La abuela

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LA ABUELA

Armando Trasviña Taylor La Paz, B.C.S. 2010


A UNA MEMORIA DE LUJO LOS HECHOS SON VERÍDICOS Y LA DECORACIÓN QUE POSEE ESTÁ HECHA EN CASA. DETRÁS DE UN GRAN HOMBRE, HAY UNA GRAN MUJER, CONTROVERTIBLE, PERO, CIERTO

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LA ABUELA Hablaban de la muerte como hablar de la vida y era tópico diario como huésped constante de esta vasta familia y el tema era vívido, volvía y volvía, trotaba de día y bregaba de noche cual caballo en el óvalo, no paraba, los años no fáciles le daban pista al palique, práctica diaria y tensa carrera

y,

aunque

no

es

debatible,

comparable,

y

no

parodiable, disputaban el tiempo con recurrencia constante, la charla era eso común y corriente y la garla coría como liebre apurada. -Moriré buena y sana -decía la abuela- como afirmaba María, la cuñada y única, con ciento y pico de años que para entonces bregaba y no pensaba dejar el oficio por nada del mundo. -Mamá,

cuando

te

vayas

-rogaba

la

hija

con

daño

visible- me avisas. Esa hija seguía a su lado con ella como punto y seguido, barandal y muleta y era ojal en su blusa. -Te comunicas, por favor, mamá, dime cómo te fue. -Sí, hija, lo sabrás, no te inquietes, de alguna manera lo haré –contestaba. -Quiero saber si estás bien, si te ha cuidado la muerte –repetía y repetía. 3


Lo sabrás, hija, lo sabrás. Cuando me vaya me iré a una estrella y de ahí te diré, de algún modo, mi almohadón y cobija están allá, mero arriba, con el Señor y su séquito. Le había ido bien porque, verán...

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¿POR QUÉ?

La abuela, sentada a la mesa que en la sala existía como espacio para eso, para charlar y comer, sumida cual siempre, cabeceaba a sus horas al margen de toda algazara y ese lugar es donde todo ocurría, comía, cenaba, escuchaba y divagaba por horas y horas, enmudecía por minutos, largos ratos, y a veces, horas. Le sorprendió la visita que saludó desde afuera, puerta enfrente, de manera imprevista, como quien espera encontrar a alguien en casa contando las horas y las deshoras lo mismo. La puerta daba la entrada al espacio del patio que llamaban terraza, y ésta a su vez, al vano en donde miró la figura que con

bultos

de

asombro

maquilló

sus

mejillas,

sus

chapas

faciales que se turbaron de pasmo. Una vieja amistad venía a ver, no a ella -lo sabía- sino a Armando, su yerno, que estaba

en

la

sala

postrado

e

inmóvil

y

en

en

un

sillón

inclinado con un pie recubierto con capas de yeso como oso apaleado. -¡Doña Conchita! –dijo luego, sorprendida, al verla como efigie en la sala. -¡Pobrecita!, rubricó la visita al recortar su silueta en el trasluz del rectángulo mientras noventa años veían. 5


¡Pobrecita!

no

era,

ni

es,

una

expresión

lastimera,

de

menoscabo o desdoro, sino una muestra palpable de compasión y ternura, estereotipo de viejas costumbres locales. -Pobrecita, ¿por qué? –dijo la abuela- y volvió la vista hacia ella quien empezaba a inaugurar un rubor de crepúsculo rojo y marino.

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NO ME HABLEN

A veces –y era frecuente- era hacerlo como creerlo y dudarlo- la abuela expresaba, y muy seguido, pocas ganas de hablar y pasmosa decía: -¡No me hablen! Cuando

esto

ocurría,

familiares

cercanos

o

amigos

vecinos que circundaban la mesa, propiciaban la charla y la abuela,

¡ni

cuenta!,

ni

los

ojos

movía,

orejeaba

los

tímpanos, nada más. Daban

falsas

versiones

de

parentescos

erróneos

y

situaciones ingratas con la intención de mover la quietud a la abuela y ni así lo lograban. Seguía afásica y era bloque granítico. -¿Estás enojada, abuelita? -No. -¿No quieres hablar? -No. -¿Por qué, abuela? -Puras pendejadas dicen.

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TÚ...

Cuando una persona se abstrae, se aisla o se arroba, se embelesa con eso que lo atrae o magnetiza, puede pasar un vapor por ambas canillas y ni lo advierte siquiera porque está subsumido, es una entrega de uno, mejor dicho, pasmado, es reunir o centrar la atención en un punto que estaba junto o disperso o separado del todo o poner los ojos en donde se hace o se piensa que produce el bloqueo de la función del cerebro sobre este mundo cambiante, un pleito de perros en sus propias narices y ni se percata. Pues, eso pasaba. La abuela quería la mano de alguien que le prestara su ayuda, de alguno de los hijos para las bregas de casa tan llena de apremios y llamaba frenética a uno de ellos desde el fogón de la estufa, empotrada en su mundo, a punto de arderse con fuego el aceite en el sartén crepitante: -¡Mully, necesito tu ayuda, ven! -¡No, tú, Chiquis! -¡No, tú, Yori! -¡No, tú, cabrón! –se refería a Chucho, su hijo, un vivaracho doceño que nomás la veía y esperaba su turno para llamar o injuriarlo, pero, no así, y aguardaba cual siempre, 8


como

la

espada

de

aquel

que

pendía

de

la

crin

con

la

indecisión del nombrado y la seguridad del equívoco que ya veía venirse desde hace un instante. -Ahí voy.

