guión Creedme, los lugares, los momentos, las personas, no importan. Son un ejemplo específico de una realidad general, compleja y defectuosa que no podemos ver. Ejemplos, tristes y mundanos. Como ese hombre allí sentado, cubierto con una gruesa angustia, apoyado en aquellas frías conjeturas inservibles y dejando que un hilo de culpabilidad mane de sus ojos. Mirad con qué soltura y sinceridad se van a acusar este ejemplo de hermanos. Cómo hasta la sangre carece de confianza y ambos escupen envenenadas dudas. Uno, viciado por la vida cruda y libertina, atrapado por costumbres con brazos de mujer y aliento podrido. El otro, igual de desgraciado, de desalmado, anulado y encajado en sus horarios completos y sus drogas de farmacia. Y ahí aparece el héroe que mantiene el desastre a raya. Idealizando y sirviendo a su labor como hacen los ilusos que se enamoran. Cuántos casos habrán roto el corazón de ese pobre y rígido títere... Pero nada se pone tan interesante como ver aparecer la figura de una bella mujer en la distancia. Ellas tienen esa capacidad de hacer que un hombre, un ejemplo de hombre, cometa locuras. Brillantes y atroces locuras. Un ejemplo de ese nombrado desvarío es el que atesora este acogedor hogar. ¿No veis a una niña dulce corretear por los pasillos?... No, yo tampoco la veo. ¿No es genial? ¿Dónde esta la madre sobreprotectora que pregunta por su criatura? La mujer de bata blanca habla de ellas. Pero no comenta el gusto de la ama de la casa por las cortinas del baño. No cuenta que a la niña no le va muy bien en la escuela. No las conoce siquiera. ¿Qué es de ellas? Ah... ahí está la pequeña. Descansando. Soñando con su triciclo y los días que vendrán. ¡Qué bien se comporta, miradla! No hay padre, por muy borracho que cruce la puerta, que quiera quejarse de ella ahora. Que pueda imaginar amoratar sus tiernos y blancos bracitos. Y su ejemplo de madre está con ella. Las dos se han vuelto mejores. La mujer calla. No querrá responder más a las llamadas e injurias de aquella figura que aprendió a oír gritar. Sumisa, bella y pálida mujer. ¿Veis cómo ahora comprendéis que nuestros héroes interroguen a semejante monstruo que tienen delante? Si no sabrá explicarse ni encontrar una excusa que lo saque de allí. Balbuceará que sus noches se pasean solitarias en busca de sustancias que calmen su fervor. Y acaban rendidas a los pies de otra desgracia que les de calor. Pero esa desgracia podría salvarlo y arrancarlo de aquella sala. Ese calor
manoseado tiene más importancia y decisión de lo que su imagen a lo lejos parecía evocar. Una imagen que conseguía sembrar, en al aridez de este personaje, esporádicas sonrisas. Porque nunca se tiene suficiente, ¿verdad? Llegarás a casa, condenado rastrero, y gritarás y reclamarás respuestas de quienes para ti son un detalle apenas. Pues luego buscas más, carroñero. Deseas más. Y no mereces ni una simple mirada, ni un brillo de aquellos ojos que alguna vez te necesitaron. ¿En serio imaginabais que aquel desastroso ejemplo de hombre podía llevar a cabo semejante actuación? Si no es más que un compuesto de inseguridad, cobardía y temor. Hace falta mucho más para ser artista. Más carga de personalidad en las pinceladas. Un carácter saturado y una paleta sin medios tonos. Hace falta esa sonrisa, teñida de codicia. Esa expresión de pasear a la vida atada con correa. De no temer a las acusaciones, pues el miedo es la evidencia. Tranquila, medida y expectante es la tendencia del artista. Y provoca ¿Quién puede resistirse? Se burla. ¿Qué frío espécimen podría no prestar atención a cada idea que sugiere ese perfilado pintalabios? Y