El Club de la Microficción nº 2: ¡De cine!

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EL TINTERO DE ORO PRESENTA ABRIL 2022

Nº 2

MEGAHISTORIAS EN MICRORRELATOS

¡DE CINE! La película NO es como te la han contado


¿Ya ¿Ya has has leído leído nuestro nuestro primer primer número? número? Ilustración de M.A. Álvarez. Personajes de su novela Casos descartados


CUANDO DE DECIMOS que nos lo estamos pasando de cine o si, tras escuchar una historia, la calificamos como "de película" es que hemos disfrutado de lo lindo. En este número te presentamos 37 microhistorias de cine, inspiradas en títulos de película. Eso sí, ahí acaba su relación. Vas a descubrir hasta qué punto la imaginación es capaz de dar un nuevo sentido, de encontrar nuevas historias a títulos tan míticos de la gran pantalla, como El Padrino, Alien, Cantando bajo la lluvia y tantos otros que nos han servido para ofrecerte algo tan inusual como es que la literatura se inspire en títulos nacidos en el cine. Pasen por su propia voluntad a nuestra sala.


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EL PADRINO

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LA GUERRA DE LOS MUNDOS

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PORTERO DE NOCHE

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EL NOMBRE DE LA ROSA

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LA HABITACIÓN DEL PÁNICO

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TIEMPO

29

MEMORIAS DE ÁFRICA

33

TENER Y NO TENER

36

UNA HABITACIÓN CON VISTAS

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CANTANDO BAJO LA LLUVIA

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LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ

por Javier Sánchez Bernal por Cynthia Soriano por Isabel Caballero por David Serrano por I. Harolina Payano por Mayte López por Carmen Ferro por Emerencia Alabarce por Bruno Aguilar por Ana Piera por Alfredo Luqueño

PAN 45 PETER por Nuria de Espinosa

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LA CASA DE PAPEL por Mirna Gennaro

Í N D I C E


EL CLUB DE LA LUCHA

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SUPERMAN

55

EL CAZADOR

58

EL EXPRESO DE MEDIANOCHE

62

JACK SLATER IV

65

INTEMPERIE

68

EL HOMBRE TRANQUILO

71

ENTREVISTA CON EL VAMPIRO

75

EL SEÑOR DE LOS ANILLOS

78

SEÑOR, DAME PACIENCIA

81

CON LA MUERTE EN LOS TALONES

85

LA GRAN MURALLA

88

EL LAGO AZUL

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por Pepe de la Torre por Marta Navarro

por Josep Mª Panadés por Pedro Merchán

por José Casagrande por Mª Pilar Moreno por JM Vanjav

por Cristina Rubio

por Paloma Celada

por Francisco Moroz

por Chema Almudévar por Do.Lobera

por Raquel Peña


95

LA DAMA Y EL VAGABUNDO

98

VOLVER A EMPEZAR

102

UN GATO CALLEJERO

105

LA CENA DE LOS IDIOTAS

108

NADIE HABLARÁ DE NOSOTRAS CUANDO HAYAMOS MUERTO

por Puri Otero

por Carles Leo

por Mª Carmen Píriz por Isan Bairu

por Rosa Berros

114

DESAYUNO CON DIAMANTES

118

LA JAULA DE LAS LOCAS

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E.T. EL EXTRATERRESTRE

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ALIEN, EL OCTAVO PASAJERO

128

EL CLUB DE LOS POETAS MUERTOS

por Miguel Pina por Beba Pihen

por Jose Lezcano por Mik Way T,

por Mery Pérez

Atribución de autoría: Todos los relatos incluidos son propiedad de sus respectivos autores. Diseño y maquetación: David Rubio Contacto: eltinterodeoro@hotmail.com


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Porque jugar es el mejor sinónimo de escribir


¡DE CINE! POR FAVOR, TOMEN ASIENTO


Los 37 micros que estás a punto de disfrutar participaron en el reto de escribir una historia basada en el título de una película. Desubre que la película no es como te la han contado.


l a n r e b z e h c n á s r e javi

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¡HABÍA LLEGADO EL GRAN día! A través de la ventana, el resplandor del sol iluminaba la estancia y acompañaba la alegría de su corazón. Dejó vagar su mente… tantos años en busca de la felicidad y, cuando estaba a punto de rendirse, el amor sincero le había llegado inesperadamente, como el rayo que ilumina el cielo en el origen de la tormenta perfecta. Toda su familia estaba emocionada. Su hermana, quien le había prometido el regalo que siempre había soñado, había salido ya, camino de la iglesia. Se preguntaba qué sería, pero sabía que debía dejar espacio para que la sorprendiera. Se miró al espejo; el traje de novia era espectacular y ella se veía radiante. Caminó, nerviosa, por la habitación al tiempo que su madre la lla-

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maba para desayunar antes de que comenzara a vestirse. “La vida es bella”, pensó, y una sonrisa se dibujó en su rostro al recordar el primer beso. Repasó mentalmente cada una de las tareas de la lista que había preparado la noche anterior: el peluquero llegaría a las nueve y el maquillador, a las diez. En ese momento, se percató de algo que no encontró en el folio de papel escrito con letra esmerada, ¡los anillos! Marcó el número, mientras descendía las escaleras de dos en dos: —¡Papá, dime que llevas contigo las alianzas! —exclamó, con las pulsaciones desbocadas. La voz afable, acogedora, se adivinó al otro lado de la línea: —Tranquila, hija; confía en mí. Tú, simplemente, disfruta de cada instante…

Javier Sánchez Bernal

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o n a i r o S a i h t n y C

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—¿A dónde fue papá?

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—le pregunté a mi madre, quién miraba triste por el ventanal hacia las estrellas. Desde que vinieron los militares a casa, no lo había vuelto a ver. Ellos dijeron reclutamiento, pero yo aún no lo entendía. —¡Mira, mami, una estrella fugaz! Cuando mi madre captó aquella estrella, su expresión mudó a una de completo terror. ¿Por qué la asustaba tanto? La incomprensión comenzó a anidar en mí, cuando vi que la estrella comenzaba a comportarse de manera extraña. Parecía cambiar de dirección y acercarse a nosotros, ampliando su deslumbre a cada segundo que pasaba. ¡Iba a chocarnos! Mi madre actuó de inmediato. Me cubrió con su cuerpo al momento que la estrella chocó contra la superficie de nuestro planeta,


produciendo un gran estruendo. Fuera comenzó a escucharse un gran bullicio. Mi madre no pudo detenerme de salir de casa. Quería ver lo que sucedía fuera. Odiaba que nunca me explicaran lo que sucedía solo porque era un niño. —¡Hijo, vuelve! ¡Es peligroso! Por mi costado, pasó una legión de militares. Corrían en dirección a dónde había caído la estrella. —¿Papá? —Imposible. Él estaba entre ellos. Los seguí desde atrás. Abrí la boca al llegar al lugar. ¡No se trataba de una estrella sino de una nave espacial! De ella comenzaron a bajar seres uniformados. Ellos lucían completamente distinto a nosotros y tenían extrañas armas. —¡Peleen! —gritó el capitán de nuestro ejército—. ¡No permitan que los malditos humanos también capturen este planeta!

Cynthia Soriano

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o r e l l a b a C l e b a s I

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NI SIQUIERA ME MIRÓ. ¿Quién iba a fijarse en un anodino portero de noche del Gran Hotel Köning Von Ungaam? Me limitaba a dar un cortés: “buenas noches, señora. Buenas noches, señor”. Ella y su esposo, prestigioso director de orquesta, se alojaban en él durante sus conciertos en Viena. Siempre me gustaron los ojos verdes de Lucía engarzados en su cara tan pálida cómo un blanco nenúfar; su cuerpo andrógeno de adolescente; su rapada cabeza inclinada en mi entrepierna. Nunca había conocido a nadie que disfrutara tanto de una felación. En mi noche libre adquirí una entrada para el concierto en el Teatro de la Ópera. Los dioses quisieron sentarme justo detrás

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de Lucía. Desde mi asiento contemplé parte de su perfil. Un rizo rebelde se liberó del brillante pasador que le sujetaba el cabello. Dejé caer al suelo la hojilla del programa para tener la excusa de exhalar mi aliento sobre su cuello. Se giró hacia mí. Durante unos segundos eternos nos miramos. Sus ojos se agrandaron al reconocerme. «Max», pronunciaron sus labios sin emitir sonido alguno. He dejado de ser portero de noche, ahora soy cliente del hotel. Desde la ventana de mi habitación contemplo la catedral de San Esteban, las torres apuntan al cielo con sus agujas afiladas; la del lado sur, la más alta de las cuatro, parece un dedo acusador. Me enfundo el uniforme de comandante de la SS incluida las botas militares con las que someto, una vez más, a mi amada perra judía.

