ROGELIO GARZA
HIJOS DE LA ANARQUÍA
LUIS IGNACIO HERRERA CRUZ REGRESO A BLADE RUNNER 2049
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ESGRIMA
ANTONIO ZÚÑIGA
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La irresistible renovación del cuento y sus títulos clave CARLOS VELÁZQUEZ
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En esta revisión, el también cuentista Carlos Velázquez ejerce como crítico de su oficio y sus colegas, no sólo actuales y no sólo de nuestro país. El punto central de su argumento destaca un cambio en la valoración de este género por parte de las grandes editoriales. Luego de años de ser desdeñados bajo el cargo de atraer pocos lectores y —por lo tanto— obtener ventas escasas, los volúmenes y compilaciones de cuentos han recobrado su presencia en librerías, así como
el interés de los lectores y la crítica, con nuevas voces a la par de nuevas ediciones de los clásicos modernos y contemporáneos. Más allá de la recensión de los libros de cuentos publicados en 2017, esta entrega considera un periodo más amplio —inicia en la primera década de este milenio— y consigna sus títulos clave, que muestran el regreso de un género cuya renovación, aun si ocurre ante nuestros ojos, no se había señalado con esta claridad y contundencia.
L A IR R ESIST IBLE R ENOVACIÓN DEL CU EN TO CARLOS VELÁZQUEZ
E
l 2017 fue año del cuento. La expectativa creada por el Premio García Márquez; el Premio Ribera del Duero concedido a Antonio Ortuño; el Premio al Mérito Editorial que otorga la FIL a Páginas de Espuma; el Premio Nobel a Kazuo Ishiguro, quien debutó en la literatura con un cuentario, Nocturnos (Anagrama, 2010), pero sobre todo la cantidad de libros de cuentos publicados son prueba irrefutable del buen momento por el que atraviesa el género. Es innegable que se ha presentado un cambio. Por ejemplo, en el plano editorial, las transnacionales, que tenían al género desterrado, retomaron la publicación de libros de cuentos. Esto se produjo gracias al interés que mostraron las editoriales independientes como Sexto Piso y Almadía, por mencionar un par, que arroparon al género. Ante el éxito de algunos libros de cuentos, las editoriales comerciales se vieron impelidas a reconsiderar su política con respecto al género. Otra muestra del interés que despertó fue que las transnacionales comenzaron a fichar autores con un libro de cuentos, como es el caso de Luis Jorge Boone, que llegó a una transnacional con un volumen de cuentos,
Figuras humanas (Alfaguara, 2017), cuando antes era obligatorio presentar una novela si deseabas publicar en una editorial comercial. En el ámbito literario, el fenómeno se puede observar en autores que comenzaron como novelistas y luego dieron el salto al cuento, cuando siempre ocurría a la inversa, como es el caso de Brenda Lozano, Cómo piensan las piedras (Alfaguara, 2017). O en escritores que ante el éxito avasallador como novelistas no olvidaron el género y regresaron a sus orígenes, como Emiliano Monge, La superficie más honda (Penguin Random House, 2017) y José Ovejero, Mundo extraño (Páginas de Espuma, 2017), ganadores del Poniatowska y el Alfaguara, respectivamente. Ocurría que una vez que el autor se consolidaba en el campo de la novela despreciaba el cuento. La prueba más contundente del cambio es que el género ha conseguido sacudirse la mala fama que pesaba sobre él en cuanto a su impopularidad. Es decir: que no vende. Escritores, editores, editoriales y lectores han coincidido en revalorizar el género. No hay duda de que se ha experimentado un renacimiento en la materia.
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LA ERA OSCURA Sería irresponsable declarar que el cuento había sido desterrado del panorama. Durante los años que el mundo editorial le dio la espalda, el género continuó practicándose. Y su supervivencia en el terreno editorial se aseguró gracias al Estado. En cuanto a México. En España, la editorial Páginas de Espuma ha apostado por él desde hace veinte años. Tanto en el extranjero como en nuestro país el cuento se dedicó a resistir. Por supuesto que existían ediciones. La línea de Cuentos Completos de Alfaguara ha sido un referente. Con autores como Rubem Fonseca, Elena Garro, Dahl o Faulkner. Pero aunque la labor de esta colección es importantísima no daba reporte de lo que sucedía al momento. Por otro lado, existían cuentistas comprometidos que continuaban su ejercicio a contracorriente. Guillermo Samperio, Eusebio Ruvalcaba, etcétera, quienes ante el desinterés de los grandes sellos recurrieron a otros para mantener vivo el cuento en las mesas de novedades y librerías. Si existe un periodo en donde el cuento se desdibujó, sobre todo en parte de los años ochenta y noventa, se debió a que antes hubo una época de esplendor. Durante los setentas el género era bien visto en el medio. Las colecciones Serie del Volador y Nueva Narrativa Hispánica de la editorial Joaquín Mortíz se convirtieron en todo un referente. Libros como Inventando que sueño de José Agustín y La noche navegable de Juan Villoro hablaban de nuestro país como una tierra de cuentistas de vanguardia y experimentales, con una preocupación por revitalizar el género. El abandono editorial no fue rotundo. Existieron intentos en las dos
décadas siguientes por no dejar morir el género. Pero fracasaron. Entonces las editoriales comprendieron que mientras tuvieran los cuentos completos de Julio Cortázar no se necesitaba nada más. Pero en el Estado las cosas operaron de distinta forma. Dentro de sus distintas colecciones publicaban títulos de autores emergentes. Los Cincuentas, serie de autores nacidos durante esa década, se consagró casi en su totalidad al cuento. Aparecieron antologías de narradores como Francisco Amparán y Emiliano Pérez Cruz, entre otros. Y en su Fondo Editorial Tierra Adentro se editaban volúmenes de cuento de escritores noveles. Y con los premios que año con año lanza, como el Comala, antes Torri.
LA PERNICIOSA INFLUENCIA LATINOAMERICANA Uno de los motivos que también propició el estancamiento del género en México fue la poca circulación de libros de autores posteriores al boom. Mientras en Argentina los post-borgeanos ya habían trascendido lo canónico del boom, con libros de relatos como Matando enanos a garrotazos de Alberto Laiseca o Mis muertos punk de Fogwill, que daban la espalda al realismo mágico, en nuestro país los modelos narrativos a imitar estéticamente eran Cortázar, Fuentes y Onetti. Lo mismo ocurrió con la genealogía gringa. La concepción del cuento de Poe no había podido trascenderse. Esto no era necesariamente negativo. Pero ya había autores que habían actualizado la estructura que planteara en La filosofía de la composición. John Cheever fue uno de ellos. Pero en México no circularon sus libros con fluidez hasta años después. Lo más modernista era Hemingway. Lo cual tampoco era reprobable como influencia. Sin embargo, el cuento ya había sufrido una experimentación con La pesca de la trucha en Norteamérica de Richard Brautigan. Una obra que tradujo Federico Campbell pero que tuvo poca repercusión en la formación de los cuentistas. La pesca de la trucha en Norteamérica era un volumen en el que el tema principal de todos los relatos era la pesca de trucha. Fue una de las obras más importantes
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en hacer hincapié en el sentido de unidad en un libro de relatos. Pero lo que ocurría en tiempo real con el cuento gringo era un misterio. Faltarían años para que se presentara la renovación del género en el gabacho, con los autores que sucedieron a la Generación X o algunos que son contemporáneos pero no pertenecieron al movimiento. Con libros como La niña del pelo raro (Debolsillo, 2003) de David Foster Wallace, Jóvenes hombres lobo de Michael Chabon (Debolsillo, 2006), o con los autores de Generación quemada (Siruela, 2005), reunidos por editor italiano Marco Cancini en la antología del mismo nombre. El cuento en México había terminado un ciclo. No tendía puentes con otras tradiciones. Su único alimento era el boom. Lo que fue degradándolo hasta que se consideró, si no un producto menor, sí prescindible.
UNA LENTA RECUPERACIÓN Lo anterior produjo un efecto negativo. En la década de los noventas era común, entre la gente que se dedicaba a la literatura, que las compilaciones de cuentos gozaran de una pésima reputación. Incluso se presumía que tal o cual título tenía un buen texto y los demás eran de relleno. Se concebía el volumen con la conciencia de que el libro como una totalidad no importaba. Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma, refiere que su sello no está interesado en publicar libros con cuentos sino libros de cuentos. Concebidos como tales, proyectados y con un cuentista detrás. Para Casamayor el libro de cuentos es un objeto que debe ser valorado en su totalidad. Que se divide en distintos momentos, va en varias direcciones, pero que debe tener un orden y un equilibrio. Algo que los una aunque sea invisible. Puede ser un tema o estilo, pero que haga que las historias convivan. Esta manera de observar al género se perdió en México durante el tiempo en que el cuento estuvo arrumbado. Sin embargo, se presentó un texto que no sólo recuperaba esta visión e iba más allá, además de respetar el género a cabalidad. El Gran Preténder (Tierra Adentro, 1992) de Luis Humberto Crosthwithe obedecía a las leyes
“EN LA DÉCADA DE LOS NOVENTAS ERA COMÚN, ENTRE LA GENTE QUE SE DEDICABA A LA LITERATURA, QUE LAS COMPILACIONES DE CUENTOS GOZARAN DE UNA PÉSIMA REPUTACIÓN.”
