FR ANCISCO HINOJOSA AUTOGOL
CARLOS VEL ÁZQUEZ EL CUENTO IS ALIVE
ESGRIMA
BRUNO ESTAÑOL
El Cultural N Ú M . 5
S Á B A D O
1 8 . 0 7 . 1 5
[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]
EL CEREBRO: ENFERMEDAD Y CREACIÓN
Ignácio de Loyola Brandão Jesús Ramírez-Bermúdez
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En este número, El Cultural indaga en los misterios, aptitudes y enfermedades del cerebro: “el órgano —señala Francisco González Crussí— donde habitan los pensamientos, los sueños, las imaginaciones y la memoria”. El escritor brasileño Ignácio de Loyola Brandão narra con agudeza la manifestación perturbadora de un aneurisma. El neuropsiquiatra Jesús Ramírez-Bermúdez refiere un mecanismo —la fabulación— que el cerebro improvisa ante algunos de sus padecimientos. Fernanda Pérez Gay J. contrasta el principio aristotélico del
corazón como el lugar donde se alojan las percepciones y la mente, consideradas ahora como actividades neurológicas que la ciencia busca precisar. Citamos un pasaje de Francisco González Crussí en torno a la frenología, que desde el siglo xix plantea al cerebro como explicación de la personalidad y aun la moral de un individuo. En la sección Esgrima, el neurólogo, narrador y ensayista Bruno Estañol aborda uno de sus temas distintivos: cómo funcionan esas facultades que hacen posible no sólo el pensamiento sino la imaginación creadora del artista.
IGNÁC IO DE LOYOL A BR A N DÃO EL HOMBRE BALA EN SU CAÑÓN “Imagínese —anota el periodista brasileño Zezé Brandão— lo que sería despertar una mañana sabiendo que una arteria va a explotar en su cerebro... Convivir con la posibilidad de la muerte a cada minuto, y al mismo tiempo con el terror de intentar evitarla mediante una cirugía delicadísima es la experiencia que Loyola nos cuenta con poesía, esperanza y al mismo tiempo fascinación... Suerte para el lector que el sobreviviente de esa experiencia sea un escritor que la transformó casi en una novela. De suspenso, miedo, angustia y mucha, mucha luz al final de ese túnel por el cual ninguno de nosotros quisiera pasar.” Este texto es un fragmento del libro La perla asesina. Historia de un aneurisma, de próxima publicación en Ediciones Cal y arena.
TRADUCCIÓN: DELIA JUÁREZ G.
T
odo nos intimida en los hospitales. Rompen con nuestra rutina, no tenemos familiaridad alguna con los procedimientos, nos sentimos desconfiados de lo que está por venir. Es la antesala de lo desconocido. El empleado comenzó a llenar la ficha. Nombre, edad, escolaridad. —¿Ignácio de Loyola? Qué bien. Me reconocieron, eso facilita las cosas. —¿No hay un santo con ese nombre? ¡Ah, el santo! No me conocía, me tragué mi vanidad. —Sí, hay uno. Mi nombre es en honor a él. —¿Una promesa de su madre? —No, nací el día del santo. Así se acostumbra en mi casa. —¿Era un buen santo? —Era un desorden, después de convertirse se volvió un hombre disciplinado.
—Yo soy espiritualista, ¿sabe? —Ah... —Su altura. ¿Y ahora? Nunca he sabido mi altura. A los 19 años, en Tiro de Guerra, me dijeron que medía 1.70 m. ¿Harían diferencia algunos centímetros de más o de menos? —Un metro setenta. Me miró con ironía hacia lo alto, debió pensar que no mido 1.70. —¿Peso? Eso sí lo sabía. La noche anterior había pasado con Márcia por la farmacia y ella descubrió una báscula, nunca se había subido a una. Aproveché. —76 kilos. Hacía tiempo que ya no me quedaban varios pantalones, la barriga crecía. Y pensar que fui delgadísimo. —¿Está en ayuno hace más de tres horas? —Sí.
DIRECTORIO
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“UNA LUZ GRIS, NEUTRA. TODO ESTRECHO, LAS PAREDES MUY PRÓXIMAS ME ENVOLVÍAN COMO UN CAPARAZÓN. UN VENTILADOR RONRONEABA SUAVEMENTE. SENSACIÓN DE PAZ. ESCUCHÉ QUE CERRABAN EL EXTREMO DEL TUBO, A MIS PIES. FUE SUFICIENTE PARA DESPERTAR EN MÍ ALGO QUE NUNCA HABÍA SENTIDO.” —¿Sufre claustrofobia? —Creo que no. Al menos nunca la he sentido. —¿Tiene problema con los ambientes cerrados, estrechos? ¿Con los elevadores? Fue cuando desconfié. Miré hacia atrás. Allí estaba el equipo de resonancia, semejante a un cañón inofensivo. ¿Qué pregunta era ésa? Me condujeron a una sala, me dieron una piyama gris de tejido grueso, me puse unas pantuflas de ésas que dan en los vuelos internacionales para caminar por la noche. Esperé, consciente de mi ridículo aspecto. Me sentía un barrendero. Entonces me di cuenta de que estaba de mejor humor, en otros tiempos me habría sentido un condenado en el corredor de la muerte. Me pidieron que me quitara todo lo que fuera metálico, llaves, pluma, reloj, las tarjetas de crédito. Escuchaba extraños ruidos, la recepcionista me alertó: —¡No se asuste! ¿Por qué habría de asustarme? La rnm , resonancia nuclear magnética, es un examen en el que dentro de un cilindro se produce un fuerte campo magnético que hace que los átomos de hidrógeno del cuerpo liberen ondas de radiofrecuencia, mismas que la computadora transforma en imágenes. De este modo se obtiene una radiografía del interior de mi cerebro. Pasaron veinte minutos, una enfermera me acompañó hasta el aparato, me acostó en una camilla de metal cubierta por una sábana impecable, fragante, me puso tapones en los oídos, me tapó el rostro con una rejilla, me sentí en una jaulita. Ahora sé cómo se sienten los pájaros. Recordé la película La máscara de hierro, basada en la obra de Alexandre Dumas, con Louis Hayward. A Dumas le obsesionaban las prisiones y las situaciones en las que el hombre está solo. Una prisión determinó toda la vida de El conde de Monte Cristo. ¿Estar pensando en literatura y personajes mientras me metían a un tubo, como si fuera el hombre bala del circo? La enfermera sostuvo mi cabeza. “No se mueva, no mueva la cabeza.” En cuanto sujetó mi cabeza, llegó la inquietud. —Si se siente mal, apriete tres veces este botón. Me dieron un interruptor y la camilla entró por el tubo estrecho. ¿Por qué el interruptor? ¿Para qué tanta precaución? ¿Qué clase de examen es éste? Adentro una luz gris, neutra. Todo estrecho, las paredes muy próximas me envolvían como un caparazón. Un ventilador ronroneaba suavemente. Sensación de paz. Escuché que cerraban el extremo del tubo, a mis pies. Fue suficiente para despertar en mí algo que nunca había sentido. Me volví un prisionero. No podía moverme, me aferré al interruptor, con miedo de soltarlo. Mi único contacto con el mundo exterior, mi grito de auxilio. La preocupación me dominó. ¡Qué tontería! Sólo voy a estar unos minutos aquí, sólo eso. El tubo cerrado, yo solo. Los operadores fuera de la sala, al otro lado de una pared de
vidrio. Y yo en un tubito de metal, como si fuera un puro Havana. ¿Y si después de mi muerte despierto en el ataúd? ¿Cuántos casos hay de esqueletos retorcidos que se encuentran años después, al abrirse las tumbas? Cuántas historias de terror. ¿Y los antiguos guerreros metidos en armaduras, intentando defender su vida? ¿Y la tortuga que queda tirada de espaldas, sin saber cómo dar vuelta? ¿De qué manera Houdini, el legendario mago, conseguía escapar de las cadenas y los baúles? ¿Cómo no sentía claustrofobia en un baúl sellado en el fondo del mar? ¿Cómo se sienten los astronautas encerrados en esas cabinas minúsculas, sabiendo que girarán entre las galaxias durante semanas? ¿Y los presos en los solitarios? Steve McQueen en Papillon, seis meses en solitario. Y no enloqueció. Burt Lancaster en Alcatraz. Hay gente fuerte en el mundo, ¿por qué no soy así? Empecé a sudar frío y comprendí las preguntas del encargado. ¿Y si el interruptor no funciona, se descompone justo en este momento? ¿Y si se interrumpe la energía, cómo me van a sacar de aquí? Hasta ese entonces, nunca había estado en una situación claustrofóbica. Pero ahora notaba que tal vez existía algún recuerdo inconsciente porque en la Araraquara de los años cuarenta nunca me metí, como otros niños, a los tubos que la delegación dejaba amontonados en la calle al instalar la red hidráulica. Allí jugábamos. Todo mundo se escondía en ellos. Hasta que un día un niño se quedó atorado, ni para atrás ni para adelante. Sólo se podía liberar si se reventaba el caño. No encontraron al vigilante con las herramientas, tuvieron que esperar. Al día siguiente, el niño estaba en estado de shock, se quedó tonto. Quizás ya estaba así y la gente no se daba cuenta. También dijeron que quedó bobo porque atravesó el cantero ovalado del centro del jardín; era una superstición. ¿Seguirá vivo el bobito? Yo allí, solo, metido en el tubo, sin moverme. Este es un mundo nuevo, una experiencia que debo conocer. Otra más. Semanas atrás habíamos hablado, Márcia y yo fastidiados —ella percibe mejor las situaciones, las mujeres son buenas para eso, son intuitivas— sobre la vida demasiado tranquila, plana, ajena, todo en su lugar. Sabíamos cómo era el hoy, cómo sería probablemente el mañana. Nada nos estremecía, demasiada rutina, una tranquilidad peligrosa, sin grandes sustos, emociones. No podíamos prever que, en unos días, todo estaría patas arriba, con sustos, temblores, miedos. Mientras tanto, era el tubo gris, la luz esterilizada, la espera. De repente, metido en ese ataúd high-tech, me dio taquicardia, comencé a sudar. El recelo creció y se volvió miedo, el miedo pavor, el pavor terror. Intenté poner a funcionar la imaginación, despertar mis delirios, arriesgué fantasías eróticas, de Sharon Stone salté a Françoise Arnoul, una actriz francesa de los años cuarenta-
