De La Urbe 56

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AÑO 11•No.56•MEDELLÍN, DICIEMBRE DE 2011•ISSN16572556•FACULTAD DE COMUNICACIONES•UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA


2 De perfil

Juego de escenas Fotografías: Laura Rodríguez

Puesta en escena, interpretación, representación, performance, instalación, transgresión… en Medellín anda cambiando el panorama de las artes escénicas. Nuevos grupos, muchos montajes, otras propuestas andan por ahí retando los preceptos del drama y la comedia. Luisa Fernanda Saldarriaga. luisafsalda93@hotmail.com Laura Rodríguez laurasofy1985@gmailcom

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l teatro en Medellín viene renovándose desde hace un poco más de una década con el nacimiento de grupos que le están apostando a nuevas exploraciones en el arte dramático. “Surgieron de la academia o se desprendieron de viejas compañías teatrales, y están haciéndose preguntas desde lo estético, lo conceptual, lo narrativo, integrando otros lenguajes artísticos a la escena”, señala Juan Pablo Ricaurte, director de A teatro la única revista especializada en las artes escénicas que tiene Medellín. “De esta forma han logrado convocar no sólo a un público formado y habitual, sino también a uno nuevo e inadvertido”, afirma este promotor cultural de la Alcaldía y concluye que “sin embargo hace falta afinar algunos procesos de creación, aportar a la investigación y ahondar en la crítica teatral, que es clave para fortalecer lo que se ha hecho, pues es necesario que los grupos, nuevos o viejos, se sacudan y busquen nuevas estéticas y rompimientos desde nuestras propias historias y contextos”. Pero “¿los grupos nuevos están realmente rompiendo esquemas?”, es la contra pregunta que se hace Soraya Trujillo, de Imagineros Teatro, una de las pocas mujeres que es directora de un grupo en Medellín y estudiosa de las estéticas de la posmodernidad. Tal vez no podamos decir que en Medellín haya un “nuevo teatro”, se responde ella, pero sí podemos decir que “sangre nueva” está corriendo por sus venas: actores y directores jóvenes, exploraciones distintas, públicos diferentes y nuevos espacios de encuentro cultural y artístico para este Valle de Aburrá. En consulta con estos expertos y otros más de la escena teatral de la ciudad, De La Urbe da cuenta en este artículo de quiénes son y qué hacen esos grupos que son “la sangre nueva”, los que posiblemente ocuparán en algún momento el lugar que tienen o tuvieron compañías teatrales como La casa del teatro en cabeza de Gilberto Martínez, El Pequeño Teatro con Rodrigo Saldarriaga, La Ex Fanfarria con José Manuel Freidel, el Taller de Artes con Samuel Vásquez y El Matacandelas con Cristóbal Peláez.

No. 56 Diciembre de 2011

Elemental

Elemental Teatro dio sus primeros pasos en 2003 con un colectivo de ocho artistas que, sin mayores pretensiones, se reunían en las tardes a hablar de teatro y a entrenar. La mayoría se había retirado de grupos reconocidos de la ciudad y tenían ganas de hacer sus propios proyectos. En una de sus reuniones quisieron ponerle un nombre al grupo. “Decidimos llamarlo Elemental, porque es lo que nunca se destruye, lo primigenio”, explica John Viana, miembro del grupo en ese entonces y actual director. Pero con el tiempo el grupo fue deshaciéndose, sus actores se fueron yendo hasta que John quedó sólo. Hizo entonces una convocatoria a través del Facebook: “¿Quién quiere pertenecer a un grupo de teatro?”. A este llamado atendieron diez actores jóvenes que llegaron a formar parte de una nueva generación de Elemental, hora solo quedan seis. “Todos estudian otra carrera y varios se han ido porque no les queda tiempo, es difícil encontrar en esta época un joven que quiera dedicarse de lleno al teatro, de una forma altruista, como antes. Hay pelaos muy comprometidos, pero los directores de ahora corremos siempre el riesgo de que se nos vayan”. Casi todos los de Elemental tienen una trayectoria teatral pero no han pasado por una academia. Su director también es empírico, lo que sabe lo ha aprendido en las tablas por más de 15 años, muchos de ellos en el grupo Hora 25. “El teatro es un oficio que no necesita título universitario. Es un arte hereditario, como el que un abuelo le enseña a su nieto para vivir. El aprendizaje de un actor se da en el escenario, construyendo sus personajes y construyéndose a sí mismo”. Su montaje Diálogo en el Jardín del Palacio de Fernando Pessoa, ganadora de una Beca de Creación de la Alcaldía de Medellín en 2010, fue una idea que Viana concibió hace más de diez años. El montaje propone un teatro estático, que no tiene conflicto, que rompe con los principios aristotélicos: no hay inicio, nudo, ni desenlace. No busca contar una historia, más bien intenta generar sensaciones, pues como el mismo Pessoa dice, “ver, oír, oler, gustar, palpar: son los únicos mandamientos de la ley de Dios”. Elemental también ha dejado a un lado las teorías del actor de Stanislavski para obedecer a las reflexiones filosóficas de Pessoa, quien alguna vez afirmó que “sólo se puede hacer sentir lo que se siente”. Viana agrega: “Si el actor finge y no siente lo que está actuando, el público tampoco siente. El actor no tiene que actuar, porque en su ser tiene un poco de cada personaje”. Haciendo también teatro corporativo, el grupo ha podido mantenerse y pudo este año abrir su propia sala, en el Centro, donde antes funcionaba una chatarrería. Además de ser espacio para ensayar y presentarse, quieren que se convierta en un lugar de encuentro y creación artística. “Queremos madurar, consolidarnos como un grupo, en el sentido amplio de la palabra. Que estemos todos viejitos montando obras que hablen de lo que queremos hablar, obras siempre diferentes, no queremos casarnos con nada”.


3 Fractal

En 1975 el matemático francés Benoît Mandelbrot definió el Fractal como un objeto semigeométrico, irregular y fragmentado, que está compuesto por copias más pequeñas de sí mismo. En 2004 Mario Sánchez, maestro en Arte Dramático egresado de la Universidad de Antioquia, llamó así al grupo de teatro que acababa de conformar junto a tres compañeros. “Decidimos trasladar el concepto al teatro, pues es la única disciplina en donde convergen las demás manifestaciones artísticas. Por eso es un fractal”. Ser un fractal les ha permitido tomar diferentes caminos, han pasado por el teatro infantil, el teatro del absurdo y el teatro dramático. Han explorado la creación colectiva y la adaptación de textos, y montado a diferentes autores, desde Enrique Buenaventura y Andrés Caicedo, hasta Jean Paul Sartre, cuyo texto A puerta cerrada es la base de su montaje más reciente: Entre muros. “El término fractal nos absuelve de visitar diferentes estilos, diferentes estéticas, de poder saltar diferentes conceptos, pero basándonos siempre en el estudio y la investigación”. El grupo nace de la iniciativa de cuatro actores unidos por la necesidad de hacer teatro. En la actualidad el grupo está formado por 5 personas, todas graduadas de la Universidad de Antioquia. Para ellos el arte dramático se convirtió en una forma de vida. “Es una herramienta para decir lo que queremos decir, hay gente que escoge otro tipo de cosas, como las armas, los libros, la televisión. Nosotros elegimos el teatro, porque además nos permite respondernos ciertas inquietudes en cuanto al mundo contemporáneo, al hombre y sus conflictos milenarios”. Gracias a esa dedicación, Fractal pudo abrir su propia sala en el 2009, en el centro de la ciudad. Y recibieron, más tarde, el apoyo de la Alcaldía de Medellín con el programa “Salas Abiertas”. Mario Sánchez dice que si bien ésta es una gran ayuda para el sostenimiento de la sala, pertenecer a Salas Abiertas no era un objetivo. “El dinero y los viajes, igual que el reconocimiento del público, del gremio teatral y de los medios, es un premio a todo nuestro esfuerzo”. Haberse posicionado en la ciudad en tan poco tiempo también ha sido un premio. “No hemos pretendido ser iguales o mejores a los otros grupos, porque además no lo vamos a lograr en tan poco tiempo, todo nuestro trabajo le apuesta a la búsqueda de propuestas nuevas, que nos den además una autonomía y una independencia en cuanto a temas, conceptos, estéticas” Sorteando “milagrosamente” las dificultades económicas han llegado donde están, pero como dice Sánchez, su arte siempre ha sido desinteresado. “Vendemos nuestras obras para vivir, no las hacemos para vender. No trabajamos por dinero porque el dinero oscurece las conciencias y los corazones. El dinero divide, y nosotros queremos seguir siendo un grupo unido, cada vez más fuerte”. A futuro, Fractal Teatro espera poder comprar la casa que ahora están alquilando, quieren crecer, viajar. “Somos un barco, tenemos el horizonte muy claro y cada uno tiene una función indispensable. No podemos parar el ritmo ni saltar por la borda en ningún momento”.

De ambulantes

Dieciséis actores en escena, música en vivo, más de 66 funciones, extensión de temporadas, un público joven que vive y vibra con la obra, ese fue el resultado de Tribuna Capuleto, una obra que para muchos críticos se pasa de vulgar, popular y ofensiva con Shakespeare y su Romeo y Julieta. Y es que De ambulantes no busca ser un grupo “purista”, lo que quieren es un espectador que se identifique con el montaje, que lo viva y que sienta que le están hablando de su propia vida. “Lo que hicimos fue experimentar con fútbol, meternos en las barras, entender ese lenguaje, y estudiar a Shakespeare. Montamos Tribuna Capuleto bajo el concepto plástico de happening, donde todos participan, tanto el actor como el espectador. Hablamos de fútbol sin jugar fútbol y creamos un homenaje a las barras y a la fiesta del fútbol, llevando la tragedia con una reflexión”, cuenta Álvaro Narváez, uno de los actores y fundadores de este grupo que se conformó en 2005 con seis estudiantes de teatro de la Universidad de Antioquia. En ese año comenzaron a trabajar en lo que sería un grupo de teatro experimental, fundamentado en las teorías del poeta Antonin Artaud, con el performance, los diferentes lenguajes artísticos y los espacios urbanos como punto de creación. Sin embargo, encontraron un filón para permanecer haciendo teatro pedagógico empresarial. Así pudieron rentar un apartamento en un quinto piso de Maracaibo con el Palo, que se les volvió guardarropas y espacio de los ensayos. Pero sus aspiraciones artísticas estaban a mil años luz del teatro corporativo, aunque este fortalecía lo económico, lo que realmente querían hacer y producir lo encontraban en la investigación de la calle, en las inmersiones e intervenciones urbanas, que de tanto en tanto, se fueron convirtiendo en una metodología de trabajo, de creación. Surge así Tribuna Capuleto. En mayo de 2008 Álvaro Sierra, actor y fundador de De ambulantes, murió en Argentina luego de caer de un escenario y ese accidente movió de manera tempestuosa la energía del grupo provocando que su segundo gran montaje - El árbol de la casa de las Muchachas Flor, escrita por uno de los dramaturgos más interesantes de la Medellín de los 80`s, José Manuel Freidel- fuera una catarsis y un homenaje a un amigo, actor y amante del teatro. “Queríamos una obra que le rindiera un homenaje a la mujer y que le diera una bofetada a los estados de poder masculinos” comenta Narváez. “Es también un golpe para los intelectuales y puristas del teatro “porque veníamos de tanta bulla y algarabía y logramos pasar de lo performativo a lo instalativo, pasar a ese mundo femenino silencioso, a esa obra fantasmagórica y cargada de emocionalidad”. Y así con un estilo que explora diversas necesidades creativas y poéticas, De ambulantes está dando de qué hablar. A mediados de 2011, con una propuesta llamada Espectral se ganaron una beca de creación en la categoría de Arte en espacios no convencionales de la Alcaldía de Medellín.

Teatriados

“Contamos lo que vemos, lo que sentimos y lo que nos duele del mundo a través de la comedia”, expresa Diego Saldarriaga, el director de Teatriados que comenzó como un grupo de dos en 2001. Sin embargo, el grupo fue creciendo a partir de 2005 y fueron uniéndose a él otros actores, en su mayoría de la Universidad de Antioquia que pertenecían también a otros grupos de la ciudad. Por ello Teatriados dejó de ser teatro de dos, para convertirse en un adjetivo: “así como podemos estar embriagados o drogados, podemos estar teatriados” afirma Diego Saldarriaga. Sus inicios fueron con el teatro empresarial, que en cuestión de tres años se convirtió en un éxito y en un constante ingreso económico que facilitó el montaje de su primera obra para sala, Los Berrantes, del chileno Marco Antonio de La Parra, que “habla de la televisión, de los medios de comunicación, de la homosexualidad, de la drogadicción, de la familia, de los reality show y de cómo vendemos nuestra intimidad”. A pesar de que las salas donde se presentaban les ofrecían el espacio “con agrado y amor”, el grupo comenzó a sentirse incomodo y aburrido de estar supeditado al tiempo que dispusieran para ellos. Por eso decidieron abrir como sala, la casa que tenían para ensayos y como bodega de vestuario en Prado Centro. Estrenaron allí en marzo de 2010 su segunda obra, Mujeres en el baño. Su director cuenta que este obra “habla de cómo constantemente nos ponemos en una vitrina, de cómo nos dejamos vender y dejar cegar por el consumismo. Es una obra de la dramaturga Mariela Asensio, la vimos en Argentina, sin buscarla, caminando por la calle Corrientes. Estábamos buscando algo de mujeres y dimos con esta puesta en escena. La productora de nosotros conocía a la dramaturga quien nos cedió los derechos de inmediato”. La comedia es el motor de creación de Teatriados, es la línea dramatúrgica por la que se guían y construyen sus obras. “Ayuda a hablar del dolor sin estar adoloridos, a través de ella hablamos de la actualidad”. Su proceso de montajes es lento y está cargado de análisis, estudio de la obra y su autor, improvisación y propuesta colectiva. “Teatriados está explorando el encuentro con el espectador, es importante que el actor pueda estar en contacto directo con él, que puedan entablar una conversación, que haya una interacción y esa es una propuesta novedosa y fresca”.

El Trueque

El Trueque nació hace 10 años, cuando tres estudiantes de quinto semestre de Teatro de la Universidad de Antioquia decidieron llevar uno de sus trabajos finales a una de las salas de la ciudad. La Exfanfarria les abrió las puertas, y allí presentaron su primer montaje: El Ángel de la Culpa, de Marco Antonio de la Parra. El día del estreno, mientras José Félix Restrepo, ahora director del grupo, montaba escenografía, llegó un medio de comunicación. Estaba solo, y cuando le preguntaron por el nombre del grupo, dijo: “El Trueque”. “No teníamos nombre y fue lo primero que se me ocurrió, por eso de dar y recibir, del intercambio. Mis compañeros después alegaron, pero finalmente así se llamó el grupo y así se llama hasta ahora”. Después de éste vinieron otros montajes, que presentaban en diferentes salas, pero era muy difícil encontrar lugares donde ensayar. Entonces decidieron buscar un espacio propio y regresaron, esta vez como dueños, a la casa que José Manuel Freidel alguna vez habitó, y que por muchos años fue de la Exfanfarria. Ahora sus paredes tienen los rostros de esos autores que han inspirado la vida y la creación del Trueque. La mayoría de sus montajes son adaptaciones de novelas y cuentos, realizadas por su director: “Son obras que he querido montar hace muchos años. Y cuando tomo la decisión de montar alguna, la primera pregunta es ¿Cómo llevarla al teatro?” Restrepo dice que no basta con poner en escena referentes propios de las obras literarias, se debe hacer un proceso riguroso de investigación. La búsqueda de El Trueque es por el drama y el humor negro. “Queremos romper con la creencia de que el teatro es para divertirse, el teatro es para reflexionar. No nos gusta el chiste por el chiste, preferimos el sarcasmo, la ironía”, comenta José Félix. Procuran siempre montar obras que cuenten historias, que tengan hilo narrativo. “La idea es hacer pensar al público, no confundirlo”. Una de las particularidades de este grupo es su interés por aquellos autores que “manejan ciertas complejidades humanas”. Autores como Charles Bukowski, Edgar Allan Poe y Gonzalo Arango, les han ayudado a posicionarse. Jose Félix Restrepo, que es el único del grupo que ha tenido formación universitaria en teatro, dice que la academia permite muchos aprendizajes, pero que un actor se forma haciendo teatro. Con la práctica, cada grupo va creando sus propias técnicas de actuación, tomando cosas obviamente de algunos autores. En el caso de El Trueque, de Stanislavski y Bertolt Brech. “Hemos creado un estilo propio, pero a partir de elementos que tomamos del cine, por ejemplo, y de otros grupos de teatro. Ellos son como una inspiración. Igual uno nunca puede ser totalmente original. En el arte, de cierta forma, siempre se imita, el artista es un observador”. A futuro, el Trueque sueña con montar grandes autores, con tener música en vivo. Quieren contar sus propias historias, aunque dice José Félix, que nunca serán del todo propias. “No podemos desconocer el legado que nos han dejado aquellos directores y aquellos grupos que nos han abierto camino a los nuevos en esta ciudad”

