Porfirio Díaz, el héroe del 2 de abril Norberto López Ponce* El Estado de México conducido por la mano segura del gobernador José Vicente Villada, desplegó firmemente la idea modernizadora del presidente de la República, Porfirio Díaz. Por todas partes de la entidad se notó la entrada del progreso económico que ahondó la desigualdad social: ferrocarriles, carreteras, industrias textiles, tecnología agrícola, puentes, calles empedradas, plazas públicas, electricidad, bombillas y motores eléctricos, agua potable, drenaje, desagüe de México, lavaderos públicos, escuelas, instituciones de beneficencia, teléfono, telégrafo, fotografía, cinematógrafo, máquinas de escribir y demás progresos técnicos. Tan importante fue el crecimiento material que las bases económicas del porfiriato sirvieron de plataforma al régimen surgido de la Revolución Mexicana en la construcción del nuevo Estado. Hubo sin embargo grandes deudas: la justicia social y la democracia. El nombre del Héroe del 2 de abril se leía por doquier. El Instituto Científico y Literario adoptó en 1899 el nombre de “General Porfirio Díaz”. Varias escuelas de primeras letras se titulaban “Petrona Mori”; una población de Coatepec Harinas se llamó y llama Porfirio Díaz y muchas calles de los municipios orgullosamente ostentaban el nombre del ilustre oaxaqueño. Asimismo, Toluca recibió delirante a don Porfirio como Jefe del Ejecutivo federal en dos ocasiones: la primera el 30 de octubre de 1897 y la segunda, del 13 al 15 de octubre de 1900. No obstante, cuando renunció a la presidencia de la República en mayo de 1911 obligado por la revolución maderista, también los nombres relacionados con su persona empezaron a ser retirados y borrados. El Instituto Científico, repudió el nombre del héroe y adoptó el del insigne liberal “Ignacio Ramírez”. El héroe dejó de serlo y pasó a la categoría de villano. El hombre necesario de pronto se transformó en dictador. La condena oficial fue fulminante, Díaz iba a sumarse a la lista de personajes aborrecidos: Hernán Cortés, La Malinche, Agustín de Iturbide, Lorenzo de Zavala, Antonio López de Santa Anna, Leonardo Márquez, Félix Zuloaga, José López Uraga, Miguel Miramón, Tomás Mejía, Juan N. Almonte, José María Cobos, Ramón Méndez, en la que también están los mexiquenses, Bachiller Juan Alzaa cura de Tejupilco, el párroco de Tenancingo Epigmenio de la Piedra, el doctor Juan B. Ormaechea, obispo de Tulancingo; los jefes políticos de distrito Manuel de la Sota Riva, Santiago Cuevas y Pascual González; los generales Tomás O´Horán, Juan B. Caamaño, Ignacio Buitrón y Juan Vicario; los coroneles José María Gálvez, Laureano Valdés y Emilio Lambert; los ciudadanos Lindoro Cajigas, Bruno Aguilar y Felipe Chacón, entre otros. Con todo, don Porfirio Díaz todavía tenía amigos. El 2 de abril de 1920 -a cinco años de su muerte ocurrida en París -, “un grupo de agradecidos patriotas del Estado de México” rindió lo que quizá fue el último homenaje público a don Porfirio. Para esa ocasión difundieron un folleto alusivo. Don Silviano García, antiguo porfirista y único firmante, al explicar el motivo del documento afirmaba que el general Díaz fue creador de un periodo de paz benéfico, que como presidente, generó confianza interior y levantó el crédito con el exterior. Enfático, decía: “Quiérase o no, es el autor de nuestro progreso material”, de la que
era mudo testigo la obra pública. Y luego, demandaba un análisis sereno de su obra: “Dejemos que se discuta su personalidad; que se analicen sus errores y sus éxitos serenamente; que se depure la verdad histórica con elevado criterio, para que surja triunfadora la razón. Para escribir la historia de Porfirio Díaz están sus indiscutibles méritos; el respetuoso cariño de los mexicanos libres de prejuicios; la verdad indivisible; la inflexibilidad de la justicia y la conciencia universal”. El opúsculo terminaba formulando una petición que continúa esperando cumplimiento: (…) Él duerme en paz en el amado suelo de la ilustre Francia, mientras llega la hora solemne de que México entero, sin distinción de clases y partidos, reciba en su seno sus veneradas cenizas con todo el amor respetuoso que se merece. Estamos en 2010 y los hombres detentadores del poder surgido de la revolución que derrumbó a don Porfirio Díaz, no