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“A LA FORMA TRADICIONAL HEREDADA DE POE LA PARTIERON EN DOS. BORGES LA LLEVÓ HACIA EL RELATO EN ‘EL INMORTAL’ Y CORTÁZAR HACIA LA NOVELA CORTA EN ‘EL PERSEGUIDOR’. LO QUE SUPUSO UNA LIBERTAD INÉDITA PARA EL GÉNERO.” enunciadas por Casamayor. A menudo considerado como novela, se trata de un libro de cuentos dividido en tres historias. Uno que se aleja del modelo cuentístico gringo y latinoamericano y comienza a introducir una nueva manera de narrar en nuestro país. De ahí que sea el libro sea etiquetado como novela. Crosthwhite es uno de los primeros que empieza a cabalgar entre géneros. Pero El Gran Preténder crea ese efecto al que alude Casamayor. Plantear un universo. Esa convivencia entre las historias era algo que no se advertía en nuestras letras desde hacía tiempo. En 1998 se produjo un acontecimiento que sería beneficioso para el género. La publicación en Tierra Adentro de Gente del mundo de Alberto Chimal. Desde que incursionó en la literatura, Chimal se convirtió en incansable promotor del cuento. Amén de practicante. Sostiene un sitio web, Las historias, dedicado al género. Además de ser su publicista número uno, Chimal se ha dedicado con devoción a mantener el género en activo a través de talleres tanto en la Ciudad de México como en el interior de la República. Su aportación como alentador es incalculable. Gracias a su insistencia el género ha podido recobrarse con mayor rapidez del bache que atravesó en el pasado. Como escritor, Chimal ha cultivado el género por más de dos décadas. Y lo ha ensayado desde distintos modelos, hasta incursionar en la microhistoria. Pero a pesar de su amor por el género, como autor es multitask. Novelista, ensayista, articulista. Es una máquina imparable al servicio de la literatura. Cuando el género estuvo moribundo, Chimal fue uno de los que no dejó de aplicarle el desfibrilador. Es el responsable de que haya resucitado. Como mencioné, no es que el cuento estuviera en una tumba, pero comparándolo con su situación actual es evidente que regresó del mundo de los muertos.
Dos de los cuentistas más sobrevalorados de los últimos años, Ricardo Piglia y Roberto Bolaño, francamente pésimos, no tardaron en manifestarse en este campo. Para mala fortuna de ellos, lo que decretan en sus credos está ausente en sus volúmenes de cuento. Más que una reflexión es un acto de arrogancia, por parte de ambos. En un momento en que el cuento no urgía de una revalorización académica, manifestaron su punto de vista como una manera de maquillar sus deficiencias como cuentistas. Un efecto que han replicado los malos cuentistas hasta nuestros días. Cómo saber qué autor es un pésimo cuentista. Sencillo, es aquel que se desvive por demostrar lo contrario. Si existe un verdadero revolucionario en cuanto a una concepción teórica del cuento moderno es Rodrigo Fresán. Pero su teoría está contenida dentro de los cuentos mismos. En las historias de La velocidad de las cosas (Mondadori, 1998) Fresán escenifica sus ideas sobre el género en el interior de las tramas. Y va más allá. Se burla de los teóricos. El cuento “Apuntes de una teoría del cuento” habla de esa hiper conciencia que tiene el cuentista de sí mismo como animal creativo. Antes de Fresán, los dinamitadores más radicales del género habían sido Borges y Cortázar. A la forma tradicional heredada de Poe la partieron en dos. Borges la llevó hacia el relato en “El Inmortal” y Cortázar hacia la novela corta en “El Perseguidor”. Lo que supuso una libertad inédita para el género. La estructura planteada por Poe, planteamiento-clímax-desenlace ya no era el único método para contar un cuento. Fresán abreva de ambos. En Historia argentina tiene historias que apelan a la redondez del relato propuesta por Borges y en La velocidad de las cosas las que apelan a la novela corta.
Con Borges, Cortázar y Fresán quedó claro que un cuento no podría determinarse por su extensión. Fresán tiene cuentos de sesenta páginas. La velocidad de las cosas es el mejor libro del género en los últimos cincuenta años.
EL SENTIDO DE UNIDAD El sentido de unidad conseguido por La velocidad de las cosas tiene un precedente, Vidas de santos del mismo Fresán. Pero como producto literario, La velocidad de las cosas está a años luz. Cómo concibió Fresán que debería escribir libros de cuentos con unidad temática es un misterio para mí, puesto que nunca he tenido oportunidad de preguntárselo. Podemos intuir que leyó La pesca de truchas en Norteamérica. Sin embargo, esa voluntad por el libro de cuentos como un todo, se replicó en México tres años después. Y qué propició esto es una incógnita aún más incontestable. Que autores en distintos continentes coincidieran en esta manera de abordar el género. Broadway Express (Cal y arena, 2011) de Iván Ríos Gascón es uno de los libros, desde El Gran Preténder, que han conseguido consolidar el sentido de unidad con gran fortuna en la narrativa mexicana del siglo XXI. Y además puso de relieve un discurso sobre el cual hacía tiempo no se reflexionaba. La extensión de los libros de cuentos. Es algo que está en Fresán, La velocidad de las cosas tiene quinientas páginas. Pero en México los volúmenes de cuentos tienden a no rebasar las ciento cincuenta páginas. Broadway Express tiene 279. Por supuesto el número de páginas no determina la calidad. Pero Broadway Express comenzó a socavar ese tabú que existía sobre la extensión del libro de cuentos. Un libro del género con más de doscientas páginas ya no resulta antiestético.
LA RENOVACIÓN EN CURSO Durante la primera década del 2000 la renovación del género se puso en marcha, principalmente, como ya se mencionó, por el riesgo que se atrevieron a correr las editoriales independientes. Y porque el género tenía
LOS TEÓRICOS DEL GÉNERO Desde Poe, los cuentistas comprometidos se han sentido en la obligación de arrojar una teoría que explique los mecanismos que atañen al género. La filosofía de la composición es la primera tentativa. Los grandes maestros replicaron este ejercicio, Chéjov, Quiroga. Sin embargo, conforme esta práctica ganó prestigio en los circuitos académicos, muchos escritores desarrollaron su teoría gratuitamente.
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una cuenta pendiente con el mundo editorial comercial. Así como la crónica tuvo su auge, las transnacionales se dieron cuenta de que también podrían vender libros de cuentos. En México los que abonaron a este despertar fueron los escritores nacidos en los setentas. Que más que derecho de piso para luego saltar a la novela, nacieron con la vocación de cuentistas. Autores como Antonio Ramos o Alberto Chimal, por mencionar a dos, y la publicación de libros como Lontananza de David Toscana le inyectaron vitalidad al género. Las generaciones previas practicaron el cuento, en algunos casos con mucho éxito, pero fueron los nacidos en los setentas los que no se conformaron con libros con cuentos de relleno y comenzaron a meditar sobre los alcances que el género proponía. Pero en algo parecen estar de acuerdo las generaciones de nacidos en los cincuenta, sesenta y setenta, una de las grandes obras de la literatura mexicana es un libro de cuentos, El llano en llamas. México es una tierra de cuentistas. Y era cuestión de tiempo para que el género fuera retomado con la seriedad que amerita. Y esta seriedad no tiene nada que ver con otra cosa sino con su práctica y su constante avance y transformación, la exploración del género. En el plano netamente escritural abundan ejemplos de la transformación en curso. Desde Jesús Gardea los autores no se asumían como cuentistas con tanta convicción. Pero lo mejor que le ha ocurrido al género es que ha conseguido reposicionarse en el gusto del lector. Ya existe un público que busca específicamente libros de cuentos y relatos. La creación de un mercado no es determinante para la sobrevivencia del género pero sí habla de la diversidad de la que se compone nuestra literatura.