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


4 Editorial

La vida es arte “Solo el amor convierte en milagro el barro”. Silvio Rodríguez

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l amor no cambia el mundo, eso se sabe. Pero tal vez sí lo sostiene, a él y de panorama opaco de Medellín. Luego de varias ediciones en las cuales tratamos de paso a su mezquindad, sus guerras y sus injusticias, como si fuera un caldo aportar interpretaciones al conflicto interno, ahora abrimos la mirada, de nuevo, de cultivo benevolente que alberga a sus enemigos en el hacia las expresiones que esquivan la violencia para construir sobre vientre sin temor a ser devorado. Cuando se vuelve lenguaje, este la creatividad, la imaginación y la persistencia. Para sobrevivir al olvido, la sentimiento se convierte en arte, y así, a través de formas, colores Ante la existencia de estas realidades, la responsabilidad y el y volúmenes, las personas atan su mensaje de vida como un seguro placer del narrador es encontrar maneras de desentrañar sus sentiimpunidad y la ignominia, para navegar cerca de los límites del desasosiego y la muerte. dos particulares y contarlos con el ánimo de que quienes no hacen está la belleza. Medellín Para sobrevivir al olvido, la impunidad y la ignominia, está la parte de ellos los entiendan y lleguen a disfrutar de la existencia belleza. Medellín es un ejemplo de cómo las circunstancias amenade los otros, en una ciudad donde el rompimiento, la discusión, la es un ejemplo de cómo las zantes sobre la dignidad y la supervivencia levantan en resistencia desviación y la indisciplina son castigadas con ahínco, o al menos, circunstancias amenazantes son catalogados como posturas poco cívicas. a los seres apegados a la vida. Estos movimientos casi nunca son masivos, publicitados o patrocinados; en cambio, son pequeños estaEste periodismo de pausas, de reflexión, escrito gracias “al fino sobre la dignidad y la llidos que se dan en los pliegues de una sociedad excluyente, por lo arte de frecuentar”, como diría Talese, merece un lector tranquilo y que los revelados son marginales y diferentes, minorías autoras de dotado de la virtud del tiempo. A diferencia de la lectura económica supervivencia levantan nuevas filosofías, religiones y códigos de hermandad. inspirada por la necesidad de estar informado y rendir socialmente, en resistencia a los seres Amar al prójimo del mismo sexo, pintar las nostalgias de una ésta necesita de la curiosidad y el ocio para realizarse. Por eso, es ciudad irresuelta con colores brillantes, hacer música que pocos bienvenida la renuncia a la productividad y el desprendimiento de apegados a la vida. quieren escuchar, actuar para subvertir el silencio, leer con las mala culpa para ser reemplazadas por una postura generosa y comnos o sobreponerse al infortunio del abandono y disputarse un lugar prensiva, más amigable con la vida. en el futuro, son algunos de esos actos casi mágicos disueltos en el

Opinión

Y al fin alguien renuncia

a su grupo de alumnos que no hablan, no preguntan, no leen, no escriben… Y los demás se lo toman a pecho. De universidades públicas y privadas. La vida profesional de un profesor se convierte en debate público por unos días y se lanzan argumentos y sentimientos unos a otros: es culpa del profesor, es culpa de los estudiantes, no me motivaron, les falta curiosidad, mis profesores también son malos, no se tira la toalla, no les tuvo paciencia, les falta creatividad. ¿Hubiera habido un debate de tal resonancia, aunque seguramente poco duradera, si no hubiera sentimientos involucrados? ¿Si no hubiera decepción, rabia, traición? El error fue culpar a los estudiantes, dicen algunos; el error fue culpar a la tecnología, dicen otros; el error fue escribir una carta; el error fue compartirla; el error, en últimas, fue expresarse… Clamamos que un ministro renuncie cuando se hace evidente que no es capaz de asumir los retos y responsabilidades a su cargo; suplicamos que los funcionarios públicos tengan la decencia de reconocer sus límites, pero nos molesta la renuncia de un profesor. Nos duele su decepción, que nos hace sentir parte de una mediocridad prepotenAlfonso Buitrago Londoño . te, ruidosa, que anida en lugares creados para combatirla: las aulas de clase. En las que hablamos poco de excelencia, de buscarla día a día. ¿Alguien protesta porque su fonso.buitrago@gmail.com universidad ocupa el puesto 874 entre las mil universidades más importantes? ¿Alguien renuncia? La renuncia de Camilo la tomamos como una traición. No estamos acostumbrados a que nos den la espalda, a que alguien se aparte de la medianía. i no hubiera apelado a sus estudiantes de forma particular, si no se hubiera Nadie da un paso al costado para que otros mejores los reemplacen. En Colombia metido con lo que comen, con sus padres, con sus casas, con sus hábitos; nadie se rinde –por lo menos no públicamente y con una carta-. Y para defendernos si no hubiera manifestado sus dudas, sus debilidades, sus prejuicios; si no de la afrenta, decimos con Sartre: “El infierno son los otros”. hubiera renunciado, la carta de Camilo Jiménez no hubiera trascendido su blog y sus doscientos seguidores. No hubiera generado foros virtuales, una decena de columnas Clamamos que un ministro renuncie cuando se hace evidente que de opinión, entrevistas radiales, cientos de comentarios en redes sociales, indignación y admiración. no es capaz de asumir los retos y responsabilidades a su cargo; Sin proponérselo, Camilo encontró un tema noticioso como lo hace un periodista suplicamos que los funcionarios públicos tengan la decencia de avezado: asumiendo riesgos, apelando a los sentimientos. A pocas semanas de que el país viviera el resurgir del movimiento estudiantil y quedara encantado con sus reconocer sus límites, pero nos molesta la renuncia de un profesor. manifestaciones –con universidades privadas involucradas-, Camilo viene a decirle

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Número 56 Diciembre de 2011

Comité De La Urbe Prensa Heiner Castañeda, Luis Carlos Hincapié, Patricia Nieto, Elvia Acevedo, Ramón Pineda, Raúl Osorio y Gonzalo Medina Director Sistema De La Urbe Heiner Castañeda Bustamante Director periódico De La Urbe Ramón Pineda

FACULTAD DE COMUNICACIONES Ciudad Universitaria Calle 67 N° 53-108 Medellín - Colombia

No. 56 Diciembre de 2011

Coordinación Editorial Álex Esteban Martínez Henao Juan David Ortiz Franco Redacción JLuisa Fernanda Saldarriaga, Laura Sofía Rodríguez, BibianaRamírez, Jonathan Montoya, Alejandro Quiceno

Rendón, Diego Agudelo Gómez, Róbinson Úsuga Henao, Margarita Isaza Velásquez, Ramón Pineda, Patricia Nieto, Daniela Gómez Saldarriaga, Franklin Torres Mendoza, Daniel Rojas Bolívar, Katherine Montoya Castañeda, Sandra Milena Ramírez Giraldo. Diseño Julieth Duque Hernández

Sandra Milena Ramírez Giraldo, Katherine Montoya Castañeda, Eugene Uman. Portada Escena de Mujeres en el baño Grupo Teatriados Fotografía: Laura Sofía Rodríguez.

Colaboración Alcaldía de Caucasia, Iris Alejandra Montoya, Javier Bergaño Arenas, Cristina Arévalo, Teatro Elemental, Teatro Fractal, De Ambulantes, Universidad EAFIT.

Sistema Informativo De La Urbe Edificio de Extensión Calle 70 N° 52-72, oficina 708 Teléfonos: 2198943, 2198945 delau.prensa@gmail.com delaurbedigital.udea.edu.co

Fotografía Carlos Mario Lema, Diana Giraldo, Manuela García, Laura Sofía Rodríguez,

Impresión La Patria - Manizales

UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Rector Alberto Uribe Correa Decano Facultad de Comunicaciones Jaime Alberto Vélez Jefa Departamento de Comunicación Social Deisy Katherine García Franco Las opiniones expresadas por los autores no comprometen a la Universidad de Antioquia CIRCULACIÓN 10.000 EJEMPLARES


De grado

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Los intérpretes del Jazz, los pioneros de los movimientos por los derechos gays, la pintora Ethel Gilmour y el dramaturgo José Manuel Freidel con sus historias transversales vividas desde el arte, desde la resistencia, desde la diferencia están contados en este especial de Trabajos de Grado del Pregrado de Periodismo de la Universidad de Antioquia, ya tradicional en la edición De La Urbe que cierra un año y le da bienvenida al otro. A ellos se suman un reportaje sobre los estragos del invierno en Caucasia y un fotodocumental que da cuenta de la vida de dos niños trabajadores en Rionegro, ambos de los pregrados de Comunicación Social-Periodismo de las seccionales del Bajo y Oriente, respectivamente. Sea bienvenido a este recorrido.

Fotografía: Carolina Villegas. Cortesía Universidad EAFIT.

Aunque nació en Ohio, Estados Unidos, desde 1971 su vida transcurrió en Medellín y aquí murió en 2009 luego de dejar huella con su obra pictórica plena de nostalgias, de colores, y preguntas sobre la vida y la muerte que nos rodea. * El pueblo y el Guayacan

El Guayacán amarillo Jonathan Montoya jmonti871@hotmail.com

Yo me puse a mirar la calle y de un momento a otro descubrí entre los árboles un guayacán florecido, como los que había hace tiempo en Aranjuez. Los mismos árboles que alumbraron nuestra infancia. Una flor amarilla cayó en silencio sobre el pavimento negro. Entonces me dije para mis adentros, en ese domingo triste en que estaba ahí sin él, que esa flor amarilla, para mí, era su despedida y también su lección. Porque la flor, como él, se desprendió del árbol sin hacer ruido, sin miedo, sin lágrimas”. En Viendo caer las flores de los guayacanes, Juan José Hoyos recuerda la alegría de ver, cada dos o tres veces al año, la luz del color amarillo de los guayacanes que, en el centro de Medellín, brotan del gris de los edificios y el tierra de los tejados. Un espectáculo que conmueve, y que en muchos recuerda una mujer que entregó el alma en sus obras. Ethel Gilmour amó nuestra ciudad, y de ella cada vicisitud. Se apropió de nuestra cotidianidad, caminó los pueblos, el centro de la ciudad, las fiestas de San Alejo, los mercados de cachivaches. “¡Hermoso!, era la expresión común y espontánea con la que Ethel definía el entorno que la rodeaba. Con ella aprendimos a valorar la belleza no como algo superficial y vano, sino a darle sentido a la cotidianidad como una realidad de contrastes, donde lo bello arropaba desde la contemplación a una flor hasta la pincelada satírica sobre nuestra visceral violencia”, expresa Carlos Uribe en el catálogo de la exposición ¡Hermoso!. Ethel Gilmour In memoriam, 2009. Acercarnos al arte, indagar a través de la investigación sobre un artista, sus sentimientos, sus posiciones, permitirnos observar su trabajo tratando de buscar respuestas a todas esas preguntas, nos lleva a interpretar las obras sin ser necesariamente expertos en arte. Las representaciones pictóricas de Ethel son más que simples, es la realidad develada de una manera bella, con matices de crueldad, ironía, humor, que toca a cada persona de una u otra forma, conmoviéndola o sensibilizándola. Para muchos pensar en El Guayacán es pensar en Ethel Gilmour. En ese amor que sentía ella por el majestuoso árbol y la hacía adorarlo desde su hogar ubicado en el Parque de Bolívar, en pleno centro de Medellín. Ese amor por lo vivo y la necesidad de abordar nuevas formas de hacer arte, la llevarían a explorar nuevas tecnologías, y por medio del diseñador gráfico Juan David Vélez, encontró la imagen del Guayacán. Ethel exploró estos medios, como lo menciona Imelda Ramírez “hasta donde su necesidad poética se lo indicaba” y con el ánimo de hacer de sus exposiciones verdaderas instalaciones, consiguió llevar la cotidianidad de cualquier pueblo colombiano a las salas del Museo de Antioquia. Otro aspecto relevante, según María del Socorro Escobar, coordinadora de Extensión Cultural de la Universidad EAFIT, es que este fue un proyecto de arte digital que Ethel hizo con Carlos zapata en Zeta Serigrafía, de una manera muy abierta

frente al uso del computador en el arte. De esta manera fue presentado El pueblo y el Guayacán. Una instalación donde Ethel reunió una serie de óleos que muestran un sosegado pueblo que tiene como foco de atención un Guayacán para la contemplación de sus habitantes, y que Ethel, en la pintura, admira desde el luminoso tapete que dejan las hojas del árbol al desprenderse. Ethel comentó el día de la inauguración de la exposición en julio de 2006: “Con esta instalación no pretendo un mensaje profundo. Sólo que una persona se siente en esta banca y exclame: ¡Qué bonito!” como lo cuenta John Saldarriaga en Meditaciones bajo el guayacán. Tal vez Ethel no pretendía dar ningún mensaje profundo, pero es imposible no pensar en un anhelo de la artista por la restauración de la paz en los pueblos y por que puedan contemplar, con toda la tranquilidad con que lo hace ella, la majestuosidad de la naturaleza. Carlos Arturo Fernández, profesor de arte de la Universidad de Antioquia, va más allá de esta reflexión y encuentra en el Guayacán un señalamiento a las inclemencias del hombre con la naturaleza. Pero la idea inicial de Ethel, como lo afirmó el periodista John Saldarriaga, “es la de un pueblo en el que sus habitantes están orgullosos de su Guayacán y se dan cita alrededor de su esplendor”. En el momento en que Ethel hizo la exposición estaba en plena lucha contra el cáncer, asumiendo las consecuencias que este reflejaba en su cuerpo. “El guayacán es una señal de su espiritualidad y su lucha, su búsqueda por la belleza. Por eso fue el símbolo central y punto de partida de la exposición póstuma Flores para Ethel Gilmour realizada en el MAMM en agosto de 2010”, comentó Maria del Rosario. El esplendor de El Guayacán aún ilumina la que fue la casa de Ethel en el Edificio El Parque donde aún vive Jorge Uribe. A la entrada, justo a la derecha se encuentra una de las copias hechas en arte digital. Otras hacen parte de las colecciones del Museo de Antioquia y el Museo de Arte Moderno de Medellín. ‘‘Yo no puedo imaginar la vida sin color’’, dijo Ethel cuando estaba preparando la instalación El pueblo y el Guayacán. Aquella instalación terminaría convirtiéndose con los años en uno de los mayores referentes de la obra de Ethel. A ella no le pertenece únicamente el Guayacán que pintó, le pertenecen todos, porque pocos han transmitido con tanta simpleza y sensibilidad ese amor por lo vivo, por el espectáculo de la naturaleza, tan sobrecogedor en ella que alguna vez comentó: “No creo en Dios, creo en el Guayacán”.

*Este retratro hace parte de la multimedia, trabajo de grado en Periodismo Medellín, ciudad de Ethel. Un recorrido por cuatro de sus obras. Asesora María del Rosario Escobar.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


6 De grado

Aquellos maravillosos (voltiados y dañados) años setentas La lucha de los movimientos gays de Medellín no es una historia color rosa. Este reportaje da cuenta de cómo en los años setenta la ciudad decidió salir del closet y afrontó las consecuencias. * Alejandro Quiceno Rendón . alejoquiceno@hotmail.com

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ntes de entrar en materia, abordando los tiempos que vivieron miles de hombres y mujeres paisas con una orientación sexual no heterosexual o una identidad de género diferente, debe señalarse que a principios del siglo XX se vivió en Bogotá una tímida pero interesante experiencia de agremiación de hombres que buscaban sexo con otros hombres de la que se tiene muy poca información. Ese primer grupo homosexual colombiano nació en la década del 40 y, hasta donde se conoce, fue netamente masculino. Afincado en la capital del país, era de índole clandestina y limitado a la clase alta, sus pocos miembros se habían juntado con el ánimo de socializar, de conocer pares en la misma situación de ostracismo. ‘Los Felipitos’, nombre con que se conocía el grupo, existieron unos pocos años y no se sabe mucho de sus experiencias. Si bien no es posible encontrar algún tipo de conexión entre la experiencia bogotana y el subsiguiente desarrollo que tendría el movimiento homosexual en el país y en Medellín, es interesante que Colombia haya tenido un grupo gay tan temprano en su historia reciente.

Se oficializa la presencia rosa

No es sino hasta el 6 de noviembre de 1970 que el profesor universitario León Zuleta, filósofo, lingüista y comunista, impulsa desde Medellín la creación de un movimiento homosexual colombiano. Éste primer grupo obtiene un espaldarazo, desde lejanas tierras, mediante el pronunciamiento oficial de la Asociación de Psiquitría Americana, APA, la cual decide sacar a la homosexualidad de su listado de desórdenes mentales el 6 de diciembre de 1973. Y tres años después del paso tomado por la APA, otro activista colombiano, cercano a los pasos dados por el paisa Zuleta, decide impulsar un segundo grupo gay en el país, desde Bogotá. Es así que el primero de julio de 1976, Manuel Velandia, activista bogotano, crea el Movimiento de Liberación Homosexual Colombiano (MLHC). Luego de ocho años de trabajo activo, y principalmente individual, mediante el cual impuso el tema homosexual en las conversaciones sociales y políticas tanto en Medellín como en Bogotá, el mismo León Zuleta junto a un grupo de estudiantes de las universidades de Antioquia y Nacional, sede Medellín, deciden crear, el 1 de julio de 1978, el GRECO: Grupo de Estudio de la Cuestión Homosexual. Es así como después de un periodo inerte que duró siglos, desde la violenta represión de las manifestaciones homosexuales y de transgresión de género de nuestros pueblos indígenas, hasta bien entrado el siglo XX, el territorio colombiano es testigo de una lucha, no armada, pero sí académica y social en pro de la aceptación y reconocimiento de las diversas orientaciones sexuales y manifestaciones de las identidades de género. Lo que ahora muchos conocen como una activa y fiestera comunidad de lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersexuales (LGTBI), tuvo pues comienzos difíciles y grises. Cuando se habla de movimiento LGBTI se hace referencia al movimiento social y político que pretende luchar por la ‘normalización’ social y la igualdad de derechos de las minorías sexuales. Históricamente se considera que apareció en 1969 con los disturbios de Stonewall, en la ciudad de Nueva York. Sin embargo, para muchos es desconocido que ha habido una lucha mundial por los derechos de homosexuales desde finales del siglo XIX, pudiendo dividirse sus manifestaciones más importantes en tres periodos históricos distintivos: el primer movimiento homosexual hasta la II Guerra Mundial; el movimiento homófilo, de 1945 hasta finales de la década de 1960, y el movimiento de liberación LGBTI, desde 1969 hasta la actualidad.