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LA ESA...

-Abuela,

me

dijo

un

pajarito

que

conociste

a

la

abuela de esa... la artista que canta... ¿cómo se llama?... la que gorgorea en la tele... la que aparece en revistas y sale medio bichi... ¿te acuerdas? -No, no, no me acuerdo, pero, ¿de qué abuela se trata? -Es la abuela de esa, la que canta en la tele y tiene discos de sobra. -No, ni idea, ¿qué pasa por aquí?, ¿por qué calle? -No, abuela, hace tiempo de eso, quizá cuando eras joven y bella. Era tu amiga, parece. -¿Y cómo se llama? -No sé, ahí está el detalle, dijo Cantinflas, pero me dijeron que tú conociste en tu juventud o niñez a su abuela materna, tal vez sea de acá, de este barrio. -Es la mamá de la mamá de la que canta. -¿Y dónde canta? -No, aquí no, abuela, canta en México, en la tele, es muy conocida. -¡Ah...sí!, la abuela de la cantante. -Sí, esa... esa. -¡Ah...!, ¿la nalgona? 10


EL ARTE DE CALLAR

Callar, lo que se llama callar, es un párrafo aparte que muy pocos practican y cuando el verbo se invierte, cuesta mil millonadas

y

enormes

catástrofes,

lastimosas,

unas,

y

lastimeras, otras, porque una, la primera, causa averías y penas, y la segunda, hiere y lastima. Sabía mucho de eso la abuela. Muchas

personas

que

saben

hablar,

son

elocuentes,

pero saber callar y practicar a tiempo, pocas, y por eso reprueban. Es tan importante lo uno como lo otro. Decía Epicteto, el filósofo, se la rama estoica que así como hay arte de hablar y pensar, existe otro que sabe escuchar y guardar. En

cierta

ocasión,

sopesando

los

temas

de

innata

importancia, consulté a un grupo de estudio, si seis más siete, son trece, ¿lo final es correcto? -¿Están de acuerdo conmigo que... por ejemplo... si dos más seis son ocho, y cuatro más dos son seis, seis más dos son ocho y ocho dieciséis? ¿Lo cree usted?

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Hasta piense

y

la

fecha

espero

que

el

que

lo

alguien

hace, y

un

está día

me

piense

conteste,

porque, como decía la abuela, indagué sobre algunos: -¿Y cuánto es 12 por 12?, pregunté. -144, dijo. -¿Y cómo sabes tanto, abuela? -Tú me dijiste, pero soy media bruja.

12

que


ADRIÁN Y EL SILABEO

Adrián, de seis años, serio y resuelto, pelo largo y frentón, y de palmera en chubasco, podía arruinar a los peines o postrar a los fígaros y ponerlos en crisis o en gran bancarrota. Cursó el arte de Cuevas desde que entró a lz puericia: trazaba monos y micos en hojas blancas y a rayas, decenas de ellas, las llenaba de trazos y descendían de sus dedos de plástico artista hasta el vértice mismo de ese cuarto amueblado. La abuela escribía cuando él bosquejaba y algo operaba en si mismo, porque al escribir silabeaba, balbuceaba la frase en

voz

alta

al

rasgar,

una

y

otra

vez,

las

separaba

diciendo: “... y ...an ... tes... de... des... pe... dir... me... te... su... pli... co... que... y así. Adrián se evadía y no escuchaba a la abuela sus sílabas cortas, pero, al pasar ya semanas, el piso lloraba con las hojas rugosas, nuevas y viejas, hacía tantos bolillos que lanzaba iracundo, más que molesto. Le puso coto al murmullo de una vez, por favor, ya, de plano, no soporto!, volvió los ojos a ella, a la abuela, con la paciencia en las nubes, hecha esquirlas, y dijo: -Abuela, ¿recuerdas cuando al silabar me enojaba? 13


-Sí, Adrián, ¡cómo no! -Pues, todavía.

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EL SECRETO DE LA ABUELA

La abuela negaba tener desperfectos que la hiriera o afectara como cualquier cosa que lleva un desgarro tremendo cuando el “chahuistle” te llega. O las –itis o –etas como la gastritis, nefritis, colitis, diabetes y otras más, pero nada de eso tenía y era la S de sana y saludable lo mismo. Todas las noches, al ir a la cama, su cuarto era mudo y sordo testigo de lo que a ella gustaba y degustaba con hábito y fruición desmedida: un dulce pequeño, un chocolate, una pala, arroz con leche o algún ate casero, aún cuando el azúcar

la

dañe,

la

obesidad

o

las

sales,

el

cáncer

o

Parkinson, ni las pelaba a ella. Era un bastión contra esas, y a pesar de ello, saboreaba con gusto y en grandes porciones lo que la almohada deseaba y el cobertor mucho más, porque lo hacía con misterio y el misterio era oculto. Cierta vez, cuando Armando y Gabriela venían con sus hijos de vacaciones anuales por los años noventa, Ana Gaby, la hija, de once años cumplidos, dormía en su recámara en un catre que estaba a un lado de ella, su biznieta primera. Se percató del consumo de los dulces dilectos durante el tramo de inicio de la noche primera y le dijo a la “La Güera” como entonces llamaban por su rubia melena, lo siguiente. 15