cincuenta, fue su seno el primero que vi en el cine. ¿Dónde estará Françoise? Las imágenes huían, traté de coordinar ideas, buscando alguna que pudiera funcionar como cuento. Quería recordar cosas graciosas, buenas, que me animaran, pensé en la sonrisa luminosa de Márcia. En recuerdos de infancia y juventud. ¿Por qué, a esta edad, los recuerdos remotos surgen con facilidad? Pensé en trozos de películas y me sentí participando en 8 ½ de Fellini, una de mis favoritas, con sus diversos planos narrativos. ¿Por qué no poner una pequeña pantalla dentro del aparato para que podamos ver una película y distraernos? Uno llegaría, llenaría su ficha, recibiría un catálogo, escogería lo que quisiera ver y se metería a la máquina. Comenzaron los ruidos. Como alguien agitando pedruscos dentro de una lata. O una perforadora, de ésas que manejan los trabajadores en las calles para agujerar el asfalto. Los tapones me protegían. La vibración me atravesaba la carne, tomaba mi cuerpo, resonaba en los huesos y los músculos del rostro, penetraba la cabeza, movía mis párpados. “Es la hora, apriete el interruptor, huya, debe haber otro tipo de estudio que dé el mismo resultado, ¿por qué soportar una cosa así? No tengo nada, son tonterías, para qué fui al médico, ¿dónde me metí? ¡Cada cosa! ¿Me habré vuelto hipocondríaco? ¡Es demasiado!” Luchando contra mí mismo, no apretaba el interruptor. ¿Soy un hombre o un sapo? Vencía el sapo. ¿Qué quiero probar? No tengo que probar nada, nadie sabe que estoy aquí, voy a fugarme. Reculaba: “Estate quieto, necesitas experiencias diferentes”. Diferentes a ésta. Cerraba los ojos, no avanzaba, estaba consciente de que estaba preso. No me libraba del capullo metálico. Entonces la insistente perforadora hizo que todo se disolviera, el ruido constante me relajó. ¿Los ruidos rítmicos, aunque desagradables, pueden conducirnos a un estado alfa? ¿Desplazarnos a una región donde flotamos desligados del mundo? Tal vez por eso los perforadores de calles soportan la vibración infernal, sin tapones, sin protección. El ruido deja de escucharse, produce enajenamiento, separación. Edité durante tanto tiempo la revista Planeta en la década de los setenta, que debía haber profundizado en esos asuntos: separación, abandonar el cuerpo, sensaciones extracorpóreas, zen, paz interior, budismo. Cristina Lombardi, prima de mi mujer, suele dormirse durante las resonancias. Me fui relajando. De vez en cuando el ruido desaparecía, surgían crujidos secos, como los de la marcha de un automóvil cuando se oxidan las velocidades, sentía que había ajustes de posición. Cuando la claustrofobia amenazaba con instalarse otra vez, el ruido volvía, me liberaba. ¿Media hora, diez minutos? No importaba el tiempo, tan solo la comodidad. Abandoné mi cuerpo, subí, viajé tranquilo, sobrevolé el Hospital das Clínicas, pasé por las nubes, vi la ciudad desde lo alto, las calles congestionadas. Libre, sin miedo,
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en paz. Atravesé una gran capa gris de contaminación que cubre la ciudad, una frontera especial, un manto permanente, y no sentí ese olor metálico al que estamos acostumbrados y que deja los ojos rojos, la nariz cerrada, la garganta irritada. Yo no pertenecía a este mundo, no me tocaba. Pensé en los problemas del día a día, sin preocupaciones. Plazos de cierre de la revista, inestabilidad profesional, inseguridad económica, financiamiento de mi casa, mareos, pagos atrasados, llamadas telefónicas que olvidé hacer, nada me afectaba. Volaba. Cerraba un ojo y este ojo comenzaba a ver, mientras que el otro, abierto, estaba ciego. Sentí que estaba en un sueño que no era el mío. Había invadido el sueño de los demás, adquirido la capacidad de circular por los sueños ajenos. Por un defecto en la mecánica, se abrían brechas entre los sueños de una persona y los de otra y por esas brechas se podía entrar. Yo era el único con este poder. Soñaba y el sueño me colocaba dentro de un cuento que publiqué años atrás en la revista Ícaro. Estaba en el sueño de un chino, intentando descifrar lo que me decía, y aparecían ideogramas como leyendas a sus pies. El aparato quedó en silencio, abandoné el sueño, escuché el clic, abrieron el tubo, me liberaron, sentí alivio. El último gran momento de serenidad en un periodo de treinta días. De haber sabido, habría permanecido en el aparato, saltando de sueño en sueño hasta el infinito. Hasta el momento en que, en algún sueño, el durmiente se despertara y yo desapareciera, no me encontrarían. Perderse eternamente por los sueños, sin posibilidad de regreso. ¿Sería esto la muerte? Las placas serían analizadas por especialistas, los resultados estarían listos en una semana. Diez días después, despreocupado y curioso, pasé al hospital, a recoger las placas. Llegué a Vogue y le llamé a Ophir, mi médico: —Tengo la resonancia. —Léeme el informe. Miré las dos enormes placas, de 35 x 43 centímetros, parecidas a un contacto en negativo. En cada una de ellas, quince imágenes del interior de mi cerebro. Las contemplé a la luz de la ventana, eran lindas, parecían pequeños ríos o el fondo del mar en las películas de Disney. Las arterias parecían anguilas entrelazadas. Esos exámenes deberían ser a color. Ambiente de veinte mil leguas submarinas. Examen número S 4895. Edad 59 años 8 meses y 11 días. Peso 72 kg. Altura 1.68 cm. Superficie corporal: 1.81 m2. (La asistente no había creído en mi 1.70 de altura. Pero me encantó saber mi superficie corporal.) Arterias carótidas internas, cerebrales anteriores y
“YO NO PERTENECÍA A ESTE MUNDO, NO ME TOCABA. PENSÉ EN LOS PROBLEMAS DEL DÍA A DÍA, SIN PREOCUPACIONES. PLAZOS DE CIERRE DE LA REVISTA, INESTABILIDAD PROFESIONAL, INSEGURIDAD ECONÓMICA, FINANCIAMIENTO DE MI CASA, MAREOS, PAGOS ATRASADOS, LLAMADAS TELEFÓNICAS QUE OLVIDÉ HACER, NADA ME AFECTABA.” cerebral media izquierda de calibre y trayecto conservados. Pequeña imagen de dilatación de cerca de tres milímetros de diámetro sacular, junto al segmento M1 de la arteria cerebral media directa. Arterias tortuosas, siendo la izquierda la dominante. Arteria basilar tortuosa. Arterias cerebrales posteriores de calibre y trayecto normales. Conclusión: Imagen sugestiva de aneurisma del segmento M1 de la arteria cerebral media directa. Según criterio clínico es conveniente una correlación con una arteriografía digital. Claudio Campi de Castro. Me impresionó el lenguaje científico. Arterias tortuosas. ¿Qué significaba eso? ¿Los mareos vendrían de ahí? ¿Cuál es la gravedad de tener arterias torcidas? ¿Las consecuencias? ¿Algún tratamiento para corregirlas? ¿Y el detalle amenazador? Imagen sugestiva de aneurisma con tres milímetros de diámetro. ¿Será que quiere decir que tengo un aneurisma? ¿Yo? Debe haber algún engaño en la imagen. —Ophir, ¿quiere decir aneurisma tal cual? ¿De los que sangran y matan? —Vuelve a leerlo. Lo leí, lentamente en la frase del aneurisma. Ophir mostró cautela. —¡Calma! Tenemos que consultar a un especialista. Puede ser un doblez en una arteria, la imagen se asemeja a un aneurisma. Pero si fuera un aneurisma de tres milímetros, no pasa nada. —¿Cómo no pasa nada? ¿Aneurisma?