No. 56 Diciembre de 2011

Las águilas se atreven

Guillermo Correa Montoya es trabajador social egresado de la Universidad de Antioquia, actualmente vinculado a la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la misma institución y director de investigaciones de la Escuela Nacional Sindical -ENS. Como trabajo de grado de la Maestría en Hábitat de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional, sede Medellín, realizó una investigación sobre los espacios públicos de seducción de hombres homosexuales en la ciudad: “Formas de habitar la ciudad, desde las sexualidades por fuera del orden regular, del rincón y la culpa al cuarto oscuro de la pasiones”. Gracias a la entrevista concedida para este reportaje, junto con testimonios de otras personas que viven el centro a diario, nos lleva por un recorrido histórico desde la década del 70 hasta nuestros días. Como ya se mencionó, la Medellín de la década del 70 estuvo marcada por un surgimiento del discurso de lo homosexual en la ciudad, principalmente gracias al trabajo de León Zuleta, también vinculado con las feministas y con los comunistas, hasta que lo echaron del partido por ser homosexual. Es de anotar que el movimiento feminista y el homosexual, alrededor del mundo, han tendido a trabajar mancomunadamente en pro de sus metas. Fue una época en la cual las prácticas sexuales homoeróticas estaban prohibidas por el Código Penal Colombiano, y se castigaba con multas y cárcel a los ‘delincuentes’ descubiertos generalmente por los agentes del extinto Departamento de Seguridad y Control, ente vinculado al municipio de Medellín. Para los hombres homosexuales era constante el clima de ansiedad y temor a ser descubiertos y arrestados, ya que la mera sospecha de que alguien fuera homosexual –por sus gestos o sus maneras– era motivo suficiente para ser abordado e interrogado por los agentes. Fue épica una particular cantina ubicada sobre la avenida La Playa llamada Primero de Mayo, pero que todos conocían con el nombre de Donde las águilas se atreven, a raíz de la película del mismo nombre protagonizada por Clint Eastwood y ambientada en la Segunda Guerra Mundial, a ella asistían sólo aquellos valientes capaces de sortear los problemas de inseguridad y hurto que aquejaban algunas calles del centro de la ciudad en las horas de la madrugada. Fue el momento del sótano, espacio hermano del prostíbulo en el cual los hombres que gustaban de otros hombres acudían a amarse al amparo de las alcahuetas prostitutas. Es el momento en que nacen o se consolidan bares como Media Naranja, Kalamary y Primero de Mayo, o la heladería –de helados, no el término paisa para cantina– Sayonara, ubicada en el tradicional centro religioso del Parque Bolívar, propiedad de una mujer lesbiana de quien se decía había pagado cárcel por haber matado a su compañera años atrás. Mismo chisme que sirvió para que un importante número de personas homosexuales, bisexuales y transgénero se convirtiera en clientela frecuente de la heladería. Edal Monsalve es un hombre homosexual sexagenario, originario de Uramita, cerca de Dabeiba, que ha pasado la mayor parte de su vida en Medellín. De sus tiempos en la heladería Sayonara, ubicada en el Parque Bolívar, recuerda Edal un par de meseros muy especiales: “Aunque Sayonara no era un sitio de ambiente como tal, ya que su dueña era una mujer públicamente reconocida como lesbiana, nos daba a todos cierta confianza al ingresar y tomar algo. Recuerdo que había dos meseros, los mellizos, quienes nos ‘alcagüeteaban’ el coqueteo: eran ellos los que se encargaban de llevar unos papelitos, con números telefónicos escritos a las carreras, de mesa en mesa, como si fueran cupidos”. Se debe señalar que en esta época eran muchos más los individuos que permanecían ocultos, camuflados en matrimonios falsos y alejados de aquellos ‘lugares de perdición’ donde corrían el riesgo de ser expuestos a la luz pública. No pocos temían convertirse en ‘voltiados’, epíteto con que incluso aún hoy se señala a los hombres homosexuales, quienes se negaron a seguir una vida de ‘rectitud’ moral heterosexual.


7 Y aún más, también ‘dañados’ estaban todos aquellos hombres incapaces de apreciar la belleza, sensualidad y erotismo en una mujer. Los travestis, históricamente vinculados al negocio de la prostitución en Medellín, ya llevaban algunos años de trabajo en el tradicional sector de Lovaina y empezaban a llegar con su oferta sexual al centro de la ciudad, en las noches, junto a las mujeres a quienes ahora ponían competencia.

Entre La Taití y La Macuá

Las historias de Álvaro Monsalve, Edal Monsalve y Carlos Arango, todos hombres autodefinidos como homosexuales, cuyas edades rondan entre los 50 y 65 años de edad, recrean precisamente los tiempos descritos por Guillermo Correa, inimaginables para los jóvenes LGTBI de ahora, que mal que bien, han crecido en un mundo un poco más tolerante y respetuoso con la diferencia y la diversidad sexual. Antes de la década del 70, Medellín era ya una ciudad que vivía una vibrante y totalmente proscrita vida homosexual. Edal que llegó a la capital en 1969, siendo un adolescente, recuerda el flirteo que se daba en las calles y los numerosos bares y billares “de ambiente”: “Ningún lugar se declaraba gay como tal, porque nadie usaba esa palabra. Simplemente uno conocía de sitios de ambiente donde podía ir a tomar algo y conocer otros hombres con quienes compartir su sexualidad. El Centro, como hoy, estaba lleno de sitios más o menos clandestinos, para hombres principalmente. Las mujeres no solían ir a los bares, ellas eran más de heladerías. Pero nosotros sí nos íbamos de bares y también a algunos billares, como los Metropol y otros sobre Palacé y la Avenida de Greiff”. A pesar del señalamiento y desaprobación social típicos de la época, existían personajes que, desafiando las convenciones sociales, retando a sus iguales que decidían vivir una doble vida, han pasado a los anales de la historia de ciudad, como La Taití y La Macuá. Edal recuerda a La Taití y su trágico final: “En la casa que ahora es de Proveer, en el Parque Bolívar, en esa época era de la familia Calle, de los ricos de la ciudad. Uno de ellos era gay, lo conocían como La Taití. Cuando los progenitores mueren, los hijos se reparten los bienes, y es La Taití quien queda con esa casa, que es muy grande y bonita, y dice la gente que inclusive organizaba matrimonios gay en esa casa para sus amigos. Y allá lo mataron. Era dueño de varias joyerías que estaban sobre Junín y tenía mucha plata. Dicen que no le gustaba estar sólo con un chico, sino con varios al mismo tiempo, y en una de esas entradas, que lleva varios muchachos a su casa a estar con él, lo matan. Él fue uno de los primeros homosexuales que matan aquí, luego, en 1976, matan a un señor Fernando, aquí en Palacé, bajando por Bolivia, él tenía su apartamento y lo encuentran asesinado allá”.

Para Álvaro, y seguramente para muchos hombres de su generación, es notoria la presencia que actualmente tienen las transgénero en la ciudad, especialmente en las noches. Si bien en los 70 su presencia era mínima, en su mente es aún vívida la imagen de La Macuá, famoso transexual de la alta sociedad medellinense. “La Macuá pertenecía a una familia prestante que vivía en Laureles. Era muy charro porque un día salía vestido como todo un hombre, pero al otro día salía de mujer, con toda la elegancia de la época. Vivía en la 70, cerca de Bolivariana y El Tejadito. Todo el mundo tenía que ver con ella. Muchas veces se le veía en el centro, y muchos disfrutaban de su show personal: cogía una mesa en los billares Metropol, se subía en ella y se ponía a bailar flamenco delante de todos. En algún momento hizo una fiesta de cumpleaños a la que asistió la crema y nata de la sociedad nacional. Se dice que personajes como Pacheco asistieron. El caso es que para esa fiesta se vistió como una reina egipcia, y apareció llevada por cuatro negros musculosos, sobre un trono portátil. Hizo dorar monedas de 50 pesos, las que yo mismo tuve oportunidad de ver después del evento, esas monedas las tiró ella a los invitados, como regalos. Pero La Macuá se enredó mal, con traquetos que aparecieron por todas partes en los 80. Murió en un accidente años después, como en 1985, durante una semana santa, cuando regresaba de un viaje. Algunas personas dicen que fue un asesinato, ordenado por un narcotraficante”. La comunidad LGTBI goza hoy de la mejor situación que ha tenido en la historia del país, con avances que son cada vez más acelerados pero que desafortunadamente aún no se equiparan con los avances relacionados con la mentalidad de la gente y el problema de la homofobia. Ahora hay una mejor apropiación del espacio público, oferta de locales de diversión y entretenimiento, tolerancia –aunque falta ganar más respeto–, seguridad –si bien los relativamente ocultos crímenes de odio producto de la homofobia son motivo de preocupación para los activistas–, reconocimiento y aceptación. No obstante, aún falta mucho: mejorar la situación de los transgéneros y menores de edad dedicados a la prostitución, lograr un verdadero movimiento de derechos civiles LGTBI que luche de forma organizada y efectiva por su miembros y un liderazgo certero que sepa encausar la energía y el recurso de que dispone este variado y rico sector de la población.

*Este reportaje hace parte del Trabajo de grado en Periodismo, Historia del movimiento gay en Medellín: 40 años de historia rosa. Asesor Guillermo Correa

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


8 De grado

“Hoy me habitó la tristeza enrejada y sus sonrojos vomitaron fuegos hormigueantes” expresa en un poema inédito José Manuel Freidel, el dramaturgo y director de teatro que desde Medellín dejó huella en la historia del teatro en Colombia. Aquí está narrado, en un intenso fragmento de su vida, que da cuenta de su espíritu ebrio y libertario. *

Monólogo para una actriz triste Fotografía: Carlos Mario Lema

Bibiana Ramírez . bibianamarcela1@gmail.com

El mundo tiene una extraña cicatriz, una fisura y no sé quién hizo la herida”, es la frase con la que inicia el Monólogo para una actriz triste en 1986. Es una frase fuerte que desde ya avisa que la pieza también lo será. Y el mismo José Manuel Freidel lo dice en el texto introductorio a la obra: “Los caminos de la vida son tortuosos, llenos de dudas, hechos a punta de golpes, de abandonos, de búsquedas y luchas. Se van hilvanando minuto a minuto y dejan un sedimento perdurable: recuerdos, evocaciones del pasado. En una actriz estos caminos se pueblan de personajes que le llegan de momentos que brinda la ficción… Todo un recorrido por los mundos de la imaginación, de las evocaciones y las sombras”. El monólogo es escrito para Nora Quintero (actriz y amiga de Freidel) en un momento donde ella estaba sufriendo todas esas ingratitudes de la vida y del oficio y Freidel con esto se revela. Eran momentos de vacío, de búsquedas, de rebeldía contra una sociedad sistemática y acaparadora. Nora recuerda que finalizando el 85 fue difícil; estaba decidida a retirarse del grupo (Exfanfarria): —Yo estaba rendida. Ya era licenciada, trabajando en secundaria, fundando un grupo, luego de trasteo para el centro, mucho agite y coincidía con una crisis en el matrimonio y estaba decidida a salirme del teatro. Ese diciembre teníamos un viaje planeado al parque Tayrona, a acampar en los Arrecifes. Yo ya le había dicho a José que me iba a salir. Y nos fuimos. Estando allí, el 31 de diciembre, teníamos una fiesta comunitaria, a nosotros nos tocaba hacer la ensalada, pero él se encerró en la carpa con media de guaro. Ya en la tarde me dice ‘Nora, vení, vení, ¿vos te vas a salir del grupo? ¿Te vas a salir del grupo?’ ya estaba prendo, ‘sentate Nora, Ramiro y no sé quién y no sé quién’ y se puso a leer el Monólogo para la actriz triste, lo escribió en un momentico, nos sorprendió tanto que nos pusimos a llorar por la belleza del texto y al mismo tiempo la tristeza, ‘¿te vas a ir? Tomá’ y me lo tiró encima. Un texto que Nora no se imaginó en la escena, pues su complejidad lo hacía indescifrable. Esa fue una gran estrategia para que ella no se saliera. Su método de defenderse y atacar al otro era literario, lingüístico, poético. En las conversaciones, por ejemplo, tenía un humor negro que terminaba ofendiendo a su receptor y su gesto de desdén completaba la rabia del otro y no importaba si era el actor, el amigo, el desconocido. Así aumentaba la lista de detractores a los que les parecía un hombre fastidioso, arrogante, y a la vez con pocos amigos, como dice Gilberto Martínez, “era difícil de manejar una relación común y corriente con él, no era el amigo servil, sino que era el amigo enemigo, el íntimo enemigo”. José Manuel, en el Monólogo… hace un retrato de Nora y cuenta todas las tragedias por las que pasa, porque él las conoce todas, al mismo tiempo que son las propias preocupaciones. Es una actriz que quiere dejar el grupo y empieza a recordar los personajes que ha hecho, esos personajes la retienen y no hay otra manera que convivir con ellos en el teatro y aceptándolos en su interior. Freidel escribe una biografía de Nora, al mismo tiempo del grupo y propia: “Una actriz presencia desde su tristeza esos personajes, porque hablan de soledades ebrias, de infancias perdidas, de mendi-

Freidel Contra el tiempo

cidad vieja, de todo un siglo o de la sensualidad de una viuda que espera. Personajes que interpretó y desde un monólogo de abandonos, de crisis personales por causas que se desarrollan en su lógica de mujer que mira el mundo y se siente ausente, en un conflicto que solo y tal vez en su decisión de hacer teatro podrá superar”. El monólogo es escrito desde un alma femenina que gustaba de los hombres. Están esos momentos sensuales y al tiempo amargos. Ese era Freidel, con un intenso amor hacia lo masculino, pero nunca correspondido. Su relación con los hombres era muy trágica, porque se enamoraba hasta perder el control a tal punto que hostigaba al otro y lo perdía. Además, tenía la desventaja que estaba en una sociedad homofóbica, conservadora, católica, que reprimía toda liberación sexual y hasta la policía misma atacaba todo ‘marica’, travesti, bisexual, lesbiana que encontrara. En varias ocasiones Freidel fue golpeado por algunos policías e insultado y agredido por ‘ciudadanos’. Los hombres fueron su gran desamor. Nunca fue amado y era grande su tragedia al sentirse en total soledad. En la obra, sobre los hombres escribe: “Los hombres, esos eternos dioses de la destrucción, la belleza y la muerte. Mis poros que son infinitos los han soportado como si una dulce ensoñación fuera mi pubis, pubisísima tangente, órgano cantarino, guitarra clásica, pero ninguno ha sido el compositor que me eternice”. Es un vómito espeso de todo el dolor interno, de un alma sensible que ha absorbido la tragedia humana, que lo ha afectado y es ahora cuando ha expulsado el último aliento, para así, recobrar de nuevo las energías y adquirir una coraza más fuerte, un diamante más pulido. Un abismo hecho teatro donde la pregunta fundamental es por la realidad, por el yo. El monólogo es también un paso por las obras anteriores, donde todas las mujeres (Amantina, La Bella, Las Arpías, Irene, etc.) traen sus quejas, sus abandonos, tristezas, pasiones, delirios y todo tipo de angustias. Se evoca la niñez (la de Freidel) al lado de la abuela y el peso que tenían los apellidos de sus padres, con unas costumbres que conservar y unos ideales por buscar. Es el recuerdo que está presente, un pasado oscuro y negado. El poder como una plaga que carcome al humano y lo deja devastado. “La muerte, eterna compañera, indiscreta dama”. El teatro era su vida. La naturaleza misma le otorgó este vasto y turbulento camino que administró con pasión, hasta tal punto de desbordar las líneas que trazaba la sociedad, porque estuvo fuera de los cánones establecidos por el hombre durante años en Medellín que no permitía la rebeldía. Siguió los pasos de Porfirio Barba Jacob al ser libre y transparente, pero con la desventaja de ser Freidel más temeroso y sin un espíritu viajero. Pero sí viajero de su interior. El vivir estéticamente es angustiante, muchos filósofos lo han señalado, es doloroso y José Manuel vivía, básicamente, bajo el signo de lo estético, sufría porque la obra no le salía, porque el actor no encarnaba el personaje, porque el montaje no se estaba haciendo como él lo visualizaba. Sufría por el país y sobre todo por el amor.

*Capítulo del trabajo de grado en Periodismo, Freidel Contra el tiempo. Perfil biográfico sobre el dramaturgo José Manuel Freidel (1951-1990). Asesor César Alzate.

José Manuel Freidel (1951-1990), dramaturgo y director de teatro de Medellín. Fundó la Exfanfarria Teatro. Fue un hombre poco convencional dentro de su medio, que dejó una huella en la historia del teatro de Colombia. Fue un ser caótico que defendió su posición de poeta en la tierra. Una poesía cargada de misticismo y ebriedad invocando a los poetas malditos. Hizo teatro a su manera, dándole rienda suelta a la imaginación. Escribió y escenificó cuarenta obras que revelan a un dramaturgo involucrado por completo con el arte. Su vida fue el teatro, su único oficio. Defendió el teatro pobre, lo alejó del sistema y del Estado, para poder delatarlos en sus obras. Fue un hombre complejo y escurridizo, de espíritu fugaz. Una vida rápida, una llama al viento. Después de veinte años de su muerte, las memorias de los que estuvieron cerca, conservan vagos recuerdos. Quizá no se pueda recuperar la esencia de Freidel. Y reuniendo las voces y las libretas que dejó fue posible armar una figura cada día más disoluta, pero con la evidencia de un teatro que es su propia historia. Un ser que murió de 39 años, dieciocho de ellos dedicado al teatro. Impactó por la libertad que asumía su existencia. Se desbordó en la escritura de una realidad colombiana hecha teatro, burlándose del caos al que estaba llegando lentamente el país.

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Mirada

9

Fotografía: Diana Giraldo

En las afueras del centro de Medellín hay un islote. Rodeado de grandes avenidas – la del Río, Colombia, Ferrocarril y San Juanla ciudad parece seguir de largo para darle la espalda. Temido, señalado, vilipendiado, estigmatizado, entre sus calles de grasa, su constante rodar de llantas, sus mecánicos, sus habitantes de la calle, sus outsiders, se gestó una productora de documentales, cortos y largometrajes. Este dossier de crónicas y perfiles da cuenta de cómo la vida real ha convertido a Barrio Triste en un barrio de película.

