un desarrollo creador de la misma que descifrase la naturaleza específica del capitalismo moderno y las nuevas condiciones en las que el proletariado tendría que desplegar su lucha, todo esto ocasionó que las crisis que durante este período se han producido, incluso la crisis financiera internacional que hemos venido analizando en este trabajo, por graves y catastróficas que fueran sus consecuencias para las condiciones de vida y de trabajo de los obreros, no hayan devenido en una acción del proletariado dirigida a preparar y llevar al cabo la revolución socialista. En lugar de ello, durante este período, cuando las crisis han producido los más graves daños a la clase de los trabajadores, éstos, guiados por su arraigada conciencia burguesa y organizados en agrupaciones burguesas, se han movilizado (cuando lo han hecho) únicamente por sus reivindicaciones también burguesas (un modelo de desarrollo económico más democrático, restitución de beneficios que la burguesía les ha arrebatado, combate al desempleo, incremento del salario y las prestaciones sociales, intervención del estado e, increíble pero cierto, ¡incremento de las inversiones productivas generadoras de empleo!). Las crisis modernas han tenido la virtud de reafirmar y reforzar la conciencia y organización burguesas de los trabajadores, confirmarlos como apéndices de un sector de la burguesía, y no los han llevado, ni podría hacerlo, a realizar ningún tipo de lucha revolucionaria. Toda esta actividad de la clase obrera constituye en realidad un generoso apoyo a un sector de la clase burguesa (sector II) y a la pequeña burguesía en su enfrentamiento con la gran burguesía o plutocracia (Sector I) para la
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defensa y promoción de sus intereses capitalistas; la clase obrera se desempeña entonces como ferviente impulsora del régimen capitalista. Queda ahora suficientemente claro que, en las condiciones del capitalismo moderno, la clase obrera únicamente podrá llevar a cabo una lucha revolucionaria por sus propios intereses cuando la intelectualidad radical realice previamente una titánica labor para reivindicar y desarrollar la teoría del marxismo-leninismo, se constituya en un Partido equipado con esa teoría enriquecida, se fusione con la clase obrera mediante un proceso de desalojo de su conciencia de la ideología burguesa y sustitución de ésta con la ideología revolucionaria y, por último, dirija a los trabajadores, plenamente conscientes de sus intereses de clase, en su lucha por la conquista del poder y la instauración del socialismo. La clase obrera, guiada por su partido revolucionario, podrá entonces luchar cotidianamente por sus propios intereses de clase, tanto en los períodos de auge como en los de crisis del sistema que está destinada a enterrar, y no tendrá que esperar, como en épocas anteriores, a que las condiciones económicas coyunturales lo empujen a la acción. Abril de 2011
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