—Son más comunes de lo que te imaginas. Cinco por ciento de la población los tiene y nunca se manifiestan. —¿Y si el mío se manifiesta? —Lo mejor es que me traigas el examen. ¡Hoy mismo! Voy a revisarlo, a consultar algunos neurólogos de aquí del Einstein, después hablamos. Yo me bloqueaba, él disimulaba. No me sentí inquieto en ese momento. Me aferré al diámetro de tres milímetros. Seguro que era de tres. ¿Por qué habría de ser mayor? Aneurisma. La definición del diccionario de Aurélio Buarque, la más sencilla, dice: Dilatación circunscrita de una arteria. Los médicos hablan de dilatación sacular en la pared de una arteria cerebral. Una pared de la arteria se adelgaza, formando una pequeña burbuja, donde se acumula la sangre. Esa burbuja puede romperse a causa de una presión alta, de una gran tensión o simplemente por su fragilidad. Al romperse, viene el sangrado, la sangre invade el cerebro. Es ochenta por ciento mortal cuando estalla. O provoca secuelas graves, que van desde la parálisis hasta la pérdida del raciocinio, mudez, ceguera. Yo era la última persona en el mundo que tendría un aneurisma. Siempre fue lo que más temí. Lo que me aterrorizaba. Desde la muerte de Cecilda Becker. Se desmayó en el palco durante la representación de Esperando a Godot, de Beckett, en 1969. La más grande actriz de Brasil. Murió días después. Tenía
“QUINCE IMÁGENES DEL INTERIOR DE MI CEREBRO. LAS CONTEMPLÉ A LA LUZ DE LA VENTANA, ERAN LINDAS, PARECÍAN PEQUEÑOS RÍOS O EL FONDO DEL MAR EN LAS PELÍCULAS DE DISNEY. LAS ARTERIAS PARECÍAN ANGUILAS ENTRELAZADAS. ESOS EXÁMENES DEBERÍAN SER A COLOR. AMBIENTE DE VEINTE MIL LEGUAS SUBMARINAS.”
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“CUANDO QUEREMOS, INVENTAMOS UN MUNDO PARA PROTEGERNOS, POR MÁS FALSO QUE SEA. TENEMOS LA INCREÍBLE Y MARAVILLOSA CAPACIDAD DE DEFENDERNOS, CAMINANDO FUERA DE LA REALIDAD. ¿QUIÉN QUIERE LA REALIDAD DE TIEMPO COMPLETO? LA REALIDAD ES INSOPORTABLE Y NO SOMOS HÉROES, APENAS SOMOS HUMANOS Y DÉBILES.” apenas 48 años. El aneurisma no se manifiesta, no presenta síntomas. Es una serpiente, da el salto, rápido y silencioso. Explota de pronto. Al terminar el día, Márcia fue a recogerme (no manejo), fuimos al hospital. Ophir puso las placas en el cuadro de luz. No quiso opinar, “no es mi especialidad, debemos investigar”. Le llamamos al neurólogo Getúlio Rabello. Estaba de viaje, llegaría el fin de semana. Ese sábado, Márcia y yo fuimos a la casa de playa de Ophir, en Iporanga, cerca de Guarujá. La preocupación comenzaba a invadirme. Trataba de no pensar en el asunto. Sin embargo, nada era normal, no disfrutaba el mar, el silencio, no ponía atención a las conversaciones. Ophir, frente a una cerveza, aseguró que si el aneurisma fuera mayor, debía ser operado. “Existe una posibilidad de que sea de tres milímetros, pero la placa muestra el interior de la arteria. Lo que vimos en ella era sangre, los tres milímetros son internos. Por eso tenemos que llegar hasta el final.” Quizá no fuera aneurisma. Ophir lanzaba al aire una frágil esperanza. “Puede ser el doblez de una arteria”, afirmó el analista de la resonancia, por teléfono. De pronto, tres milímetros representaban en mi vida un terreno extenso, me sumergí en él, me quedé quietecito, tranquilo. Cuando queremos, inventamos un mundo para protegernos, por más falso que sea. Tenemos la increíble y maravillosa capacidad de defendernos, caminando fuera de la realidad. ¿Quién quiere la realidad de tiempo completo? La realidad es insoportable y no somos héroes, apenas somos humanos y débiles. En esos momentos la vida se muestra en todo su misterio y fragilidad. Y afirma que no tenemos control sobre ella, por más que queramos. Ella tiene sus propios caminos escondidos, atajos, rincones, cuya existencia tiene un solo sentido: reducirnos a la humildad. Los aneurismas y las injusticias. De repente, me llegaban noticias y noticias respecto a ellos. ¿Abrimos más los ojos? ¿Comencé a interesarme porque el asunto me involucraba? En el fondo, todo es así en la vida, somos indiferentes hasta el momento en que las cosas interfieren en nuestra existencia, perturban nuestra vida cotidiana. Como en el caso de Jonathan Larson, el joven autor de Rent, el mayor éxito musical de Broadway en 1995. Larson luchó de 1989 a 1995 para ponerla en escena. Vivía miserablemente en un loft neoyorquino, padecía del estómago y no podía comer. Murió de un aneurisma, poco antes del estreno. Las primeras nueve semanas, Rent recaudó nueve millones de dólares en taquilla, se volvió obra de culto. Tres milímetros. Cuánta fuerza tenían esos miserables milímetros, una
mierda en la escala métrica. Y cómo perdí tiempo aferrándome a ellos, en vez de preparar mi cabeza, pensando en todo momento: ¡Hay que enfrentarlo! Tratando de habituarme a la idea, de acostumbrar mi cabeza. Debía haber escrito en las paredes de la casa, con letras grandes: Tengo un aneurisma que puede ser mortal ¡o catastrófico! ¡Enfrentar la cirugía! Es fácil evaluar situaciones cuando ya pasaron. Todo se agitaba velozmente, no había tiempo para raciocinios claros, cabeza fría. Nada concreto. La diferencia entre nosotros, los hombres comunes, y los grandes hombres está en la capacidad para analizar fríamente lo real, encarar la situación, cualquiera que ésta sea, individual o colectiva, y pasar a la acción, resolver los problemas y decidir pronto. Nos demoramos, nos negamos, huimos. A veces pienso también que ésta es una característica de gente de clase media, pues he visto muchas personas simples, maltratadas por la vida, superar situaciones devastadoras sin dejarse destruir. Cuántas veces en los noticiarios televisivos vemos personas con sus casas arrasadas por inundaciones o deslaves, viendo hacia la cámara diciendo: ¡Vamos a volver a empezar! ¿Cuántas veces vuelven a empezar? ¿Cuántas veces les quita todo la vida y siguen de pie? ¿De dónde sacan fuerza, de dónde les llega esa esperanza inagotable? ¿Están de tal modo destruidas que no hay más agujeros debajo de ellas? La muerte, por ejemplo, no anula ningún privilegio, poseen tan poco, casi nada. Y sin embargo saben vivir, disfrutan alegrías y placeres. Alegrías y placeres que consideramos pequeños porque nos dañaron, nos arruinaron por fraude en materia de valores. El primer encuentro con el neurólogo Getúlio Rabello en la Beneficencia Portuguesa fue a las 20 horas de un viernes. ¿Qué paciente en el mundo ha visto que su cita comience justamente a la hora marcada? ¡Eso no es brasileño, no! En Alemania, donde son tan celosos de la puntualidad, vi personas refunfuñando en los consultorios, mirando rabiosamente el reloj. ¿Quién se resiste a declarar un rosario de aflicciones una vez que el médico está tan dispuesto, tan solícito? La consulta era a las cinco y media de la tarde, pero algunos pacientes anteriores se fueron atrasando, me quedé sentado en la sala vacía. La enfermera terminó su turno y se fue, era fin de semana. Llegaron una
vieja humilde y su hijo, querían informes, ella necesitaba sustituir su marcapasos y había recibido una llamada telefónica del hospital, nadie lograba descubrir de qué se trataba. Nunca vi incompetencia y grosería mayores a los de la sección de informes de la Beneficencia. Con las radiografías en la mano, escuchaba la voz gruesa de Getúlio en una sala anexa. Había convenido con Márcia y Maria Rita comer algo en el Shopping Paulista a las siete de la noche. Ya eran las siete y media, intenté llamarles, desistí, era preciso un código para tener acceso a la línea. Aislado en una sala de paredes desnudas. La sala se vació totalmente, desde afuera se escuchaba un ruido de tanques de gas golpeándose entre sí y de sartenes y cacerolas. Los hospitales desiertos, por la noche son melancólicos, dejan una sensación de abandono. Muerto de hambre, estaba a punto de desistir, cuando me llamaron. Las ocho. Rabello tomó las radiografías, las puso en la pantalla de luz. —¡Es un aneurisma! Y yo, con la boca seca: —¿No podría ser un doblez de la arteria? —No, es un aneurisma. —De qué tamaño. —Es lo que vamos a ver. —Si es pequeño, ¡no se necesita cirugía! Lo afirmaba, queriendo imponerle esa idea. —Vamos a hacer otro examen para localizarlo bien y ver el tamaño exacto. Quiero una angiografía. Otra información que me llenó de pánico: Se trataba de un cateterismo a través de la arteria de la ingle. O sea, me iban a meter un tubo por las venas. Eso me incomodó. —¿Y la cirugía? (Ojalá tenga tres milímetros.) —Por seguridad de su vida, es lo mejor. Pero ésa es una decisión personal. Usted puede haber nacido con el aneurisma. Y puede morir sin que sangre. Muchas veces, en las autopsias se descubren aneurismas en las personas, sin que hubieran sido la causa de muerte. Si tiene tres milímetros no me opero, pensé, visualizando a los médicos serruchando mi cabeza, abriendo un agujero. El dolor, el postoperatorio, tubos en la nariz, en la garganta. Y con el sentido tragicómico que tengo desde que nací, dramaticé y sufrí por anticipado. ¿Somos masoquistas o tendemos a la autocompasión? Al mismo tiempo percibí una extraña sensación. Mi vida se agitaba, se iniciaba un viraje, se extirpaba la monotonía.
