NIÑOS DE CUENTO
Armando Trasviña Taylor
Mi profesiรณn es ser abuelo.
1
LA NIÑA DEL...
La casa tenía, vista de frente, un enorme pasillo a la izquierda, en donde podrían caber hasta cuatro autos si los hubiera, y a través de ese espacio de treinta y tantos metros de fondo y treinta y tantos metros de gozo, existía una amplia ventana que mostraba lo que adentro existía: la sala, el piano, los muebles, los cuadros... etc. y dejaba al aire sus partes sin pudor ni recato. Era una angosta cochera que se usaba de patio para el recreo de los hijos, más primos, más amigos, más vecinos que iban cada fin de semana al salir del colegio. Era un paso de gloria como el que vive en los sueños con luz propia en las noches y regio sol en el día. Era patio-cochera-galería-jardín-zona de juegos, larga y fecunda, all in one, largo cual sueño de mísero, era un campo infinito de juegos y bulla. Por ese especio entubado acostumbraba a pasear a la niña en su carriola de ídem (handly carrier), de un año y
meses
de
vida
y
disfrutaba
2
el
paseo
con
gozo
y
fortuna, alegría desbordada y sin medida a la vista. Lo hacían grato y humano desde el césped de entrada hasta el pasto trasero, era el alfa y omega de ese mundo minúsculo. A esa hora del día se reflejaba en el vidrio lo que por él se cruzara y cada vez que lo hacía, acostumbraba a decir a la imagen-retrato: -¡Adiós, niña del vidrio! Y respondía a mi mismo, ¡hola, adiós!, y volvía a decir,
¿cómo
siempre
con
estás?, ella
en
¿cómo ese
te
piso
ha
ido?,
disforme,
dialogaba rupestre
y
solar, y la niña del vidrio...
NO CABEN...
El
paisaje
era
jade,
rural,
de
cinema,
hora
de
rancho, las reses rumiaban y la tercia de cabras comían presurosas con mecánico hartazgo. Las vacas, con las testas al aire, por tallas, como hilera de escuela, el alfalfar
devoraban.
A
un
lado,
3
un
árbol
verdoso
y
gigante, crencha
de
los
revuelta;
que al
ahora
llaman
azul
del
ficus, cielo
mecía
aplacaba
su y
despeinaba con gracia. Comían los cerdos con prisa, las artesas vaciaban y al empezar el sembrado un modelo T de museo que dejó de andar hace siglos, estaba ahí, jubilado,
después
de
viajar
de
continuo
por
la
carretera de la vida, toda una historia neumática de cuento y novela; tenía las llantas sin aire, es decir, desairadas. Lo vio todo Inés, sorprendida, desde el sitio en que estaba, -un asiento en la pila- parecía gozar de la cinta que ahora hacen de estreno. Era niña de kinder, de cinco años corridos, iba a ver
la
alquería
con
su
adentro
y
su
fuera
del
promontorio rural y bucólico: el bohío, la acequia, el rostro del campo, la mies, las pezuñas, la fauna y la flora, la feracidad de las tierras que exaltaban las áreas y ante el techo de nubes que amenazaban con baño, extendió su paraguas, con tiento y prudencia, así de mecánica. La niña observaba al ganado y al hombre que
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ofrece, una vez y otra vez, a ambos lados, veía las reses, las mamas y luego al recio granjero, de hito en hito, y repetía las ojeadas por tramos, y calculando la alzada del choncho ganado le dijo a su madre con duelo: -Mamá –arrugando la cara- ¡no tomará leche el señor! -Pero,
¿por
qué,
Inés?
–dijo
la
madre
con
pasmo, viendo las ubres pletóricas. -¡No, dijo la niña oteando las vacas, no está fría la leche y no caben en el refrigerador.
COMO TÚ Llegaron a tiempo los tres casi en punto: la madre, el padre y el hijo y empezaron a darle al palique con quienes
ya
lo
ejercían,
festejaban,
practicaban
la
vieja costumbre, pero no por vieja la peor, de pelar la sinhueso y era cita que todas los niños hacían de lo suyo, jugaban, corrían; el jardín era propio y sentíase grato; barrido y regado, y cegado para un acto como este,
indemorable;
dispuesto
5
a
aceptar
a
la
turba
durante el tiempo que fuere. Formaban las sillas el ruedo hogareño y se asoleaba la verde campiña buscando el aire y confort y el favor de la acústica. Acomodaron para ello toda clase de asientos: tumbonas, sillones y tablas, taburetes y bancas, equipales y poyos, todos con rostro de uso, de manera que el grupo pudieran oír y
charlar;
desvestir
a
las
que,
por
desgracia,
no
vinieron al tibio cotarro. El clamor aumentaba entre padres e hijos y decibeles corrían como el perro que, al fin, no llegaba, ¡bendito sea Dios! La
charla
surgía,
balancín
de
molino,
bajaba
y
subía, y los niños inquietos, con derecho a gritar, bramaban
ruidosos,
interrogaban
en
alto,
reían,
no
dejaban en hacer y parlaban todos juntos y a la vez todos
riendo:
aquello
era,
no
sólo
cena
de
negros,
años
apenas,
¡sino banquete! De pronto, al abrirse el silencio: -¡Ptrrrr!... que resuena un soplido. La
ventosidad
de
Miguel,
de
tres
desmontó las sonrisas de todos y todas.
6
Al pena,
darse
cuenta,
y
con
los
ojos
de
las
otras
abiertas
nervioso, de
buscó
fuera,
señoras,
y
a ante
con
la
madre
las
súbito
con
cuencas asombro,
conteniendo la risa, oyóse: -Mamá, me tiré un pedo como tú.
DE ÁGUILA
El aula estaba, juntó los dedos, hasta arriba, era lata
de
angulas;
el
grupo
de
kinder
oía,
veía,
comentaba, y por ley de la Miss, esperaban la fecha que de antemano sabían: Día de la Bandera, hoy no, mañana, 24
de
febrero,
e
inquirió
al
grupo
todo
con
inquietas: -¿Quiénes quieren venir mañana de verde? Se levantaron las manos. -¿Quiénes de blanco? Otras. -¿Y de rojo? El resto.
7
voces
Cuando
acabaron
los
¿quiénes?,
intuían
los
chiquillos para qué lo deseaban- formarían la bandera, justo ese día. María Paula esperó, no izó manos, y callaba. -Y tú, María, ¿de qué quieres venir mañana? -¿Yo?, respondió de café. -Pero, ¿por qué, María?, si los colores son verde, blanco y rojo. -No –dijo ella- yo quiero venir de águila.
ESTÁN...
Era domingo y estaban en casa de uno de ellos: padres, hijos y yernos, nueras, tíos y nietos. El jaleo se llevaba en la sala de junto y estaban dispuestas la mesa y cocina. Mojaban la charla con marcas de Escocia, de
España
y
de
México
y
de
Rusia,
inclusive,
Alemania y de Francia, internacional el copeo.
8
de
Los niños fletaban el área donde ahí se escanciaba las copas y vasos, y el patio, reservado para ellos, estaba solo, soleado, sajado y salido y si hubieran dicho
que
al
techo
subieran,
treparían
gustosos.
El
césped gritaba la sobra de incuria, lloraba la poda y la inmensa desidia que flotaba en la hoz de la esquina asombrada contra el muro arrimada. El correr por la casa se hizo de uso y modus fregandi de pibes y chicas, un saldo de agobio y sofoco se hacía; saltaban los muebles, las sillas y bancas, comían de todo, botanas y frutas, dulces, refritos, refrescos y tortas. Pero, luego... Un combate de perros rompió la velada y un gran revoltijo se armó por la acera que está frente a la casa. -Adrián,
le
pidieron
al
chico,
de
cuatro
años
cumplidos- ¡ve a ver qué sucede! Y el niño fue hasta la puerta, ganó la salida y entreabrió las dos hojas y vio la gran algarada, gresca y sofoco que había. Y regresó de inmediato:
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-¿Qué pasa? –preguntaron. -Nada, -contestó más que serio- no pasa nada, están fecundando a una perra.
¡QUÉ LENGUAJE...!
En el asiento de atrás iba Martha, Linette y la que ahora
evoca.
chauffier
que
Adelante, era,
la
madre,
como
el
siempre,
hermano mi
padre.
y
el Nos
dirigíamos con prisa a la estación de autobuses para ir a Guadalajara, cuando, de pronto, desde el vehículo en marcha, miró Ana el fulgor de un gran puesto de frutas de
gran
brillantez,
una
cornucopia,
en
si,
¡de
concurso!, un anaquel de entrepaños con veinte y tantos colores que indujeron al gusto, al regusto y resabio, ¡qué
delicia!,
catálogo: limones,
un
stand
naranjas, duraznos
y
de
certamen,
piñas,
sandías,
uvas
y...¡oh!...
de
muestra
melones,
y
fresas,
papayas,
¡sí!,
¡papayas!, ¡colosales, gigantes!, un arcón de mercado y
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una
feria
de
pueblo,
insuperable,
¡para
Ripley!
a
degustar impelía. Impresionó tanto el lugar que la ilusión se hizo hilera:
jugos,
licuados,
revoltijos,
pico
de
gallo,
ensaladas que con los ojos en alto, repuse: -¡Puchi, los papayones...! ¡Puchi!, era como decir ¡puta! en el pueblo y la madre, al oír ese término, pajareó y reconvino, volvió la vista a la hija y explotó disgustada con rudeza: -Hija, te he mandado a la universidad para evitar eso, ¡qué estulticia!
¡ES UN TÍPICO...! A Veracruz, ¡todos, sí, vamos, vamos!, ¿todos listos?, con rapidez nos subimos al ir de crucero hasta ese ancladero. Iba Adrián y Gabriel, papá y mamá, en el auto
minúsculo.
Este
último,
atrás,
al
lado
del
vidrio, observaba el pueblo ruinoso que a su paso se hallaba.
Cavilaba:
fango
ramales!,
y
¡qué
de
insalubres
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calles, y
casas
sucios.
y
moscos,
Terminaba
la
lluvia y lo que ahora observaba turbaba y hería. Iba absorto, sumido, adherida la boca al calor de su vidrio y atisbaba perplejo. La más leve minucia lo alteraba y sumía, lo hacía sufrir como nunca, veía circular a la gente con ese aire mezclado de pueblo harapiento. Él, de cinco años apenas, pantalón corto y playera, gorra negra y de tenis, rompe-vientos dorado que no hacía juego con nada, ni con la audacia de usar, era en si un esperpento. No hablaba. Se pegaba al cristal y miraba, echaba vaho y lo untaba, le avergonzaba el aspecto de aquel pago deshecho. Al pasar el tramo último de esa aldea perdida, confín del villorrio, vio a un hombre cascado, de pie y con desgano, fumaba pipa en la verja y era un tipo de costra, de pellejo y miseria, estaba el
uno
para
rugientes,
el
de
otro,
los
de
mirador antes
y
mirado:
ahora,
calcetines
sandalias
de
uso
entre el gordo y el índice y un cinturón de pañuelo que rodeaba su vientre de cuba y bodega, grande y agudo, camisa
rota
y
fieltro
con
riscos,
y
una
piel
de
africano, hecha grietas y mugre, casi frita o refrita.
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Le impactó tanto el aspecto de aquel viejo vecino, que lanzó la duda de pronto con pregunta incluida: -¿Se fijaron en el tipo ese? -Sí –respondieron. -Es un típico pelangoche, ¿no?
¿ME LA...? Ajustaron tanto a la mesa la silla de Ana, que sintióse reclusa, presa y cautiva, con su Barbie en la mano
entre
abrazos
y
besos,
la
mimaba,
arropaba,
arrullaba y gorjeaba, como toda madre que halaga y que anima.
Anita tomó la muñeca y la apretó contra el
pecho, la puso en pie y caminaba, la engreía y colmaba de besos, destramaba su pelo y acunaba melosa: estaba boba, embaucada. La anoréxica moña de Amadeo Modigliani que
parecía
su
figura,
anglo-gringa,
de
moda,
tiene
lugar en vitrinas, es y parece de alcurnia. Resulta, pues, cautivante, una estrella de cine que toda niña pretende y persiste en tener para amarla y cuidarla, rodear de caricias y de tratos melifluos. Movía los
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brazos y piernas, el tronco y cabeza, probaba vestidos, era una linda pepona, irreal e ilusoria, vanidosa y serena, de anaquel y de armario. Siguió manejando su talle,
cuando
de
pronto,
que
truena,
se
escuchó
el
¡crac! fulminante y se apartaron las partes desunidas y anexas. Anita fue con su madre que estaba cerca de ella, mostró el desorden de miembros y con agua en los ojos, dijo excusándose: -Mira, mami, destruí mi muñeca. Y mostró los brazos aislados que estaban sueltos, dispersos, y ante súbitas lágrimas, le dijo: -¿Me la... –y se quedó cavilando. -¿Me la truyes, mami?
¿ME DES...? Tenía apetito de más como siempre lo tiene. Los platos estaban ante ella colmados, pringosos y grasos, así, junté los dedos, y esperaba que todos llegaran para decir ¡buen provecho! tomar la cuchara y entrarle a los guisos. Se montaba en su silla la niña de meses y
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sentía hambre de fiera, agresiva y airada, no era buena para eso de moras inútiles y esperas tardías en la hora dedicada a los platos hirvientes. La ajustaron tanto a la mesa que parecía barco en el muelle y, aún así, fue prudente, y esperó con paciencia que los otros lanzaran su ¡ya! gastronómico para exclamar ¡con permiso! con quienes
rodeaban
e
iniciar
así
la
panzada.
Cuando
empezó el glotoneo, consumió lo que había, comió mucho, se
atragantó
hermanos
y
y
empezó
otros:
el
sobado
¡gracias,
estribillo
buen
entre
provecho,
con
permiso!, ¿puedo levantarme?, –era quitar la tranquilla para abrir el postigo- señal de respeto, gratitud y contento que conocieron de niños y de años apenas. -Buen
provecho,
muchas
gracias,
¿puedo
retirarme? -Puedes, buen provecho. Los comensales se iban. Se fueron todos, y Ana, con el asiento ajustado a la mesa vidriada, deseó la ayuda de alguien para bajar de
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la silla e imploró luego al vecino que era entonces su padre: -¡Papá!, por favor, ¿me desacercas?
¿CON QUÉ...?
Persistían
en
trabajos
los
tres,
diccionarios
y
libros, cuadernos y plumas, ganas y no, pero todos lo hacían.
Dejaban
al
lado
la
juerga
y
bullicio
e
indagaban felices, escudriñaban, estaban más idos que búhos, buscaban, pensaban, ¡tablas odiosas!, y hacían todo
aquello
que
buenamente
podían
en
las
horas
de
clase -rezongaban. Martha hojeaba en el tumba... tumbaburros... tenía que
saber
la
escritura
de
alguna
palabra
y
no
encontraba y seguía, perseveraba y se fiaba, pensó en la madre y maestra y salió corriendo en su búsqueda, carpeta en mano y pregunta en la otra. -¡Mamá,
mamá!,
le
escribe azul.
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dijo,
¿con
que
zeta
se
NO ES Ambos chicos se hallaban, mal que bien, atendidos, amparados,
validos,
niños
peques,
al
fin,
y
se
alegraban de ello; convenían en que ambos como reyes actuales vivían y hacían a falta de madre. La chica que velaba era todo para ellos: oía, servía, atendía y era asa y garrafa de esa alta cocina. Adrián y Gabriel, la pareja, la aceptaban en todo, por todo y para todo, y por
si
más
requerían,
preparaba
los
sándwiches,
les
daba la leche y licuados con todo, hacía pop corn y malteadas, horneaba panes a diario y trataba a los dos como joyas, diamantinas y caras. Por la forma de ser, era única y bella: los bañaba, vestía, daba leche y dejaba
al
portón
de
la
escuela,
sonriente
y
feliz.
Trabajaba su padre y le rogaba a la chica que atendiera a esa dupla al mando del barco, timonel y velamen. Un día se fue para siempre y no volvió nunca más; fue pedida por boda, se encintó de repente, tendría otro chiquillo, o a lo mejor, otro empleo, ¡qui lo sá!
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Se fue de improviso y, al poco tiempo y bregar, cuando empezó el agua a inundar, requirieron a otra que fuera de vela y timón y escoltara a ese par de criaturas sumisas, estaban refritos, hasta la m... édula ósea, sin chacha. Llamaron luego a la fámula de otra costura y cuando llegó
la
interfecta,
entró
cubierta
de
dones,
de
gracias y dotes: servicial y educada, de la universidad de
los
chicos,
con
diploma
y
trofeo
y
vacunada
de
todos. Recomendaciones había y de más inclusive. Con hacer la comida, bañar a ese dúo, extremar la custodia, vigilar
las
tareas
y
llevarlos
a
clases,
más
que
bastante; no requería doctorado, ni post-doc menos. Se llamaba Rufina y le decían Rufinita. Los cuidaba de día y olvidaba de noche. Después de semanas de ajustes y arreglos, tratos y tactos, se adaptaron los dos a la nueva doméstica, y la tía, que se angustiaba por ellos, indagó la conducta y la anexión que existía entre el dueto y la chica. -Oyes, Adri, ¿y cómo es Rufinita? –pesquisó.
18
Y
el
chiquillo,
de
seis
años,
y
como
diez
de
ocurrencias, respondió: -No es.
LOS CHOCOLATES -¡Carlos Andrés, por tu vida, no comas chocolates, te hacen daño y te alteran, te energizan, caramba!, ¡no hay
poder
humano
que
por
ti
algo
pueda,
no
te
aguantas!, ¡no los pruebes, por favor! Tras la advertencia materna, nos olvidamos de darle nunca más chocolates a Carlos o Iván (porque era El Terrible),
debían
de
ocultarse
porque
hasta
mí
me
encendían y los devoraba con furia. Procuraba huecos, rincones y grietas, escondrijos y ménsulas, porque si de
Carlos
guardaba,
Andrés
descubría;
era
un
hábil
sabueso: criptas, clóset, sacos y cajas, era pan para él, tenía astucia para ello. Se convirtió el chocolate en
camuflaje
y
abrigo:
uno
guardaba
y
el
otro
encontraba, exploraba y topaba, yo escondía mal y él acertaba
bien,
trataba
de
19
hurtar,
como
fuere,
sus
chocolates dilectos eran de arrobo y de éxtasis; se hicieron, pues, de cancela, caja fuerte y bodega. Yo, por mi parte, escondí en la repisa más alta de casa los chocolates famosos italianos y suizos. El abuelo (o sea yo) que no sabe –ni quiere- de rigores ni frenos, invitó a Carlos Andrés, por una vez última, un chocolate epicúreo, con el convenio jurado de que jamás lo diría, no debía a nadie decir, ni a su almohada lo menos. Lo llevé con misterio al lugar del cambucho, cielo arriba, hasta alcanzar los Ferrero, la marca conspicua del chocolate de Italia, de deleite y antojo.
Le
estricta
dije:
promesa,
¡Chitón, nunca
Carlos!,
debes
no
decir
delates, nada
a
bajo
nadie,
entregué dos en sus manos que parecían dos fulgores: ¡por el Corán y la Biblia, no me culpes! En
cuanto
puse
en
sus
manos
las
ocres
esferas,
melosas y tiernas, con cubierta amarilla, quiso otra y otra luego, no se bastaba. Se volvió ofidio dientón y salió a la carrera a donde estaba la estufa y ahí se encontraba su madre, toda afanada:
20
-¡Mamá, mamá, -dijo el taimado- no cumplió la promesa mi abuelo, me dio tres chocolates!
LA MADRE
-¡Estáte quieto, Roberto, por favor, vete a tu cama, no molestes, ve a tu tu diván y repasa, estudia, anda, ve! Roberto, de ocho años, se retiró y se lanzó como pesa a su almohada, no se explicaba el por qué de la acción de su madre que no era así de explosiva, casi nunca, no parecía estar en lo justo, raras veces lo hacía, ¿y ahora? Se puso a hojear sus apuntes, repasó libros y datos e insistía en excavar la conducta de aquella madre que le
hería,
no
hallaba
razón
para
ello,
eso
de
ser
irascible, y de pronto, era raro, impensado e in de todo, arruinó su paciencia, no era ella así, ¡qué raro!
21
Pasó la hora y, de súbito, entró la madre a su cuarto
y
se
disculpó
con
Roberto
por
el
severo
respingo. -Perdóname, hijo, le dijo, pero, los problemas agobian, salen y cansan, te estrujan, te sacan de quicio, pierdo las bridas, disculpa los gritos –se justificaba. Roberto, pensando en aquello y preocupado por eso, sondeó confundido, y más que ingenuo pregunta: -¿Te sientes bien, mamá?, ¿tienes la regla?
LA... ESA
Michelle pidió a la madre al salir a la calle, lo siguiente: -¿Me traes una juala, por favor? -¿Y ahora, qué?, ¿qué te pasa?, ¿es acertijo o tomada...? –calculó lo segundo- ¿una qué?, ¿una juala?, ¿qué quieres decir?
22
Michelle, de tres años, era un pez en el agua que hasta
sin
agua
nadaba,
tenía
urgencia
de
hallar
un
libro de monos que explicara su enredo. -Sí,
dijo
la
niña,
una
juala,
una
casa
de
alambres para el pàjaro que trajiste. -¡Ah, jaula!, repuso la madre, sonriendo, habla bien. -¿Jaula?, respondió, pensativa Michelle- ¿Qué no son de los leones esas?
FACHA
La tía al visitar a Michelle en la casa materna, la recibió
sin
afeites
y
hasta
en
bata
de
cama,
descuidada. Tenía seis años de edad y largaba bucles y muchos
hasta
los
hombros
de
ella,
era
un
ser
de
culebras en su pelo castaño. Se veía bien en domingo, a pesar de llevar a esa hora su ropa de estar y sestear. Existía la moda del rulo, de los que caen hasta el cuello y daba la idea de ser la señora de casa.
23
-Mira nomás... ¡qué fachada!... fue lo primero que dijo al recrear su figura la tía fisgona. Escuchó la expresión como ida, se quedó inmóvil, y pensó en la estampa que daba de poco afeite y aliño, una imagen no grata,
de
poco
aseo,
sin
baño,
con
mínimo
arreglo,
parecía muña de piso, fea, dejada, desecha. Con tal aspecto que vio la tía remolona, remojó sus mejillas. Cuando venga de nuevo me aviaré y seré otra, dijo, asearía
y
mudaría,
renovaría
su
piel,
elegiría
las
galas del fin de semana, iría al espejo y saldría bien adecuada. Estaría de verse, molestaban las crìticas. Michelle estuvo esperando el toc, toc de la tía y la aguardó reformada, cambiada completa, se amoldó como pudo
y
convirtióse
en
modelo
de
Vogue
o
de
Hola,
emperifollada bien. Lanzaba besos y guiños la tía al arribar, estiraba las chapas y largaba los rizos, alborotaba su pelo y no decía nada de nada, ¡qué extraño!: un elogio esperaba. ¿Se daría cuenta la tía del cambio que hubo en ese cuerpo vistoso?, ¿o mal dedujo el saludo?
24
Dedujo mal, en efecto. Al
escuchar
¡qué
fachada!
y
recorrer
la
figura,
pensó que decía: -¡Qué fachosa!
EL INFANTIL DES...
Estaba
absorta
Michelle.
Buscaba
y
buscaba,
no
hallaba la bolsa donde al abuelo situó el domingo de siempre.
Escrutábalo
todo:
faldas,
blusas,
jeans,
cajas, cofres, baúles, canastos, mandiles, ¿cómo?, no puede ser, no puede extraviarse ni eso ni más, debía de encontrarlo, debe estar en los capri, en los shorts o en los pants, pero ¿cuáles? Se fue directo al canasto donde guardaba la ropa de la fiel lavadora. -¿Qué buscas?, preguntó la madre. -Los
diez
pesos
que
respondió. -Piensa en dónde dejaste. -En alguna bolsa, repuso.
25
el
abuelo
me
dio,
-Busca de nuevo, en otro lado, registra, dijo la madre. -No
está,
concluyó
Michelle,
he
querido
“desguardar” y no lo encuentro.
