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La reina de “Isla Negra”

Esta historia que les contaré me sucedió hace poco, en mi aún muy reciente pasado como operador turístico en Santiago.

En ciertas ocasiones, yo era contratado para realizar un servicio de tour privado a Isla Negra donde el objetivo principal es visitar la casa museo del poeta Pablo Neruda. Esta historia se relaciona con eso, con un tour que hice a Isla Negra y como una mujer nos sorprendió a todos.

Fui contactado por doña Isabel (nombre ficticio) en el mes de octubre de cierto año. Ella me escribió un e-mail desde Brasil tan corto como incierto: “Estimado don Ricardo, le escribo pues viajaré a Chile en el mes de diciembre con el único fin de visitar la casa de Pablo en Isla Negra. Me gustaría saber cuál sería el valor que usted me cobraría para llevarme hasta allá. Tengo 83 años y viajaré sola”.

No era la primera vez que recibiría personas que viajan solas, no obstante eso, me llamaron la atención dos cosas de esta potencial cliente. Primero, que es raro que una persona de esa edad viaje sola y segundo, que llamara solo como “Pablo” a Pablo Neruda. Respondí el e-mail dándole el valor y me olvidé de ella, pues no recibí respuesta y pensé que quizás habría encontrado caro mi valor o hasta que se había arrepentido de su viaje.

El tiempo pasó y ya iniciado el verano, en el mes de diciembre, recibí una llamada. Era una funcionaria del hotel Ritz Carlton de Santiago, el más caro de Chile. La persona me reclamaba porque yo aún no había ido a buscar a una tal señora Isabel Freitas, pues, yo habría hecho un trato con ella para llevarla a Isla Negra ese día.

Mientras yo intentaba explicarle a la funcionaria que se trataba de un error, que yo no tenía ningún paseo en agenda para allá y bla bla bla, una voz suave me decía: “querido, soy la señora Isabel, venga a buscarme, yo te escribí en octubre, lo estoy esperando en la recepción”… y simplemente cortó. Así que pude asociar todo en mi cabeza, me acordé de quien se trataba tomando la decisión de ir a buscar a esta insólita cliente.

Al llegar al hotel, que siendo bien sincero nunca antes había conocido, recorrí junto a un funcionario unos salones muy bellos, llegando donde ella estaba. Les diré algo, ella parecía una actriz de Hollywood, preciosa, fina, elegante y absolutamente rodeada de señores que oían maravillados como ella les hablaba en un inglés perfecto. Era el centro de las atenciones.

El funcionario anunció mí llegada a la ilustre señora y absolutamente todos los viejos como en un acto de teatro ensayado, se dieron vuelta para mirarme con desprecio. Claro era que no, me llevaría a la Reina.

Por donde pasábamos ella atraía las miradas y su fragancia era realmente maravillosa. Al llegar a mi auto, que afortunadamente había sido limpiado el día anterior y olía a “flower mix”, abrí una de las puertas traseras para gentilmente convidarla a subir, pero ella hizo como si no me hubiera visto, caminó hasta la puerta del acompañante y se detuvo frente a ella diciéndome “quiero ir mirando el paisaje”. Corrí como cabro chico y rápidamente le abrí la puerta para ayudarla a subir, pero un “no necesita” me hizo sacar mis “plebeyas” manos de ella.

Ya sentada la primera pregunta que me hizo fue si era posible que no me fuera por la carretera nueva, sino que por la carretera vieja. Sin siquiera preguntarle el motivo, le respondí que así lo haríamos. Luego me preguntó muchas cosas sobre mi sin darme espacio para yo indagar absolutamente nada sobre ella.

Era simpatiquísima, evidentemente muy culta y como ya les dije anteriormente de una belleza impresionante.

Llegamos a Isla Negra y me pidió que yo recorriera la casa con ella, que pagaría mi ticket. Había una fila enorme para ingresar, pero el guía luego al verla nos colocó en primer lugar, seguramente no sólo por el hecho de tratarse de una persona de la tercera edad, sino por el garbo de esta señora.

Quien ya visitó alguna de las casas museo, sabe que a cada visitante le es entregado un sistema de audio que describe todos los espacios que se recorren, pero ella rechazó el suyo, diciendo que no lo necesitaba.

La verdad yo ya había hecho este recorrido varias veces y sólo me dediqué a seguirla. Nuevamente el efecto en todas las personas era mirarla con admiración, hasta que una mujer también brasileña se aproximó. Yo como “guarda espaldas oficial” de la Reina avivé mis sentidos y presencié lo siguiente: “Disculpe, ¿usted es Isabel Freitas?” (recuerden que es un nombre ficticio). “¡Si querida!” respondió la Reina. Allí mismo la mujer la llenó de elogios, agregando que era su fans, que la admiraba mucho, que había visto todas sus películas, obras de teatro y telenovelas.

Como decimos en Chile, “tate”, ella era entonces una famosa actriz.

Continuamos el recorrido y ella de tiempos en tiempos se detenía y se quedaba largo tiempo prestando atención a los objetos, en mi humilde opinión de menor importancia. También ella repetía de forma constante “esto no era así, a Pablo no le iría a gustar”.

Terminamos el recorrido interior y faltaba ir al punto de culto exterior, en los jardines donde está sepultado el poeta junto a su última esposa. Llegando allá, el semblante de la señora Isabel cambió, pasando de la alegría a una tristeza total. Claro, ella es actriz, yo pensé.

Cuando ya pensaba que iniciaríamos el recorrido de salida ella declamó en un español perfecto y con una voz alta y clara el poema “Si tú me olvidas”, uno de los más bellos y populares del poeta.

Estábamos allí en ese lugar aproximadamente entre ocho y diez personas y todos la rodeamos escuchando petrificados, como fluían mágicas y harmoniosas sus palabras. Por fin, ella terminó y el aplauso fue total, espontáneo y estoy seguro que no sólo a mí me habían entrado unas basuritas en los ojos.

Al terminar, sin decir nada más, ella comenzó a caminar hacia la salida y yo le pregunté si necesitaba pasar al baño y me respondió que no. Luego le pregunté si le gustaría que la llevase a algún otro lugar y nuevamente me dijo que no, pero esta vez me pidió sentarse en la parte posterior agregando que si yo quisiera volver por la carretera nueva no habría problema por parte de ella. Así lo hice y en poco menos de dos horas ya la dejaba en su “palacio de verano” en Santiago.

La señora Isabel me pagó el doble de lo acordado y de nada valieron mis palabras diciendo que no era necesario y ya cuando caminaba en dirección al ascensor, se detuvo y me dijo: “Ricardo, ese poema es mío, Pablo lo escribió para mí”.

Nunca supe nada más respecto a ella, salvo todo lo que indagué en Google de esta verdadera Reina de Isla Negra.

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