acaban de aceptar que sus restos regresen a México para reposar definitivamente en su querido suelo oaxaqueño. Ciertamente el porfiriato como régimen comprendido entre los años de 1876 a 1911 es políticamente irredimible. La crítica que hicieron los magonistas en el Programa del Partido Liberal (1906) y la que hizo don Francisco I. Madero en su libro La sucesión presidencial (1908) y en el Plan de San Luis (1910) continúa teniendo vigencia. Los agravios cometidos contra indios, campesinos, obreros, mineros y trabajadores en general fueron una realidad, lo mismo que la cerrazón a las aspiraciones de poder a los clasemedieros. El balance que resulta de la Historia Moderna, dirigida por don Daniel Cosío Villegas pone de relieve el progreso material del país alcanzado durante los treinta años de conducción porfirista, pero junto a ello, deslumbra la presencia de una sociedad sumamente polarizada, unos pocos ricos y millones de mexicanos en la extrema pobreza, negación de derechos sociales a los mexicanos, desigualdad de oportunidades educativas, inequidad en la distribución de la riqueza, negación al estado de derecho y ficción democrática. Paradógicamente, el régimen político que emanó de la lucha armada contra los agravios porfirianos, es el mismo que luego de casi una centuria, ha lanzado a millones de mexicanos a la pobreza más insultante y a la anulación de esperanzas de bienestar, ha generado situaciones de injusticia desesperante, inseguridad pública y en forma tenaz se resiste a transitar a la democracia plena. Es un régimen que se parece cada vez más al que edificó don Porfirio, y que hoy, se niega a ser generoso con los méritos incuestionables de Díaz, republicano. Xalatlaco El coronel y diputado federal Porfirio Díaz, oaxaqueño de 31 años, tomó contacto con las tierras mexiquenses luego de las muertes, en julio de 1861 de los liberales Melchor Ocampo, Santos Degollado y Leandro Valle a manos de Leonardo Márquez y de las guerrillas conservadoras de Ignacio Buitrón, José María Gálvez, Lindoro Cajigas y otros con cuartel general en Huixquilucan. Indignado de las atrocidades cometidas en las personas de sus correligionarios, Porfirio Díaz solicitó al Congreso dejar su curul para salir a combatir. “Yo soy un soldado. Pido permiso para ir a pelear”.
Concedida su petición, le fue dado el mando de la brigada de Oaxaca acuartelada en el convento de San Fernando de la ciudad de México. Marchó inmediatamente (2 de julio de 1861) a las órdenes del general Jesús González Ortega, jefe de la división de Zacatecas encargada de la campaña para batir a las guerrillas de Márquez. Un día antes, González Ortega junto con el Gobernador del estado de México, general Felipe Berriozábal, había atacado violentamente al pueblo de Huixquilucan y desalojado a las milicias reaccionarias quienes se dispersaron por toda la serranía. En la persecución González Ortega acompañado de 800 infantes, 240 caballos y 6 piezas de artillería llegó a la ciudad de Toluca el 9 de agosto de 1861. De aquí salió para batir a los reaccionarios ubicados en San Felipe del Obraje y Tenango del Valle. El 13 de agosto, el
coronel Porfirio Díaz llegó a Santiago Tianguistenco. Allí fue informado de que Márquez y jefes locales realizaban una concentración de 2,500 hombres en el cercano pueblo de Jalatlaco, con el objeto de reorganizar los contingentes conservadores. En el acto, Díaz ordenó al general José María Carbajal hostilizar con su destacamento de caballería al temible “Tigre de Tacubaya”, a fin de dar tiempo a que González Ortega llegara con la fuerza principal acampada en Toluca. González Ortega llegó a las once de la noche. Para esa hora el coronel Díaz ya había iniciado un ataque sorpresa. El impetuoso coronel había enviado a veinte hombres a capturar una ermita cercana a la iglesia. Luego a la cabeza se lanzó con el resto de sus fuerzas. Los primeros hombres fueron capturados por Márquez y enviados para ser fusilados. Sin protección y apoyo Díaz, se halló atrapado en el atrio de la iglesia a fuego cruzado. Bajo nutrido ataque, los oficiales conservadores pensaron que Porfirio había muerto. En esas circunstancias, el oficial del pelotón de fusilamiento huyó con sus prisioneros yendo hasta donde se encontraba González Ortega para dar la infausta