MARÍA -Acuérdate de Acapulco, María Bonita, Maríaaaa del alma... El canto salió como arroyo a la sala poco llena, saltó mesas y sillas, raptó platos y tazas, y brincó con temor buscando algún nacional que voceara o coreara con el clásico ¡ajuuú! Por el norte de España viajaban los tres (Ana, Roberto y la hermana), por el País Vasco y gustaban de tapas y saldrían a Guipúzcoa en tanto comieran a media hora de viaje, ¿cuál era el nombre del sitio?, ¡quién sabe!, ¿y del pueblo?, menos. No dejó de asombrarme el gorjeo repetido estando los tres acodados en la barra del bar con un pie en el estribo que es la clásica forma de los bares plurales saboreando vinos y fritos y algunos pinchos y tartas, y se admiraron de
26
oír...
¡oye!...
¡de
México!...
¡un
gallo
de
México!
¡Pedro Infante!... cantando en ámbito ajeno. -Acuérdate de Acapulco, María Bonita, Maríaaaa del alma... La canción, de 1945, era un himno del alma y de alta factura, no sólo del México, sino de otros países, se había saltado las bardas y escalado las tapias, sin un grito
siquiera
del
hogar
de
los
gritos.
La
canción
sola, sin par, no había quien la siguiera. El
restaurante
de
Euzkadi
comenzó
a
abarrotarse,
llegaban más y más vino-adictos, coperos asiduos más acá
de
Bilbao,
a
treinta
millas
en
auto
por
el
Cantábrico vasco que a lo lejos se oía. Gustaban de viandas, arteroesclerosis subido y de lípidos vastos, iba la tercia a Donostia, a San Sebastián de Vasconia en viaje de paz y recreo y colofón de semana. ¿Quién iba a pensar que, más tarde, Roberto y Anita, se
anudaran
estudiaría
el
en
boda
esposo
y
a
en
la
Guipúzcoa
viajaran
Universidad
de
y
ahí
Pamplona,
habitaran Donostia cuatro años seguidos y cinco hijos
27
procrearan, fueron,
y
de la
los
cuales
tercera,
dos
María,
de como
ellos la
vascos
canción
lo que
escuchaban, era de México: -Acuérdate de Acapulco, María Bonita,
Maríaaaa del
alma...
PARA TITO
Era igual llamarlo Tito que Robertito o Roberto o como mejor lo llamaban sus cuatro hermanos menores con el
nombre
primero.
Un
día
quise
asombrarlos
con
un
breve aparato que teléfono móvil era, que conectaba por letras hasta el fin del planeta, un ratón medianero que apenas a España llegaba. Esperé la ocasión para hacerlo y convoqué a la quinteta a la sala de junto: -¡Tengo una sorpresa!, les dije. Se
trataba
comunicaba
a
de
mostrar
distancia
un
con
jabón
alcance
con
astenia
polar
que
increíble,
fuera de serie, se estimaba el non plus ultra del año.
28
Lo
saqué
del
bolsillo,
comparé
con
los
dedos
y
exclamé satisfecho: -¡Miren, compré este aparatito!, y enseñé. Ana Lucía que oyó y acostumbrada a los pares, uno para
uno
o
nada
para
nadie,
con
los
ojos
de
uva,
exclamó: -¡Qué, queeeé!, abuelo, ¿qué dijiste? -Que compré este aparatito, y levanté el artefacto apenas visible. -¡Ah...!
suspiró
tranquila,
yo
pensé
que
decías:
“compre este para Tito”.
PAPALOTEO María papaloteo
Paula
continuo.
heredó Era
de
su
plácido
hermana verla,
Lucía una
el
forma
atractiva de abstraerse y sumirse, dejar el ser sin sentirlo: tuviera
manoteaba, mal
de
San
temblaba, Vito
o
canturreaba, seísmo
de
como
si
Parkinson.
Palmoteaba en la sala con los brazos en alto y en el pecho y cabeza por el cuarto y pasillos, por el patio
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de juegos y, podía jurar, por doquiera, y estoy seguro que, si la dejaban subir, lo hacía techo arriba. Tenía un gusto especial para crearlo con gracia, una especie de instinto o fantásticos sueños, era el amor hecho éxtasis, caminaba, tarareaba, se subía, se forjabaa su mundo, chachareaba, parecía hablar en bantú, en ligur o arameo. Sola, a su ritmo, realizaba su trémolo a la vista
de
todos,
agitaba
las
manos
como
breando
las
aguas, los dos brazos cobraban ritmo vibrátil que a sus horas
urdía,
cada
día,
cada
vez,
cada
instante.
Su
ficción era una, la conmoción de las manos eran alas al viento. La recámara, la mía, le faltaba: -¿Abuelo, puedo papalotear en tu cuarto? -Desde luego. Y empezaba. Ana Lucía, la mayor, acuñó, desde tiempo, ese verbo que danza, y conjugó como pocas, destrísima y apta: papalotear.
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-¿Han visto, ustedes, volar un cometa que papalote le llaman papalote?, de papálotl, mariposa, en náhuatl de aquí, ¿con vientos en contra? Ándale. Papalotear era eso. Después de efectuar en el piso su tenaz movimiento, María Paula expresó, pensándolo bien: -Oyes, abue, he papaloteado en tu cuarto, ¿cuánto te cobro?
TE OYO... Al llegar navidad y año nuevo y las fiestas de Reyes por largo tiempo esperados, arribaban también los juguetes y ajuares, furgones que Santa cursaba y con los Magos seguía con presencia y estilo. Con el fin de atrapar
el
deleite
tamaño,
empleábamos
y
cubrir
verbos
expediente como
“ven”
de y
monto
y
“báñate”,
“cuídate” y “vístete”, “estudia” y “detente”; el “no hagas eso” o “saca diez en la escuela” u otras frases afines. Concluí que, en efecto, más de eso lo hacían por sacar diez en la escuela, por los diarios rigores y
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la extrema exigencia. Autos, barcos, muñecas, pistolas, triciclos, aviones, dardos, arcos y flechas, ropa y uno que otro artilugio que imantó sus sentidos, fue lo que al cabo logré con un chico aparato que a todo mundo asombraba,
una
novedad
para
niños
y
también
para
adultos que “woquitoquis” llamaban, woqui... ¿what? -¿Y cómo funciona? Era un artículo nuevo de presencia y jactancia, en especial para aquellos que Mosqueteros se sienten: uno para todos y todos para uno. Había vínculo estrecho, vecindad y primazgo, y en la mañana de Chrismass se volvía
aquello
un
jaleo,
traqueteo
pero
amplio,
diversión y alegría entre el trío de primos, Martha, Adrián y Gabriel, carabina la tercia. -¡Santa
Claus
me
los
trajo!,
decía
Martha
a
los
otros que trastornaban y liaban. “Le
amanecieron”
a
Martha
las
chácharas
esas
y
parlaban cual loros en las áreas caseras y compartía con
los
afuera,
primos comiendo
y
jugueteaban o
charlando,
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felices,
o
adentro
entre
ese
trío
o de
aliados. ¿Cómo sabría Santa que los quería?, le pareció coincidencia pediría?
Los
porque
los
trajo
“walkie-talky”
sin
ruego...
¿o
los
salían
por
vez
famosos
primera a las tiendas locales y eran moda en los súper, en
los
play
costosos,
store
pesados,
y y
en se
las
carpas;
escuchaban
a
eran larga
grandes, y
corta
distancia, en la oreja ponían el redor del micrófono y acercaban
el
otro
teléfonos
monstruos,
que,
sin
gritos,
portátiles
e
se
oía;
incómodos
eran todos,
intercomunicadores de pilas, artefactos sorpresa. -¿Me escuchas bien, Gabo?, ¡cambio! El “cambio” era clave para hacer la mudanza que en la charla de daba, no lo hacían al unísono. Se separaban... ¿qué sería?... ochenta o cien metros por el andén de la acera y comenzaban a hablar como loros con bafles, siempre alternados: -¿Me escuchas, Martha?, ¡cambio! -¡Te oyo perfectamente, Gabo!, ¡cambio!
33
LO SÉ... Expresó la madre los símiles con los que suelen llamar
a
los
hijos
que
llegan
ante
las
hijas
pre-
púberes, después de decenio de mora, cuando la niña ha cumplido los diez o los doce, o algo así, tal vez. La pregunta aparece y la niña curiosa con un monte de dudas,
consulta
o
explora,
todo
investiga.
La
curiosidad se detiene como el grano en el rostro de la moza pequeña y hay que ver el aprieto en que los padres se meten cuando inquiere la nena: Es prodigio el nacer o es misterio el hacerlo. La religión contribuye y no ha habido quien entre padres que no acudan al médico de la clínica esa, y la libran, acaso, con penas, pero lo hacen. Los padres se angustian cuando el caso aparece, los desvela y angustia, y deben tener las respuestas como pan en la mano o agua en la boca: ¿De dónde vienen los niños?, ¿cómo nacen? Cuando el enigma se asoma, la madre se tiñe de rojo tomate, “encargar” le avergüenza como si el trote de Eva en el potro de Adán fuera crimen; recorren la gama
34
de todos los tonos mientras piensan y explican y se ponen a hurgar el ¿qué? de las hijas, cuando la niña desea
el
¿cómo?
intrigada,
se
abruman,
sofocan,
¿lo
enfrento o lo cubro?, y en lo mismo se encierran: que la abeja, que el polen, que Paris, la semilla o la cigüeña hecha piernas. La madre que llega a sufrir tal extremo por primera ocasión
se
deshace
en
ficciones,
comedias
y
timos,
patrañas y giros, lo intenta todo, lo cubre, embustes o fábulas, ¿cómo?, ¡es tan pequeña la niña! Hasta que ella revela: -Mamá, lo sé todo. Se apacigua de pronto, aunque no deja de hacerse la boba o ingenua, ¿qué sabe?, ¿quién se lo ha dicho?, ¿la escuela, quizá?, seguramente, la escuela está presta a mil y una verdades sobre ese hecho y el otro, y no encuentran palabras en forma global para explicar el enredo, el proceso ese. No se detiene en deleites ni en breves detalles y, nerviosa, farfulla:
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-Bien,
te
lo
diré
todo,
hija,
respiró
hondo,
fibrosa, cuando la joven madura, se casa, le ponen los huevos, aguardan los meses y nace el producto después de... -Sí, madre, lo sé, sé eso, dijo la moza, la panza, los tiempos, los cólicos, achaques, el hijo... todo... el
niño
que
sale
con
gritos
de
furia,
pero,
se
detiene... -¿Cómo lo meten?
MANIJAR -¡Mamá, mamá, me manijé...! Cuando la madre se entera del accidente ocurrido a Ana,
su
hija,
pensante,
la
inmensos.
Escuchó
pone
frente el
cara
se
ojiatenta,
arruga
sonido
y
levanta
de...
¿qué
cejijunta los fue
y
globos eso?...
esperó, se preocupa, pero no hubo ningún movimiento en ninguno de ellos, se imaginó que el impacto de algo o de alguien oyóse entre muchos, pero no hubo un ¡ay! que alarmara ni un quejido de pronto; el ruido fue seco,
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¡pum!,
como
tabla
o
tronco
que
cortan.
Debió
de
inquietarse, pero no, no lo hizo, no hubo lamento ni gritos, ni énfasis claros, ni aspavientos, ni nada, se detuvo en espera. Niños de lustros jugaban, corrían y parlaban y muy propio de ellos, reñían. Pudo ver a Roberto, el hijo mayor, hermano de Ana, estirando el brazo de ella y reanudando el meneo. Sin embargo, llamó discreta a su Robert para saber lo ocurrido, lo llamó por su nombre y preguntó lo que hicieron. Roberto, de doce, acudió con su prisa muy rara de niño. -¿Qué ocurre, Robert?, ¿qué pasó?, ¿y Ana? Alterado y culpable repuso: -La
manijé,
madre,
pero
ya,
ya
está
bien,
perdón, fue un accidente. -¡La mani... qué!, por favor, explícate, ¿qué es eso de... manijar? Le di un golpe en el brazo y saltó el hueso del codo. -¿Le saltó el qué...?
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-¡El hueso...! A
partir
de
ese
entonces,
la
hermana
mayor
de
Roberto acuñó el verbo zafar... ¿y Paula?... manijar... es un verbo que expresa luxar o salir. Acomodaba su hueso y ya, todo listo. Era común escuchar: -Me manijé, Robert. -La desmanijé, mami.
NI...
Día de citas y gran peloteo, reunión familiar del domingo a las doce, día lacio en afanes. Se reunían los padres, los hijos y abuelos, hermanos y tíos, sobrinos y suegros, todos felices. Todos se aunaban. Contaban los hechos y corría la sangre en grandes toneles por el cuento continuo de prójimos cerca y próximos lejos. En el
duelo
de
todos
era
común
escuchar
los
pasos
y
chismes, los pleitos y roces, y hasta los víveres caros de la atmósfera misma... ¿en qué va a parar todo esto?,
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decían.
El
decano
del
corro,
especie
de
efigie
-y
esfinge lo mismo- era el don de la casa con quórum cerrado
que
estaba
quieto,
callado,
y
veía
nomás,
vaciaban las copas con prisa y denuedo y el habla era intensa,
a
fuego
vivo.
El
viejo
sentado,
ajeno
a
patrañas, no había juego en su campo, estaba lejos, a millas, faltaba nomás ser recuerdo para quedar en la sala o en la alcoba privada, jubilado de por vida, nomás escuchaba. El
tronco
definitivamente
común
olvidaba
oculto,
¿qué?,
algo no
lo
o
de
alguien,
sabía,
pero
su
rostro decía que algo olvidaba, se hallaba gris entre nubes, la memoria perdía y hasta odiar se olvidaba y para estar sin pendientes, le pregunta a su nieto que estaba a su diestra: -¿Oyes, Diego, qué día es mañana?, volviendo la cara al mozuelo. -Lunes –dijo. -¡Ah,
que
bueno!,
no
–meditó.
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tengo
nada
que
hacer
-Ni
aunque
sea
viernes,
abuelo,
repuso
el
muchacho.
SU SURI Voló a Estados Unidos directo a Missouri y no se enteraron
de
ello
ni
los
primos
ni
amigos
por
la
premura del viaje del novio de Adriana, hoy su marido y amigo
de
siempre.
Fue
a
matar
codornices,
a
cobrar
vacaciones o a comprar hilo negro, ¡qué sé yo!, pero fue. Después de tres o cuatro días, llegó a Adriana una carta que le ofreció al despedirse. -Me escribes, ¿no?, le dijo ella. Adriana es la prima de Carlos Andrés. -Por fin, le escribieron. Carlos Andrés más tardaba en hurgar una cosa que informarse de otra, que si fue nomás a Missouri o a otros estados, que si... y repetía la novia: -A Missouri, a Missouri nomás, a Missouri. Le hizo tantas preguntas que reiteraba lo mismo sin ver ni notarlo:
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-A Missouri, Carlos. Carlos
Andrés
acechaba,
observador
como
era,
se
había enterado de todo: itinerario, arribo, regreso, y hasta el boleto y su precio, butaca y pasillo, todo... Cuando llegó un compañero, advirtió la ausencia de Paco y la presencia de Adriana como vela sin barco: -¿Y Paco?, ¿dónde está?, indagó el llegado. Y Carlos Andrés, que sabía de él y mucho más, se adelantó presuroso y, más que luego, respondió: -Está en el Suri de Adriana.
¿A QUÉ HORAS...
Doña Conchita, invitada a la casa en verano, madre de Elsa y suegra de Carlos, abuela de Inés y de Emilio, pasaba el invierno en verano en pleno choque de fechas felices y amplias, navidad y año nuevo del año del 2000 que pasaba. Sin hacer ruido en la tarde se salió como pudo y el nieto ya joven que por sede tenía ese cuarto con ella, se fue a dormir con los primos y dejó sin
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hombre a la abuela, y quedó desnietada y sin él. Inés resentía a su hermano infaltable que dejó como isla su cuarto y las casas de estar de los primos eran muchas y viables, si no era aquí, era allá, y si no era allá, era acá. María Paula, la prima, de seis años de vida, se acomidió a acompañarla porque no quería que durmiera sola y marchita, y apropióse María del lecho, junto a las dos. María Paula tenía por costumbre leer por las noches y estaba ahora más que atenta en los dibujos y textos del libro elegido. La abuela quedóse a cargo de ambas y entendía bien a María, ¡qué bueno que lee!, se dijo,
y
pensaba). dormiría,
dejó
que
lo
hiciera.
(Costumbre
muy
sana,
Al concluir la lectura apagaría la luz y supuso,
en
cualquier
momento
lo
haría,
no
coartaría la costumbre de leer a sus horas, abstraída y callada,
pero,
era
tarde
y
velaban,
protestaban
sus
ojos y se obturaban a ambas, ¡qué bella es María!, y paciente aguardaba. Y nada. Era casi las 12 y ambos ojos oteaban, una leía y otra esperaba, volvía la vista a la luz y reía.
42
María Paula sintió que la hora llegaba y se desvelaba no por gusto que ya parecía mucho, era ya tarde, y que se arma de juicios y le dice a su envite: -Señora,
¿a
qué
horas
apaga
la
luz
para
dormirnos?
DECISIÓN
Martha quería que Sofía, su hija primera (de sólo un par de años) se adueñara ya de su vida y tomara
ya
su
arbitraje,
decisión
y
entereza,
porque su valor requería. Aprendió a crecer y a estirarse
joven
y
presta,
debía
pensar
y
afirmarse, el albedrío era meta y el camino era uno para no darle más vueltas, hay que concluir, repetía, y si patinas, vuelves, resolver es lo básico y no titubear es la fórmula. En la comida había que escoger entre muchas frutillas: fresa o toronja, naranja o sandía, preguntaba siempre: -¿Qué fruta quieres, Sofía?
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Si se trataba de carne, de pollo o pescado, en restaurantes o en casa, le inquirían: -¿Qué plato quieres? Cuando
debía
que
elegir
la
ropa
a
su
gusto
después de bañarse, indagaban: -¿Vestido azul, café o amarillo? Y así. Cierta vez, al visitar una tienda para adquirir algo nuevo –que siempre lo hacían- la madre, las tías y los primos, ante la opción de quedarse o aventurarse a seguirlas, preguntaron: -Sofía,
¿acompañas
al
abuelo
o
vas
y
el
con
nosotros? -Con nosotros –repuso.
¡EYY, CABRONES...!
El gigante
papá,
la
mamá,
los
de
un
magno
copeo
condujeron
a
casa
de
pre-púberes requeridos
Víctor,
44
su
para hermano
deseo ello, los
cuatro parientes, para, por un lado, convivir, y por otro, conbeber. Llegaron ansiosos con el lábaro en alto, colmaron su gusto
y
evitaron
el
gasto.
Indirectas
venían
y
alusiones se iban, y el hermano mayor, obsequioso cual siempre,
al
protegerlos
del
sol
con
el
toldo
del
césped, empezó a acomodar a cada quien en su sitio. -¡Vean la tele!, le dijo el padre a los hijos y a los otros sobrinos, y, ni tardos ni ociosos, impusieron récord de arribo en la tele del cuarto, allá arriba, en la planta alta. Tres de casa y dos invitados, eran cinco mozuelos y entonaban el canto –y bien que lo hacían-
de
las
Golondrinas
primero
y
las
Mañanitas
después, es decir, las primeras se iban y las segundas llegaban:
pubertad
encontraban
los
y
alboreo.
En
esa
edad
cinco
allegados
que
entablaron
se la
charla y escogieron canales que fueran aptos e idóneos para
ellos.
Se sentaron los padres en el césped sombreado por la carpa de plástico y el techo libraba, no el entorno de
45
ello, sino el hurgar del platillo. No bien se habían instalado cuando, de pronto, el platillo se iba a rutas tabúes y el padre risueño que ya lo esperaba, padre y tío de cinco y amo del cuenco, cortó la intentona: -¡Ey, cabrones... bájenle! y la antena volvió a su lugar donde estaba. Buscaban el Adult Channel.
EL AGUJERO
Cuando Anacé se acostó en la recácama larga y aguardaba a la madre con ganas de niña y una flor en la mano que cortó en la campiña, contaba seis
años
de
gozo
que
no
cabìan
en
su
vida
seisañera y festiva. En eso estaban, cuando de pronto la puerta se abre y penetra la madre gozosa y radiante que al ver la risa de su hija le dice hacia el sitial de la estufa que humeaba y cocía:
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-Tengo un hueco en la panza de avidez y apetito que ya ni me aguanto. Y la hija, de seis años y abriles, levanta la
blusa,
escudriña
el
estómago,
ve
todo
el
entorno y prorrumpe: -¿Dónde tienes el hoyo?
¡QUIÉN SE ATREVE..
Éramos cinco en el kinder, en la mesa del centro, y en primer grado de pre, cuando ocurrió lo que tuvo que acontecer,
me
ruborizo
de
aquello,
tenía
que
ser
y
acaeció. Lo cuento con pena, con bochorno sentido, no me honra con nada, pero lo narro al fin. Es una balsa que flota –y aún timonea- sobre el mar de la infancia y con olas percute. Sucedió en el espacio donde los cinco trabajábamos,
dos
bribones
y
tres
malandrines.
La
educadora ya vieja, tenía treinta años, daba informes precisos
para
cualesquiera:
iniciar dibujar,
los
trabajos
colorear,
47
de
recortar
un y
día
doblar
todo,
arrugar
grupo
tercero:
y
lanzar.
¡cinco
Éramos
años,
ya
mayorcitos
teníamos!
Los
en
el
crayones
traía una bella gladiola del jardín de ese grupo que ni pero aguantaba. María era -y es aún- una Shirley Temple de podio. La mesa integrábamos cinco tunantes: Ángel, Héctor, Enrique, Raúl y el turrón de su madre. Teníamos para ello el ingenio despierto y el arrojo dispuesto, y lo que el diablo intuía, nosotros lo hacíamos. Veamos. Acostumbraba a entregar los crayones en una caja de puros una niña de cielo que belleza sobraba y traía a todos del rabo. Fue el primer astro que ardió en mi éter nublado en el quinto año de vida. Con argucias y tretas pensamos en darle un gran beso a María desde el sitio
en
arrimara frente
y
que a
la
estábamos mesa.
mostrar
los
cuando
Acordamos colores,
diera que,
la
al
¡zaz!,
cera
y
se
plantarse
de
estamparía
la
mejilla. Pensamos que, y con gusto lo hicimos, debíamos de elegir al pretenso y antes de hacer el sorteo para optar al del ósculo, sentí que, si a Raúl le atañía, o a mí, de perdida, no la hacíamos nunca. Ahora, si a
48
Héctor
compete,
a
Ángel
o
a
Enrique,
fácilmente
lo
harían. Yo, por lo menos, ni en sueños. Cuando la rifa se
hizo,
¿qué
creen
que
pasó?,
¡resultó
Raúl
con
ventaja! No, no, no podrá jamás, no se osará –penséconozco a Raúl y será incapaz. En eso viene María con la caja repleta de cromos diversos, ¡qué vergüenza!, se aproxima a la mesa, ¡qué de nervios! y se puso a hablar en la otra, la vecina, a tres pasos atrás, luego viene, vendrá. Se ve contrito Raúl. Cada uno, de pie, escoge colores. Y llegó María, por fin. Cuando a la mesa se unió, a un lado de Raúl, se asomó a la cajilla y con el hálito en vilo ¡que la besa!, ¡trompazo que tuvo!, en el pleno cachete, el contacto se daba con los labios en U
y
grande
corriendo
a
sorpresa.
Lanza
la
que
pieza
ella
la
Dirección
urna se
y
salió
llamaba
“a
acusarnos” decía, y nosotros, mitad temor y frescura, esperábamos que el cielo se fuera a su cine exclusivo. Nos mantuvieron de pie buena parte del día, frente al muro, con la sonrisa suspensa. Las maestras decían:
49
-¡Qué descaro! Y los compañeros a la vez: -¡Qué heroísmo!
UNA VEZ MÁS
La bancas,
misma las
escuela, mismas
los
Misses,
mismos la
niños,
misma
las
mismas
audacia,
pero
ahora, al cubo. Fue en el área de patios, detrás de las aulas, donde nadie soñaba lo que aquellos planeaban. Fue de épica pura, de gran aventura y altísimo rango, acción inoída. Estaba instalada la escena en el cuarto pequeño
llamada
letrina,
retrete
o
común
y
cruzaba
sobre él un brazo robusto sobre el hueco sin techo. La rama aguantaba y bien que aceptaba y cuando las niñas entraban del centro a hacer lo que sea, ocurrió lo impensado y pocas veces oído, un vodevil de primera. La intrepidez de los cinco era de celda y condena, muerte de
pena
o
pena
de
muerte,
50
ex-comunión
inmediata
y
pronto
cadalso,
penitencia
de
siglos.