Isabel Caballero

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Nº 4032 — febrero 2022

Cultura, actualidad y entretenimiento

VILLA HERBANIA Isabel Caballero

A Lucía todo le provocaba curiosidad, en especial las palabras, esos pequeños tesoros que guardaba en el cofre de la memoria. Sus circunstancias existenciales, siendo mujer, pobre y cabrera, no le permitían desarrollar su voracidad intelectual, pero la montaña rusa de la vida tenía sorpresas reservadas para ella…

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bajo mi embarcadero David Serrano

Si encuentras las palabras adecuadas, todo tiene cabida en una hoja en blanco. Sorpresa, ilusión, miedo, amor, pasión… 39 relatos que intentarán hacerte disfrutar. A veces te pintarán una sonrisa y otras te arrancarán una lágrima. Historias para soñar despierto y hacerte sentir libre, porque, como dijo Friedrich Schiller, «la libertad existe tan solo en la tierra de los sueños», y lo que tienes en las manos no es más que un sueño llevado al papel.


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DICEN QUE EL NOMBRE que nos ponen al nacer marca el resto de nuestra vida. La vida de Jacinto es un claro ejemplo. En primaria solía ir detrás de Margarita, una niña rubia y risueña que le hacía caso según soplase el viento, pero todo comenzó a tomar forma en su adolescencia, durante unas vacaciones estivales en el pueblo de sus padres. Su prima Hortensia le empujó al interior de un granero cuando volvían de la feria. Hortensia era tres años mayor que él y rezumaba sensualidad adolescente. Sus curvas hicieron que olvidará su parentesco y el mundo exterior y disfrutara del cuerpo de una mujer por primera vez en su vida. Violeta fue su primera novia. La conoció en el instituto y, al contrario que Hortensia,

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era pequeña y delicada. Lo iluminaba todo con su fresca sonrisa, pero le faltaba intensidad, la intensidad que encontró en Rosa. Rosa fue una relación a espaldas de Violeta. Nunca le pidió que la dejara, al contrario, marcó distancias desde el principio, pero cuando se dejaban llevar terminaba con el cuerpo impregnado en su aroma y la marca de sus “puas” decorándole la espalda. Con Azucena logró la estabilidad que necesitaba, una mezcla entre Violeta y Hortensia que consiguió llevarle al altar y cinco años después, ya le había hecho padre de dos preciosos hijos. Parecía que por fin había encontrado la flor que tanto había buscado, pero la vida de Jacinto cambió por completo una tarde de Abril, cuando conoció a Narciso.

David Serrano

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N Ó I C A T I B co

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todos los días, melisa tenía la misma conversación con sus dos hijos gemelos. Cuando pasaba por el pasillo hacia su habitación, no podía dejar de mirar el tremendo desorden que imperaba en la habitación de juegos de la casa. Sus gemelos de ocho años son una monada, pero dejan todo tirado, incluso hasta en el pasillo. Y es que no lo hurtan, lo heredan del padre que tiene el otro lado del salón igual de desordenado. No bien entra al salón tira la ropa sobre un viejo mueble y los zapatos los suelta al aire sin siquiera prestar atención. Ya ha roto varias veces la bombilla, tamaño susto se lleva, aun así, lo sigue haciendo… No hay servicio que dure y, se entiende, no es para menos. Cada día Melisa está más exhausta, cree que quizás hay cierta mal-

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dición en esa vieja casona, no le gustaba el lugar, pero Fausto se sintió atraído por ese gran salón y decidió no llevarle la contraria y comprarla. En el pueblo se comenta que había una sala de cine en la casa, y que los espíritus la habitan. Ella hasta llegó a pensar que eran ellos los que incitaban a que ensuciaran y regaran todo el salón. En su afán por resolver la situación, decidió decorarlo terroríficamente, pensó que tal vez así dejarían de entrar a la habitación al menos los niños. Pero tampoco Fausto entra, y ha optado por llamarla “La habitación del pánico”. Y créanme que no es para menos…

I. Harolina Payano

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z e p ó l e t y a m

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como todos los lunes visitaba la oficina de la Tesorería de la Seguridad Social. En la puerta de entrada le recibían dos vigilantes. —Buenos días, quería hacer una consulta sobre mi pensión de jubilación. —Buenos días, ya le dije la semana pasada que no se puede atender al público, ya sabe, la pandemia. —Bueno, les dejo mis datos y se los dan al funcionario, cuando pueda que lo mire y yo pasaré la semana próxima a recogerlo. El señor se fue a su casa. Hacía un mes que había cumplido los 65 años y aún no le habían reconocido la pensión de jubilación. Siguieron tres meses más de visitas infructuosas. Esta última semana, los vigilantes se ex-

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extrañaron de que el ‘Señor de la pensión’ no hubiera venido. —¡Qué raro! —Sí…hoy que la oficina abre, resulta que no viene él. Era lunes y la oficina estaba abierta al público. —Pepe, tengo aquí varias notas de un señor que parece ser que está viniendo todas las semanas a preguntar sobre su pensión de jubilación. ¿Lo miras y calculas tú? —Ok. Lo miro y te digo. Transcurridos unos minutos… —¿Qué pasa, no ha cotizado lo suficiente? —Sí, 40 años cotizados. Pero los datos son muy extraños. —¿Qué problema ves? —Según la base de datos, falleció hace 20 años, y además no consta que le reconocieran la pensión de jubilación.

Mayte López

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o r r e f n e m r S ca A I

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el atardecer en orán tiene un color especial. La bahía se iluminaba de sol en retirada cuando pisé África por primera vez. Dos días después me despedí con desgana de aquella ciudad, mágica, desperezándose bajo la luz oriental que la pinta de tonalidades africanas. Recorrimos el borde del continente en autobús, hacia Tipasa. Llegamos cuando anochecía sobre un espejo de luces. Al día siguiente, abrí la ventana del cuarto de un hotel encallado en el tiempo, y contemplé su mar. Entonces comprendí el verdadero significado de la palabra turquesa. Paseamos por las calles que transitó Camus. Éramos dos extranjeros, agarrados de la mano, en un mundo de mezclas de pasado y presente. Deslumbrante.

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Entre las ruinas de una ciudad que se desmorona hacia el mar, quisimos casarnos una tarde, sin más ceremonia que el juramento de amor eterno escrito en las miradas, y aquellas piedras históricas como únicos testigos. Celebramos la pasión en un lugar poco recomendable de Argel, la ciudad que una vez fue tan francesa como mis padres. De aquella supuesta gloria aún quedan algunas herencias. Y la librería donde mi padre compraba historias, ahora de nombre árabe, como su dueño. La fascinación nos esperaba en Constantina. Majestuosa en su paisaje de piedra, con su gloria pasada esperando vernos cruzar sus puentes. Todo eso pasó antes de perderme en una ciudad desenterrada del manto protector de la arena: Timgad. Ahí me quedé varada. Despierto sudorosa. Grito tu nombre. —Estoy aquí, amor—me calmas. Apesta a suero medicinal.

Carmen Ferro

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Y R E R N E E N T E T O NO VIA

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quise ser bogart.