-¿Quieres

un

dulce,

Ana

Gaby?,

invitó,

y

sin

demora

explotó: -¡Sí, abuela, me gustan mucho! -Pero, va a ser nuestro enigma, no lo digas a nadie, porque

si

dices

lo

anulas,

conserva

el

secreto,

¿de

acuerdo? -De acuerdo, bisa, no te preocupes, seré un sarcófago afásico. Y así. Las tres vacaciones se la pasó consumiendo un dulce de diario al disponerse a acostar en el cuarto sin puertas. Nunca enfermó nuestra abuela de altas cifras de azúcar, ni adiposidad severa o diabetes subida o problemas cardíacos por los dulces lamidos y los chupaba cada día en porciones mayores a los gramos debidos, que al excederse, eran ya de peligro. Era un imán para el dulce que no exageraba, sólo cumplía con su gusto que, como a toda mujer, encantaba. Era en grado pequeño, pero diario. Y la abuela, a pesar de los años, casi 80, como toda señora,

conservaba

el

secreto,

y

Ana

alteró para nada el valor en glucosa.

16

Gaby,

la

nieta,

no


El secreto de la abuela que compartió con la niña, se lo llevó a los espacios en donde ahora prosigue, gustando, quizá, cada noche, de sus bombones celestes.

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LAS COSAS DE LA ABUELA

No

una,

muchas

veces,

la

abuela

tenía

el

poder

de

integrarse con las cosas que había en el redor de la casa donde ella moraba y dejaba perplejos a unos y a otros con quien ella vivía y era un don natural que ella poseía como andar en la sala, acostarse o dormir. Era una aptitud muy de ella y lo hacía sin pensar, sin ambages, ni causar el asombro que seguido lo hacía. Se quedaba observando alguna cosa que estaba en el área del lar como platos, tazas u ollas, pero, fijamente, al parecer se sumía, cuando de pronto el objeto que estaba en sus ojos, y al parecer sin desearlo, se venía abajo desde el mueble que fuere. Es un poder que se llama telequinesis. Se define este acto por el vigor de la mente para mover elementos con el control que se tiene y algunas personas poseen sin darse cuenta siquiera porque se abisman y hunden y al momento se evaden. Quiere decir: Cuando alguna vez le dijeron de esa aptitud a la abuela, ella misma extrañó y finalmente repuso: -Es que soy media bruja.

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LO ALCANZO...

Recibió consternada la muerte de Quelo, la abuela, su hermana, lo sintió en el espíritu, en el alma, en su todo, y tomando tal hecho con aplomo incomún, después de ver caminar a su esposo e hija, hermano y parientes, que eran motivo de penas en su alma afligida, acostumbrada a sentir al arcano como cosa ordinaria. Al

asumir

el

deceso

del

Quelo,

el

menor,

soltó

la

ocurrencia la abuela ingeniosa que tantas hojas volteaba y bajo el brazo traía: -Si se para a mear, lo alcanzo.

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LAS ARRUGAS

Sofi o Leonde, Adriana o Marina, o alguno de ellos, se recreaban contando los años del tiempo con los surcos de arrugas que la abuela tenía en el evés de la mano y lo hacían suponiendo y contando la piel como cuentas del ábaco, o como juntando los naipes de una mano que fue el dolor de la vida acariciando

y

midiendo

la

dermis

añosa,

secuenciando

las

grietas de surcos y muchos. La niña, al comenzar el conteo de la piel de la mano le sonó a llamador el sonido que oía de la abuela paciente que como tal indagó: -¿Estás contando los años, m´ija?

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EL AVISO

El refugio de la abuela, léase recámara, era igual a las otras que como tales servían y con clima agregado, un pequeño aparato que ahora fabrican como mini-split de prestigio, muy de ahora. Al centro y arriba, sobre el techo enyesado y bajo el medio del lecho, un abanico esparcía los Kelvin del frío y tenía

en

el

centro

una

esfera

de

vidrio

de

color

crema

apagado que encerraba un foco pequeño como única lámpara que iluminaba el espacio que compartía con sus años vencidos: noventa y seis años, no fáciles. Tres días después de su óbito, la abuela inescrita y Ana Sofía, biznieta, de cuatro años apenas, observaba en la cama el televisor frente a ella sentada en el medio con los brazos cruzados que al separar, hacia el frente, y en un escaso segundo,

cayó

la

pantalla

en

sus

manos

y

la

atrapó

con

sorpresa. -¡Miren!, les dijo a los otros que estaban reunidos en la sala charlando, mostrando el globo de vidrio: -Cayó de repente en mis manos -díjoles. Los demás se miraron y concluyeron con pasmo lo que evidente sería: -¡Es el aviso de la abuela! 21


LOS RAMALAZOS DE LA ABUELA

La

abuela

tenía

un

motor

de

diamante

y

de

carbón

cristalino con dureza de acero a sus 97 años de vida, mártir y bella, de 1908 a 2005, y casóse a la edad de 24 años, y aquí empieza su Gólgota que acometió con firmeza, calma y pujanza. A esa edad desaparece su hija primera y anteriormente sus padres. En su matrimonio tuvo, además de esa niña, tres hijos aparte, de los cuales, Carmen expiró en 1985 en el terremoto de México, y Concepción, a consecuencia de una operación en 1989. Además,

de

los

5

hermanos,

confrontó

la

muerte

de

cuatro: Roberto, Antonio, Carmen y Rogelio. Su esposo, Jesús, por enfermedad consecuente, emigra en deceso en 1984. Confronta, además, la muerte imprevista de cónyuges de sus dos hermanas y algún nieto y sobrino y consuegros aparte. Y falleció ella, no por enfermedad que la hiriera, su salud fue irrepetible, sino por su vida alargada. En solidez y destellos, sólo el diamante y la abuela.