Los
mancebos
treparon y pasaron momentos de éxtasis lúdico. Cuando
las
niñas
supieron
directora
del
kinder,
las
de
tal
maestras
disparate, de
grupo,
la el
conserje de turno y las madres y padres, conocieron del caso de Enrique, de Ángel, de Héctor y Raúl y yo de pasada.
Protestaron.
Hoy la planta se yergue en el mismo terreno, vive aún, sigue en pie, dando frutos y frescos, no así el inodoro que mudó de caseta y le instalaron tejado. Fue buena medida. La techumbre.
LO CORRIÓ
Miguel no cedía por nada de nada ni por nadie en el mundo, cerrara
no el
cejaba, acceso
no
podía
hacia
permitir
ella,
su
que tía,
un la
intruso de
él
solamente que frenaba lo suyo y lo no suyo también, lo que sentía por Linnette era hondo y legítimo como el mar
de
profundo
y
no
estaba
51
dispuesto
a
dejar
ese
afecto por sólo diez chocolates. Cada vez que venían de Temse,
en
su
Bélgica,
de
vacaciones
anuales,
obsequiaban las barras de leche y cacao que, si fueran de diario, tal vez cedería. Desde que entraba a la urbe y
a
recalar
en
su
casa,
ocurría
siempre
lo
mismo,
después de ocho mil –o más kilómetros- de Temse hacia México, departían placenteros pero, por más placer que sintiera por los belgas bombones, no podía aceptar, no podía, ocultar la aversión por su esposo europeo, no estaba en él, no deseaba. Desde el matrimonio de ellos, y
desde
antes,
incluso,
se
formó
ese
repudio
con
disputa ceñida y la porfía continuaba. Lo consideraba foráneo. El amor que sentía por su tía favorita, no era igual al de ayer, sin parangón lo sentía, sólo era propio. Sentía que su alta ternura de cuatro años de vida era la edad que lo hacía. Hoy llegaban de nuevo a la
casa
paterna
después
de
diez
horas
de
vuelo
de
Bélgica a México lindo y anunciaron su arribo con pompa y derroche. Miguel preguntó: -¿Y viene Frank?
52
Al escuchar la respuesta, sintió que su alma se iba por hondo agujero y regresaba por fin, la costra dolía y al rozar encrespaba. Llegaron, al fin. Los
padres
y
hermanos,
los
seis
todos
juntos,
recibieron con precio y gran bienvenida, saludaron y dieron
mil
besos
pellizcaron
en
mejillas
grupo, y,
surcaron otra
los
vez,
pelos
y
chocolates,
chocolates de Bélgica, el gran premio y tributo al ser recibidos. Al final llegó Migue, boscoso y extraño, y la tía, con el afecto de siempre, lo tomó entre sus brazos
y
estampó
sendos
besos
que
hasta
el
alma
trepaban, ya quisieran sentirlo los pobres tenorios que colman los cines o los parques del área. A Frank, el marido, al intentar levantarlo para darle un abrazo, lo retuvo y le dijo: -Ven. Al separar esa silla, lo tomó de la mano, evitó sus caricias y esquivando los muebles lo condujo hasta el
53
vano de la puerta de acceso, lo colocó sobre el quicio y empujó de ambas piernas y al lanzarlo expresó: -¡Vete! Y cerró las dos hojas.
LO ABSTRAEN
Carlos Armín se sintió mucho más que contento al saber que su grupo al que ahora ingresaba, era sólo
para
hombres
y
no
estaba
integrado
por
doncellas volubles que casi siempre turbaban y sacaban de quicio. Él entraba a pre-púber y no agradaba la mezcla de varones y hembras en el aula de estudio y su ausencia era signo de que, por lo que sea, no se incorporaran, no son piezas para
él
en
los
juegos
que
llaman
Electronics
Games, (juegos electrónicos) donde él era el rey, el mero líder y que, no había rival en lo suyo, él
era
absoluto.
Tenía
el
don
recreativo
y
creativo para ello y era impar y tajante, y no
54
había quien le ganara ni a Solitario o a Spider, ni a Carta Blanca ni Pin Ball. Al Multiplayer, ni en sueños. Consideraba que en eso, no había nadie a la vista que eclipsara su juego, mucho menos las
damas,
siquiera. altura
con
¡pobres
Carlos
tipas!,
Armín
medallas
ni
mantenía
olímpicas
y
intentaban
su
puesto
la
chica
de que
osara contra su alta figura, sería, no quimera, creo que aún no ha nacido quien se acercara a ese rango.
Nadie
ha
superado
hasta
ahora
en
los
juegos, su reflejo es de plata y su habilidad de dorado. Sin embargo, entre los diez de su grupo se encaramó la osadía por saber si el desaire es un tanto reflejo: ¿por qué odiaba a las nenas?, mal veía y execraba, con ganas por ellas, ¡ee saturaba el esquife? -¡Es que me excitan las tontas, me abstraen y distraen, no practican ni el Pacman –contestó.
55
ESTAN PEOR El sitio mejor para hablar de negocios, de credos y dioses, de política o grupos, es la casa, desatar la sin
hueso
o
silenciar
los
aplausos,
es
más
bien
ordinario. Es la estufa, la que está en la cocina, es la que reivindica. En esos juicios andaba cuando, de pronto,
que
timbra
el
de
negro
subido
y
provoca
sorpresa por la hora no apta. -¡Ring....ring... ¡ -no era nuevo. Quelo saltó de repente, tomó el aparato, (esposo, padre y abuelo) alargó los cordajes y que revienta en su ira su esposa Rosita: -¡Bueno!... ¡hola, mija!, ¿qué tal?, ¿cómo estás? Era Linette, su única herencia, y hablaba de Temse en Bélgica, a un lado de Brussel (Bruselas), y quería enterarse de todos y, en especial de su hijo, Carlos Armín, que llenaba la casa de ocio en barricas y de asueto y abulia.
56
-¡Pásamela¡, dijo la madre que, desde que escuchó los timbrazos se le tostaban las habas por hablar y escucharla. -¡Pásala!, pidió de nuevo, y mientras ambos luchaban por el teléfono diestro, persistía y aguzaba, iba y venía, daba signos de apremio y muchos de ellos en fila;
intentó
jalar
el
resorte
y
Rogelio
dio
los
omóplatos. -¡Llevas
mucho
tiempo, Rogelio, dámelo!... ¡tengo
que hablar con ella!, obligaba. Y el marido ni cuenta, estaba lelo en la charla que Carlos sentía con gran diferencia. La charla seguía y trató de hurtar la bocina y dio la espaldas de nuevo el esposo
radiante;
se
paró
frente
a
él
y
le
rogaba
insistente, hasta que el uso fue de claro abuso; para entonces gemía, alzaba la voz y plegaba, la pendencia era extrema y el debate era ácimo, seguidora y seguido propugnaban
sin
tiento
y
la
prudencia
llegaba
puerto de arribo sin atracar en los diques. Mal que bien, dio fin el palique.
57
a
su
Carlos Armín cavilaba, anestesiado y con frío, y sin ganas de hacer polvo la plática, calificó la reyerta: -¡Ay, abues, están peores que yo!, dedujo.
ALGUNA OTRA COSA -¡Qué bueno que llegas, Rogelio, necesito tu ayuda, cambia el depósito que viene del gas, conéctalo, el tanque
que
tengo
no
han
insertado
y
hace
falta
el
hacerlo; pide cuatro galones para el agua de casa, no tardes; la plancha está inútil; tiende la ropa, pero apúrate; ¿no oyes?, ¿no escuchas que timbran?, ¿estás como sordo?, ¿quieres abrir?; el fregadero está lleno y rebosan los platos, la calle está sucia y hoy la criada no vino, ¡ay, tantas bregas me matan, no tengo paz ni reposo!, mano?,
¡qué
estamos
trabajo!, de
al
malas,
concluir,
no
vino
¿me
la
echas
chacha
y
la ni
siguiera la buscan, se fue con el novio o salió con el cuento,
¡no
sé!,
¡ring...
ring...!,
¿contestas?,
la
basura está adentro, saca los botes y estáte pendiente cuando arrojen sin tiento, que no se los llevan...
58
-¿Alguna afanes,
otra
¡pobre,
cosa?,
Rogelio!,
estaba se
hasta
alquilaba
el
tope
de
como
asno
de
campo y estaba a punto de ser auto-viudo, contaba para ello con la fuerza de Carlos, un chicuelo de ocho años que era el par de la casa en el aseo doméstico. -Sí,
abue,
ahora
voy,
nomás
acabo
con
esto
–respondía con respeto. -¿Dónde
dejas
la
escoba,
Rogelio?,
¡piensa
y
coloca!, ¿regaste las plantas?, ¿barriste la acera?, ¿abriste
la
llave
y
colgaste
el
teléfono?,
¿qué
no
observas, Rogelio?, ¡qué descuido!, ¡qué forma de asear tan absurdo!, el refrigerador está mudo y no suena ni nada, ¿lo arreglas?, ¿quieres que ahora te crea?, ¿no sabes hacer nada bien?, estás peor que la fámula, es el colmo, Rogelio, debí conocerte antes de ahora. -Oyes, Caco, dijo Carlos, su nieto auxiliar como solía llamar: -¡Quién entiende a las mujeres...!
59
EL JAMONCILLO
-¡Estoy pobre!, sin nada, no tengo un quinto de sobra
y
confronto
penurias,
muchas
penurias,
insuficiencias y déficits. Pero, no es ni cáncer ni Sida ni Pariknson menos, el estado de ruina en que ahora me encuentro, me abruma y atasca, no oye, ni mira, ni palpa, ni gusta, pero, no corroe para nada, ni con estar en la ruina, ni con el gusto de urdir el subterfugio que fuere para obtener lo que quiero en la bolsa o cartera –razonaba- tengo que hallar la manera de reunir pasta fácil, diez centavos o quince que ya es una fortuna. -¿Para qué quieres dinero?, preguntaron. -Para obsequiar a mi madre hoy que es día de ella y estoy sin morralla, ¡cómo voy a comprarle!, ¡ella es tan buena y tan linda! Me enlistaré en la marina para tener subsistencia, asaltaré diligencias o atracaré las carretas pero tengo que hacer algo; tal vez cobre más por mandado y barrido en las aceras de otoño. Desde
60
entonces y hora, comencé a buscar los chelines que la madre guardaba en lugar encubierto, tal vez en cajas, sacos y blusas, tal vez en vestidos, debe ocultar, de seguro. Se dio cuenta que rascar no es lo mismo que obrar o guardarlo, ahorrar de contado, pero, no hizo caso y volvió a su terca rebusca. -¿Dónde estarán las monedas? Esculcó mesas, cajones, roperos y bolsas, buscó en sitios ocultos y quien suponga que tuvo reposo, está lejos de ello. Hasta que halló en el armario lo que tanto
esperaba,
¡aleluya!,
¡aleluya!,
tomó
diez
centavos y salió como auto a la tienda cercana donde pidió el jamoncillo como cuelga modesta y buscó a la madre de prisa y de regalo daría: un jamoncillo de leche, canela y azúcar que tanto embrujo tenía para él y para muchos, a él le encantaban y espero que a ella lo mismo gustaran. Envolvió en papeles de China y lo llevó hasta la sala donde su madre faenaba. -Mamá, te traigo un presente, y la estrechó entre sus brazos.
61
-¡Ay, qué lindo...! se les salieron las lágrimas al ver a su hijo de siete años apenas. -Espero te guste. -Está rico, lo dejaré para luego, y dio otro beso en la frente. El
jamoncillo
de
dedo,
adorado
y
dorado,
era
un
delirio para él, el Chimborazo de agrado. -¿Habrá
algo
mejor?, meditaba, de un mordisco lo
engullo y saboreó de memoria. El llegar mediodía y más tarde el ocaso y encaminada la noche, no pudo más con el ruido que el antojo le daba, se atrevió, decidióse, era mayor que su estima: -Mami, ¿recuerdas el jamoncillo de hoy? -Sí, hijo, cómo no, te agradezco mucho, de veras, repuso, probaré luego. -¿No lo has comido?, se alborozó. -No, hijo, lo dejé para postres, le mintió, ¿por qué debo hacerlo? -¿Me lo regalas?, se arriesgó.
62
ESTABA MUERTA
Tenía horario de muerte y muy apenas llegaba a la hora del chino que Tai-Chi aleccionaba, práctica china que es de arte castrense de mil años o más, procura afán y equilibrio entre el cuerpo y el alma. De las ocho a las nueve, de diario y de noche, salía a la rutina. Inés, la hija pequeña, abandonaba la cama, hacía sus
tareas,
subía
a
su
biciclo
y
aburría
a
los
neumáticos, y en la tarde, como estaba de asueto, veía la tele y cenaba, y de la mesa a la cama, rompía récord en ello como Tarzán en las lianas. Al timbrar a las nueve, Elsa, la madre, llegaba con prisa al costal la fatiga. -¡Estoy muerta! –decía. Laborar hasta tarde, atrapar autobuses, batallar a los críos, deglutir las noticias y practicar el meneo, la hacia exhausta, deshecha. Al día siguiente lo mismo.
63
Cuando la madre salía, en voz alta gritaba para que el resto escuchara: -¡Voy al Tai-Chi...! Inés, la criatura, que llora y lamenta, y temerosa, suplica: -¡Mamá, no te vayas, no me dejes sola! Al ver llorar a su hija, de cuatro años de gozos, con ojos de lluvia y lágrimas vivas, goteantes, expuso: -¿Qué pasa, Inés, por qué lloras?, debo irme. -No quiero estar sola, mami. -No estás sola, Inés, por supuesto, está Gloria, la chacha, y tu padre esta aquí, él te cuida. -No
quiero
verte
muerta,
mami,
me
haces
mucha
falta, moqueó.
¿ESTA MUERTA?
Antes de ir a la cama, le cantaban a Inés, la hija pequeña: Inés, qué bonita es, sube la escalera al revés. 64
Era
un
cántico
diario,
monótono
y
turbio
que,
después de escucharlo meses y meses, debió parecerle cargante; no había esclarecido, se fue luego a la cama y con los sueños charlaba y se entregaba a su ciclo. Un día, al desviar la mirada, vio la foto en el muro frente
a
ella
directa,
y
con
los
ojos
de
duda,
pregunta: -¿Quién es esa señora?, ¿la conozco? Sentada al pie del respaldo, re-inquiría. -¿Quién será? No había nadie en la casa para aclarar esa incógnita y, con los años de ella, no encontraba su rostro en su blanca memoria y no había cómo saberlo, ¿pregunto?, ¿a quién?, estaba sola, sin nadie. Cuando la madre llegó le interroga incesante: -Mamá, ¿quién es esa señora? -Es tu abuela, Inés, está muerta. Y soltó el llanto a raudales, no podía poner bajo arresto su pesar y su agobio, lloró como nunca, ¡cómo
65
no me dijeron que la abuela se fue!, por vez primera, sabía. -¡Mi abuelita murió, ¡ay!, y plañía. -Inés... Inés... deja decirte, decía la madre. Y volvía, de nuevo. -¡Se murió mi abuelita!, ¡ay, cuánto sufro! -Pero, Inés, escucha, espera, hace cinco años de eso, tú aún no nacías, hace mucho. Se asentó luego y convino. -Era bonita, ¿no?, concluyó.
ROBIN Lugar de reunión, la salita; visitas, amigos, un grupo
de
gente
dispuesta
a
tratar
con
esmero
a
personas, don tequila y limón, entre muchos, y otros entes llamados don vino y scotch, doña cerveza y el brandy
y
lo
que
llegare
después
sea
lo
que
fuere:
vecinos, compadres e hijos voceaban, corrían, saltaban. Consumían ocio a toneles y los licores velaban. Los autores del acto eran Carlos y Elsa, Emilio e Inés.
66
Compartían el proscenio las sillas y juegos y los que otros traían, el fuego y revuelo y ansias de todo. Con el fin de aplacar a esa turba alterada, sujetar sus desvíos y mermar su voltaje, propusieron crear un concurso personajes
con de
trajes
de
disfraz
y
héroes. vestuario
Emilio
pensó
empezando
por
en él.
Después de salir y volver, regresar y vestir el atuendo del
intrépidos:
antifaz,
guantes
y
adivinar al conjunto: -¿Quién soy?, pegó el grito. -¡Batman!, dijeron. -No, fue la respuesta. -¡Emilio!, corrigieron. -No, replicó. -¡Ah, ya sé, dijo alguien, ¡Robin! -No, repitió. -¿Entonces? -Y al quitarse la máscara, expresó: -¡Bruno Díaz!
67
capa,
invitó
a
EL SERVICIO Esperaban visitas. Cuando la puerta timbró e hizo ¡pippp! de repente, me pinté como liebre al cuarto de arriba al que todos llamábamos decirle:
cuartucho,
fue
por
un
sin
alusión
creativo
que
a
ninguno.
Antonio
Dejen
Quartuccio
llamaban, italo-gringo, por quien daba ese nombre a la pieza
de
arriba
en
donde
estaban
expuestas
algunas
pinturas de recias aguadas. Llegaban
tres
a
la
casa
que
yo
deseaba
no
ver
porque no conocía sabiendo el porte de mi alma. Sonó el timbre indicando y a leer me dispuse, ¡y a mi foso! Antes de entrar a la sala en donde el cotarro sería, le pedí a Ana, mi nieta, un encargo de altura hasta el piso de arriba. -Cuando sirvan la cena, ¿me la traes, Ana? Al empezar la velada (diría desvelada) y a poco más de las doce, se enderezó la protesta de las tripas y adláteres.
68
Ana Lucía, de diez años, aproximaba las viandas por la escala de espira y a la vez que trepaba el sapo gruñía y daba mil escozores. La escuché llegar y tocar (¡toc,
toc,
toc!)
y
parodiar
a
sus
años
breves
y
lúcidos: -¡Servicio a cuartos!
AL FIN, VASCO
Roberto llegó de París de donde vienen las crías que las de piernas transportan a todas partes del mundo y hasta
Euskera
inclusive
(País
Vasco)
donde
nació
y
mereció toda clase de halagos, creció y se paró en su Donostia (San Sebastián) un buen día de diciembre. Fue un buen primogénito dos años seguidos. Conoció la C de La Concha y la H de hoteles frente a la comba bahía, los
comercios
y
bares,
restaurantes
y
tiendas,
los
ertzanzas de rojo (gendarmes), el Peine de Chillida y hasta los ecos de ETA.
69
En incursión que efectuaba por las calles urbanas en su bebé-limoussine, iba cubierto hasta el cuello por el soplo del golfo (Cantábrico) frío que esparcía. En una de esas estaba cuando aparece un desfile de la
ETA
agrupada
(Euskadi
ta
Askatasuna),
expresión
silenciosa que hormigueaba de aliados, simpatizantes y adeptos y que en enorme trifulca empezó en esa zona en 1959. Era un brazo de ella que ocupaba la calle y eran cientos o miles con mutismo absoluto. Roberto, de dos años apenas, se detuvo en su Carrier, observó la parada y
mientras
esto
ocurría,
escurría
y
discurría
entre
mantas y enseñas, se puso en pie solidario como un miembro más de la ETA que secundaba la lucha de medio siglo
de
andanzas.
Era
un
mudo
sepelio:
semejaba
velorio. -¡Gora
Euzkadi
Askatuta!
(Viva
Euskadi
Libre)
se
leía en las telas. Roberto observó todo aquello, atento, abstraído, lo midió en su cabina, la entendió, lo hizo suyo y, como buen
donostiano,
donde
nació
70
su
sonrisa,
admiró
ese
cortejo,
su
acción
y
armonía,
se
puso
en
pie
y
saludaba, sonreía, palmoteaba, se sentía uno de ellos, se sumaba solícito. Era un auténtico etarra.
TRATO ES TRATO -Ana Sofía, ¿qué tal si hacemos un trato? Veamos. Mira, te cobro barato y te paseo cuando quieras a doce pesos la hora y, si prefieres arrullos, quince pesos, más IVA. A la rorro niña, duérmete ya, ahí viene el coyote y se la comerá. (¿Desean aterrar a la niña con el lobo mexica más chicano que el chile?, ¡qué maula!, ¿habrá visto un coyote en su vida?) Ana Sofía contaba con pocos meses y días y se vestía a la moda de un Paris libertino: libais justos, doblez en las piernas, aretes y blusa y medalla en el pecho, un pie sin calceta y otro sin calza, muslos tensos y firmes: dos émbolos.
71
Recordaba Sofía a su abuelo mermado con dos derrames que tuvo y que dejaron de muestra a un mísero trapo, estropeado
y
trapeado,
con
dificultad
para
todo:
caminar, moverse, pararse, buscaba siempre el apoyo de algo o de alguien para no irse de lado y cascarse la crisma. Midió Ana Sofía la propuesta y le dijo sonriente, supeditando el convenio: -Me parece bien, abuelo, tú me cobras por hora y yo te cobro por viaje, por uso y desgaste del coche de lujo, el empleo lo daña y el aspecto reduce, ¿no?, y te cobro lo mismo, ok!, ¡estamos a mano! La niña bonita de sus padres amados era bella Sofía, muy semejante a la madre, y cantaba al final: A la rorro niña, duérmete ya...
SUSPIROS
Pola estaba a las tres, justo a tiempo, en la estufa guisando para siete voraces: cinco hijos más dos, padre
72
y madre. Lo hacía con fe y entusiasmo, como si en ello le
fuera
la
boda
y,
¿por
qué
no?,
la
vida:
iba
a
casarme. Miguel, Miguelocho, como solía llamar al menor de los cinco, un rapaz gordi-cara y tenaz rubi-pelo, entre vikingo y normando, de tres años de juegos y vida en ascenso, buscaba a Pola, insistente, la invocaba con ansias y halaba la falda, la quería para algo, y ella, apurada, evadía. Miguel, con empeño, repetía su plegaria hasta que, hombre,
al
fin,
caballero
de
cepa,
al
sentirse
ignorado, cambió de estrategia: -Polita, te quiero mucho, quiso atraerla. -Yo también, Miguel, y siguió laborando. Roberto, el mayor, de diez años cumplidos, halló límite
en
todo
ello
al
escuchar
al
hermano
y
fiable Polita, ansias y almíbar: -¡Ah!,
suspiró hondo, la hora de la ternura,
73
a
la
DISTRAIDO Decorado común, como en un drama, simple en todo sentido:
en
primer
lugar,
lavadero,
ropa
de
cama,
cuerda estirada y dos tumbonas rellenas por dos señoras charlando, indigestas de prójimo, y un niño, a su lado, de ocho años o menos, que no oía, o parecía. -¿Te te
enteraste
de
aquel... el
mismo... el
que
dije, el porfiado?, hablaban quedo, en secreto, sin
turbar al mozuelo para que no lo entendiera. -¿De quien?, no advirtió a la primera. -Aquél... el de los mangos, con el que...
repuso.
-¡Ah, si, ya sé, el terco ese...le cayó el veinte de pronto. -Pues, fíjate, que Petra, la amiga de Ana, de quince años apenas, se comió el pastel después de pasar el recreo con todo y velas... habló con sordina. Y volvían a ver al chiquillo. -¡No me digas!, igual que su padre... le dio gusto al meneo y relanzó la mirada de nuevo al chicuelo.
74
-¿Te acuerdas de ella?... tan fina, juncal, tan esbelta, sin vientre ni nada, de un bello certamen, hoy está peor que una uva. De hito en hito miraban al chico que armaba su coche de moda y encanto. -¿Y sabes quién se lo hizo?, siguió. Otra vez lo veían y seguían con voz atenuada. -El mismo... eran novios... ¡el primero, quizá!... ¡imagínate!, repiqueteaban los ojos. El vástago, oyendo a las dos carcamales, oji-atento y callado, prorrumpió: -¿Y van a casarse, mami?
EL FERRY Cuando atracó el ferry en el muelle, estábamos todos de
público,
a
diez
metros
de
él,
de
pie
cruzado,
observando el manejo y el ajuste del barco y el hombre que a bordo gritaba cual loro. Por la puerta de egreso, de popa, salían los autos, camiones, vagones, remolques y hasta motos modernas, casas rodantes y otros. 75
Martha
estaba
de
pie,
admirando,
ojeaba
todo,
contando la fila de coches que por la popa salían se recreaba la niña, se colgaba del cabo de la proa a la bita; se trepaba, jalaba, brincaba, sus manos se asían a la cuerda tirante que no alteraba ni pizca al buque sujeto del coto portuario que ni se enteraba. La madre, deseando roer a la hija, pero en broma, la conminó a dejarla: -¡Martha,
estáte
quieta,
no
te
cuelgues
de
ahí,
hundes el barco! Y por querer aterrar, la aterraron. Soltó el calabrote y tiritó como hoja.