La voz que hablara desde dentro de mí. Si me necesitas, silba. Sabes cómo hacerlo, ¿no? Solo tienes que juntar los labios y soplar. Aaah, la Bacall, la maravillosa Lauren. Yo nunca quise ser una casualidad, pero lo fui. Me lo dijo mi mujer cuando la conocí. No era mía, no sé porque digo esto. Tal vez esperaba llevarme los créditos de esta película. Nací cuando ella me besó y morí con tres vasos de vino cuando me abandonó. Se escapó con un concejal fanático...; quisiera que lo hubiera matado antes de que se fuese con él. No soy nada romántico ni tampoco...

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Nunca he hecho planes a largo plazo. Tal vez en eso fallara, pero siempre me quedará París.

Emerencia Alabarce

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—Esto es lo que quiero para mi casa. Las vistas desde la terraza de la habitación del hotel donde pasan las vacaciones son espectaculares. El mar se agita ante él tranquilo como un bello animal adormilado, cubierto por un cielo limpio de nubes en el que revolotean decenas de gaviotas de blanco purísimo. Cádiz dibuja una línea quebrada hacia su izquierda, colmada de luz, y a su puerto recala en lenta maniobra la enorme estructura de un crucero con su cargamento de turistas ávidos de sol. Desde luego, un horizonte así es imposible en su ciudad de residencia, interior y calurosa como pocas, pero se conformaría con un ático desde donde poder disfrutar del

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verdor de un parque centenario o del ajedrezado de las azoteas del barrio viejo, erizado de antenas de televisión entre líneas infinitas de colada puesta a secar. «Cuidado con lo que deseas, puede hacerse realidad». No termina de evocar la célebre frase atribuida a Oscar Wilde –él la conoce por El cuervo, película de culto noventera donde Brandon Lee hallaría fatídicamente la muerte–, cuando le sorprende verse saliendo de la recepción del hotel junto a su familia, cargados de todos los pertrechos necesarios para disfrutar de un plácido día de playa. Un chirrido de neumáticos seguido de un golpe seco le anuncian que la máxima se ha cumplido en esta ocasión, y con la fatalidad inherente de su nueva esencia fija la vista en un borreguito de espuma en medio del prado azul del mar.

Bruno Aguilar

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parados en medio de aquella selva de verdor perenne, con la opresiva humedad pasando la lengua por nuestros cuerpos rotos esperábamos la señal del comandante. Era él un hombre de baja estatura y mirada cruel que se paseaba entre nosotros exhibiendo en su rostro una mueca de satisfacción. No era muy frecuente que nos sacaran de las celdas en grupo. Miré de reojo a los demás: parecíamos espantapájaros obscurecidos y deshilachados por el tiempo. Reconocí con dificultad a Sanders a White y a Thompson. Había uno con la cara tan hinchada que parecía un globo sanguinolento a punto de explotar. Imposible saber de quién se trataba, pero adiviné que los

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gritos de dolor que inundaron la noche habían sido suyos. Vi también a los soldados norvietnamitas cercándonos, listas sus armas en caso de negarnos a los caprichos de nuestro atormentador. Sobre nuestras cabezas el cielo comenzó a resquebrajarse y un viento insidioso se levantó y nos lanzó arena a la cara hasta que el cielo se derramó y cortinas de agua nos envolvieron. El comandante se apresuró a colocarse bajo un tejado y como si fuera un ceremonioso director de orquesta comenzó a mover sus manos lentamente haciendo semicírculos… La señal. Absurdamente abrimos todos nuestras bocas … cantando bajo la lluvia.

Ana Piera

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o ñ e u q u l o d e r f al

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el viento impetuoso se empeña en modificar la topografía ondulante de las arenas del desierto arábigo. No parece consentir las formas angulares de las casas de campaña de una caravana y emprende su fuerza contra ellas. Alojado en la más opulenta, el viejo Al Rashid se dispone a escuchar con mansa actitud la lectura de su joven esposa. El velo que cubre su rostro deja a la vista las marcadas cejas y los ojos sugerentes. El brillo que emite es enigmático; la promesa y la sumisión son ideas aproximativas de ese destello. El viejo le indica que no es necesario que use su shayla verde, ella lo retira de su rostro y levanta la mirada con poderosa lentitud que lo subyuga, pero es el lu-

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nar de obsidiana que ella tiene clavado junto a la boca el que le hace perder la voluntad. De modo que posa sus labios allí con la misma devoción con que besa el Corán, con la preeminencia de acceder a un paraíso más tangible e inmediato. Tras minutos de escuchar la voz armoniosa de su esposa con que va narrando la trama, Al Rashid duerme y continúa la historia en sueños. Por tanto, no puede enterarse de los estragos que suscita el viento en la vasta noche: la puerta de su Jaima revolotea, a poca distancia enreda dos figuras con la muselina del atuendo de la doncella y le arrancó su shayla que vuela a su arbitrio para dejar al descubierto un lunar de ubicación seductora.

Alfredo Luqueño

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isabel vio unas luces que volaban por su habitación. Eran Hanna y Fanny, dos hadas. Un año después, en Navidad, Isabel esperaba a las hadas. Había hecho una cajita de madera barnizada, con un pequeño corazón en la tapa. Esperaba nerviosa sentada al borde de la cama. Sin darse cuenta Isabel se quedó dormida. De pronto, dos luces aparecieron en la habitación. Hanna y Fanny cogieron los regalos, miraron a Isabel y se marcharon para no regresar nunca. No podían revelar su secreto. Si los adultos conociesen su existencia, su mundo, gobernado por la inocencia desaparecería. Isabel, aquel día, había dejado de ser una niña. Isabel pasó noches, días, años, esperando a sus amigas, preguntándose ¿por qué no

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volvieron a visitarla? Se entristeció y una aflicción invadió su mente. Decidió esperar convencida de que Hanna y Fanny volverían. Meses después… —Permanece en estado de melancolía. No sé explicarlo, está ausente —dijo el doctor, frunciendo el ceño—. Desde qué… Evitó continuar, la mujer observaba. Por unos instantes el doctor titubeó y miró a su acompañante, la paciente aparecía con la mirada perdida. Los doctores se miraron. Uno cogió su pluma y anotó: reclusión. El otro hombre escribió: “Continúa en su mundo de fantasía…”. Siguió escribiendo: “…la noche, las hadas, ausente, tratamiento: electroshock”. Después se marcharon. Tras la puerta, unas luces aparecieron tras el cristal. Isabel sonrió, abrió la ventana y se dejó fusionar por ese mundo de fantasía en compañía de sus amigas las hadas.

Nuria de Espinosa

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o r a n n e g a mirn

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MI HERMANO Y YO creábamos nuestro mundo a la hora de la siesta. Nos escabullíamos por la puerta de la cocina y nos internábamos en el galponcito del fondo, donde se guardaban cosas viejas. No entendíamos por qué esas cosas eran consideradas inútiles. Nosotros encontrábamos todo útil: libros, carteras, zapatos, retazos de tela, lámparas de kerosene, botones, papel de diario, un sillón con el asiento roto, un espejo. Con papeles de diario colgados de una soga con broches de ropa, armamos una tienda, una especie de casa, donde fuimos colocando cajas de cartón como muebles y telas como cortinas. Nuestro mundo era liviano, nómada, libre. Dentro de la casa de papel

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decidimos tomar el té mirando hacia afuera donde había animales salvajes y una selva de escobillones y sombrillas. Años después, la vida nos distanció. Nos volvimos a reunir recién cuando mi padre enfermó. Semanas más tarde, luego de la muerte de nuestro padre, asistimos a la lectura del testamento. Había una lista de cosas que debíamos decidir cómo repartir entre los dos. El escribano leyó la lista completa, luego nos entregó la llave de la casa. Miré a mi hermano y lo llamé a un aparte. ¿Qué habrá pasado con las cosas del cuartito del fondo? No sé. ¿Las habrán tirado? El siguiente sábado nos encontramos en la casa. Abrimos el cuartito y, para nuestra sorpresa, allí estaba todo: diarios, cajas, broches, telas… ¿Hacemos una? preguntó él. Dale. Y que la selva siga estando ahí afuera.