noticia. Creyendo que el ataque preliminar había sido derrotado y el enemigo preparado para repeler el siguiente embate, González Ortega tomó la decisión de empezar el contrataque hasta el amanecer; pero para mortificar al enemigo lanzó varios proyectiles sobre el pueblo. Alertados de la presencia de numerosas fuerzas liberales, Márquez ordenó a su gente salir sigilosamente hacia la montaña. El movimiento de escape fue observado por el coronel Díaz, quien en el acto lanzó un rudo ataque que aisló a 700 hombres con su artillería. La audaz acometida nocturna rindió frutos. Los soldados conservadores fueron desarmados y maniatados. Triunfante, como a las tres de la madrugada del día 14, Porfirio Díaz fue a dar parte al general González Ortega. A esa hora, dice en su libro Carleton Baels sobre Porfirio Díaz: (…) Toda la división se encontraba sentada con sus rifles entre sus rodillas, los oficiales acostados bajo sus ponchos. González Ortega no podía creer en la victoria de Porfirio, y sólo después de mucha insistencia lo siguió a la plaza. Márquez, sin embargo había logrado escapar y encaminado sus fuerzas hacia las poblaciones mexiquenses de Real del Monte y Pachuca. Como consecuencia de la victoria, González Ortega escribió en su parte militar un encendido elogio a la audacia y valor del coronel Díaz y sus soldados oaxaqueños, pidiendo fuera ascendido, como fue concedido, al grado de general de brigada. Pachuca La campaña contra la reacción armada continuó implacable. Leonardo Márquez se había refugiado en Real del Monte y Pachuca con un contingente de 3,000 hombres. Hacia aquellas poblaciones salió de la ciudad de México (18 de octubre de 1861) el general Santiago Tapia acompañado de flamante general de brigada Porfirio Díaz. La marcha fue agotadora y el frío inclemente. Sin poder dormir debido a las bajas temperaturas, los jefes de armas prefirieron continuar el camino. Porfirio Díaz menciona en sus Memorias:
Su cansancio era tal que durante la marcha notando que un soldado se rezagaba, lo pateé con mi estribo; cayó y fue incapaz de incorporarse por sí solo. En medio de esas difíciles circunstancias, Tapia atacó Real del Monte y luego Pachuca (20 de octubre) en combinación con Díaz. Después de sangrienta batalla, Márquez resolvió escapar de ésta última población dejando abandonada su artillería y mulas cargadas de parque. No obstante la derrota conservadora, Márquez se dirigió a Tizayuca buscando el camino para la sierra de Querétaro. Toluca Más adelante, en la defensa victoriosa de la ciudad de Puebla el 5 de mayo de 1862, la brigada Porfirio Díaz posicionada en los llanos poblanos atacó con brío a las fuerzas francesas y luego las persiguió con su caballería. Gracias a su valor, el general Ignacio Zaragoza nombró a Díaz, Jefe de la División La Llave, dedicándose el resto del año a organizar en Oaxaca las fuerzas necesarias para enfrentar la contraofensiva francesa.
En la nueva defensa de Puebla de abril de 1863, durante el sitio tendido por los invasores franceses, la brigada Díaz formó parte del Ejército de Oriente distinguiéndose en el resguardo de la línea asignada por el general Jesús González Ortega, sobre todo en los combates del 25 de abril a lado de los batallones de Toluca. Al efectuarse la rendición del ejército republicano (17 de mayo) a las fuerzas intervencionista francesas, Porfirio Díaz escapó en compañía de Miguel Negrete y Felipe Berriozábal, decidiendo acompañar al Presidente Benito Juárez en su salida de la capital de la República hacia Querétaro. Las fuerzas republicanas abandonaron (31 de mayo) la ciudad de México por dos direcciones: por el camino de Arroyo Zarco y por Toluca. Porfirio Díaz que se hallaba en Ayotla cubriendo la carretera por donde vendría la vanguardia enemiga acaudillada por Leonardo Márquez, se incorporó por el rumbo de Contadero, Cuajimalpa, al Ejército del Centro que mandaba el general Juan José de la Garza. Urgido de arreglar algunos asuntos en Toluca, de la Garza encomendó el mando a Porfirio Díaz. Casi de inmediato, el batallón auxiliar de la “Libertad” que formaba la retaguardia, se sublevó y desbandó en el Monte de las Cruces. Porfirio Díaz refirió a don Benito Juárez: “Perseguí a los sublevados, matando algunos y aprehendiendo casi a todos, y diezmándolos después en el