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MENTIRAS
HONESTAS ¿Cuál es la distancia entre la fabulación como fenómeno clínico y la fabulación como creación literaria? Jesús Ramírez-Bermúdez
Q
uienes trabajamos en el escenario clínico localizado entre la neurología y la psiquiatría, tenemos la oportunidad de sorprendernos cada día con las antípodas de la naturaleza humana. Pienso ahora en el sufrimiento de una persona que asiste regularmente a mi consulta. Afirma que unos monjes budistas producen rayos gamma que recorren el espacio y llegan a su cerebro, donde impiden la formación de ondas lentas y distorsionan su arquitectura del sueño. —Por eso no logro controlar mis pensamientos —me dice, decepcionado. ¿Cómo se originan estas formaciones intelectuales? ¿Surgen de procesos imaginativos? Tal vez, pero la persona que se encuentra frente a mí no considera que su creencia es imaginativa; ha pensado incluso en quitarse la vida para impedir esta siniestra dominación de los monjes budistas sobre su libertad de pensamiento. ¿Cuál es la distancia entre la fabulación como fenómeno clínico y la fabulación como creación literaria? Durante el proceso creativo, la fabulación puede ser una herramienta de la voluntad, dispuesta para cuestionar la autenticidad de nuestras convicciones, así como la epistemología simplona según la cual tenemos a nuestro alcance un conocimiento seguro del mundo, que nos ofrece verdades éticas y estéticas incontrovertibles. En algún ensayo sobre la imaginación leí que, en su libro Vacío perfecto (1971), el escritor polaco Stanislaw Lem explora a profundidad el género de la ucronía, y allí demuestra que se puede tener sentido al hablar acerca de algo perfectamente inexistente. Otros textos, sin embargo, exploran el proceso menos creativo de la fabulación como recurso inconsciente o semiconsciente del pensamiento y la memoria, un espacio donde el discurso colinda con la mentira (en el terreno ético y legal), con figuras de estilo como la hipérbole (en el dominio de la retórica), y con mecanismos de defensa primitivos como la negación (en la interpretación psicoanalítica del discurso). Pormenores, translocaciones, transposiciones: la evocación de largo plazo es enteramente humana cuando falla, y la dirección del error es consecuencia (comúnmente) del deseo, las presiones políticas, o también de la pura y simple vanidad. En algunas personas que padecen enfermedades cerebrales, las fallas durante la evocación pueden presentarse con un aspecto tan obvio que es fácil suponer que somos víctimas de una broma.
M AYO 10, 2 0 0 4 .
Pregunto a un paciente ciego de qué color es mi reloj: acerco mi mano, la muñeca y el antebrazo a sus ojos; él responde: —El reloj es negro. Pero no llevo reloj.
Leonardo Da Vinci, Estudio del cerebro, 1508.
SE P T I E M B R E 1 5, 2 0 0 8. Me acerco a un paciente con amnesia. Un tumor destruyó la corteza cerebral conocida como hipocampo, en el hemisferio izquierdo, y ha dejado una lesión evidente en sus estudios de neuroimagen. El paciente es incapaz de almacenar nuevos recuerdos, aunque conserva toda la información adquirida antes de su enfermedad. Le pregunto si disfrutó el libro que leímos juntos ayer, en voz alta, en el taller de lectura del hospital. —Sí, doctor. Es un libro excelente. —¿Usted cree que el general debió traicionar al emperador? — —No, doctor. Hizo bien en no traicionarlo. Sin embargo, el paciente llegó este día al hospital. Mi pregunta se relaciona con el general Belisario y el emperador Justiniano, en el entrañable libro de Robert Graves, El conde Belisario. Pero ayer no
PRIVADO DE LA CONCIENCIA DE SUS ERRORES, EL PACIENTE ACTÚA SEGÚN LA SENTENCIA DE ÓSCAR WILDE: ‘DALE A UN HOMBRE UNA MÁSCARA Y TE DIRÁ LA VERDAD’”.
leímos juntos ese libro en un taller de lectura. Nos conocimos el día de hoy. Nunca hemos leído una novela, un relato. Pero el paciente habla como si tuviera un falso recuerdo, o al menos, como si pudiera jugar a decir mentiras con desfachatez. Si el psicoanálisis se fundó para ayudar y entender a personas que parecían tener enfermedades neurológicas que, según el juicio médico experto, simplemente no tenían (por ejemplo, parálisis de los brazos, pérdida de la visión, o alteraciones de la memoria), el advenimiento de una neurología de la (in) consciencia surge como una respuesta científica frente a pacientes que aseguran no tener enfermedades neurológicas que sí tienen: por ejemplo, pérdida de la visión o deterioro de la memoria. ¿Cuál es la distancia entre la fabulación como fenómeno clínico y la fabulación como creación literaria? En el escenario de la neurología, la fabulación puede aparecer en pacientes con amnesia debida a lesiones cerebrales de una elegante estructura anatómica: el hipocampo. Si una enfermedad destruye el hipocampo, la formación de engramas de memoria (bases de datos cerebrales dedicadas a almacenar información) puede llegar a su fin, y con ello la creación de nuevos recuerdos; aparece el fenómeno conocido como amnesia anterógrada. Algunas veces, el daño se extiende a otras estructuras neurales y la amnesia va acompañada de un discurso conocido en español como confabulación, aunque en rigor podría llamarse simplemente fabulación: la formación espontánea de respuestas falsas frente a un interrogatorio que revela los huecos de la memoria. En su Psicopatología clínica, el psiquiatra inglés Frank Fish define este fenómeno como una descripción falsa y detallada de un hecho que se supone ha ocurrido en el pasado. Según Jordi Peña-Casanova, en su formidable Neuropsicología, de 1983, la fabulación aparece como producto de una mezcla: recuerdos antiguos, recuerdos recientes, ocurrencias provocadas por las preguntas del examinador, por imágenes presentadas durante la exploración neuropsicológica, todo lo cual es recreado por el paciente en forma anárquica dentro de su narración. Los pacientes que fabulan después de sufrir lesiones cerebrales obsequian información obviamente falsa, pero no son conscientes de su error. Una falla en los mecanismos de automonitoreo y en los sistemas de evaluación de creencias les impide alcanzar la conclusión evidente para el clínico y la familia, para todos aquellos que escuchan al paciente,
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excepto para él mismo: la respuesta es falsa porque la información no está disponible en el sistema por un defecto en la memoria de nuevos eventos. La mejor manera de demostrarlo es preguntar al paciente acerca de eventos inexistentes: la respuesta cándida del enfermo, que cae en la trampa y asegura recordar lo imposible demuestra no sólo la falla de la memoria, sino la deficiencia del sistema de evaluación de creencias. Algunos autores han propuesto que hay un módulo funcional en el lóbulo frontal derecho que debería detectar anomalías en el procesamiento de información: un detector de errores; en efecto, cuando los pacientes con amnesia presentan lesiones que se extienden al lóbulo frontal derecho, pierden generalmente la conciencia de sus errores mnésicos y aparecen fenómenos fabulatorios; en los casos extremos es posible llegar a la hipermnesia confabulatoria [síndrome severo de falsas memorias], en la cual los sujetos dicen recordarlo absolutamente todo, aún cuestiones tan absurdas como la novela de Tolstoi que leía Calígula en el momento de su muerte o el color del paraguas utilizado por Noé en el diluvio universal.