EL DESTACAMENTO FEMENINO El cuento siempre ha tenido en las mujeres una de sus fortalezas. En México existe una sólida tradición de mujeres cuentistas. Elena Garro, Amparo Dávila, Beatriz Espejo, por mencionar algunas, son ejemplo de cómo las mujeres han profundizado en el género. Y en Estados Unidos también existen figuras que lo han realzado, como Carson McCullers, cuyo centenario ha vuelto a poner su obra en circulación, entre la que destaca La balada del café triste (Seix Barral,
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“MANUAL PARA LAS MUJERES DE LA LIMPIEZA COSECHÓ UN ÉXITO DE PÚBLICO Y DE CRÍTICA INSTANTÁNEO Y REVELÓ A LUCIA BERLIN COMO EL SECRETO MEJOR GUARDADO DE LA NARRATIVA GRINGA DE ESTE MILENIO.” 2017), un libro que es ya un clásico, con portentos como “Wunderkind”. O la recién descubierta Lucia Berlin, cuyo Manual para las mujeres de la limpieza (Alfaguara, 2016) cosechó un éxito de público y de crítica instantáneo y la reveló como el secreto mejor guardado de la narrativa gringa de este milenio. En este segundo aire, o tercero o cuarto, que acontece en el cuento se ha desatado una avalancha de mujeres cuentistas en México y el continente. Brenda Lozano cuyo libro mencioné anteriormente, Paulina Flores, Qué vergüenza (Seix Barral, 2017), Guadalupe Nettel, El matrimonio de los peces rojos (Páginas de Espuma, 2013), Samanta Schweblin, Pájaros en la boca (Almadía, 2010), Alejandra Costamanga, Imposible salir de la tierra (Almadía, 2017), Legna Rodríguez, Mi novia preferida fue un bulldog francés (Alfaguara, 2017), Sara Mesa, Mala letra (Anagrama, 2016), Mariana Enríquez, Las cosas que perdimos en el fuego (Anagrama, 2016), Liliana Colanzi, Nuestro mundo muerto (Almadía, 2017), Claudina Domingo, Las enemigas (Sexto Piso, 2017), Gabriela Torres, Enfermario (Tierra Adentro, 2010), Romina Reyes, Reinos (Montacerdos, 2014), son algunas de las que se han puesto al servicio del género y con gran calidad, además. En generaciones anteriores la mayoría de los autores tenían desconocimiento unos de otros. Es decir, Vargas Llosa y Fuentes se carteaban, pero fuera de los escritores de primera línea lo que ocurría debajo no trascendía o no salía del país. Hoy, con la aportación de internet, conocen en tiempo real lo que está ocurriendo en distintos países. Esto conforma un bloque, no es que ellas sean un grupo o una generación, pero son un conjunto de cuentistas que se acompañan y tienen noticia y se leen entre sí. Lo cual otorga un panorama comprobable, no sólo la idea de qué es lo que se escribe en la actualidad.
UN NUEVO DIAGNÓSTICO Sería demasiado entusiasta afirmar que el género está del otro lado. Alejandro Morellón, El estado natural de las cosas (Caballo de Troya, 2017), ganador del Premio García Márquez de este año, dotado con cien mil dólares, declaró lo complicado que había sido publicar su libro. Los volúmenes de cuentos no abren las puertas como una novela. Pero el criterio editorial de los grandes sellos se ha modificado. Esto no es determinante para la sobrevivencia, pero es un hecho positivo que cada vez haya más títulos del género en las mesas de novedades. En su teoría, Hemingway afirmaba que el cuento era como un iceberg. Que debía contar dos historias. Una visible y otras subterránea. Cortázar equiparaba al cuento con el nocaut del box. Para mí el cuento es como un penalti. Sólo tienes una oportunidad. Y no lo puedes fallar. El penalti se puede meter de diversas formas. De rabona, al ángulo o al centro. Pero todas las formas deben atender al final sorpresivo. Lo que hace al cuento único. Y cuyo nivel de exigencia es un reto. Existen relatos redondeados impecablemente. Pero nunca serán superiores a un cuento escrito bajo las leyes de Chéjov o Poe. El cuentista debe ser un orfebre. No es lo mismo escribir un relato que meterse en el programa de estructurar un cuento. En crear un tejido semántico que domine el modelo planteamientonudo-desenlace y final sorpresivo. El cuentista no debe ser perezoso, su deber es perfeccionar la técnica, dominar la forma. Algunos narradores se han manifestado en contra de este corsé. Pero hay una diferencia entre el relato y el cuento. Y quien pise los terrenos del cuento debe respetar las leyes como un futbolista atiende a las reglas en la cancha. A menos, claro, que metas un gol con la mano, pero eso sólo lo ha podido hacer Borges.
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Los títulos clave ••• 1. E L LIBRO DEL AÑO Quemar las naves. Los cuentos completos Angela Carter Sexto Piso, 2017. La publicación de La cámara sangrienta (Sexto Piso, 2014) fue todo un acontecimiento para los lectores en español. Puso al alcance de todos a una escritora de primerísimo orden. Este año, Sexto Piso ha cometido una hazaña monumental. La edición de los cuentos completos de Carter. Basta leer la primera historia, “El hombre que amaba a un contrabajo”, para ser seducido. A un músico que toca en lugares de mala muerte un día en una trifulca le destrozan su instrumento y se ahorca. Puro power.
2. W E WON ’ T GET FOOLED AGAIN La vaga ambición Antonio Ortuño Páginas de Espuma, 2017. Las dos primeras historias del libro son chafonas. Pero de “Quinta temporada” al final, este libro es un monstruo. “Quinta temporada” es un acto de prestidigitación narrativa portentosa. Una burla al mundillo de las series de TV. “Provocación repugnante” es la burla, bien contada, magistralmente contada, sobre el triunfo de un eterno perdedor. La joya es “El príncipe con mil enemigos”. Qué dominio de la estructura tiene Ortuño. Es un master. “La batalla de Hastings” es una canción de The Who. De ese nivel. Es una metáfora sobre un arte que cada vez importa menos pero que existen necios que lo mantienen vivo: la escritura. Sin ser cursi, nos dice que sigamos adelante. Después de Quemar las naves es lo mejor de este 2017.
3. N I FU NI FA Días de whisky malo Daniel Salinas Basave Universidad Autónoma de Nuevo León, 2016. Este libro fue finalista del Premio García Márquez. Honestamente no sé por qué. El título es horrendo. Y tiene una prosa tan desaseada y descuidada. Salinas no tiene la más mínima idea sobre la estructura. La primera historia, “Saurio sangrante”, cuenta la historia de un sujeto al que le van a amputar una extremidad y con ella se va a ir un tatuaje. Es digresivo hasta la asfixia. Es bastante complicado seguir la lectura. Cuenta miles de cosas y nunca ocurre nada. Al final ni vemos que le amputen el pie al personaje. Y así todo el libro.
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4. U N APRETÓN DE TUERCAS Las cosas que perdimos en el fuego Mariana Enríquez Anagrama, 2016. Hay en este libro cuatro historias brutalmente contadas. Una maestría y una clase que hablan de un linaje narrativo de altura. Pero el resto queda a deber un poquito. Hay soltura para desarrollar las historias, pero al momento de cerrarlas algo falla. No cabe duda de que Enríquez va camino a convertirse en una de las mejores cuentistas de la lengua. Además de que trabaja con una materia que hace tiempo nadie tocaba con tan buena fortuna: el horror. Es digno de admirarse.
registro de un periplo, una existencia no secreta, paralela. Un pulso que continúa latiendo. Hace más falta este Pérez Gay.
5. T ACHAS Y PERICO
8. C IUDAD J UÁREZ NUMBER ONE
La misma nota, forever Iván Monalisa Ojeda Sangría Editorial, 2014. Monalisa Ojeda es toda una leyenda. Vive en Nueva York de ilegal y sus historias son sobre vestidas adictas al crack. Nueve historias, noventa paginitas, pero qué mega librazo. Una pluma potente. Se parece mucho a Lemebel, pero tiene su propia voz. Su personalidad es más borde todavía, y no quiere hacer del mundo un mejor lugar con la literatura. De sobrevivir en una cara y dura Nueva York es de lo que se trata. Todo el tiempo buscar el alimento. Es como estar en el apocalipsis permanente. Ojalá saqué otro libro pronto.
Kentucky Club Benjamín Alire Sáenz Mondadori, 2014. A unos pasos de la garita que está en el centro de Juaritos, en la calle de Juárez se ubica el Kentucky Club, famoso porque en su interior se inventó la margarita. Es el punto de encuentro de los personajes de este librazo de Alire. Historias fronterizas pero sin el cliché del sin patria. Aquí hay dos patrias y muchos sentimientos encontrados. En todas las historias aparece la cantina. No es un escenario simplemente. Es el gran personaje de este libro. Alire ha conseguido hacer de este recinto un punto alto en nuestra literatura.