Barrio Triste Films Los carperos del Sagrado Corazón de Jesús

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


Fotografía: Manuela García

10 Mirada

Una historia a lomo de camello

Diego Agudelo Gómez godeloz@gmail.com

S

i los pasillos y habitaciones de la casa se extendieran en orden como una sábana, el área ocupada sería tan extensa como una cancha callejera de microfútbol, pero el azar quiso que los distintos espacios se enredaran entre sí con el orden que sólo saben dar los albañiles que trafican los secretos de su oficio entre un excepcional clan de maestros del remiendo y la improvisación. Así que el zigzag de un corredor puede conectar todas las habitaciones del lugar y sin embargo dejar la impresión de que fluye a través de universos paralelos y opuestos. La misma impresión se robustece cuando las tinieblas del patio trasero son espantadas por el cañonazo de luz del proyector y al mismo tiempo alguien comenta que afuera debe estar lloviendo porque desde el otro patio llega el leve sonido de una llovizna repentina. Mientras en un patio llueve, en el otro transcurre una función secreta de cine y en el trayecto que los conecta a los dos pueden estar sucediendo escenas tan corrientes como la de un hombre que come arroz frente a las imágenes de la telenovela más burda o acontecimientos que serán recordados en la historia del cine local como la discusión entre un director y el protagonista de su ópera prima frente a una pared tapizada con el plan de rodaje que los mantendrá ocupados durante las próximas semanas. Cada rincón de la casa donde Barrio Triste Films tiene su sede, despierta la necesidad de someterlo a una paciente observación, pero cada quien encontrará su punto de enfoque. Por ejemplo, la pared que recibe al visitante: la primera imagen es la de un fondo blanco sobre el que crece un tupido matorral de garabatos que gradualmente, a medida que el visitante se acerca unos pasos, se convierte en una multitudinaria formación castrense de números y caracteres, para finalmente, cuando la cercanía permite tocar el papel cuadriculado sobre el que alguien derramó su escritura, tener la configuración de un plano cartesiano infinito sobre el que se ordenan historias encriptadas en escenas y secuencias. Se leen nombres como Yulay y alias como Tatuaje. En una de las escenas mencionan hordas de cucarachitas, en otra es patente el predomino de lo sexual sobre lo violento. Líneas más abajo se menciona una cárcel y en el siguiente cuadrante del plano el escenario cambia por la habitación de un hotel o por la trastienda de un taller mecánico: universos paralelos de una misma historia en la que se cruzan las anécdotas brutales de personajes que en la habitación contigua comparten tranquilamente un trago. Las secuencias allí exhibidas sólo son una pequeña muestra de un guión que en su desglose original de 140 secuencias ocupa 265 cuartillas firmadas por Giovanny Patiño. Es el mismo Papá Giovanny que más de diez años atrás figuró en algunas escenas de La vendedora de rosas y que ahora está metido en la piel de guionista-director-productor del primer largometraje nacido directamente de las calles de Barrio Triste: Lola… drones.

Las tetas de Lola

Tras el documental Madres invisibles y el cortometraje Al rojo vivo, Papá Giovanny se embarcó en este proyecto de largo aliento impulsado por el ansia de contar las historias de las que ha sido testigo a lo largo de toda una vida en la calle. Ansia contagiada en parte por los directores de cine que en los últimos años han estado cerca de él como Víctor Gaviria o Barbet Schroeder.

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Cada experiencia acumulada en las inmediaciones de ese cine que se rodaba en las calles de Medellín fue almacenada por Giovanny: guardaba cada papelito que le entregaba algún director, leía al derecho y al revés los guiones de las películas y siempre, al ver la familiaridad de esas historias, se decía que él tenía mejores cuentos qué contar. No demoró en desahogar una de sus historias sobre el papel. La historia de este guión es un relato de viajes. Con la historia de Lola picándole en las manos, Giovanny se embarcaba en su motocicleta para salir de la ciudad. En Marinilla, El Peñol, Santa Fe de Antioquia o cualquier otro pueblo cercano buscaba lugares tranquilos para sentarse a escribir a mano el guión de su primer largometraje. En ocasiones las escenas se negaban a fluir y debía regresar con el papel en blanco pero otras veces aparecían en el papel como si se hubieran escrito automáticamente o alguien más se las hubiera dictado al oído. Además de reconocer que tiene mala ortografía –“Yo soy un personaje que escribo mamá con hache”- y que es Aurora la que pule los errores del guión, Giovanny confiesa que tiene una segunda persona, un Giovanny distinto que lo acompaña cuando se encierra a escribir. “Es difícil, es escaso y de pronto no lo encuentro siempre pero yo a ese man lo amo porque me ayuda con el cine, y siento el eco y me pongo hiperactivo.” Según Giovanny, a la hora de armar una secuencia vive una intensa película en la que se emociona, ríe, llora, grita. “Gozo, me emborracho y se la leo a todo el mundo y me dicen: este marica está loco”. Pero es como si dijeran que todos comparten la misma locura porque los personajes, las situaciones y los escenarios son vínculos que los enlazan a todos. Unos actúan las historias que otros vivieron. En el guión de Lola… drones también existe la violencia natural en la que se resguarda cualquier persona enfrentada a la calle pero prevalece el amor como el punto de encuentro de todas las historias. Desde sus primeras líneas hay una intención explícita de sensualidad e inocencia. Lola aparece como una mujer frágil pero fatal, infaliblemente bella como la Lola real que inspiró esta historia. Giovanny no recuerda exactamente cómo se le clavó la espina pero si tuviera que elegir una primera imagen no duda en recordar el día en que apareció Maria Dolores en uno de los bares del barrio, más eufórica que nunca. “¡Muchachos, hoy estoy cumpliendo años!”, gritó y se quitó la blusa mostrándole a todos las tetas. “Hijueputa, yo me quedé hipnotizado: ‘Pero por Dios, esas no son tetas, son una obra de arte de Dios, el que las toque es un hijo de puta’. Y ella vuelve y se tapa y se sienta con nosotros a beber y a reírse y a llorar por la vida. Desde ahí empecé a escribir sobre ella”. Y escribir sobre Lola era escribir sobre todos al mismo tiempo: sobre hombres que todos los días van como funámbulos sobre una vida de últimos minutos y mujeres que en un juego invariable de seducción tientan al diablo y engañan a la muerte; lo que arma al final un relato intenso que Giovanny compara con el lomo de un camello: “Tiene subidas y bajadas. Vos en mi guión no vas a ver que el atraco del banco, que las balas, el efecto especial, que le volaron la cabeza a alguien. Vos ves una historia de amor divina que maneja la jerga pero no la palabrería. De pronto ves niñas que dicen suripanta, paplemosa, changonera; o en la escena de la cárcel ves hombres que son muy delincuentes pero que hablan es pura poesía.” Giovanny calcula que el zigzag de esta historia mantendrá a los espectadores atados en las butacas, pero no es una estrategia preconcebida. Como los pasillos de esa casa en la que todos los días se planean, ensayan o reescriben las escenas, la estructura de la película tiene una forma que obedece los caprichos de la suerte. Según el ánimo del día, Papá Giovanny la ve como el lomo del camello pero también asocia esas subidas y bajadas al clímax orgásmico de una mujer: se nota que está enamorado.


11 Madres invisibles

Durante años, Papá Giovanny tenía un taco atorado en la garganta que no pudo resolver hasta que rodó su documental Madres Invisibles. En esta producción del 2008 aborda las historias de esas mujeres que entre drogas, miseria y maltratos también traen criaturas a este mundo. A través de La Mona, La Juana, La Barbie, La Pirinola y la Boquerona deja testimonio del destino trágico que viven cientos de mujeres en las calles de una ciudad como Medellín. Abandonadas a su suerte están obligadas a parir hijos que terminarán criándose en la casa de sus abuelos, en el mejor de los casos, porque la constante para ellos es el salvajismo de la intemperie, el olvido de un orfanato o encontrar a edad temprana la muerte. Tras las imágenes de Madres Invisibles pueden leerse los cimientos de injusticia e indiferencia sobre los que se asienta el poder y el aparente orden de un mundo urbano que les da la espalda a los más desprotegidos. Papá Giovanny cuenta que hace más de diez años realizó un primer intento de rebeldía en contra de esta realidad: organizó una manifestación en la que más de 200 habitantes de la calle acudieron al sepelio de una madre invisible que se quitó la vida porque Bienestar Familiar le había quitado a su hija sin darle noticias de su paradero. Este documental vendría a ser un segundo intento de resistencia que Giovanny acentúa al final con estos versos que le salen del alma: Las madres invisibles son como / Espantos en la oscuridad, / mendigando razones y vida. / Arrullando sus hijos / en sus pensamientos. / Con sus vientres llenos de nubes de humo, dopando el / tiempo para no ir con apuros / en busca de la verdad / con un eco en la distancia / que a lo lejos se pierde…

Al rojo vivo

El Rojo es un hombre duro: la violencia es su principal estrategia de supervivencia y protagoniza este cortometraje filmado en el año 2009. Al rojo vivo es una inmersión al bajo mundo de un secuestrador, un extorsionista y un asesino reunidos en el mismo personaje. El argumento es simple pero intenso: Don Guillermo, un hombre que posee menos de lo que aparenta, es seducido, drogado, raptado y conducido a un sucio cuartucho donde será amedrentado y torturado por El Rojo, el antihéroe de esta historia. Su presencia ante las cámaras tiene el suficiente poder como para despertar compasión hacia su víctima, que a simple vista no tiene escapatoria ni fuerza para enfrentársele. Su única esperanza es tocar el corazón de Luci, la compañera sentimental del bandido, quien también sufre un sometimiento nacido del miedo hacia ese hombre brutal y pintoresco que la posee. La misericordia de la mujer es la que desata la secuencia principal del corto: una voraz persecución por las calles de un barrio caótico y laberíntico. Don Guillermo corre con todas sus fuerzas para salvar el pellejo pero su intento no genera mayor interés entre la gente de la calle: sin salidas visibles, sin escondites seguros, sin nadie que le ayude, su destino no será distinto al que dejaba adivinar desde la primera escena.

Lola… drones

El primer largometraje de Giovanny Patiño se empezó a rodar en diciembre de 2010. Las calles de Barrio Triste se convirtieron en el escenario de Lola, El Mocho, Tatuaje, El Loco, Arango, Jeniffer y un sinfín de personajes que a su modo intentan disfrutar el tiempo y llegar vivos al final de cada día. Lola es una bella joven de las comunas populares de Medellín que trabaja en Barrio Triste, donde tiene amigos leales, idilios románticos y amores mortales. Su gracia y sensualidad la convierten en el fruto más codiciado, en la presencia más hipnótica, en el centro de todas las miradas, lo que lejos de beneficiarla termina por conducirla a un desenlace que entristecerá todavía más las calles de un barrio sin ley, quizá sin Dios, donde, según palabras del realizador, la poesía brilla cuando los personajes caminan pisando las estrellas.

El mecánico que hace cine

Róbinson Úsuga Henao robinsonx@gmail.com

-Los héroes pueden surgir de las más oscuras e inimaginadas alcantarillas. –Sí, pero Barrio Triste no es una oscura alcantarilla. –Y Papá Giovanny tampoco es un héroe. –Pero debemos admitir que Barrio Triste sí es, por lo menos, un barrio sucio, de calles engrasadas y acumulaciones de basuras. Plagado de mecánicos, obreros, prostitutas, locos y gamines. –Sí: un lugar sucio. -¿Pero oscuro? –Digamos que es un lugar al que no te provocaría llevar de paseo a tu familia. –En eso estamos de acuerdo. –Ese barrio es un gran símbolo de la mendicidad. Caminas por allí y a paso de zombi, ves desfilar a los gamines (mujeres y hombres, jóvenes y viejos), con la mirada perdida y sus narices en el pegante. –Sí. ¿Pero a quién le importan esas personas? –A Papá Giovanny le importan. –¿Síiii? ¿Y quién es ese tal Papá Giovanny? –Es un hombre cualquiera. Como tú, o como yo. Pero tiene cierta actitud heroica. Y la gente lo rodea, lo quiere y lo admira. Incluso, han aprendido a decirle Papá desde antes que apareciera por allí Víctor Gaviria. –¿Víctor Gaviria? ¿El cineasta? –Sí. Se conocieron en la época en que se realizó la película La Vendedora de Rosas y ahora son buenos amigos. Tras el éxito de la película y su participación allí, Papá Giovanny creó la Corporación Papá Giovanny. –¿Bueno, y en qué consiste su actitud heroica? –Ha llevado hasta los hospitales a los hombres y mujeres de la calle que encuentra enfermos o heridos. Y luego, les ayuda a conseguir sus medicinas. –¿Y por qué hace eso? –Por amor, quizá. O por impulsos de solidaridad con los que él llama sus loquitos, con los que se ha familiarizado desde siempre: Mi mamá trabajaba en una panadería, en el barrio Guayaquil. Y este ha sido el ambiente en el que me crié y en el que he estado toda mi vida (dice despreocupadamente Giovanny, cuando los preguntones de la prensa lo visitan). –Pero su actitud heroica también consiste en creer que puede hacer cine desde un lugar como Barrio Triste. Por creer que con su Corporación él también puede hacer cine como Víctor Gaviria. –¿Y podrá hacerlo? –Seguro. Su paso por La Vendedora de Rosas como coordinador de actores, y luego en La Virgen de los Sicarios, y más tarde en Sumas y Restas, parecen haberle dado la convicción de que podrá lograrlo. –Aunque hacer cine sea costoso… También trabajé en producción con la empresa extranjera, como National Geografic, con la televisión finlandesa y la televisión francesa. –Incluso Papá Giovanny realizó, por sí sólo, un documental, titulado Las madres invisibles (que trata de mujeres callejeras a quienes el Estado les ha quitado sus hijos), y un cortometraje, Al Rojo Vivo, algo siniestro. –¿Y en cuál academia estudió cine? –Papá Giovanny es mecánico de automóviles... Un mecánico especializado en reparar embragues, o clutch, y que aprendió a hacer algunas de sus herramientas. Pero Víctor Gaviria llegó a su vida para influenciarla poderosamente. Y ya no se engrasa las manos. Y sus herramientas son las ideas. ¿Por qué el cine? Porque tiene que ver también con el habitante de calle: por ser tan real. De adolescente no tuve esa cultura. Ese disfrute. Por eso aquí, atrás, tengo un pequeño teatro para darle cine al que no puede ver cine. –Papá Giovanny debe ser un hombre adinerado, para poder ayudar a los enfermos de su barrio, y de paso hacer cine. –No. No tiene dinero. Consigue recursos económicos tocando las puertas de los talleres y empresas del sector, y tiene arrendado un pequeño espacio en una casa donde alquilan otros mecánicos (allí funciona su corporación). Anda en una modesta motocicleta y viste ropa de segunda. Soy amante de la ropa de segunda. Ni siquiera sé qué es marca en una ropa. Me encanta ir a la Plaza Minorista y comprar dos o tres jeans. Y cuando visito otra ciudad, voy a las partes donde venden ropa de segunda, porque me encanta la ropa de segunda. No sé. Tengo esa manía. Me siento más cómodo. Cuando estreno ropa, me siento como otra persona. Pero soy yo mismo con mis chaquetas, gabanes y gorras de segunda. –Y lo de Papá… ¿Acaso es un hombre viejo? –No, no lo es. A sus cuarenta años, Papá Giovanny no deja las gorras que comenzó a lucir en su época de adolescente. De hecho, a sus cuarenta años, Papá Giovanny no deja las gorras que comenzó a lucir en su época de adolescente. Ve las fotos donde era más chico, luciendo gorras, y siente que es ese mismo joven de los años ochenta. – ¿Pero sí tiene hijos de verdad? ¿O sólo es el apelativo de la gente de la calle? –Tiene cinco hijos de distintas mujeres. El mayor, Róbin, tiene 20 años, y Cielo, la menor, tiene cinco. Pero ahora su hija consentida es Lola, la prostituta estelar de la película Lola…drones, el primer largometraje que ya ha empezado a filmar. –Entonces Papá Giovanny es un hombre célebre. –Sí, es un hombre célebre, especialmente en Barrio Triste. Y esa es su ventaja. ¿Cuál es mi ventaja? Que a Papá Giovanny le creen. Que a este loco lo siguen. Reúno el talento, les explico cómo debemos hacer cine diferente en Medellín, en Colombia, conocer y aprender a hacer cine. Si vos no hacés cine, no vas a aprender. Por mucha teoría que tengás en esa cabeza, no aprenderás a hacer cine.

