Decadencia y Caída del Realismo Mágico

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CARLOS VELÁZQUEZ

NEW ADVENTURES IN HI FI

JESÚS RAMÍREZ-BERMÚDEZ

PEQUEÑAS Y GRANDES D I S TO P Í A S

El Cultural N Ú M . 7 0

S Á B A D O

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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

DECADENCIA Y CAÍDA DEL REALISMO MÁGICO

Ernesto García Cabral: Entrevistando a Dorita

Ceprano. Tinta sobre papel. 1929. Colecc

ión Taller Ernesto García Cabral.

UN ENSAYO DE NAIEF YEHYA

EL CHANGO GARCÍA CABRAL Y EL COLOR DE LA HISTORIA ALICIA QUIÑONES


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Hacia el final del siglo pasado, la llamada República de las Letras —en México y América Latina— fue desafiada por la emergencia de nuevas voces que señalaron el agotamiento de la ficción literaria según las convenciones del realismo mágico, entre otras fórmulas al uso. Una de las tendencias disidentes o disruptivas surgió con la revista Moho, cuyo trayecto refiere aquí uno de sus impulsores, en contraste con las propuestas de la llamada Generación del Crack que apareció poco después. Con el concurso de las nuevas tecnologías, al cabo de unos años el panorama se ha transformado de manera radical.

DEC A DENCI A Y C A Í DA DEL R EA LISMO M ÁGICO NAIEF YEHYA

UNIVERSIDAD Y MALESTAR CULTURAL

E

n 1986 parecía haber buenas razones para imaginar que México estaba a punto de cambiar. El entorno cultural parecía vibrante y se podía olfatear que venían tiempos de mejoras, especialmente en las artes plásticas y la música; aunque el cine seguía produciendo una dieta estoica de descalabros y frustraciones, había pocas esperanzas de renovación o de surgimiento de nuevos talentos en ese campo. La política también daba la impresión de acercarse a un punto de inflexión. La vieja maquinaria priísta crujía y se tambaleaba después de seis décadas en el poder. Los partidos de izquierda buscaban la unidad mientras la derecha se preparaba para dar el golpe mediático que fue Vicente Fox. En ese momento, el nuevo rector de la Universidad Nacional Autónoma de México,­Jorge Carpizo McGregor, decidió que era tiempo de aplicar una reforma radical a la educación superior gratuita para transformarla, modernizarla y convertir a lo que él concebía como un vejestorio del Pedregal en una institución de excelencia. Tengo que decir que por esos tiempos la palabra excelencia aún me parecía neutra, un mero calificativo exaltado, una alusión

a la nobleza y una virtud superlativa que debía evocar a Harvard, Princeton o cualquier cosa que llevara el tufillo rancio del Ivy League. A partir de entonces comencé a entender que quienes usaban el término “excelencia” compulsivamente lo empleaban como una metáfora corporativa del éxito, como un anhelo de modernidad sacado de los manuales de superación y los panfletos “inspiracionales”, si tal término existiera. El mesianismo del rector proponía una ruptura con los fundamentos de la institución que significaba alejar a la universidad de su estructura pública y gratuita. Era una apuesta por la competitividad que pasaba por la eliminación del pase automático de las preparatorias de la unam a la carrera (con lo que se autodescalificaba como juez de sus propios estudiantes) y la instalación de un sistema de colegiaturas escalonado. Estas medidas provocaron la formación de un movimiento que fue dirigido por el Consejo Estudiantil Universitario (ceu), un grupo que demostró ser estratégico, coherente y pragmático, por lo menos en sus inicios. El ceu exigía la revocación de esas reglas elitistas que eran un evidente síntoma de la manera en que el modelo neoliberal quería ser impuesto en la institución. Asimismo, se llamaba a un congreso universitario donde se

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debatiera y eventualmente se determinara de manera democrática el futuro de la universidad. Ante la negativa de las autoridades el ceu convocó a la huelga, la cual duró casi un mes. La última vez que había tenido lugar un movimiento semejante fue en 1968, en que la euforia terminó con la trágica matanza de asistentes a la manifestación en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, el 2 de octubre. Ese mismo año habían tenido lugar las olimpiadas en México, por lo que el país estaba bajo la mira internacional, aunque eso no sirvió para intimidar a los genocidas. En junio de 1986 México fue la sede de la Copa del mundo de la fifa, aquella de la mano de Dios y de Maradona, y el país estaba de nuevo en el escaparate del mundo. Afortunadamente en esta ocasión la revuelta no terminó con un derramamiento masivo de sangre, aunque hubo casos de represión selectiva. El Estado no recurrió a la violencia sino a la apariencia de diálogo, a cansar a la oposición con promesas y retrasos, a seducir a los líderes con posibilidades de “cambiar el sistema desde adentro” y a maniobrar para que los estudiantes dejaran de serlo y las exigencias quedaran en el olvido. Globalización, posmodernidad, muerte de las vanguardias y las ideologías, así como otras obsesiones finiseculares eran el caldo de cultivo en que se fermentaban las ideas en ese tiempo. La cultura daba vuelcos en todos los ámbitos y no fuimos pocos quienes sentimos que la literatura también necesitaba una sacudida porque había dejado de responder a la realidad. Lo que conocíamos de lo que se escribía en nuestro idioma y continente nos parecía en gran medida complaciente y melancólico. El panorama hasta ese momento estaba paralizado, convertido en una serie de estampas. En mi país toda expresión literaria que pareciera novedosa o intentara ser actual era automáticamente denominada como parte de “La Onda”, esa corriente encabezada por José Agustín que en la década de los ochenta parecía ya una curiosidad remota. La Onda, como antes el Boom, se convirtieron en los comodines, etiquetas más comerciales que estilísticas, útiles para encasillar de manera higiénica la producción literaria.

MOHO En medio del frenesí de la revuelta estudiantil, la polarización de la sociedad, el temor al autoritarismo y la ilusión de cambiarlo todo, un grupo de alumnos y disidentes de la Facultad de Ingeniería, entre los que estábamos Guillermo Fadanelli y yo, creamos la revista Moho,

“EN UN MANIFIESTO NOS DECLARÁBAMOS AJENOS A ‘LA LITERATURA A LA QUE ESTÁBAMOS CONDENADOS’. LO NUESTRO ESTABA ESCRITO DESDE LA IRREVERENCIA, EL ABSURDO, EL CINISMO, LAS CONTRADICCIONES Y UN DESEO MUY JUVENIL DE REBELIÓN.”

sin tener idea de cómo se hacía una revista. Nuestro impulso estaba más vinculado con la provocación y con ideales políticos o antipolíticos que creativos. Pero aunque no lo reconocíamos, en realidad creíamos en la literatura, y desconfiábamos profundamente del panfleto, así como del análisis, del periodismo y hasta del ensayo. Desde 1983 existían revistas como La Guillotina, entre otros medios alternativos enfocados principalmente en la denuncia política y la contracultura. No era nuestra intención competir contra ellos: por el contrario, nos quedaba muy claro que la prosa comprometida no era lo nuestro. No nos interesaba vincularnos con un movimiento político en particular ni con la militancia partidaria ni con una institución ni queríamos ser parte de algo mayor. Escogimos la narrativa y la poesía para expresarnos y repartir palos. En los primeros números también renunciamos a la noción de autor, por lo que no firmamos nuestros textos sino que dábamos crédito a toda la revista como creación colectiva (sin hablar ni una sola vez de colectivismo ni usar ni un sólo eslogan de izquierda). Nos limitamos a publicar una lista de participantes que incluía a amigos, coconspiradores y gente por la que sentíamos cierta simpatía sin indicar la función que cumplía cada quien, si es que cumplía alguna, en la producción de la revista. Escribimos un manifiesto en el que nos declarábamos ajenos a “la literatura a la que estábamos condenados”. Lo nuestro estaba escrito desde la irreverencia, el absurdo, el cinismo, las contradicciones y un deseo muy juvenil de rebelión que en buena medida sosteníamos en la noción de que la juventud era una idiotez y que tan sólo tenía sentido para las transacciones ganaderas. El único manifiesto válido era “una piedra poniéndole en la madre a una ventana”. Pero a la vez partíamos de una actitud de fracaso preventivo: “Al paso de la vida habremos de oponer, sin la menor convicción, acciones tibias,

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proyectos ficticios y literatura anodina”. No debe sorprender que entre nuestras influencias principales estaban Charles Bukowski y William Burroughs. En el primer número de la revista, el 57, escribimos: Nosotros no negamos el futuro, eso se lo dejamos a los marginales del primer mundo, aquellos que oponen su “No Future” a una seguridad social, un desempleo y a una vida científicamente organizada. Para nosotros nunca ha habido futuro ¿cómo negarlo entonces? Nuestro llamado a la revolución era menos un compromiso militante que un desaliñado e irresponsable: “Muera el rey, que alguien lo mate”. Como era de esperar esta actitud punk-pasiva, entre pendenciera y pusilánime, bravucona y nihilista nos llevó a la muy pronta ruptura y separación. Fadanelli decidió continuar con la revista y posteriormente creó la editorial Moho, con la cual aún sigue publicando libros de una variedad de autores. Yo opté por seguir con otros proyectos.

