Hijas de nadie / La Pregunta

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Hijas de nadie ARLET GALVAN SOLER

La pregunta BIBIANA HUANQUI-BARRERO

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PREFACIO El Plan de Promoción de Colombia en el Exterior es la principal herramienta de diplomacia cultural del Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia. Mediante la realización de actividades en academia y literatura, artes escénicas, artes visuales, cine y audiovisuales, gastronomía y música, el Estado colombiano ha fortalecido las relaciones bilaterales y multilaterales y ha consolidado nuevos vínculos de amistad y cooperación con diversos socios. En el área de literatura, la Embajada de Colombia en Beijing organizó un taller virtual de escritura creativa dictado por la escritora Juliana Muñoz Toro. Durante el taller, la escritora cubrió conceptos fundamentales de la escritura literaria y técnicas que permiten iniciar y desarrollar una buena historia. Dentro de los materiales didácticos utilizados se recurrieron a ejemplos como el cuento “El avión de la bella durmiente” de Gabriel García Márquez y obras de su autoría como el cuento “Afuera solo quedan los gigantes”. Los participantes por su parte pudieron hacer, compartir y recibir comentarios de sus propias composiciones. Esta publicación recoge dos obras seleccionadas. Juliana Muñoz Toro es escritora y periodista colombiana. Con su novela “24 señales para descubrir a un alien” ganó en 2016 el Premio Internacional de Literatura Infantil y Juvenil Tragaluz. También es autora de libros como “Los últimos días del hambre” (Planeta, 2017), “La Quitapenas” (Vicens Vives, 2020), “El vuelo de las jorobadas” (Lazo, 2020) y el papiro/rollo “A la sombra de un naranjo” (Tragaluz, 2020). Juliana es profesora en la Maestría de Creación Literaria de la Universidad Central, además de ser bordadora. 3


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Indice Las hijas de nadie ................................... 7 La pregunta ............................................. 19 Biografías ................................................ 23

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Silvia se sentaba en una silla de color caoba alineada hacia la ventana y no hacia sus dos hijas que jugaban dentro de una cuna en medio del salón. Tenía los labios pintados de un color carmín demasiado fuerte para las tres de la tarde, vestía un vestido de tela negra con topos blancos, no era demasiado corto ni escotado, pero el escote en forma de corazón dejaba ver sus voluptuosos pechos, sabía que llamaría la atención en su barrio de mujeres ricas mojigatas, pero ya no tenía nada que perder. Alternaba su vista entre los coches que pasaban por la calle y el reloj dorado que había en la pared, todavía faltaba media hora. Estaba nerviosa, había hecho eso muchas veces, pero esta vez era distinto. Miró otra vez el reloj y se preguntó si recordaría aquel 17 de mayo de 1973 o sería capaz de eliminarlo de su memoria para siempre. Los gritos de la más pequeña de sus hijas hicieron que fijara su vista hacia ellas, no se levantó de la silla. Después de unos minutos contempló como la mayor de sus hijas con tan solo tres años arropaba y consolaba a la menor de uno. A su hija mayor le había puesto su nombre, el día en que descubrió que estaba embarazada fue uno de los días más 11


felices de su vida, había cumplido su deber como mujer. Era innegable había heredado la belleza de su madre, aunque su tez blanca y su pelo claro podrían haber sido herencia tanto de ella como de su marido, su nariz y sus ojos eran de ella. Su hija pequeña era muy diferente, tenia la tez más oscura y el pelo de color negro azabache, no se parecía a nadie de la familia. Había llegado en un momento en el que no la esperaba y solo Dios sabe los nervios que había pasado durante ese embarazo, así que había decidido ponerle el nombre de su abuela paterna para que todos estuvieran contentos y había funcionado. Con su primera hija su cuerpo había cambiado, pero entonces no le importó tanto porque ya estaba casada. Pero con su segunda hija le dolió más, solo ella sabía las buenas oportunidades que había perdido por culpa de ese embarazo, pero esta vez era la definitiva. La pequeña ya no lloraba, eso la alivió, hoy no tendría migrañas. No se sentía mal al verlas, no tenía nada por lo que sentirse mal. Esas niñas habían nacido en uno de los mejores barrios de Barcelona. Ella no había tenido nada de eso, lo único que se había llevado de su infancia eran unos recuerdos borrosos.