SI EL NOVELISTA, SEGÚN MILAN KUNDERA, REVELA PARCELAS OCULTAS DE LA EXISTENCIA MEDIANTE EL ARTEFACTO DE LA FICCIÓN, EL PACIENTE AMNÉSICO Y FABULATORIO EXPRESA LA SIMBOLOGÍA DEL DESEO."
Morris Moscovitch, neuropsicólogo de la Universidad de Toronto, acuñó una fórmula para describir el fenómeno fabulatorio observado en el contexto amnésico: mentiras honestas, así les llama. ¿El paciente miente en forma cándida? Si mentir es una violación del contrato social, del pacto interpersonal que sostiene la cultura, entonces el paciente con lesión hipocampal, amnesia y fabulación ¿es honesto porque no sabe que miente? La persona que miente de forma inconsciente ¿no trasgrede el pacto de confianza social? ¿En qué radica la honestidad del paciente fabulador? Privado de la conciencia de sus errores, el paciente actúa según la sentencia de Óscar Wilde: “dale a un hombre una máscara y te dirá la verdad”. ¿Tal vez el paciente toma riesgos que la conciencia le impediría tomar? ¿Dice verdades ocultas como el creador de mitos, como el narrador de ficciones, como el durmiente que sueña acontecimientos imposibles pero accesibles a la comprensión mediante un análisis psicológico del deseo? A la manera del exégeta, del psicoanalista, que reconstruye un sentido la-
tente a partir de un sentido manifiesto, en la tensión que procrea un sentido figurado (verdadero) a partir de un sentido literal (falso), el neuropsiquiatra clínico advierte de manera paulatina, durante el examen de los casos, que el paciente responde con mentiras honestas, pues cree que dice la verdad; el paciente amnésico y fabulador es inconsciente de la falsedad de su historia, y tal vez esto explica la rapidez asombrosa con la cual improvisa fabulaciones, a diferencia del mentiroso habitual (cerebralmente sano), quien es consciente de que adultera los hechos, y requiere tiempos mayores para generar datos falsos, ya que éstos deben ajustarse a la evidencia compartida. Tal vez el paciente es honesto en sus mentiras como lo es el escritor de literatura fantástica o el mitógrafo: mediante la develación de verdades ocultas bajo el disfraz de la narración ficticia. Si el novelista, según Milan Kundera, revela parcelas ocultas de la existencia mediante el artefacto de la ficción, el paciente amnésico y fabu-
latorio expresa la simbología del deseo. Las fabulaciones lo favorecen: sí recuerda la respuesta, sí vio la película, sí leyó el libro. El paralítico del brazo izquierdo puede amarrar sus agujetas con una sola mano, el ciego puede leer la hora del reloj, y en fin, el amnésico recuerda incluso hechos inexistentes o absurdos de la historia universal. Creo que Morris Moscovitch ha querido recompensar, mediante la fórmula de las mentiras honestas, el candor del paciente que expone los símbolos del deseo (de saber, de poder hacer) con una transparencia difícil de encontrar en sujetos cerebralmente sanos, quienes estamos lejos de ser moralmente superiores al enfermo, pues violamos una y otra vez el pacto interpersonal de la verdad, para mantener con el lujo de la vanidad nuestros privilegios en el entramado político de la sociedad. En la tesis de Morris Moscovitch sobre una verdad oculta y revelada por la fabulación se encuentra una paráfrasis de Bob Dylan: Para vivir en la mentira hay que ser honestos.
Leonardo Da Vinci, Estudio de la proyección de los ojos a tráves de los ventrículos del cerebro, s/f.
JESÚS RAMÍREZBERMÚDEZ. Escritor y neuropsiquiatra. En 2006 recibió el Premio a la Investigación Científica que otorga la International Neuropsychiatric Association, y en 2009 el Premio de Ensayo José Revueltas del INBA. Autor de Paramnesia y Breve diccionario clínico del alma.
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DEL CORAZÓN AL CEREBRO Desde las creencias de los griegos sobre la ubicación del alma hasta una breve descripción de las técnicas actuales para medir la actividad cerebral, este texto nos acerca a la labor de los neurocientíficos al estudiar la mente.
Fernanda Pérez Gay J. Tell me where is fancie bred, Or in the heart or in the head?
W illiam S hakespeare
H I P Ó C R AT E S DE C O S, P ROF E TA DE L A N E U ROL O GÍ A
H
ace aproximadamente 2 mil 500 años, Aristóteles afirmó y reiteró en diversas obras que el intelecto y la percepción estaban alojados en el corazón. No fue el primero. Siglos de filosofía antigua —china, hebrea, hindú, egipcia— habían apuntado ya hacia esa masa palpitante al centro del pecho como el motor donde se originaba nuestro ser. La fisiología de Aristóteles —basada en los cuatro elementos y sus propiedades esenciales— sostenía que el corazón era un órgano cálido; y el cerebro, un órgano frío. ¿Cómo podría estar entonces la percepción en un órgano frío, si el calor era la propiedad imprescindible que distinguía a los seres animados de los inanimados? Para Aristóteles, el cerebro no era sino el órgano que enfriaba las pasiones del corazón y regulaba la temperatura del sistema corporal. A pesar de lo poético de su fisiología, Aristóteles se equivocaba. En la Antigua Grecia, fueron los médicos y no los filósofos quienes desviaron la vista del corazón para posarla en el cerebro. Hipócrates de Cos, padre de la medicina, escribió su disertación Sobre la enfermedad sagrada, alrededor del año 400 a. C. En ella desmitificó la epilepsia, al afirmar por primera vez que la causa de este padecimiento era un trastorno orgánico —no una posesión demoniaca— originado en el cerebro. Y escribió el siguiente párrafo, sorprendentemente adelantado a su época: El hombre debería saber que del cerebro y sólo del cerebro vienen las alegrías, los placeres, la risa y la broma, y también las tristezas, la aflicción, el abatimiento, y los lamentos. Y con el mismo órgano, de una manera especial, adquirimos el juicio y el saber, la vista y el oído, y sabemos lo que está bien y lo que está mal, lo que es trampa y lo que es justo, lo que es dulce y lo que es insípido... Y a través del mismo órgano nos volvemos locos y delirantes, y el
miedo y los terrores nos asaltan, algunos de noche y otros de día, así como los sueños y los delirios indeseables, las preocupaciones que no tienen razón de ser, la ignorancia de las circunstancias presentes, el desasosiego y la torpeza. Todas estas cosas las sufrimos desde el cerebro, cuando éste se enferma… Así, soy de la opinión de que el cerebro ejerce el mayor poder en el hombre.
N E U ROI M AGE N: V E N TA NA S A LA MENTE Imaginemos un viaje desde la era de Hipócrates hasta un futuro lejano, en el que la tecnología alcanza el desarrollo suficiente para poder observar cambios físicos en la actividad del cerebro: por ejemplo, cuando un sujeto realiza una tarea, cuando interactúa con el mundo a su alrededor, o en medio de sus divagaciones. En realidad no necesitamos viajar al futuro: en los últimos cincuenta años, el desarrollo de instrumentos para medir fenómenos fisiológicos, sumados a programas informáticos de procesamiento de datos, ha dado lugar a la neuroimagen funcional, que nos permite acceder no sólo a la anatomía del cerebro sino a sus patrones de actividad en tiempo real. La primera técnica que permitió observar la actividad cerebral fue el electroencefalograma. En 1929, Hans Berger, un psiquiatra alemán, grabó los cambios eléctricos que sucedían en la corteza cerebral humana a través de electrodos pegados al cráneo. Hoy en día, los refinamientos de esta técnica nos permiten observar y analizar los cambios que ocurren después de recibir un estímulo o realizar una tarea. Una limitación de este método, entre otras, es que debido a la naturaleza del flujo eléctrico que se conduce de un lugar a otro con facilidad, no es sencillo saber dónde se generan esos patrones con exactitud. Además, desde el cráneo podemos acceder sólo a las neuronas que están en la superficie del cerebro —la corteza cerebral—, y no registramos la actividad de otras estructuras más profundas. Sin embargo, su capacidad de registrar la actividad eléctrica sólo diez milisegundos después de que suceda vuelve muy útil al electroencefalograma para analizar la actividad del cerebro en tiempo real.