EL CRACK Cuando esto se gestaba, en el ocaso de la década de los ochenta, conocimos a algunos de los integrantes de lo que luego se llamaría el Crack. Jorge Volpi, Ignacio Padilla, Eloy Urroz, Pedro Ángel Palou y Ricardo Chávez Castañeda entre otros, tenían una idea más consciente y deliberada de lo que debía ser un movimiento literario trascendente, o por lo menos esa era la impresión que proyectaban. A Chávez lo conocí muchos años antes en un pequeño taller literario en el que ambos participábamos que se llamaba el Alfil Negro; desde entonces él ya era exitoso, ganador de premios y autor de numerosos relatos sobresalientes. Con Ignacio Padilla solía coincidir en la oficina de Huberto Batis en el unomásuno, ambos colaborábamos en


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el suplemento Sábado. A Volpi y a Urroz los encontraba a menudo en el café de la librería Gandhi, donde también nos reuníamos quienes hacíamos Moho. Su manifiesto, publicado en 1996 (casi diez años después de la formación de Moho) se volvió mucho más famoso y relevante que el nuestro, con justa razón: mientras ellos estaban por el buen gusto, nosotros favorecíamos lo que Fadanelli llamó literatura basura. Para entonces el ambiente literario nacional había cambiado, se había vuelto más complejo y diverso. Además, en 1989 fue creada una entidad benefactora y controvertida muy singular, el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Este organismo, que era parte del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Conaculta, fue engendrado por el gobierno de Carlos Salinas de Gortari con el fin de ofrecer estímulos para la comunidad artística, entre los que destacan las muy polémicas becas para jóvenes creadores, así como el Sistema Nacional de Creadores, para autores mayores de 35 años. Debo mencionar que en algún momento en la década de los noventa recibí la beca para jóvenes al lado de Volpi y Urroz. Al margen de la calidad de sus integrantes, no tengo una posición clara respecto del Crack como generación, grupo o movimiento. No me queda muy claro si intentaban una ruptura o una conciliación, un reconocimiento de valores o una plataforma. Así como el nombre evocaba una fisura o el ruido de algo al quebrarse, también hacía pensar en la mezcla de base libre de cocaína con bicarbonato que estaba tan de moda a finales de los años ochenta y principios los noventa. Debido a su bajo costo, el consumo masivo de piedra fue sin duda responsable de una seria crisis social, policiaca y económica en muchos barrios estadunidenses. El crack es una poderosa droga lumpen, con consecuencias devastadoras que podía ofrecer material en abundancia para hacer literatura grotesca, estridente y apocalíptica. Pero eso estaba mucho más cerca de lo que hacíamos en Moho y no era ni remotamente lo que buscaban los miembros de este Crack que en realidad intentaba crear una literatura exigente, culta y como ellos la definieron: profunda. Algunos miembros de la Generación del Crack, como antes los Contemporáneos y los de la Generación del Medio Siglo, ingresaron a la burocracia cultural y a la academia, sin duda enriqueciéndolas. El Crack tiene tantos detractores como fanáticos pero los premios internacionales, los grandes tirajes, las traducciones y el interés que despertaron algunos libros de estos autores en Europa y Estados Unidos hablan por sí mismos.

“ALGUNOS MIEMBROS DE LA GENERACIÓN DEL CRACK, COMO ANTES LOS CONTEMPORÁNEOS Y LOS DE LA GENERACIÓN DEL MEDIO SIGLO, INGRESARON A LA BUROCRACIA CULTURAL Y A LA ACADEMIA, SIN DUDA ENRIQUECIÉNDOLAS.”

Guillermo Fadanelli.

TERRORISMO LITERARIO En los días de Moho no teníamos la más remota idea de lo que era ni cómo funcionaba la república de las letras, por tanto no teníamos la menor ilusión de pertenecer a ella. Yo escribía desde entonces en varios diarios, revistas y en particular en el antes mencionado semanario cultural Sábado, del diario unomásuno, dirigido por Huberto Batis. Esa publicación se distinguió por volverse el foro de algunas de las disputas intelectuales más candentes, irritantes e intensas de la época. La famosa sección Desolladero era un espacio dedicado a la crítica feroz, de cuando en cuando al insulto y a los ataques ad hominen. Aire fresco en un medio tan apretado, puritano, secreto y siniestro como las letras y el periodismo mexicanos en aquel momento. A muchos les (nos) tocó ser expuestos, a veces con razón y otras no tanto, en esas páginas. Durante los veinte y tantos años en que Batis dirigió ese suplemento, nunca perdió de vista el objetivo de abrir las puertas a los escritores jóvenes, marginales e ignorados. Fui uno de los beneficiados de su insólita apertura y generosidad, pero al margen de mi caso, Huberto mostró un gran olfato para detectar talento. Decenas de autores que hoy tienen carreras sólidas y establecidas comenzaron a publicar ahí, a menudo cuando nadie más les hubiera dado una oportunidad. Batis tenía un espíritu beligerante y disfrutaba con estas batallas y polémicas que en general estaban proscritas en el medio intelectual. Fadanelli y yo nos acercamos a Batis para proponerle una serie de textos en los que desollaríamos a algunos de los escritores mexicanos “jóvenes” más relevantes del momento, para eso leímos (“con un alto grado de masoquismo”, como escribimos en la introducción del texto) prácticamente todo lo que podía conseguirse de los autores que habían publicado desde más o menos 1970.

La presunta intención era demostrar la existencia de una literatura contemporánea mexicana. Más que una crítica sistemática ofrecíamos: “una visión desordenada, de una selección arbitraria de la literatura a la que nos quieren condenar”. Era una estrategia más aleatoria que metódica, más ingenieril que científica. Pero sobre todo era un trabajo de francotiradores, sin un objetivo claro que no diferenciaba entre linajes, pedigrís, alianzas ni entendidos, lo cual hacía al ataque aún más incomprensible para quienes conocían la lógica y el organigrama del mundo literario. La conclusión evidente fue que era imposible demostrar la existencia de una literatura mexicana a partir de esa caótica muestra. Quiero insistir que no sentíamos representar a una generación de ruptura ni creíamos que era posible cambiar nada. Lo que nos preguntábamos era si la gente estaría dispuesta a cambiar su televisor por cien libros de escritores mexicanos. Y la conclusión obviamente era un rotundo: No. Nos definíamos como una generación sin capacidad de asombro. Y desconocíamos, no como pose sino por auténtica ignorancia, el concepto de corrección política. Por tanto, parecíamos unos cavernícolas misóginos al afirmar que nos había sorprendido “el ejército de señoras que en lugar de hacer colectas para los niños pobres o los adultos frígidos, se pusieron a escribir novelas cuyo único atributo era no tener el menor sentido del ridículo”. También reconocimos el clasismo que daba sentido a lo que llamamos la literatura colonial, la cual se dedicaba a la antropología urbana y el costumbrismo de las diferentes colonias (o barrios) del entonces llamado Distrito Federal. La provocación le encantó a Batis, quien tan sólo estaba un poco desilusionado por que no habíamos condenado también a escritores mayores y consagrados como Fuentes, García Ponce y Elizondo. Esta paliza era una especie