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Recordaba vagamente una casa oscura llena de cajas y sábanas en el suelo, en las que dormían sus hermanos y ella, no recordaba bien cuántos hermanos tenía, pero calculaba que unos cinco o seis. En esa casa no había padres, solo señores que vestían trajes elegantes y pasaban algunas horas en la habitación de su madre, no recordaba el rostro de su madre, pero estaba segura de que debía ser una mujer muy bella porque se lo escuchaba decir a todos los hombres que venían a visitarla a casa. Al recordar aquellos hombres pensó en su marido y se preguntó si alguna niña también lo habría visto entrar en la habitación de su mamá. Su esposo llegaba siempre tarde a casa, todos sabían de sus vicios con las mujeres y la nieve, pero en una familia religiosa de bien, esos temas se ignoraban, las mujeres no tenían voz y los hombres mayores pensaban que eran cosas de la juventud y que todo tenía arreglo. Silvia estaba segura de que no los habían echado de ese edificio gracias a ella, no había nadie en la vecindad que no la adorara, la llamaban Silvita y con su dulce rostro en forma de corazón y esa vocecilla que parecía que nunca había roto un plato, había conseguido engatusar a todos esos estúpidos. Cuando llegaba un nuevo vecino subía a saludarlos con 13


una tarta, cuando alguna de sus amigas se enfermaba le llevaba sopa, y siempre tenía sus puertas abiertas para que los vecinos vinieran a cenar. Si algo había aprendido en el Orfanato en el que se crio, es el poder y la importancia de la comida. Cuando llegó al orfanato pasó mucha hambre, más de la que podía recordar. Las niñas que iban allí eran más corpulentas y toscas que ella. Así que con facilidad le robaban la comida, la ropa e incluso los trapos que usaba para su periodo menstrual. Intentó pedir ayuda, pero ese no era un lugar en que nadie ayudara por mucho que estuviera lleno de monjas que se hacían llamar sirvientas de Dios. En momentos pensó que moriría. Decidió que esperaría en la puerta de la cocina todos los días hasta que necesitaran un par de manos extras, ser ayudante de cocina te garantizaba un plato de comida caliente y el respeto de las estudiantes, por eso era un puesto tan difícil de conseguir. Estuvo tres semanas delante de la puerta ofreciendo su ayuda a todo el que entraba y salía, pero nadie le hizo caso. Su suerte cambió cuando una de las cocineras resbaló accidentalmente y tuvo que ausentarse, todos se 14


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lamentaban de la mala suerte de la pobre Lola, solo Silvia sabía que la suerte no tenía anda que ver en ese accidente. Las niñas habían parado de jugar. La pequeña Silvia mecía a su hermanita para hacerla dormir. Era una niña muy lista y responsable para su edad. Se acordó de ese día en el que llegó a casa después de ausentarse unas horas y se encontró con todo el suelo lleno de bolitas de mercurio de un termómetro que había roto, cuando le preguntó qué es lo que había pasado ella le había contestado que su hermana lloraba mucho y que estaba enferma. Las dos hermanas estaban muy unidas. Ella no recordaba a sus hermanos, pero sí recordaba a Maca, una chica que había crecido en el mismo orfanato y que también ayudaba en la cocina. Maca se convirtió en su mejor amiga, ella le enseñó y le explicó muchas cosas que en ese lugar no se hablaban. No fue casualidad que los sábados por la mañana Silvia se paseara todas las semanas por las mismas calles de Barcelona y se sentara en el mismo banco de la plaza central con sus mejores ropas, esperando a encontrar la oportunidad que necesitaba, le faltaba un año para cumplir los dieciocho, después no tendría a donde ir. Sus compañeras en cambio gastaban los dos duros que recibían en un buen desayuno en el bar del barrio, pero ella prefería gastarlos en el autobús de una hora y media hasta el centro de Barcelona. Estuvo un año haciendo lo mismo hasta que conoció a su marido. 15