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12 Mirada

Fotografía: Diana Giraldo

En carne ajena

Margarita Isaza Velásquez. margaisaza@gmail.com

L

a mirada inicial los puede confundir con un grupo juvenil o, por qué no, con una multitud captada por algún político de turno para llevarlos a votar. Pero no, ni lo uno ni lo otro. De grupo juvenil, tienen la alegría, el saludo animado y una que otra cara inocente. Nada más. De caudal electoral, la voz alta bien entonada y la sede donde están reunidos: la del Partido Liberal, en Maracaibo con El Palo. Lo que sí son es otra cosa: un grupo grandísimo de actores —niñas de cicatrices en los rostros, adolescentes de mirada oculta, muchachos con cara de rap, adultos sin contexto y uno que otro anciano cuidando sus intereses—, que ensaya y ensaya para tener la seguridad de hacer bien los papeles mientras ruedan la película Lola…drones. Unos se sienten todavía “crudos”, porque no habían actuado antes y de pronto les da algo de pena. Otros, también novatos, tal vez se comparan con los personajes de Protagonistas de Nuestra Tele y piensan en la fama de que los vean en la cuadra o los recuerden después por el nombre de quien interpretaron. Algunos más, en formación y profesionales, cuentan con experiencia y toda la disposición para dejarse instruir por el director de actores y hasta proponer arandelas a los desarrollos de sus personajes. Todos ellos ya están metidos en la película, y con miedo o sin él, se están transformando en quienes deben ser, en carne y espíritu. El de hoy, sábado, es un encuentro paradójico. En la sede política, una casa vieja con un patio junto a la entrada y un auditorio en el fondo, se reúnen los que participarán en las secuencias de la cárcel San Quintín: los de la parte de adelante serán los ‘paracos’ de un patio, hombres fornidos sin camisa, y los de la parte de atrás serán ‘guerrillos’ de otro patio, algunos con barba y pelo largo simulando revolución. Llama la atención que en el patio de los ‘paracos ’ varios exhiben en las barrigas una cicatriz de norte a sur. La secuela o la marca de una vida delictiva que esta vez, con ironía, sirve para purgar una pena. En el patio de ‘guerrillos’, son pocos actores: dos ideólogos, dos guardaespaldas y un loco que revolotea anunciando la traición. El loco del patio de los guerrillos hace su intervención. Será Campanita, una mezcla entre sapo, desquiciado y hada madrina, hilarante. Su actor, Rafael, fue al casting a acompañar a su mejor amiga, y cuando lo vieron le preguntaron que si quería hacer el papel de loco. Le sonó la idea y no se ha perdido ningún ensayo. Tiene una voz seca, bastante amanerada, y es alto, moreno, de presencia imponente. Salta y salta para simular su locura, habla entrecortado y es insoportable verlo mucho rato en acción; lo que significa que cumple con su papel. “Creo que me sobreactué. Es que yo tengo mucha energía y me tengo que aplacar, eso me dijo Papá Giovanni… Voy a repetir”, dice Rafael y se sienta para observar a los demás. En el lado paraco, todos caminan de un lado a otro, “desparchados”, se venden minutos de celular, alguien se fuma un cigarro, otros se sientan desparramados en el suelo, todos en una actitud de tremenda espera. “Lo importante es no dejar la situación vacía. Ellos se deben comportar como pasan las cosas en la cárcel, donde el tiempo no existe; que vayan actuando, haciendo, mientras sucede la acción”, explica Deivis Yesid, quien ha trabajado como director de extras. Llega Óscar, el Rojo, Jimmy, Javier, muchos nombres para la misma persona. Se quita su camisa de manga larga y empieza a entrenar a los actores que harán de ‘paracos’. Los reúne a un lado y les da instrucción de no quedarse quietos, de parecer naturales. Alguno, el que hará de matón y tiene un tic en los ojos, protesta porque otro personaje se está llevando el protagonismo: “Es que no deja hablar”. La respuesta: “Ah, hermano, mire bien para este ejercicio usted cómo haría para que lo veamos también y no se pierda entre todos”. De ese que habla duro y no deja hablar puede decirse que tiene “fuerza actoral”. Es de los que exhiben la cicatriz en la barriga y un tono de voz relajado pero recio. Todavía tiene morados de la semana pasada, cuando ensayaron que a él lo mataban: es un paraco que llega de otra cárcel y en esta no tiene amigos. —Jueputa, vos te transformaste en ese man y les diste mucha lidia. Bacanísimo. —Ah, pero hoy estoy suave. Está temprano y tengo como ganas de un tinto. Conversan mientras Óscar los sigue instruyendo en la construcción de sus personajes. Él sí sabe (demás que otros también) cómo funciona una cárcel, cómo hay que cuidarse la espalda y cómo hay que defenderse. Él, que ya ha actuado en otros cortos de Barrio Triste Films, tiene un personaje doloroso, que tiene algo o mucho de su propia vida… Es mejor no

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hablar de eso. Pero qué método para actuar, para encarnar y sacarle tripas a Óscar. Basta verlo gritando en un ensayo en San Quintín. El personaje recordaba esa infancia tan difícil y esa vida tan llena de odios, cuando de pronto se acercó a la reja y sacó del baúl de su alma un grito desgarrador, un exorcismo de actuación que al hombre de los mil nombres le funcionó en la vida real. Ahora, en la sede política, va y viene, es todo un profesor de actuación. No porque lo hayan nombrado así, sino porque tiene la capacidad de comunicarse con los actores: sin miedo, sin pena, duro, ya, fuerte, ahora, para sacar al personaje que ellos llevan por dentro. Es la suma de lo que llaman en altas alcurnias de la academia “actor natural”. Cuando en ambos patios los ejercicios de actuación terminan, algo de desorden y de compartir historias se toma la casa. La actriz que hace de Sandra, la mamá de Aurora, le relata a Rafael lo duro que ha sido para ella sentir lo que su personaje siente: “Cuando tengo que pegarles a los niños, me acuerdo de mis hijos y me cuesta mucho; a veces creo que no voy a ser capaz, aunque no sea de verdad”. Dice también que para sentir rabia por la anorexia de Aurora le ha tocado recordar su niñez, cuando no había comida y el hambre se pegaba a los huesos. En otras gradas del auditorio, Germán Medina, el director de actores, cuenta que para ninguno ha sido un proceso fácil, porque cuando las historias se cruzan con la vida real “hay que matar miedos y trazar bien esa barrera entre lo que vive el personaje y lo que vivió el actor, para que lo segundo le sirva a lo primero y, sin embargo, no se desdibuje el guión”. Óscar está de acuerdo con esa idea: “Con lo físico no me ha ido mal, yo a usted le hago cualquier tipo de escena, menos en las que me toca matar o torturar o desaparecer, no es nada fácil. Porque uno trae a la memoria muchas cosas maluquitas”. Lola, la protagonista, por su juventud y procedencia geográfica dentro de la ciudad tuvo tal vez que empaparse de su papel de mesera de una forma distinta a los recuerdos: “Papá Giovanni me dijo que empezara a mirar cómo se comportaban las meseras. Cómo se relacionaban con la gente de la calle. Entonces, un día fuimos a un bar que queda cerca de la oficina, me puse a actuar como mesera y llegó un hombre que me iba a tocar la nalga, reaccioné y lo insulté con todas las palabras que me sabía. Eso me sirvió para preguntarme muchas cosas sobre mi papel y para asesorarme de cómo me debo comportar si pasa algo así en la película”, dice. La sede política comienza a quedar vacía. Ya no tiene, por hoy, más ‘paracos’ ni ‘guerrillos’, ni suripantas ni escaperas, ni vendedores de vicio ni asesinos de a peso. El próximo ensayo es en Barrio Triste, donde, allá sí, la vida real se confunde con la ficción de todos los personajes.

Fotografía: Diana Giraldo

Óscar, Jimmy, Javier, El Rojo

Lola


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El tango del ojón

Escena 5

Lugar: Bar La Rosa en Barrio Triste

Ramón Pineda. El Ojón está bebiendo. De fondo suena Trasnochando, su tango preferido, el que lo identifica. elsofadehomero@gmail.com

E

scena 1 Lugar: Escuela República de Ecuador. Barrio Villahermosa. Sus compañeros de clase juegan fútbol en el patio de la escuela. John Mario decide no participar pero se queda atento a las jugadas, a los pases. Minutos antes le sacó buena punta al lápiz con el que intentaba, haciendo trampa, resolver un examen de matemáticas. Ahora, en el recreo, con el lápiz en la mano, no pierde de vista a uno de los jugadores, espera que pase a su lado. Cuando lo hace, sin dudarlo, John Mario le entierra la punta en la barriga. Fue el cobro de una deuda, el herido lo había aventado, le advirtió del pastel a la profesora. (Luego del incidente lo declararon “alumno de alta peligrosidad”. Dice él que le cerraron las puertas de todas las escuelas públicas de Medellín. Por eso sus padres deciden llevarlo a un internado. En la víspera del viaje, empaca algo de ropa y se vuela de la casa. Prefiere vivir en la calle).

Escena 2

Lugar: Casa en Barrio Triste. -Chincheeeeeeeee, levántese a desayunar… La que grita es Nora, la mujer de Tuntún, el ladrón, el terror de Barrio Triste, capaz de robar piezas de un carro en movimiento. -Chincheeeeeeeeeeee, levántese pues… Pero el chinche sigue dormido. Desde hace meses la pareja lo adoptó como a un hijo. -Chincheeeeeeee, a desayunar… y el chinche entreabre los ojos. Tuntún está cerca. -Ve, este hijueputa Chinche como es de ojón, tiene ojos de uva…. Y así fue. Rebautizado por un ladrón de carros, John Mario se quedó ‘Ojón’. (A los 12 años llega a Barrio Triste. Allí llegan los buses, los pasajeros de toda Colombia. Llegan las cargas de las tractomulas. Allí hay cientos de mecánicos. Muy cerca está Guayaquil, con sus comerciantes, con sus tangos, con sus putas, con sus malevos. Y se enamora de ese ambiente, de ese “faro”, que como él mismo dice, “recibía a todo el que llegaba, con sus anécdotas, con un poquito de amor, con poesía ”).

Escena 6

Fotografía: Diana Giraldo

Escena 3

Lugar: Restaurante frente al bar Bola Bola. Barrio Triste. Es hora de almorzar. Toda la mañana la pasó arreglando un camión. Se sienta en el restaurante que atiende La Chiquita. Come tranquilo. Pide la cuenta. -Ya pagaron… dice La Chiquita -Y eso ¿quién? … contesta desconcertado El Ojón. -Ese señor que está allí atrás, que lleva rato mirándolo. Lo mira, se acerca, duda, se abrazan, lloran. El señor es su papá. Hace diez años que no se veían. (Francisco Javier Restrepo, el papá, fue un transportador. Dice su hijo, que fue el primero en meter un Pegaso cuatro manos por esa trocha que era la carretera al mar para llevarlo hasta Urabá. Luego de irse de la casa, sus relaciones fueron difíciles, aunque El Ojón aprovechaba a los conductores que eran sus amigos para recorrer el país. En una de esas, se quedó tres años en Caquetá. De regresó a Medellín, de nuevo a Barrio Triste, se reencontró con su padre. Luego de hacer las paces volvió a la casa en la que su mamá lo estaba esperando. Pero la calle no dejaba de hacerle ojitos).

Escena 4

-Trasnochando, como todo calavera que no ve lo que le espera, que no sabe dónde va, rechazaba tus consejos, buen amigo, casi fuimos enemigos por decirme la verdad. Siempre fueron mis mejores compañeros los muchachos milongueros jugadores y algo más. Y con ellos noche a noche derrochaba, entre copas, baile y farra, esta vida que se va. Acaba de llegar del sector del Naranjal, de reparar un camión. Está de sombrero, de zapatos de charol, un camaján, como aquellos que habitaron Guayaquil en los 50, como aquel poeta y músico de la calle en los años 30 llamado Tartarín Moreira, uno de los Pánidas. Giovanni, el que vive arriba del bar, se le acerca. -Oíste Ojón, ¿vamos a trabajar con Víctor Gaviria, el de Rodrigo D., en una película? -¡Oigan a este bobo!... ¿en la película de la vida?... en esa trabajamos todos los días. -Que si hombre, están haciendo casting, vos servís para un personaje de jíbaro. (Víctor Gaviria le hizo el casting y quedó en el elenco, sería uno de los personajes de La Vendedora de Rosas. Pero más que actuar, El Ojón quería era cantar, componer. Desde niño le gustó el escenario. Y recuerda que antes de vivir en Villa Hermosa, lo hizo en Belén, y allí tocaba la clave con la orquestica de un vecino. “A Barrio Triste llegué cantando”. Y componiendo tangos como Virgen Morena, ese que canta Bajo del cielo mi Magdalena/Ahora que yo te canto/Vengo a cantarte todas mis penas/La ingrata que yo quería/Se fue con otro…)

Lugar: Una de las cuevas de Barrio Triste. Son siete los hombres que lo rodean. Están armados de cuchillos. El Ojón esta arrinconado entre ellos y esas paredes mugrientas. Una, dos, tres puñaladas. Él se defiende, a pata, a puño. Cuatro, cinco puñaladas. Ya no puede más. La sangre le brota de la cabeza. Seis, siete puñaladas. Parece muerto. Los victimarios lo dejan ahí tirado. Un amigo, uno de tantos que ha visto el ataque, lo saca de ese antro. Afuera la luz, los carros, los indigentes, la calle San Juan. -Suélteme hermano, déjeme aquí… suélteme, que yo ya me voy… Ante la insistencia del ensangrentado, el buen samaritano lo deja ahí tirado, en plena avenida. -Señor, Dios, si me quieres para algo, devuélveme la vida…. Si no, quítamela ya… No hay respuesta. Se levanta, deshace los pasos hacia las cuevas. Vuelve al rincón donde lo apuñalearon. Enciende un tabaco. Fuma. Se marea. Despierta en el hospital. (El Ojón dice que el médico que le cosió las heridas no podía creer que siguiera vivo, que nadie sobrevive a eso. Cuando se recuperó volvió a Barrio Triste. Buscó al que lo mandó a matar, se le enfrentó con la palabra, que le diera razones. Al asesino le gustó ese coraje. Lo dejó quieto, le dio inmunidad. Así concluían esos años de estar metido en negocios raros, de andar llevando el polvo blanco de aquí para ya en un barrio que se conocía al dedillo. “Uno es como los niños golosos, todo lo quiere probar. Y el dinero fácil, que no tiene nada de fácil, engolosina” sentencia para explicar aquellos tiempos que incluso lo llevaron a la cárcel).

Lugar: Estudio de cine Ivo Romani, Barrio Prado Centro -Cantá pues, güevón El que lo pide es Rivas, que trabaja en el equipo de la filmación de La vendedora de rosas. Víctor Gaviria está presente. El Ojón intenta cantar, pero no le sale. -Se me olvidó la letra, pero diosito, vos me la regalaste, ¿por qué me la vas a quitar? El reclamo surge efecto, y la letra sale de su boca, con esa voz aguardientosa que lo caracteriza -Rosas, vendo rosas al amor,/ rosas del jardín de mi cariño,/las rosas que sembraste allá en el huerto,/en el jardín de tu casa,/para dársela al cariño… Víctor se levanta emocionado cuando lo escucha cantar. -¿Vos leíste el guión?, ¿vos leíste el guión? Esa es la canción de la película güevón, esa es la canción… (La canción ya es historia. La había compuesto el día del casting, en la noche, en una bodega por dónde ahora queda el parque de Los pies descalzos. La escribió en un cartón, con letras rojas, la musa le llegó mientras escuchaba la salsa de Oscar de León. Y a ritmo de salsa, la del grupo Caneo, se grabó La vendedora de rosas. Pero se quedó sin los derechos, que aún le pertenecen al autor de la banda sonora de la película. Luego hizo una canción para Sumas y restas, y una desavenencia con Víctor Gaviria impidió que hiciera parte de ella).

Escena 7

Lugar: Calles nocturnas de Barrio Triste Lola va caminando, sensual, en sus tacones, en su vestido que le deja ver bien las piernas. El pavimento lleno de gotas de grasa, brilla, como si fuera un cielo estrellado. Mechudo, de boina, engalanado, el poeta la sigue. Se le acerca y le canta un tango… -Resonarán los tacones./Baja Lola a trabajar/para rebuscarse el pan,/su familia levanta. Ese perfume hechicero/A los hombres embrujará./Las calles llenas de estrellas/a Lola recibirán…/Grasa, mugre y mezcolancia,/suripantas, pamplenosas,/escaperas y ladrones/a Lola cortejarán… Alrededor de Lola y el poeta, hay mucha gente, hay luces, hay cámaras. -Corten… dice Giovanni. Se acaba de grabar una escena para el tráiler de la película Lola… drones. Lola vuelve a ser la actriz, no el personaje. El Poeta vuelve a ser El Ojón, aunque no es mucha la diferencia. (“Para fabricar amor hay que tener mucho desamor” sentencia El Ojón, y recuerda que en esas lides ha sido algo tímido. Tuvo una mujer con la que vivió 14 años, pero se acabó, como todo. También tuvo a otra a la que le tocaba visitar en la cárcel. Estaba embarazada pero ella tuvo un aborto en el penal poco después de que a él también lo metieran preso. Ha sido una vida trazada con sobresaltos, y esa es la materia que inspira sus composiciones, como Tango para Lola, que junto con otros dos tangos y un bolero, de su autoría, es la banda sonora de la película de Papa Giovanni. “El tango es como hechicero, tiene toda la verdad de la vida, la vivencia de lo cotidiano, mezcla al rico al pobre”. En la historia él es también El Poeta, ya no el jíbaro, ni el peligroso, sino el bohemio, su esencia, el que le compone canciones a Lola, la de “ojos aguileños”, la “María Dolores, ladrona de amores”. Y pensando en su futuro, recuerda su pasado, aquel lápiz puntudo, las siete puñaladas, la popularidad que le dio La vendedora de rosas, y esta nueva etapa tranquila de su vida, haciendo cine, y ahí es que se da cuenta que siempre ha tenido ganas de vivir).