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de autoinmolación, una forma de renunciar a un sistema del que no entendíamos gran cosa pero imaginábamos compuesto por grupos o capillas que competían por los espacios y se dedicaban al elogio mutuo y la descalificación estratégica. La primera parte de La literatura a la que estamos condenados se publicó el 7 de octubre de 1989. Y no puedo negar que estábamos encantados con este acto de terrorismo. Los resultados fueron ambiguos, algunos se enfurecieron, muchos nos despreciaron e ignoraron, más de uno sigue guardándonos resentimiento hasta el día de hoy, otros lo tomaron con humor y hasta lo celebraron como Rafael Pérez Gay y Alberto Ruy Sánchez. Elena Poniatowska trató de regresar el golpe al ponernos a Fadanelli y a mí como personajes secundarios en una crónica donde describía una visita a un orfanatorio, en el cual figurábamos como dos chamacos sin madre que jugábamos futbol en un terregal, con una botella de plástico, la cual asegurábamos era casi tan efectiva como un balón. Héctor Manjarrez me mandó al demonio, con todo el derecho del mundo, un día en que cínicamente lo llamé para pedirle una recomendación para una beca. Sin embargo, Grijalbo nos ofreció publicar nuestro primer libro, en mi caso fue mi novela Obras sanitarias y en el de Fadanelli El día que la vea la voy a matar, con lo cual nos volvimos miembros activos de la deplorable literatura a la que estamos condenados.

REALISMO MÁGICO Una de las principales motivaciones de nuestra actitud iconoclasta se debía a nuestro singular repudio por la moda y euforia que despertaba el realismo mágico y los engendros que seguía produciendo a finales de los ochenta. En el texto que coescribí con Fadanelli agradecíamos: “los momentos más gratos de nuestras lecturas a los nuevos realistas mágicos que hicieron volar vacas ante nuestros ojos y les permitieron a los analfabetos raquíticos de alguna población perdida decir frases llenas de sabiduría y encanto, y a nosotros descubrir que lo único mágico que tienen los pueblos perdidos de las Américas es que ya los encontraron”. Por supuesto que había unas cuantas buenas páginas aquí y allá, pero no podría recordarlas y menos recomendarlas. El costumbrismo se había deslizado al folclor y de ahí al folclorismo. Veíamos que ese estilo había dado un giro a la ñoñez, a justificar cursilería e ingenuidad impostada, así como un fetichismo infantil que pasaba entre suspiros del pasmo a la soberbia. Pero también desconfiábamos de los

que buscaban una ruptura con esos idilios bucólicos y provincianos mediante una prosa dura o de plano la influencia rockera que “comunicaba los beneficios de su aliviane a través de su newspeak chabacano e idiota”. Según la clasificación ideal de los autores que proponíamos, “los escritores se podían dividir entre tontos e inteligentes (no se rían, nos costó mucho trabajo llegar a esa conclusión), que a los inteligentes los influenciaba Julio Cortázar y a los tontos García Márquez”. Sentíamos una urgente necesidad de oponernos a la imagen monocromática que se proyectaba en el extranjero de lo que se escribía desde el Río Bravo hasta la Patagonia. Una de las peores ilusiones que arrastraba este género era la uniformización de la literatura del sur del continente. En nuestra gran ignorancia y arrogancia creíamos que estábamos solos en nuestra desilusión, sin embargo un día, quizás en 1994, recibí una llamada telefónica de un tal Alberto Fuguet, un chileno que aseguraba que yo había sido recomendado para ser incluido en una antología que estaba armando con Sergio Gómez de escritores de toda América Latina. Pensé por supuesto que me estaban tomando el pelo, lo más al sur que llegaba mi fama era Coyoacán. No recuerdo cómo se presentó ni cómo explicó el proyecto, pero entendí que se

“ENTENDÍ QUE SE TRATABA DE EXPRESAR NUESTRO DESENCANTO Y FRUSTRACIÓN, O POR LO MENOS DE BURLARNOS DE LOS RELATOS DE NIÑAS VOLADORAS, MALDICIONES ANCESTRALES Y PATRIARCAS INMORTALES. EL RESULTADO FUE McONDO.”

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trataba de expresar nuestro desencanto y frustración, o por lo menos de burlarnos de los relatos de niñas voladoras, maldiciones ancestrales y patriarcas inmortales. El resultado fue McOndo, una colección de relatos de un grupo de desconocidos y semidesconocidos que aparte de intentar ofrecer una cara diferente de la narrativa latinoamericana venía a presentarse como un desafío a la geografía literaria y las rutas de navegación de la cultura libresca. En 1999 Eduardo Becerra retomó esta idea y la extendió en un volumen más completo e incluyente, Líneas aéreas, en el cual también fui invitado. McOndo no trataba de ofrecer una propuesta generacional ni estilística ni era un manifiesto ni esbozaba la idea de un grupo literario. Hasta la fecha sigo sin conocer a varios de los autores. En cambio se ofrecía como una prueba irrefutable de que la literatura del sur del continente existía, es decir que habían hecho a nivel continental lo que Fadanelli y yo intentamos en La literatura a la que estamos condenados pero sin la mala leche. Por supuesto que ni McOndo ni Líneas aéreas pudieron cambiar la dinámica del flujo literario, así como tampoco Se habla español, la antología de Edmundo Paz Soldán y Alberto Fuguet lograron demoler el muro que mantiene a la literatura en español marginada en Estados Unidos. Los libros y autores latinoamericanos seguían dependiendo de las librerías y las páginas de los suplementos culturales de Madrid y Barcelona para ser reconocidos internacionalmente. Pero estos esfuerzos no fueron en vano: pusieron en evidencia que había editores, escritores y lectores que entendían que estábamos entrando en una nueva era. Como señalaban Fuguet y Gómez en su prólogo, la literatura, especialmente la de los jóvenes (un grupo extremadamente amplio y vasto) rara vez atravesaba fronteras. Era más fácil conocer


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a un escritor boliviano en el estado de Nueva York que dar con uno de sus libros en Buenos Aires o en Managua. En una mesa en la feria del libro de Quito en 2009, en la que me tocó participar, alguien nos preguntó a los panelistas, entre los que no había ni un ecuatoriano: ¿Cuáles son sus autores ecuatorianos jóvenes favoritos? No recuerdo quién estaba en la mesa, además de Fabián Casas y Juan Forn, pero todos nos quedamos helados, incapaces de mencionar un solo nombre. Forn tuvo entonces un momento de genialidad y dijo algo así como: “La verdad es que preferimos no mencionar a nadie para no ser descorteses en su casa”. Fue un reconocimiento brutal de lo estrecho y limitado que era el universo literario visible. Hoy podemos justificar nuestra ignorancia de aquel momento señalando que a nadie se le ocurrió googlear escritores ecuatorianos jóvenes antes de subir al escenario. Y si bien las cosas han cambiado y otros han seguido intentando establecer puentes sobre el continente, como hizo Diego Trelles Paz con su antología El futuro no es nuestro, en 2009, sigue pareciendo que hay un oscuro abismo o un agujero negro en cada frontera de las Américas. Sin duda, hay cada vez un poco más de comunicación y circulación literaria entre los países hispanoparlantes. Las distancias son cada vez menos un obstáculo y las redes sociales, los blogs, y hasta YouTube han creado canales y vínculos entre autores y lectores en el mundo. Basta considerar el número de pequeñas casas editoriales y cartoneras que publican autores exóticos de países vecinos y no tan vecinos. Asimismo, hay que ver la forma en que algunos fenómenos literarios se han extendido, contaminando de manera viral a los lectores en buena parte del continente, como la literatura del narco, la cual ha seducido a millones de lectores con su mezcla de crueldad y sentimentalismo abyecto, y ha demostrado que las novelas y relatos que van de lo solemne a lo juguetón entre borracheras, balazos, pericazos y torturas son muy comerciales. Hay algo en la narrativa de los capos de cárteles que erigen imperios y sufren trágicas decadencias que invoca a mundos improbables, fantásticos y, por qué no decirlo, mágicos. De tal manera la literatura mexicana parece atrapada en un bucle en donde revisitamos Macondo vía el cañón del cuerno de chivo y altas dosis de estupefacientes.