9. I’ M DERANGED
6. E L MÁS AMBICIOSO Figuras humanas Luis Jorge Boone Alfaguara, 2016. Boone se ha atrevido a hacer lo que casi ningún cuentista hace: estructurar un ambicioso proyecto en torno a un tema, el desamor. Trescientas páginas de cuentos, en cuatro bloques y un epílogo. Ah, y un poema. Que el autor consideró rompedor, pero que no aporta nada al libro. Es innecesario totalmente, pero es el capricho de meter la poesía hasta en la sopa. Fuera de eso, este es un librazo. Una demostración de músculo narrativo. “Arriba pasan cosas raras” es uno de los mejores cuentos que se han escrito en este país en los últimos años.
7. M ENUDO LOS DOMINGOS Arde, memoria Rafael Pérez Gay Tusquets, 2017. Pérez Gay hace tele, columnas, es editor y vende menudo los domingos. Todo esto hace que se nos olvide que detrás de este hombre orquesta hay un escritor. Y de los buenos. Si El cerebro de mi hermano era el viaje hacia la nada, Arde, memoria es una exploración del espacio íntimo. Se trata de una antología hecha por el mismo autor, sobre su vida en el cuento. Un libro que llega en el mejor de los momentos. Cuando el relato está reposicionándose. Es el
Broadway Express Iván Ríos Gascón Cal y arena, 2011. Las atmósferas de este monstruo de libro nadie las ha conseguido en la literatura mexicana. Lleno de intensidad. Parece un guión de una película de David Lynch pero sin la mamonería pedante de hacerse el raro per se. Historias de personajes en Nueva York que se entrecruzan. Música, mucha música. Y el terror bajo la piel. Casi trescientas páginas de pura levadura. Qué vida tan intensa debe llevar Ríos Gascón para escribir de esta manera.
10. S OBREDOSIS DE CUMBIA La Monalilia y sus estrellas colombianas Nazul Aramayo Tierra Adentro, 2017. En este libro hay un cuento sensacional: “Navideath en San Pedro”. Con una determinación firme por contar una historia. Estructurado de manera maestra. Además es una historia de metaleros que venden Bon Ice. Desafortunadamente el resto del libro no es así. El resto de las historias parecen capítulos de una novela donde el mismo narrador aparece en cada cuento. Aramayo se instala en una zona de confort y no sale de ahí. Mención aparte merece su dominio del lenguaje. Es espectacular, por eso mismo debería de esforzarse en salir de esa zona de control. Y también explorar otros temas. Ya nos dijo muchas cosas sobre la cumbia. Tiene que diversificarse. Tiene que ir al encuentro del narrador que lleva dentro. Es una promesa, no hay duda, pero si tira güeva no se va a cumplir.
11. M IS MUERTOS PUNK Cuentos completos Fogwill Alfaguara, 2009. Siempre que nace un nuevo cuentista lo relacionan con Carver. Es un lugar común que da
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pereza. Hay autores que son una escuela en sí mismos. Y como cuentista Fogwill es más experimental, más versátil y más arriesgado. Y no tiene nada que ver con Carver. Las historias de Cuentos completos son de lo mejor en el género desde Borges. Es un libro para releerse, meditarse, es una máquina de pensar que te pone la mente a trabajar. Y además de todo eso es puro corazón. “Japonés” es uno de los mejores cuentos que se hayan escrito en cualquier idioma.
12. L A REVELACIÓN Cómo piensan las piedras Brenda Lozano Alfaguara, 2017. Desde Todo nada, su debut, se observaba en Lozano una vocación por contar una historia. Esto puede resultar una obviedad, pero existen muchos escritores que no tienen ese talento. Lozano ha dado un salto al cuento, un movimiento arriesgado, y se ha revelado como una cuentista habilísima. “Martina” es una historia fuera de serie. Sobre una pianista improvisada que desemboca en un absurdo y tiene un final sorpresivo como pocos se han visto en un primer libro de cuentos. Está conectado con “Wunderkind” de Carson McCullers.
13. L O SOBRENATURAL
COMO PRIMERA LENGUA
Nuestro mundo muerto Liliana Colanzi Almadía, 2016. En Latinoamérica la literatura iniciática es bastante frecuentada. La adolescencia, el primer sexo, las primeras borracheras son temas que se tocan una y otra vez. Se ha caído en un abuso. Sin embargo, Colanzi le da un giro a esta corriente y con “Alfredito” nos demuestra que existe una manera distinta de contar la misma historia. Y además lo hace con un ingenio fuera de serie. Esa es una de sus más grandes virtudes. La gran imaginación que posee. Es una lástima que se tarde tanto tiempo en publicar porque te deja con ganas de más.
14. U N CLÁSICO La balada del café triste Carson McCullers Seix Barral, 2017. Con motivo del centenario de McCullers se ha puesto a circular su obra completa con prólogo de mujeres escritoras. La balada del café triste es un libro de cuentos fuera de lo ordinario.
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Con una historia perturbadora, la que da título al libro, y luego con un grupo de relatos que produce el efecto de sentir que son dos libros en uno. Esto no es negativo. El libro ha envejecido de una manera tremenda. “Madame Zilensky y el rey de Finlandia” es de una ironía tan sofisticada que espanta. La balada del café triste es ya un clásico. No hay duda que McCullers es mejor cuentista que Hemingway.
15. E L DEBUT Las enemigas Claudina Domingo Sexto Piso, 2017. Sorprende mucho que Domingo tenga un debut tan sólido. Un primer libro de cuentos casi siempre es un tanteo en la oscuridad. Pero en este caso, no. Desde antes de sentarse a escribir, Domingo tenía un plan. Y una estructura delimitada sobre su trabajo. Y el resultado es un libro que destaca por su factura. El sentido de unidad es algo que no suele preocupar a los narradores debutantes, que aquí Domingo afianza a partir de la leyenda azteca del Mictlán. Hay un gran trabajo detrás de este volumen. Notable.
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Mientras agonizaban los noventa Bruciaga hizo su debut literario con un libro de relatos. Pero nada de literatura iniciática. El cuento que cierra el volumen es sobre un travesti que tiene sexo con la policía en un Torreón como el de ahora, culerísimo. Bruciaga fue el pionero en este campo. En escribir abiertamente de las vestidas. Y por supuesto que fue transgresor. Por el atrevimiento y porque hizo algo que debemos aplaudirle: no se autocensuró. Contó lo que pocos se habían atrevido antes en la literatura mexicana. Hoy es de lo más común, con lo cool que es ser queer. Pero en esos años era todo un quemón.
16. L A ESTRELLA DE ROCK
19. Y SIGO SIENDO EL REY
El desapego es una manera de querernos Selva Almada Random House, 2016. ¿Hay algo que haga mal Selva Almada? No sé si cocine o pinte, pero si lo hace seguro deber ser genial. Porque es una gran novelista y una grandísima cuentista. El desapego es una forma de querernos es una reunión de historias que produce también el efecto de ser varios libros. Almada es una cuentista muy versátil. Puede contar las historias de muchas maneras, es decir que domina varios modelos. Los cuentistas por lo regular se apegan a una manera de contar una historia y de estructurarla, Almada ataca las historias desde distintos modelos. Lo mismo se mueve en el relato corto que en el de extensión media.
Cuentos completos John Cheever RBA, 2012. La Biblia. Con perdón de Chéjov y de Poe, Cheever ha sido el mejor cuentista de la historia. Y este titán es la prueba viviente. Podría pegar aquí los millones de elogios en que se deshace Fresán sobre el que considera uno de sus padres narrativos, pero me los ahorraré. Cada una de estas historias tiene una factura impecable. Cheever perfeccionó el arte del cuento como nadie. Estos cuentos no incluyen Fall River, su primer libro, porque no está a la altura de su creador. Todos abordan la estructura con una devoción incansable, excepto “Miscelánea de personajes que no figurará”, en el que Cheever se toma la licencia de jugar con el lector.
17. E L MILAGRO Manual para mujeres de la limpieza Lucia Berlin Alfaguara, 2016. La traducción de este libro ha traído muchas alegrías. Su redescubrimiento es lo mejor que le ha pasado a la literatura en años recientes. En unos años este libro será tan importante como cualquiera de Cheever o de McCullers. Decía Fogwill que el arte de la literatura no tenía nada que ver con la pertenencia a un mercado editorial. En vida Berlin no pudo vivir de la literatura, publicó sin éxito. Pero no cejó en su empeño y continuó escribiendo esta obra maestra para la posteridad.
18. M E SOLTÉ EL CABELLO Y ME VESTÍ DE REINA
Tu lagunero no vuelve más Wenceslao Bruciaga Moho, 1999.
20. E L PEOR LIBRO DEL AÑO Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino Julián Herbert Random House, 2017. Este libro tiene todas las luces de no haber sido planeado. Parece que el autor juntó textos sueltos para entregárselos al editor para que dejara de molestarlo. Si Canción de tumba se quiere disfrazar de novela, este pretende hacer pasar por cuentos unos relatos fofos. En la primera historia es claro como Herbert justifica su pereza para estructurar una historia. Para él atender a las leyes del cuento es fascista. Y qué ocurre, que se queda en chistorete ontológico. Ser un buen prosista no es suficiente. Cambiar oro por espejitos una vez va, pero ya dos veces. Ojalá un día Herbert se deje de hacer el gracioso y se ponga a trabajar.