DE NOCHE, SÍ... Los hijos son... ¡ah, los hijos!... boletos de acceso para el tren de la vida y un riel inseguro y aunque nos cueste admitirlo, son prestados, ¿quién los presta?, la vida, el trabajo, muchas hijos. Buscamos el sol para ellos, el amor y el camino y nadie detiene. La mujer y los hijos los llevan y alejan, son islas que 76
captan y ya no regresan y desde ese momento se fugan, cumplen el ciclo de ellos, vueltas que da el cangilón sin
agua
ni
ganas.
El
carrusel
de
los
tiempos
son
piezas que giran: nacen, crecen y emigran. Viven, si bien, ocho décadas, y sólo están con los padres, dos y media. Sin embargo, son astros que brillan y escarban caminos. La menor parte del tiempo la vida cobija en la casa paterna, y la escuela, trampolín de clavados los lanza a la alberca de las aguas revueltas. En vacaciones que tienen regresan a casa y de nuevo tratamos de moldear y afirmar, o pretendemos hacer, hacer todo lo que ayer no pudimos, lo que quedó por hacerse: afianzar, aclarar, despejar; conversar con su alma y ni así se reintegran. Explorar en los hijos sobre hechos concretos a donde concurren
y
si
mal
obran,
cabriolean
o
negrean,
océano cruzamos lanzando los cebos al agua convulsa: -Oyes, hijo, ¿y hay vida nocturna donde vives? -Y al que consultan contesta: -De noche, sí.
77
su
LA SERVILLETA
-¿Servilletas, por favor, tío Carlos? Miguel Ignacio, de cuatro años, registraba en su rostro los visos de carne, de postre y de leche y todo lo
que
entraba:
estaba
sucio,
pringado.
Sus
ojos
seguían los ojos de Carlos, su tío, y rogaba: -¡Servilletas, Quería,
lo
por
favor, tío Carlos!
afirmaba,
“desensuciar”
su
carita,
negligencia de madre por no poner papelitos en el sitio llamado...
¿cómo
se
llama!...
¡servi...
eso!...
Reclamaba paño o papel, y el tío, con su mente en la plática, descuidaba el reclamo y olvidaba el chico de nuevo: -¡Tío Carlos... tío Carlos, por favor! Estaba
a
punto
de
hacer
que
su
coco
explotara
cuando, de pronto, con tantos reclamos, en un acceso de ira, exclamó:
78
-Tío
Carlos,
tío
Carlos,
servilleta,
por
favor,
¿tengo que pedirla dos veces?
LAS CANAS -¡Papá, papá, estás lleno de canas! María Paula advirtió, no sin asombro, que a los pocos
años
del
padre
tenía
plata
en
las
sienes
y
alumbraban sus hebras. -Deberían estar en la bolsa, decía a la madre. Explicó el padre a María, que las canas salían de las ganas, auténticas ganas, eran coces del tiempo. -Tu mamá me las pega cuando duermo con ella, bromeó él. Nunca pensaron que ello, broma inocente, despertaría temores e inquietudes sobradas: -¡Hilos de ganas!, ¡bahh! Censuraba a la madre: -¡Qué mala gente eres!, ¡a quién se le ocurre!
79
Días después, cuando la madre se acerca a la niña intrigada, la paró con las manos, miró al padre de lado y le dijo: -¡Mamá, no te arrimes, me pegas las canas!
LÁNCELOT
Ana Sofi contaba con año de vida cuando los padres compraron
varios
libros
de
monstruos
que
fueron
de
azoro y sin advertir la llaga que hacían aquellas, eran cuotas impresas. Sin embargo, si nos ponemos a ver las lecturas actuales (cómics, videos o libros), hallamos muestra seres
de
todo
en
cantidad
horribles
de
lóbrego
y
amplitud
aspecto:
que
brujas,
enseñan magos,
kelpíes, bestias, grifos y fénix, licántropos, hidras y dracos, mantícoras, rocs y pegazos, tetis, banshees, quimeras, vampiros, salamandras, basiliscos, minotauros y
tengus,
gorgonas,
bakus
y
arpías,
dragones
y
hechizos, engendros, y hasta monstruos locales como el
80
chupacabras famoso que, si no soñó Harry Potter debió de hacerlo. La TV favorece. En relación con endriagos, la onomatopeya surgió de los labios de Sofi. Y repetía: -¿Cómo hacen los monstruos?, preguntaban. -¡Aggghh... ¡ y rugía. No se cansaba de hacer. Láncelot, reviente)
(con
porque
esdrújula,
llamamos
aunque
Láncelot,
la
en
Academia
English,
no
Lanzelot, en Spanish, el amigo de Arturo, era un perro de
casa
y
no
de
caza
cualquiera:
Springer
Spaniel,
inquieto y pasivo que, a pesar de su crianza en la escuela de canes, ladraba, corría y vigoroso arredraba. -¡Eres un monstruo, Láncelot... ¡ renegaba la madre. Después,
al
preguntarle
a
Sofía
el
gruñido
de
perros, contestaba: -Sofi, ¿cómo ladra tu Láncelot? Y en lugar de decir guau, como todos los niños, asociaba: -¡Aggghh...!
81
NO LA CINCHARON -¡No la dejen sola, por favor, tengan miedo de ello, ajusten la silla y sujeten las cuerdas al cincho
con
fuerza,
vigilen
sin
pausa
y
tengan
cuidado de movimientos violentos; al dormir, no la dejen... no me cansaba de hacer: exhortaba, opinaba, instruía, advertía, las precauciones no sobran, hay que prever –me decía- puede ocurrir cada cosa, es una bebita, indefensa. ¿Qué causó el accidente?, no sé, no sé cómo, ¡cómo pudo ocurrir!, a mí, el medroso, el que tanto insistía, no cabe duda, en casa del... Cuando sentaron a Sofi en su auto de niña para salir a la calle, repitieron lo mismo, exactamente lo mismo que ayer precavía. abue
a
la
Sofi
Madre y tía dejaron bajo el ala del
preciosa
y,
no
bien
se
ahuyentaron
cuando el teléfono suena, ¡ring!, me paré en segundos, ¡dos segundos!, acudí a su llamado y en cuanto dije ¡quién habla!, que se cae la criatura en el piso mojado
82
y
cuando
acudí
a
la
baldosa
para
verla
tendida
la
encontré en cuatro puntos, cual gato, miraba, a dos dedos
del
mueble,
pudo
darse
un
golpazo
de
efecto
imprevisto, temí y ¡oh!, creí oír: -¿Oyes, abue, ¿no me confiaron a ti?, ¡ya ni la haces!
ESTÁS... Al recoger los platillos con los cinco cubiertos y someterlos
al
servir
gaseosa
la
grifo,
instó
alzando
Miguel el
a
su
padre
frasco
de
vidrio
para con
requisitos bien hechos, comer bien, entre otros: -Papá, ¿me das coca negra, por favor?, y mostraba su vaso. El
padre,
observando
a
Miguel
en
su
asiento
de
infante, sirvió la Coca abstraído cuando, de pronto, se derraman fue?,
al
los
líquidos,
chocar
la
se
desaguan
botella,
¡zaz!,
in
situ,
que
¿quién
empapa
el
entorno, quedó humedecido: ropa, mesa, mantel, silla,
83
piso, su ropa, hecho una sopa. De pedigüeño a culpable y de torpeza a desliz. Mudó de colores y dijo tronante: -Papá,
estás
en
graves
aprietos,
como
solían
eres
respondió
decirle, chocaste mi mano, ¿ves? -El
que
está
en
aprietos
tú,
el
padre, si no limpias el área en cinco minutos, sentirás el castigo. ¡Quedó mejor que nunca en tres minutos o menos!
PITÁGORAS El Vale (Jesús Valentín) llegó a figurar como líder en problemas de cálculo y en álgebra misma y era el Cid en problemas y cuentas de todas. No sólo era bueno, sino óptimo alumno. Su padre, engreído, hacía gala de ello, alardeaba y gozaba, y en todo momento mostraba su ingenio.
En
cónclaves
grandes
y
chicos
coloquios,
tertulias y actos, sorprendía a cualquiera. Desde su corta edad, cualquier tema de ciencias, matemática o física, le daba opción de lucirlo: leyes de Kepler, de Pitagóras o tesis de Einstein, todo podía. El padre no
84
descansaba
para
mostrar
y
blanquearlo,
ostentaba
su
gracia con grandes aciertos. En reunión de domingos o fechas de asueto, de familia o de amigos, se asombraban del
Vale
y
magnificaban
su
ciencia.
Cierta
vez,
y
aprovechando la cita de los sábados últimos, el padre le dijo a su hijo que demostrara su astucia: -A ver, Vale, le dijo, vamos a ver, dime ahora: -Y se puso en guardia. -¿Cuánto son dos más quince? Y el chico, con la vista clavada en las puertas y techos, desvió su mirada, volvió los ojos al suelo y después del análisis, repuso: -Oyes, jefe, dame más datos, ¿no? (A la fecha, no exime el Vale a su padre del chiste)
85
LOS CORTOS
-Oye, tabla
Miguel, delgada
dijo que
la
por
madre afanada en la
burro
conocen,
o
sea
pollino, ¿burro?, ¿parece asno?. -Tráeme tus pantalones. Y salió cual dardo corriendo. Las prendas, “de grandes”, las tomó Miguel en sus brazos y entregó sin descanso. Y volvió a suplicar su mamá. -Migue, ahora tráeme los cortos. Y
volvió
a
salir
como
cohete
y
trajo
todos
los
bóxers que encontró en e canasto. -No, Miguel, estos no, dijo la madre, los pantalones cortos, los shorts, los sin piernas. -¡Ah...!, respondió, ¿los de manga corta?
86
¿GLOTONERÍA?
Con apetito de fiera en el mesón de la esquina en el que suelen yantar, los cuatro almorzaban a ritmo creciente, pedían mucho y de todo, y lo que más le escocía eran los precios de aquellos que se montaban a las nubes, pero a todo le entraban y con fe de epicúreo comían, sobre todo Inés que parejo probaba. Al observar el menú, cerraba los ojos y con el dedo pedía a donde gustara, lo que ella eligiera: esto me gusta, esto también, esto lo
mismo,
entonces
y
sí,
cuando
entraba
duplicaba,
el
a
los
antojo
postres,
medía
y
la
ocasión valoraba. -Está en desarrollo, decían, y entre padres y amigos rompía récord de gula. Come
cual
comentaban,
grande era
y
buena
atracaba.
87
es
mayor
con
lo
dientes
que
come,
y
todo
En
el
cartera:
comeder pan,
de
ese
frutas,
día,
agotaba
tostadas,
carta
y
enchiladas,
frijoles y, para concluir, algo rico como cono de helado.
Al
mediodía
la
abuela
invitaba
y
manducaban con ella y, además, los padres irían a una
boda
imprevista
–dos
compromisos-
misa
de
nupcias y ágape vasto. Faltaban horas para ir a ambos festines. Estarían en misa y al pronunciar “misa est” se vendrían a la otra, previo abrazo y saludo y regalo a consortes: ¡Felicidades, que la tierra sea leve! Inés, al observar el espacio con las mesas en orden,
faltaba
nomás
la
pareja
para
inaugurar
el
banquete y se aprestaban las mesas en fila cerrada. Entonces a Inés se le dio lo siguiente: -Oyes,
madre, le dijo, te propongo
una
-Sí, ¡cómo no, Inés, dime!, dijo la madre. -¿Engañamos a la abuela? -¿Cómo, por qué?, quedó absorta.
88
cosa.
-Sí, mira, no le decimos nada y comemos aquí y seguimos allá, ¿qué te parece?
Y...
Salió Miguel con Enrique a la Ciudad de los Niños que era su mejor espectáculo, con el padre de éste que agasajaba y llevaba, y no era nomás un amigo, sino su mejor camarada. La Ciudad de los Niños
es
el
lugar
de
evento
con
trances
de
asombro y de atractivo mayor donde podían estar no toda la vida, pero buena parte de otra ¡y qué no hizo Miguel con su cuate! Coloreó los dibujos y amasó panecillos, pasó el tiempo completo en maniobras
de
autos,
lanchas
y
cohetes,
era
un
sitio de trotes para grandes maniobras y costes de creso. Al terminar la jornada y recorrer los pasillos desde lo alto a lo bajo, los recogieron a tiempo y llevaron a casa de Quique, su amigo, para hacer el receso y consultóle a su adicto:
89
-Migue, ¿quieres ir ya a tu casa? Y el chiquillo responde: -No, ¿y la cena?
SE DICE...
Miguel Ignacio y Enrique, otra vez los amigos, ambos de cinco septiembres, tomados del brazo, fueron ahora a la
feria
que
estimaban
de
lujo.
No
bien
habían
ingresado cuando iniciaron su ritmo como campeones en todo:
aupar,
saltar,
una
puentes
y
trepar, región
lagos,
rodar,
de
de
Natura
creación
resbalar, con
encaramar
lianas
infinita
y
para
y
troncos, ellos
y
muchos: tío-vivos, tazones, volantes y, ¿cómo faltar a chocones?, sin ello no hay inquietudes. Reservaron los autos para el final del jaleo. Primero a los suaves y luego
a
los
rápidos
y
enseguida
a
hubiere como esos. Como enanos gozaron.
90
los
máximos
si
Al terminar el trayecto, se regresaron a casa y al estar ya tumbados, en paz en la alcoba, evaluando los juegos, preguntó Miguel ya curioso: -¿Qué te gustó más, Quique? -A mí los carros chotones, dijo. -¡Ay, Quique, dijo Miguel, no se dice chotones, se dice chocones, con ele de vaca.
REMAR
A Jesuso le dio por remar un buen día, pero, no fue en buena hora, en el Lago de Chapultepec, gran alberca, no era entonces su día, ni la hora ni el sitio. Recibió del padre lecciones y empezó a
bogar
aguas
como
recias
Nelson y
en
turbias,
su y
océano una
vez
nervioso
de
aprendidos
todos esos detalles para cualquier circunstancia, se doctoró con los remos. Tenía diez años de vida y pondría fuero a su esquife y observaba la proa que corta y reparte las olas como si fueran de
91
diques. Subir a bordo no es nada fácil y avanzar con
los
remos
y
ir
de
cohete
aunque
fuera
a
Saturno, es captar maravillas. Lo difícil lo sé, dijo
él:
gaja,
conducir
desgaja,
y
y la
carear con las olas!
bogar. proa
¡Cuando
parte
y
la
quilla
reparte
al
Pero, era domingo y soplaba
un austral de llanura, parecía oso en diciemre y estaba
quedo
y
a
solas,
desolado
y
sin
olas.
Deseaba enviar su energía por los reinos del agua en esa calma serena que era su teatro y platea. Con el fin de empezar el trayecto manso y sedante, vio que, a su izquierda, navegaba un chicuelo con apta soltura en una lancha gemela igual que la suya en que iba
poseso.
Jesuso,
al
abordar
la
falúa,
recibió
indicaciones del padre con hábitos concretos y claros: sujetó los remos con garfios como si asiera una viga, sintió la barca a su mando y abrió los remos al mundo como
diciendo
con
Cook:
¡Australia,
ahí
te
voy!
Se
sentía otro, seguro, y la tomó como propia. Recordaba lo dicho por el padre maestro: Vas solo, no olvides, no
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es de prisa el meneo, es de rumbo. Lo digirió con la mente
y
procuró
precaverse,
se
veía
fácil
hacerlo:
subir, pararse, sentarse, ciar, herir con la quilla, jalar, virar y moverse, sin problema a la vista bogaba. No sabía nadar y remaba. La pauta paterna llevaba a la mano al chico remante y lo malo que era fue que no le dijeron
que
guiar
es
de
remos
tranquilos
y
cautos,
factor de maestría. Esos dos que salieron a la calma laguna, iba bien en la suya, y está lejos, se ve, y confiaba en que el agua es un triste cadáver y el remar un sarcófago. Del otro, ni luces, rema lejos. Después de bogar hora y media con el alma en un hilo y las palas de hélice y a punto de atraque, se dispara a la meta como un Cid en Castilla, y le imprimió tanta prisa que llevaba el hálito tenso y los tendones de bulto, hizo un último esfuerzo para imponer nueva marca y sin mirar el entorno... ¡Que choca! El otro vuelca de lado y se quedó despistado. ¿De dónde salió?
93
CREO QUE SÍ Un
día
me
invitaron,
¡y
en
buena
hora!,
al
restaurante “El Burgués”, a comer hamburguesas de todas especies que anunciaban con neón refulgente y saltaban con toda delicia coreando con bombo y platillo, no era fácil saber, acertar y elegir las ricas bivalvas con pan
y
avestruz
filete, o
pollo
o
guanajo,
cerdo
mariscos,
y
para
buen
un
o
pescado,
sibarita
de
unicornio y de fénix. Al presentarnos la carta, no supe cual pediría, ni cuántas ni cuáles, estaban riquísimas!; leía y leía y no acababa de optar, había la opción que, si no me agradaban, podría cambiar sin problema: -¡Oye, eso está bien!, si no me gusta, la cambio, ¡bravo! Por
prudencia
presumiendo
de
pedí,
parco
y
sólo
un
par
cuando
el
gusto
al
inicio
llegó,
la
tercera y la cuarta. Tal vez alguna más. ¿Le seguimos? para atar el deleite, pensé en otra de ganso. Veremos.
94
Diego Armando, mi nieto, de 1.90 de altura, segundo en la fila de una justa docena, puso los ojos en blanco cuando escuchó que pedía otra más de otro algo y con reserva me dijo: -¡Puta, abuelo, sales más barato invitarte a Europa, que invitarte a cenar!
LA ESQUELA Cuando peinar
de
Secundaria,
sus
Rafa
pensó
años,
primero,
en
(trece
cuando
morir años
empezaba
de
chacota
tenía) la
época
fue de
al en la
década cuarta del siglo XX, (Segunda Guerra Mundial) y en esa pugna muy poco afectuosa para hurtar lo no suyo de grato atractivo. Las naciones aliadas contra el Eje de Hitler. Era
costumbre,
y
lo
es
ahora,
entregar
las
esquelas del óbito cierto, cartas impresas donde daban el tránsito, (papeles doblados de blanco y de negro) y olían
a
ídem.
Las
llamaban
esquelas,
cuando
alguien
moría, sin aviso o con él, a amistades se enviaban y a
95
familias cercanas y se registraba la misa, el sepelio y la hora del acto en su punto en los largos San Juanes. Sabían todos del occiso, de otra manera, la compañía mermaba y casi nadie asistía. En el velorio bebían café con piquete, brandy o tequila o mezcal sin gusano que ya era fiambre. El Día de Muertos, 2 de noviembre, Rafa compró las esquelas,
las
redactó
con
cuidado,
las
llevó
a
los
talleres que junto a la escuela se hallaban al volver de la esquina, rotuló los mensajes y remitió a sus amigos.
Esperó
el
lunes
para
paliar
la
sorpresa,
pero... siempre hay un pero... no previó las secuelas que
todo
esto
traía.
Al
enterarse
del
caso,
los
compañeros de él, los padres y deudos, se dirigieron a casa de Rafael, el finado, a entregar condolencias con velas y flores y escoltarían el cadáver hasta las cinco de la tarde, hora de misa. Al escuchar las palabras como
indicio
del
duelo,
los
dos
padres,
sin
duelo,
furiosos, perplejos, se dirigieron al cuarto en donde Rafa dormía, y conociéndolo de antes, de humor más que
96
oscuro, sin disculpas ni nada ni nada de excusas, le han dado una... ¡que ni en la vida!
LA FOTO
No hacía falta que Sofi estuviera en la foto que todos oteaban, ni falta que hacía... se veía... saltaba a la vista y saltaba a la tarde de crepúsculo vivo de grana y negrura, y los rayos del sol se dormían entre nubes, era inescrito. No está bien que las sombras se agranden y cubran las luces de Véspero y que los patos y garzas, por no ser de penumbra, emigren temprano. Hoy las aves se fueron con prisa inaudita, sin el cortés “con permiso”, el gris se volcó en la línea sombreada y se robó el horizonte tirante y erecto. Las sombras se asombran ante el sol del caldero, mientras el mar se deshace con cicatrices del día ante ojos de verde. La
niña
olvidó
su
barquito
en
el
blancor
de
la
espuma sin tripulación y sin brújula, pero el flujo cambiante no pensaba llevárselo y encadenó su reposo.
97
Me impactó tanto la foto que tuve en las manos, ¡qué belleza!, le faltaba, no sé, era única y fiable,
¡qué
de foto! Bogó Sofía en el sol de esa barca en el borde de la playa extenuada, quimera flotante de sueños y mitos, urgía al mundo encubrirla, sacarla de ahí, ubicarla en el patio, antes que algún bandolero de los que allí se menean lo conduzca a su asilo. ¡Qué... bella... foto,... de veras!
EL PADRE
Se quedó la chacha con él mientras los padres se iban hacia el cine de escape, a las once, cinta de adultos, era atractiva película y eran hinchas jurados. El chaval era un pillo de siete vaquetas y parecía tener como once, dejaban a ella al cuidado de la casa y del hijo que a duras penas domaba. La única forma de atar a esa fiera de jaula, era informar a los padres que habrían de dar al trasero, pero, pensó, mejor me
98
detengo
y
decido
torearlo,
agotar
los
recursos
y
aplacar sus desvíos. Cuando estaba así, de ese modo, más valía ignorar que encararlo, sus trastadas pasaban por cerrar sus caprichos y era un riesgo mayúsculo, mejor buscaría su lado flacucho. Aún cuando pudo frenar sus impulsos, pensó cambiar de estrategia: jugó a su manera,
decidió
espadas,
bañarse
correr con
a
su
agua
ritmo
de
su
y
arma
combatir de
con
chorros;
encaramarse al columpio, dibujar a sus héroes y horneó palomitas y pan de centeno, jugó al asno de carga y aceptó
sus
desmanes,
su
ánimo
era,
como
nunca,
inmenguable. Llegó
al
final
de
sus
tretas
cuando
mojó
su
organismo, toda ella, con su metralla de flujo, tiró los pasteles y vació chile en la leche y después de aguantar
más
de
cien
tropelías,
no
pudo
más
y
se
expuso; era un títere y ya era mucho, estaba harta de todo. -¡Ya me cansé de lidiarte, voy a decirle a tu padre que eres un diablo, de veras, ¡es el colmo!
99
-Y yo diré a mi mamá, dijo el chiquillo. -¿Qué les vas a decir?, temió la criada. -¡Que le chupas el pipí a papá!
JOAITO
Miguel Ángel, el abuelo, con cuatro niños en kínder y otro más en la funda, llevó a la escuela a su último de
cinco
años
de
juegos,
a
primer
grado,
en
los
párvulos, mostraba interés por los ritmos y se afanaba en lo suyo. Su inquietud y alegría salían por la boca de su ingenio, poco comunes, cimeras frescas y altas. El abuelo extrañaba su actitud de entusiasmo en que había
caído
y
advirtió,
como
siempre,
compostura
y
prudencia a Joaito, su nieto menor: ¡Pórtate bien, no platiques,
pon
atención
a
las
clases,
no
salgas
de
ella, no hagas daño en tu grupo a amigos y amigas, no juegues,
respeta
a
maestros
grupo, haz lo que indiquen y
y
a
los
compañeros
actúa, no seas corto que
no es nada bueno!... y así, hasta agotar la ringlera.
100
de
El primer día, bien; el segundo, mejor; el tercero, óptimo,
hasta
que
acabó
la
semana
con
adverbios
distintos y azoros diversos, soles y lunas, engomados de
altura
que
llevaba
a
su
casa,
comportamiento
de
pódium, ¡híjole! Al pasar la semana empezaron a fiar en el niño, padre, madre y abuelo, se quitaban la gorra ante
él
y
admiraban,
un
arquetipo,
de
veras,
y
en
conducta, lo máximo, y era único en notas. Pasaron los días y luego semanas, y después de los meses, llamaron al padre, a la madre y abuelo otra vez a
la
silla
de
reos,
y
al
presentarse
la
tercia,
rindieron informes de él: el proceder de Joao menguó, decayó
de
altura:
holgaba
y
torcía,
retorcía
y
molestaba, faltaba a sus clase y todo obstruía, lo que pasara, excitaba. Pasó de acera y de calle y se fue a la contraria, de único a díscolo.