Otro método de neuroimagen, la resonancia magnética funcional, mide los cambios del flujo sanguíneo en el cerebro. Dado que las neuronas requieren de oxígeno —suministrado por la sangre— para poder realizar sus procesos, este método resalta las áreas cerebrales donde las neuronas están más activas, y donde la tecnología permite localizar esta actividad en un mapa muy preciso de la anatomía cerebral del sujeto en observación. Es un método mucho más eficiente que el electroencefalograma para localizar las zonas activas; sin embargo, pasan varios segundos antes de que los cambios puedan ser observados, y en consecuencia no podemos registrar la actividad cerebral en tiempo real. A pesar de las limitaciones actuales, hoy en día el desarrollo de otros métodos como el magnetoencefalograma o la infraespectroscopía, así como la combinación de aquellos descritos anteriormente, buscan abrir nuevas ventanas para indagar lo que sucede en la masa encefálica de un sujeto mientras experimenta su vida mental. Sumado al conocimiento de lo que sucede en las neuronas y sus células de soporte, a los avances en genética y biología molecular y los descubrimientos de la neurología y neuropsiquiatría, la neuroimagen nos acerca un paso más a comprobar lo que Antonio Damasio llamó “el error de Descartes”: suponer que mente y cuerpo son enti-
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F R E NOL O GÍ A : U N E N F O QU E L E JA NO Francisco González Crussí
dades distintas. (Según Descartes, “el alma es un fantasma en la máquina del cuerpo”.) Nuestro cerebro contiene más de diez billones de neuronas, y cada una de ellas puede conectarse con cientos de otras a su alrededor. Además, gran parte de las actividades de nuestro sistema nervioso suceden sin cruzar el umbral de nuestra conciencia, lo cual deja un enorme hueco entre lo que detecta la neuroimagen y la experiencia consciente —incompleta— de la persona que estudiamos. De modo que los neurocientíficos, como los amorosos de Sabines, jugamos todavía “a coger el agua, a tatuar el humo”. Por impresionantes que parezcan los aparatos con que medimos la actividad cerebral, diversos aspectos de la mente evaden todavía nuestra búsqueda. Pero la labor sigue tejiéndose, como una tela de araña, día con día. En la actualidad, cientos de miles de científicos elaboran planteamientos inteligentes que desarrollan mediante experimentos con las máquinas de neuroimagen. Esto, con la esperanza de encontrar muy pronto —sumados al conocimiento de otras disciplinas y el avance de la tecnología— nuevas piezas del acertijo, para entender así los mecanismos por los cuales un órgano que parecía inescrutable hace posible todo aquello que afirmó el padre de la medicina hace más de dos mil años.
Fundador de este peculiar sistema [la Frenología, “pseudociencia que pretendía leer la mente en el contorno del cráneo”] fue el médico alemán Franz Josef Gall (1758-1828). El principio que le servía de base era que las salientes y depresiones externas del cráneo reflejan fielmente la superficie del cerebro. Se suponía que las facultades psíquicas del individuo (capacidad de atención, memoria, imaginación, talento musical, etcétera) se hallaban localizadas en discretas zonas cerebrales cuya extensión y distribución topográfica los frenólogos creían conocer. Según Gall, el cerebro había sufrido las mismas presiones y limitaciones que la naturaleza impone a todos los órganos, y, lo mismo que ellos, había terminado por llevar a cabo la especialización de sus diversas funciones. Así como en el aparato digestivo, por ejemplo, una parte se especializa en la digestión de los alimentos, otra en hacerlos emulsión y otra principalmente en absorberlos, de igual manera el cerebro delega diferentes funciones a sus diferentes partes: no puede ser que la misma zona del cerebro se ocupe de cálculos matemáticos y del instinto amoroso. Gall razonaba que las diferentes facultades o zonas del cerebro podían considerarse como sus distintos órganos. Más todavía: así como el uso reiterado de la musculatura puede hipertrofiar la masa muscular, análogamente el uso sistemático y repetido del cerebro podía aumentar el volumen de las zonas u “órganos” cerebrales preferentemente usados. Ahora bien, Gall y muchos de sus contemporáneos creían que el cráneo es hasta cierto punto maleable, de modo que cuando las estructuras que contiene se expanden, el cráneo responde amoldándose a las presiones internas. De acuerdo con esta noción, la forma del cráneo refleja, como un plano topográfico en tercera dimensión, las salientes y las concavidades de las distintas zonas del cerebro y, por ende, la fuerza o deficiencia de las respectivas funciones mentales. En consecuencia, del estudio de la superficie craneana podía inferirse todo un perfil psicológico del sujeto estudiado. La personalidad del individuo, incluyendo sus características morales, podía conocerse mediante el solo estudio de la forma externa del cráneo. Fragmento del libro El rostro y el alma, Random House, Debate, México, 2014.
FERNANDA PÉREZ GAY J. Es médico cirujano por la unam. Actualmente realiza un doctorado en neurociencia en la Universidad de McGill, en Canadá. Ha publicado artículos de divulgación científica en la revista digital Límulus y el periódico universitario The McGill Daily.
Arte digital > AMARANTA RUIZ >La Razón
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LA N OTA NEGRA
M
Por
FRANCISCO HINOJOSA
AUTOGOL
@panchohinojosah
ientras escribo esta nota se juega la primera fase de la Copa Oro, certamen de balompié que pone en competencia a doce equipos pertenecientes a la Concacaf. Poco antes se celebró el correspondiente a los países de Sudamérica, el Mundial Femenino de Futbol y varios de las selecciones sub. A falta de pan, el futbol es el circo de casi todos los días, de casi todo el año, de casi todos los países. Un circo que exhibe algunos animales indomables que ni el Partido Verde podría combatir: el negocio, la corrupción y la violencia engendrados por la pasión y los nacionalismos. En el pasado mundial, Brasil sufrió una de las peores derrotas de su vida, si era concebible una mayor humillación que la del maracanazo de 1950: perdió en el mismo estadio frente a Alemania por una goliza de 1-7. Si bien la organización de la Copa trajo consigo un déficit comercial, el daño mayor fue ese resultado que los brasileños llevan tatuado en la conciencia por más que quieran olvidarlo. Otro sismo que sacudió, recientemente al futbol fue la detención de algunos de los directivos de alto rango de la fifa porque se clavaron varios millones de dólares, se vendieron al mejor postor y arreglaron en lo oscurito decisiones de mucha importancia para las economías y el deporte de varios países. También, mientras escribo esta nota, termino de leer Autogol, del bogotano Ricardo Silva Romero, narrador, crítico de cine, poeta y autor de literatura infantil. Su novela, muy bien tramada, trata de aquel partido jugado en el mundial de futbol de los Estados
Las Claves
A FALTA DE PAN, EL FUTBOL ES EL CIRCO DE CASI TODOS LOS DÍAS, DE CASI TODO EL AÑO, DE CASI TODOS LOS PAÍSES. UN CIRCO QUE EXHIBE ALGUNOS ANIMALES INDOMABLES QUE NI EL PARTIDO VERDE PODRÍA COMBATIR.
Unidos, en 1994, en el que Colombia se enfrentó al equipo local y perdió por un marcador de 2 a 1. El resultado, aunque doloroso, no quedó anotado como una efeméride más en un deporte en el que se pierde o se gana. Sus consecuencias fueron mayores. La selección colombiana era entonces una de las mejor dotadas en su historia y candidata a llevarse la copa. Baste para decirlo que venía de golear a Argentina en Buenos Aires: cinco a cero. En su primer partido perdió 3-1 frente a Rumania y en el segundo 2-1 ante los Estados Unidos. Una desafortunada jugada del defensa central colombiano Andrés Escobar hizo que la pelota tocada por él, entrara en su propia portería. La tragedia empezaba, ya que fue el primer equipo en regresar eliminado a su casa. Antes de que el mundial terminara el jugador fue asesinado en su natal Medellín. Aunque el autor material fue aprehendido, encarcelado y liberado hace diez años, la verdad detrás de su muerte aún no ha quedado clara, salvo que en el trasfondo hay una historia de apuestas. Hasta aquí los sucesos, bien consignados y novelados por Ricardo Silva, que me interesan también por una razón personal: ese 22 de junio de 1994 yo estuve en las gradas del estadio Rose Bowl, junto con mi amigo Alfonso Morales, justo arriba del arco que recibió el autogol, rodeado por aficionados del país cafetalero. Quince años después, en el 2009, Alfonso y yo volvimos a encontrarnos en Bogotá en el marco de una feria del libro. Coincidió que asistimos, sin saber de qué trataba el libro, a la presentación de Autogol. Al finalizar, en la ronda de preguntas
y comentarios, no pude resistirme de decirle al autor que un cinco por ciento de los presentes en la sala habíamos sido testigos de ese momento que desencadenó las cuatrocientas páginas de su historia. Más allá de la anécdota, la novela de Silva retrata el alma colectiva de todos aquellos que confunden la patria con un balón. Eligió como asesino ficticio a un locutor que pierde la voz en el momento en el que ve la pelota dentro de la portería gracias a la infortunada intervención de Escobar. Había apostado todo su dinero a que Colombia estaría en las finales. Pudo haber elegido como autor del homicidio a un delincuente, pero al hacerlo con ese personaje común nos mete a todos en el pellejo de quien ha dejado de ver en el futbol un juego disfrutable.
Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ
EL PRIMER GESTO se define en el lenguaje: prosodia que el hombre arrenda más allá de sus designios. Frunzas desatando redes: sucesiones progresivas: ostinato sobre mudanzas de un éxodo punzante: casi en la orilla del abismo: casi en el margen: casi atajo en la ondulación: casi en el polo de la cúspide: casi en la proclama del destello: casi en los adagios: casi en la premura… El habla vocea el nombre inaugural y, también, desfigura el adjetivo que pretende untarlo de agüeros humedecidos y reflejos suplantados. Casi en “La palabra humedecida” o casi en “La respiración de los ciervos”, la expresión muerde la fronda: afronta el ensanchamiento porfiado del silencio. ¿Hay que desmembrar la locución? ¿Hay que refugiarse en los retumbos? Nudo Vortex (Proyecto Literal, 2015), de
Rocío Cerón (Ciudad de México, 1972), atiende estos inquieres, pero también los niega, los rechaza, los acecha y los configura. Poemario de acciones: un armónico de Bach fractura los tapices de Francis Bacon; Huidobro conversa voluntarioso con Sor Juana; Cohen se nutre de los irradies Cage (Lezama/Girondo). / El sax de Coltrane ejecuta un blues de exaltaciones. La trompeta de Davis se contonea en el despojo de un aguacero. Ornette Coleman enmienda las sílabas que deletrean el bosque de la infancia. Danza de arquitectura rumiante: galaxia de preludios: “Morirse en la séptima nota, en la cúspide de la sinfonía que / entona la voz del ópalo. // Talismán, las hiedras que susurran, la vocal que rompe el / sesgo”. Salmos perturbadores avecindados en plazas donde tensión y sensualidad
cohabitan en los clústeres de un piano balbuciente a la intemperie. Desenfreno verbal dispersado: significante punzando los vestigios de una semántica entretejida con alteraciones gramaticales y sintaxis abrumadora. Inciertos sintagmas cercados por bordones: cántico de sigilosos conformes sustraídos a Gustav Mahler (Berg/Schönberg). Nudo Vortex o la constancia de una aventura lírica ya presente en los cuadernos Imperio (2008) —modulaciones de apremios lingüísticos—, Tiento (2010) —evocaciones en surcos de cataclismos de una lengua agrietada— y Diorama (2014) —espirales sonoras, médula de un cosmos instigador—: Rocío Cerón patentiza el suceso de cómo, todas las mañanas, la resonancia del mundo se cifra en el lenguaje: “poema: simulacro de vida detenida”.
NUDO VORTEX
Autor: Rocío Cerón Género: Poesía Editorial: Literal, 2015.
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EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO
EL CUENTO IS ALIVE
Por
CARLOS VELÁZQUEZ @charfornication
U
n libro de cuentos es todo un acontecimiento. O debiera de serlo. Pero las penurias por las que ha atravesado el género, ejemplificadas por un desdén por parte del mundo editorial, lo tienen sumido en el pasmo. El género goza de buena salud en cuanto a la producción, pero no en cuanto a la calidad. Cada vez es más complicado encontrarse con un buen libro de cuentos. El volumen de narraciones cortas ha dejado de ser un protagonista de la literatura nacional, con sus honrosas excepciones. El cuento es un ente traslucido. Existen decálogos, instructivos, teorías, para emprender su escritura. Poe, Chéjov, Quiroga, Fresán, Piglia, por mencionar a algunos, han vertido sus guías personales sobre cómo se debe atacar el género. No existen secretos. Sin embargo, el cuento contemporáneo cada vez tiende a ser más acomodaticio. Sin embrollos. Menos problemático en lo estructural. Se conforma con la denominación de “relato redondeado”. Una postura respetable. Porque redondear un relato también es una cuestión de superdotados. Existen grandes escritores de cuentos que son incapaces de redondear un relato y viceversa. Pero abundan los que no se ubican en ninguno de los polos. Y kilos y kilos de libros de relatos pasan de noche por nuestro panorama. Hasta que aparece un volumen que se convierte en un acontecimiento. Como es el caso de Cavernas (Era, 2014) de Luis Jorge Boone. Un libro notable. En lo formal, en lo estructural y sobre todo en el dominio del tono. Estamos tan desacostumbrados, en los libros de relatos, a ubicar un tono general en el volumen, que casi nunca realizamos este tipo de apreciaciones. Cavernas no es un libro perfecto. Pero
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CAVERNAS NO ES UN VOLUMEN DE CUENTO FANTÁSTICO. ES UN LIBRO DE CUENTOS Y PUNTO. UNO DE LOS QUE POSEEN LA ENORME CUALIDAD DE MANTENER CON VIDA AL GÉNERO.
El sino del escorpión
tampoco perfectible. Un par de historias se encuentran por debajo del resto, pero es el tono lo que les otorga derecho de estar incluidas. “El jardín interior”, la primera historia, reverencia la estructura tradicional del cuento: planteamiento-nudo-desenlace. Tan bien ejecutada que parece despierta la envidia. Se desarrolla según el modelo y hasta intenta crear el final sorpresivo. Pero el momento único no se logra del todo. Aunque esto no demerita al cuento en absoluto. Es impecable, pero se queda en el límite de ser un buen cuento y uno insuperable. El mismo método se repetirá, pero con mayor éxito, en “El hombre que recorre el acueducto”. Con el añadido de que el segundo es una vuelta de tuerca magistral a una leyenda oral. Produce la sensación de que el final es algo predecible, porque es tan milimétrico que parece de fácil factura, pero es un engaño producido por el talento del narrador. Sin duda es uno de los mejores cuentos mexicanos que se han escrito en esta década. “Psicopombos” recuerda a Rulfo y a Yáñez. Es la historia de un niño que se queda ciego en una procesión religiosa. El cuento es perfecto, sólo que no concluye donde debería. Se extiende unas líneas que le rompen la fuerza al remate. Pero eso no le quita ningún mérito. El cuento perfecto está ahí contenido. “Los relámpagos” es la historia de unos estudiantes de medicina que piden aventón en el desierto. A partir de una andanada de supuestos, el autor plantea una ambigüedad digna de admirarse. La de si uno de los estudiantes es un serial killer de carretera. Pero al igual que en “Psicopombos”, el clímax se ve enrarecido porque el final no establece claramente las ambigüedades.
“La costumbre” es uno de los menos afortunados. Es un texto deficiente, pero es admirable la capacidad del autor para igualarlo en tono al conjunto de historias. “El lugar del hombre” es la historia de un científico que esconde a dos seres infectados por una epidemia que podría acabar con la raza humana. El relato es admirable, pero también persiste la sensación de que el final sorpresivo debió meditarse más. Lo que no le quita su poder. El relato no tiene fisuras. Con el final que contiene es digno de aparecer en cualquier antología. “Diosas” narra las dificultades de un cirujano plástico que experimenta con pacientes sin contemplaciones con tal de alcanzar un grado de perfección humana. El relato parece ser dos. La historia del detective que busca al cirujano. Y la del doctor. Aquí una se sacrifica por otra. Y una queda sin resolverse, lo que no le resta cualidad al bifurcarse. El relato se sostiene pese a todo. “Momentos no humanos de la tercera guerra mundial” es un cuentazo. Cargado de humor, con reminiscencias de Woody Allen. Un filósofo desde una nave espacial que se aleja contempla la destrucción de la Tierra. Un texto portentoso. Con una alegría malsana pocas veces vista en nuestra tradición. “Soñé que ayer era la bruma” y “Espera de un día” más que cuentos son dos relatos redondeados. El primero más afortunado que el segundo. Quizá no tan indicado para ser el cierre del libro. Pero el daño ya está hecho a estas alturas. El tono general te impele a seguir leyendo. Cavernas no es un volumen de cuento fantástico. Es un libro de cuentos y punto. Uno de los que poseen la enorme cualidad de mantener con vida al género.