Empezaron un noviazgo y entonces además de pasearse por las mejores calles de Barcelona también se sentaba en sus cafeterías a tomar chocolate caliente. Sus compañeras de orfanato siempre le decían que los chicos como él no se casan con chicas como ella, pero su amiga Maca le había explicado muy bien cuáles son aquellos beneficios de los que gozan los maridos y no los novios. Ella sabía que no era su belleza lo que la había salvado, sino su inteligencia. Su vida de casada era todo lo que podría haber soñado, sus suegros les habían pagado la boda y comprado un piso en uno de los mejores barrios del centro de Barcelona. Cuando se casó pensó que el sueldo de su marido era exageradamente elevado, pero ahora le parecía más bien poco contando en los altos gastos de las actividades extras de su esposo. Ella le había dado una hija, pero los viajes, las joyas y la ropa que le había prometido no llegaban y a estas alturas sabía que no llegarían. Hoy se había puesto una pulsera de diamantes que, por supuesto, no le había comprado su marido, pronto tendría más como esa, sonrió. Sus pensamientos desaparecieron con el pitido de una bocina de un seat 128 de color mostaza. Silvia se levantó por primera vez de la silla, agarró dos maletas cuadradas de piel y se dirigió hacia la cuna, besó a la mayor de sus hijas sin pena ni remordimiento y se fue. 16


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Mientras bajaba las escaleras escuchó como su hija mayor empezaba a llorar y la menor la acompañaba. Se habían quedado sin madre y sabía que tampoco tendrían padre, serían unas hijas de nadie como lo había sido ella. Era la primera vez que el coche paraba delante de su casa, entró dentro, besó apasionadamente al conductor y se perdieron en el horizonte. FIN

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Esperó hasta el final para hacerlo, hasta el último minuto. Cada día se repetía como un mantra: “Sólo un poco más de tiempo, tal vez mañana; sí, lo haré mañana”. Pero llegaba mañana y el secreto seguía oculto. Las cosas ocultas tienden a crecer como una sombra que sabes que está ahí pero intentas no mirar con la esperanza de que así desaparezca, pero no lo hace. Esa sombra crece y crece y va tragándose la luz por donde pasa y tú te mueves para que no te alcance, hasta que te arrincona y al final te traga y no queda más que tinieblas. “Para que las cosas ocultas no crezcan es mejor mirarlas aunque lo que vaya a ver me aterrorice” -pensó. Recordó la vez que se raspó las rodillas, codos y el hombro derecho cuando se cayó patinando. ¿De dónde sacaría fuerzas para mirar las heridas? Vería sangre y un poco de las diminutas pepitas grises del asfalto, como granos de arena pegados a la carne viva y adheridos por la humedad de la raspadura que exhibe muchos tonos de rojo, allí más escarlata, aquí más vino-tinto. Algunas veces, si miras de cerca las heridas ni siquiera son tan asustadoras. Pero si no las miraba, no podría limpiarlas. “Okay, mirar es el primer paso”, -se dijo- “luego limpiar”... tendría que restregar la herida para sacar los restos de asfalto... más dolor. Lo que menos quería después del trauma inicial era tener que sentir más dolor, pero había que limpiar y sólo entonces aplicaría un poco de ungüento para aliviarse. ¿Qué seguía después? No las podía tapar, había que dejarlas al aire libre para que sanaran... aprendería a moverse con ellas. 23


Ya no apoyaría el codo así, no doblaría tanto la rodilla al caminar y la transformación comenzaría: la cicatrización. No muy estético, cierto, pero donde la piel estaba en carne viva habría ahora una coraza. Y luego se volvería cada vez más pequeña, y después rascarían un poco, sería su piel avisando que ya no las necesitaba y un día cualquiera, se caerían. Habría nacido piel nueva, otra vez sana, otra vez bella, otra vez vulnerable. Pero quizás la próxima vez que patinara llevaría rodilleras, coderas y casco. Sin embargo, esto era diferente. Lo que sentía no era exactamente miedo de mirar, sino de lo que pasaría después; tenía la certeza de que cuando se revelara el último secreto, moriría. Todo comenzó muchos años atrás cuando Noelia era solo una niña. Miraba desde la ventana de su habitación en un quinto piso la finca que se encontraba justo al frente. Veía pastizales, una casa borrosa al fondo, varias vacas, gallinas, tal vez un perro, ahora no recordaba los detalles excepto por Ana Lucía, su vecina. Una viejecita con cara de uva pasa feliz. Siempre llevaba vestidos largos cubiertos por un delantal que alguna vez fue blanco y botas pantaneras. Su cuerpo de alambre encorvado no hacía juego con la vitalidad de sus movimientos. La anciana había rechazado todas las ofertas de compra de su finca con la misma fuerza que estaba levantada ordeñando desde las cinco de la mañana. Esa era la época en que la ciudad comenzaba a expandirse y construían edificios rodeados de potreros. 24