EL MUNDO EN LA RED Al salir de Moho reconocí en la tecnología el ámbito que quería explorar. Era el comienzo de la popularización de internet y de la digitalización de la cultura, así que me interesó el impacto que la tecnología tendría en la forma y el fondo de las expresiones culturales y en particular en la literatura: en qué plataformas se escribiría y sobre qué. Nunca imaginé entonces la manera en que nos volveríamos dependientes e incluso adictos a nuestras tecnologías, ni a la forma en que transformarían nuestra percepción del mundo y la manera en que nos relacionamos a través de ellas con las ideas y las cosas. El hecho de que comencé a vivir en Brooklyn a principios de los

Huberto Batis.

noventa y seguía escribiendo en México me obligó a buscar soluciones prácticas para enviar mis colaboraciones a periódicos y revistas, así como mis manuscritos a las editoriales. Buena parte de mis textos los enviaba por fax, lo cual era costoso y poco eficiente. En ese tiempo algunas redacciones tenían problemas hasta para entender cómo usar su correo electrónico. En La Jornada me enteré años después que les daba pena confesar que no sabían cómo abrir los e-mails que enviaba, por lo que siempre respondían que todo había llegado bien pero que lo mandara por fax de cualquier manera. Así que decidí dedicarme en forma y fondo a la exploración de las posibilidades de internet. El realismo mágico para mí murió enredado entre los cables con que nuestras Macs y PCs se conectaban a la entonces incipiente red de redes. Es curioso que entre todos los excesos informativos y el diluvio de datos y documentos que disfrutamos y padecemos hoy, el periodo del cual trata este texto está seriamente ausente de la red y resulta muy difícil encontrar materiales originales, referencias creíbles o comentarios confiables. Han pasado treinta años desde mi despertar a la literatura. El muro de Berlín fue derrumbado en 1989, la Unión Soviética se desintegró en 1991 y la guerra eterna vs. el Terror inició el 11 de septiembre de 2001. El calentamiento global se vuelve irreversible y el Medio Oriente es desgarrado por guerras civiles, el fundamentalismo religioso y las ambiciones geopolíticas de las potencias planetarias y regionales. A esto debemos añadir la crisis más escandalosa de migración, exilio y huida de millones de seres humanos. Por nuestra parte, México está hundido en una situación catastrófica de seguridad, desgarrado entre autoridades corruptas e incompetentes, cárteles de drogas y una economía en ruinas, en buena medida (pero no sólo) debido a la vertiginosa caída de los precios petroleros. El México de hoy difícilmente inspira confianza de que las cosas lleguen a mejorar de alguna manera y nos hace ver con nostalgia al país disfuncional y quebrado que teníamos en 1986. Si bien en aquel momento compartíamos visiones apocalípticas respecto de lo que nos esperaba en el siglo xxi, no pudimos imaginar el régimen de terror que desató el gobierno incompetente de Felipe Calderón y que ha sido exacerbado

hasta el actual caos que preside Enrique Peña Nieto.

CIBERPUNK A finales de la década de los ochenta surge el ciberpunk, un subgénero de la ciencia ficción que abogaba por la apropiación de la tecnología, por el “empoderamiento” a través de los nacientes recursos digitales. La idea central era que “la calle tiene sus propios usos para las cosas”. Esto era palpable en la música electrónica, el hiphop, algunas películas y las artes gráficas. El mundo es un tiradero de tecnologías obsoletas, ruinas electromecánicas y productos desechables no biodegradables: lo único que queda es reciclar todo al estilo Mad Max para darle un nuevo sentido al paisaje. El mundo hipermediatizado del siglo xxi, con su acceso delirante a la información, la devaluación del trabajo creativo e intelectual, la aparatosa disminución de medios impresos causada por internet y la inquietante y compulsiva injerencia de las redes sociales y antisociales en la vida común exige a gritos una nueva narrativa que no imite la cacofonía y el estruendo digital, que no intente resumir cosmogonías en 120 caracteres, que no intente perseguir el desfile vertiginoso de los pixeles, es decir que no presuma competir contra la imbatible seducción de nuestras pantallas. Tampoco podemos seguir escarbando en nuestro pasado con la esperanza de desenterrar más Fridas Kahlos para justificar más “recuperaciones” y forzados flashbacks melancólicos. Todo eso ya se ha hecho con mayor o menor fortuna. Lo que se necesita ahora es otra cosa, es algo que pueda ofrecernos un aliento, una ilusión de respiro, quizás una fórmula para detener la maquinaria o bien un instructivo para saber abordarla de otra manera. De cualquier forma, y a la espera de esa literatura capaz de asir el momento y reflejarlo, debemos preguntarnos nuevamente si tenemos la literatura que necesitamos o si debemos conformarnos todavía con la literatura a la que estamos condenados. C Una versión de este texto fue leída como ponencia en el coloquio Our America. Past and Future of the New Latin American Fiction, celebrado esta semana en la Universidad del Sur de Florida, Tampa.


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En la tradición y el humor de la caricatura mexicana —de la mano del retrato y el cartón político— Ernesto El Chango García Cabral es una presencia definitiva que modernizó sus recursos en sintonía con las vanguardias estéticas que pudo conocer y adoptar a su paso por Francia, en la víspera y durante la Primera Guerra Mundial. García Cabral asimiló ese influjo y lo aplicó al escenario del país al que regresó para desarrollar sus dones y su enorme talento como dibujante.

EL CHANGO GA RCÍ A CA BR A L Y EL COLOR DE L A HISTOR I A ALICIA QUIÑONES

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“UNA CRÓNICA VISUAL DEL MÉXICO DEL SIGLO xx QUE RESCATA LAS COLABORACIONES DEL CHANGO EN PERIÓDICOS COMO EXCÉLSIOR Y NOVEDADES.”

Fuente > Colección Taller Ernesto García Cabral.

scribió Luis Villoro: “El ‘para qué’ más profundo de la historia es dar un sentido a la vida del hombre al comprenderla”. En México, la historia política y cultural no sólo ha sido contada por sus cronistas y periodistas: también hay otra expresión que apenas se percibe o celebra, la de los dibujantes y caricaturistas: su arte de entrelazar la línea, el trazo y el color con el muchas veces duro y desagradable acontecer de un país. A diferencia de otras artes, la caricatura política es relativamente joven. Sólo hasta la segunda década del siglo xix comenzó a tomar relevancia en revistas como El Iris, donde Claudio Linati publicó la primera, titulada “Tiranía”, en la que vemos a un político con orejas de burro, collar de calaveras y un gorro de bufón mientras aplasta los derechos humanos (esto fue en 1826, valga la precisión). Después aparecieron revistas como Don Bulle-Bulle; o publicaciones como La Orquesta, El Ahuizote, Gil Blas Cósmico o El Diablito Rojo; y Multicolor en el siglo xx, entre otras. Así se construyó una tradición de la que forma parte Ernesto El Chango García Cabral (Huatusco, Veracruz, 1890-Ciudad de México, 1968), dibujante, caricaturista, pintor, bailador de tangos, luchador al estilo grecorromano, amante de tiples famosas y pionero en el cine mudo y la televisión. Amigo de personajes como David Alfaro Siqueiros, Roberto Montenegro, Miguel Covarrubias, José Juan Tablada, Salvador Novo, María Félix y Germán Valdés, Tin Tán. Con una obra que contiene más de 25 mil trabajos, el Museo del Estan-

Sin título. Aguada y gouache sobre papel. 1931.

quillo y el Taller Ernesto García Cabral realizaron una selección de 400 originales para ilustrar “El universo estético de Ernesto García Cabral”. La exposición es una crónica visual del México del siglo xx que rescata las colaboraciones del Chango en periódicos como Excélsior y Novedades, y en revistas como La Tarántula, Frivolidades, Fantoche, Gacetilla Bayer, Don Timorato, Gladiador, Hoy, Ambiente; a las que se suman algunos de los libros que ilustró y su trabajo para cine y carteles.

ESTÉTICA DE LA CARICATURA: UNA CRÓNICA VISUAL “El universo estético de Ernesto García Cabral” abre con La nena déco: el retrato provocador de una mujer de los años treinta: una intelectual, una artista que reta a las ideas conservadoras sobre la mujer. Una pieza (así como el dibujo a tinta china El sátiro viejo) que con el tiempo consolidó al Chango como uno


Fuente (ambas) > Colección Carlos Monsiváis / Museo del Estanquillo.