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EL PAPA

Durante la primera visita del papa Juan Pablo en enero de 1979, el sábado 27, en la Basílica de Guadalupe en la apertura

de

la

III

Conferencia

del

Episcopado

Latinoamericano, la abuela, por todos los medios habidos, no habidos y probables, decidió ir al tumulto del carismático Papa de magnética talla, y por angas o mangas, ninguno de los hijos pudo acompañar, pero temieron por multitudes gimiendo. Quería romper ese récord, pues en Roma aplaudió a Paulo VI que nombró cardenal al actual Benedicto. -Mamá,

será

un

gran

revoltijo,

una

concentración

tumultuaria –le dijeron los vástagos y familiares, incluso. -Será melón o sandía, pero quiero ir y voy. -Vamos, abuela, yo voy con usted, se ofreció Carlos, su nieto. Y en un coche aparcaron diez cuadras atrás, cerca de nada

y

enfrente

de

todo,

se

dirigieron

al

acto

que

se

efectuaba en el patio de la enorme Basílica y el gentío apretaba, pero, amable con ella, dio acceso a la abuela hasta llegar como Peary al polo del norte, y encontrar un murete con borde y cercado de 12 centímetros de ancho donde se encaramó ella. Subió ahí a la edad de 71 años y pudo ver a su 23


antojo al Papa Wojtyla, como a 30 metros de ella, y era ya un triunfo bueno. -Yo me quedo abajo, abuela, sosténgase en mi hombro –le dijo Carlos- no se vaya a caer. Y ella, desde ese puesto elevado, vio pasar al jerarca y saludar desde lejos, le rodaron las lágrimas como a todo cristiano,

un

hipnótico

hechizo

y

un

mayúsculo

asombro

contemplarlo tan cerca. Y lo logró. A Carlos hubiera gustado tener un espejo para eso, un espejo para verlo, presencia de acceso e historia, para ver al Papa siquiera por un breve espejuelo como periscopio de mar, pero, no, no llevaba, lo había dejado en la bolsa del deshábito diario. A la otra. -Bueno, vámonos ya –dijo la abuela- ya vimos el Papa. -Pero, abuela, está esto imposible, irrealizable, es un gentío

de

volumen

–exclamó

el

nieto-

deja

que

escampe

tantito, son muros soldados y de concreto la masa. -¿Será difícil?, ¿lo intentamos?... veremos. -¡Ay,

ay,

ay!,

¡oh,

Dios

mío!

–sintióse

enferma

la

abuela que ni el Siglo de Oro lo hacía tan bien. Parecía

24


desfallecer, no afirmaban sus piernas. Y el bulto de público con fe respondía como buen mexicano. Lo imposible llegaba: -¡Paso, paso, por favor, está enferma la señora, con permiso!, ¡va el golpe!, ayuda, por favor! Y un amigo fornido de Carlos, su nieto, abrazaba a la abuela, canchanchán de la escuela, y se abrió paso entre el dique que rodeaba la queja que más énfasis ponía, cada vez más frecuente, y la tapia de gente cedió finalmente, fue agrietándose en forma pacífica, solidaria y cordial, metro a metro, hasta que al cabo de minutos, logró la frontera, libre de todos, y de tanto católico que quería admirar al Papa Wojtila. Aún ahí, en el área, aunque abierta, buscaban los hombres una cruz donde hubiera un local de enfermeras. -¡Un doctor!, dijo el ayuda: -¡Gracias, gracias, señores, me siento mejor, podré ir hasta el coche, ahí está cerca, muchas gracias. -¿Cerca? –pensó Carlos. Y la abuela, con sonrisa en los labios, satisfecha del hombre y de su gran actuación, rubricó su osadía con esta agudeza: -Pensé que iba a ser más difícil.

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LA NIÑA

Salía de la casa contigua que estaba anexa a la nuestra con larga cola de astenia como un oso con sueño o un quelonio con

tedio,

lentamente,

y

cuando

pisaba

las

ramas

o

la

hojarasca del piso, no se escuchaba, caminaba paciente, y si levitar representa elevarse del suelo sin operación de la magia,

esto

ocurría.