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Una teleserie que llegó a su conclusión en 2017 es Sons of Anarchy (Hijos de la anarquía). De ahí procede esta retrospectiva de un “estilo de vida” en Estados Unidos: el de los motociclistas —bikers— con sus agrupaciones delictivas y violentas como Los Ángeles del Infierno. La historia que inspira esta serie exitosa coincide con la regresión supremacista y aldeana de la era Trump, en una extraña reivindicación política, ideológica, donde estos grupos antes perseguidos hoy disponen de un entorno favorable.
DE Á NGELES INFER NA LES A HI JOS DE L A A NA RQU Í A ROGELIO GARZA
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a trepidante serie Sons of Anarchy, sobre un grupo biker en California, atizó la moda de rudos motorizados acá y allá, donde tuvieron un considerable peso electoral en la elección de Donald Trump, además de ofrecerle seguridad en campaña. Perseguidos en los años cincuenta y sesenta por contraculturales, los bikers transitaron hacia la delincuencia, la industria de las choppers y el mundo del entretenimiento.
LOS AÑOS 40 Y 50: POSTGUERRA, PRENSA, CINE El fenómeno de las pandillas motorizadas brincó a los tabloides en 1947 con el incidente de Hollister, California. Patriotas de la Segunda Guerra Mundial carentes de reconocimiento oficial y social, cuyo nacionalismo los encadenó desde entonces a sus pesadas y ruidosas Harley-Davidson. En 1948 se formó el primer Hell’s Angels Motorcycle Club en San Bernardino, atribuido a la familia Bishop (los Teller-Morrow de la serie), ex pilotos de guerra que se llamaron así por la película de Howard Hughes, Los Ángeles del Infierno (1930). De ahí la estructura militar, los códigos y la obsesión por las armas. Lo que prendió como pólvora en 1953 fue la película El Salvaje de László Benedek con Marlon Brando. Se basó en un cuento corto de Frank Rooney sobre Hollister, “The Cyclist Raid”, publicado en 1951. Con Johnny Strabler y The Black Rebel Motorcycle Club nació el arquetipo del outlaw, forajido o desterrado, como se denominó después. Esta película, así como Rebelde sin causa de Nicholas Ray con James Dean, y la novela En el camino de Jack Kerouac, movieron a los chavos hacia los años sesenta.
EL NUEVO PERIODISMO Y EL OJO GONZO En marzo de 1965 sucedió otro incidente en Porterville. Time, Life y Newsweek calificaron los hechos como un problema de seguridad nacional, pero el asunto fue retomado por el nuevo periodismo y el Gonzo. En su reportaje The Electric
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Acid Kool-Aid Test (1968), Tom Wolfe les dedica el capítulo 13. Frente a los hippies y universitarios de Berkeley, “Los Ángeles del Infierno eran vida real. El peligro potencial era palpable. Nunca se fían de nadie que no haya estado en la cárcel”. Wolfe describe con detalle la relación del movimiento psicodélico con Los Ángeles del Infierno y señala —citando a Hunter S. Thompson— que los intelectuales de California los cubrieron con “una aureola romántica de alienación, de generación en rebeldía”. En ese periodo se arrancaron a distribuir LSD y marihuana en California, luego se extendieron al tráfico de todo lo demás. Hunter S. Thompson se integró al club de Oakland durante un año para escribir el reportaje The Hell’s Angels. The Strange and Terrible Saga of the Outlaw Motorcycle Gangs (1966) —traducido en Anagrama como Los Ángeles del Infierno. Una extraña y terrible saga—, el libro que casi le cuesta la vida. “Hay una diferencia importante entre ser perdedor y forajido. Uno es pasivo y el otro es activo. Los forajidos actúan los sueños de millones de perdedores”. Hasta la fecha, el reportaje de Thompson es el documento periodístico más completo al respecto. En una frenética corrida de casi trescientas páginas retrató la vida y el pensamiento de los miembros más prominentes. Estibadores de los muelles y bodegas, camioneros, mecánicos, obreros automotrices y metalúrgicos, ladrones de coches y motos. Aplicaban para el seguro de desempleo, lo suficiente para vivir y pasar el tiempo necesario en la motocicleta. Otros eran mantenidos por sus esposas y novias, las mamas. El Ojo Gonzo registró el origen, pensamiento, códigos y costumbres de los bikers en su apogeo contracultural. Y predijo el futuro sociopolítico de Estados Unidos, el ascenso de los desterrados al poder, al notar que el punto de vista colectivo de los bikers siempre ha sido fascista: Como la mayoría de los grupos bikers, Los Ángeles son férreos anticomunistas y firmes patriotas. Su visión política se limita al patriotismo retrógrada que motiva al Ku Klux Klan y al Partido Nazi Americano —organizaciones que reaparecieron este año en Charlottesville.
DE OAKLAND PARA EL MUNDO Thompson y Wolfe reconocieron a Ralph Sonny Barger como “el jefe supremo de Los Ángeles del Infierno” desde finales de los cincuenta. Fundó el Club de Oakland en 1957 y a los ochenta años mantiene el liderazgo en más de cincuenta países. Ninguna fuente para conocer el fenómeno como su autobiografía de 2001, traducida en 2015 en España como Ángel del Infierno: Vida y andanzas de Sonny Barger y el Club de Motoristas Ángeles del Infierno. Personaje que ha sobrevivido al abandono materno y paterno, accidentes en moto, golpizas, cuchilladas, balaceras, bombazos, cárceles, sustancias, esposas, cáncer y acoso policiaco. Fue un adolescente que creció “inspirado” por Chino, Lee Marvin en El Salvaje, el contrincante de Johnny que montaba una Harley. A los catorce años se enroló en el ejército en busca de una familia, donde los veteranos de Corea lo adiestraron en la ciencia de las Harleys, las armas y las tácticas de combate. Al salir formó el Club de Oakland, un ejército de “hermanos” motorizados. “Esta vida me ha dado libertad y hermandad”, afirma, pese a un historial que incluye veintiún arrestos, tres años y seis meses en libertad condicional, y trece años encerrado en diversas prisiones (incluida Folsom). En la cárcel se dedicó a leer, ejercitarse, aprender a tocar la guitarra y a mecanografiar. Nadie imaginó que publicaría seis libros. Su versión de los hechos durante el Verano del Amor, las manifestaciones anti Vietnam en Berkeley, y la escena trágica de Altamont, contrasta la historia oficial. El romance lisérgico entre los bikers, los hippies y los commies terminó cuando una decena de Ángeles rompieron las manifestaciones en 1965. Declararon a la prensa que estar contra las fuerzas armadas del país era antipatriótico y publicaron el telegrama que le enviaron al presidente Lyndon B. Johnson, ofreciéndose para ir al frente a pelear por la libertad. “Ningún hippie es mejor que el peor de nosotros”, aseguraban. El Club de Oakland empezó a modificar las motocicletas para crear las primeras choppers. Harley-Davidson los odió y les hizo la vida imposible por alterar sus diseños con
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partes hechizas, como los manubrios ape hangers que hacían con las patas cromadas de las mesas de formica. Con el paso de los años, la industria de las choppers y el “estilo de vida biker”, las cosas cambiaron. Ya se habían convertido en una atracción mediática, cobraban por entrevistas, fotografías y apariciones en el cine y la televisión. Pero las guerras entre Ángeles, Bandidos, Outlaws y Pagans, las cuatro organizaciones más grandes, echaron a andar la maquinaria legal RICO (Racketeer Influenced and Corrupt Organizations), que terminó por encerrarlos.
SONS OF ANARCHY, LA CULTURA DE LA VENGANZA Fieles a sus orígenes cinematográficos, Barger y Los Ángeles del Infierno participaron en las películas Ángeles del Infierno sobre ruedas (1967), Hell’s Angels ’69 (1969), el documental de Richard Chase y Leon Gast, Hell’s Angels Forever (1983), y Dead in 5 Heartbeats (2012), cinta independiente producida por Barger, basada en su novela y dirigida por Jeff Santo. La serie Sons of Anarchy está basada en su autobiografía, él aparece en dos temporadas como Lenny The Pimp (el viejito en la cárcel que habla a través de una válvula
“LA SERIE SONS OF ANARCHY, CREADA POR KURT SUTTER, FUE VISTA POR TREINTA MILLONES DE PERSONAS, SEGÚN TV BY THE NUMBERS.”