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Ernesto García Cabral (dibujo), Alfonso Garduño (color): Bailarín negro en un “rag-time”. Revista de Revistas, núm. 590. Fotograbado. 1921.

de los maestros del art nouveau y el simbolismo, líneas de creación modernistas alejadas de la academia y cercanas a la naturaleza. La idea de observar, criticar y poner un toque de humor al avance de la historia política es evidente en la primera parte de la exposición, donde se exhibe su trabajo como caricaturista de combate. —El Chango inició sus trabajos hacia 1909; tenía diecinueve o veintiún años cuando comenzó a trabajar como caricaturista de combate. García Cabral siempre fue crítico de los próceres de la Revolución Mexicana. Aquí tenemos parte de los famosos trabajos en los que satiriza a Francisco I. Madero —relata en un paseo por la exposición Henoc Santiago, director del Museo del Estanquillo. —Aunque él comenzó desde los cuatro años, a esa edad descubre su vocación —cuenta Ernesto García Cabral, hijo del pintor—. Bien decía: “Ya me gustaba el dibujito, y sobre todo con el dedo en la cuerda floja”. Hay diversas obras que critican a Madero, a Pino Suárez, y tanto al gobierno como a la Revolución. La exposición también presenta las portadas de revistas como Frivolidades, en las que diversos personajes, entre ellos Federico Gamboa, entonces subsecretario de Relaciones Exteriores, son parodiados con simpatía. No se trata de un simple recorrido por una parte de la historia política de nuestro siglo xx , sino también de un recorrido por la estética de la caricatura en el mundo. Junto con los trabajos del Chango en Multicolor se colocan las portadas de semanarios humorísticos parisinos como Le Rire, de 1896, para la que años después trabajó.

—García Cabral tenía una visión clara de lo que sucedía en el mundo —comenta Eduardo—. Fue un artista de su tiempo, en la vanguardia. El “exilio” en París, en 1912, al que se vio obligado El Chango gracias a que Madero le otorgó una beca en un intento por “silenciar” su trabajo, le permitió reforzar su técnica y comenzar a trabajar para revistas como La Bayonette y La Vie Parisienne, más aún cuando Victoriano Huerta —luego de disponer el asesinato de Madero— le retiró la beca y lo dejó a su suerte en Francia. Por pasión y por necesidad, García Cabral incursiona en las corrientes vanguardistas, y en París queda prácticamente atrapado por la Primera Guerra Mundial, en un país en guerra y sin más ingreso que el de su propio (y a veces escaso) trabajo. —En esta misma sección —continúa su hijo Eduardo— se aprecia su visión de la rotonda de París, el barrio bohemio, Montparnasse, donde conoció a Lenin, Picasso, Modigliani. Ahí también conoce a Isidro Fabela, quien le propone ir a Argentina como agregado cultural. Sin embargo, El Chango había dejado una novia embarazada y todo se volvió un drama. Hasta que Fabela le comentó: “¿A qué te quedas, a doctorarte en París en hambre y guerra? Envíale

Ernesto García Cabral (dibujo), Alfonso Garduño (color): La dama de otoño. Revista de Revistas, núm. 756. Fotograbado. 1924.

dinero a Madelene desde Argentina”. El Chango se fue a Buenos Aires. Pasaron los años y ya en México le llevaron una fotografía de su hija —una morenita lindísima— y aquella muchacha; un buen hombre se había casado con ella y le había dado apellido a su hija.

APRENDIZAJE Y ENSEÑANZA La segunda y tercera sección de “El universo estético de Ernesto García Cabral” están dedicadas al art nouveau y art déco, donde se muestran las portadas que realizó para la Revista de revistas, en las que también creaba la tipografía (publicaciones en las que han encontrado, al menos, cincuenta familias de tipografías distintas). —La paz deteniendo a la guerra, todavía en los albores de la Primera Guerra Mundial, en 1918, es un ejemplo. Recuerdo que nos contaba de las indicaciones que les hacía a los impresores —añade Ernesto—: “Pon un poco de rojo en la punta de la espada, Varguitas”, entonces Varguitas lo hacía y la imagen que tenemos expuesta quedó así. Uno de los exámenes que El Chango pasó en San Carlos era el de pintar con exactitud un fémur para después insertar

“LA EXPOSICIÓN TAMBIÉN PRESENTA LAS PORTADAS DE REVISTAS COMO FRIVOLIDADES, EN LAS QUE DIVERSOS PERSONAJES, ENTRE ELLOS FEDERICO GAMBOA, ENTONCES SUBSECRETARIO DE RELACIONES EXTERIORES, SON PARODIADOS CON SIMPATÍA.”


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“EN OTRA ÁREA DE SU TRABAJO. VEMOS A LOS HOMBRES Y MUJERES DEL BARRIO, LOS MENDIGOS, BOLEROS, PAYASOS Y CIRQUEROS; LOS OFICIOS POPULARES Y LA MISERIA; LAS CANTINAS Y MOTIVOS PINTORESCOS DEL MÉXICO DE MEDIADOS DEL SIGLO xx.”

Fuente (ambas) > Colección Taller Ernesto García Cabral.

Sin título (Pita Amor). Hoy. Tinta y gouache sobre papel. 1959.

Diego Rivera y señora. Fantoche. Semanario Loco. Tinta y gouache sobre papel. 1929.

Exposición El universo estético de Ernesto García Cabral. Organizada por el Museo del Estanquillo Colecciones Carlos Monsiváis. Termina el próximo 31 de octubre. Isabel la Católica 26 esquina con Madero, Centro Histórico, Ciudad de México. Lunes a domingo (martes cerrado) de 10:00 a 18:00 horas. Entrada gratuita.

músculos tensos o laxos. Esa escuela le permitió el dominio del cuerpo humano. Al final, con todas estas imágenes, Cabral se convirtió en un lujo para el periodismo nacional, porque son obras de arte con una composición impecable en todos los sentidos; en esta época sus creaciones estuvieron muy ligadas a la tradición francesa, como se demuestra en la obra La patria.

—Una de las grandes enseñanzas del trabajo del Chango —concluye—es cómo con un solo trazo, una línea, es capaz de marcar una dimensión al dibujo. Eso lo vamos a notar la exposición. Cómo con unas líneas te da el ambiente, el sonido, la profundidad que una obra visual necesita. Con unas cuantas líneas lo cuenta todo; en cambio, antes, a principios del siglo xx , todo era muy abigarrado.

TRANSFORMACIÓN DE SU TRABAJO Al avanzar por la exposición y los años en activo de García Cabral, notamos cómo su trabajo se transforma: son líneas simples pero también con un dejo de lo que hoy conocemos como caricaturesco. En la sección de Cabral como retratista, los trabajos tienen otras características: se exageran los rasgos de los personajes de la época, entre ellos Luis G. Urbina, Diego Rivera, Frida

Kahlo, Joaquín Pardavé, Esperanza Iris, El Panzón Soto y el Dr. Atl. —El Chango siempre fue muy trabajador —recuerda Ernesto García Cabral—. Lo primero que hacía al despertarse era trabajar, a veces a las cuatro o cinco de la mañana ya lo veías concentrado en cumplir con las catorce o quince caricaturas que le habían pedido; no había ley. Para su cartón diario debía leer los periódicos. Cuando no estaba casado, tenía su estudio; después todo lo tenía en la misma casa. Eso sí: cuando se iba de fiesta (que era una de las cosas que más le importaba), no faltaba quién le pidiera una caricatura y él siempre contestaba: “Perdóname, hermano, no traigo demasiada tinta”. —Por ejemplo —apunta el director del Museo del Estanquillo— podemos ver a Trotsky, derrotado y cansado; pero también hay otro tipo de trazo o caricatura, como en el caso de Agustín Lara. En la imagen de Rivera y Kahlo, el pie de foto apunta: “Diego Rivera y señora”. —En ese momento —agrega el hijo del creador—, Frida no figuraba. Más que una exposición cronológica, ésta se ordena por temática y, en algunos casos, por publicación, pues en cada periódico o revista hacía cosas diferentes, ensayaba estilos diversos. También podemos ver el trabajo que hizo para publicidad, con un toque humorístico y gran éxito de ventas. En otra área de su trabajo —las costumbres— fija el estereotipo mexicano. Vemos a los hombres y mujeres del barrio, los mendigos, boleros, payasos y cirqueros; los oficios populares y la miseria; las cantinas y motivos pintorescos del México de mediados del siglo xx. —Debo confesar que El Chango se murió en cuanto dejó el restirador —confiesa su hijo al terminar el recorrido por esta exposición—. Un día se sintió mal y se acostó. Lo llevamos al hospital y a las horas falleció. Su muerte, el 8 de agosto de 1968, fue noticia de primera plana.