Por ALEJANDRO DE LA GARZA
Leer menos LA LEY DE FOMENTO para la Lectura y el Libro, aprobada en 2008, establece entre sus lineamientos realizar encuestas nacionales de lectura como guía para conocer los hábitos lectores de la población y, con base en ello, detectar el comportamiento del mercado editorial (lectura per cápita, temáticas de interés, lecturas más frecuentes y demás). Como varios de los artículos de la ley, esta exigencia no se ha cumplido con regularidad y los datos vigentes en la materia corresponden a la Encuesta Nacional de Lectura 2012, realizada por la Fundación Mexicana para el Fomento a la Lectura, A.C., mientras la anterior encuesta data de 2006. Al contrastar los datos obtenidos en la encuesta de 2006 con los de 2012, destaca una reducción del há-
bito de la lectura equivalente al 10 por ciento. Es decir: en 2006, el 56.4 por ciento de los encuestados leía libros, en tanto que en 2012 la cifra de lectores cayó a 46.2 por ciento. De manera inversa, la cifra de no-lectores se incrementó de 43.6 por ciento en 2006 a 53.8 por ciento en 2012. Dicho con claridad, en 2012 en México se leía menos y ni siquiera la mitad de la población mayor de 12 años leía libros. Si la tendencia continuó, en este 2015 se lee aún menos. No obstante, la cifra del promedio anual estimado de libros leídos por persona se mantuvo, en las dos encuestas, en 2.94 libros. Sólo unas cifras más de la encuesta reciente. Libros leídos por los mexicanos mayores de 12 años en los últimos seis meses: 40%, ningún libro; 22%, un libro; 13%, dos;
10%, tres; 6%, cuatro y 9%, cinco o más libros. Las cifras de lectores se concentran en las capas de estudiantes jóvenes, pero de los 18 años en adelante el hábito de la lectura disminuye de manera notable. Si bien leer un libro ha sido siempre una experiencoia minoritaria y hoy no es conocida, disfrutada o ejercida a plenitud por la mayoría de la población, con mayor razón debemos perseverar en ella. Como se ha dicho, en los libros se encuentra lo mejor del pensamiento y la creación, lo mejor de nosotros mismos. Buena parte de la desorientación social actual, de la confusión y la desesperanza, tienen su origen en la pérdida de centralidad del pensamiento, el alejamiento del humanismo y el desdén a la lectura.
EN EL AÑO 2006, EL 56.4 POR CIENTO DE LOS ENCUESTADOS LEÍA LIBROS, EN TANTO QUE EN 2012 LA CIFRA DE LECTORES CAYÓ A 46.2 POR CIENTO.
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PENSAR E IMAGINAR SEGÚN BRUNO ESTAÑOL Cuando el niño Bruno Estañol entró a una escuela por vez primera, ya sabía leer y nadie le enseñó. En quinto de primaria pintó una raya en medio del pizarrón; de un lado escribió la conjugación del verbo amar siguiendo las reglas de Andrés Bello; del otro, hizo lo mismo, pero según la Real Academia Española de la Lengua. El maestro se quedó pasmado y los alumnos no supieron ni qué onda. Luego leyó El jardín de las letras, de Carlos González Peña, y de ese modo se empapó del Siglo de Oro español.
Abandonó el trópico (nació en Frontera, Tabasco, en 1945) y llegó a la Ciudad de México para hacer la preparatoria en Mascarones. Tenía facilidad para las matemáticas y le gustaba tocar el piano, pero estudió medicina porque el destino así lo ordenó. Se especializó en neurofisiología. En las mañanas realiza investigación científica en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición, en las tardes da consulta en un hospital privado, en las noches escribe y nadie sabe a qué hora duerme (si es que lo hace).
A nivel internacional se leen con avidez sus centenares de artículos científicos, y en el mundo de las letras se le reconoce por sus libros de cuentos (Ni el reino de otro mundo, Passiflora incarnata); ensayo (La vocación condenada); novela (El féretro de cristal, La conjetura de Euler). En 2011 publicó La mente del escritor. Ensayos sobre la creación científica y artística (Cal y Arena). En resumidas cuentas, es nuestro Santiago Ramón y Cajal (y le gustan los huevos rancheros).
Por ESGRIMA
¿Qué hay de especial en el cerebro, comparado con otros órganos? Biológicamente, el cerebro es igual a otros tejidos humanos, tiene células, tejido de sostén, vasos sanguíneos, etcétera. Sin embargo, sus células están conectadas unas con otras a través de conexiones llamadas sinapsis, lo que convierte a cada neurona en una especie de computadora única. Además, existen grupos de neuronas conectadas entre sí llamadas redes neuronales, que generalmente tienen una función. ¿Estudiar el cerebro es meterse en camisa de once varas? Es fascinante. Se puede estudiar desde el punto de vista bioquímico, eléctrico, anatómico, de sus conexiones, de las funciones de las redes neuronales. De lo microscópico a lo macroscópico. ¿El cerebro es la mente o la casa de la mente? La función de la mente depende de la función del cerebro.
FERNANDO FIGUEROA
¿En qué porcentaje hay cerebros enfermos por cuestiones fisiológicas o mentales? Probablemente, el cerebro se enferme tanto por cuestiones fisiológicas u orgánicas como por problemas de orden psicológico, social o de desarrollo emocional. ¿Cuál es la frontera entre neurología y psiquiatría? Cada día se borra más esa frontera. Sin embargo, difieren en métodos de estudio. También la neuropsicología difiere de la neurología y de la neuropsiquiatría. La neuropsiquiatría es el estudio de pacientes con problemas mentales debidos a lesiones cerebrales, sean bioquímicas o macroscópicas. ¿Qué me dice de Eduardo Césarman? Tuve la fortuna de tratarlo y conocer su pensamiento altamente original y creativo. ¿Qué le pasó a William Styron?
PROBABLEMENTE EL CEREBRO SE ENFERME TANTO P OR CUESTIONES FISIOL ÓGICAS U ORGÁNICAS COMO P OR PROBLEMAS DE ORDEN PSICOL ÓGICO, SOCIAL O DE DESARROLL O EMOCIONAL."
Tuvo lo que se llama una depresión mayor, que lo incapacitaba para trabajar o para vivir. ¿Dónde rayos está el inconsciente? No lo sé, pero creo profundamente en su existencia. ¿Qué es pensar? Neurológicamente es activar diferentes circuitos neuronales y aplicarlos a la solución de un problema o a la creación de un objeto nuevo. ¿Cómo definiría un déjà vu? La sensación de haber visto o conocido algo cuando en realidad es enteramente nuevo. ¿Imaginar es asociar ideas? Es un proceso enigmático. A veces he pensado que la imaginación es una distorsión de la memoria. ¿La memoria es el don más preciado del cerebro? No sé si el más preciado, pero perderla es una tragedia. Tener una gran memoria es un don en cualquier actividad vital. ¿Acaso Proust no merecía el Premio Nobel de Literatura por su obra, y el de Medicina por aquello de la memoria involuntaria? No lo sé. Tampoco sé si el concepto de la memoria involuntaria actualmente sea reconocido por las neurociencias. ¿Le hubiera gustado hacer la autopsia del cerebro de Borges? No. Creo que Borges es a la literatura lo que Mozart a la música, pero no creo que hubiera encontrado nada especial. Parece que los músicos sí tienen un cuerpo calloso más desarrollado y una parte del lóbulo temporal, llamado planum temporalis del lado izquierdo, también más desarrollado. ¿La ficción es un experimento mental? Sí. En el sentido del experimento mental de la física. La vida lo pone en la disyuntiva de platicar con Einstein, Da Vinci o Miguel de Cervantes. ¿A quién elige?
Arte digital > FERNANDO MONTOYA >La Razón
A Einstein. ¿Cómo suele presentarse, como escritor o neurólogo? Nunca me presento ni como médico ni como escritor. Cinco cuentos que se llevaría a una isla desierta. Me llevaría una novela. Tal vez En busca del tiempo perdido, para que me dure. ¿Cuál es su texto favorito acerca del tema del “otro”? Dr. Jekyll y el señor Hyde. ¿Está de acuerdo con Borges en que la teología es una forma de la literatura fantástica? No sólo la teología sino también toda la ciencia y toda la cultura. ¿La poesía está en las grandes ligas de la actividad cerebral? Probablemente, junto con la música. Ricardo Garibay decía que, como no fue padrote internacional, se dedicó a escribir. ¿Aparte de la neurología y la literatura, hay algo que le hubiera gustado hacer? Ser músico. ¿Cómo se imagina el cerebro de un apostador compulsivo? El uso de ciertas sustancias produce apostadores compulsivos. La estimulación de la dopamina cerebral lo produce. Los apostadores compulsivos tienen sobre-activados los centros de recompensa del cerebro. ¿Con los teléfonos inteligentes sobrevendrán cerebros estúpidos? No lo sé. Probablemente. ¿Quién es más inteligente, el perro o el dueño que trabaja para darle de comer? El dueño es más inteligente, pero el perro es más astuto. ¿El caso de Kaspar Hauser es el extremo de lo que le sucede a millones de infantes marginados? Sí. Son niños ferales o cuasi ferales. Dígame tres de sus gurús científicos. Me niego.