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Tarde de fiesta

Fotografía: Diana Giraldo

14 Mirada

Patricia Nieto 12.patricia@gmail.com

E

Más escalas y arriba, la luz. En el tercer piso – cuartos, sanitarios, duchas y lavaderos- se está más cerca del cielo. El patio descubierto deja que se vayan los humos que en el piso de abajo se concentran. Aquí, lejos de Marco Tulio y a un brinco de la terraza, fuman marihuana y basuco; también inhalan pegante. Lo hacen las mujeres y los muchachos mientras que los niños indígenas lavan su ropa en la poceta de cemento a falta de río. La casa de Angie Vannesa Ríos Gaviria es la pieza número 31. En una cama pasan la noche la madre, Juan David, Angie y Valentina. Beatriz, la mamá, dice que la estrechez se va a acabar porque Angie ya tiene 14 años y pronto, cuando tenga marido, se irá de la casa. La mamá celebra con carcajadas, el adolescente se enrosca emocionado entre las cobijas y Angie me mira validando la ocurrencia. La mamá quiere que en las fotos queden sus hijos comiendo bien; entonces abre campo entre las papas que se fríen y descarga, de uno en uno, huevos de los que vienen en cáscaras coloradas. Hay fiesta en la 31. ¡Estoy que me enloquezco!, grita la mamá cuando le pasa la euforia. Paga 10 mil pesos diarios y ya lleva 19 años en El Descanso, los mismos que tiene Juan David. Vende bombones en los semáforos para mantener la casa, dice ella; y para soplar, agrega el muchacho que esconde la botella de pegante debajo de la cama. ¡Qué respetés a tu mamá! Beatriz levanta la tapa del sartén en ademán de lanzársela. Angie, queriendo salvar la situación, me dice que una hermana mayor vivió en un internado y después se graduó en la Universidad de Antioquia. Es administradora de empresas y a veces viene a El Descanso. Me toma del brazo otra vez y salimos de su casa. Es la hora del baño de los emberá, indígenas que viven en la zona más gris, más húmeda, más alta y aislada del hotel. Los niños se tiran agua de los lavaderos y las mujeres van

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Fotografía: Diana Giraldo

l lunes festivo sabe a mango biche en el Descanso del Pasajero, un hotel de 53 habitaciones y terraza convertido en inquilinato. Hace cuarenta años recibía a los viajeros que dejaba el tren en la Plaza de Cisneros; entonces olía a pescado crudo, a tomate podrido, a rila de gallina, a orinal al aire libre. Hoy es la casa de 265 personas que pasan las noches, los días, las semanas y los años en este caserón que transpira arroz sudado y huevo cocido. Angie, Carolina y Zuly bañan un mango verde, cortado en cascos que aún no se desprenden de la madre, con montañas de sal al limón; sus bocas se hacen agua, mi lengua naufraga en mares de saliva. Cuando muerden el último trozo y beben la última gota -después de apretar labios, cerrar ojos, y lavar los dientes con la lengua- cruzamos el umbral. Afuera: la luz de la media tarde, los golpes del balón, los gritos de una loca. Adentro: la escalera azul-humo, el prohibido consumir drogas y el saludo eufórico de una borracha. Antes de emprender la expedición por el pasillo perforado por puertas que se abren como ojos, se exhibe el cuarto suntuoso de Marco Tulio y Claudia Arenas: esposos, administradores de El Descanso. Él, sentado en el sofá que enmarca la sala de recibo, cuenta que hace ocho años reparaba electrodomésticos y cazaba contrabandos de energía, cuando le ofrecieron tomar el mando del hotel. Fue don Alfredo Naranjo, el propietario, quien vio en él las condiciones para domar a una población de huéspedes que se convirtió en una turba de inquilinos. Ella, arrellanada entre los cubre-lechos y cojines de su cama, dice que decidió dejar su casa para apoyar a Marco Tulio en una misión que requería autoridad, valentía y riesgo. No faltaron los insultos, los desafíos, las danzas de machetes, los brillos de cuchillo, el desenfundar de una pistola para restaurar el orden, imponer la norma, recobrar la calma. No veo a dónde conduce este pasillo. Los lamentos de las rancheras y las quejas del reguetón me hacen pensar que voy a la oscuridad perpetua, a la muerte, a la nada. En este instante Angie se cuelga de mi brazo y me vuelve a la vida. Mientras caminamos, miramos por esos ojos entrecerrados que son las puertas y vemos como detrás de las cortinas la vida parece apenas una sucesión de retratos: una mujer lava su cocina, dos hombres intercambian camisas, una anciana amasa arepas, una chica encrespa sus pestañas, un borracho sacude a su hijo, tres mujeres duermen en la misma cama, un grupo de muchachitos apuesta frente a la tele, la borracha baila sola, una pareja se manosea, un viejo descansa sobre un colchón sin sábana, un árbol de Navidad se balancea, el niño llora sentado en el marco de la ventana. Los ‘pasajeros’ que se quedaron.

a las duchas colectivas. Angie dice que solo hablan entre ellos, que no usan colchones, que las mujeres piden limosna en las calles y los hombres se beben la plata en chirrinchi, el alcohol que les gusta. Desde la terraza, Carolina y Zuly nos gritan que se ve el Centro de Medellín y bajan veloces por una escalera de travesaños podridos. Volvemos al segundo piso y al fondo, donde el pasillo se pierde en la oscuridad, Carolina Hoyos Mosquera avanza para abrir la habitación que le sirve de casa. Nos atiende en la sala, grandes muebles le roban espacio a las camas y a los trastos de la cocina. Su abuela Ana Edelmira Rengifo trabaja hoy; mamá, Indira Mosquera, se fue a ver jugar fútbol a su hijo mayor; su hermana Laura Hoyos salió con las amigas; el niño vive en Barranquilla; y el papá, que se fue para Brasil, prometió que algún día vendrá por ella. Así que Carolina es hoy ama y señora de la casa: desviste la cama doble y el camarote para que veamos las sábanas recién compradas; descuelga los vestidos de una viga que sirve de escaparate y enseña los uniformes de ella, los trajes de Laura para ir a bailar, los de salir a jugar; exhibe el álbum familiar donde su madre posa con piernas al aire, espalda recta, nalgas redondas y mirada luminosa. Es muy hermosa, le digo. Y ella, risueña y juguetona, grita: ¡Cara de ella y cuerpo de otra! Deja de reír cuando hablamos del colegio. “Perdí el año y mamá dice que me va a mandar para Quibdó”. Baja la mirada. Para no ir a clases inventaba dolores de cabeza, vómitos, cojeras. Si la abuela Ana Edelmira la obligaba, Carolina tomaba la mochila y salía para la escuela pero cuadras más abajo cambiaba el rumbo: calles, supermercados, talleres, parques, tiendas. El día era para ella un minuto, un instante feliz, hasta que a Indira, la mamá, le informaron que Carolina, su “negri s”, era desertora. Vino el encierro en ese cuarto hacinado. Sin música ni televisión ni calle ni amigas y con mucha ropa para planchar, la vida le era insoportable. “La negrita se me apagó”, se quejaba la mamá y tanto llegó a entristecerse ella también que decidió cambiarle el encierro por una temporada en Quibdó, de donde llegó hace 15 años en busca del amor. Los colores brillantes de la ropa de Ana Edelmira, Indira y Laura se apagan para mí al darles la espalda. La garganta oscura nos vomita al pie del cuarto número 19; aquí la anfitriona es Zuly. Una vez corre la cortina, la familia se presenta en primer plano. Como si nos estuviera esperando nos hace seguir, nos mira atenta como esperando las preguntas. Carlos Mario, Ana María, Jairo, Nando, Clara, Sara y Carmelina Arias, la mamá, esperan. Zuly Larrea Arias busca un lugar al lado de su madre y comienza a contar. Carmelina no se llamaba así desde niña. A ella la bautizaron el mismo día que hizo la Primera


Fotografía: Diana Giraldo

Comunión y se casó con quien sería el padre de sus seis hijos. Carmelina asiente, pero guarda sus palabras. Prefiere que los hijos relaten su historia y se queda extasiada escuchándolos como si fuera una niña a quien le gusta escuchar una y otra vez el mismo cuento de hadas. - Papá la recogió un día en el puente de San Juan. Dice Zuly. - Apenas tenía diez años y andaba por ahí sola. Explica Carlos Mario. - Dizque unos tipos, como gamines, le estaban pegando, dándole una pela. Vuelve Zuly. - Y mi papá se metió, la defendió y la recogió. Papá ya era un hombre y ella una niña. Asegura Carlos Mario. Carmelina se ríe y los hijos se le van encima, las cosquillas le provocan más risa y al cabo de uno minutos se abrazan, alcanzan el sosiego. - Mi mamá es indígena, ella es emberá. Y según parece la mamá se la regaló a una señora rica de Medellín. Retoma Carlos Mario. - Pero no la recibió para darle estudio y quererla como a una hija. La puso de sirvienta, como una esclava. Protesta Zuly. - Entonces mi mamá se voló, y ahí fue cuando papá la encontró vagando por ahí. Le pregunto a Zuly que si ella tiene algo de indígena y responde con un no prologado que no le alcanza para ocultar sus ojos rasgados, su pelo lacio, sus pómulos marcados, su baja estatura. “Ah... si... tengo muchas pulseras y collares que mamá me regala”. Carlos Mario se exalta. Está drogado. “¿Vos no tenés nada de mamá? Pues yo sí: salí de adentro de ella. Yo tengo la sangre de ella”. La huella embera no se le nota en la piel blanca, ni en los ojos claros, pero aflora en sus palabras lentas, enardecidas. Carmelina lo abraza y se vuelve un cachorrito. En el regazo de su mamá Carlos Mario y Zuly están seguros: lejos, el gramo de perico, el cuchillo, el robo menor que ya conocen; cerca, la mamá silenciosa que todas las madrugadas deja El Descanso para rescatar chatarras de las basuras de la ciudad y que todas las tardes visita a su esposo, al padre de sus hijos - ciego, adicto, inválido- en una acera del Centro donde él espera que lo encuentre, pronto, la muerte. El hechizo se rompe. Carlos Mario quiere 3 mil pesos para un gramo de cocaína, los niños vuelven a sus juegos y Carmelina se enrosca en su cama; al fin y al cabo hoy es lunes festivo y no se trabaja. Zuly me acompaña a la escalera. Mientras llegamos de nuevo a la luz, me cuenta que ha pasado por cinco internados. Del último se escapó una tarde, cuando vio la puerta abierta y simplemente caminó hacia atrás, hacia atrás, hacia atrás hasta verse sola, libre en el camino que conduce a la carretera. Levanto la mano para despedirme de Claudia, la administradora, que sigue dormida en su trono. Aparecen Angie y Carolina que espiaban en el descanso la llegada de algún borracho con la guardia baja. Descendemos pese al nudo que forman nuestros brazos. En la acera espera el vendedor de mango biche, pero ellas ni lo miran; prefieren unirse al partido de fútbol callejero que terminará, sin duda, con goles y Coca-Cola. La puerta se agita con la entrada veloz de un muchacho lívido que esconde entre sus ropas el producto de su cacería; entonces, cuando la puerta viene hacia mi, veo el cartel que ordena el cierre de El Descanso por orden de la Secretaría de Salud. El vendedor de mangos no repara en mi asombro; se lleva medio limón hasta la altura de la boca, saca la lengua, lo exprime, cierra los ojos antes de que caigan las primeras gotas, aguanta el aguacero ácido, guarda la lengua, sube la quijada, frunce los labios y se va.

Fotografía: Diana Giraldo

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Veladas de humo y luz Daniela Gómez daniela_sigma@hotmail.com

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ada viernes en la noche, hombres -de pantalones y camisetas enormes- y mujeres -de pequeñas prendas ceñidas al cuerpo- llegan a la Corporación Papá Giovanny; se saludan con maneras inspiradas por la fraternidad de las calles y cruzan el laberinto de corredores que se desanudan en la última estancia: “El Teatro del Barrio”, antiguo patio, hoy sala de cine artesanal. Por el ambiente de hermandad y las proyecciones gratuitas, los “parceros” de Barrio Triste que llegan temprano conquistan las bancas de atrás (sus preferidas), y si la ocasión lo permite, prenden un pucho de bareta y esperan, sin ansiedad, que el humo emanado por el proyector rebote en la pared blanca que hace de pantalla, iguale a sus alucinaciones y los sorprenda. “Ellos lo agradecen, a veces hasta aplauden” dice Javier Quintero, el hombre que inició las funciones y convenció a los demás de que solo mostraran cine latinoamericano. Momentos previos a la función, su cuerpo guarnecido en un chaleco mullido, con los brazos libres para los malabares que supone poner a rodar la película, da vueltas por toda la casa: con una mano rebusca entre las decenas de estuches de los DVD’s, con la otra coge el cigarrillo; luego de beberse un guaro, sigue buscando la película, la encuentra, trastea los equipos que trae cada viernes desde su casa “para evitar problemas”, los instala, arrulla el disco, espera a los que no llegan y finalmente pisa “play”. “¡Ya va a empezar la película!” Esta noche la disipación se debe al cumpleaños del ‘Loco’: “Feliz cumple nea”, le dicen cuando llega a tientas a la parte de atrás de la sala de cine. En la oscuridad no se ven bien las caras, pero se huele la ruta perfumada de los cigarrillos. Como la función de hoy es solo para amigos, Javier no va a salir a invitar a los mecánicos de los negocios que se enfilan cuadra tras cuadra en los alrededores de la Corporación: “Si viene alguien que no es del combo dejamos de beber”. Es más, si aparecieran los niños amarillos, las pequeñas y enjutas víctimas del sacol, ver la película les costaría dejar la botella del pegante en la entrada para recuperarla solo al salir. Con todas las sillas llenas, pasan los créditos y empieza la acción. Se apagan los cigarrillos y los de atrás amagan un silencio de sala de cine que se interrumpe solo cuando ven caras muy familiares en la pantalla. El juego de la representación, de ver convertido en humo y luz lo que ven en carne y hueso todos los días en la calle, los sustrae, como un hipo, del letargo: “¡Mirá a este man!..”, “Es el de la tienda, parce...”. Y se callan de nuevo. “Cuando usted escucha un tango está escuchando todos los sinsabores que tiene la vida. El tango es una música que dice la verdad” dice la imagen de “El Ojón” al rebotar en la pared acicalada por “El Rojo”, actor usual de las producciones que hace la Corporación. El piso perpendicular a la pantalla acondicionada es un rejilla que da hacia el primer piso de la casa, y empata con una plancha de concreto irregular donde están cerca de 6 sillas de plástico y sendas bancas de madera, éstas últimas hechas por los amigos del teatro. A los lados, se empinan hacia la reja del techo tres muros de socavón, rústicos y desnivelados. Rueda entonces Derecho por San Juan en la única pared lisa del teatro. El documental es sobre la tradición tanguera de Barrio Triste. Los dueños de las tiendas cuentan historias de una época anterior, cuando los indigentes apadrinaban los negocios y los cuidaban de los robos nocturnos. Desde que destruyeron las “ollas” que les servían de casas, el barrio es un barrio de nadie y ya es más fácil que les roben a los almacenes de repuestos. Pasan por la pantalla más personajes míticos y amantes del tango: el papá de La vendedora de rosas, ataviado de estampas y camándulas, canta con una voz quemada por los humos aspirados desde hace muchos años; se ve a los niños jugando fútbol y metiendo goles, cada uno con una botella amarilla en la mano; y de nuevo aparece “El Ojón” cantando con la voz quebrada, hermosa y conmovedora. Precisamente es él quien aparece por la puerta del teatro segundos después de haber sido visto en la pantalla. “Este man... ya saliste...”, le dicen los de las bancas de atrás. Al rato vuelven a mostrarlo, pero esta vez no hay exclamaciones. Quizá por la costumbre. Papá Giovanny también tiene su momento en la pantalla, pero eso es tan familiar como verlo en la casa. El primer viernes de mayo de 2010, Javier Quintero inauguró este espacio con la película Pixote del director argentino Héctor Babenco, gracias al video beam donado por la artista Paola Winogrand. “No estaba seguro de si les iba a gustar porque estaba subtitulada, pero quería que la vieran. El problema fue que se paró y no volvió a arrancar”. Muchas personas que asistieron a la función no leían tan bien como para llevarle el ritmo a los diálogos. “Cuando prendimos la luz, vi que la hermana del ‘mocho’, que a duras penas lee, estaba llorando”. Pixote: La ley del más débil, muestra lo que hace para sobrevivir un niño de diez años en una barraca deprimida de Brasil. “Por eso quería que fuera cine latinoamericano, para que hablara de nosotros”. Se han proyectado películas como Simón, el mago y Ciudad de Dios, entre otras, prestadas muchas de ellas por la Corporación Pasolini. Derecho por San Juan de Kamilo Pérez, Germán Arango y Javier Quintero hace parte de esos préstamos, con la diferencia de que esta película fue grabada en la esquina, “aquí no más”, con los vecinos, los conocidos y los amigos; muchos de los cuales hacen parte de la Corporación porque quieren aprender a actuar o hacer cine. La proyección de las películas, así no se predique de esta forma, cumple una función educativa en esta vía. Cuando el documental termina nadie dice algo y tardan en moverse. Al encenderse las luces, los espectadores aterrizan de sus respectivos vuelos, para despabilar la mirada lúbrica y desbaratar la postura de la expectación. Y tan pronto esto ocurre, recomienza el bautizo de humo. “Espero que eso no la decepcione, madre”, me pide Quintero, actuando como un pulpo de nuevo, mientras el humo se acumula gracias a que la lona que cubre la reja del techo, por si llueve, aún cubre el cielo.

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16 Mirada La película es el barrio mismo, un laberinto de imágenes, el escenario enmarañado de cualquier historiade amor que se esconde tras escena. Barrio Triste luce su nuevo uso, una mezcla de barrio y locación cinematográfica donde la calle actúa, se proyecta llena de matices y se viste con sus propios colores para albergar a los protagonistas de sus historias.

Fotogramas Fotografías: Diana Giraldo dianagiraldokurk@hotmail.com

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De grado

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Tras la corriente Fotografías: Cortesía alcaldía de Caucasia

En diciembre de 2010, mientras gran parte del país centraba su atención en las consecuencias de la ruptura del Canal del Dique en la Costa Caribe, un poco más al sur, miles de caucasianos vivían su propia tragedia por cuenta de la creciente del río Cauca. Esta es la historia de unas vidas pasadas por agua. * Franklin Torres Mendoza franks153@hotmail.com

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on cerca de 100 mil habitantes, Caucasia se ha configurado en un importante centro social, comercial y económico del Bajo Cauca, subregión del nororiente del departamento de Antioquia e incluye también los municipios de Tarazá, Cáceres, Nechí, El Bagre y Zaragoza, todos a orilla de los ríos Cauca o Nechí. La historia de este territorio se ha generado en torno al aprovechamiento de esos ríos: han sido empleados como corredores de transporte fluvial y de intercambio de productos. De ahí, que en inmediaciones de estos afluentes se concentre la mayor parte de la actividad económica de la región representada en la agricultura, la ganadería y la minería. De los 125 años de historia municipal de Caucasia, no existe ningún registro oficial comparativo año tras año sobre los efectos de las temporadas invernales. Sin embargo, en lo que sí coinciden algunos habitantes de zonas aledañas al río Cauca es que desde el año 2000 se vienen presentando muchas más emergencias. “Desde hace ocho o diez años para acá el río se está desbordando más seguido. El río está sedimentado, ese es el problema”, así lo asegura Betsa Hernández, pobladora del barrio El Prado, un humilde sector del casco urbano de Caucasia. Al igual que éste, existen más de 30 barrios que comparten la misma suerte de estar en zonas de alto riesgo, vulnerables a inundarse cada vez que el río y los caños que atraviesan el municipio sobrepasan su cauce normal. Según el Comité Local de Atención y Prevención de Desastre (Clopad), en estos sectores residen cerca de 35 mil personas. La mayor parte de su población convive en condiciones de pobreza, desempleo y hacinamiento, lo que se convierte en un agravante más a la hora de estos organismos afrontar una emergencia invernal.