El sino del escorpión
en la garganta, se la colocaron en 1983). La palabra más repetida a lo largo de la serie, capítulo tras capítulo, es retaliation. Un término del vocabulario trumpiano: habrá represalias, venganza. En un artículo publicado en The Nation (“This Political Theorist Predicted de Rise of Trumpism”, 2016), Susan McWilliams analiza el surgimiento del trumpismo a partir de la lectura de Hunter S. Thompson acerca de los desterrados (o left behind people), motivados “por una ética de total retaliación” contra la América avanzada y tecnologizada que los ha excluido. Por eso viven aferrados a sus torpes y pesadas Harley-Davidson, enamorados de su sonido, cuando lo único que tienen frente a las motos japonesas y europeas es la personalidad. Thompson adivirtió que “son los heraldos de un tiempo oscuro y peligroso que se aproxima”. La serie creada por Kurt Sutter mantiene al espectador con los pelos de punta durante las siete temporadas. Estuvo al aire entre 2008 y 2017 y fue vista por treinta millones de personas, según TV by the numbers. Una historia veloz y atroz que engancha, personajes aviesos y auténticos bikers en escena (David Labrava, Chuck Zito, Rusty Coones), con sexo, sustancias, violencia y rock a pasto. Parece que ser un bandido en motocicleta (o pretender serlo) es cool. Pero dice uno de los personajes de Dead in 5 Heartbeats, “todo el mundo es rudo hasta que conoces a uno”.
DIVERSIDAD Y BIKERS FOR TRUMP Las historias contadas por bikers están recopiladas en el libro Ridin’ High, Livin’ Free: Hell-Raising Motorcycle Stories
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(2001). Cuarenta y dos testimonios recopilados por Barger con Keith y Kent Zimmerman. Se sabe que entre bikers campea el racismo, sin embargo, en estas páginas puede leerse la diversidad de agrupaciones moteras, los hay blancos, negros, latinos, orientales, europeos, femeninos, cristianos, nazis, legales, ilegales, pobres y ricos. Cada pueblo tiene su motorcycle, desde Berdoo hasta Metepec. Tarde o temprano los pequeños y los emergentes se afilian a los mayores. En la mayoría de los casos han tenido que ser flexibles en el aspecto racial por cuestiones estratégicas de expansión. En vez de guerras hacen alianzas y mantienen buena relación con sus vecinos negros. Así han logrado expandirse a los cinco continentes y formar redes. Aquí se puede atisbar la psique de dichos personajes, algunos de los cuales se organizaron recientemente para apoyar a Donald Trump y ofrecerle seguridad voluntaria en su gira de campaña. Se trata de los veteranos del Irak liderados por Chris Cox, Bikers for Trump 2016, blancos cristianos que apoyan la construcción del muro entre México y Estados Unidos, defienden a balazos la posesión de armas, desean repatriar a todos los extranjeros y ven con buenos ojos el discurso populista de Trump respecto a hacer grande a América con más empleos, mejores salarios y menos impuestos. Se autodefinen como “guerreros sin nada que perder” y no hay una cifra exacta de cuántos son, pero en su página de facebook Bikers for Trump 2020 suman más de 268 mil. Son los desterrados en ese territorio salvaje que Hunter S. Thompson llamó Reino de miedo, pero en vez de caballos van montados en motocicletas. “Iron Horse / Born to Lose”, cantaba Lemmy Kilmister de Mötorhead. C
Por ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza
El futuro de la red y Decidim EL FIN DE AÑO llega con inquietantes
noticias sobre internet y el futuro de las redes sociales, según comprueba el alacrán, en línea desde su nido en la grieta del muro descarapelado. La nueva ola conservadora echó abajo la neutralidad de internet en Estados Unidos, una medida implantada para evitar el manejo discrecional y parcial de la red por parte de los grandes proveedores. La directiva fue derogada por la Comisión Federal de Comunicaciones de ese país y en consecuencia los mayores consorcios proveedores de internet como Comcast o Verizon podrán discriminar según sus intereses los portales electrónicos a los cuales dan servicio, pudiendo disminuir su velocidad en internet o incluso suspender su transmisión en línea. El arácnido recibió también alertas sobre el conflicto de la prensa europea con las compañías de internet Google y Facebook. Nueve agencias de prensa
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europeas, la española EFE, la francesa AFP, la alemana DPA, y la italiana Ansa, entre otras, instan a la Unión Europea a aprobar una directiva para obligar a esos gigantes de internet a pagar “derechos conexos” por la difusión de sus contenidos. En 2016 Google obtuvo 20 mil millones de dólares de beneficios y Facebook alrededor de 10 mil millones, y en ambos casos la información es el principal motivo de acceso de los internautas. Pero ni Facebook ni Google tienen redacciones, equipos periodísticos en Siria jugándose la vida, ni una delegación permanente en Zimbabue, subrayan con razón las agencias de prensa, y rematan duro y a la cabeza: “Al poner a disposición de los internautas de manera gratuita el trabajo de las agencias, los beneficios de esas compañías se disparan al tiempo que los de las agencias se derrumban” En tanto, la guerra cibernética sobre
la cual advirtió en su anterior entrega el venenoso se ha desatado en México con las precampañas electorales. Los diputados priistas ya se protegieron las espaldas y aprobaron una reforma al Código Civil federal para “considerar como hecho ilícito la comunicación, a través de cualquier medio, de un hecho cierto o falso que pueda causar deshonra, prejuicio, o exponer al desprecio a alguien”. Ante el peligro orwelliano de la medida, el artrópodo insiste en la consulta de la plataforma digital para la democracia participativa Decidim, desarrollada por el Ayuntamiento de Barcelona. “Decidim emerge como ejemplo de las ‘redes políticas’ caracterizadas, frente a las ‘redes sociales’, por hacer del vínculo político y la construcción de inteligencia y voluntad colectivas el centro de su diseño y estructura”, lee el escorpión en ese portal y llama a los internautas a consultarlo (https://www.decidim.barcelona). C
LA NUEVA OLA CONSERVADORA ECHÓ ABAJO LA NEUTRALIDAD DE INTERNET EN ESTADOS UNIDOS
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Siete lustros después de la pieza original, Blade Runner —cuya propuesta cinematográfica y estética la convirtió en obra de culto—, una de las películas más atractivas y comentadas del año fue sin duda su secuela tardía, Blade Runner 2049, donde el creador de la primera, Ridley Scott, mantiene su presencia pero cede la dirección al canadiense Dennis Villeneuve. El resultado cautiva por su espectacularidad y belleza visual, cuya trascendencia permanece como tema de discusión.
Blade Runner 2049
LOS R EPLICA NTES CONTR A L AS EXPECTATI VAS IGNACIO HERRERA CRUZ
E
stamos tan lejos de 1982, fecha del estreno de Blade Runner, como ese año de 1947, año de Los mejores años de nuestra vida (The Best Years of Our Lives) de William Wyler, un éxito crítico y comercial en Estados Unidos, actualmente olvidado; también de Al borde del abismo (The Big Sleep) de Howard Hawks que pervive por la buena química que alcanzaron elenco, guionistas y director para ser un ejemplo modelo del film noir. Por el lado nacional se vieron La diosa arrodillada de Roberto Gavaldón o Los tres García de Ismael Rodríguez, excelentes registros dramáticos o cómicos y de construcción de estrellas, pero no hubo en el caso estadunidense ni en el mexicano películas revolucionarias o innovadoras del lenguaje cinematográfico. Tampoco la ciencia ficción era un género vigente, su momento no había llegado aún.
CUANDO EL CINE REINABA En 1982 veíamos ya otro tipo de cine tras el revival de Hollywood desde fines de los sesenta con la política de autor. Tuvimos con un fuerte impacto visual y auditivo la minoritaria Diva de JeanJacques Beineix y con un alcance más amplio Mad Max 2 de George Miller que cristalizó una estética postapocalíptica. Al lado del fracaso taquillero y de apreciación original de Blade Runner en Estados Unidos, hubo en ese 1982 un triunfo casi total con E.T., el extraterrestre de Steven Spielberg. Con el tiempo, la cinta de nombre raro y que no deja indiferente a casi nadie se ha vuelto un referente del cine; en cambio la de Spielberg ha permanecido, lograda y efectista, pero difícilmente sirve en la actualidad como un objeto de análisis a profundidad. 1982, cuando las grandes salas con su servicio decadente eran todavía la norma en la capital; cuando el cine reinaba supremo en el espacio audiovisual y la televisión era un ciudadano de segunda; una era cuando conseguir información sobre los filmes obligaba a recortar las
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Blade Runner, la película original de 1982.
noticias en los periódicos y a visitar religiosamente los cineclubes. Al estreno el 11 de noviembre en la Ciudad de México, las primeras impresiones fueron de novedad, pese a su evidente deuda con Metrópolis y Fritz Lang: era diferente en su meticulosa presentación del futuro de lo que se veía por entonces; el papel de Harrison como Deckard iba en sentido contrario a lo que se esperaba de él tras Han Solo e Indiana Jones. Su temática iba a contracorriente del optimismo imperante en los años ochenta —aunque abriría brecha para Terminator, Robocop y el Batman de Tim Burton. En resumen: era extraña, con un rostro vuelto hacia los años cuarenta y otro hacia la difícilmente imaginable década de los 2010. Siete lustros después, al igual que la perspectiva sobre Blade Runner, el mundo de su secuela, Blade Runner 2049, ha sido afectado por los avances tecnológicos. Las grandes salas han sucumbido como los dinosaurios, una película se estrena en decenas de cines simultáneamente y no en unos cuantos escogidos; cualquiera con unos cuantos clics recibe datos detallados sobre el cine y el propio celuloide es remplazado por el registro digital mientras las series de televisión aumentan en sofisticación y complejidad. En 1982, lo que atraía de Blade Runner era ver lo que podía realizar un cineasta semiconocido tras Alien, el octavo pasajero, basado en una novela de un autor restringido a los fanáticos de la ciencia ficción. Philip K. Dick, muerto en ese año, alcanzaría la gloria póstuma a
través de sucesivas adaptaciones de sus novelas en el séptimo arte.