ahí está el miedo. Se viste de ira y reproches. Deja en evidencia al menos evidente. ¿Qué clase de protector del orden es éste, que se afecta y cae ante unas simples acusaciones? A no ser que no sean sólo provocaciones. Al fin y al cabo, no hay lugar en la refinada agenda de aquellas piernas sugerentes para amar tanto a un ejemplo de hombre. No hay días donde el deseo de hacerlo suyo acabe en semejante espectáculo. Y ¡mirad! las dudas sobre el fiel compañero van en aumento. ¡Pero qué desconfiado! ¿Qué culpa tiene ese desgraciado reflejo de una sociedad histérica? De calles abarrotadas de ecos de dolor, de insatisfacción. De trastornos y enfermedades que se sanan con vicios que provocan más males. Que mueven la marea de cabecillas atareadas hacia noches insomnes, mendigando soluciones químicas a defectos físicos. Este ejemplo de víctima tiene más de un motivo para ser verdugo. Más de un complejo sin cura que podría explotar en cualquier dirección. Y si las dudas ya están sembradas, sólo hace falta regarlas con pruebas. Pruebas de esas que se cogen con pinzas esterilizadas. De las que la gente se fía por definición,
aunque no sean capaces de entenderlas. Qué no se creería este sujeto si la información viste de blanco, adornada con presuntuosos tecnicismos de laboratorio. Charla tranquilamente con aquella que coge cuerpos y los destripa a su antojo. Amigos, las batas blancas dan un poder exquisito ¡Le pagan por ello! Por haber encontrado en aquellos restos indicios de una droga. De un útil, efectivo, ideal y discreto fármaco que no se consigue fácilmente. Que te regala, apetecible, a los brazos del caprichoso Morfeo. Una simpática y curiosa pastillita que podría suministrarse a, por ejemplo, un desdichado despojo que ansía dejarse abrazar por sus abandonadas sábanas y no pensar. ¿Qué hará nuestro héroe ahora? Se impondrá su deber amado a su alma de fiel amigo? ¡Claro que lo hará! Ha visto cómo lo poco real que le quedaba desaparecía sin remedio. Ha compartido su impotencia, saboreado la amarga pérdida... Conoce mejor que nadie la fortaleza de su compañero. Su dignidad. Y, sin embargo, ¡ahí está! marioneta entre marionetas, voz de una justicia tuerta, ejecutando la lógica más allá de cualquier indicio emocional. Oh, perro fiel, lazarillo incondicional, no puedes fiarte ni de tu gastada sombra. Cuando creías tener algo, un certero apoyo, tu pilar aparta su hombro para dejar que te estrelles. No hay cálidas manos que se ofrezcan para recogerte. Para componer, con las dolidas piezas que quedan de ti, una tímida forma de seguir adelante. No le creas cuando te dice que le duele a él más que a ti. Esa mentira es triste, una excusa pobre para quien carece de empatía. Una salida fácil que simula una comprensión que nunca tendrá efecto. No creas lo que dice. Él no te cree a ti. Es lo mejor de toda esta gran pantomima. Cuando ya nadie confía en nadie. Hermanos, amantes, amigos... todos en una comedia de culpas que van y vienen. ¿Qué importan ya las víctimas? ¿Quiénes eran? Ejemplos de una vida triste, pues su paso no deja ni moraleja. Vayan donde vayan encontrarán nuevos demonios que les arranquen los gastados colores que aun llevan consigo. Arrastrando culpas que nunca les pertenecieron. ¡Por el amor de dios, miradlos! Sirven apenas de enclenques personajes de una tragedia. No podrían, ¡ninguna de esas ratas!, llevar a cabo tan majestuosa obra de arte. Válgame el cielo... ¿En serio habéis pensado que alguno de esos... insulsos, grises, aburridos individuos... podría quitarme protagonismo? Se necesita implicación, amigos. Hace falta más. Hace falta un artista.