La tragedia

Tras el inicio de la ola invernal en Colombia en octubre de 2010, en Caucasia, tan sólo un mes después, un hecho llamó la atención de las autoridades a cargo del monitoreo permanente de las emergencias producto de las lluvias. El medidor instalado en la orilla del cauce del río, a las afueras del municipio, marcaba un nivel de 5.70 (cinco metros con setenta centímetros). En los seis años que Maribel Espejo Macea lleva al frente de la Defensa Civil no había visto una cota tan alta, el suceso sin duda sería la primera alarma del desastre que se vendría agua abajo. Lo que en años como 2008 y 2009 era preocupante y dramático, al haber más de 17 mil afectados por el invierno, a finales de diciembre de 2010, la catástrofe era descomunal: 30 barrios inundados, más de 31 mil damnificados, 6 mil hogares afectados y un monto económico indeterminado de pérdidas materiales. Muchas de las calles de barrios como el Roble, La Victoria, el Águila, entre otros más, pasaron de ser senderos polvorientos transitados mayormente por motocicletas, a convertirse en canales de agua navegados únicamente por canoas. Ese diciembre trajo muchos aguaceros pero pocos regalos y dulces a los más de mil niños que se reúnen cada navidad a cantar villancicos en la iglesia Divino Niño del barrio El Roble. Con 15 años de vida eclesiástica, esta parroquia se diferencia de las otras seis que existen en Caucasia en que es la única que se inunda como consecuencia del desbordamiento del río Cauca. “Aunque estamos en el lugar equivocado, la presencia de la iglesia es necesaria”, expresa Álvaro Andrés Balbín Medina, el sacerdote. El padre Balbín reconoce que está en medio de una comunidad llena de dificultades. “La razón de que la parroquia esté aquí responde a una necesidad pastoral, la iglesia debe estar donde está la gente, no podemos darle la espalda a quienes nos necesitan”. Con 15 años de sacerdocio, cinco de ellos dedicados a su labor en este templo, él asegura que a veces se ve con las manos cruzadas ante tanta necesidad. Los mercados que logró gestionar gracias al apoyo de la empresa privada y de la misma Institución, fueron insuficientes para ayudar a los 13 mil habitantes que corresponden a los 15 barrios de la parroquia. La Navidad de 2010 no sólo fue atípica para los niños que tradicionalmente asisten en época decembrina

a la iglesia El Divino Niño, sino también para los pequeños que cada fin de año acuden a la casa de la familia Hernández Sierra en busca de buñuelos y natilla. A Manuela Sierra la ha caracterizado su espíritu emprendedor para sacar a su familia adelante. Y durante los más de 20 años que lleva viviendo en el Barrio El Prado, siempre ha buscado compartir algo de lo poco que tiene con los demás, en especial con los más chicos. “Mi mamá cada año hace el pesebre, y acude a los vecinos para que le regalan galletas, chocolates que son para los niños que van a las novenas”, cuenta Betsa Hernández, la hija mayor de doña Manuela. Pero el año pasado, en vez de crear el pesebre, a Manuela y a sus dos hijas les tocó acondicionar en el techo de ésta un improvisado zarzo para resguardar sus bienes del agua. Para Betsa, de 46 años, hablar de la situación de vulnerabilidad en la que se encuentra junto con sus dos padres adultos e igual número de sobrinos, resulta angustiante. Aunque el hecho de inundarse dos o tres veces al año y vivir a poco más de 100 metros del río Cauca se convirtió en algo habitual, ella no deja de preocuparle el hecho de que su casa cada vez se deteriora más producto de la humedad y la erosión a la que se expone, a eso se le suma la condición de sus papás, quienes por su edad ya no están para las circunstancias propias de una emergencia. “Todas las crecientes la hemos pasado aquí, levantamos lo que podemos y mantenemos a la viejita en una tarima y nosotras (las hijas) cocinamos con el agua a la cintura y ahí miramos qué podemos hacer. Si tú no tienes la capacidad de irte debes resignarte a no salir. ¿Tú crees que si uno tuviera la capacidad de vivir en otra parte uno iba a estar aquí?” expresa con un tono increpante y a la vez nostálgico. De acuerdo con la Dirección de Gestión de Riesgo del Gobierno Nacional, la temporada de lluvias que culminó a finales de mayo de 2011 y que se extendió por más de 8 meses afectó a 28 de los 32 departamentos del país, dejó 3.318.574 personas damnificadas, 448 muertos y 447.442 viviendas averiadas; estas cifras corresponderían a lo que ha sido, hasta el momento, el desastre natural más grave del que se tenga registro en la historia de Colombia.

Negados a partir

Saúl Álvarez ha sabido lo que es vivir al lado de la corriente. Desde muy joven sus padres le enseñaron a buscar esperanzas en lo que otros encontrarían desconsuelos. “El río Cauca casi ha sido el padre de nosotros, de ahí nos hemos alimentado todo el tiempo. Si no nos deja oro, nos deja pescado, si no nos deja madera, nos deja sueños” relata este pescador de 47 años de edad. Los Álvarez, al igual que muchos caucasianos, pasaron la navidad del 2010 en medio del agua, pero ellos sólo piden algo que para otros sonaría absurdo e incluso descabellado: que no los reubiquen. Saúl solicita únicamente que se le hagan unas mejoras a la fachada de su vivienda pues se ha deteriorado con el paso de las inundaciones. “A nosotros nos motiva estar en la orilla del río es porque vivimos de él, nosotros somos barequeros, pescadores y galafateadores (personas que elaboran las canoas). En cuanto a la reubicación, no puedo decir nada. Si ellos (los gobernantes) dicen que debemos salir nos toca, pues ellos tienen la vara”, expresa Saúl, en medio de la incertidumbre por no saber qué será de su familia si los mandan para otro sector del municipio alejado del río, distante del amigo que siempre ha estado cada momento a su lado, separado de lo que sabe hacer: navegar. Probablemente este caucasiano haga parte de uno de los eventuales planes de reubicación que implementen las autoridades. Aún es difícil determinar con exactitud cuándo llegará ese día. Mientras tanto, él se sienta en su patio y dirige su mirada agua arriba, contra la corriente, al matiz grisáceo del río, el mismo que le ha dado lo necesario para vivir.

*Este relato hace parte del trabajo de grado - en Comunicación Social-Periodismo, en la seccional de del Bajo Cauca-Tras la corriente: una mirada desde los damnificados a las consecuencias sociales que dejó la última temporada invernal en Caucasia. Asesor Luis David Obando

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18 De grado El jazz llegó silenciosamente a Medellín y se fue quedando en la vida de muchos músicos, en la academia, en festivales, en emisoras, en el gusto de sus seguidores. Este reportaje da cuenta de esa historia, la de una minoría de gomosos y virtuosos que se han hecho sentir hasta hacer boom.*

Aquí se toca y suena el jazz Ensayo de jazz en la Universidad Eafit

Daniel Rojas Bolivar danielrojas36@yahoo.es

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El maestro de una generación

Comenzaba el año 1994 y con maletas, esposa y dos hijos, llegó el pianista neoyorkino Eugene Uman a Medellín. Decidió probar suerte en la ciudad natal de su esposa Elsa Borrero, enseñando jazz, la música que lo ha apasionado toda la vida. Llegó convencido porque Elsa, quien es fotógrafa y había conocido años atrás en Estados Unidos, era amiga de la familia Maya, dueños del Colegio de Música de Medellín, ubicado en el barrio Laureles, en el occidente de la ciudad.

Fotografía: Eugene Uman

uando Juancho Vargas llegó a Medellín por primera vez, en 1955, encontró una ciudad ávida de jazz. Hoteles, clubes y emisoras tocaban este género que estaba en gran apogeo, y él tuvo la gran oportunidad de estar en la orquesta de Lucho Bermúdez quien es, tal vez, el compositor e intérprete más representativo en la historia de la música colombiana. En cambio, cuando Juancho Valencia decidió emprender su viaje a los territorios del jazz, unos 45 años después de la llegada de Vargas a la ciudad, el panorama era más desolador. A finales de los años noventa, el jazz de Medellín apenas tomaba algo de fuerza, gracias al profesor y pianista estadounidense Eugene Uman, quien había sentado algunos precedentes para la nueva generación de jazzistas. Cuando se comenzó a tocar la historia de Puerto Candelaria en el año 2000, con Juancho Valencia en la dirección, el grupo se convirtió en pionero de la llamada ola de jazz colombiano en Medellín. Junto a ellos, otros como Siguarajazz, que incursionaban en una ola más latina, sentaron bases para la innovación musical local del nuevo siglo. La brecha del panorama del jazz entre uno y otro Juancho, se debió a diferentes fenómenos que afectaron la industria musical, especialmente en el ámbito económico. Las orquestas reducían su planta para rebajar gastos, las casas disqueras tenían otra forma de pensar y traían proyectos ya listos, que les salía mucho más económico, y no había músicos que conocieran a fondo este género del mundo. Hoy, el asunto es diferente. Los músicos han aprendido a iniciar sus propios proyectos y es desde las propuestas independientes que se fortalece el jazz en Medellín. El número de grupos se puede contar con las dos manos, pero el futuro es bastante prometedor para conservar y consolidar este género en la escena musical de la ciudad. El sociólogo Fabio Betancur afirma que “estamos en momentos de fusión, de la apropiación de ritmos propios y genuinos, y de la creación de nuevos lenguajes a través del jazz. Todavía no se tiene nada concreto, pero se está trabajando en ello”. Por su parte, Julio Ramírez, aficionado y locutor del programa radial Jazzismo de la emisora Latina Stéreo, comenta que “hay un movimiento que está creciendo, gracias a los jóvenes. Sí hay personas interesadas y haciendo jazz, pero falta difusión. Yo sí soy muy optimista”. Pensar que Medellín es una ciudad de jazz es una premisa bastante ambiciosa. No porque no haya personas interesadas en el género, porque miles se congregan cada año en el Festival Internacional de Jazz y Músicas del mundo; o porque no existen eventos, pues hay tres anuales que involucran a diferentes públicos y que fortalecen a los seguidores de este género; o porque los músicos no se interesan, ya que existen bandas consolidadas local, nacional e internacionalmente como exponentes de esta música del mundo. Medellín no es una ciudad de jazz, porque este es, ha sido y siempre será, música de minorías. Lo comprueban y ratifican todas las personas involucradas con el género en la escena musical local. Coleccionistas, músicos, gomosos y aficionados aciertan en lo mismo, y la historia lo sostiene. “La plaza más dura para cualquier género es Medellín, a diferencia de otras ciudades como Manizales y Bogotá. Aunque aquí sí hay un público, lugares donde ya tienen grupos fijos de jazz y escuelas, es un

proceso al que si no se le sigue trabajando, podría desaparecer”, opina Roberto Úsuga, bajista del grupo Green Monkey. Como toda Colombia, Medellín viene descubriendo el jazz desde la década de 1920, pero no es sino hasta ahora que se comienza a consolidar un movimiento propio, con espacios y agrupaciones que se toman la ciudad desde diferentes ámbitos, en un proceso que viene creciendo desde mediados de la década de 1990. Y esto es producto de dos momentos: la influencia del disco Travesía (1995) del saxofonista y compositor bogotano Antonio Arnedo, que representa la primera muestra del jazz colombiano en el país y un referente para lo que llegó después; y la llegada del pianista Eugene Uman a Medellín. “El jazz en la ciudad es uno antes de Eugene y otro después. Fue el cambio que necesitábamos para poder crecer como músicos en este género”, dice el bajista Néstor Gómez, quien actualmente es el encargado de los ensambles de jazz de la Fundación Universitaria Bellas Artes.

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Eugene Uman


19 Los Maya estaban interesados en enseñar jazz, pero no tenían personal capacitado, ni mucho menos un programa armado. La idea, era empezar con Uman clases que trataran desde lo más sencillo y que pudieran resolver cuestiones tan simples como: ¿qué es jazz? Para la época, la única corriente del género que se respiraba en Medellín, era de la década de los 30, pues no había ninguna propuesta aparte de la Big Band de Medellín, que venía trabajando desde 1988. Juancho Vargas, su director, era uno de los pocos profesores que enseñaba en ese tiempo, pero su dedicación era exclusivamente a los arreglos musicales. Eugene llegó a las aulas a enseñar la teoría para entender el concepto y a armar ensambles para que los estudiantes tuvieran donde practicar. Se dio cuenta que, a pesar de la larga vida del jazz en el mundo, de al menos un siglo de existencia, en Medellín era como manjar exótico para músicos ansiosos por devorarlo. Aunque tuvo dificultad con el lenguaje, pues apenas se defendía con el español, muchas de sus clases fueron traducidas por Pilar Botero, una de las pocas cantantes de jazz de la época y profesora de idiomas, quien fue el puente para hacerse entender. Trajo cajas enteras de partituras, discos y casetes de VHS para enseñar. Era la primera vez que los estudiantes de música de Medellín tenían material contemporáneo para aprender. “Era como traer agua a un desierto. Las personas estaban verdaderamente sedientas por aprender”, recuerda Uman. Estaba comprometido a introducir los diferentes lenguajes del jazz, afirmando que se deben conocer las raíces para establecer las identidades de los artistas, pero hay que tener una propuesta novedosa para poder ser relevante. En 1995 llegó a Eafit a enseñar cursos de extensión de teoría e improvisación de jazz. Su trabajo paralelo, en las diferentes instituciones, le permitió cumplir con su cometido de tomarse la ciudad a punta de jazz pues a donde iba, creaba ensambles con cinco o seis estudiantes. Ese año, por invitación del maestro Juancho Vargas, se presentó con la Big Band de Medellín. Además, conoció a Carlos Averoff, un saxofonista cubano ex integrante del grupo Irakere, con quién formó una alianza musical que fue de gran importancia para la ciudad. Agregando a Carlos García en la batería y Néstor Gómez en el bajo, conformaron el Cuarteto Carlos Averoff, nombrado así por el reconocimiento del saxofonista, con un repertorio de composiciones de ambos artistas extranjeros. Con el Cuarteto, se presentaron varias veces en la ciudad. Luego, Carlos y él se dedicaron a trabajar de manera independiente e hicieron un tour como dúo, con el patrocinio del Banco de la República. Tocaron en escenarios de Cartagena, Bogotá, y otras ciudades, donde ganaron el reconocimiento que en Medellín ya tenían. Para el año 1996, la Big Band de Medellín les extendió la invitación para un concierto conjunto a Uman y Averoff. Esta vez, Eugene presentó dos composiciones: Blues para Urabá y Soul for the city.

Festivales

Hasta no hace mucho la academia musical en Medellín se dedicaba a la música clásica y la música popular no tenía lugar. Aún así, y a pesar del ambiente hostil, Uman seguía creyendo en la ciudad que lo recibió con muchas ansias y en donde ya tenía a más de uno antojado por las enseñanzas que traía sobre el jazz. Entre ellas, estaba Imelda Ramírez, quién en 1997 era la directora de Promoción Cultural en la Universidad Eafit. Ella, estaba en montaje de un concierto con el saxofonista Antonio Arnedo y el pianista Oscar Acevedo, e invitó a Eugene para que se presentara. Pero él tenía otra idea en mente. Vio en este espacio la oportunidad para hacer un evento más grande e incluir algunos de los cerca de 14 ensambles con los que venía trabajando en toda la ciudad. Le propuso hacer un festival de jazz en el que se presentaran los mismos invitados y se diera espacio para los estudiantes. Trabajó y concretó su idea, que se convirtió en el I Festival de Jazz de la Universidad Eafit, la cual estaba a punto de iniciar su propia facultad de música. Con una audición a sus grupos, se seleccionaron 10 y se dividió la programación, con presentaciones durante una semana, a finales de mayo de ese año. Los ensambles eran: Almendra, Mantra, Feei, Colombian Jazz, Alcatraz, Jam, Timbalaye, Byron Sánchez y su grupo, Desatino Jazz Latino, y Expreso Latino. Ese fue el inicio materializado de una nueva generación de jazz para la ciudad. Sin embargo, a pesar de lo exitoso de su labor, en el Vermont Jazz Center –de Vermont, Estados Unidos- le ofrecieron un puesto importante para montar un programa educativo de jazz. Aunque le gustaba lo que estaba naciendo en Medellín, tomó la decisión con su esposa y se marcharon a un nuevo desafío de estabilidad profesional y familiar, ese mismo junio. El festival siguió un par de años más. El año anterior, en 1996, había nacido el Festival de Jazz de Medellín, con Óscar Castañeda a la cabeza. Esta iniciativa incluía a instituciones como el Teatro Matacan-

Concierto en El Acontista

delas y el Pequeño Teatro, y para 1999 obtuvo el patrocinio del parque comercial El Tesoro y su espacio al aire libre, con capacidad para cerca de 10 mil personas. “Los festivales han sido fundamentales porque con ellos surgieron las inquietudes de los músicos jóvenes interesados en el jazz para conocer artistas internacionales y generar propuestas”, afirma Castañeda, director de la Corporación Medearte. Para el 2000 se fortalece el Festival de Jazz de Medellín, y luego tiene el agregado de ‘y músicas del mundo’, pues en la lista de invitados también había nombres reconocidos del latin jazz mundial, así como de la salsa. “Hay que traer de estos géneros porque si no hay con qué la mayoría de gente se identifique, no asisten. Tener simplemente jazz es muy complicado porque tendríamos que tener mucho más presupuesto; para un equilibrio económico hay que mezclar los géneros”, afirma el director de Medearte. Esta premisa es bastante controversial entre los fanáticos del jazz de Medellín, como Gustavo Adolfo Bustamante, productor de los programas radiales Jazzeros y Jazz Sessions: “Se debería mantener la esencia del festival de jazz, pero en cambio se tiene un escenario que trae otro tipo de géneros para poder mantenerse”. Aún así, los 15 años que cumplió el Festival demuestran que es indiscutible el valor que ha tenido para la exposición de los músicos y las nuevas propuestas, incluso de las que se están formando en las instituciones como la Universidad de Antioquia, la Universidad Eafit y la Fundación Universitaria Bellas Artes.