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Rescatamos esta valoración del sociólogo italiano en torno a Bob Dylan, cuando sin duda era imposible anticipar su designación como Premio Nobel de Literatura 2016, motivo de incertidumbre y polémica cuyo desenlace permanece en suspenso.

L a et er n i d a d c om ie n z a u n s áb a do

BOB DYLAN: TIEMPOS CAMBIANTES Por

C

omprender la evolución de Dylan exige recordar que en 1961 se podía creer todavía en la necesidad de una canción combativa, se podía creer que las guitarras matan fascistas, se podía pensar que la protesta debía centrarse en la exigencia de igualdad de derechos. Exige recordar también que ya nadie se conmueve con “La respuesta está en el viento”, o al menos nadie lo hace en la forma en que lo hicieron los adolescentes que encontraron en ella su primer rechazo de una sociedad muerta pero no sepultada. El izquierdismo de Guthrie, las manifestaciones ante el Pentágono, el juicio de los siete de Chicago, todo ha sucedido demasiado rápidamente. En Estados Unidos son ya demasiados los que conocen las causas de la continua e irracional violencia omnipresente en la vida norteamericana; la exhortación de Dylan para que las personas honradas se unan (We could make this great land of ours a greater place to live / “Podemos hacer de esta grandiosa tierra nuestra un lugar mejor para vivir”) no tiene el menor sentido hoy, mientras que era perfectamente comprensible en el año 1963; entonces no parecía un mero reformismo descabellado, parecía una llamada a una lucha real. Desde este punto de vista, la trayectoria de Dylan es la de un conflicto personal provocado por el derrumbamiento de las

Las Claves

LUDOLFO PARAMIO

UN ESPACIO DEDICADO AL RESCATE DE RAREZAS Y RELIQUIAS LITERARIAS

LA TRAYECTORIA DE DYLAN ES LA DE UN CONFLICTO PERSONAL PROVOCADO POR EL DERRUMBAMIENTO DE LAS ILUSIONES.

ilusiones, por la advertencia del verdadero carácter del problema de la descomposición de la vida —social y colectiva— en Estados Unidos de América. [...] En su primera etapa, en la etapa de admiración por Guthrie y Seeger, Bob Dylan no superó la crítica visceral y emotiva de la generación estadunidense a la que él mismo pertenecía y de la que ha llegado a ser un símbolo. Pero el izquierdismo sentimental no estaba en condiciones de enfrentarse al montaje militar-industrial, a la hipocresía de una ideología que fingía suprimir la discriminación al otorgar unos derechos que no significarían apenas nada mientras permanecieran —como han permanecido— ciertas relaciones de producción y de dominio. El izquierdismo sentimental en Estados Unidos estaba destinado a morir con Luther King, a morir en el momento de suprema farsa en que Lyndon B. Johnson terminó su mensaje al Congreso con las palabras que habían sido el símbolo de una etapa en la lucha por la libertad: We shall overcome (“Venceremos”). La progresiva crisis de toda la ideología liberal-izquierdista se refleja en la aparición del cinismo más peculiar en la obra de Dylan. Este cinismo, caótico y surreal a veces, espléndidamente erótico en otras ocasiones, marca toda una época en Dylan, la que termina con Blonde on Blonde. Paralelamente a la evolución del pensamiento de Dylan se operó la evolución de su estética: la irrupción del rock en su música —y de

su música en el rock, cuya propia historia no podría entenderse de no existir Dylan—, la potenciación del aspecto estrictamente musical de sus canciones hasta convertirse éstas en unidades estructuradas de letra y música. Si se acepta la relación entre la obra de Dylan y la sociedad en que aquella ha sido producida, resulta obvio el motivo del carácter progresivamente caótico de la poesía de sus canciones; éste no sería reflejo de una madurez en el estilo de Dylan —como lo es su evolución musical—, sino de una crisis profunda provocada por el derrumbamiento de una visión del mundo que nunca había tenido demasiados motivos para sostenerse en pie. Pero la crisis interior de Dylan iba a verse enmarcada por su conversión en un show viviente, por su transformación en un hombre rico y famoso, por su mitificación a nivel mundial. No se trata de resucitar la canción de protesta ni de instrumentalizar de ninguna forma la canción. La alternativa es la de tomar o no partido, la de permanecer de espaldas a la realidad —o intentándolo— o unirse de una vez por todas al bando de los prisioneros, de los que saben, como James Baldwin escribió a Angela Davis, que si te atrapan a ti en la mañana vendrán por nosotros en la noche. Prólogo a Bob Dylan: George Jackson y otras canciones. Visor, España, 1972.

Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ

TIEMPO MOTIAN / Los tambores se repliegan en el hálito del collado. Se extiende el tabaleo por los cruzamientos de la noche. El silencio es una pausa que no calla porque ha quedado el eco flotando en las rendijas. Parece que alguien escribe la transparencia. Nadie traza la orilla de la vertical hondura: nadie cruza el puente: todos permanecen en los límites del refugio. Tiempo Frisell / Las cuerdas de la guitarra acordonan los sigilosos diálogos de la memoria. El instante respira su pasado. Hay una llovizna espesa en la escritura de la tarde. Hay un relente contagioso en el tartajeo: cadencia ilimitada y follaje. Una muchacha muerde los acordes con sonrisa cómplice. Concertino que sacude las grietas, las ensancha y las define. Tiempo Lovano / La mirada funda el regreso. La pupila cifra los entornos. Retorna la arrogancia al barro para que la cal se adueñe de lo gregario. Tañen las voces y se inaugura la mañana. Salpicados de placeres, cruzamos los guiños. Envueltos en la exaltación de los empeños, correteamos por los silbos que nos acurrucan. El saxofón temporiza las

anomalías y las coloca en la justa incidencia de la cicatriz perpetua. La borrasca del saxofón abre los folios: nos descubre inocentes, sin máscaras. Time and Time Again ( ecm Records, 2007) está destinado a convertirse en objeto de culto. Ya lo es por la amorosa osadía de conjuntar a tres figuras ineluctables del jazz contemporáneo: el legendario baterista Paul Motian (Providence, 1931), el atípico guitarrista Bill Frisell (Baltimore, 1951) y el sax Joe Lovano (Cleveland, 1952). El jazz en rupturas de osadas propuestas: inauguración discursiva que va más allá de una vestimenta pueril de los elementos armónicos, para convertirse en exploración sonora que se mueve entre lo clásico y las fusiones de las vanguardias. Motian, maestro de la batería, colaborador de Charlie Haden, Keith Jarrett y Paul Bley, amén de su histórica participación (1959-1963) con Bill Evans en el imponderable trío: Evans/LaFaro/Motian (no olvidar ese ciclo de perfección y la obra maestra, Waltz for Debby, 1961). Frisell, guitarrista

country/soul/blues inclasificable: inspirado en Monk posee una técnica muy singular. Lovano, sax tenor y soprano, se ubica en las tendencias postbop y hard con un timbre espontáneo y muy imaginativo. Tres estilos, tres léxicos, que una y otra vez (Time and Time Again) regresan a sus andanzas virtuosas. Diez piezas que subrayan obsesiones en recuento que va desde el compositor de comedias musicales Richard Rodgers (“This Nearly Was Mine”) al bop/prevanguardista Monk (“Light Blue”) con aporte de Lovano (“Party Line”) y del mismo Motian (“Cambodia”, “Onetwo”, “Wednesday”...). Atmósfera sólida arraigada en las fusiones y paseo por el postbop enmarcado en gamas avant-garde. Un sax tenor contenido con guiños cool, un drum de síncopas provocativas y un guitarrista con absoluto dominio de reverberaciones: alargamientos y retrasos temporales de efectivas irisaciones. Las estaciones del jazz tres veces deferidas, enlazadas en facundia de regocijadas hablas armónicas: una y otra vez el jazz como alimento.