Extrañóse el abuelo:
-¿Qué pasa?, ¿te convertiste en demonio?, ¿no eras modelo en la clase, le reconvino a su nieto y se azoró del canje increíble. -¿Qué me dices?, repreguntaba el abuelo.
101
Y el nieto repuso: -Salió brava la maestra, ¿no?
TU DILO BIEN Don
Miguel
y
Chonita
disfrutaron
al
nieto
como
abuelos de estreno y, como todos estaban felices con las
tres
llegó
de
infancias Paris
que
en
tuvo
sitio
el
inquieto
Premier,
vía
retoño cigüeña,
que la
alegría se montó en la tierna zancuda y el vuelo se hizo
con
veinte
viento
horas
disfrutaron caprichos
y
a
del
favor día,
amaron
venían
y
y
en
más
con
el
antojos
dos
horas
menos.
Las
cuatro
de
sueños,
lo
menear
que
salían,
era supo
diario, obtener
dividendos en su cofre de mimos para su área de juegos rico y soberbio. Cierta vez, cuando el niño perdió el aparato con alas
y
cola,
desfalleció
de
tristeza
y
acudió
de
inmediato a su abuela dispuesta y le inquirió por la nave: -Abue, le dijo, ¿donde “poní” mi avioncito? 102
-Lo “poniste”, dijo la abuela, abajo de mi cama, ahí búscalo. -Mira, abue, le dijeron los años, yo puedo decir “poní”, pero tú dilo bien.
¿Y PARA QUE...?
Joao, Joaito, el terrible Joao, el que agitaba en las clases y agobiaba por horas, y mosqueaba y roía, es el mismo pillastre de este no apto drama. Ponía a todos de punta en el campo de juegos y era el único diez que en la clase obtenía y en la boleta quedaba. Si lo hacía bien a deshoras, lo hacía mejor a sus horas, motivaba grescas y bullas que era de zaherir y raspar. Llamaron luego a los padres y al mediador de su abuelo al canapé de la escuela donde se juzga y censura a los padres de aquellos que tienen genes iguales de los que brincan y atontan. A la Dirección los llamaron 103
y escucharon atentos la hilera de casos, la Ilíada y Odisea de Joao, y les costó trabajo creer y admitir el descoco
por
más
vueltas
que
daban
a
los
crasos
desmanes, no aceptaban así. Con la paciencia en la mano y la fusta en la otra, escucharon los hechos de tretas y tratos, y prometieron saldar la factura pendiente y esa cuenta de pagos que consideraban no suya. Al salir del
Jardín
se
encararon
al
niño
y
le
advirtieron
severos que si volvía a salpicar su expediente armiñado abanicarían sus posadas. Aceptó todo a medias, no muy convencido, no sin antes reñir a las maestras ficciosas y sin mesura a la vista que entonces juzgó: -¡Para qué tanto estudio, a ver!
LA DE LOS NUEVE Llegó a conocerla por el mote tildado “la de los nueve” en alguna ocasión en que se hallaban en la carpa de sus buenas amigas en la casa de Ana y ahí supo de su alias y se desconcertó. Fue una tertulia pasiva que por
104
obra y gracia de ellas se prolongó hasta las nueve, cifra clave, y duró nueve horas hasta que el disco eligió
ser
ex-rodaja.
Alternó
por
momentos
con
esa
cifra numérica y se enteró de sus hilos cuando intuí que sus dones eran parte de muchos. La llamé por su nombre, se llamaba Patty, creo, Ana, Betty o Amparo o algo
así,
era
un
nido
de
nombres
que
en
la
charla
brotaba. Solía verla u oírla en la escuela o la calle o en el teléfono negro que daba gritos de ¡ring!. -¿Quién habló?, preguntaba Ana. -La de los nueve, decía. -¿Por qué así la llamaban? Era férvida, pía, católica, y tiene (porque vive) en alta estima su credo y valores talludos, por millas contaba. -¿Tienes los hijos de Dios?, le inquirían a ella, y esa era la causa de su alias por lo que decían “la de los nueve”. Había creado y formado un grupo de béisbol, ¡imagínense!, ¿y la planificación familiar? Muy bien, gracias. Como nueva.
105
-¿Te
gustan
los
niños?,
¡que
bueno!,
¡qué
linda
eres!, ¿adicta a jomrones?, sus amigas bromeaban. Con
descaro
y
frescura,
entre
bromas
y
veras,
respondía a sus aliadas, segura y contenta: -Sí, me gustan los niños, son obras de arte, ¡pero el que me gusta es mi viejo!
ESTAS SON...
Al terminar de comer los domingos sin brega en la casa de Sofi reposaban tranquilos, postrados y largos, dedicados
de
lleno
a
soñar
y
dormir,
a
jugar
y
a
sestear, y al no fácil deporte de no hacer nada en la vida. Si Ana Sofía deseaba partir a la luna o a los miles de astros, la llevaban con prisa, sin el temor a demoras, era la hora del gozo y saboreaban a pasto como expertos terrestres. Él (el padre) y ella (la madre), y la
niña
(Sofía),
la
inquietud
de
los
siglos
y
la
quietud de los años, de un año y de meses, domingueaba.
106
Mientras la madre deseaba obturar sus pestañas, el padre, con flema, se dedicaba a jugar con la hija que era la mar de impetuosa y le impedía llegar s Morfeo ya, cuanto antes. Montaba a pelo a su padre y picoteaba sus
flancos,
y
cuando
menguaban
sus
voltios
la
emprendía con la madre que soñaba entre bullas y gresca a canastos. Palpaba su rostro y sus zonas vecinas como contándolas: -Esta es la boca... -Esta es la nariz... -Estos los ojos... -Estas son las.... Y al intentar decir las pestañas, tarareo: -Estas son las mañanitas...
MISTER Solían
hablar
de
Cuauhtémoc
por
un
nombre
encubierto, para techar, buena idea, lo que de él se dijera, en clave íntima, para enmascarar y sesgarlo.
107
Era un niño pequeño y de meses dorados, bueno, más bien chapeados. Pensaban mister
que,
podrían
por
hablar
sus a
años,
si
trastienda
disfrazaban sin
que
con
a
él
mencionaran con la mayor certidumbre, sin que lo oliera siquiera. Diría: Hablan de otra persona que desconocen su nombre. Pero, la inocencia materna no era igual que al del niño, o a peque cualquiera que, por cierto, nunca deja de ser lo que es, aún siendo el primero. -¿Si mister supiera...?, ¡qué raro está mister!... cuando mister se entere... que no sepa mister... ¿está mister de malas?... y así. Cierta vez, cuando los tíos vinieron y a los niños miraron súper,
y de
primero
a
un
súper,
Temo
Cuauhtémoc, pieza
lo mayor
calificaron del
de
recreo
y
Goliat del plantel. -¡Hola,
campeón,
cómo
estás!,
vernos!, ¿cómo te va? Empezó el cuestionario. -¡Qué fuerte eres!
108
¡tanto
tiempo
sin
Sonrió. -¿En que año vas? -En primero. -¿Tienes novia? Rió sin ganas. -Oyes, dime, ¿cómo te llaman tus padres?, ¿Apolo, Aquiles o Ulises?, preguntó el tío. Fue una pregunta idiota, pensó: -Soy Cuauhtémoc y mister me llaman, y cerró.
TAMPOCO
¿Tenía la cara de ovillo, de masa o enredo?, se complicaba seguido, era un gran trabalenguas que por gusto se liaba cuando no se embrollaba, era un caos, ni con nada podía, se resarcía por ello y no lo hacía por hacer, le aparecía. Los padres tenían –no heredaban- otro modo de ser, de pensar, de hablar, de bien actuar, era un hábito propio, entendían bien y con brillo escuchaban, y no
109
sólo bien –más que bien- sino muy bien. Conectaban al hijo
con
personas
confusiones
de
patentes
luces para
y
ajenas
evitar
a
embrollos
contrasentidos
y y
desórdenes. Pensaban los padres que era un foco fundido de mil vatios o más y su forma de ser, si no óptima, de luces, no estimaban que fuera ni un grisáceo o cretino. Cierta
vez,
en
coloquio
con
Pedro,
su
tío,
se
presentó este palique que sacudió el raciocinio e hizo tiras al juicio y al equilibrio de báscula: -Hola, ¿cómo estás? -Bien. -¿Vas a la escuela? -Sí. -¿Tienes maestra? -Maestro. -¿Te gusta? -Sí. -¿Amigos?... -Muchos. Hasta ahí iba bien.
110
-¿Sabes leer? -Sí. -¿Y escribir? -Tampoco.
SE LA JALÓ
Estaba Santi agitado y persistía en agitar, pero de frente, los padres veían y pacientes jugaban porque, decían, le pasará luego, lo dejaban hacer y volvía. Cuando a la madre quebró la entereza hecha añicos, jaló la oreja al niño y riñó comedida, lo encerró en su recámara y previno: -¡No jorobes, Santi, ponte a leer! El niño, mal que bien, hizo caso, frenó un instante y volvió por los fueros más que rápido, fue algo así de minutos. Volvió a la carga, y cuando salió de su cuarto con Migue, su hermano, retozaban, corrían, empujaban, repetían
y
se
dedicaron
a
111
liar
mil
trastornos
como
expertos en ello. La madre, que estaba inmersa en un libro, regañó y condenó a su hijo, estaba brava: -¡Ya está bien, Santi!, tengo límites, jálate la oreja y vete, por favor, ¡ya está bueno! Y
tiróse
Santi
del
lóbulo
y
pegó
un
grito
estentóreo y... ¡santo remedio!
¡MI MADRE!
La exclamación reincidía y no era viable apartarla a
Sofi
de
ella.
Sofía,
de
tres
años,
tenía
gran
puntería, encañonaba y centraba más luego que tarde y aprovechaba lo dicho con fusil y mirilla. Estaba inflada la madre de ocho meses del crío, su próximo
hermano,
y
daría
pronto
a
luz
a
ese
ser
hegemónico y por la experiencia de ella estaba segura que una hermana sería, vestiría la ropa de ella y sería su compinche. Al
visitar
recomendaron
a
su
hacerse
médico un
la
¿qué?...
112
madre
pujante,
ultra...
le
¿qué?...
¿sonido?, no para ver el boleto sino para su hora de egreso, para ver su estado. No tenía dudas de ello, y cuando pasó el ratoncillo sobre el pico del Everest, se desplegó la matrícula y el galeno informó: -¡Será niño! Dar
el
celebraron
grito el
y
don
el del
salto
fue
zaguero,
todo
de
un
respingo,
chiquitibum
y
de
vivas, de enormes porras y hurras. -Habrá
de
ser,
dijo
el
padre,
un
campeón
del
América, ¡águilas, águilas, ra, ra, ra!, nótese al fan por el once, lo etiquetó de auriazul. Y faltaba lo bueno: la notificación a Sofía que daba por hecho que de calza sería, no calcetín, otra guapa princesa con quien podría jugar y ajetrear a sus horas. Cuando llegaron a casa, la madre hablaría y en serio daría la enmienda final, con mucho cuidado: -Oyes, Sofi, muy seria, ¿ya sabes qué va a ser el que viene? La niña la ojeó:
113
Vi al ginecólogo y dijo... ¿a qué ni sabes?, ¡qué va a ser niño! -¡Mi madre! –repuso.
TACOADICTO
Juan Carlos sabía que si hacía taco a su madre, lo devoraba.
Hacía
quisieran:
taco
almuerzo,
de
todo,
comida,
lo
cena,
que
pidiera
entaquizaba
o
todo,
independiente de carne, de pollo o pescado, entubaba todo en rollos de harina, ¿qué hay de otros? Entacaba todo
lo
que
su
estómago
amara:
carne
de
falda,
de
bistec o chuletas, de milanesa o brocheta, de res o de cerdo, de pollo o de pavo, pescado, avestruz, hasta queso cualquiera. De paté y de moronga, de frijol y chorizo, era su hábito diario. No enrollaba los caldos porque al liar se chorreaban y postres ni se digan, de ates y frutas, de panocha o almíbares, todo enflautaba. Cierta vez, cuando invitaron a padres a comer con los
primos
peces
de
mar
que
114
sabían,
cumplirían
sus
deseos, y les prometieron... ¡óiganlo bien!... ¡jaibas rellenas! Juan
Carlos,
que
no
había
oído
tal
nombre,
totalmente ignorado, ni le inmutó el nombrecito, y le hervía la tripa de gula y al servir el crustáceo en charolas
enormes
y
exclamar
¡buen
provecho!,
que
se
lanza a la mesa y con fiebre de toro el plato abordó con
firmeza.
Tomó
una
y
enredó
a
la
tortilla,
la
aderezó con las salsas, abrió las mandíbulas y dio gran mordisco. Ni se entibió la corteza. Volvió a la carga y lo
mismo.
Resistían
las
plagadas
y
luego
indignado
tronó: -¡Mamá, te salieron duras las jaibas!
¡AH, CHIN... ¡ La
madre
cruzaba
por
la
rúa
invadida
y
el
hijo
menor, de tres años, iba sujeto a la silla en el sofá posterior y no sentía los bordes y baches, iba preso al asiento. De pronto, cuando cruzó un muchachito por la calle nutrida y se olvidó del semáforo, ni se fijó del
115
granate,
y
la
madre,
aterrada,
ante
un
posible
accidente, explotó de repente: -¡Cabrón! –maldijo. -¿Qué dijiste, mami?, preguntó el niño. -Campeón, hijo, campeón, dijo. Siguió el auto de frente y en una calle plagada de autos y motos y de gente en los cruces, otro joven ganó, a grandes zancadas, la calzada nutrida por el paso de cebra y por poco va hasta la morgue. -¡Pendejo!, exclamó la madre de nuevo. -¿Qué dijiste, mami? -¡Conejo, hijo, conejo!, compuso. Siguió el trayecto con pausa y cuidó de brincos y hoyos, redujo las millas y siguió con cautela. Pero, al rato, los bordos y zanjas hicieron lo suyo, se
frenó
de
improviso
y
zarandeó
al
pasajero.
Alejandro, nervioso, se puso blanco y bien dijo: -¡Ah, chingao! -¿Qué dijiste, Ale?, reclamó la madre. -¡Muy meneao, madre, muy meneao!, repuso.
116
NOMBRECITO Las abuelas creían que el nieto en espera y que con gozo crearían y estaba en su curso, debía de estar bajo su égida, bajo su propia tutela en los procesos de criar, de acunar y dormir, bañar y vestir, dar la leche y menear a sus horas, era práctica diaria que sólo a ellas tocaba, al inicio, al menos. Las abuelas tenían muy graves problemas la una y la otra.
La
criatura
debía
tener
los
cuidados
de
ella
misma -decían- atención de la madre, el padre o la abuela, no hablaba en plural por aquello. En la víspera hicieron lo que nunca debieron y de rivales tenían lo que el bien al afecto, la rabia y la tirria no es lo fiable. Decían cada cual: yo compro el coche; yo el ropón, yo las andas, yo la metralla, y así. Cada una buscaba el obsequio mejor y más caro y a partir de esa fecha,
fueron
Santa
y
los
frenética.
117
Reyes
en
competencia
Los padres oían, reían y callaban, se asombraban de ellas y la reyerta tenía su soga y vigueta para empezar y no bien. ¡Qué sorpresa se dieron cuando el chico en espera iba a ser de muñecas y no de auto y pistolas. Fue ahora doble
la
pugna
y
la
contienda
de
nuevo
volvió
a
presentarse: debían darle su nombre, no, el mío primero y el tuyo después; no, al revés, el tuyo al final. Otra vez. -Bueno, paremos, los padres terciaron y calmaron a ambas, aprobamos los nombres, pero el paterno primero y el materno después, en ese orden. -¿De acuerdo? -¡De acuerdo! Una se llamaba Julia y la otra, Dora. -¡Ijjj!
SE VAN... La madre tuvo la suerte de crear siete hijos todos en fila y a la usanza de antes, a la antigua, los que 118
vinieren uno tras otro, cuatro hembras y tres varones y desde que vieron la vida desearon ser aliados y amigos y a su vez se casaron uno tras otro y conejearon igual en
serio
y
en
serie.
Uno
tuvo
tres;
otro,
dos;
la
quinta, seis, y así, hasta 21 contar. Pidió la abuela a los hijos la presencia de ellos cada fin de semana, sábados o domingo, en su casa, junto
a
nietos.
Los
quería
ver,
saludar,
platicar,
saber de ellos, intimar. Se acordó la propuesta y se aglutinaron treinta y tantos nietos y padres. Cuando todos llegaron a esa edad de ajetreo, de sudor y de brinco, la abuela expresó con calor a sus hijos: -De las doce a las cinco, aquí los quiero, en mi casa, y después de esa hora, se quedó muda, pensando: ¡A la chingada se van, voy a estar harta!
LA LUNA
-A Ana Sofía, preguntaron, ¿de qué color es la luna?
119
Ella, a sus años, eran cinco, más faro que Rodas, y es igual hasta ahora, era luz del sistema y pirotecnia brillante que al inquirir sobre aquello, Selene y el sol, esperaba la réplica, inauguraba sus pasos y su peso
menor,
concluiría,
nada
que
porque,
en
dijeran
sobre
primer
lugar,
el la
disco luna
lunar es
la
luna, y hasta donde se sabe, es hijastra del sol, no es autónoma; el sol da la luz y la luna la torna, es decir, uno la hace y otra la usa, y cualquier unión que existiera entre ambos volúmenes, no altera para nada sus masas dispares; afirmaba y juraba que la luna es así, no era asá, puede ser de pelota, pero nunca de cubo: bastaba con verla a trasluz o cristal para amarla y honrarla, hay que verla, pero sentirla primero; es espejo de luz o cuerpo de fiebre; es lámpara ideal, de candela
y
bujía
esa
luna
que
alumbra,
¿esponja
del
cielo? No faltó quien dijera: ¿y ese brillo?, ¿y esa esfera?, ¿y ese rostro que sube, que baja y que rueda, es la luna?, ¿es amante del sol?, ¿acaso lo inspira?, ¿es linterna de acera?, ¿aerolito o satélite, cuerpo de
120
lustre?, ¿aspira a ser eminencia tanto uno como otra? Con tanto juicio y análisis, examen y prueba, no la dejaban hacer, decir y enjuiciar, pensar y concluir, quería
hacer,
exploraban
a
articular
ella
a
nadie
expresiones,
un
más,
o
¿estudio
asomo; sondeo?,
estaba absorta en su lógica, la avisada y densa Sofía. -¿De qué color es la luna?, le inquirían. Al repreguntar, repensó: -¡Del color de la luz!, concluyó.
INOCENCIA En el Aviso Oportuno del diario local –prensa chica-
se
persona,
leía
con
institución
asombro: o
“Se
consejo
gratificará
que
encuentre
a
la
o
dé
pistas, ayude o conozca, de un sentir que se dice y se hace pasar por los nombres de Pura e Ingenua, viste falda corta y parece niña o prepúber; fue vista en el cruce de las calles llamadas la Infamia y el Reto, dos calles
oscuras,
y
ella
se
llama
o
le
dicen
“sabelotodo”, “ignoralonada”, ”mosquitamuértica” o algo
121
así; se tendrá discreción para quien piense u otorgue informes de ella. Como indicios concretos se tiene la charla entre ella y su padre que así paliquean: -¿Desean saber el candor de mi hija? -¡Sí!, exclamaron todos. Pues, bien, abran bien sus ojos y vean esto ahora: -Hija, ¿qué diferencia se encuentra entre el condón y el bolígrafo? -Sí, padre, te contesto, espera, espera, déjame ver,
se
puso
el
dedo
en
las
sienes
y
hurgó
en
su
memoria: -Padre, dijo ella, ¿qué es un bolígrafo?
POR AHÍ...
Cortó Emilio la página del cuaderno que estaba en el buró de sus piernas y pensó luego en el croquis que luego lo haría en ese espacio de blanco que integraría
122
su bosquejo escribiendo rasgos y apuntes. El proyecto iniciaba y estaba incompleto y ahora concluiría. Hasta la gente que iba se notaba con prisa. Esbozó el coche primero que estaba aparcado en la acera de casa en la calle
Madera,
después
el
perro
que
olía
el
basural
dispersado, luego las casas que estaban en el fondo allá
arriba
y,
al
final,
cuando
estuviera
concluido
todo el boceto, dos criaturas que estaban en la parte trasera del auto compacto que al parecer se mostraban pardos y tristes. Le dio The End al proyecto y hasta la ausencia de alguien se atisbaba al pasar de las hojas. Uno era de pelo corto, la otra, normal, bien peinada, lacio y trigueño. Mostraban apremio, el ¡ya vamos! se oía. Cuando el acento montaba al dibujo-bosquejo con todo
y
detalles,
se
lo
mostró
a
su
abuela
y
quedó
complacido. -¿Y ese niño?, interrogó, el de pelo corto. -Soy yo, contestó Emilio. -Y la niña, indicando a la otra. -Es Inés, repuso.
123
-¿Y tus padres?, se inquietó al no verlos. -¡Ah!, respondió Emilio, olvidaron algo, quizá, y están buscándolo.
LAS DAMAS Hijos
y
padres
volvían
de
viaje
en
su
auto
después de pasar por las calles en donde fueron citados para algo y por alguien para no sé qué demonios. Al desfogar el vehículo y llegar a su casa que ha sido su techo, se adelantó Emilio para ganar a su hermana y pasar antes que ella por la puerta entreabierta. Quería ganar y entreabrir las hojuelas e indignada expresó: -Emilio, primero las damas, ¿no? -No, tú no eres dama, responde. Se
derritió
Inés
con
el
llanto,
volvió
la
vista a la madre e inquirió gimoteando: -¡Mamá, dice Emilio que no soy una dama! -¿Cómo
no?,
¡desde
responde.
124
luego!,
¿por
qué
no?,
-¡Ya
ves,
Emilio,
aunque sea una criatura,
soy una dama!, recuerda. -¡No,
repuso
el
chiquillo,
no
se
sacan
los
mocos las damas!
1. BAMBI Cuando Emilio cumplía cinco años de vida y de juegos frenéticos, Inés cumplía ¿tres? y los llevaron al cine a ver la película Bambi de Disney. Robó el alma esa cinta cuando la cérvida linda puso océano en sus ojos, moquearon los dos y el corazón se hizo líquido: era un acto crucial que con murria exhibía y hasta la tierra lloraba: la cierva, la cría, las dos y el duelo se daba con la pena a la baja. Al escucharse los tiros y concluir con agobio que era la madre la víctima, el bosque lloró por la cierva pues el fiel personaje se iba. Dejó todo en el campo, hierbajos y frutos, no bebió ni dormía, no hizo lo suyo,
se
colgaron
sus
ojos
y
se
volvió
de
repente
corazón y dulzura cuando su pena se hundió en aquella
125
abertura,
cientos
de
piedras
cayeron
en
su
pesar
quejumbroso. -¡Pobrecito, está triste, no llega su madre, expresó Inés, compungida. -Fueron, quizá, a la oficina, consoló Emilio.
FRESAS DE LA INFANCIA Los abuelos viajaron hasta el cabo del mundo para visitar a su nieta, la primera en la fila que apenas
surgía.
Se
llamaba
Ana
Gaby
y
era
una
niña
melosa que se hallaba postrada de un virus intruso que conocían por las siglas de gripa o catarro, reto de ciencias. No pudieron llevar ni al circo o la feria, ni al mar, ni a las tiendas, ni al cine, ni a nada, se quedaron en casa como norias sin agua. Entonces
cambiaron
lo
que
estrategia
se
dicen.
Alegraron, en cambio, con lo que a ella agradara y conjugaron
el
verbo
halagar
como
expertos,
consentidores éstos: lo que era leer, comer y vestir, dibujar y pegar y observar las historias, era malcriar
126
a la nieta, subliminal el jaleo. La primera vez que salieron
a
las
tiendas
o
súper,
consultaron
a
ella
para, al fin, complacerla: -¿Qué te traemos, Ana Gaby? -Petas rojas, abuelo, petas, dijo. -Cuenta con ellas, prometieron. Cuando al bazar arribaron, empezaron a darle a la búsqueda grietas
tensa y
e
indagaron
abrieron
con
vitrinas
lupa,
para
esculcaron
hallar
las
las
famosas
fragarias Rosaceae. Era de Ana Gaby el pedido, ¡cómo no hacerlo!, lockers,
exploraron siguieron
sin por
cuento
en
los
freezer
puestos
y
más
tarde
y en
expendios, en recaudos y en todo, y confirmaron al fin lo que habían escuchado: fresas no había. -No es temporada, dijeron. Así,
pues,
para
no
ir
sin
las
rojas
y
frescas
frutillas y con los dedos vacíos, llevaron frascos de fresas, rojas, melosas, pero congeladas. Cuando llegaron a casa, la pequeña inquirió: -¿Y mis petas?