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Mirna Gennaro

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FEBRERO 22

nº 28

MAGAZINE MÁSCARAS SIN NOMBRE JOSÉ ESPÍ

«Mascaras sin nombre» es una compleja novela fantástica que, bajo la apariencia de una historia distópica de ciencia ficción, posee un trasfondo psicológico que hará cuestionar la propia realidad social, y es que, ¿percibimos todos el mundo de igual modo o nos movemos entre distintas realidades?

el juego es entropía cero

MIRNA GENNARO

En un libro de cuentos solemos encontrar viajes a mundos imaginarios. La mayoría de las veces, esos mundos proceden de la fantasía o de la realidad. Pero ¿qué pasa cuando se nos plantean fantasías posibles con alguna probabilidad de convertirse en reales?

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la primera regla del club de la lucha es: jamás se habla del club de la lucha. Sábado. Ha pasado la semana. Aún tengo el cuerpo destrozado de la última pelea. Segunda regla: ningún miembro habla del club de la lucha. Al fondo asoma el local. La viuda negra, con su bastón, el tío «cuadrao» y la carnicera hacen cola. Tercera regla: ¡apañátelas! Se abre la persiana y acceden. Asomo por la puerta; ese asiento de primera fila para tal teatro de destrucción masiva. Entro. La viuda discute con el tío «cuadrao». —¡Los he visto primero! Pero este, ese canijo de mentalidad cuadriculada, pasa y agarra todos los puerros. Cuarta regla: se permite usar armas.

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La carnicera se interpone. Todos quieren puerros. Detrás, la viuda ondea su garrote. Quinta regla: la pelea termina al cierre comercial. Los bordeo y me sitúo delante del dependiente. Este me mira con hastío, asco o como la mierda contante y sonante del mundo. Saco la nota de mi madre. Somos una generación de niños criados por mujeres. Leo jabón, lejía y... ¡puerros! Me giro con un respingo. La pelea es esplendorosa. Sexta regla: si vienes al club debes luchar. Muevo espasmódicamente la cabeza. —¡Ah! —grito. Soy la venganza autosatisfecha de "Jack". La viuda y la charcutera empujan al tío «cuadrao». Los puerros caen. Cojo un puñado y salgo, pero algo me detiene: un bastonazo. —¡Ay, hijo! Perdona. Caigo. Todo se funde en negro. Esta es mi vida, y se acaba a cada minuto.

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pepe de la torre


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todo ha salido mal. Estrepitosamente mal. Un fracaso total, vaya. Eso es lo que ha sido. Y no entiendo qué ha fallado porque en teoría mi plan era perfecto. En teoría, claro, solo en teoría. En la práctica a la vista está que no lo ha sido. En fin, que lo había preparado todo con mimo y repasado cientos de veces. Meses y meses de trabajo sin dejar un solo detalle al azar, cabina incluida. Que esa es otra: medio mundo he tenido que recorrer para encontrar al fin la dichosa cabina de teléfonos. El traje, el peinado litros de gomina, caracolillo en la frente la coreografía... Todo perfectamente ensayado, ya digo. Tres vueltas a la izquierda, tres a la derecha, espiral, torbellino, puño en alto y... ¡voilà!.

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Tejado por los aires y a volar. ¡Parecía tan fácil! Y, sin embargo, lo único que he conseguido ha sido darme de morros contra el suelo y una brecha en la ceja digna del mejor combate de boxeo. Suerte que nadie ha presenciado semejante ridículo. Eso creo, al menos y es lo único que ahora me consuela. Aunque cuando se me pase el susto y el mareo quizá lo vuelva a intentar. Tampoco Clark Kent acertaría a la primera. Vamos, digo yo...

marta navarro

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S É D A N A Mª P

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ANSELMO, ES UN APASIOnado de la caza, que acostumbra practicar con algunos compañeros cazadores como él. «Mucha gente no entiende lo emocionante que es cazar, ir tras una presa, pacientemente, hasta abatirla de un disparo certero. La caza no solo es un deporte, es un arte» —suele decir. Pero hoy es un día especial; nadie más ha podido acudir a la cita. «Allá ellos —piensa—. Cuando vuelva a casa con una buena pieza lamentarán no haber venido » Todavía no ha visto ningún ejemplar, pero algo se ha movido entre la maleza. Se acerca con sigilo. Le parece oír una respiración agitada. Y otra, y otra. Cada vez más cerca. Quizá se trate de otros cazadores. Si se mue-

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ve pueden dispararle, así que decide identificarse: ¡Eh! ¡No disparen, soy un cazador! —grita. De pronto, algo surge raudo de la espesura. Viendo lo que se le viene encima, Anselmo se lanza a la carrera hacia su todoterreno. Ahora son más de diez sus feroces perseguidores. Corren como gamos. Ha llegado la oportunidad que han estado esperando. Han aprendido de los humanos, pero ellos son más rápidos. No necesitan armas, solo sus afilados colmillos. En su huida, Anselmo cae por un terraplén, quedando a merced de sus captores. Ahora es él quien profiere gritos de auxilio. El jefe de la manada se le acerca y, sin demora, le clava sus largos colmillos en el abdomen. Aunque lo merezca, no vale la pena prolongarle el sufrimiento, no somos como ellos —piensa la bestia.

JOSEP Mª pANADÉS

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ROJO Y NEGRO

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HISTORIAS QUE NO TE DEJARÁN ES C APAR

Casos descartados M.A. ÁLVAREZ

Sigmund Sikerteils se empeña en resolver todo caso de carácter insólito o sobrenatural que es rechazado por los agentes de la comisaría de Greheim. Sin llegar a ser un auténtico detective, logra solucionar una serie de sucesos con relativo éxito. Sin embargo, pronto descubrirá que algunos de esos casos esconden un trasfondo más complejo de lo que imaginaba.

irreal como la vida misma

Josep mª Panadés Con la fantasía como telón de fondo, te presento veinticuatro relatos cortos cuyo parecido con la realidad es pura coincidencia. Bien podrían ser auténticas, con un giro de irrealidad, de ahí el título de la obra. Descubre dónde está la fina línea que divide realidad e irrealidad.


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el elegante caballero contempló su imagen en el espejo y atravesó la puerta. En el vagón de cafetería, una lujosa barra curva ocupaba todo el lateral frente a las ventanas. Sentada en el centro había una mujer aburrida. El hombre eligió una de las esquinas. —¿Qué tomará, señor? —preguntó el camarero. —Whisky. Y sírvale un trago a la señorita. La mujer lo miró dedicándole una sonrisa entrenada. —Gracias por la copa —dijo. —¿Puedo acompañarla? —preguntó él. —Por supuesto, siéntese —respondió ella. Charlaron mecidos por el traqueteo del tren. Ella le habló de su trabajo como alta funcionaria del estado y él acerca de su investiga-

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ción sobre enfermedades raras. A la tercera copa, parecían conocerse de toda la vida. —Me encanta tu perfume. —Y a mi tu bigote—dijo ella, deslizando una pícara sonrisa. Salieron de la cafetería y atravesaron vagones besándose como animales en celo. En el compartimento de ella, se desnudaron presos de una ardiente urgencia. El hombre le besaba el cuello desde atrás cuando el vestido cayó al suelo. Por la ventana, una luna de sangre coronaba la montaña. Un reflejo imperceptible y plateado precedió al golpe seco. El hombre tapó la boca de la mujer y le susurró al oído. —Esto, por todos aquellos niños de Mauthausen-Gusen. Cuando ella dejó de respirar, él se arrancó el bigote postizo, la peluca y salió del compartimento. En la siguiente estación, nadie reparó en un hombre calvo, con gafas y cojera que abandonaba el tren.

pedro merchán

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IV

e d n a r g a s a c é s o j

R E T A L S K C JA WW

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N.C O I S U

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LA DETECTIVE DORIS necesita pensar. Usualmente cuando está bajo el estrés de su profesión solía escapar hacia la fantasía que proporcionaba una tarde de cine en el teatro local. Hoy presentan el aclamado film, de producción criolla, Nation's Pride . Los graves acontecimientos que rodeaban el sonado caso de la muerte de los tres jueces de un Reality le tenían los nervios destruidos, no le gustaba el manejo que le estaban dando al caso las altas jerarquías policiales, en especial que trajeran a una inspectora rival a la cual detestaba. Y lo peor: su rival no correspondía sus desafectos, quizás ni siquiera notaba cuánto Doris la odiaba, y eso la hacía enojar más.