No

se

escuchaba

un

susurro

ni

el

crepitar de la fronda o el aplastar de sandalias, le daba pies al murmullo. Marchaba como Aquél que por el Mar Rojo pasó rumbo a Betsaida, en Israel. Pues bien, la imagen pasaba de un patio hacia otro por el cañón de ambas lares y se dirigía a la recámara de la abuela sentada con vestido albo, de gasa, zapatos níveos, melena

larga,

alborotaba

su

y

con

el

pelo

y

toda

viento ella

cruzado

parecía

–sin

una

nube

haberloligera,

flotaba en el patio y nadie veía. Entró por la puerta de la brece cocina y la abuela, como si presintiera el reencuentro, captó

el

aviso

de

arribo,

se

sentó

al

filo

del

lecho

y

aguardó como siempre. Unos segundos después penetró en su recámara a través de la puerta con cierre metálico e ingresó con confianza serena y airosa. Una leve sonrisa en el rostro entreabría, tenía 8 años, y simpatizaba el hallazgo. 26


-Otra saludo-

vez

¿a

qué

vuelves

–expresó

vienes?,

¿sólo

la a

abuela

en

actitud

de

¿traes

un

visitas?,

mensaje?, ¿cómo te llamas? Y la forma espectral comenzó a diluirse, con sosiego y reposo, en dirección a la ventana con el viso plegado y se esfumó

tras

el

hueco

transparentando

su

imagen

en

pocos

segundos por una densa neblina. -Otra vez, ¿a qué vendrá? –concluyó la abuela con la quietud manifiesta de un ser estatuario. -¿A qué vendrá?, volvió.

27


CUENTA CUENTOS

Si hay algo que esté adosado a la espina dorsal de la abuela como cualidad inmanente, como rasgo congénito o como epíteto justo, es el verbo que, entre muchos, la recuerdan y evocan y los que suceden, hijos, nietos y nietas, paladeen el verbo “contar”, pero, de cuentos. Sin embargo, no cualquier cuento o reputado como tal es bueno, como héroe de los niños, de por si magno, es digno en luneta, ¡qué esperanzas!, ni “Pinocho”, ni “Blanca Nieves”, ni “Cenicientaa”, ni “Caperucita”, o “La Sirenita”, esos son cuentos de cama para críos pequeños, sino de miedo y espanto, de pelos en punta y como dicen que ponen, “chinito el cuero”. Los cuentos de la abuela que contaba a sus nietos y a otros que oían, eran de asombro y de pánico o de orín en las piernas, que los seis (Diego, Carlos, Ana, Martha, Adrián y Gabriel), demandaban posesos, porque creían que esas fábulas con dotes de actriz, eran verídicas, y que ella, en alguna forma, los había experimentado, se había amedrentado y los había vivido con el calor de la puerta al dramatizar el contexto en su teatro doméstico.

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-Recuerdo, decía Diego, el que más atemorizaba y turbaba a tal grado que, en la noche, el sueño se iba y ni por el vuelto volvía. Cuando los dos, abuelo y abuela, al visitar al pariente Fulano y Zutano, no fácilmente lo olvidan ni arrinconan en cajas, o en algún recoveco, sigue ahí entre ellos. Estando en la casa de primos y mientras ellos salían al local de la esquina a comprar sus “six pack”, escuchó ella que alguien hacía ruidos atípicos en la cocina de junto: quebraba platos, lanzaba peltres, esparcía cubiertos y hacía trizas de todo, removía y agitaba, y al silenciarse el entorno y enmudecer el estrépito, la abuela, con el susto en cubierta, penetraba en el cuarto para observar el trastorno y... Cuando el abuelo y el primo regresaban a casa, la abuela les dijo, extrañada, lo que entró a sus oídos con el bárbaro estruendo,

tal

vez

un

intruso

sin

tacto

y

cuidado

al

verificar el destrozo, acercándose a pausas... -Sí,

respondieron

ambos,

zarandeando

las

testas,

alucinados y estáticos -Y

estaba

todo

en

orden,

¿verdad?,

no

había

tal

estropicio, todo estaba en su sitio y alguien tiraba de allá y hacía ruidos, ¡poltronudos, éstos! Ratificaron ambos y los niños que oían temblequeaban con 29


Pánico.. La abuela, que era amiga de enigmas, esotérica aliada y adicta

al

azoro,

no

era

la

única

última. Y así fue.

30

que

oía

ni

tampoco

la


PLATO...

En cierta ocasión en que algún consanguíneo, y no digo quien, de óptima estima y agrado de altura, debía de invitar al hogar a comer o a cenar, o a paladear lo que fuere como pinche inspirado, ahí ocurrió esto. Pues bien, debía de invitarlo porque era costumbre el hacer y sentarlo entre pausas diversas de dos o tres meses al almuerzo debido y la fecha que estaba casi en su punto. La abuela sabía que el amor de la prima era recíproco en ambos, estaba ajustado, compacto y debido, y la cordura tenía como socio al encuentro, lo creía ya, debía hacer el convite mañana o pasado. El mesura y el tacto obligaba a tenerlo en el

trajín

de

los

meses

y

las

pilas

vencidas

para

nada

alcalinas ya lo acuciaban. Sin embargo, la prima era única por sus ágiles ímpetus y accesos violentos que embestían y arrestaban y permanecían con ella con precio en las nubes. La destemplaba y dejaba, como decían sus parientes, desmadejada y ajada y con la piola aturdida. ¡Y para sus pelos! Esa vez, en una tarde calmosa y con atmósfera tibia en que el afecto era mutuo y a los dos los unía, después de 31


servir en la mesa las viandas dispares o la fruta de entrada y

en

espera

del

próximo

que

ya

era

de

estreno,

sin

que

mediara motivo ni la menor contingencia, suelta incortés el pedido para nada adecuado: -¡Plato limpio, por favor! La abuela se inquieta. Le cayó fresca la frase sobre el ríspido trato y al sentir el incordio, la dejó patitiesa, y desde

entonces

juró,

perjuró

y

afirmó

sobre

la

Biblia

católica: -No vuelvo a invitar a la prima aunque me excomulgue el infierno.