llano de Salazar, en presencia de las tropas formadas”. La noche en Salazar transcurrió entre tiroteos sin consecuencias dirigidos por Ignacio Buitrón. A la mañana siguiente los cuerpos republicanos continuaron la marcha a Toluca. Ante la situación de gravedad, el general Antonio Ramírez, Gobernador y Comandante Militar del Primer Distrito del estado de México declaró (7 de junio) el Distrito de Toluca en riguroso estado de sitio. Porfirio Díaz había permanecido en Toluca cerca de cuatro días sin hacer ningún servicio importante y sin recursos económicos. Cansado de la inactividad, manifestó al general de la Garza la urgencia de obtener dinero para continuar la marcha, en un momento en que los franceses estaban entrando ya a la ciudad de México. Aceptando la situación, el jefe del ejército de Centro reunió a los principales comerciantes de la ciudad a fin de que Porfirio Díaz hablara con ellos. Refiere el coronel oaxaqueño: Al verlos reunidos, les manifesté mi situación y les pedí un préstamo que me facilitaron de buena gana y me produjo una cantidad que no llegaba a $3,000.00. Con esto salí de Toluca. La marcha hacia Querétaro fue penosa. Ignacio Ramírez, El Nigromante, en una carta a Guillermo Prieto comentó: “Desde Toluca a Querétaro, la disentería y otras enfermedades fulminaban la agonía sobre los soldados en marcha; y las filas se entreabrían para abandonar un cadáver a los buitres que nos acompañaban revolando entre las nubes”. Además, continuaba El Nigromante, Juan José de la Garza tuvo el empeño en fatigar a la tropa con marchas inútiles, en desvelarla, en atormentarla con el hambre, en provocar la desmoralización y desconfianza”. Porfirio Díaz confirmó la situación desastrosa del ejército republicano: Pocos días después llegó a Querétaro la columna juarista enteramente destrozadas pues, además, de que las mulas eran insuficientes para conducir su
artillería y bagajes, algunos jefes habían disputado parte de ellas y el camino estaba regado con piezas de artillería y material de guerra, siendo también de consideración las deserciones que habían sufrido muchos cuerpos. Incapaz y agobiado, de la Garza siguió su camino hasta San Luis Potosí para entregar el mando a don Benito Juárez, quien a su vez lo entregó al general José María Echegaray. Tejupilco Situado en San Juan del Río, el general Díaz dedicó tesoneramente los meses de julio, agosto y septiembre de 1863 a recomponer los destrozados batallones, dar instrucción militar, reorganizar su estado mayor y reparar la artillería con el fin organizar un cuerpo de ejército efectivo. Las actividades se realizaban en el momento en que el ejército fraco-mexicano planeaba su marcha hacia el norte de la República. El 8 de octubre de 1863 como parte de la estrategia republicana de dispersar al ejército interventor en todo el territorio nacional, abriendo diversos frentes de guerra, Porfirio Díaz emprendió una audaz expedición con 3,500 hombres por territorio michoacano, mexiquense y guerrerense, hacia Tehuacán y Oaxaca con el fin de poner en pie de lucha al Ejército de Oriente; justo en el territorio suriano donde el mariscal Bazaine no contemplaba el desplazamiento inmediato de tropas. El movimiento se efectuó coincidentemente cuando, los franceses decidieron mover desde la ciudad de México al aparatoso ejército de más de treinta mil hombre hacia un territorio hostil a sus propósitos. La expedición del general Porfirio Díaz fue conocida por el marsical Bazaine (18 de octubre) cuando las fuerzas republicanas se hallaban en Zitácuaro. En ese orden los franceses despacharon de Toluca dos batallones de las fuerzas de Márquez para ocupar Villa del Valle. El desplazamiento causó alarma entre la población, que desesperados pedían la protección de los invasores. Bazaine reclamaba airado al general De Berthier estacionado en Toluca: Deje usted gritar a las poblaciones y no se conmueva exageradamente. Nos es absolutamente imposible estar en todas partes y prestar apoyo a las poblaciones que solicitan socorro en todo el territorio. Lo que pasa en el sur de Toluca, tiene lugar en todas partes. Asimismo ordenó al coronel conservador Laureano Valdés atajar a Díaz a su paso por Tejupilco. El esfuerzo fue infructuoso. Valdés fue derrotado. El 28 de octubre el general Díaz salió con