TIME AND TIME AGAIN

Artista: Paul Motian, Bill Frisell & Joe Lovano Género: Jazz Disquera: ECM Records, 2007.


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EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

NEW ADVENTURES IN HI FI

( D I S P O N I B L E E N d v d , B LU R AY Y L A S E R D I S C )

11 Por

CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

M

e volví a encontrar con mi archienemiga la salmonela. Es imposible estar a salvo. Maldito pollo. No sólo es el vehículo por antonomasia de la hormona (vean el tamaño de mis senos), es el salvoconducto de la salmonelosis. Salir a cenar es una maldita ruleta rusa. Es otoño. Pero a esta ciudad le vale madre. Alcanzamos los treinta y un grados centígrados durante el día. Y eso pudre todo. La comida, el ánimo, y las ganas de vivir. Siempre que voy a viajar acometo un par de rituales. Uno es salir a cenar. Sí, llevarme en el paladar el buqué de mi tierra. Quién sabe cuando vuelva a reencontrarme con mis raíces. Y qué tal que no vuelvo. Que el avión se cae. Que el autobús choca. Que el barco se hunde. El otro ritual es no dormir. No sé a la mayoría, pero a mí viajar me pone ansioso. Y cuando el vuelo, como era la ocasión, es a las seis am, se me ponen los nervios de punta. Pero en esta ocasión no dormí por gusto, fue por necesidad. No importa cuánto dinero ganemos ni a cuánta educación accedamos. Siempre, siempre vamos a caer en las garras de la publicidad. Las putas ofertas de supermercado. Las promociones en restaurantes. Apenas guaché 2 x 1 en hamburguesas en un localito muy mono a la vuelta de mi depa supe cuál sería mi despedida. Después de la totopeada, como medio kilo, me embutí una burger con una obscena corona de aros de cebolla. Tras semejante embarque me fui a la cama. Y oh sorpresa, me quedé jetón. Bad sign. Si yo no puedo pegar el ojo cuando viajo. Pero la

ES OTOÑO. PERO A ESTA CIUDAD LE VALE MADRE. ALCANZAMOS LOS TREINTA Y UN GRADOS CENTÍGRADOS DURANTE EL DÍA. Y ESO PUDRE TODO. LA COMIDA, EL ÁNIMO, Y LAS GANAS DE VIVIR.

El sino del escorpión La ley de contracultura DESDE LO ALTO de su cicatriz en el muro, el alacrán barrunta a los académicos suecos, “nostálgicos hippies seniles de próstatas rancias” (Irving Welsh dixit), desesperados en busca de Bob, pero al parecer, en el singular y privado Olimpo donde habita el poeta/cantautor ni se han enterado ni les interesa su designación, pues en la contestadora telefónica sólo se le escucha cantar “It Ain’t Me Babe”. Para distraerse, el venenoso fatiga la revisión de las diez audiencias públicas sobre la iniciativa de ley de cultura, organizadas por los legisladores para llegar a la consolidación jurídica del tema, sustento de las políticas y acciones de la Secretaría de Cultura. La información está en el micrositio de la Comisión de Cultura en la dirección http://www5.diputados.gob.mx. En un mes (del 30 de junio al 2 de agosto), se realizaron reu-

medida me caía de peluche porque tenía que despertar a las 4:30 para pegarme un baño y salir echando lechuga hacia el aeropuerto. Y en un punto de la noche sobrevino la catástrofe. En el sueño sentí cómo alguien presionaba el interruptor. Mi estómago hizo ese sonido que hacen las cajas fuertes cuando se les adivina la combinación. Soy bueno para manejar situaciones de emergencia. Crudas morales, maquinaria pesada, tambores, refrigeradores, fierro viejo que venda. Pero el combo vómito y diarrea siempre se me ha dificultado. No se puede ir uno con melón y con sandía. La peor parte la llevó mi retaguardia. Parecía que estaba bailando twerk desnudo y no que estaba evacuando. Existe gente a la que le pagarían por eso. He maniobrado diarreas en más de tres continentes. Por lo que estar en casa era pan comido. Acudí a mi botiquín de glotón y saqué un par de Treda. Porque, parodiando al Premio Nobel, una dura lluvia estaba cayendo. Pero fue inútil. El chorrillo no se detuvo. Y eso que me las tomé con el truco de mi abuela, que consiste en persignarte tres veces con el medicamento antes de empujártelo. No pasa nati, me dije. Si no hay mal que dure cien años, menos diarrea que se prolongue toda la noche. Orita me deshidrato y entonces pinche infección a ver qué cago. Pero la catástrofe no menguaba. Ya tenía los ojos bastante hundidos pero seguí siendo generoso con el excusado. Pero ni pensar en irme a la Cruz Roja. Tenía que tomar un avión a Dallas. Vamos, Carlos,

tenemos que superar ésta. Si pudimos con la del 2010, ésta es bocatto di cardinale. Cuarenta y cinco minutos después la cascada de tamarindo se convirtió en una simple brisita. Me di mi enésimo baño, me vestí y me dispuse a largarme al aeropuerto. Bajar en el ascensor fue como una película de terror. El espejo me devolvía mi rostro deshidratado. Y justo cuando iba a salir del edificio sentí cómo la pared de la presa se resquebrajaba y subí corriendo los tres pisos que me separaban del trono. Perdí el vuelo. A las 9 de la mañana me revisó el médico. Era una infección estomacal. A cualquiera le puede pasar, cierto. Pero de todas las personas que comimos hamburguesas sólo yo me enfermé. No hay falla. Es la edad, me aproximo a los cuarenta a 150 kilómetros por hora. Añoro el tiempo en que tenía panza de albañil. Por lo gordo y lo imbatible. Y me preocupa un hecho capital. Me espera una crisis, además de que mi salud merma cada día, se llama crisis de la mediana edad. Cómo me pegará. Seré como aquellos que se compran una Harley, o los que se amarran una chavita de veinte, o qué. Tengo miedo de mí, no lo voy a negar, y no es plagio a Delgadillo. Por lo pronto ya no cierro los bares ni hago tantos excesos, cada vez son más tristes las canciones de amor. Por lo pronto he comenzado a ganarme una reputación de blando que nunca tuve como tipo duro. Por lo pronto me quedé en casa por anciano cagón. El doctor me prohibió el chile rojo, pueden creerlo. El chile rojo, chingao.

Por ALEJANDRO DE LA GARZA

@Aladelagarza

niones en nueve ciudades del país con la participación de cerca un centenar de ponentes sobre temas como derecho cultural, industria editorial, protección del patrimonio, promoción y demás agobiantes asuntos en tiempos de recorte presupuestal y gobernadores en fuga con inconcebibles cantidades de dinero del erario. Como bien lo advirtió el rastrero, los inconformes aparecieron (“amotinados”, dirían nuestros liberal-conservadores culturales) ante “la falta de apertura y de participación social”. Los trabajadores de las instituciones de cultura se conjuntaron como Sindicato Nacional Democrático de Trabajadores de la Secretaría de Cultura ( sndtc ), para organizar sus propias mesas de discusión y “construir una propuesta ciudadana con los planteamientos ignorados por las instancias

gubernamentales”, como los derechos digitales y la relación género-cultura, apunta el arácnido. Del 6 de septiembre al 11 de octubre, el sndtc organizó trece reuniones de trabajo cuyos planteamientos se presentarán a los legisladores como propuesta de Ley Ciudadana. Según observa el artrópodo, los planteamientos oficiales y no oficiales coinciden en varios aspectos del diagnóstico (crisis, falta de presupuesto, seguridad social para artistas y creadores independientes), pero hay temas de discordia, como el fortalecimiento de la autonomía de las instituciones culturales. El escorpión augura discusiones por venir en materia cultural, aunque, como es sabido, no es tema prioritario ante asuntos como la inseguridad y la violencia en el país. La contestadora insiste: “No, no, no, it ain’t me, babe”.

EN PLANTEAMIENTOS OFICIALES Y NO OFICIALES HAY TEMAS DE DISCORDIA, COMO EL FORTALECIMIENTO DE LA AUTONOMÍA DE LAS INSTITUCIONES CULTURALES.