32


LA BODA DE LA ABUELA

En el órgano impreso “La Baja California” que en La Paz se editaba de la misma entidad por Priscilano Díaz Bonilla el 9 de agosto de 1932, se publicó un comentario sobre el matrimonio civil de Jesús Castro Agúndez y la señorita Concepción Carrillo Chacón. Las

nupcias

civiles

se

hicieron

en

casa

de

la

familia Piñeda el sábado 6 de agosto a las 21.00 horas siendo testigos del novio Agustín Arriola Martínez quien había sido gobernador del Distrito en el período 1920-24 (doce

años

antes)

y

el

señor

Arturo

Canseco,

comerciante. Por la novia, los testigos lo fueron don Jorge S. Carrillo y José Chacón. Y de la boda religiosa, José

A.

Castro

y

Cecilia

Norma

Piñeda.

Después

del

pastel se dio inicio al baile de gala. Los invitados de ambos fueron diversos e innúmeros entre quienes se hallaba el profesor Juan Gil Preciado, amigo del novio, y quien habría de ser, con el tiempo, gobernador de Jalisco. Y concluye la nota: “Los desposados saldrán en el primer conducto a pasar su luna de miel en la capital de

33


la República, de donde regresarán dentro de un mes para venir a radicarse a San José del Cabo” Hace años de esto.

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EN SAN IGNACIO

Cierta vez, el profesor Jesús Castro Agúndez, marido de la abuela, y director de la Escuela Normal de San Ignacio, de grata

memoria,

cuatro

años

después

de

haber

contraído

matrimonio es cuando es nombrado director, llegó por avión al lugar por la aeropista situada en la proximidad de la Laguna de San Ignacio a 55 kilómetros del sitio en donde debía de borracear (volar bajo) el poblado, para que un taxi acudiera a recoger el pasaje. Pero, no lo hizo por olvido o carencia, pero, el taxi faltó, nunca fue. Sin embargo, un labriego del rancho vecino a la pista sin piedras, se presentó de repente al no ver el vehículo con dos borricos dispuestos para hacer el trayecto y cuando llegaron los dos, arriero y maestro, a un acuerdo entre ambos, abordaron los asnos, a la jineta, una, y a horcajadas, el otro, señalando el maestro –tenía esperanzas-

que

al

transitar

por

la

brecha

observara

al

taxista por si viniera. De lo contrario, caminarían por el monte. Y allá van los dos con paso calmoso. Siguieron la senda hasta que se disuadieron que debían de olvidarse de él y del auto y se echaron a andar por el cerro para acortar la distancia. Transitaron después por la arena que más bien era del Sahara y más tarde brincaron lajas y rocas que hicieron 35


el tramo escabroso y difícil en tanto una sed estaba a punto de deshidratar. Era un vía crucis aquello y una cruz el camino por donde el asno cruzaba, la humanidad de pollino se iba. Al fin de ese tramo, después de 10 horas, llegaron al pueblo con el sudor en el alma y la fatiga sin ella. El cansancio debía de alquilar una alcoba porque un hotel era un mito guajiro y cubano. Llegaron de noche, cansados. Alguien,

no

recuerdo

quien,

pero

de

la

familia,

me

relató esta aventura y de la abuela, en concreto, con pelos y piojos en la hinóspita calva. Espero haber evocado algo de equello, ¿o cascabeleé o me excedí? -No, estoy en lo cierto. Cansados o no, pero, hiperyertos.

36


LA FOTO En el mueble familiar de la abuela, mero arriba, dentro de otras, destacaba una de enfoque en un cuadro pequeño en donde estaba su esposo sobre una mula pandeada en la que siempre viajaba por las sendas del sur y del norte del exTerritorio ayer como Inspector Escolar de la zona. Visitaba a amigos y a las escuelas del rumbo desde San Pedro a Los Cabos en afanosas jornadas diurnas y oscuras. Una mula o mulo es un animal que resulta del cruce sanguíneo de un caballo y un burro y que se emplea como bestia de carga o pasaje por su poder y templanza con la que erraba caminos arduos y abruptos para otros cuadrúpedos y para la humanidad de don Chucho que era magna y maciza. Y ahí estaba la foto con el maestro ladeado y casi echado a las ancas del pobre jumento que parecía pujar y rendirse. 37


ÂżCĂłmo

llamaba

la

abuela

maestro en su grupa? -Mis dos mulas.

38

a

esa

foto

del

mulo

y

al


DIENTE Y ELOTE

Venían

ambos,

esposo

y

esposa,

de

Todos

Santos,

la

mágica, más allá de San Pedro, y al pasar por el pueblo por un vado de piedras que se pincha una llanta, mejor dicho “poncha” en Spanglish, y Kakogui, el chofer, con parsimonia muy suya y pachorra a raudales, se puso a hurgar el neumático y al ver casi enfrente a un puesto de elotes que estaba a la vera, sonsacaba la gula. -Don Jesús, voy a comerme un elote porque me muero de ganas, le dijo el chofer a su jefe con antojo de más y se dirigió al comedero. -Ojalá se te caiga un diente, Kakogui, por tragón y hambriento, condenó la abuela. Y no bien mordía la mazorca cuando manifestó a don Jesús que aguardaba paciente el hartazgo fenomeno: -Debe

haber

estado

duro

porque se me cayó un diente. Y la abuela sonrió.