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Ciertamente Doris amaba muchísimo a Boris, pero la fulana venida de otra ciudad como que le hacía miraditas descaradas a su amado de vez en cuando. Está pensando en todos estos problemas cuando por el rabillo del ojo nota que en el teatro también se encuentra otro de los detectives de la estación de policía, se trata de Jack Slater. No trataba mucho con él, pues ella estaba ayudando a homicidios y Slater trabaja en el departamento de narcóticos. En realidad nunca habían tenido mayor oportunidad de charlar, porque en parte le disgustaban los tipos con ese estilo tosco de vaquero a lo John Wayne. Sin embargo está tan desolada y desesperada que sin que él se de cuenta, ella se le acerca por detrás y le dice casi en el oído, con una voz de susurro sensual, "Hola, detective Slater, ¿Vienes con frecuencia a esta sala de cine ?".

JOSÉ CASAGRANDE

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LO B . O N

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T.C O P S

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era un mediodía del mes de agosto. Acompañaba a mi hermana mayor a la botica que estaba en otro pueblo, a cuatro kilómetros. En el camino nos topamos con Perico, el burro del vecino, atado por el ronzal a una piedra. Con cautela nos lo llevamos. «Móntate. Yo te ayudo», dijo mi hermana. Me lanzó con tanta fuerza que fui a caer al otro lado. «No creo que sea tan difícil. ¡Agárrate a la crin!», insistió. «¡Venga, arriba!» Me agarré fuerte, pero Perico, con un trote desmañado, acabó conmigo en el suelo. Entonces, con la cabeza gacha y las patas esparrancadas, se negó a dar un paso más. Desesperadas con aquel asno, bajo los ardientes rayos del sol, nuestros pies se

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arrastraban pesados levantando el polvo del sendero. El campo alrededor, hasta donde la vista nos alcanzaba, se veía encendido de luz, sin una brizna de sombra. En el momento que bajábamos la loma enfrente de la botica, Perico nos adelantó. Despechado con nosotras, iba a trote borriquero y nos hizo correr detrás hasta alcanzarlo. Atardecía cuando regresamos. Vimos al vecino sentado en la piedra donde lo ataba. Bajo la boina negra, su cara era la de un viejo irascible con ganas de golpearnos con la fusta que tenía en la mano. Se levantó renqueante y agarró el ronzal con una sacudida. Se subió a la piedra y montó erguido a Perico, hizo un chasquido y el burro empezó a avanzar a trote ligero orgulloso de llevar a su dueño.

Mª pilar moreno

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v a j n a v jm

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ES CURIOSO QUE TUS semejantes te encasillan por como creen ellos que tú eres basándose en suposiciones y la forma en que les caigas. Yo he tenido muchos apodos y motes, todos ellos menospreciativos y hasta vejatorios por el simple hecho de no gustarles mi aspecto o forma de ser. Esto en la juventud me llevó a ser bastante solitario, reservado y, por supuesto, independiente. Con los años, y bien experimentado en decepciones con mis congéneres humanos, llegué a la encrucijada de tomar el camino de la amargura por tanta frustración, o de la indiferencia con mis detractores. Después de probar la primera senda me di cuenta que yo era el más perjudicado no teniendo

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inconveniente en retroceder para tomar la otra vía alternativa. Desde ese momento, solté el lastre de las apariencias y empecé a decir lo que pensaba con normalidad y sin acritud. Cuando metía la pata, y la sigo metiendo, me disculpo y a otra cosa mariposa. Ahora, todos los que me conocen, me llaman inconsciente, loco o hasta infantil, por mis salidas tan espontaneas; algo que yo tomo más como halago que como reproche. Así que no he acabado como un tipo triste y amargado, ni siquiera como un viejo gruñón. Algo que a mis vecinos y conocidos, tan chismosos como detractores de vidas ajenas, les debe fastidiar un montón; sobre todo cuando les digo hola o adiós, sonriendo con la mayor naturalidad. Por eso, ahora en mi barrio, yo soy conocido como El hombre tranquilo.

JM VANJAV

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¿SABÍAS QUE...? La primera adaptación al cine de una obra literaria data de 1899, La cenicienta de George Méliès. De hecho, según el Guiness, es la obra más adaptada en la historia del cine.

Los personajes literarios con más apariciones en películas son Drácula, con 272, seguido de Sherlock Holmes, con 254.

La Biblia ha inspirado más de 200 adaptaciones inspiradas en alguno de sus pasajes.

Los autores cuyas obras han sido más adaptadas al cine son: Shakespeare, los Hermanos Grimm, Charles Dickens, Jane Austen, Agatha Christie, Dostoyevski, Tolstoi, Julio Verne, H.G. Wells, las hermanas Bronthë, Edgar A. Poe, Stephen King y nuestro Cervantes.

Aunque lo habitual sea que el cine adapte una novela, también ocurre al revés, aunque generalmente más enfocado a razones de mercadotecnia que artísticas. En este apartado se llevan la palma las sagas de Star Wars y Star Trek.

2001, Una odisea del espacio la escribió Arthur C. Clarke en paralelo a la adaptación al cine dirigida por Stanley Kubrick.


O I B U R A N I T S I CR

N O C A T S I V E R T N E VAMPIRO EL CAJ

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ESTABA ESPERANDO PApara que me hicieran una entrevista de trabajo. Rafael, la persona que me iba a entrevistar, me pidió que entrase en su despacho. Al verle me impresionó. Era alto, muy delgado y extremadamente pálido. Cuando me dio la mano noté que estaba helada y sentí un escalofrío. Nos sentamos y me preguntó lo típico: experiencia profesional, formación académica, fortalezas, debilidades…En mi última respuesta dije algo gracioso y sonrió. En ese momento, me quedé atónita pues vi claramente dos largos colmillos asomando tras sus labios rojos. Entonces, Rafael quiso saber: ―¿Por qué quieres trabajar con nosotros?

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Yo guardé silencio. Rafael me miró atentamente y yo seguía sin decir nada. Se levantó de la silla y fue hacia una pequeña nevera. De ahí sacó un frasco de cristal con un líquido algo espeso y rojo. Bebió, un trago, dos tragos. ―¿Qué crees que estoy bebiendo? ―me preguntó mirándome desafiante. Yo continué guardando silencio. ―Seguramente piensas que es sangre. Pues efectivamente, es sangre. Pero prefiero la que brota de un cuello como el tuyo. Acto seguido, Rafael se abalanzó sobre mí dispuesto a morderme. Entonces mis manos convertidas en grandes garras me protegieron el cuello. ―¡Eres una licántropa! ―gritó Rafael enfurecido y yo salí a cuatro patas huyendo de allí a toda prisa.

