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fuera del tablero es un minilibro-tarjeta de José Luis Machado © abrelabios, 2015 http://abrelabios.com/indexjose.html
Imagen de portada: Calaveras de primates (Museo de Zoología Comparada de la Universidad de Harvard; 2009) de Christopher Walsh, Escuela de Medicina de Harvard. Licencia genérica de Creative Commons Reconocimiento 2.5 cuidado de edición: Zenia García Ríos idea original: Wilson Javier Cardozo
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3
El rey tomó la corona y la arrojó lo más lejos que pudo fuera del tablero. Con su lento y cansino andar, llegó al lado de su reina; ella le preguntó «¿Qué hiciste con tu corona?». «Me harté de ella; la arrojé lejos, bien lejos», respondió el rey. –Tendrás que ir a buscarla; vas a necesitarla para que no te confundan conmigo. ¿Dónde está? –Fuera del tablero, junto a la caja forrada de paño donde dormimos. –¿Y cómo hiciste para sacártela? –Cuando la mano me tiró, decepcionada, logré que un caballo la pateara.
4 –No puede ser -dijo la reina- porque lo mejor que hacen los caballos es esquivar. –Ya lo sé, mi dama, pero este es muy especial, anda a su propio paso, es salvaje; tal vez después de esto me vea como su igual y me lleve a pasear en su lomo lejos de la caja, mientras las manos empujen otras decepciones o simplemente duerman.
5
Solo un par de peones se salvaron de la masacre. Una negro, el otro blanco. La pareja tallada saltó de la mesa y comenzó a huir; al poco rato se detuvo en mitad de la sala a descansar. Ambos estaban extenuados de tanto paso. Se ocultaron debajo de una alfombra, al costado de un perchero, y enseguida el peón negra sintió las primeras contracciones. Había sido una pausa oportuna, el momento y el lugar exactos para que naciera la nueva pieza. Esa noche, bajo la titilante luz de un candelabro, la peón negro sufrió por primera vez los dolores agudos del parto. La madrugada ya estaba desperezán-
6 dose cuando, entre gemidos sordos, se distinguió un profundo lamento, un llanto de madera y astillas. Miraron fascinados la pequeña pieza recién nacida: era mitad blanca y mitad negra. Dudaron un buen rato. Pero eran lo suficientemente sabios para no repetir la historia. Allí la abandonaron a su suerte y volvieron a su caja, junto a los de su especie, quienes se reponían de las heridas de la última partida, cosa que ellos nunca jamás pudieron hacer.
7 Una vez, hace muchas partidas, un rey salió de su cuadro sin protección alguna; de pronto, se dio cuenta que empezaba el ataque. Pensó que debía volver al resguardo de su reina, hizo un movimiento fugaz hacia atrás y se arrepintió. No era para tanto, después de todo él era el rey. Puso un caballo delante y quiso montarse para tomar más velocidad, pero no pudo. Quiso subirse a una torre para ver a lo lejos y prevenir un nuevo embate, pero no pudo. Quiso pedir ayuda a los peones, pero no pudo; ya estaban paraditos en la caja, a un costado del tablero, alentando a la distancia, con su silencio e inmovilidad, el ataque de los otros, quienes sin piedad destrozaban las defensas ante la mirada indiferente de la reina y de un par de alfiles cobardes escondidos en las esquinas más distantes del reino.
9 Mis piezas son la lluvia, Las tuyas son el barro
En este juego que jugamos Tus piezas son de arena movediza, Las mías son oasis En este juego que jugamos Tus piezas son pirita, Las mías son de oro En este juego que jugamos. Mis piezas son de piel Las tuyas son de frío En este juego que jugamos Pero tú siempre ganas Porque eres la experta En este juego que jugamos. De derecha a izquierda e inversamente, Desde el blanco al negro Y de nuevo al blanco.
11 Ya habíamos vuelto a la caja, que reposaba en el armario, y aún no me había dicho nada. Antes de dormirnos me comentó que tenía que decirme algo que no me gustaría oír. Intuía qué podía ser, pero no quería anticiparme a los acontecimientos. –Nuestro amor es imposible -me dijo por fin- y el inconveniente no es solo que seas blanca y yo negro. –¿Qué me estás diciendo? El único obstáculo posible entre nosotros son nuestros colores. –No; hay un gran problema entre nosotros: descubrí que eres una ficha de Damas y que solo estás aquí porque a nuestro dueño se le fue un caballo de la mano.
13
Así, con una pistola apuntando a mi sien,
solo soy una pieza de ajedrez sin un tablero. Solo una pieza de ajedrez sin rostro, sin huesos, sin entrañas. Solo una pieza de ajedrez, sin mente. Estoy aquí para luchar y ciego, solo soy un juguete en la mano de mi ama. Ya lo dije y no me siento mal. Solo soy un peón en la trinchera. Estoy aquí para matar, ni puedo renunciar ni evitarlo.
14 Solo soy una torre, resguardando la paz en las esquinas de las juergas mortales. Soy solo un caballero orgulloso y valiente. Nadie se siente a salvo bajo mi espada. Soy solo un clérigo, estoy aquí para predicar tu religión como si fuera mía. Yo solo soy el rey del poder y la fama, de la gloria sangrienta, que convoca mi nombre. Yo solo soy, en fin, pieza, una pieza de ajedrez. No tengo corazón ni vida sin tus manos.
15 Había una vez un abuelo al que le gustaba mucho jugar al ajedrez. Su primer nieto había cumplido cinco años, entonces pensó en regalarle un juego y enseñárselo. Así lo hizo. Ya en la primera clase el niño hizo muchísimas preguntas que, al principio, el abuelo contestó pacientemente, pero que luego terminaron hartándolo. Y también el niño se aburrió. Una semana después el abuelo intentó retomar la enseñanza del milenario juego; se encontró con un tablero de todos colores y con piezas repletas de caritas que el nieto había dibujado con crayones. El niño jamás logró jugar magistralmente, pero el abuelo aprendió que solo los adultos ven las cosas en blanco y negro.
fuera del tablero3 / era mitad blanca y mitad negra5 / ĂŠl era el rey7 / en este juego que jugamos9 / se le fue un caballo de la mano11 / solo soy una pieza de ajedrez13 / las cosas en blanco y negro15