127
-Hija,
no
es
tiempo
de
ellas,
te
trajimos
éstas, y mostraron los frascos. -¡Ah!, dijo la niña, ¿Petas dudas?
YA NI LA ...
Nos sentamos los cuatro a gustar sin ayuno en
las
gradas
del
viejo
y
plácido
estadio
de
béisbol local y oteábamos a alguien. Objetivo: ver
el
juego
completo,
porrear
las
jugadas;
aplaudir los aciertos, beber la cerveza, y comer empanadas, ese era el rito. Las empanadas que había en el cesto de palma dentro del público atento, las llevaba un muchacho de once años o doce que en su mimbre colgaba un cerro de fritas que creaba delicias y antojos de sobra con una toalla escocesa encima, un envase con salsa y una tal ambrosía de
poquísima
autora.
Excitaban
parejo:
crujientes,
variadas, domésticas. Las voceaban a gritos: ¡empanadas de carne, de pollo o fríjooool...!
128
Al llegar a las gradas, lo primero que hacíamos era buscar al mozuelo y exigir en ese orden: empanadas, juego y cerveza. Al hallar el canasto, lo llamábamos rápido,
lo
sentábamos
junto,
a
la
izquierda
o
la
diestra, y comenzaba el reparto: yo una, yo dos, yo tres, cuatro o seis, y así, nomás las pedíamos y el niño contaba, hasta el empacho. Un día, cuando el chico efectuaba la operación de la entrega, pasó frente a los ojos, como sol tras telilla, una flaca y pobre empanada, sin peso, ni pasa, ni papa, ni nada, ni aceituna siquiera, sólo un pringo de carne en el centro del cuerpo que indignó al de ventas: -¡Puta, dijo enojado, ya ni la chinga mi madre, no tienen nada!
BATMAN
Santiago vivía en el piso de arriba de la torre flacucha de seis plantas de altura con sus padres y hermanos y sus héroes que eran Batman y Robin, de gran
129
fantasía,
imaginación
sin
pareja,
sin
fronteras
ni
postes. Cuatro años tenía y algunos meses apenas. Era un ente delgado del torneado edificio frente al parque que nombran Parque Hundido, el del reloj en el prado, colmado de flores y árboles chonchos, verdes y vastos, frondosos y muchos, y una selva que hería y a cuanto ser motivaba. Desde lo alto del piso se observaba la urbe,
toda
construida
y
formada:
viviendas,
smog,
rascacielos; el correr de los autos y el blancor de los picos de volcanes enhiestos que hacia el fondo se lucen como dos almanques: el Popocatépetl y el Izta. Santi
gozaba
y
no
poco
lo
había
con
sus
dos
paladines, eran su cielo y su nube: Batman y Robin, parte de su épica infante y planeta en redondo. Con batimóvil y capa, antifaz y careta, podían volar hasta el éter, corregir tropelías y enmendar canalladas; como Quijote y su Sancho. Sentía Santi por ellos algo preciado, apego absoluto por la máscara y manto, y no sólo sentía, lo vivía con denuedo. El vivir en altura, frente al bosque y la
130
fronda, permitía soñar, jugar con ellos, tripular su auto móvil y aplicar correctivos que solo ambos sabían: Quijote Batman y Sancho Robin. Quería saltar Santi desde lo alto del piso pero, por suerte, escuchó el padre primero que se estacó con el hecho,
le
puso
freno
a
sus
alas
y
excomulgó
a
sus
titanes; quería saltar como fuere de haberlo dejado, lo hacía con bravura. Quería ver a su madre en el despacho del padre y llegar hasta ella en el auto de negro, volar como ave. Cuando llegó ese momento, visitó Santi a la madre con el traje de Batman y el batimóvil del padre.
POR POCO
Ana Lucía salió con su amigo a trepar por la cima saliente
del
Volcán
de
Colima:
el
Tigre
Toño.
La
acompañaba y cuidaba y no permitía que ninguno, ni las ondas del viento ni al ventear del noroeste, la rozaran siquiera.
La
montaña
se
hallaba
131
de
blanco
vestida,
nevada
y
tortuosa,
como
copa
de
helado
de
leche
o
vainilla. La subida era cruenta para quienquiera que fuere, escalar esa altura, violentaba, pero, no para ellos que son, o presumen ser, bravos e intrépidos: estaban listos para hacer aquel pródigo viaje y crítico ascenso nada fácil. Si al miedo se inflara, lo podían pinchar
cual
globo,
podían
luchar
con
la
nieve,
el
brisar e imprevistos, contra cualquier contingencia. La brizna
–decía-
no
moja,
acongoja,
y
el
peligro,
no
atora, atemora. -¿Crees que haga calor? –bromeaba el Tigre. -Hay que llevar ventimesta más bien gruesa y calente –recomendó ella. -Sí, hay que llevar –agrega- chamarra, lentes, botas y cascos, cuerdas y bolsas, rompevientos y suéter, presumió de experiencia, sobre todo de ajuares. -Si, Tigre, llevo todo, y tú debes llevar lo que falta: gafas, piolet, la mochila, el bastón y
132
crampones, anillas y brújula... –se jactó ella de piezas. El
Volcán
de
Fuego
en
Jalisco,
y
el
Nevado
en
Colima, son dos montañas gemelas y el ascender desafía, no son para nuevos que trepan, sino para expertos en ello, son dos bocas comunes de cuatro mil metros de altura, más o menos: 4,264 metros, uno, y 3,835 el otro. Veíanse cultos. -Vayamos, pues. Cuando ambos salieron de abajo se hallaba el cráter copioso a nueve millas de lejos entre el uno y el otro; era invierno y los conos formaban magnos sorbetes de coco
o
vainilla.
Empezaron
con
tiento
a
reptar
y
rodearon la cuesta con paso lento, pausado, previniendo accidentes, mojado
y
tumbos
helado,
y y
cortes, las
estaba
treinta
lábil
millas
de
el
piso,
ascenso,
resbalaban y aupaban, y cuando los dos arribaron a la cima no fácil -altímetro en mano- el abismo se abría, el cristal requería pisar más que cautos, de jabón el terreno, y de pronto, al llegar allá arriba, el Tigre
133
Toño se viene muchas millas abajo, resbala, da vueltas, por la falda se escucha rugidos de fiera y se hundió para siempre en el talud sin regreso, y Ana, temblando, gimiendo, perdió su dominio y se viene abajo expedita por la rampa de nieve y... Saltó Ana Lucía del lecho. Si no fuera que era de sueño, se la parte.
GUAU, GUAU
En
Chapultepec
por
la
calle
de
Brisa
y
Ventisca
rodaba el auto del padre con la madre y el hijo, en plena urbe, soleada, árbol al lado y tiendas arriba, y Santi, adscrito a su silla, escuchó voces de perro que de lo alto salían entre muebles y plantas, postes y cables y al cambiar el semáforo, detuvo el coche en la acera, marimba enfrente, y aguardó. Oía Santi el ladrido, en lo alto, no fuerte, se volvía
a
repetir,
ronco,
lejano,
saliera y mirara:
134
como
si
del
techo
-¡Guau, guau...! Los
padres
volvieron
la
vista
hacia
arriba
al
corpacho de bloques, no hallaban nada de cánidos, ni el retrato siquiera, ni en vivo o retrato. Observaron de nuevo los postes, los rótulos y nada. Y otra vez Santi oía: -¡Guau, guau! Los ojos se fueron hasta el pisar de los ángeles y persistían en ver sus bigotes de agujas o el rostro de ellos, una seña cualquiera que mostrara la imagen de un carne y hueso en el sitio de arriba, volvían la vista a los pisos, una y otra vez, sobre el área ahora. Nada.
En
principio
nada,
nadie
había
dicho
a
Santiago que ¡guau, guau! era la forma de ladrar de los perros, pero, él observaba: -¡Guau, guau! Estaban a punto de irse cuando, de pronto, en la torre de arriba, en la parte más alta, asoma un Terry la testa por el vidrio entreabierto, y Santi, con la
135
piel de sabueso, continuaba emulando al canino que era muy fiel a su oído. -¡Guau, guau!
VOLAR
El lógico intérprete de la lengua nativa por la cual nos tratamos, el de enjundia mexica, es el niño, antes y ahora, el señor del idioma, el que sigue las normas y las
cumple
al
minuto,
de
mente
aguzada,
intuición
obsesiva de 400 millones de hablantes, es de él el relato. Cierta vez, estando Enrique y su padre en el parque de
juegos,
viendo
volar
a
las
aves,
aterrizar
temerarias, volverse a elevar y reunirse allá arriba en el
árbol
frondoso,
acercaban
los
granos
al
pico
y
encumbraban de nuevo, hacían juegos de alas y alas de juego. Impresionó tanto al chicuelo que voceó: -¡Mira, papi, qué bonito volan las aves!
136
No se dice “volan”, Enrique, se dice “vuelan” -le aclaró el padre y maestro- es verbo irregular por diptongo,
por
diptongación
que
se
llama,
y
se
conjuga así: vuelo, vuelas, vuela y vuelan, en indicativo, ¿entiendes?, la vocal se disuelve. El niño, ignorando, ni importar la gramática, pero queriendo atender a su padre y docente, se sintió torpe e imbécil y corrigió de inmediato el vocablo fallido. La nueva oleada de aves se movía entre árboles y se agrupaba
en
el
piso
comiendo
y
trepando.
desde entonces: -Mira, papá, allá vueló una. -¡Grrr!
TURISTA
-Oyes, Pedro, ¿qué vas a ser de mayor? -Yo, ingeniero. -¿Y tú Ana? –preguntaron. -Médico.
137
Y
enmendó
-¿Y tú, Rosa? -No sé. -Y tú, Clemen. -Artista o partera, quizá. -Y tú, Inés, inquirieron a ella, de cuatro años la niña, sentada en la playa ante un sol que abrasaba sobre arenas y musgos, y una moto detrás en el filo del agua. -¿Yo?... ¿qué quiero ser?, se quedó atónita, pensando y mirando al mar como ninfa y al arenal como náyade y respondió, al fin, conclusiva: -¿Yo?, ¿qué quiero ser?... ¡turista!
TATOOMA
Era cuatro,
baja, un
delgada,
hombre
mayor
atractiva, y
tres
la
menor
sirenas
de
de
los
apellido
Martínez, que entraban, salían y liaban fogosas en el hogar del recreo: se llamaba Cecy, Cecilia, y le decían Ana,
Ana
Cecy,
y
por
hacerla
138
rabiar
y
llorar
de
bravura: Tatooma, como aquel personaje de la serie de tele llamada la “Isla de la Fantasía”, con Tatoo, el enano, ¿recuerdan? -¡Tatooma, Tatooma!, la voceaban y se encorvaba de ira. Cuando entregaron los libros en la escuela primaria, le pidió a Mary, su hermana, que rotulara y empastara como ella sabía. Así lo hizo y se leía: “Escuela Benito Juárez, Ana Cecilia Martínez, T. M.” -¡Papá,
papá!
–dijo
colérica-
mi
hermana
escribió en el cuaderno de notas las iniciales T. M., ¿qué significan? -Turno Matutino, ¿por qué? -respondió el padre. -¡Ah,
-descansó-
yo
pensé
que
decía
Totooma
Martínez.
OTRA VEZ Joao, el bravo Joao, fue el autor de este drama que produjo el asombro de los padres y amigos.
139
Cuando fue a los festejos de quince años de alguien con el par de abuelitos, un hastío mortal la traía, estaba atada a la silla y tenía cara de tedio que ni en el mercado se vende, no tenía nada que hacer, volteaba, miraba, sentía sueño, dormía; sin juegos ni amigos, ni nada, ¡pobre, niña! -¡Vámonos, abue, vámonos de aquí, me aburro! –les instaba. Hasta que, de improviso, y de tanto insistir con el ¡dale!, encontró la fórmula exacta que pudiera ser de criterio: -Oigan –les dijo- si yo fuera ustedes, me iría.
REGATEO Miguel Ignacio, de seis años, e invitado a salir con sus
padres
el
viernes
al
Toys
Store,
un
bazar
de
trofeo, sin idea alguna de comprar o pedir algo de oferta,
¿qué?,
¿cuál?,
no
tenía
deseo
de
indagar,
pero, al ver el juego mayor de sus sueños, no creía lo que veía, era bello y sencillo, no alcanzaba a creer,
140
pues
no
era
viable
tal
prodigio
que
justificaba
su
pasmo: un carrusel fabuloso que evocaba las ferias más grandes del mundo, ¡y qué de música! Vio el valor de la pieza que estaba en el potro y parecía reír, ¡oh, estaba caro!, en efecto, para él cuando menos, no era fácil comprar a ese precio tan alto
más
allá
de
las
nubes:
$
750.00
pesos,
es
demasiado –pensó- pero la espina le entró por el muslo y salió por las cejas. De cumpleaños le dio la abuelita un billete de 50 dólares y entendió el valor que tenía: le agregaban los ceros. -¿Es el último precio?, preguntó. -Quizá obtenga un descuento del 10 al 15 por ciento, al
contado, contestó el empleado.
-No me alcanza, pensó. -Oiga,
dijo
al
tendero,
¿y
se
encuentra
Gerente? -Si –se asombró- ¿para qué lo quieres?
141
el
-Quizá
me
haga
un
descuento
que
sea
mayor
al suyo, dedujo.
PRECOCIDAD
-Tengo tres meses y estoy harto de todo, me pesan los días, los viejos no dejan de arrear cada rato; padres, tíos y hermanos, primos y abuelos, todos lo mismo, todos quieren que hable, no puedo, en verdad, no puedo expresarme con voces humanas, yo hago sólo goro, pero, ¡quiero reñir!, me hacen goro, agú, y me enojo, ¡montón de insensatos!, ¡qué goro, ni agú, ni que ocho cuartos!, a quien se le ocurre que con tantos goros confiese y admita, no puedo hablar a mis meses, hay un idiota
cautivo
hablar,
y
gritar,
no hacer
soy
yo,
ruido,
pero
juzga.
poder
decir:
Quisiera ¡no
la
arruinen!, pinchen mejor a su abuelo, ¡ignaros, estos!, querer
que
¡tía!,
a
recite,
mis
¡bah!,
horas,
mejor
142
que
diga
diré
¡mamá!,
como
Toño,
¡papá!, el
tío
arrabalero, ¡tu madre! Que me parezco a ella, ni modo; que me parezco al padre, que le hago, pero, ¿qué me parezco al abuelo?, no tiznen, no soy tan ruco ni feo, ¿que en la frente se nota?, ¡no!, en esa playa arenosa ¡no se es calvo a mis meses! Otra vez... ¡no eructo a palmadas¡ ¿quién se lo ha dicho!,
¡qué
muletas!,
nomás
me
quitan
el
sueño
soñando, ¡reflexionen, caramba!, lo que más me prohíben es lo que más me seduce, ¡entiendan! Ahora esto. Azotándome el pecho no harán que me duerma,
idiotas,
estropean
intentos,
¡que
no
hay
escuelas para padres que eduquen y enseñen?, ¿o algo que los frene! No me toquen la barba, pazguatos, ¡yo no hablo!, ¡dejen chapas y bromas, no voy a reírme! ¿Qué por qué lloro?, ¿qué creen?, no, por favor, no lloro de gratis, ni me hice pipí ni popó: -¡Tengo hambre! ¡Ah, mal haya un kínder para padres, al menos para estos!,
¡basta
de
guapo
o
143
pelón,
o
dulce
Luxus
o
¿qué?...
¿bombón?,
hierve
la
sangre
y
empapo,
ya
párenle, soy León X Nicolás, ¡y punto!
¿QUE DIJE QUÉ...?
Visitaban el templo diez chicos, un grupo de niños y parecía todo aquello un domo endiablado, era un grupo al que urgían preguntas y juicios, era bribón y taimado ese corro no santo. Explicaba el trayecto una monja versada,
tanto
del
área
santuaria
como
del
área
suntuaria; cada efigie, cada vuelta, cada rasgo, cada pie y cada muro de pátina añosa, didáctica guía. Los niños que oían tenían rasgos de activos y acompañaban a padres, a abuelos y tíos, hermanas y otros, y la sor señalaba el órgano y el ábside, el altar y volutas, las columnas santos
y
y
nichos,
placas
y
la
división
hasta
la
de
virgen
la
planta
de...
¿qué
y
los hace
aquí?... ¡Guadalupe!, nieta del Tepeyac y del náhuatl ‘tepeyac’ que significa “cerro delante de los otros”, dijo la madre.
144
Aquí
se
encuentra
la
virgen
que
se
mostró
al
autóctono –ahora san Diego- y que fundió a mexicanos y a otros mexicas sólidamente, culminó expresándose. Inés, de siete años, observaba atenta la imagen, las cañas y puertas, las muchas ojivas, la construcción de la
iglesia
América,
y
de
todo
eso
estilo
y
más.
gótico,
Es
la
más
románico
y
vieja
de
barroco,
renacentista y... No entendieron. Entre el rosario de niños que ahí se encontraban, alzó su mano Inés para inquirir sobre algo: -¿Dime, niña? –dijo la sor. -Madre, ¿por qué se suicidó la Virgen? –indagó. Se deshojó la monjita. -¿Cómo
te
atreves
a
decir
esto,
chamaca?,
tamaña tontera, ¡qué bárbaro!, ¿quién te lo ha dicho? –interrogó poseída. -Mi papá –respondió la niña, segura. -¿Qué
yo
qué...?
–pareció
distancia.
145
decir
el
padre
a
COMPARTIR
Los
lentes
rojos
con
micas
¿verdes?
significan
¿quién me dice que...?, ¡ah!... compartir, repartir, distribuir. Representa algo. Hay que compartir todo con todos: comida, frutas, postres, helado, con el abuelo o los padres. en
la
Ana Sofía tenía dos años y medio y estaba
escuela
de...
Es...ti...mu...
la…
ción...
Temprana, a donde iba con otras de lunes a viernes de las nueve a la una. ¿Y si son blancos los lentes?: aguardaba, esperaba. -Sofía, cuando te pongas lentes rojos, debes compartir, le decían. Si se trataba de dulces, de pan o de bollos, contaba alternando: una para él, una para ti y otra para mí, refiriéndose al padre, a la madre y a ella. Pero,
al
comer
las
uvas,
verdes,
sabrosas
y
únicas, dulcísimas, sin semillas ni nada y que tanto le agradan, pontificaba: -Nada para ti, ni una para él, todas para mí.
146
DISTRACCIÓN DE LA BUENA
¿Entiendes?, ¿de qué forma debo decirte?, ¿sabes como te llaman en clases?, ¿no es suficiente que así te conozcan?, hablen
y
¿Ausencio?, estés
siempre
nombre,
significa
como
cien
a
hablar?,
¿crees
tonto,
millas
responder
de
es
que
como
es
ido?,
distante, lejos,
buen
normal
parece
te
alias
tu
absorto,
contesta,
hábito,
que
de
sumido,
¿no
lo
sabes
contrario
fastidias, ¿no tienes dones?, ¿quieres algo peor?, ¿qué te
hagan
fantoche, lerdo,
el
feo?,
títere,
badulaque,
chiquilicuatro?,
¿sabes
qué
te
llaman
trasto,
charlatán,
mequetrefe,
tarambana,
botarate,
sacabuches,
enredador,
¿qué
no
comprendes
ahora?,
bastante que te llamen así, so animal, zopenco? -¿Perdón? ¿me hablabas?
147
¿no
es
NANY
Nany
iba
a
bordo
del
autobús
que
corría
como
dragster con cólico, saltaba, vibraba, frenaba, iba al sur con su madre y el ardor de ese cafre que conducía y frenaba, no a paso normal, con prisa de médico, como queriendo ganarle la pieza a la muerte y al foso que estaba en oferta demente, denunciaba que era afecto por las grietas y topes y las zanjas y fango. La pequeña Nany, de tres años y meses, y agudeza de aguja, se aferraba detrás del asiento y era parte del brinco y el trote, se alarmaba y sufría, se afianzaba con todas las uñas y dientes que había en su caverna minuta de treinta y tantas piezas dentales. -Nany,
ven
a
sentarte,
abrázame,
pidió
la
madre, azorada. -¡Qué voy a sentarme!, le dijo furiosa, ¡nos va a matar este cabrón¡
148
LUTO
Luto
es
el
negro
que
visten
las
mujeres
casadas
cuando alguien se muere de viejo o de joven, es un signo de duelo. ¿Por qué sólo mujeres?, se vería mal en un hombre con tápalo y lentes de cuervo profundo. Es moda
que
viene
desde
el
siglo
XII
y
procede,
según
dicen, de un abate de Francia que se extendió en el planeta cinco siglos después en el siglo XVII. Vestían de
negro
dicho,
subido,
querían
infijables.
Hubo
verse tiempo
inmirables, que,
como
o
mejor
prenda
de
angustia, vestían ropa de gala y de lujo perpetuo para mostrar su dolencia y mientras más negro llevaran, más luto sentían, sufrían al finado. El negro era pena, congoja
y
angustia,
teñían
sus
ropas
en
tinas
y
en
magnos depósitos. En
el
siglo
pasado,
en
este
XX,
y
en
lugares
recónditos, portaban el negro en forma integral desde la falda y la blusa hasta la media y zapatos y desde el chal
al
pañuelo
y...
¿creerán?,
149
hasta
sostenes
y
bragas. Todo. Absorbe tanto lo oscuro y tuestan tanto los cuerpos que los demás languidecen como pasas de uva, se ponen blancos y mustios, parecen velas; no oyen radio ni música, no ríen ni leen, hablan en voz media y dejan de hacer el amor por respeto al occiso. ¡Cómo van a amar como fieras cuando el dolor las menea!, como ovejas, si acaso. La tradición volcó hasta los niños y en China se lleva de blanco. Un día a Pilar o Mercedes, a Encanto o Patricia, de diez años de vida, le ofrecieron fresas rojas que la familia degustaba. -¿Gustas fresas?, le inquirieron. -No, muchas gracias, viendo los tonos, estoy de luto.
JESÚS
Tenía el hábito Chucho, y lo tiene aún, de dormir a deshoras y practicarlo hasta tarde; se involucraba en
150
la charla a la edad de rapaz y hacía corro con todas, le
gustaba
la
cháchara
y
en
materia
de
bromas,
murmuraciones y dichos, hallábase al día. -¡Duérmase, cabrón!, le exhortaban cuando las sombras caían rumbo a las doce del sueño. Al día siguiente lo mismo: velaba y reía, conversaba hasta tarde y hasta el sueño aplazaba. Era grato el floreo. -¡Duérmase, cabrón!, repetían. Usaba tretas y trucos, astucias y mañas para lograr su propósito que se volvía duermevela. -¿Qué tiene de malo que escuche?, juzgaba. -¡Duérmase, cabrón!, reiteraban. Y así. Con el tiempo la ofensa se volvió práctica diaria,
Complejo
Condicionado.
Así,
pues,
si
no
lo
injuriaban, no dormía. Tuvo afectos robóticos. Asociaba la frase con el raer
de
Morfeo
y
el
¡cabrón!
se
volvía
colchón
cobija. Nomás le decían cabrón y el suelo le entraba.
151
y
LA MALDICIÓN
Hacían cola los padres en la fila del vuelo con el avión
ya
en
la
pista,
y
Sofía,
de
pocos
años,
se
volcaba en el piso que era de ónix listado al igual que las losas, parecía que la luz caminaba sobre las piezas bruñidas,
fulguraba
y
lucía.
Ella
jugaba
y
saltaba,
bajaba y subía, a ojos vistas de todos, de los padres primero. Al presentar los boletos, llamaron luego a la niña que estaba al pie de los padres que reiteraban su esmero, en tanto que ella seguía desplazándose y no dejaba de hacer, de girar y pulir el mosaico de luto, no se estaba en paz, y en una de esas estaba cuando se cae
y
tropieza
con
la
báscula
milímetros, se espanta y exclama: -¡Pa’ su madre!, ¡por poco!
152
justa
y
a
sólo
FRESCURA El autobús circulaba a la ciudad fronteriza de... esa u otra... a velocidad de crucero en un tiempo de... ¿cuántas
dijo?...
veinte
horas.
