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Impuestos no impuestos Breve reflexión sobre “Impuestos Voluntarios”

Facundo M. DAIREAUX

Economista.

Hablamos incesantemente del tamaño del Estado y su necesaria reducción para aliviar al sector privado de la excesiva carga fiscal y regulatoria. En Argentina el Estado es casi una religión, como si acaso fuera una entidad divina misteriosamente gobernada por algo que se encuentra por encima de la sociedad. Se tiene una concepción fantasiosa e irrealista, cuando no nublosa, que provoca una pérdida de conciencia acerca de su rol, sus límites, y sobre todo, acerca de cómo se solventa su existencia.

Sin temor a que resulte un tanto ficticio para ser puesto en práctica, y sin intención de plantear un análisis exhaustivo del tema, sino más bien “tirar la primera piedra” para invitar a la reflexión, me pregunto a efectos ilustrativos, ¿cuál sería el tamaño del Estado si acaso los impuestos no fueran impuestos y, en cambio, el contribuyente decidiera bajo su propia voluntad qué porción de sus ingresos desearía destinar al mantenimiento del Estado?

Casi sin margen de error podría decirse que con esta simple pregunta se tomaría otro grado de conciencia respecto de la función del Estado y el tamaño que debería tener. Los contribuyentes estarían obligados a tomar mayor grado de concienca dado que son ellos quienes deben elaborar un juicio de valor propio acerca del tamaño del Estado y las implicancias sociales, económicas y morales del mismo, siendo que son sus aportes los que definen y convalidan su tamaño.

De esta manera, la magnitud de este sería determinado de abajo hacia arriba, es decir, en la dirección contribuyente - funcionario, y no de arriba hacia abajo como ocurre actualmente, distorsionando los incentivos, siendo que precisamente los “mantenidos” por el sector privado son los mismos que definen en qué cuantía deben serlo, y carecen de la conciencia para notar el peso que recae sobre el sector privado (sin entrar aquí en otro debate relevante, el del sistema de elecciones conocido como “lista sábana”, que no hace más que distorsionar incentivos políticos y quitarle representatividad a los ciudadanos). Si los “impuestos” estuvieran definidos como aquello que el contribuyente quisiera aportar bajo su propia elección, se alinearían notoriamente los incentivos de ambos lados, estatal y privado, a reducir el tamaño del Estado.

Si este fuera el caso, en primer lugar el contribuyente se vería forzado a considerar realmente qué porción de sus ingresos quiere destinar a solventar la estructura y no sólo eso, se volvería también en un exigente “consumidor” y auditor, atento a la contraprestación que recibe del Estado, tomando mayor grado de conciencia sobre la conveniencia o no de su intervención

y tamaño. Al mismo tiempo, cada uno probablemente consideraría cuánto aportan sus pares para definir la magnitud de sus propios aportes, y posiblemente habría una tendencia a llevarlos al mínimo y esperar la máxima contraprestación posible de parte del Estado, llevando el tamaño del Estado a su mínima expresión.

Son múlitples las cuestiones que pueden derivar de esto. Uno podría rápidamente considerar que, de ser de esta manera, no existiría el Estado. En ese caso, si eso es lo que optaron los consumidores, así tendrá que ser y apareceran soluciones de mercado (conformado por cada contribuyente individualmente). En otro escenario posible, se llegaría a la conclusión de que el Estado sólo debe cumplir ciertas funciones y que, por ende, los aportes deberían ser los mínimos para convalidarlas. Sea cual fuere la consecuencia última, habría más conciencia de ambos lados, Estado y mercado, y los incentivos estarían mejor alineados.

En segundo lugar, los políticos se volverían también mucho mas conscientes de la necesidad de “crear valor” (o, mejor dicho, de destruirlo en su menor grado posible), siendo que estarían siendo auditados permanentemente por los contribuyentes cuyo aporte es voluntario y cualquier desvío de sus preferencias reduciría los aportes que estarían dispuestos a realizar. Y esto deriva en otro punto a destacar, y es que los contribuyentes notarán que la mejor manera de crear valor acorde a sus preferencias es haciéndolo mediante sus propios medios siendo que nadie representa mejor sus preferencias que ellos mismos, y que el intermediario, en este caso el Estado, no cumple un rol en sí mismo, resultando inevitablemente en una reducción de su tamaño.

Por último, y en la misma línea que el punto anterior, bajo esta lógica se verían drásticamente reducidos, cuando no extinguidos, los incentivos de los funcionarios públicos a permancer en sus cargos, siendo que la escasa previsibilidad que implicaría estar a merced de la voluntad del contribuyente lo obligaría a volverse productivo volcándose al sector privado, lo que a su vez generaría un círculo virtuoso al experimentar estos las implicancias de desenvolverse fuera del sector público, ahora bajo las exigencias reales de los soberanos del mercado, los consumidores.

Esta idea consiste básicamente en inyectar los tradicionales mecanismos de mercado en la definición del tamaño del Estado por parte de cada individuo, mediante el sistema democrático del mercado. Que sean los consumidores quienes decidan en qué medida desean demandar los servicios públicos, si siquiera desearan hacerlo.

La democracia en Argentina no es tal, el sistema electoral está pervertido en esencia por la manera en que está concebido, y ni siquiera el gobierno actúa en representación de la sociedad sino que, en el mejor de los casos, lo hace en representación de sus votantes, la mayoría, como si ello representara a la sociedad en su conjunto.

En el ámbito del mercado libre, el sistema democrático funciona a la prefección, alineando los incentivos entre productores y consumidores. Cada consumidor, al pagar por un servicio o mercancía, está destinando un voto “denominado en moneda”, y la única manera que tiene el productor o empresario de prevalecer y triunfar en el mercado es satisfaciendo en el mayor grado posible los deseos de sus votantes, los consumidores. Cualquier desvíodel productor de las preferencias de los consumidores lo llevaría indefectiblemente al fracaso. Esto es importante remarcarlo para dejar claro que quien determina el éxito del empresario es, a fin de cuentas, el consumidor, quien premia la perspicacia del primero para identificar sus necesidades y ofecer aquello que las satisface. De modo análogo es que podrían aplicarse los mismos mecanismos hacia la definición del tamaño del

El contribuyente está obligado a aportar y el Estado está “obligado” a preservar su tamaño, cuando no a agrandarlo “ ”

Estado. Dada la manera en que está diseñado el sistema fiscal, electoral y laboral en Argentina, la planta permanente del Estado no puede ser despedida y los impuestos son precisamente impuestos, con lo cual estamos en el extremo opuesto. El contribuyente está obligado a aportar y el Estado está “obligado” a preservar su tamaño, cuando no a agrandarlo. La tendencia del Estado a crecer, así las cosas, es infinita. Ahora bien, a mayor Estado, menor mercado. Así, la tendencia del mercado es a desaparecer, y como el Estado no puede desaparecer, la consecuencia última es el socialismo.

Para terminar, invito al lector a preguntarse (i) si acaso está de acuerdo con la presencia del Estado, (ii) si está de acuerdo con su intervención en la vida privada de cada individuo y, si es el caso, (iii) qué porción de sus ingresos estaría dispuesto a concederle para ello

Una vez respondida la última pregunta, invito ahora al lector a preguntarse (i) si acaso está de acuerdo con la presencia del Estado y (ii) si está de acuerdo con su intervención en la vida privada de cada individuo.

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