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PEQUEÑAS Y GRANDES DISTOPÍAS REDES NEURALES

¿Q

ué libro elegir para compensar el maltrato de las aerolíneas? Quisiera hablar sobre el hedonismo de Qatar Airlines o Singapore Airlines, pero escribo acerca de Aeroméxico, la empresa más confiable porque garantiza el retraso. En un viaje reciente a Nuevo México, mi mente temerosa anticipaba una pequeña distopía, una variante mezquina del futuro durante el vuelo. Como los esquimales, que comen hielo para no sentir el frío de Alaska, preparé dos lecturas sobre grandes distopías: cualquier retraso, sobreventa, o ayuno obsequiado por Aeroméxico podría sobrellevarse con la imaginación ocupada en los desastres colosales de la especie humana. Dos libros esperaban en la mochila de viajes: Sumisión, del celebrado Michel Houellebecq, y en caso de pérdida o decepción, la Trilogía de la Fundación, de Isaac Asimov. Ambos ejercicios de imaginación futurista actúan como distopías preventivas, para alertarnos sobre el alcance subestimado de la estupidez colectiva. El azar es responsable de que aparecieran ante mis ojos, en la librería del aeropuerto. Tomé la decisión autorizada por el canon literario contemporáneo: abrí primero las páginas de Sumisión. Es la historia futurista de un alter ego descarado de Michel Houellebecq: un experto en la literatura de Huysmans, quien trabaja como profesor en la Universidad de la Sorbona. Huysmans es probablemente el autor más decadente de Francia en el siglo XIX, pero entraña una contradicción perturbadora: a pesar de su nihilismo, regresó al final de su vida a la religión de sus padres, el catolicismo. Con ese punto de partida, Houellebecq ensaya el tema que lo mantiene cautivo: la sumisión a la irracionalidad religiosa. En el año 2022, un partido musulmán ha ganado terreno entre los electores de la izquierda francesa, quienes están decepcionados de sus líderes y temen el crecimiento de la ultraderecha fascista. Mediante un diseño geopolítico poco convincente (pero que haríamos mal en subestimar), el partido musulmán gana los comicios, y prepara la conquista democrática de Europa mediante el populismo religioso. Para trabajar en la nueva Universidad Islámica de la Sorbona, el profesor debe convertirse a una religión que promete apaciguar el vacío existencial, y ofrece el gracioso soborno de la poligamia y la simulación democrática. Houellebecq acusó en 2001 al Islam de ser “la religión más estúpida del mundo”, y se convirtió en el villano de los humanistas compasivos que defienden el valor extraordinario de la comprensión intercultural, y simultáneamente, en el héroe de quienes no desean limitar su islamofobia con escrúpulos decorativos. En lo personal desconfío de

Por

JESÚS RAMÍREZBERMÚDEZ

la polarización ideológica capitalizada por Sumisión, pero me adentré en el libro, porque buscaba más literatura que ideología, y aunque la polarización política suele ser la dama cortesana del autoritarismo, admito que me encanta la literatura de guerra. ¿Pero encontré en las páginas de Houellebecq un relato apasionante? Al contrario: al buscar un tedio decadente que denuncia el sexismo islámico, pero desconfía de los valores de la Ilustración, Houellebecq produce páginas memorables de misantropía honesta, pero contra todo pronóstico, encuentra la apatía como paliativo para el sufrimiento. Si bien esto agota la tensión suicida del protagonista, también agota cualquier tentativa de entusiasmo literario. Doscientas páginas de tedio postmelancólico son difíciles de procesar para el lector que busca una distopía fascinante. Mientras viajaba de regreso a México, una tormenta eléctrica desvió el vuelo hacia un aeropuerto inesperado. En las distopías cotidianas suceden cosas así: el personal de la aerolínea me informó que no encontraría hoteles, alimentos o vuelos hasta el día siguiente. Pasé con mis nuevos amigos miserables una noche helada, en las alfombras de una sala de espera. Quienes llevaban cobijas formaron una clase social privilegiada. La efectividad del frío torna irrelevante la sutil penetración de Houellebecq en el tedio europeo derrotista. Cambié de libro con urgencia, y me adentré en el ciclo de las Fundaciones de Isaac Asimov. Aunque fue un visionario con una cultura enciclopédica, y una capacidad industrial para la producción cultural, Asimov, como otros autores de ficción científica, es visto con desprecio, o en el mejor de los casos, con un gesto de condescendencia en los olimpos de la Vida Literaria Adulta. Pero Fundación es una distopía de máxima escala: la humanidad se ha diseminado por miles de sistemas planetarios, y durante once mil años ha estado cohesionada por un Imperio Galáctico. Eventualmente un matemático y psicólogo social anticipa el derrumbamiento de la civilización, mediante una disciplina matemática conocida como psicohistoria. El científico dispone de bases de datos descomunales, que incluyen los billones de habitantes del Imperio a lo largo de siglos, y con tales herramientas es capaz de analizar el comportamiento de masas humanas como si fueran fuerzas físicas. Mediante cálculos probabilísticos, juzga que la caída de la civilización no puede detenerse, pero que el establecimiento de dos fundaciones científicas podría acortar las edades oscuras, desde un plazo previsto de treinta mil años, hasta otro, más razonable, de sólo mil años. Pero la estadística de los psico-

HOUELLEBECQ ACUSÓ EN 2001 AL ISLAM DE SER ‘LA RELIGIÓN MÁS ESTÚPIDA DEL MUNDO’, Y SE CONVIRTIÓ EN EL VILLANO DE LOS HUMANISTAS COMPASIVOS QUE DEFIENDEN EL VALOR EXTRAORDINARIO DE LA COMPRENSIÓN INTERCULTURAL.”

historiadores trabaja con masas humanas, y no predice efectos de individuos aislados extraordinarios, como los dictadores, capaces de ejercer una influencia carismática sobre los demás. La primera Fundación, planeada para resguardar el conocimiento tecnológico durante la Edad Media galáctica, sería inútil si no desarrolla una ciencia de la mente que conozca la economía social de las emociones y el complicado diseño de la mente individual. Los proyectos de Houellebecq y Asimov son radicalmente distintos. Sumisión se forja en el tuétano descompuesto de la intimidad europea, y sin caer en el reduccionismo biográfico, es inevitable recordar el testimonio del propio Houellebecq acerca de su madre: en su versión, una hippie comunista obsesionada por el sexo, quien lo abandonó a los cinco años y se convirtió al Islam. La mente excepcional de Asimov, por otra parte, fue educada en entornos científicos y eso no deja de sentirse: su prosa es clara y directa, pero carece de los matices subjetivos y la densidad estilística alcanzados por la mejor narrativa contemporánea. Houellebecq muestra una riqueza extraordinaria de detalles autorreferenciales y ensayísticos, pero se permite olvidar el modelamiento de personajes femeninos y de hombres ajenos a su misantropía, sin los cuales sería imposible contestar la pregunta elemental planteada por Sumisión: ¿a cambio de qué la mayoría de las mujeres francesas y los hombres libertarios de ese país aceptarían pasivamente el giro islámico de su política? A pesar de esto, el valor heurístico de la distopía de Houellebecq es provocativa y sugerente. En la proyección colosal de Asimov, por otra parte, la estructura literaria, formada a base de relatos dedicados a las crisis civilizatorias de la humanidad a lo largo de los primeros cuatrocientos años de la Fundación, exigía las habilidades combinadas de un historiador matemático y de un narrador más penetrante, capaz de crear en cada relato los personajes memorables que eligen el restablecimiento de la civilización (o la sumisión) frente a la barbarie. Aun así, la inmersión en las novecientas páginas de la trilogía resulta entretenida y estimulante: Asimov no piensa que el aburrimiento es un valor artístico. ¿Surgirá algún día ese matemático y psicohistoriador, con las habilidades intersubjetivas de un León Tolstoi, de un Sándor Márai? Es poco probable. Mientras tanto, el debate está abierto. A veces parece imposible evitar la sumisión ante la barbarie, pero ¿cómo amortiguar mejor el maltrato de las aerolíneas? ¿Debo hacerlo mediante las lecciones futuristas de un científico polímata, o con los cuadernos reveladores de un misántropo?


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