39

el

elote,

aunque

muy

bueno,


EL ESPOSO DE LA ABUELA

Jesús

Castro

Agúndez,

el

maestro,

el

político,

el

escritor, el deportista, el filántropo, el para-todo, fue el esposo de la abuela. Todo quien recuerde al maestro, prolífico y serio, tiene en

su

acta

de

vida

una

cláusula

amable

y

de

gratitud

acendrada que acredita el chichón de su estima profunda. A él lo pueden criticar –y critican- de verdulero o montesco, piel de pueblo y amigo, contrafuerte del muro de la agreste pitahaya, pero eso quiso ser. No quiso ser abogado ni doctor ni ingeniero, nada de eso, ni tener carrera de moda que identificara con software o con e-mail con teclas o con máquinas

del

diablo,

pero

fue

un

creador,

sobre

todo

en

espíritus y puso a andar su conciencia de ese modo. Su sombra lo cubre, siempre ha sido envoltura de valor y entereza, y ese techo lo arropa, pero ella, su esposa, la abuela de siempre, como la cigarra que alumbra y se mueve huidiza, fulgura y anima, es popular el “copeche” y más que alumbrar, centellea. Detrás de un gran hombre, o a un lado, o a otro, arriba o abajo, adelante o atrás, o dondequiera que sea, hay una mujer, eso es cierto. 40


Una

gran

mujer,

sin

dudarlo,

no

de

estatura,

de

entereza, una “gran champiñona”, ramo de flores de su alta maceta que siempre estuvo presente en el aparador de su vida, y como tal, compañía. Así fue.

41


LA RECETA

Estaba la navidad casi encima y a punto de arribo y la ocasión permitía en esa fecha dichosa regalos y dádivas a todo volumen que el radio podía. Y a la abuela le urgía para la luz de Belén, una receta. Todo estaba en la olla y a fuego lento, pero faltaba esa. La abuela le dijo a su hermana menor que necesitaba la fórmula para hacer el pavo que fuera el sol de la noche y la luna del día, no sólo de encanto, sino de gozo y delicia. La

hermana

buscó

en

la

biblia

doméstica

del

saber

culinario, léase Google, la receta que había y con la cual se pondría la corona y el cetro de la creación gastronómica. Licha, la hermana, la otra, leyó con cautela y dijo pausando: inyecta el pavo con sidra, sofríe los ajos, la cebolla

corta

y

agrega

luego

la

carne

y

cuando

esté

aderezada, la fruta le echas y el resto de sidra. Se rellena el pavo, se agregan manzanas, se unta mantequilla, sal y pimienta, y, al final, vacías el cognac y metes al horno. -¿Cognac?, ¿tanto así?, ¿una taza? -Sí, y mientras más, mejor. -¡Puta!, dijo la abuela, dimensionando el platillo, ¡qué elegante ese pavo! 42


TE TRAEN

Rogelio, el sobrino, el hijo del Quelo, su hermano, y de igual apellido e idéntica estampa, contóle a la abuela en la andanza en que andaba con su trabajo que era entre pésimo ínfimo y recorría la rosa de todos los vientos como lienzo en el aire, tan pronto estaba en el sur como estaba en el norte, en el este u oeste, o en sitios de en medio, peregrinaba el país como Marco Polo el oriente, de Yucatán a Sonora, de Veracruz a Jalisco, y en el centro bogaba como trapo en las olas. Desconcertaba a la abuela el gran zarandeo que por el mapa tenía y lamentaba, no sin pesar, sus sucesos de circo, de aquí para allá, y de allá para acá, y le dijo al sobrino, compadeciéndose: -¡Qué bárbaro, Roger, ya ni la hacen, o sea que te traen como cerote en resaca. -Ni más ni menos, tía, le aseguró.

43


Y QUE SE LE...

No iban peor ni mejor don Jesús y la abuela con eso de quítame las pajas, u otro de igual contenido que no lograban

entrar

por

las

sabias

razones

de

su

juicio

preclaro, pero iban los dos bien trenzados con hilos revueltos que no destrababan ni con la aguja del seso. Incordiar, jorobar y zaherir, es el papel protagónico de la obra teatral “Convivamos”. Pasaban ranchos y ranchos y la orquesta del auto continuaba la música, seguía con estruendo hasta que un roce frenético de serias fricciones, advirtió algo allá, muy abajo, un barrunto de algo que se notaba en el marco del

chasis

conturbado

y

el

pick-up

se

sentía

como

moribundo en ayunas, algo debajo creaba ese mal taconeo de las llantas sumisas. -¡Algo pasa, iré a ver! Y sin la menor inferencia, supuesto o hipótesis, con los dos pares de llantas en estreno absoluto, dijo don Jesús para sí: -¡Ojalá y no sean los neumáticos! -!No

–balbuceó

la

abuela-

revienten las cuatro. 44

ojalá

sea

así

y

se


Y, en efecto, se pincharon los pares con factura y de fiado. Ser bruja colabora.

45


TU DILE QUE SI...