La apuesta al futuro

En el segundo semestre de 2008, la Universidad Eafit abrió las aulas para el estudio de la música de la improvisación, con el primer énfasis de jazz en un pregrado de Música de Medellín. Su Bloque 30 es también cuna de la Big Band Eafit, compuesta por estudiantes del énfasis de jazz y algunos del clásico que aprovechan el espacio para complementar su formación musical. Desde el año 2009 se creó para que los colores, tonos y estilos de los instrumentos se unieran en armonía en la improvisación y la interpretación del género nacido en Nueva Orleans. Por su parte, en la Universidad de Antioquia, todos los lunes desde las nueve de la mañana, suena jazz en un espacio que no da créditos académicos ni tiene calificación. Cerca de veinte estudiantes del pregrado de Música, ansiosos por interpretar música popular en una carrera exclusiva del repertorio clásico, hacen parte de la Big Band de la Universidad de Antioquia. Bajo la batuta del Maestro Jaime Uribe, saxofonista y clarinetista, la inquietud y gusto por el jazz, cómo hacerlo y cómo interpretarlo, tienen una cita cada ocho días en el tercer piso del Bloque 25. Sin embargo, desde la universidad no hay un propósito oficial de tener el género como énfasis. Algo similiar sucede en la Fundación Universitaria Bellas Artes de Medellín, donde no hay un énfasis de jazz, pero se ha venido trabajando para que los estudiantes puedan desenvolver su talento en este género de interés mundial. La iniciativa ha partido por parte de las directivas y profesores, quienes son protagonistas de la escena musical local, como el bajista Néstor Gómez, que presiden materias y espacios académicos que se han fortalecido en los últimos años. Gómez está encargado de los ensambles de la Fundación Universitaria, con los que se monta repertorio de los diferentes momentos del jazz. Son, al menos, siete ensambles que trabajan de la mano del bajista, quien admite que son un gran espacio para que los estudiantes puedan conocer, interpretar y disfrutar el género directamente.

Un futuro con ritmo

La promoción y difusión del jazz en Medellín se ha dado, en gran parte, gracias a los eventos y a los medios de comunicación masiva, en especial la radio. Desde sus inicios en la década de los 40, las producciones musicales de jazz que venían del exterior, se esparcieron a las ciudades capitales de Colombia y fueron ganando espacio entre la alta sociedad. Con los años venideros, la música clásica y el jazz fueron tomando un espacio protagónico en la programación de las emisoras culturales de Medellín. Emisoras como la de la Universidad de Antioquia, Radio Bolivariana, UN Radio, y Cámara FM comenzaron a rotar jazz, a pesar de la escasez de las producciones, en una labor de difusión del género que continúa hasta la actualidad. A través de programas como Voces de Jazz y Sala de Jazz de la Emisora Cultural de la Universidad de Antioquia; Ritmos en jazz, Jazzeros y Jazz Session de las parrillas de la Emisora Sinigual Universidad Católica de Oriente y UN radio de la Universidad Nacional de Colombia; y Notas de jazz de Cámara FM, entre otros, los seguidores de esta música en la ciudad se mantienen actualizados y rememoran con la rotación de clásicos y nuevas tendencias del género. Son además los promotores de eventos como el Festival de Jazz y Músicas del Mundo, pero también de los ciclos de conferencias ‘Locos por el Jazz’ y el proyecto educativo Jazz Camp, ambos organizados por la embajada de Estados Unidos, a través del Centro Colombo Americano de Medellín. Y comentan la programación e incentivan a los oyentes a participar de las noches de jazz que se realizan en diferentes partes de la ciudad. Los lunes, por ejemplo, se pueden encontrar jam sessions de Weimar Escobar y su grupo en El Acontista (Centro), donde están dedicados al jazz, como pocos sitios en la ciudad. En Herbario (Poblado), los martes se disfruta de la música del trío de jazz electrónico Green Monkey, reconocidos a nivel nacional. Los miércoles y domingos, en Bonuar (Industriales), The Big Bones brindan a los comensales toques de soul; mientras que en Al Rojo (Parque Lleras), aunque no tienen nombre, el grupo que anima el lugar todos los miércoles está compuesta por algunos de los más renombrados intérpretes del jazz de la ciudad. Muchos lo ven como un boom, otros como un proceso, otros simplemente están a la expectativa. En lo que coinciden los seguidores y fanáticos, es que el jazz en Medellín está sonando y está llegando a la gente. Eventos para el género, lugares que han hecho nacer bandas, medios de comunicación que difunden la música, nuevas propuestas y academia que forma nuevas generaciones, son factores que alientan y ponen a la expectativa sobre el futuro del llamado género del siglo XX en la ciudad, que siempre ha estado en manos de gomosos y virtuosos. *Este reportaje es un compendio del trabajo de grado en Periodismo, Jazz en Medellín: cuestiones de gomosos y virtuosos. Asesor Luisa Fernanda Restrepo.

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20 De grado

Labradores de futuro Nelson y Heidy tienen mucho en común. Son de Rionegro, trabajan duro para sostener a su familia y son menores de edad. Este fotodocumental da cuenta de su día a día sin descanso, sin tiempo para ser niños.

Katerine Montoya Castañeda ajokacomunicadora@gmail.com

Una fotografía no es una pintura, un poema, una sinfonía, una danza. No es justa ni pretende ser un cuadro bonito. Es, o debe ser, un documento significativo, una declaración penetrante. Berenice Abbott

E

l trabajo infantil es una de las grandes problemáticas que afecta al planeta. Niños y niñas entre los 9 y los 17 años son los principales actores de este drama que sin importar país ni culturas toca a la sociedad, así lo evidencia la Organización Internacional del Trabajo. En un informe difundido con motivo del Día Internacional contra el Trabajo Infantil que se conmemora el 12 de junio 2011, se afirma que los cerca de 215 millones de niños que el mundo son sometidos a explotación laboral, la mitad lo hacen en oficios peligrosos. En Colombia, “según las estadísticas suministradas por el DANE, más de 1 millón de niños trabajan y otro millón de menores realiza oficios en el hogar durante más de 15 horas a la semana”, señala Liliana Obregón, coordinadora nacional para la erradicación del trabajo infantil de la OIT. Este reportaje gráfico documenta las condiciones de vida de dos adolescentes de 14 y 17 años de la zona rural de Rionegro, en Antioquia, que coinciden con una infancia trastornada por el fantasma del trabajo, que invadió sus vidas y que se convierten en una despiadada y continua lucha por sobrevivir. *Este reportaje gráfico hace parte del Trabajo de Grado en Comunicación Social-Periodismo -de la Seccional Oriente de la Universidad de AntioquiaFoto documental: Hijos de la montaña, labradores de su futuro. Asesor Natalia Botero Oliver.

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Nelson “(…) no voy al colegio porque no me queda tiempo después del trabajo”, cuenta inocentemente Nelson de Jesús Quintero Hoyos, un niño de 6 años, desplazado por la violencia, de Aquitania, Antioquia, y trabajador desde los 11. A sus 17 años sueña con ser dueño de un punto de verduras y abarrotes en la galería de Rionegro, para comprarle una casa a su mamá. Sus días son las noches, y las noches el momento de despertar. Se levanta a la 1:30 de la madrugada para ir a trabajar, después camina una hora desde su casa en Alto Bonito a la galería de la ciudad; allí recibe un camión de cebollas, descarga en sus hombros varios bultos y aferrado a un afilado cuchillo, le quita las hojas marchitas para poder venderlas. El hombrecito mayor de su familia y su padre, salen todas las madrugadas de lunes a domingo -a pesar del clima y el peligro de la oscuridad de la ciudad- a luchar por la supervivencia de tres niños más pequeños y otro aún en el vientre, que los esperan en casa para ver qué consiguieron para comer.


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Heidy “Lavar ropa y hacer de comer”, responde Heidy Johana Morales García, cuando se le cuestiona acerca de qué es lo que más le gusta hacer durante la semana. Ella tiene 14 años y sueña con viajar en avión. Es trabajadora doméstica desde los 11 años y debe trabajar para conseguir el sustento para ella y sus cuatro hermanos, todos bajo la custodia de la abuela.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


22 Desde la U

Lo esencial es invisible a los ojos Jorge Luis Borges no podía ver y era un sabio. Él sabía ver de otra manera y por eso no es casual que en la Universidad de Antioquia, la Sala de Invidentes lleve su nombre. Hace quince años nació esta idea que se convirtió en un espacio de solidaridad y mucho corazón.

Cuando se habla de la diversidad en el Alma Mater las voces se afinan y los pechos se ensanchan, y aunque pareciese idealismo y un orgullo “paisa-exagerado”, es cierto que de todas las universidades oficiales del país, la de Antioquia es la que tiene el mayor número de estudiantes con deficiencia visual matriculados y es la que cuenta con un programa pionero que procura el ingreso y permanencia de los alumnos para fortalecer los lazos de inclusión. Un susurro de mágicas palabras fue seduciendo uno a uno a lectores veteranos y novatos, quienes con sus ojos abiertos y sus voces “afinadas” buscaban prestarse a la labor de leer para otros, convocados por el programa Préstame tus ojos. Creado hace 15 años, fue precursor de la Sala de Invidentes Jorge Luis Borges. Y aunque año tras año las novedades tecnológicas y los programas adaptados se fueron sumando a las mejoras en las políticas de inclusión impulsadas por este proyecto, con sus lectores voluntarios, este programa se ha mantenido en pie al servicio de los estudiantes ciegos y de baja visión. Sandra Milena Ramírez Giraldo Marcela Jaramillo, hoy directora de la sala Jorge Luis Borges, avivó el tema de la inclusión en esta Universidad al preguntarse por la permanencia y las garantías acareyneyro@hotmail.com démicas de los estudiantes invidentes en el claustro. Cursando Bibliotecología, ella se encaminó en un proyecto de grado que pretendía romper con los paradigmas en la educación y sobre todo con los estigmas fijados a los estudiantes que no pueden ver con …Nadie rebaje a lágrima o reproche sus ojos, pero que, evidentemente, pueden hacerlo de singulares y múltiples maneras. esta declaración de la maestría Aunque era incierto el imaginarse un lugar adaptado en libros y conocimientos de Dios, que con magnífica ironía al alcance de los estudiantes ciegos, la motivación del proyecto, tomando experienme dio a la vez los libros y la noche. cias de países sumergidos en el tema de la accesibilidad y la inclusión, se fue constru…De esta ciudad de libros hizo dueños yendo libro a audio, lector a estudiante. a unos ojos sin luz, que sólo pueden Desde 1996, jubilados, profesores, estudiantes, jóvenes y viejos se han dado cita leer en las bibliotecas de los sueños en la sala Jorge Luis Borges para sumergirse en lecturas compartidas con los invidenlos insensatos párrafos que ceden tes. Alrededor de 390 lectores voluntarios han pasado por el servicio, y aunque hoy las albas a su afán. el ingreso a Ciudadela Universitaria tenga restricciones y sean unos 60 ojos los que Algo, que ciertamente no se nombra tengan ingreso al claustro, los voluntarios se autonombran como miembros de esta con la palabra azar, rige estas cosas; familia… aunque suela ser dispendiosa la entrada. otro ya recibió en otras borrosas Es así como con persistentes ojos prestados, con experimentados computadores tardes los muchos libros y la sombra. que se prenden día a día, con dos All Reader que escanean línea a línea, un señor Groussac o Borges, miro este querido Jaws que habla sin parar, y esas películas audio-descriptivas que ahondan en las fanmundo que se deforma y que se apaga tasías de unas mentes creadoras de imágenes, es que la sala de invidentes le convida en una pálida ceniza vaga diversas miradas a la Universidad. que se parece al sueño y al olvido.”

Poema de los dones, de Jorge Luis Borges En la plazoleta, en un pasillo, en la Facultad de Comunicaciones, de Ingeniería, de Educación, en la Escuela de Idiomas o el Instituto de Filosofía… los vemos pasar hacia la Biblioteca. Entre comentarios de pasillo, la admiración y el asombro, ellos huelen cada exhalación de los hablantes que tal vez no saben que en un rincón del Bloque 8 están abiertas las puertas de la Sala Borges, un cubículo entre paredes de vidrio que tiene vista a la plazoleta de la universidad y resguarda entre sus asientos las historias de cerca de 48 estudiantes, entre activos y egresados, venidos de otras ciudades y de esta, que son invidentes o tienen baja visión.

Sentir para ver

“Solo se ve bien con el corazón: lo esencial es invisible a los ojos” sentenció Saint Exupéry en El Principito. Con bastón en mano, el silencio de los cánones bibliotecarios se rompe y uno a uno llegan de clase, de un pasillo o de casa los de oídos y dedos lectores, los que escuchan películas, los que alegran los turnos de los monitores en la sala. — “¿Y esa cara?” ¬—pregunta Sulay. — “¿Y esa sonrisa?”, —enuncian Johan o Andrés—. Aunque la callada monitora no ha puesto palabra en su boca; ellos, los de mirada profunda, interrogan su rostro aunque sus ojos no la puedan ver. Con chistes, retos de la memoria y cerveza en mente; Johan, Andrés y Felipe evocan fechas que pocos recuerdan, detalles imperceptibles, salsas y rock and roles que solo un filósofo, un historiador y un profesor podrían aunar. Con tarareadas canciones en acento costero va y viene JuanBe —el de San Juan de Urabá—rompiendo el pasmoso silencio que alberga la biblioteca. Yolanda y Mábel combinan sus roles de maestras con un papel de vendedoras estrellas y catálogo en mano. Sulay, la de trabajos eternos, los niños y mil cosas por hacer. Mónica y su inglés rimbómbate, aunque para la sala Jorge Luis Borges este idioma no sea “realmente” universal. Lilí, Minerva, Trevor y Sachín, los de encuentros con colas meneantes y húmedas narices, en cuatro patas acompañan las clases de sus amigos erguidos en dos: Claudia, David, Diana y Juan Guillermo. Lectores sumergidos entre líneas de libros y voces prestadas, monitores que miran menos y escuchan más, Marcela que pensó un proyecto de menos ojos y más corazón, porque “la gente se imagina al ciego encerrado en un mundo negro”, decía Borges; un mundo que en vivencia no supone noche, solo revela un orbe indefinido por crepúsculos o eclipses de vista, y que se torna desconocido para quienes se limitan a ver.

Johan Rodríguez, estudiante de Filosofía, y Marcela Jaramillo, directora de la Sala Jorge Luis Borges, en entrevista con la Emisora Cultural por sus 15 años de labor.

No. 56 Diciembre de 2011


Opinión

Momentos de vanidad

Pese a que las cuatro generaciones de la familia Zarzur retratadas por la revista Hola están perfectas, con sus blusas impecables, los carrizos coquetos y las espaldas rectas, es una lástima que dos empleadas afrodescendientes se tornen parte del paisaje. No por la foto, una elección desafortunada en un “momento de vanidad” como declaró Sonia Zarzur, sino porque evidencia que la población afro, negra, palenquera y raizal en Colombia aún es excluida. Según el Observatorio de Discriminación Racial, los hombres negros viven en promedio seis años menos que el promedio nacional, mientras que las mujeres 11; su tasa de mortalidad infantil es casi el doble. Además, la probabilidad de que un afrocolombiano pase hambre es más del doble que la de un mestizo.

Por fin rodando

Después de cinco años de espera y trancones, por fin el Metroplús entrará en funcionamiento. Ya era justo que la manida frasecita de “aquí están invertidos sus impuestos” o como dice en alguna de esta páginas “aquí la plata sí se ve” se manifestará con estos buses. La promesa del momento es que los veinte articulados comprados por el Metro a Modansa en Lima rodarán por la troncal entre Aranjuez y la Universidad de Medellín. Con una inversión cercana a los 7 millones de dólares, hasta no ver, no creer.

Monseñor Ordóñez

Es de extrañar la premura con la que el Procurador General de la Nación, Alejando Ordóñez, impugnó la decisión del ICBF de devolverle la custodia de dos menores a Chandler Burr, un estadounidense que abiertamente afirmó ser gay. Tal vez fue ese último detalle de Burr el que molestó al jefe del Ministerio Público y que lo llevó a extremar las medidas monacales con camándula, capilla y todo. Pero extraña ese

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interés por los menores porque ese mismo se desvanece en pronunciamientos en casos como la desviación de Bienestarina al engorde de marranos. Frente el previsible pronunciamiento en el que defienda la adopción por parte de familias conformadas por un hombre y una mujer, habría que recordar que desde 2008 han sido abandonados 3.280 niños, con lo que ya se alcanzan los 9.700 menores adoptables, de los que 8.811 son de difícil adopción. ¿No merecen ellos una familia también, Procurador?

De parte y parte

Es imposible no sentirse tocado por la carta en la que Camilo Jiménez expuso sus razones para renunciar a la cátedra de Evaluación de Textos de No Ficción en la Universidad Javeriana. Claro, es cada vez más frecuente escuchar la frustración de profesores cansados de sus estudiantes o de estudiantes que se sienten desconectados de sus profesores. Pero el debate se polarizó tontamente. Si está a la cacería de culpables, mírese a sí mismo. Recuerde cómo se complació con calentar silla, como si eso fuera suficiente. “¿Tareas? No, eso es para los ñoños”. Recuerde, también cuando de la universidad sólo estuvo esperando el giro. “¿Enseñar? No, ellos ya no aprenden”.

¡Al camión!

Una y otra vez se pronunciaron distintos organismos internacionales en contra de las ‘batidas’. La Defensoría del Pueblo cuenta con múltiples comunicados a los distritos militares recordándoles la ilegalidad de esta medida. Pero no era suficiente. El Ejército siguió sacando sus camiones y, amparándose en la Ley 48 de 1993, los llenó de forma arbitraria con jóvenes que no contaran con su libreta militar. No importaba si esas batidas tenían como dedicatoria a los jóvenes de estratos bajos, ni que aún recogidos en Medellín, algunos fueran abandonados a las afueras de Puerto Berrío. Pero llegó la sentencia de la Corte Constitucional C-879 de 2011, que prohíbe esta forma de reclutamiento. Eso sí, como aquí el Ejército cuando se le viene en gana es dios y ley, ojalá a ésta si le hagan caso.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


Fotografía: Laura Rodríguiez


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