Los
conductores
dijeron, más que seguros, a las ocho llegamos del día que seguía. El niño dormía con la madre de almohada y confiaba en lo dicho, se descalzó y se borró. ¡Buenas noches!, voceó.
se
acomodó
Soñó
como
en
el
pocos,
asiento pocas
y
¡hasta
veces
lo
mañana! hacía,
despertaba a momentos y volvía a acomodarse, era un camión-dormitorio que viajaba las horas por la cinta de asfalto. Después de rodar noche y día y de ignorar hendeduras y bultos hinchados, sólo se oía el ¡run run! de la fiera
que
asestada
iba
como
y la
no
empleaba
llaman
en
la
Cuba.
siesta Se
la
guagua
interrumpía
de
repente por los largos ronquidos de los osos ruidosos de esa alcoba ceñida. Al día siguiente, como a las seis, muy temprano, un fulgor de verano velaba el sol al desnudo y el niño,
153
que ya se estiraba, abrió un bostezo profundo y lanzó un ¡aaahhh! relajado, extendió los bracitos y quebró el oasis que había. Se escuchó nada más: -¡Ay, mamá, no he dormido toda la noche! -¡Descarado!, dijo la autora.
ME VOY
Estaban
sentados
los
4
a
la
mesa
colmada
y
los
platos sesteaban mientras los padres charlaban y esa señora
que
hacía
sobremesa...
¿quién
será?...
daba
vuelo a la hilacha y no frenaban caninos, comentaba todo y siempre sabía. Arlén y Cecille, sus dos hijas, escuchaban atentas y no mudaban la charla. Hablaban de guerra, de ex-torres gemelas, de judíos y de árabes, de Bush y Husseim, de Israel y vecinos, y llegó al fin el palique
cuando
indagó
la
invitada
corrientes para traer de cigüeña.
154
si
había
ensayos
-Tal
vez,
madre,
y
quizá,
pregunta
es
posible,
su
hija,
a
respondió
Cecille,
de
la dos
años, como para tantear los camotes: -¿Oyes, Cecil, te gustaría tener un hermanito? Y la niña, pensándolo, alzó los hombres y dijo indiferente: me es igual. En eso, Arlén, de cuatro años, la mayor de la casa, al
oír
el
presagio
un
tanto
abstraida,
le
cayó
el
veinte y repuso: -¡Que,
qué,
mami!,
¿qué
voy
a
tener
un
hermanito?, se veía hosca. -No,
Arlén,
ella
dice
que...
contenida la señora encubierta... -¡No,
si
va
a
haber
otro
y
resultó
¿quién será?
hijo,
me
largo,
empujó la silla y salió.
EL SOLDADOR Cuando impartía la materia de Español en la escuela de
segunda
docencia,
en
primer
año,
veíamos
verbos
irregulares, flexiones y casos y excepciones virtuales.
155
Les
dije:
comunes, Tres
veamos
por
verbos
volcar
soldar.
–explicaba-
ejemplos,
diptongación existen
y
presentes
éstos
en en
que
son
nombran,
que
diptongan
La
irregularidad
singular
y
Indicativo
la
plural
y
de
errores
por
ejemplo.
letra:
en
Subjuntivo
se los y
forzar, presenta tiempos uno
en
Imperativo. Son éstas. Escribí las palabras en el verde encerado
de
los
casos
que
había:
fuerzo,
vuelco
y
sueldo, en singular y plural, (yo, tú, él y ellos), tiempos presentes, recuerden. Conjuguemos: -A ver, Jorge, del verbo forzar, en Indicativo, dame un ejemplo, por favor. -Tú, Israel, en Subjuntivo. -Allá, Ramón, en Imperativo. Y así, hasta concluir. Cuando
empleamos
el
verbo
soldar,
lo
dije
a
propósito, porque el hijo de un plomero integraba ese grupo y revelaba que el padre en el taller que tenía con
gran
letrero
anunciaba:
“Se
soldan
radiadores”.
Cometía, a ojos vista, mayúsculo equívoco y era deber
156
señalarlo.
Él,
para
entonces,
estaba
más
agrio
que
cítricos, irritado y arisco, como si fuera una ofensa de lo que del padre decíamos, tenía el rostro colérico que aterraba y dolía su expuesta mirada. No pudo más y saltó con el gesto de apóstata que envidiaría hasta Lutero, se puso en pie y casi grita: -Perdón, profe, eso no es cierto, tiene treinta años de ser mi padre plomero y ha escrito siempre lo mismo: Se soldan... ¡y solda mejor que usted!
EL CELULAR
Desde los diez años le dieron el móvil a Paco y hermanos y le indicaron que: ¡Escucha, nada más, no lo uses! Te lo damos para eso, para que siempre nos oigas, queremos tenerte al oído y estar siempre tranquilos y evitar
contratiempos.
Nos
quieren
tener
-como
dicen
ellos- a tiro. Fíjate bien, no nos llames, espera y, salvo emergencias, nos hablas. Le adquirieron el móvil,
157
eligieron el tono, agregaron los números y pusieron los juegos que ellos lo hacían. Un día, cuando los padres se fueron y dejaron en casa a los tres colegiales, como que a veces lo hacían, haciendo
tareas,
dibujos,
les
indicaron
que
podían
salir de sus casas con amigos cercanos los tres siempre juntos y el móvil al lado. Estaban los tres sacudiendo los muebles y asientos, cuando timbra el teléfono, el móvil aquel, y cada quien al unísono gritó descompuesto: -¡El celular! Empezaron los tres a buscarlo y el móvil que nada, trina que trina, fue un torneo procurar y otro tanto encontrar. Recorrieron la sala, los baños y mesas, el comedor y cocina, las recámaras todas, escudriñaron y nada,
no
aparecía
aquél.
Seguía
y
seguía.
¡Qué
tonadita!, le hubieran puesto mejor “La Catrina” o el “Acerejé”, ¡apúrate, ganso, se va agotar el sonido!, deben ser los padres, nos van a dar una tunda que mejor ni te digo.
158
Después de sonar y rastrear, gemir y atronar, arriba y abajo, adentro y afuera, ¿de dónde viene el sonido?, de
momento,
sin
que
nadie
pensara
en
ese
incógnito
sitio, el más baboso de todos se llevó las manos al cincho y ahí estaba el tin, tin. -¡Paco, en el cinto!
159
FALSA ALARMA
Era agosto y hacía un calor del infierno. En el despacho
oficial
que
ocupaba
por
años
con
persianas
abajo y luces arriba de más de cien vatios, obligaba al encierro y a mantener refrescado como polo en invierno ese
breve
despacho.
Refrigeraba
hasta
el
alma.
El
aparato Carrier lograba un ambiente a la baja, y más bien, destemplado, de pingüino en la Antártida, era el lugar mantenido con un témpano níveo todo aquello. La gente que entraba, la más de las veces, era de origen humilde, indigente y paupérrimo, y solían contar sus problemas y pedir de inmediato la boya de corcho para
medio
flotar
en
su
vida,
existencia
que,
por
suerte, resolvía el erario con pródiga mano. Cosa de fármacos, de viajes y gastos, madera y despensas, de auxilio y pasajes para gentes del lumpen que residían en el olvido, ¿de olvido?, ¡de asfixia! Esta vez atendía a una madre con hijo de semblante cerúleo, de cabello rizo y voz apagada, que exponía su
160
drama con agobio y acoso: lavaba y planchaba por pocas monedas, y su hijo, en la escuela, de seis años de edad, destripaba en el aula por ausencia de todo, de pan y de abrigo que no había demandado casi nunca o jamás. Con los ojos profundos se adhería a la falda de su madre carente y vestía mísera ropa de pantalón y camisa más bien reusada. Ella cubría su cuerpo con el tápalo tenue y deshilachado que estaba, los brazos sin carne y sus muslos sin chicha ni nabo. A medida que ella rogaba sin haber almorzado ni haber mal comido, pude sentir, con alarma, el trémolo tierno del crío que lloraba y a su enagua se unía como barca a su muelle. -Anemia evidente –me dije- algo pasa. -¡Va a caerse! –pensé. Cuando acabó ese vía crucis, comencé a notar que el chiquillo trepidaba del brazo de su madre como hoja silvestre, como San Vito en aumento, y ella, confusa, arropaba a su hijo entre la ropa apiñada en el pecho convulso.
161
-Señora,
tome
usted
este
dinero
y
lleve
al
médico a su hijo, ¡de prisa!, me avisa, le ruego. Al
salir
del
despacho,
cubrió
la
madre
intranquila con el manto al mozuelo que estaba fibroso y observaba bien sus piernas, le hablaba al oído y al abandonar el despacho, indagó: -¡Hijo, qué tienes! -¡Mamá -dijo el mocoso- es allá adentro, ¡puta qué frío hace!
162
LOS GALLOS
En apariencia dormían. Con las manos atrás, en la nuca, formaban todos la almohada y hasta alguno roncaba y gruñía con buen ánimo, cosas de niños, repetían el acto y fingían dormir, “de mentiritas”, como decía la maestra en broma. Palmoteaba. -¡Plap, plap, plap!, resonaban las manos y todos saltaban del lecho levantando la frente y buscaban las fotos que ya se encontraban al pie del tablero. En la ranura que había para el gis, ponía tarjetas de todas las
especies
distintas
de
aves
notorias.
Los
niños
clavaban la vista y gritaban el nombre e indicaban lo que ellos o ellas sabían. -¡Loro! -¡El que habla! -¡Águila! -¡La que vuela! -¡Quetzal! -¡De colores!
163
-¿Conoce alguien a este? Al presentar el dibujo, citaban el nombre y luego explicaban
lo
características
que
estos
hacían,
múltiples,
que
rasgos
sirve
para
y
hechos,
esto,
que
sirven para lo otro... -¡Gallo! Levantó la mano Manuel al observar el dibujo, se puso en pie e instó a la Miss para hablar: ¡Conozco a los gallos, Miss,
mi
mamá
tiene
uno!, exclamó. Bien, me alegro, Manuel, ¿qué sabes de él? ¡Sí, Miss, los gallos se suben –e hizo el modoa las gallinas -dijo.
LA NÓMINA
-¡Ring... ring¡ -¿Buenooo? -Sí, aquí es. -No, no está.
164
-¿Qué
ya
llegó
la
nómina?
Ok.
Le
diré
en
llegando. Adiós.
En las regiones de playa (y especialmente en el norte) cuando las chicas maduran y –como decía la abuela- merecen, el padre o la madre anteponen el “la”
como
parte
del
nombre
como
una
forma
de
indicarlas. Este uso perdura hasta después de la muerte y por vida perdura. -¡Qué vaya la Rosa! -¡No, que vaya la Lola! Se conoció en ese sitio este diálogo que añade tal yuxtapuesto: -¡Ya llegueeë... ¡ -Muaaá, ¿cómo estás? -Bien, hijo. -Te llamaron. -¿Quién? -La Güera. -¿Y qué dijo?
165
-Que ya llegó la nómina. -Bueno. -Oyes, mami, ¿y quién es esa señora? -¿Señora? -Sí. -¿Quién? -La Nómina.
NO FAJAN ¡Ay, mujer!, he querido verte y no he podido hasta ahora con tanto meneo, tú sabes, la chamba, los niños, las
vueltas,
el
pobre
esposo
con
horario
de
cuico,
¡pobre viejo, y por si fuera poco, el mercado, está muy lejos, tú sabes... oyes, ¿operaron a tu hijo?, ¿cómo está?, ¿bien?, ¡precioso, verdad!, ¿sufre mucho?, no parece operado, ¡está lindo!, nos preocupan los hijos como joyas de Oriente, ¿no?, te entiendo. Así estaba con
los
míos...
en
cama...
fue
de
muerte...
¿te
enteraste que enfermaron?... malos para comer, nada les gusta
y
sólo
quieren
que
166
esté
uno
a
su
lado
como
chinches cierto,
pegadas... tres
kilos
son de
una peso
vaina... en
muy
reduje, poco
por
tiempo,
¡fíjate!, voy en sesenta... estoy en mi peso, ¿verdad?, los famosos Pilates, pero, no queda tiempo para ello, sin embargo, ayer en la sala con Tere, mi amiga, me dijo que ya no le siga, que me frene, que no abuse, que estoy en los huesos, ¡ay, sí!, exagerada, a los hombres les gustan con asas para tomar y ¿tú sabes?, bueno, les gustamos, si ella lo dice es por algo... a propósito, cuando estuve en el póker, me dijeron que Tere... que Tere, pues... que a Tere... se le embaló la escopeta. Era temprano y hablaban quedo en el árbol, charlaban de cosas, se veía bien, en efecto, una moña de lujo, peinada,
pintada,
manos
finas,
de
beauty
parlor,
se
movía con preteza y gesticulaba a menudo, su rostro ocultaba el tranco de los años ya muy maduros. La
otra,
exfoliada
y
marchita,
daba
muestras
de
tedio, y el hijo, cargantes cual son, le jalaba el vestido y plañía. Del brazo colgaba la bolsa del súper, repleta y pesada.
167
-Dejemos eso –decidió-
¿cómo
chiquillo? -Bien –repuso. -¿Y el cuchillo? -Bien. -El doctor es un ogro, ¿no? -Sí. -¿Fue difícil la ope...? -No. -¿Te aterró el bisturí? -No lo vi. -¿Te durmieron? -No. -¿Puedes andar? -Sí. -¿Estás fajado? -No, de las anginas no fajan.
168
has
estado,
YA NO ERA
En los Jardines de Niños, Kindergarten o párvulos, prescolar
o
de
Infantes,
suelen
llamar
Señoritas,
Profesoras o Misses, Educadoras o Maestras, a las que atienden el ciclo. Para nosotros serán, para el efecto, Señoritas. Y punto. Imprimen hábitos nuevos, imparten cantos y juegos hasta la edad seisañera. Regresó Raquel despeinada con su uniforme de Pre, estropeado,
arrugado,
bien
contraido:
falda
sucia,
manos ídem y un sudor matinal del “trabajo” corriente, es esos lugares donde el jugar es materia y el retozo recreo. Se encaminó hacia la madre que estaba obsesa, lavando, y extendió los brazos en alto como si asiera balones. -¡Mamá,
mamá!,
-llegó
la
nena
corriendo-
Miss ya no es señorita. Se quedó más que muda la madre: -¡Que, qué! –se azoró. -Si –confirmó- es ahora Directora.
169
la
ADRIÁN Y LA ABUELA
Adrián, de seis años, esbelto y adusto, pelo largo y melena de dátil o palma, podía arruinar a los peines y postrar a los fígaros en cama constante. Cursó el arte de Cuevas desde que entró a la puericia: trazaba monos y micos en hojas grandes y chicas, decenas de ellas, las llenaba de trazos y salían de sus dedos de plástico experto. Silabeaba
la
abuela
cuando
él
bosquejaba
o
algo
apuntaba, pero –no sólo por eso- al escribir realizaba y
hacía
por
porciones,
balbuceaba
la
frase,
en
voz
alta, una y otra, las cortaba diciendo: “... y ...an ... tes... de... des... pe... dir... me... te... su... pli... co... que... y así. Adrián se evadía y no escuchaba a la abuela cortar parrafadas, pero, al pasar las semanas, el piso hablaba con hojas arrugadas y en bola, nuevas y viejas, hacía bolillo y lanzaba más que iracunda.
170
Le puso coto al murmurio de una vez y por fin, ¡ya, vamos, acabemos! Volvió los ojos a ella, a la abuela, con la paciencia en la mano, hecha astillas, y dijo: -Abuela,
¿recuerdas
cuando
al
silabar
me
enojabas? -Sí, Adrián, ¡cómo no! -Pues, todavía.
INSULTO
Lo miré venir. Iba
en
auto
en
la
calle
revuelta
y
nutrida,
acelerador de por medio, cuando de pronto noté que un pequeño intentaba rebasar la avenida, volvía quizás de la
escuela
uniforme
porque
llevaba
monstruosa
mochila
y
su
gastado y, tal vez, repensó: -Sí, sí la paso. -¡No, no la pases, muchacho, no te atrevas, no
es sitio para ello, no es adecuado, vete!, no te arriesgues, quise gritar.
171
Ya era tarde. Con zancas largas y raudas cruzaba la rúa por partes riesgosas,
y
cuando
estaba
al
minuto
de
hacer
el
crucero, me propuse jugarle una broma y advertir el peligro en que estaba: -Le daré una lección –me dije- frenaré junto a él y será una advertencia que nunca postergue y que jamás se le
olvide.
Apuré
el
paso
confiado,
calculé
la
distancia, faltaba poco para él, y, cuando estuve a su lado, se quedó exangüe, temblando, oyó el chirrido de llantas y... Estimé bien. Al
escuchar
los
neumáticos,
se
flaquearon
sus
piernas, sentí que caería, y en un acceso de ira que bien merecía, escuché: -¡Cabrón!
172
¡QUÉ POCA MA... NERA!
Acostumbraba a sentarme en el porche de casa en el centro
de
todo,
frente
al
césped
de
entrada,
ahí
ocurrió lo ocurrido que me dejó una negra experiencia nada grata y deseable. Bueno, porche, no, nada de eso, pórtico, mejor, atrio, vestíbulo, portal, arquería o entrada, cualquiera otra cosa, lo que sea, pero porche, no, los anglicismos cansan, ¿hasta eso calcamos? Tendría la madre... ¿qué será?... veinte años, y desde
el
sitio
en
que
estaba
oculto
y
licuado,
la
miraba de cerca, dieciocho años, no más. Era otero mi asiento y rincón mi refugio, eclipsado y sumido, lo oscuro me hundía y me sumaba y podía analizar a mi antojo lo que fuere y pasara. Separaba la calle un bajo murete con picos en triángulo, (llamaban píquetes) de metro y medio de altura y, al centro, una verja de hierro que daba entrada a los autos o portón de cochera al viento libre.
173
Desde ahí presencié el breve suceso que me resultó tremebundo
y
bastante
molesto:
Con
canasta
y
con
bolsas, madre y el hijo, con prisa marchaban y ella airada llamaba al chiquillo de marras, no se veía el mocoso, lo cubría la barda de media estatura: -¡Me haces el favor de apurarte! Lo veía y voceaba: -¿Te estoy llamando, ¿entiendes? Turnaba de brazo la bolsa. -Bueno, Gabriel, ¿en qué piensas?, ¡anda, camina! Por
deducción
supuse:
¡qué
poca...
cría!,
¡no
atiende a su madre!, no avanza el pequeño dado que debe
llevar
una
choncha
talega
para
su
breve
estatura, pensé. Se enfadó tanto la madre que volvió hacia él y le dio un santo sopapo, chilló y, ahora sí, vería a ese truhán. -¿Qué crees que tengo tu tiempo? –otra vez renegaba. Al rato pasó por la reja un niño de año y días que apenas trotaba y con el par de sus manos asía una bolsa
174
robusta y lo hacía con agobio y al revelarse de lleno, más que agrio, repuse: -¡Qué poca ma... dre de madre, es apenas un nene y no excede la cerca ni la bolsa la puede¡
FRASES DE RIÑA
Investigadores instituciones
y
maduros centros,
de universidad tanto
de
y colegios,
América
como
del
África, Europa y Asia y también de Oceanía, analizaron y vieron que, quien no quiere escuchar, no escucha, y charla de sordos llamaron. Otros sabios y expertos de muchas partes del mundo se abocaron a arar, excavar y concluir que, quien no quiere charlar, no habla, y llamaron charla de mudos. Un tercer grupo formado por sesos y genios, y orates conspícuos, se dedicaron a ver que, quien no quiere entender, no entiende, y charla de necios nombraron.
175
Lidiando
con
juicios,
entramos
al
ruedo
y,
con
ciencia trucaron los puntos sin frases que este diálogo omite. Así:
-¿.......? -¿Ehh? -¿........?, ¿....? -¡.....! -¿...? -¡Muuu! -¿...? -¡Ñññ! -¿...?, ¿....? -¡Ññññ!, ¡ñññññ! -¿...?., ¿....?, ¿....? -¡Ñññ, ññññ, ñññññ! -¡.....! -¡Sniff! -¡Xw&/#%”zk! -¡¡Ññññ, no seas lépero!!
176
“EL POLLO”
-¡Alcohol, vieja... alcohol¡ -¡Dios mío, otra vez... ¡ Era el temor que habitaba en la casa de duelos y ahora volvía nuevamente, un temor que apretaba la soga en el cuello e izaba en la viga, cercaba la piel de la casa y se colgaba de la última cama, descorría los manteados sombras,
y de
era la
parte pobre
del
frío
pitanza
que
y
de a
la
todos
noche
de
goteaba,
sentimiento de culpa que entraba en la casa con hez y basura. -¡Alcohol, vieja...! Ahí estaba boquiando en el vano del pórtico apoyando las manos en el marco ruinoso y los ojos se iban entre párpados
náufragos,
moribundos
de
lagos
de
mugre
y
cochambre, de mierda y de basca, de camisa floja y de fuera. Su cinturón parecía la lengua grotesca que hería y vareaba con ultraje y blasfemia. Otra vez.
177
-¡Alcohol, vieja...! En la penumbra del cuarto los ojos se abrían en la planta de Elena, su “vieja” sufrida, esperando esto y lo otro, espinas y zarzas sin gasa ni yodo desde los años podridos del ayer y de ahora. Carmen, con seis años, y sus despojos en tiras, se aferraba al extremo y sufría lo insufrible. Elena la vio y con besos de lejos calmó sus pesares y al llegar el marido que fluctuaba en
la
puerta,
pudo
ver
a
su
“Pollo”
de
nueve
años
apenas con las mantas subidas, claveteando la vista. Elena abrazó a su marido y lo arrastró hasta su lecho, cayó como saco, y con la frase que hería más que la boca, tornaba, volvía de nuevo. -¡Alcohol, vieja, por favor...! -¡No tengo, no tengo! Elena
envió
hasta
el
semblante
de
los
pequeñuelos, una palma de amor y denso consuelo. Duerman. -¡Por favor... ¡ Repetía la exigencia.
178
dos
Te casaste con un ebrio –decía su madre, ahora muerta- cuando no estaba briago, estaba beodo. Se derrumbó entre tinieblas con los pocos kilos que había en su cuerpo abatido, encerró su tropiezo entre rejas y vanos y a su “Pollo” del alma que, con el alma deshecha, decía, al fin, hijo, con terneza: -¡Mamá,
cuando
sea
grande,
trabajaré
mucho
para
comprar todo el alcohol que mi padre necesita.
ABOGADO
Estudiaría, Miguel, de seguro, abogado o jurista, leguleyo o lo que bien demandara, le quedaba bien lo que fuere. Desde que Miguel despuntó, ganó su primera reyerta, pero le atrajo la música que no se asociaba con ello, ni con litigios ni pugnas, ni es de derecho e izquierda menos. Ese fue el ritmo que guiaba sus pasos primeros desde que anduvo en su casa con penas. -Juan Pirulero mató a su mujer con un palito del tamaño de él.
179
Tenía
que
atrapar
a
ese
pillo
que
Perulero
le
llaman, según él. Cuando llegó a tercer grado, no daba su brazo a torcer ni por nada ni nadie, era terco, inflexible, indomable y astuto, rebatía todo, una astilla de miedo, porque es de hombre su nombre. -Sí, mira, mira, espera, escúchame... –y así todo el tempo, detenía lo injusto según Migue. Su criterio imponía, su autoridad y su arbitrio, lidiaba
por
todo,
siempre
mostraba
los
hechos,
su
origen y causa. Cierta vez, cuando el abuelo escuchaba la letra del cántico que lo señalaba, intentó corregirle y en lo terco imposible. -Juan Perulero mató a su mujer con... –cantó Miguel nuevamente. -No se dice así, Miguel, traté de enmendarlo. -¿Cómo se dice, pues? -Se
dice,
Pi
ru
–respondí.
180
le
ro...
es su nombre
-¡Ah!, no -dijo Miguel- ese es otro.
PAPÁ... A León X (Leondé) y Nicolás (de seguido) lo llamaron de forma más que diversa, menos por el nombre y le decían:
güeriguapo,
guapigüero,
Onésimo,
buen
mozo,
dulce Luxus, Nicolau, reyecito, papá, y hasta el abuelo llamaba León Pistolas. Su nombre era largo, en efecto, y la familia cambiaba por el que mejor le encajaba. -¿Hola, rey, como estás? –el tío. -¿Quiubo, Onésimo? –Alicia. -¿Que tal, guapo? –cualquiera. -¡León Pistolas! –el abuelo. -¿Papá, lindo? –los tíos. -¡Adiós, Nicólas! –la madre. Y cuando llegaba el padre, por las tardes o noches, dirigiéndose a él, le decía: -¡Hola, papá Nicolau.