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Esa simbiosis entre campo y ciudad ya rara vez se ve. Cada mañana, la niña y su madre cruzaban la calle para comprar una cantina de leche fresca. Tras el intercambio, la viejecita miraba a Noelia, metía su mano en el bolsillo del delantal, sacaba un puño que luego giraba y abría revelando en el centro de la palma de su mano, una fragante panelita: un cuadrado color caramelo hecho de panela, leche, canela y moscovado; se la ofrecía mientras guiñaba un ojo y Noelia la tomaba deprisa y sonreía antes de comérsela de un bocado. En una ocasión, vio a lo lejos a la anciana parada en la mitad del terreno, el resto de la escena era el verde del pasto como en baja resolución y sólo la figura de alambre nítida, esperando por ella; La única diferencia era que ahora su delantal aparecía blanquísimo. Intentó caminar hacia ella pero su pie estaba atorado en el suelo: miró hacia abajo y vio que llevaba unas botas de caucho y que estaban hundiéndose en el barrizal pegajoso. Parecía querer tragárselas. Quedó inmóvil un momento... si levantaba la rodilla de sopetón, sacaría su pie pero la bota se quedaría enterrada y tendría que atravesar en medias. Le horrorizó pensar en la sensación del barro tibio y húmedo metiéndose entre la tela y en la tierra comiéndose sus medias. Tendría que atravesar a pie limpio hundiéndose en el barro a cada paso. Respiró profundo y lo intentó una, dos, hasta tres veces, despacio y de distintas maneras.

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Finalmente, encontró el sistema que mejor le funcionaba para caminar sin perder sus botas: levantaba el empeine primero y luego el talón, empeine-talón, empeine-talón y en menos de lo que notó sus pasos la habían puesto al frente de la viejecita. De repente le pareció que todo en torno a ellas desaparecía y quedaban solo las dos, englobando a la humanidad, a la vida entera; dos caras de la misma moneda, la infancia y la vejez. Miró al rededor: cayó en cuenta de que su madre no estaba con ella, aunque sentía su presencia. Tampoco estaba la cantina de leche. - ¿Para qué estoy aquí? Preguntó Noelia confundida. Ana Lucía no abrió su boca sino que metió su mano en el delantal y luego puso su puño frente a ella, lo giró y lo abrió: en vez de una panelita, tenía una piedra pequeña, lisa y ovalada como jade color perla con una inscripción. Noelia la tomó curiosa y aunque no sabía leer, pudo entender perfectamente lo que decía: “Estás aquí para aprender”. Sintió que había recibido un tesoro, un secreto solemne. Sin saber bien dónde guardarla, la apretó en su puño y... abrió los ojos; estaba acostada en su cama con su mano aún apretada. La abrió, estaba vacía. Cuando eres pequeño es difícil diferenciar lo que pasa durante la vigilia de lo que sucede en las fantasías nocturnas. Todo parece una misma cosa, un estado de existencia onírica con los bordes entre un mundo y otro interpolados 26


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como olas que se mueven entre ambas realidades. Por primera vez entendió que había sido un sueño. Aunque tuvo la sensación de que, de alguna manera, la piedrecita seguía en su mano. Algún tiempo después, Noelia y su madre se mudaron a otra zona de la ciudad. Ya no tomaba leche, se había hecho vegetariana, tendría unos 17 años cuando una noche cualquiera ahí estaba la visión tan clara como la primera vez: un fondo verde en baja resolución y Ana lucia parada al fondo esperando por ella. Esta vez las botas no se adherían al barro o tal vez su técnica de caminado permanecía intacta, sea como fuera, parecía más fácil. Iba a mitad de camino cuando notó algo diferente en el paisaje: a su lado había un ternero café, del mismo color de las panelitas, pequeño y tembloroso. Tuvo piedad al verlo. Al mirar sus ojos grandes de agujero negro, supo que estaba perdido. No había vacas por allí. Lo acarició gentilmente y cuidando que sus patas no se enterraran en el barro, lo llevó hasta la anciana quien sabría qué hacer con él. Observó el entorno, esta vez tampoco había cantinas de leche y ya no sentía la presencia de su madre. - ¿Para qué estoy aquí? Preguntó de nuevo. Ana Lucía buscó en su delantal, puso su puño frente a ella, lo giró y lo abrió: tenía otra piedrecita lisa y ovalada como jade color verde con una inscripción. La joven la tomó curiosa y leyó: 27