su ejército por el rumbo de Zacualpan y enfiló hacia la plaza de Taxco a la que atacó desde luego. Por estos lugares se unieron a Díaz las guerrillas de Tixtla y las organizadas por Figueroa hasta formar una columna de cuatro o cinco mil republicanos. Sus actos militares fueron reconocidos por don Benito Juárez, nombrando (8 de noviembre) a Porfirio Díaz General de División. El periodo de lucha de 1864 a 1866 fueron años penosos para la causa republicana, y gloriosos para los monarquistas que había logrado instalar a Maximiliano a la cabeza del Imperio mexicano. La correlación de fuerzas militares empezó a cambiar cuando el monarca francés, presionado por los Estados Unidos, tomó la decisión de evacuar sus tropas a
principio de 1866. En este sentido, apenas se retiraban los efectivos franceses de las plazas norteñas e inmediatamente eran ocupadas por los republicanos o tomadas por los conservadores para ser defendidas. Ello ocurrió durante el último trimestre de ese año. Sin muchos hombres, caballos, armas, municiones y víveres, Porfirio Díaz emprendió una vigorosa campaña cuyos objetivos eran Oaxaca, Puebla y la ciudad de México. Un triunfo estratégico logró en Miahutlán (5 de octubre) de donde obtuvo rifles, municiones de infantería y de artillería, obuses de montaña y cientos de prisioneros incorporados a su ejército. Engrosadas sus filas puso en sitio la plaza de Oaxaca (8 de octubre) y ante la inminente llegada de refuerzos imperialistas, cautelosamente salió a detenerlos en La Carbonera. Las fuerzas francesas y austriacas fueron sorprendidas y derrotadas (18 de octubre) en ese punto, obteniendo Díaz más elementos de guerra. Los sitiados al enterarse del desastre rindieron (20 de octubre) incondicionalmente la plaza de Oaxaca. Puebla: 2 de abril
Luego de una fugaz expedición decembrina sobre Tehuantepec, Porfirio inició (26 de enero de 1867) violentamente campaña sobre Puebla y México. Para el efecto requirió del
auxilio de las guerrillas establecidas en las entidades vecinas de Puebla. En el propósito, las poblaciones y los mexiquenses participaron activamente. Díaz refiere en sus Memorias, que el general Rafael Cuéllar organizó fuerzas de infantería y de caballería en los distritos de Chalco y Xochimilco y el coronel Florentino Mercado otra de caballería en los Llanos de Apam. Asimismo, estando ya establecido en Acatlán, estado de Puebla, ordenó al general Francisco Leyva, Gobernador y Comandante militar del 3er. Distrito del estado de México, se apoderara de Cuernavaca y organizara con la gente de allí más contingentes de infantería y caballería. Mientras esto sucedía en Puebla, a la ciudad de Querétaro llegaba (19 de febrero) Maximiliano a encerrarse con el ejército imperialista para intentar la defensa de una corona que se desmoronaba. Los republicanos dirigidos por el general Mariano Escobedo lo cercaron de inmediato con una línea muy débil. La fragilidad de los sitiadores de Querétaro contrastaba con la fortaleza de los de Puebla. Los refuerzos de los estados vecinos llegaron hasta conformar una fuerza de 4,000 hombres que día a día crecía en forma extraordinaria. El 9 de marzo el general Díaz estableció su cuartel general en el cerro de San Juan dando principio el sitio a la ciudad de Puebla. En ese lugar se le incorporaron 400 de caballería venidos de Texcoco al mando del coronel Mucio Maldonado. La trampa de Escobedo era endeble y alarmado por esta circunstancia pidió a Díaz algún auxilio. Fuerte como estaba, envió al general Juan N. Méndez con parte de su división y ordenó que se le unieran las fuerzas del general Vicente Riva Palacio y las de Pachuca al mando del general Joaquín Martínez, Gobernadores y Comandantes militares del 1º y 2º Distrito del estado de México, respectivamente, y las del coronel Florentino Mercado con su caballería de Apam. Las fuerzas despachadas, aproximadamente cuatro mil hombres, llegaron a Querétaro el 23 de marzo. Un día antes, Leonardo Márquez había abandonado Querétaro por el camino de la sierra rumbo a la ciudad de México, con la misión imperial de obtener en la capital recursos pecuniarios y elementos de guerra. Al llegar a la capital de la República (27 de marzo), Márquez recibió noticias de la situación desesperada de los atrincherados en Puebla. En la disyuntiva