181
ROSARIO
-¿Qué es esto, papá?, ¿es papa o camote? La pregunta quedó boca abajo y rebotó entre los niños como en mágica esfera, todos quedaron en babia, en santo sosiego, no sacó a nadie de dudas y esperaban transidos. La pequeña inquiría por el guiso que estaba en el plato
del
centro
como
gancho
de
tienda:
capeado,
relleno, salado, con pimienta, cebolla y caldillo, para ingerirlo con algo. -Este
fruto...
–dijo
el
padre-
mostrando
el
producto de quince centímetros en forma de pera, lleva el nombre de... -¿Y para qué sirve? –interrumpió la menor. -Es fruta fresca, sabrosa, adereza la carne y los pollos, se come en torta y se llama... -¿Es buena? –interceptaron de nuevo -Preparada, sí, –prosiguió. -¿Cómo se llama? –insistieron.
182
-No me han dejado decir, pero adivinen, por mejores señas detenta el nombre de la abuela, o casi –concluyó. -Chayito –pensó la niña. -No,
es
cucurbitácea
y
no
mala,
descubran
ahora, ofrezco diez pesos para quien lo descifre. Sedujo
la
oferta,
y
más
seis,
o
sean
todos,
no
habían visto jamás esa fruta verdosa, y dizque sabrosa, esperaban que alguien dijera. -Viene
del
náhuatl
chayutli,
¿ya?
–quiso
acercarlos. Se hicieron nudos y mudos. El desconcierto llegó como huésped notable, nadie habían visto ese ¿fruto? o ¿tubérculo?, ni oído tampoco, no podían nombrar porque ni idea tenían. Prefirieron callar, imposible saber, lo admitían. Es una voz que creían nunca haber escuchado. -¡Ya dilo, papá!, exclamaron. -Ok, ahí les va: ¡Chayote!
183
Cayó
el
indispuso,
silencio se
pesado
ofendieron
y
y
cada
mucho,
quien hasta
se que,
Sergio, el mayor, no aguantó más y le dijo: -No le digas así a mi abuelita.
EL PLANETA
Inauguraban
la
marcha
con
el
tema
de
moda
El
Ambiente y el Clima en la escuela primaria. Lugar: el aula. Grupo: sexto. Enseñaban los temas de los seres del hábitat, la relación que existía entre ellos y el hombre, su protección y presencia, la naturaleza y el prójimo: una ordena y otro no cumple. Convocaban a un triple
y
magno
certamen:
literario,
de
croquis
y
slogan. Se trataba de entrar, de pensar y expresar, sobre dos contenidos: ecosistema y natura. Los niños enviaban dibujos de acuerdo a las bases y premios que a todos gustaba, impresión de conjunto y expresión callejera.
184
Emilio
envió
su
proyecto,
redondo
y
juicioso,
y
estaba de lujo: un árbol al centro que arriba tenía, visto de frente, un mundo nuevo que flotaba y una frase que, al pie, describía, el medio todo: “La Tierra es un árbol, si no lo riegas, se seca” ¡Órale! Obtuvo
el
mejor
de
los
premios:
el
asombro
de
todos.
LA COLECTA
Miguel
Ignacio,
de
cinco,
y
en
segundo
grado
de
kinder en la escuela donde iban sus cuatro allegados que por hermanos tenia, lo incorporaron de pronto a una noble tarea por las monjas maestras para el sostén de misiones
en
el
mundo
católico.
Era,
como
se
puede
verse, escuela de credo. Se situó Miguel en el lleno y amplio aparcado donde los padres llegaban y subían a los hijos en diversos horarios,
a
las
una,
a
la
185
dos
y
a
las
tres,
y
acarreaban a casa. Llevaba un pomo de vidrio con una ceja en la tapa y un pegote que decía: Colecta Anual de Misiones. “Boteó” Miguel denodado tres horas continuas de las doce a las quince, caracoleando entre autos. Cuando llegó la madre por ellos –iba por cinco- se asombró con el hijo que mostraba la lata casi colmada. -¿Ora, Miguel, ¿cómo le hiciste? -Me dediqué a pordiosear –blasonó. -Pero,
es
mucho
dinero,
–se
asombró
de
la
hazaña la madre alterada. -¿Sabes por qué me donaron? –calculó. -No, hijo –repuso. -¡Por bonito! –dijo.
AFICIÓN
Emilio, de diez años, estaba bravo, sulfúrico, enfadado
con
alguien
o
por
algo
en
la
escuela.
Su
molestia era Olga, una chica no fea, que aparte de ser
186
muy ignara, hacía caso omiso a maestros y clases, era floja, trivial, común y soberbia, pagada de sí misma y se creía la bella durmiente, en fin, le caía mal, o bien le caía, ni un lazo le echaba, ¿como era posible que ignorara su garbo? -Fíjate –decía a ella, tu compañero de banco piensa que Borges es asturiano, ¡qué... -¡Ay, mira, dijo Olga, yo no sé nada de fútbol!
MONÓLOGO EN DO MENOR
-¿Por qué me atan las manos?... y pensar que, a mis meses, lo que más me interesa, es menear y subirlas y con los brazos lanzar y estirarme de piernas y dejar esta incómoda y blanda mazmorra, ¡ah!,
debo
haber
dormitado...
¡alguien
viene!...¡ay!,
puerta!...
el
silencio
se
¡han cierne
oigo
pasos...
cerrado cada
vez
la más
estrecho... las voces se pierden... esa radio de infierno
no
calla
ni
187
ceja
y
me
estropea
los
oídos... me ocuparé de mis dedos... si me muevo a la diestra, lo logro, casi afloja... ¡ah!, ¡ya está!... sacaré los otros... bien... manoteo y casi me impulso... la otra... ¡puf!, eso es... ¡bravo!,
lo
he
hecho
de
genio...
pero,
me
cansé... aguardaré... ¡ufff!, me he agitado de más y siento agua en la frente... y en la espalda y
las
piernas...
y
en
las...
¿no
será...
veremos... ¡oh, no!, parece que me hice... otra vez... esa radio de nuevo no para y conturba... siento
que...
cómo
que
quiero
comer...
¿será
apetito?... ¡qué problema no saber ni las ansias ni ardores!... si lloro nadie me escucha... si llevara la mano a la boca... ¡oh, qué animal!, rasgué
el
ojo...
¡qué
difícil
es
hacer
contorsiones!... eso es... ahora busco... ¡sabe salado mi dedo!, ¿será orín?, ojalá no, menos lo otro... ¡Ñaaa... qué atiplada voz se me escucha! Con tanto
esfuerzo
que
188
emplee
hasta
perdí
mi
postura... pudiera
tengo
frío
gritar...
llamaré...
¡lo
¡auxilio,
dolencias!...
en
siento
me
las
rodillas...
haré!...
más
puedo
morir
frío
de
si
alto... y
nuevo
dar y...
¿hambre?... no alcanzo a entender... y sólo me sale ese ¡ñaaa!, (pega un grito)... en fin... no queda de otra.... -¡Tengo
una
idea!,
cuando
el
tipo
se
calle
gritaré fuerte y seguido... esperaré... vamos a ver...
vamos,
vamos...
¡cállate,
idiota!...
¡ahora! -¡Ñaa...!, ¡qué berrido! ¡Ñaaa...¡ -esa radio. ¡Ñaaaa... ¡ creo que ya me entendieron, alguien sube,
¡vaya!,
quedé
incómodo...
me
bajé
demasiado... aplasté mi tobillo y la cabeza no muevo...
¡apúrense!...
pero ya, ¡de prisa!... Mi hermana.
189
quien
quiera
que
fuere,
-¡Qué
mi
hijito
ni
nada!,
siento
algo...
¡háblale a alguien, a tu madre, anda! -Sonreiré y veré. -¡Noooo, no es manera de tratar a un bebito... te diré lo que pienso... será mejor sonreír... -¡Bahh, quiero reír y sollozo!... ¡no me estoy riendo,
animal!...anda,
llama
a
tu
madre
o
a
quien sea, pero ya, deja de hacer arrumacos... ¡qué
“pechocho”
ni
madres!...
quién
le
habrá
dicho que hablo... ¡no!... no hay quien hable a mis meses... ¡no hagas bromas, chistosa! -¡Ñaa, ñaaa...! ¿cuándo hablaré? -Viene alguien. Ya llega. -¿Me cambias?, me hice popó.
QUE SEA MENOS
León
X
Nicolás
salió
del
abdomen
con
bombo
y
platillo, pero ¡aguas!, debió de nacer de 40 domingos o lunes...
y
empleó
34...faltaron
190
seis.
Prematuro.
No
supo
de
ambiente confort
termo sano de
un
y y
cunero
ni
corriente,
portátil
incubadora encontró
cunero
¡de
menos,
para
cinco
ello
sólo el
estrellas!
Midió... ¿cuánto midió?... 45 centímetros... y pesó... ¿cuánto pesó?... 2 kilogramos 200. Pequeñito. El Apgar registró y de una grada de 10, 8-9 mostró; pegó el grito a su tiempo y hoy es todo un Sansón, un Sansón sin melena, un campeón de... lo que sea. Antes de obviar a la madre, a la que dio una patada en plena recámara o asiento matriz, le partió la... fuente, y el padre, por tan ínclita hazaña, lo bautizó como León, tradición de familia y con una X de grado, o sea 10 de promedio, y la madre, en su turno, lo nombró Nicolás por ser zar y el final. Antes de entrar a la cancha en el tiempo futuro, ya tenía nombre y apodo para hacer goles insólitos. Será el sol del América –dijo el padre- y su debut se daría el martes 30, a las ocho, previa entrevista en la tele de México o Suiza, veinte años después como un gran mosquetero.
191
Sembró
la
duda
Roberto
sobre
su
nombre
de
pila
cuando dijo a los padres: -¿Van a llamar León X? -Sí –le dijeron. -¿Y lo creen conveniente? –repuso. -Si,
¿por
qué
no?
–contestaron
ambos,
los
padres del él. -Por prematuro. -¿Y eso qué?, -replicaron- ¿cómo debiera? -León 9.5 –supuso.
DEPRESIÓN La
soledad
cavó
hasta
el
meollo,
hizo
agujero
e
inmenso, escondrijo de cueva, lóbrega y sórdida. ¡Qué pasa!, jamás he sentido lo que ahora percibo, quiero estar
sola,
tendida,
dormida,
piense
y
piense,
me
siendo mal y no siento ganas ni de gustar, nada, quiero huir,
desertar,
tengo
sospechas
que,
si
me
llego
a
dormir, no despierto; este dolor me soflama, ¿dolor?, ¿cuál?,
la
cabeza
me
192
salta,
¿es
derrame?,
¿hipocondria?; los hemisferios se parten y no siento ni el ruido, a nadie le importo, y siento todo a la vez como que estallo, ¡oh, vida!, no tiene objeto vivirla y los hijos te abruman, allá ellos, no quiero luchar ni retar y seguir menos, no tengo más que me ate a este mundo matraca, ni la misión de vivir, me hunden los tedios, quiero morir ahora mismo, le ruego a Dios que me lleve, no tengo nada que hacer en este cosmos de mierda, estoy a punto de... -¿Qué tienes, mamá? -Nada, hija. -¿Comemos? -¡Ah, sí, cómo no! -¿Te sientes mal? -No, hija, bien. -¡Ah!, ya sé lo que tienes. -¿Qué tengo? -Mira, he venido observando a los dos desde hace tiempo, no son ustedes los mismos, es cierto
193
que el gasto, la renta, los hijos, acorralan y asustan, que... -¿Qué quieres decir? -No te quiere. -¿Quién? -Mi padre. -¿Por qué? -¡No te besa!, ¡La ex-primavera se aleja! No hay nada mejor que los hijos para que todo camine, la depre inclusive, no hay duda que el ansia, la tensión, el abismo, lo son todo. -¿Me levanto? Antidepresivos los hijos.
LA CIRUELA Y EL CHUNIQUE
194
Gabriel Figueroa
En
los
meses
de
julio,
de
agosto
y
septiembre,
cuando la tierra se dora y el calor aparece, suelen pizcar en el monte las ciruelas del Ădem que tienen hueso
en
el
centro
y
que
chunique
le
nombran
con
almendra en el centro que es de regalo y delicia que muy
pocas
lo
tienen.
Es
manjar
el
chunique.
Las
ciruelas se encuentran hasta que el sol achicharra, hay que hacerlo temprano y en grupo juntos. Pancho y su primo al alba caĂan y cortaban del ĂĄrbol o las juntaban del
suelo
en
canastos
gigantes,
195
cientos
de
ellas,
amarilleaban
la
vista
las
ciruelas
que
llaman
del
monte. Por las grietas del árbol, se filtra un sol del demonio y, además, una plaga de moscos que irritan y enmielan pestañas y ojos. Los nombran bobos o bichos, pero dicen bobitos, que salen con lluvia y bajo un sol que sofríe. El
ciruelo
glóbulos verdes
silvestre,
múltiples,
y
son
linternas
de
(yrtocarpa
gotas luz,
si
de
edulis),
mar
están
si
estas
maduras;
de son
y
el
chunique, que se extrae de las nueces, se fractura con lajas,
martillos
o
mazas,
cascanueces,
acaso,
al
epicótilo tunden. -Nunca vayan de día, no, porque se cuecen y asan tanta unas como otros –aconsejaba Pancho a los chicos. El recorrido que se hace de mañana o de tarde cuando el sol se recae y al sentarse a comer, devoran copiosos y
hacen
fiestas
de
ellas
y
una
fuerte
halitosis
denuncia el hartazgo. Pancho chuniques
decía: o
hacer
comer el
las
amor,
196
es
ciruelas, lo
mismo,
partir ahí
va
los la
tercia. Gustaban tanto las unas como las otras placían y así llamaron al par de los hijos: una Ciruela y el otro Chunique Velarde Velázquez.
PANCHA JAVI
Desde que unieron sus vidas en el templo del padre y
santo
patrono,
Francisco
Javier,
en
la
sierra
cercana, sentían amor por el clérigo, jesuita español que en el siglo XVI vivió (1506-1552) y fue aliado de Íñigo
López
de
Mendoza,
(San
Ignacio
de
Loyola)
y
entregó su garra en el mundo lejano y diverso: Japón, Portugal, la India y la China durante 12 años continuos hasta llegar a la muerte en los cielos de ésta. La Misión, piel del barroco y bastión de jesuitas, conoció
a
esta
pareja
y
fue
lugar
del
encuentro,
testigo de novios y bendición en las nupcias. Cuando procrearon al hijo, el primero que tuvo, le ofrecieron al santo imponerle su nombre si era premio o trofeo de dama vecina, pero el cazo se agrió y estuvo a
197
punto de aborto y con la fe en el macizo de San Javier y su iglesia, le rogaron que, de librar ese riesgo, le impondrían su gracia, sea del sexo que fuere, rendija o tolete. Fue
niña,
impusieron
el
por
fin,
nombre
de
y
sin
dudarlo
Francisca
siquiera
Javiera
y
en
le la
escuela llamaban, al leer en la lista: Pancha Javi.
SE PELEABAN
Cuando Roberto y Lucía adquirieron el frasco de la Coca adictiva en la tienda de OXO, en la esquina de casa, con permiso de padres observaron el caso muy poco frecuente de sus años fisgones. Al abrir la botella, vieron ambos atónitos, como la soda espumaba, subía y desafiaba el pronto derrame. Al observar el proceso, Ana Lucía le dijo a su hermano, ya adulto, asombrada: -Mira, Robert, las burbujas se pelean por salir.
198
ESTÁ MEJORITA
Ana Sofía tenía una tos de ladrido que no lograba extirpar
ni
con
salmos
ni
cánticos,
ni
con
diez
penitencias, le producía arcada la ducha que inundaba su rostro, desparramaba el catarro, odioso, mugroso, era manguera expedita. Así pasaron los días, las noches y tardes. Comenzó a sentir
el
alivio
y
la
merma
de
achaques
y
al
poco
tiempo de ello, dejó la cama en que estuvo entre ocho días o nueve. Lo primero que hicimos, todos en casa, fue indagar por su estado de agobio y ahogo, y sobre todo, por la tos de canino que no se frenaba. Pregunté: -Ana Sofía, ¿cómo estás?, ¿te sientes mejor? -Si, abuelo, estoy mejorita -respondió. El lenguaje y la lógica, otra vez.
199
LAS MOMIAS.
En
el
viajero-
viaje al
que
sur
hicimos
del
país,
–dijo
el
rico,
programamos
nuevo
visitas
y a
Chiapas, Oaxaca, Tabasco y Guerrero, y algún otro de paso, y recorrimos Cacahuamilpa, las momias de Chiapas, y las... -¿Chiapas?, ¿momias?, de Guanajuato serán, le dijo a Pablito. -No, de Chiapas -No, de Guanajuato. -¿Vivas?
LA MANO
Costumbre muy vieja esta que cuento, tiene años, ¿cómo se llama?... manos
ceradas
soy?...
(¿cómo
y
cuando te cubren los ojos con las
por
la
diablos
espalda se
200
investigas,
llama?)
¿picabú?
¿quién (peek-a-
book)... no. Es un juego de niños y de años felices, tradición muy canosa. Protagonista: Ana. Cuando Gabo llegó de repente lo cubrió con las manos disfrazando el hablado: -¿Who am I? El electo pensó y se hizo cruces, pensó en los hermanos, los primos y amigos, en Anita misma, y al hacer conjeturas, predijo: -Roberto. -No. -Santiago. -No. -Miguel. -No. -María. -No. -¡Ah...! ¡Ana Lucía! -No. -¿Entonces? -Mi mano.
201
TE VAS A PARTIR...
Ana
Sofía
abiertas
corrió,
hasta
el
como
siempre,
columpio
que
con
estaba
las al
alas margen
izquierdo del patio empastado. A su derecha se hallaba, ya
meciéndose,
León
X
Nicolás,
su
hermano,
y
se
estiraba poseso con sus pies de zaguero del equipo de su alma. Era, además, su columpio, el más bajo de todos y podía sentarse y moverse con las ansias de niño, no pedía
ayuda
a
ninguno,
lo
hacía
solo
libérrimo,
autónomo, libre. Lo lograba frenético y era obseso el chiquillo. En cambio, Sofía, al querer columpiarse, no lograba su empeño con sus siete diciembres, y volvía y volvía, jalaba las cuerdas tensas y rectas y lanzaba los pies por delante y arriba, no lograba lo que ella deseaba. Quería llegar hasta arriba y lograr el meneo de Leonde, su
hermano,
pasearse,
hasta
estaba
el
fin
necia,
del
impulso.
tozuda,
dijo:
202
fue
No
conseguía
entonces
cuando
-Abuelo, dile a mi madre que venga para que mesa el columpio. -No, mi´ja, ¿cómo voy a decirle que nomás venga a eso? Está ocupada, yo te columpio, voy con mi hacha. Y tomé el bastón y me puse. -¡No, abuelo, tú no, te vas a caer, te caerás! No, hija, ya lo he hecho antes, yo me pongo atrás, por la espalda, y te empujo con tiento. -No, te digo que no, te puedes caer. -No, no, verás, yo te aviento y te irás ya sola, pero afiánzate bien, pon las manos bien firmes. -No, abuelo, te digo, no lo hagas, te vas a partir la mandarina en gajos.
LAS GALLETAS De visita en casa de Rosa, la amiga, conversando con ella en la sala reunidos, dándole cuerda al palique, saboreamos galletas ¡exquisitas de veras, con café de talega y leche de rancho, pregunté la autoría de tales
203
ricuras para armar comilona o engalanar la merienda y respondió sin ambages: -Son de las monjas meretrices. -Las monjas ¿qué...? -Mere... digo, Adoratrices.
CONFUSIÓN
Pedro estrenaba su traje de rico y pobre de ideas, y aludiendo al sujeto de quien ahora parlaban, dijo: -Es sifilítico, ¿no? -¿Es qué...? –se frenaron. -Sifilí...
perdón... filatélico.
MÁS CONFUSIONES
Cocinaban el pulpo de ocho brazos lacios y el niño, con hambre de hombre, sacó del cuenco uno de ellos que ya se doraba, humeaba el miembro con otros y seccionó
204
en
fracciones
y
parecióle
excelente
y
otro
ex
más,
exquisito, y empezó a devorar con harto apetito: -¿Qué comes? –preguntaron. -Testículos, dijo. -Test... ¿qué...? –cuestionaron. -No, perdón, corrigió, tentáculos.
DE NUEVO
Al visitar Colombia, Ecuador y Bolivia y Venezuela de paso en un viaje que halló más que amable, recordaba el pasar por la selva nutrida y las palmas que ríen, su parada
en
Bolívar
y
el
gran
río
que
desagua
máximo océano. Fue único. -¿Y cómo se llama ese río?, preguntaron. -Mingitorio, respondió. -¿No será Orinoco?, corrigieron.
205
en
el
Y MÁS
El mismo niño bordeaba por la costa este de África y veía
el
Índico
breve,
Madagascar,
Antananarivo,
Mananjari, Manakara y otros más, conoció los vientos alisios, las siembras del área, la mandioca ignorada y la lluvia que moja la isla y la fronda, cuna del lémur. -¿Mandioca?, ¿y qué es eso?, indagaron. -Es una planta que crece de tres metros de altura y que da la tapioca, una especie de harina que emplean los autóctonos que malgaches se llaman. -¿Tapioca? -Sí, es la fécula. -¿Cómo se llama esta isla? -Madascagar, contestó. -Madagascar será, enmendaron.
¿MÁS?
206
Ya al final del periplo, al ir por tren a Véneto, nos
jaló
el
Adriático
formado
por
islas,
canales
y
puentes donde Venecia se encuentra. -Paseamos en glándulas, expresó. -¿En góndolas?, repararon.
POR ÚLTIMO
Visitamos Oslo y otras ciudades: Akershus y Ostfold, fiordos,
condados las
vecinos
Mágicas
Cuevas,
con el
glaciares salmón
y
y las
truchas que eventualmente se atrapan con la mano desnuda,
el
manejo
del
vidrio
y
las
orcas
famosas, los grandes balcones donde se admira el paisaje de este largo país con su planta en el Ártico. -Es bella Noriega, dijo alguien. -¿Nor... que?, preguntaron los otros. -Noruega, se oyó.
207
ANA MARÍA
Estaban los cinco a la mesa redonda, es decir, la familia, y presidían las criaturas Ana María y Elena en derredor del antojo de más alta factura y del podio pesquero: tacos de pescado, pero de los óptimos. Cada
quien
pidió
lo
que
quiso
y
empezó
el
manducar: tostadas, ceviches, copas con algo y todos capeados que son los del gusto. Pico de gallo, además, guacamole y limón. Y aquí empezó lo ocurrido. En cuanto abrió la de harina para exprimir el ovoide, comenzó a fabricarse. En el mismo momento en que prensó con los dedos
la
resbala
y
ácida
esfera
salpica
la
para faz
de
extraerle María
y
su
jugo,
rebotó
en
que sus
mejillas con larga sollozo. Enseguida, al exprimir otro de esos, a medio metro de ella, arrugó su semblante pensando que iría a su rostro y golpeara.
208
...DEL VIDRIO
...se convirtió en sol y figura, estaba ahí, en el lienzo, se veía otra, distinta, se alejó del cuento y novela,
de
todo
mito,
la
repetición
era
ella,
ella
misma, ahí estaba en la luna de la grande mampara. Parte de su área vital era esa, ir a pasear frente al viso y cada vez que ocurría, acostumbraba a decir: -¡Adiós, niña del vidrio, paseo...¡ -¡Adiós, niña del vidrio, voy al césped! -¡Adiós, niña del vidrio, tomo el sol! La niña reía, oteaba y volvía a ser ella misma, palmeaba su copia, el reflejo era parte de su alma pequeña y el eco volvía. Un buen día se fue, se fue para siempre, la compañera y amiga del rostro con vida, de ficción en
reuso
que
gozaba
y
reía
lo
que
por
él
se
observara, alma en vitrina, creadora de sueños y
209
voz
de
pantalla,
eso
era
nomás,
un
conejo
de
luna, de fábula. Cuando la niña se fue, se perdió su presencia y sus horas pasaron como un acto vivido, no volvió a saberse de ella ni de su eco visual y al correr de los días, de una época a otra, la niña se fue, cambió su ayer de la por su astro de hoy, de una infancia frutal a la otra en proceso, ¡ah, la vida! La niña se fue, cambió de vida, era pre-púber.
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