LA RUTA DE DENIS VILLENEUVE Ahora Ridley Scott, tras una larga y exitosa carrera —que viene a menos— cede el control de la secuela de su gran obra maestra al franco-canadiense Denis Villeneuve, cuyo primer largometraje, Un 32 août sur terre (1998), no se exhibió en México. A Villeneuve como director no se le vería aquí sino hasta 2001 con Maelström (2000), una obra narrada por un pez prehistórico y que relata la historia de una joven (Marie-Josée Crozes) que administra boutiques de lujo, cuya vida se altera y cambia a raíz de un (otro) accidente automovilístico en el que mata a un pescador noruego. Aunque obtuvo varios premios Genie en su país —equivalentes al Ariel—, se queda sin cumplir sus ambiciones. Tras una pausa de años sin largometrajes en su haber, llegó Polytechnique (2009, tampoco exhibida aquí), recreación de un feminicidio masivo que conmovió a Canadá. Filmada en un austero blanco y negro, da cuenta de la forma en que con metódica frialdad Marc Lépine asesinó con un arma semiautomática a catorce mujeres estudiantes e hirió a doce más de una escuela técnica de Montreal el 6 de diciembre de 1989. Polytechnique es una mirada devastadora de la violencia sin sentido que brota aparentemente en el vacío. Su gran explosión vino con La mujer
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que cantaba (Incendies, 2010) que obtuvo el Oscar a la mejor película extranjera en 2011. Adaptación de la obra teatral Incendios de Wajdi Mouawad que forma parte de la tetralogía La sangre de las promesas, reflexión sobre el exilio y el conflicto de identidad. La mujer que cantaba está narrada de una manera interesante, una revelación conduce a otra igual o más dramática, aunque su final deja qué desear. Siguió Prisioneros (Prisoners, 2013) en la que dos niñas desaparecen un Día de Acción de Gracias, en un tranquilo vecindario; el padre de una de ellas (Hugh Jackman, al límite) secuestra y tortura al probable responsable (Paul Dano) para que revele la verdad, con lo que horroriza a los padres de la otra infante; sin embargo, el detective encargado del caso (Jack Gyllenhaal) lo cree inocente por un retraso en sus facultades mentales. Película que cuestiona lo que un padre haría por recuperar a su hija, así como la ambigüedad entre lo justo y lo legal, es un solvente análisis de la maldad humana. Filmada casi al mismo tiempo que la anterior, Enemigos idénticos (Enemy, 2013, pero distribuida después), basada en una novela de José Saramago, observa cómo un austero profesor de historia (Jack Gyllenhaal) descubre a alguien que parece su gemelo (el mismo Gyllenhaal) y comienza a seguirlo, pues supone que lleva una vida más interesante que la propia. Sin exageradas pretensiones, el filme sostiene el tono y el misterio por la buena interpretación de su actor principal. Desde la revolución de 1910 Hollywood se ha asomado a la barbarie de su vecino del sur, y lo hace con Villeneuve en Tierra de nadie: Sicario (2015), donde la novata del FBI (la siempre inexpresiva Emily Blunt) decide participar en una operación encubierta cuando descubre una salvaje matanza en Arizona. Se suma así a un equipo dirigido por un taciturno agente de la CIA (Josh Broslin) y en el que participa un asesino aparentemente arrepentido (Benicio del Toro). Cinta de trepidante acción, en la que destaca una balacera en el cruce fronterizo de Ciudad Juárez-El Paso —recreado fielmente en Albuquerque, Nuevo México— durante el traslado de un capo, es un viaje delirante por un campo de guerra que no conoce fronteras y en la que la distinción entre malos y malos-malos es muy tenue. La llegada (Arrival, 2016) describe la manera en que la humanidad podría comunicarse con una especie interplanetaria que se basa en otro concepto temporal. Para esto, sirve de intérprete una lingüista que da clases universitarias (la siempre maleable Amy Adams), reclutada por los militares de su nación para dialogar con seres que han apare-
“CON SU EVOLUCIÓN DEL CINE DE ARTE AL DEL GRAN ESPECTÁCULO, VILLENEUVE ERA UNA OPCIÓN LÓGICA PARA CONTINUAR UNA PELÍCULA QUE CON LOS AÑOS HABÍA LOGRADO LA CATEGORÍA DE OBRA DE CULTO.” cido en doce naves misteriosas alrededor del mundo. La acompaña en la experiencia un físico (Jeremy Renner). Cinta que pasa de lo espectacular al intimismo, puede parecer o bien una excelente meditación sobre el proceso comunicativo o bien un vacuo ejercicio pseudofilosófico que homenajea a 2001: Odisea en el espacio. De esta forma, con su evolución del cine de arte al del gran espectáculo, Villeneuve era una opción lógica para emprender la continuación de una película que con los años había logrado la categoría de obra de culto.
2049: UN FUTURO ALTERNATIVO
Blade Runner 2049, siete lustros después.
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Desde el comienzo de Blade Runner 2049, cuando la conocida entrada de Columbia Pictures comienza a parpadear, perder color y casi desvanecerse, entendemos que lo que viene es el vistazo a un planeta y sociedad más decadentes que treinta años atrás. El 30 de junio de 2049, el Blade Runner KD6.3-7 (Ryan Gosling, excelente), se dirige a la granja de Sapper Morton (Dave Bautista) que oculta su condición de replicante versión 8, desertor de las guerras estelares en Calantha, y guarda un enorme secreto en las raíces de un cadavérico árbol, mientras espera el inevitable retiro por parte de las fuerzas del orden. En ese futuro alternativo, tras un enorme apagón en el año 2022 se borraron la mayoría de los registros digitales y sólo sobrevivió el papel; hay coches voladores, ya no tan numerosos, la polilengua no es tan frecuente, la ecología está descompuesta, el Estado ausente y su única presencia visible es la policía, subordinada a las corporaciones. El lugar de la omnipotente corporación Tyrell ha sido asumido por la Wallace que supo realizar una revolución alimenticia, domesticar a los replicantes, perfeccionar las aplicaciones de consumo y colonizar nuevos mundos, encabezada por el ciego que viste como samurai Niander Wallace (Jared Leto, en un intento de recuperarse de su encarnación del Joker en Escuadrón suicida). En ese porvenir, cuando ya es mínima la diferencia entre humanos y replicantes, con duchazos de tres segundos de duración, hay una combinación de tecnologías extrapoladas de las de los años ochenta con algún añadido perfeccionado: las computadoras no son un desborde de imaginación, sino una proyección de las IBM comunes y básicas, ahora reliquias; aparecen drones, algo experimental en 1982, no ubicuos como hoy; para recuperar datos existen esferas de la memoria que parecen extraídas del universo de Harry Potter. K entrará en una búsqueda de los
misterios de sí mismo y de su humanidad y alma, como le sucediera al Pinocho de Carlo Collodi. Su némesis será la ejecutiva y despidada Luv (Sylvia Hoeks), creación y orgullo de Wallace. Tenemos una fotografía muy cuidada por parte de Roger Deakins que maneja muy bien tanto las contraluces en el tono expresionista y los espacios abiertos en diferentes modalidades cromáticas; el complemento musical de Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch es solvente, sin alcanzar los registros memorables que obtuviera Vangelis en su momento. La ambientación escenográfica, como era de esperarse, es notable. La gran sorpresa es la presencia de Joi (Ana de Armas), una geisha hologramática, digital y sensual, un avance cuántico con respecto a la Ella de Spike Jonze que puede acompañar en sus travesías a K, al que bautiza como Joe, a través de un aparato conocido como Emanador. Hay también referencias a Blade Runner para satisfacer a los fanáticos, como la prostituta encarnada por Mackenzie Davis que es una versión joven de la Pris que fuera Daryl Hannah, cameos en que el mejor maquillista es el paso de los años o los avances que permiten recuperar en todo su esplendor la belleza de Rachel. Si en lugar de treinta y cinco años después, la secuela hubiera surgido en 1983, lo que encontraríamos no nos parecería muy diferente al original, es decir, Blade Runner 2049 no es un filme que cambie las reglas del juego como sucedió con la película de Scott, ni expande sus límites formales o conceptuales. Tampoco es la obra maestra que muchos han proclamado, para serlo necesitaría concretar las ansiedades de estos días como lo lograron en su momento La gran ilusión de Renoir o La caja de Pandora de Pabst, ni el desastre cinematográfico que han externado otras voces críticas. Es una película que obliga por su ritmo pausado a una fuerte dosis de atención de los espectadores acostumbrados a un tráfago más vertiginoso en las producciones hollywoodenses. La gran duda al término de 2049 es si los espectadores y creadores del futuro la tomarán como referente y punto de partida para otras aventuras de la imaginación. Lo más probable es que no, pese a ser una obra mucho más exigente en el planteamiento de ideas que las adaptaciones de cómics que son la norma en esta década. Será un complemento muy decente a Blade Runner, una cinta que se arriesgó en un alarde de audacia a mezclar la ciencia ficción, el cine negro y a utilizar un título que con sólo mencionarlo nos remite a la magia del cine y que revirtió una prematura condena a la muerte y al olvido. C
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Informamos a los lectores de El Cultural que este suplemento no aparecerá el próximo 30 de diciembre. Regresamos el sábado 6 de enero de 2018. Feliz año nuevo y hasta entonces.
