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Huellas
Por: Heriberto Perez Genesta III de Teología
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San José
Que dicha el poder compartir con todos los amigos de nuestro boletín. En este espacio, vamos a contemplar un poco de la vida de uno de los hombres más importantes y maravillosos para nuestra Iglesia, el papá terrenal de nuestro Señor Jesucristo, el Señor San José, al cual, le debemos gran parte de la crianza de Jesús y que nosotros también podemos considerar como un padre y protector: “Señor, en este día, tu humilde siervo te quiere compartir que finalmente se animó a comprometerse con la más hermosa de las mujeres, María, la hija de los buenos Joaquín y Ana, a los cuales les prometí trabajar mucho y esforzarme para merecer a tan fina y maravillosa creatura. Ha pasado un tiempo y me he encontrado a María embarazada, no lo entiendo, Señor ¿Por qué? Estoy muy confundido, pero he decidido no ponerla en evidencia, aunque mi corazón se desmorona al no ser capaz de comprender esta situación.
En sueños vino a mí un ángel y me ha explicado todo, ahora entiendo un poco más, pero me parece increíble que Dios se haya fijado en este pobre carpintero para ser su colaborador en tan grande obra, cuando hay personas muchísimo más dignas que yo, aun así, confío en ti, Señor y te obedeceré en esto que me has pedido. Jesús ha nacido, pero me invade una gran tristeza de no poderlo tener en un lugar más digno y cómodo, sin embargo, con la visita de estos humildes pastores y de los hombres de oriente, me recuerda que aun en este humilde establo, Dios está en
medio de nosotros y nunca nos ha abandonado, mucho menos cuando tenemos a su hijo aquí, sólo le pido que me guie para yo poder guiar de la mejor manera a su hijo, aunque yo no me sienta capaz y muchísimo menos digno de tan gran labor. Han pasado algunos años y Jesús ahora es un adolescente, se ha fortalecido y aun con doce años, posee una gran sabiduría. Después de 3 días, de buscarlo por todo Jerusalén, mi esposa y yo lo encontramos en el templo en medio de los doctores, lo escuchamos compartir su gran sabiduría, sabiduría que dejó impresionados a esos hombres, María y yo nos acercamos y después de que ella le llamara la atención por haberse separado de nosotros, Jesús le contestó que debía ocuparse en los asuntos de su Padre. Ni María ni yo pudimos comprender, pero un sentimiento golpeaba el corazón.
Siempre he tenido muy claro que es tu hijo, Señor y yo soy solamente tu humilde siervo. Pero amo a este niño cómo si fuera mi hijo y siempre me sentiré honrado de todo lo que hemos pasado juntos y con mi maravillosa esposa María. Los dos son de tus más grandes y preciosos tesoros y tú me has dado la bendición y la dicha de cuidarlos y protegerlos y así lo haré, Señor, hasta que tú lo dispongas. Siempre tendré presente en mi corazón este bello tiempo en que juntos pudimos formar la Sagrada Familia.