de Puebla o Querétaro, “El Tigre de Tacubaya” optó por ir primero a Puebla, derrotar a Díaz y regresar a socorrer a su Emperador. Acompañado de cuatro mil hombres de todas las armas, salió (30 de marzo) de México. Esa misma noche, el general Díaz recibió por telégrafo el respectivo aviso del general Francisco Leyva quien con dos mil soldados observaba el movimiento de los enemigos desde Tlalpan. Al día siguiente, sus informantes le avisaron que Márquez había rendido la jornada en Otumba y el día 1º de abril hasta la Hacienda de San Lorenzo. Al anochecer, el general Porfirio Díaz decidió poner en marcha su plan secreto de asalto a la plaza de Puebla. Tres columnas para un ataque en falso al Convento del Carmen y catorce para la ofensiva verdadera con objetivos bien precisos. Toda la artillería distribuida en su línea de aproches. Un monumental lienzo en la iglesia de San Juan que al encenderse daría la señal del ataque verdadero. En el momento decisivo, Díaz vaciló: batir a Márquez, la retirada a Oaxaca o seguir con el plan. Ante la expectativa de que la victoria le abriría las puertas de la capital, a las tres de la mañana del 2 de abril, ordenó el comienzo de las hostilidades. El esfuerzo, la inteligencia, la disciplina, el valor y el sacrificio de los republicanos se vio coronado con el éxito. Puebla cayó en poder del ejército de Oriente.
Por la mañana llegó don Francisco Leyva con mil hombres de las tres armas, y mientras se levantaba a medias el campo de batalla, Márquez había avanzado (2 de abril) hasta la Hacienda de Zolotepec. Allí tuvo noticia de la pérdida de Puebla. Pero dudando de la veracidad de los informantes, envió sus espías a caballo a verificar el informe. Dos días estuvo detenido en ese lugar. Cuando le fue confirmada la noticia ordenó regresar apresuradamente la ciudad de México. Díaz que tenía precisa información de los movimientos de Márquez, envió (3 de abril) la caballería en observación del jefe conservador, pero al notar la contramarcha, ordenó (5 y 6 de abril) acometer la retaguardia. Díaz llegó a la Hacienda de Guadalupe para dirigir los ataques. En ese sitio, se presentó (7 de abril) el coronel Jesús Lalane, avisándole que en un monte cercano a la hacienda de San Nicolás el Grande, tenía 400 caballos y 600 infantes que había organizado en el Estado de México. Como lo importante era detener a Márquez para dar tiempo que el grueso del ejército de Oriente llegara con la artillería, Díaz mandó a Lalane a efectuar una acción suicida. El militar mexiquense cumplió la orden (8 de abril) y fue destrozado por completo en las haciendas de Sotoluca y San Lorenzo. La operación rindió frutos y Márquez se preparó para dar la batalla decisiva. Díaz estableció un cerco en San Lorenzo, pero hábilmente Márquez hizo salir (10 de abril) un carro cargado de dinero para distraer y desordenar las fuerzas republicanas. En el pillaje Márquez abandonó el lugar con rumbo a San Cristóbal Ecatepec, tomando el camino que lleva a Texcoco. Texcoco y Ecatepec Previsor y astuto, el general Díaz ya había mandado a las autoridades municipales de Calpulalpan a destruir el puente de San Cristóbal Ecatepec, único paso posible para la pesada artillería. Para aquel día, la persecución ya era una verdadera masacre. Al llegar a Texcoco los pelotones imperialistas eran masas sin orden ni concierto que buscaban únicamente la salvación. El general Francisco Leyva despedazaba a los que siguieron el camino de Peñón Viejo y el general Díaz, Lalane, Manuel del Toro y Antonio Guadarrama a los que huían por Ecatepec. Imposibilitados para pasar la artillería imperial por San Cristóbal y con el objeto de acelerar la fuga se ordenó volar carros y municiones, arrojar a las barrancas la artillería y abandonar miles de armas. Márquez completamente destruido entró por la noche a la ciudad de México. La caída de Puebla y la derrota de Márquez en San Lorenzo aceleró el derrumbe del imperio (15 de mayo) y la restauración de la República el 15 de julio de 1867. Ya se observaban, sin embargo, serias diferencias entre los dos oaxaqueños. El Presidente de la República, don Benito Juárez era el héroe civil y el General de División, don Porfirio Díaz el héroe militar. *Investigador del Instituto Superior de Ciencias de la Educación del Estado de México.