ANTONIO ZÚÑIGA Y EL TEATRO DE BARRIO trabajo como director, que incluyen más de cuarenta puestas en escena en México, Colombia, España, por mencionar algunos países, y piezas publicadas, entre las que se encuentran Pancho Villa y los niños de la Bola, Mara o de la noche sin sueño, El enigma de Serenguetti, Rebelión, Historias comunes de anónimos viajantes, Lo que soñé un día que me quedé dormido bajo el puente, Mendoza, entre otras. Zúñiga ha concebido el teatro como un reflejo social. De esto y del proyecto de teatro para la comunidad habla en esta entrevista.
Antonio Zúñiga (Parral, Chihuahua) es uno de los creadores más completos de la escena mexicana contemporánea. Desde sus inicios ha participado activamente en todas las etapas de un montaje: es actor, director, dramaturgo y creador. En 2013, con la compañía Carretera 45, abrió un espacio de teatro comunitario en la colonia Obrera de la Ciudad de México, donde ha montado desde piezas clásicas hasta teatro contemporáneo. Miembro del Sistema Nacional de Creadores, Zúñiga ha sido acreedor a diversos premios nacionales e internacionales por su dramaturgia y su
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¿Cómo concibe la escena mexicana contemporánea un creador? Las artes escénicas en México son fuertes, poderosas. Hay muy pocos países que tienen la diversidad de nuestro teatro: hay de todo y para todos. Sin embargo, hemos estado siempre muy acostumbrados a vivir los cambios impulsados desde afuera, es decir, el teatro en México nunca ha sido innovador per se. Siempre ha sido renovado por influencia extranjera: por los franceses, los canadienses, los argentinos, etcétera. A diferencia de lo que sucedió en las décadas de 1970, 1980, 1990, en nuestro país hoy existen cambios importantes en relación a la dirección, la actuación y la dramaturgia. Ha pasado, también, que la gente de pronto se aburrió, se fue de los teatros. Yo empecé a hacer teatro cuando todavía los teatros se llenaban y se hacían grandes filas para entrar, y conocí temporadas de cien, doscientas y hasta de cuatrocientas funciones, y ahora apenas llegamos a temporadas de doce. Cuando escenifiqué Pancho Villa tuvimos trescientas funciones, ahora es muy raro que alguna llegue a cien. Es algo paradójico: se fueron los espectadores y creció el número de dramaturgos, actores, directores, productores. Como si hubiera más gente arriba del escenario que abajo. Se fueron los espectadores y la gente que hace teatro se empezó a preguntar por qué, y la preocupación existía en todos los niveles: institucionales y no institucionales. ¿Qué hacer para que la gente regresara a los teatros? Y creo que lo que han hecho los artistas mexicanos, en lugar de exigirle al espectador que regrese, es haber saltado del escenario para ir en busca del espectador. Y es ahí donde se rompió la cuarta pared, pero tácitamente, abiertamente: con un hacha en la mano los personajes se han salido del escenario. Esto sucedió primero en Argentina, en España, en Francia y luego en México, pero la forma en que está sucediendo aquí es muy mexicana, es decir: muy distinta. En este momento, el teatro está realmente vivo, es pujante, experimental y está fuera de los círculos institucionales. La compañía Carretera 45 ha salido, entre otras cosas, a buscar a sus espectadores con este proyecto de teatro de barrio. Cerramos el año contentos, porque Carretera 45 se ha
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ALICIA QUIÑONES
consolidado como un proyecto importantísimo dentro de la oferta, sobre todo porque está enfocado en la gente y en el barrio. ¿Cuál es tu reflexión a casi cinco años de funcionamiento? Que la gente sí quiere ver teatro. Y que la gente puede construirse a sí misma a través de proyectos como éste. Creo que eso pasó con Carretera 45. Ahora contamos con un grupo más sólido para generar teatro de barrio. Este año tuvimos un premio de dramaturgia que distingue precisamente al trabajo dedicado al barrio. Cada día podemos encontrar más vínculos sociales, si no artísticos. La gente participa con nosotros. La gente construye desde ahí y nosotros nos construimos con ellos. No sólo trabajamos en el perímetro de la colonia Obrera, sino que hemos logrado trascender, hemos llegado hasta América del Sur y el siguiente año llevaremos el proyecto a España. Estaremos en Colombia, y vamos a tener distintos proyectos que seguirán retroalimentándolo. En febrero de 2018 vamos a arrancar una residencia de jóvenes actores colombianos que estarán aquí para montar una pieza de mi autoría llamada La epopeya de los recicladores, que habla del problema de las mafias de la basura y de la basura misma. Esta obra la vamos a montar con actores de la compañía y los que lleguen a México. Después nos vamos a quedar en temporada sólo con los mexicanos, porque los actores colombianos se llevarán esta pieza a un espacio muy importante en Bogotá, el Espacio Umbral, donde tendrán una temporada, entre otras cosas que se llevarán a cabo en Barcelona y Costa Rica. En agosto vamos a estrenar, en el Teatro El Galeón, Los pequeños burgueses, de Bertolt Brecht, dirigida por Luis de Tavira con Carretera 45. Una parte de tu trabajo es el contacto directo con los temas sociales, también lo es tu compañía. El punto más determinante de este año ha sido la inclusión de lo diverso como el eje ideológico, discursivo, artístico, lingüístico y de investigación en todas las disciplinas. La sociedad está intentando construir opciones para quienes no las han tenido. A través
ESTE AÑO TUVIMOS UN PREMIO DE DRAMATURGIA QUE DISTINGUE PRECISAMENTE AL TRABAJO DEDICADO AL BARRIO. CADA DÍA PODEMOS ENCONTRAR MÁS VÍNCULOS SOCIALES, SI NO ARTÍSTICOS. LA GENTE PARTICIPA CON NOSOTROS.”
del teatro también estamos tratando de inaugurar espacios incluyentes. Esto abre nuevas fronteras para el arte, abre la puerta a otros lenguajes, y estos lenguajes abren la posibilidad de estar de diversas maneras en el mundo. Otras formas a las que, como sociedad, no estamos acostumbrados. No se trata de acostumbrarnos, sino de valorar y ver los horizontes que tenemos en las dinámicas sociales. Como artistas, debemos aspirar a entender, a incluir y a generar nuevos códigos, incluso divergentes, donde podamos crecer en la diferencia. Esto es un objetivo muy noble, pero pese a ello el teatro presenta dificultades en su diario quehacer. ¿No es así? Las complicaciones que tenemos ahora son las de siempre. Cada vez hay un mayor abandono institucional. Las inquietudes colectivas y comunitarias se ven afectadas por esto y por el tipo de política que vivimos, por ejemplo, con los políticos de derecha. Se avizora un año electoral en el que esperaríamos que las opciones más progresistas pudieran estar presentes, determinando el destino del país. Hay muchísima resistencia a la transformación y al cambio, en todos los políticos y partidos.
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ESGRIMA
22/12/17 18:49