“Estás aquí para ayudar”. Sin saber bien dónde guardarla, la metió entre su pecho y su camisa, cerca a su corazón. Cuando despertó esta vez no tuvo que verificar si la piedra estaba allí, podía sentirla. Más años transcurrieron. Noelia ya era adulta; andaba muy ocupada con su trabajo y sus facturas por pagar, casi había olvidado los dos sueños, cuando tuvo la visión por tercera vez: el potrero verde en baja resolución, el ternero a su lado -esta vez parecía tranquilo- y Ana Lucía esperándolos al fondo. La alegría de encontrarse de nuevo en ese terreno, se apoderó de ella; puso su mano sobre el morrillo del ternero y le dijo: ¡vamos! Esta vez puso atención al sonido que producían sus botas al pisar el lodazal y le pareció gracioso hacerlas sonar rítmicamente mientras caminaba. Puso más atención: había unas florecitas amarillas diminutas que sobresalían entre el barro y algunas abejas revoloteando cerca. Olía a campo, a grama mojada por la lluvia. Había olvidado ese olor. También había algunas piedras esparcidas a lo largo del trayecto, suficientemente grandes para pararse en ellas así que imaginó que el lodo era lava y se fue brincando de piedra en piedra. En poco llegaron. Estando frente a frente, se miraron, Noelia sintió algo diferente. Un halo de tristeza la cubrió de repente y supo que sería el último encuentro entre las dos: - ¿Para qué estoy aquí?- Preguntó sin estar segura si quería 28


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saber la respuesta. Ana lucía sonrió nostálgica, puso su puño frente a ella, lo giró y lo abrió: tenía otra piedrecita lisa y ovalada como jade, pero con los colores del arcoíris y una inscripción en letras doradas. Noelia la tomó, pero en vez de leerla, la puso en su bolsillo, pensando que quizás, si no la leía, Ana Lucía tendría que seguir apareciendo en sus sueños. El escenario se desvaneció lentamente y despertó. Después de eso cada noche, adormecida, evocaba a voluntad el escenario, a ver si aparecía la figura al fondo, pero no. Metía la mano en su bolsillo, sentía la piedra y pasaba sus dedos por la inscripción, sin leerla. Parecía que las letras cada vez estaban más borrosas. Sabía que si no las leía pronto, se borrarían del todo y ya no podría saber el mensaje. Esperó cuanto pudo, hasta el último minuto, con la esperanza de que si no revelaba ese secreto, su fantasía no moriría, pero Ana Lucía no volvió a aparecer así que finalmente decidió mirar: demasiado tarde, las letras estaban ilegibles. Un dolor profundo se apoderó de su pecho, pensó en el dolor de aquellos raspones que se hizo patinando. ¡No! ¡No podía perder el último mensaje! Cerró sus ojos y con todo su corazón preguntó por última vez: - ¿Para qué estoy aquí? Repentinamente, las letras 29


recobraron su brillo dorado y pudo leer con claridad la inscripción: “Estás aquí para disfrutar”. Mientras aún miraba la piedra, ésta comenzó a desaparecer de su mano. No intentó retenerla. un sentimiento de paz y plenitud llenó todo su ser. Abrió los ojos... y sonrió.

FIN

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Biografías Arlet Galvan Soler Profesora de español en China Instagram: @arletgaso Página web: eleconarlet.com

Bibiana Huanqui-Barrero Psicóloga Máster en Intervención en el Desarrollo y la Educación con más de 10 años de experiencia pedagógica en idiomas, diseño y desarrollo curricular. Nacida en Bogotá, Colombia con padres de Barranquilla. Ha visitado más de 30 países y la lista continúa. Residente en China desde el 2018. También ha trabajado en varios proyectos audiovisuales prestando su voz y actuación al desarrollo de contenido digital de enseñanza. Entre sus intereses están las Ciencias sociales, Artes y Humanidades 33


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