Si en alguna ocasión te sugieren sobre ciertas personas que intentan influir y que abundan, tú diles que sí, no discutas, dile que es cierto, que asimilarás desde ahora su parecer

indudable,

y

estimas

su

consejo

sabio

que

desde y

este

queda

momento premiada

agradeces por

y

sécula

seculorum con el brillo de estrellas y pueden hacer el nudo perfecto a su paño escultista. No falta quien te proponga, sugiere o plantee de esta manera y apunto: -Mira, yo que tú... -Sé cauteloso mejor. -Si yo estuviera en tu piel... -Hazlo como Pedro lo hace... Cuando

alguien

te

orienta,

emplea

la

fórmula

que

enseguida señalo. Y así todo acaba. -Y... ¿qué debo hacer? -Poco

o

nada.

Mándalos

a

quieras, dijo la abuela.

46

la

chingada

y

haz

lo

que


LA PENDEJEÓ...

Rosita fue a investigar con la abuela si estaba bien lo que hacía, una prenda que estaba tejiendo para su hija Linet y que deseaba obsequiar en su cumpleaños que viene, está a vuelta de la esquina, o como dice acá, tras lomita. Tenía el patrón de muestrario y compró el estambre y agujas y todo para concluir sin prisa, pero recibió la opinión de la abuela que era única en ello. Recordaba los pasos que debía de hacer para concluirlo y no cometer desviaciones ni saltos de liebre o desenredar lo embrollado. Seguía al pie de la letra y la instrucción respetaba. Si lo haces así –decía- es más fácil, porque tomas el par y abandonas una. Para comenzar desde el puño, tienes que tomar las medidas de la sisa que ajusta y calcular cuantos puntos toleras. Los puntos de la sisa son los que van en la aguja. Y así... para comenzar iba bien. Pero, luego se enredó y exclamó: -Voy

a

preguntar

a

la

abuela,

es

lo

indicado,

dijo

Rosita. Al buscar asesoría y como instructora que era, le 47


enunció las palabras que hasta la aguja tembló: -No seas pendeja, Rosita, vas al revés, se empieza así... y le explicó. Y ya, como experta, continuó. Pero,

al

llegar

a

casa,

relató

con

vergüenza

la

expresión de la abuela que la dejó patitiesa, pero cierta sin duda. -Estoy triste, Linet, me pendejeó la abuela –contó- pero aprendí. Sigo tejiendo ahora y ya voy a acabar. Tendrás tu prenda.

48


LA ABUELA ENFERMÓ

No se enfermaba la abuela, ni poco ni mucho, y un día de tantos, ocurrió lo temido, era un roble talludo y se maleó de repente con temerosa reserva y consternó a la familia. Sacó a su

hijo

de

casa

en

Monterrey

donde

vive,

aunque

siempre

charlaba con la lengua sin hueso por el negro sin hilos, y al percatarse del caso y gravoso incidente voló de inmediato al lugar de la madre y llegó a su ex-hogar, al ojo de ella, para multiplicar

de

verdad

los

tránsitos

médicos

que

la

madre

requería y, veinte días después, dieron fruto y maduro con la abuela aliviada para un año más de sus cuentos, feliz y tranquila. Pero, al calmar sus trastornos, le dijo a su hijo que arribó desde el norte para tal contingencias y lo que no esperaba, escuchó: -Mi´jo, ¡qué caray!, te hice venir desde lejos y no me morí.

49


¡QUÉ BUENO!

Rogelio, al enfermar y expirar, y fue el último paso en

su

largo

almanaque,

después

de

años

y

años

de

salud

envidiable y merecedor de la paz de otros tiempos mejores, le sobrevino

el

acoso

que

lo

dejó

trasijado

por

el

dolor

incesante que claveteaba su cuerpo, y hermanos y hermanas y esposa y los hijos, sobrinos y nietos, lo rodearon a él. Todo el arnés familiar lo rodeaba. Y al final, cuando todo eso acabó, llegó de pronto el anuncio a la abuela Conchita, hermano de él, que ambos juntos estaban y deseando que así culminara, exclamó compungida: ¡Qué

bueno

que

murió!,

descansó.

50

le

dijo

a

su

hijo:

ya


BIEN DICHO

Cuando la abuela frisaba los noventa años y pico, y la hija que cuidaba, conversaba con ella, y manifestaba seguido su

vehemente

optimismo

que

es

una

tendencia

a

juzgar

favorable todo lo que fuere. En cierta ocasión en que evaluaba su vida y pensaba y juzgaba y hacía planes con ella sin importarle siquiera el tropiezo del tiempo, le decía jubilosa: -Mira, mamita, si Dios quiere, dentro de 10 años en que... Y la abuela enfocó sus ojos y exclamó, interrumpiéndola: -¡Chinga a tu madre!

51


¿CÓMO SABES?

En otra ocasión conversaban la hija Chiquis y ella en una charla tendida, cual tendedero de patio, en la casa de Quelo, su hermano y vecino, y a quince metros al lado. Hablaban de todo y esta vez de embarazos, pero no de conflictos ni yerros fatales, dificultad o carencia, sino más bien de preñez, de gravidez y pedidos de su hijo o la hija. Y la abuela dijo de pronto: -Ese día salí embarazada, y de ti, Chiquis. -¿Y cómo lo sabes?, preguntó la hija. -¡Qué

te

importa!,

respondió

invadiendo su predio.

52

terminante

por

estar


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