CRISTINA RUBIO

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a d a l e c a m palo

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anselmo se sentía empoderado. Mientras caminaba hacia el altar llevando del brazo a su hermana, pensaba que él, como padrino de los novios, era también protagonista y bien mirado el amo y señor del evento al portar los anillos del enlace. Aquellos anillos tenían poder, sin ellos no habría casorio. Tenía un poco de manía al que se iba a convertir en su nuevo cuñado, un tipo engreído. Llegó a fantasear con perder los anillos y así evitar la boda, al menos retrasarla hasta que se encargaran otros nuevos. El enamoramiento cerril de su hermana hacia su prometido le disuadió, aunque menudo susto se llevaría ese imbécil, pensó con una

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sonrisa mientras el cura comenzaba a oficiar la ceremonia. En un gesto instintivo se llevó la mano al bolsillo para comprobar que la cajita de los anillos seguía allí y resultó que no. Alarmado miró en derredor. ¿Se le habrían caído al entrar en la iglesia? Al salir del coche estaban en su sitio. La sonrisita maléfica del niño portador de las arras, sentado a su lado, le alarmó. En los deditos infantiles estaban los anillos. ―Dame esos anillos ahora mismo ―susurró sin mover demasiado los labios y dándole una colleja flojita. ―¡No! ¡Son míos! Brillan mucho ―contestó el mocoso. ―¡Que me los des! ―¡No! ¡Mi tesoro! ―gritó el niño corriendo para escapar de la iglesia. Mientras la concurrencia asistía a la escena asombrada, Anselmo pensó que después de todo la boda no se iba a celebrar. Cosas del destino.

paloma celada

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Z O R O M O C S I C N A FR

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estoy a punto de perder los papeles y de echarle las manos al cuello, cuando por enésima vez el personaje me repite que él, es, en virtud de un nombramiento legal, regulado por el derecho administrativo, dictado en el artículo ocho del real decreto legislativo. Un funcionario vinculado a la entidad pública, que desempeña ciertos servicios profesionales como el de tramitación, información y facilitación a personas como yo. De los recursos que el estado de la nación pone a disposición del peticionario. Que debidamente, de forma adecuada, y por medio de los canales burocráticos que el gobierno actual pone al servicio de la ciudadanía, mediante la gestión de herramientas, concesión de licencias,

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sellos, pólizas. Pago de gravámenes e impuestos, y aporte de la documentación necesaria, poner en marcha los proyectos que el usuario o contribuyente en cuestión, requiere. Cuando hace la pausa obligada para respirar, y sin darle tiempo a que continúe la perorata explicativa de lo que es, a lo que se dedica y para lo que está en este mundo. Le digo lo más calmadamente que puedo, con claridad meridiana, vocalizando en exceso para que no haya lugar a dudas de cuál es el mensaje que le quiero transmitir en forma de pregunta y a modo de ultimátum. Mientras en ningún momento corto la línea visual que va de mis ojos a los suyos, para que se centre en lo precario de su integridad física. –No te lo vuelvo a repetir cariño ¿Vas a bajar la basura?

francisco moroz

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N º 708 F EB RERO 2 022

RELATOS SIN RUMBO FIJO Francisco Moroz

El contenido de este libro es variopinto y sin un rumbo fijo definido; como bien indica el título, ¿para qué nos vamos a engañar? Las cosas claras desde el principio. Lo conforman pequeños relatos que cuentan una historia completa con un argumento sencillo, que, al igual que las parábolas, las fábulas o los cuentos, dejan moraleja, conclusiones, reflexiones, o, simplemente, una cara de sorpresa originada por un final inesperado. Pero en ningún caso te dejarán indiferente.

Un Mundo para leerlo

Diccionario en tono de humor

José Mª Almudévar

En Diccionario en tono de humor el autor reinventa el significado de más de 1200 palabras existentes en la lengua española. Observa cada una de ellas desde la perspectiva que más llama su atención, para terminar dándole una personal defnición que, en muchas ocasiones, al lector se le antoja — además de divertida— más lógica que la oficial.


r a v é d u m l a a m e h c

e t r e u m a s l e n n o o c os tal l n e B

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para la mitología griega, Aquiles fue el principal héroe de la Guerra de Troya. En la Ilíada de Homero fue el más fuerte, rápido y bello guerrero que se vio jamás. Su padre, Peleo, era el rey de los mirmidones; su madre, Tetis, una ninfa marina. Pasó toda su vida con la muerte en los talones, saliendo airoso de tantas y tan complicadas batallas que se llegó a pensar que era cierta su inmortalidad. Cuenta la leyenda que el río Estigia volvía inexpugnable cualquier parte del cuerpo que se sumergiera en sus aguas, por lo que Tetis había introducido en ellas el cuerpo de su hijo para hacerlo invencible. Transcurridos unos años, cuando lo vio muerto por una herida en el pie, la mujer recordaría

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que en aquel baño estaba sujetándolo por uno de los talones, motivo por el cual esa parte del cuerpo del niño no había adquirido la pretendida invulnerabilidad. De todo ello se deduce que, en este caso, “con la muerte en los talones” no significa que se los estuviera pisando porque le seguía de cerca, sino que se había refugiado en ellos por no tener otra parte de su anatomía donde atacarle.

chema almudévar

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N A R G A A L L L A R E B O L . O D

A R U M DOL

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CUANDO ERA NIÑO MIS vecinos construyeron una gran muralla para separar ambas casas. Cuando se lo pregunté a mis padres se sorprendieron pues ellos no veían una gran muralla. No sé como podían estar tan ciegos. Cada día la muralla era más grande y pronto rodeó toda la casa. Tenía miedo de lo que podía esconderse ahí pues siempre oía ruidos extraños que mis padres no escuchaban. Y crecí con miedo de esa muralla, de esa casa y de esos extraños vecinos. Un día, cuando ya iba al instituto, llegó una chica que se sentó a mi lado y a la que ayudé a conocer el colegio, a los profesores… Ese día la acompañé a casa y vi como se paró en la casa de mis vecinos. Armándome de valor

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la acompañé hasta la puerta de su casa. Entonces vi que no había nada siniestro en la casa, lo único que había era muchos muebles de madera que su padre tallaba. Qué ridículo había hecho todos esos años delante de mis padres. Al fijarme esa muralla ya no era tan amenzante ni grande. Sin embargo, ¿de dónde había salido aquella chica? Resulta que era la hija de mi vecino que había vivido con su madre pero ahora iba a vivir con su padre. A partir de entonces, acudí muchas veces a ver a mi vecina y siempre ibamos juntos al instituto. Nos hicimos buenos amigos, pero nunca le conté el miedo que me daba la casa de su padre.

DO.LOBERA

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A N I D E M A N A JU

A N A T N E V LA TA

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T.C O P S

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ELVIRA, TODAVÍA DÉBIL por varios días de cama durante los que solo ha probado algo de sopa que la portera le alcanza para luego volver al sueño, se levanta tropezando. La ventana del living golpea entre el viento y los infructuosos saltos de la gata tratando de cazar una paloma. Es por donde se asoma al mundo, sol, lluvia y su vecino Antonio. Enferma, ha soñado con él. Se encuentran en el mercado y él es tan caballero que carga su canasta de compras. A menudo cruza la calle con una silla para sentarse junto a Elvira a mirar el atardecer. Ella piensa que ninguno invita al otro a su casa por aquello de «pueblo chico, infierno grande», pero qué bueno sería tomar unos

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vinos que suelten la lengua y los recuerdos. Antes de cerrar, ve luz enfrente: Antonio está abrazado al cuello de un joven que lo empuja suavemente hacia la cama mientras le desabrocha los pantalones que se deslizan. Ahoga un grito, quiere llamar a la policía. No recuerda el número de urgencias. Tremendas imágenes bailan ante sus ojos. Vuelve a la cama, a su cansancio mortal. Por la mañana, Elvira pregunta: —¿Qué sabe de don Antonio? —¡Pobrecito, estuvo gravísimo! Diga que el hijo vino a cuidarlo hasta que recupere fuerzas. Ya a solas, Elvira oculta la cabeza bajo la almohada con el quejidito continuo de una niña que se ha orinado. No sabe cómo esconder la vergüenza de sus propios pensamientos.

JUANA MEDINA

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a ñ e p l e u raq

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sus lágrimas eran lo único que la mantenía con vida en aquellas tierras recónditas, donde la vida vegetal había perdido su belleza y esplendor. —En esta isla desierta soy náufraga y coexisto en una naturaleza muerta. ¡oh Pachamama, porque no puedo ser tan azul como el cielo! ¡oh mi Pachamama! ¿por qué nos abandonaste? Se preguntaba el espíritu de la Laguna Melancólica, que así la habían bautizado los árboles, las aves, los sapos, y hasta el sabio búho real. De pronto, el cielo se cubrió de gris, y las nubes taparon el sol. Todos los seres naturales, le reclamaron al espíritu de la laguna por quejarse tanto, y que ahora desaparecerían para siempre, pero una voz

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dulce bajó del cielo y les dijo: —¡He escuchado tus ruegos espíritu de la laguna! Y por tu confianza y fe en mí, te concederé tu mayor deseo: ¡ser azul como el cielo! Y fue así como aquellas aguas incoloras se tiñeron de azul y la alegría del espíritu de la laguna, se contagió en la isla. Las aves, no dejaban de trinar, los sapos de croar, el ulular del búho real se escuchó tan fuerte, a lo lejos un lobo aulló, sin luna llena. La Gran Pachamama aclaró, que ella no los había abandonado, y que eran ellos que habían perdido la esperanza. Gotas de lluvia como cual pinceles reverdecieron, un arcoiris apareció en la isla. El Búho Real dijo: —Espíritu de la laguna, ahora serás nuestra: Laguna Azul.

rAQUEL PEÑA

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FICCIÓN LECTURAS PARA OLVIDARTE DEL MÓVIL

febrero 2022

Los amores perdidos PURI OTERO Varias personas se encuentran en un cementerio para visitar a sus difuntos y entre ellos surgen lazos que los unen de forma desconocida. La intervención de los muertos hace que se alcancen grados de relación olvidada por el paso del tiempo

LA MONTAÑA JARDÍN

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RAQUEL PEÑA

La Montaña Jardín es un libro de cuentos para niños con un lenguaje que invita a investigar, con el fin de que pueda ser utilizado por los docentes y padres para que los niños adquieran conocimientos y amplíen su vocabulario. Ampliar el léxico es una loable tarea, por tanto mediante la lectura podemos incrementarlo, y a su vez estrechar lazos familiares que permitan un mayor acercamiento entre todos los miembros de la familia.

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o r e t o i r pu

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desde que muriera su

marido vivía encerrada en su mansión, rodeada de todo tipo de lujos y criados, en el pueblo la llamaban la gran dama. Era tal su dolor por la pérdida que apenas salía y lo poco que se sabía de ella era que vivía de los recuerdos y de la pensión millonaria que le dejara el difunto. —Señora, ya tiene el baño preparado. —Gracias, Damián —No sé si recuerda la señora que hoy son las fiestas del pueblo y, como todos los años, la servidumbre tiene permiso de su marido para ir y tendrá que quedarse sola todo el día. —No se preocupe, dígale a todos que pueden ir .

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Cuando se marcharon, se arrebujó en el sofá en busca de sus recuerdos. Transcurridas unas horas llaman a la puerta. No estaba acostumbrada a abrir lo que hizo que no le prestara atención. Quien fuera que llamara repitió la llamada con más insistencia. La mujer al final se levantó y abrió, encontrándose con un anciano vagabundo al que invitó a pasar. Este, asustado por la amabilidad de la mujer, se negó quedándose en el quicio de la puerta. —Pase, hombre, que le invito a comer , no sé lo que puedo ofrecerle ya que el servicio está en la fiesta , si me ayuda algo haremos.... Al cabo de un rato ya hablaban animosamente en la cocina mientras comían un plato de espaguetis. Este fue el nacimiento de una bonita amistad entre aquella dama y el vagabundo.

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lo apodaban melquiades, de su verdadero nombre nada supimos, y de su origen nuestros padres contaron que le debían la vida por liberarlos del orfanato tras aquel funesto día. En algunas ocasiones, cuando el techo de nubes estaba más turbio y llovía ceniza, nos reuníamos alrededor del fuego para escucharle, nos hablaba del último día antes de la gran oscuridad. Él acababa de subir al pico más alto de la sierra, el valle era verde, los pueblos coloridos y las transitadas carreteras que comunicaban con la capital parecían juguetes a sus pies. Era un bello mundo multicolor nos repetía. Permanecíamos callados, asombrados. Pero algo cayó desde los cielos y un destello blanco lanzó sombras alargadas.

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Cuando se giró un enorme hongo de fuego crecía donde estaba la ciudad. Aquel no fue el único. Hace una década aún salía con los exploradores, buscando algo que no lograba encontrar. La profecía, nos decía, estaba incumplida y cabizbajo permanecía en silencio. Pero a veces, con la mirada vidriosa, nos repetía la leyenda que le contara su madre sobre los lotófagos. Nuestros ojos reflejaban su angustia . Pero algunos cazadores susurraron sobre una aparición, y a pesar de sus años logró llegar a la laguna señalada. Flotando mecida por el viento brillaba como ascuas una flor hasta que desapareció entre sus manos. Él se quedó allí flotando, la flor entre sus dientes, mientras se alejaba de la orilla. Desde entonces las partidas de cazadores pasamos por la laguna y volvemos a relatar sus historias.

CARLES LEO

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HACIA MEDIODÍA, UNA gata de color miel con vetas blancas mira tras el cristal de una ventana buscando a Lola, sus ojos tienen un brillo especial cuando la ve. Esta gata tuvo una camada de seis gatitos. Ha dejado de amamantarlos y ahora se preocupa de vigilar que no le falte el alimento a sus pequeños. Cinco de ellos están corriendo y jugando, mientras que otro, el más pequeño de color blanco con media cara y la punta del rabo color miel, intenta encaramarse al árbol. Es demasiado pequeño para hacerlo, se cae. Lola una mujer solitaria, guarda cada día en una servilleta restos de comida para dársela a sus amigos. Antes de retirarse a la siesta es el momento para llamarlos: ¡Miau,

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miau! Y ellos acuden a la cita. Lola se pone a jugar con los gatitos. La gata sabe que el alimento está guardado en el papel que ella lleva en sus manos. Los gatos la conocen bien y la rodean. La gata lame sus manos, agradecida. Todos comen directamente del papel que Lola puso en el suelo. Una vez satisfechos, los más pequeños corren y juegan saltando por el jardín de Lola. Durante la tarde ya no andan por el lugar. Hasta que llega el anochecer y Lola les lleva restos de las sobras de la cena y unas bandejas con agua. Nadie como los gatos sabe quién les lleva comida.

mª cARMEN PÍRIZ

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A N E s C a A t L io u r i a b n isa

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—Los espárragos estaban cojonudos. —Guarde las formas, que tiene una posición. —¡Bah! Soy muy campechano. Me gusta comer a papo de rey, ji, ji. Oye, Chema, diles a estos lo qué hiciste cuando estuviste con George. Ya veréis, los tiene bien puestos. —Pues estaba trabajando en ello en plan “todo va bien”, y en un descanso puse los pies sobre la mesa y le dije al tipo ese que yo corría diez kilómetros en cinco minutos. —¿No te pasaste un poco? —Cuidado con tus palabras. Si yo digo que es así, así es. Como lo de las armas. Jua. —Mi noble linaje es sinónimo de ociosidad. Tal vez por ello siempre devaneo con ser una compresa. ¿Perversión?, lo admito.

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Parece una expresión muy perturbadora pero yo lo llamaría amor. Estoy en edad de jubilarme y mi madre sigue agarrada al cetro. Así que voy pasando el tiempo picando aquí y allá, Ya me entendéis. —No pierdas la esperanza, Charles, mírame a mí. ¡Qué envidia dais todos! Me llamo Joe, pero podría llamarme de treinta y cinco maneras diferentes. Lo nuestro es menos prosaico. Desde que fundamos el imperio vivimos en un ejercicio de egolatría y, si me lo permiten, de soberbia como una hipérbole en sí misma. Nos gusta ir por ahí haciendo amigos. Libertades otorgadas, diría. Con los últimos hemos estado veinte años ayudándoles y les hemos dejado hechos unos zorros. No me digáis que no tiene retranca la cosa. —¡Atentos! Viene un elefante. —¡Dejádmelo a mí! Ji, ji.

ISAN BAIRU

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E E D D Á Á R R A A L O L B O B D A D A N H N H A A E U E I U C I C D D NNAA S OOTTRRAASS UUEERRTTOO M M NNOO S AAM S S O O M Y A A HH Y s o r r e b a s o r

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NUESTRA FAMILIA ERA muy extensa. Abuelos, tíos y primos por parte de padre y de madre. Eso era cuando mi hermana y yo éramos pequeñas. Luego, una serie de desgracias y enfermedades fueron terminando con unos y otros. Dos de nuestros primos se ahogaron mientras nos bañábamos en el río. Un accidente de coche terminó con otros cuatro miembros de la familia. Los abuelos murieron de muerte natural. La vejez y la enfermedad son aliados naturales de los decesos, sobre todo si no se tiene cuidado con la medicación que esas personas suelen precisar. El caso es que ahora que mi hermana tiene veinte años y yo dieciocho tan solo nos tenemos la una a la otra. Si nuestra familia hubiera sido rica, ahora seríamos riquísi-

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mas y puede que sospechosas de tanta muerte y tanta herencia, pero no es el caso. Parece mentira que en diez años nos hayamos quedado solas, desprovistas de todas aquellas personas que acompañaron veranos, navidades, cumpleaños... ¿Qué azar funesto −se preguntan algunos− ha podido diezmar de tal manera la familia? Pero no hay tal azar. Todo empezó cuando, con ocho años, vi a mi padre meterse en la cama de mi hermana. Nadie estuvo dispuesto a creernos y decidimos solucionarlo nosotras solas. Nadie quedó para contarlo ya que no quisieron ayudarnos a salir de la situación. Y ahora que la familia va a quedar definitivamente eliminada, cuando también nosotras hayamos desaparecido, no quedará nadie para hablar de nosotras.

ROSA BERROS

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fue en mi primer viaje a la ciudad de los rascacielos. Había que cerrar un acuerdo comercial y la productora en la que trabajaba me envío a mí. Era Navidad y estaba solo en Nueva York. Tras dormir hasta pasado el mediodía decidí, por fin, salir del hotel. Caminé sin rumbo fijo y sin saber cómo, me encontré con la famosa joyería Tiffany's. La sensación fue increíble. Allí mismo y frente a su escaparate, la dulce Audrey Hepburn desayunó con diamantes en 1961. Decidí entrar y observar como los allí presentes ultimaban sus compras entre luces de brillantes. El día empezó a oscurecer. Salí, tomé un taxí amarillo de esos que salen en las películas, y

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me dirigí a los alrededores del puente de Brooklyn. Quería observar el encendido de las luces navideñas. Esperé sentado en un banco y por fin el climax luminoso se hizo realidad. La ciudad era un enorme decorado navideño: un auténtico sueño de luz y color. Y entonces apareció ella... Se llamaba Andrea y me sonrió. En un impulso increíble dada mi timidez, me acerqué, le acaricié el pelo y la besé. Desde ese día, Andrea y yo, no nos volvimos a separar ni una sola noche.

MIGUEL PINA

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n e h i p a b be

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el reloj de la torre anunció la medianoche. Las campanas sonaron opacas, tan asustadas como los pobladores que se encogían en sus dormitorios. Y renacían los miedos. El silencio polvoriento se llenó, de pronto de carcajadas y gritos. Ahí adentro, las locas estarían recorriendo todos los ambientes; se perseguirían para empujarse en pasillos y escaleras. Sin duda, en el aire que olía a sulfuro y a rosas viejas, sus huesos marcarían el ritmo de centenarias gavotas y minuets. Las locas… Era cierto, sin duda. Aquellas preciosas princesas ¿de Versalles, tal vez?, sacudían sus esqueletos y jugaban a la pelota con sus cabecitas degolladas. Y sus túnicas

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impalpables se deshacían sobre los muebles carcomidos. ¿Pedían justicia? ¿Alardeaban de sus privilegios? ¿Se vengaban con el terror que desataban desde los siglos? De pronto, el reloj se reactivó y cantó las cuatro. Ya iba a amanecer. Y las locas se disolvieron en las alfombras y en las cortinas, antes de que cantaran los pájaros. Un pastorcito arreaba su majada, y se persignó frente al viejo manicomio. El palacete se borroneaba bajo la pátina del tiempo y la desidia.

BEBA PIHEN

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o n a c z e l e s o j

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Me llamo Ermunio Timoteo. Sí, ese es mi nombre. Cuando en el cole recibía burlas por el nombre, que hubo risas, se sorprendían cuando en vez de enfadarme o llorar o avergonzarme, yo contestaba: —¡Soy único hasta por el nombre! Porque, claro, lo peor era mi aspecto físico. (Que yo siempre les decía a mis padres que hay cosas que, o las haces con ganas, o mejor no hacerlas). Soy extremadamente delgado, desgarbado. Los brazos me cuelgan, resultan larguísimos. Mis enormes pies, avisan de mi llegada. La cabeza la tengo exagerada para mi tronco, como la tierra, redondeada y achatada por los “polos”, con unos orejo-

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nes a los lados impresionantes; a los cuatro pelos que tengo en el cogote les es imposible taparlas. Al verme canturreaban: —¿Qué es el viento? Las orejas de E. T. en movimiento. —Las carcajadas siguientes resonaban por todo el instituto. Yo levantaba las cejas, haciéndome el interesante, y las movía todo lo rápido que podía. (Sí, sé mover las orejas. ¡Sorprenderte!). Esto les partía la broma, porque entonces todos se acercaban a preguntarme cómo lo hacía. Habrás adivinado ya, como me llamaban, ¿No? Pues sí: “E.T. El Extraterrestre.” Cuando empezaron a llamármelo con sorna, un día les dije: —¡Con poco que haga, tengo el mejor disfraz de carnavales! Tienes razón. Me río hasta de mi sombra. Mi humor me ha ayudado a rodearme de gente que me quiere. Que soy muy raro, dicen. Tal vez. Pero soy feliz. Me quiero.

JOSE LEZCANO

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Vista, oído, tacto, olfato, gusto, cinco sentidos, cada uno dibujando su realidad objetiva. Cinco hojas de papel cebolla superpuestas, para componer la trascendental, la que definió la historia. La que lo determinó todo; tras procesar la información, en las arrugas del órgano rey, el de los dos hemisferios envolviendo la pineal, la realidad. Sumemos un sexto; demostrado quedó; finales de la centuria 21. El fantasma, el que todos presentían. No era un mito, estaba ahí, desafiando al ser consciente, como un bandido escondido en el bosque. Vigilándolo todo, pasando papelitos bajo la mesa, pálpitos decían, y enlazando con el séptimo, el subconsciente. El que despierta cuando

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duermes, y trata de darle sentido a los miles de millones de bytes de información, que circulan enloquecidos, de sinapsis en sinapsis. Siete sentidos, como siete samuráis, cortando el bacalao de cada acción humana, desde el primer navajazo, al último acto de altruismo. Vibramos. No de emoción, que también, pero no hablo de eso. Vibramos. Somos frecuencias. El universo, es un dial como el de tu radio, vibramos en él. Hay un octavo. Lo supe hoy, tomé la pastilla, Alien 8 la llaman, despierta al octavo sentido. En tu plexo solar vive algo. Esa voz que se pregunta quién eres, es suya. Lo descubrirás, no temas, el tiempo es una esfera. Llegará tu momento, y cuando llegue, sabrás porqué puedo estar contándote esto, y a la vez multiplicar panes y peces a orillas del mar de Galilea. Te aseguro que lo sabrás.

mik way t. 125


z e r é p y mer

S O L E D B U S L O C T R E EL MU

PO

S A ET

E CLIO

N

PEJ S E L E

O

GS O L .B

P

M O C . OT


Entiendo que hace falta ser poeta y estar muerto para pertenecer a esta sociedad. Pues heme aquí: soy poeta... y hace tiempo que no vivo.

Mery Pérez 127


Comenzaremos a escribir el Futuro

2032 RETOS DE ESCRITURA


o? c i t ó g rror e T e d lato e r n u on c s a m i ¿te an

s o t a l e r e d o s r u c n o .. c . . A d e E i J i A xxx RTICIPA DEL HOMEN PA

junio 2022

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